jueves, 25 de agosto de 2011

ARTIGAS: ADALID TRADICIONALISTA

Ante todo cabe señalar que Artigas fue hombre de duro cabalgar y batallar en estas comarcas vertebradas por los grandes ríos de la Cuenca del Plata, a las que soñó mantener unidas en la espléndida unidad geopolítica que fue el Virreinato. Se hace también imperioso subrayar el cinismo de la historiografía liberal, cuando desconoce y falsea el alma de nuestra historia, haciendo aparecer al personaje como un roussoniano desarraigado de sus ancestros, lo que preparó el camino a los escribas partisanos para trasmutarlo en un protomarxista. De aquí que sea no sólo un desconocido, sino alguien que ha muerto dos veces.

Nuestra tarea es entonces dejar de lado lo imaginario, ya que creemos con Ortega que “el pensamiento tiene la misión primaria de reflejar el ser de las cosas”. Y para ubicarlo en la Verdad hay que plantear con claridad meridiana que el Caudillo no fue ni un demoliberal, ni un revolucionario, si le damos a esta palabra el significado de subversión de las formas religiosas, culturales y políticas legadas por la tradición.

En las comarcas sureñas de los dominios del Rey Católico, se afincaron los Artigas. Gens de guerreros y labradores con origen en Navarra y Aragón hicieron honor a su apelativo, porque Artiga (sin la s final) es voz latina del verbo “artire” que habla de tierra “que está preparada para sembrar”. Este apellido aparece en las listas de los futuros hidalgos fundadores del Real de San Felipe y Santiago. Un 19 de junio de 1764, en el hogar de Martín José Artigas y Francisca Arnal, nació José Gervasio, bautizado dos días después. La tierra y lo telúrico ejercieron fascinación avasallante en el joven criollo. Con los años y de acuerdo a sus antecedentes familiares fue hacendado y ayudante de Félix de Azara.

Con baquía y valor alcanzó, siendo mozo, el grado de Capitán del Cuerpo de Blandengues de la Frontera de Montevideo. Desde ese puesto combatió a matreros y a ingleses cuando las mercantilistas agresiones de 1806 y 1807 intentaban crear el ambiente para una rebelión generalizada en los Reinos de Indias. Eran los años en que la subversión francesa e 1789, con su satánico inmanentismo y su terrorismo de Estado, se extendía en la Europa minada por las logias. En 1808, la felonía bonapartista pretendió aherrojar a los Reinos Ibéricos. La respuesta fue el levantamiento religioso contra el ideologismo de la Revolución. Al ser ocupado el Trono por un napoleónida usurpador, América se encontró con el poder político acéfalo, con lo que la soberanía recayó en las jerarquías naturales. Esto fue lo que ocurrió en Montevideo en 1808 y en Buenos Aires en 1810.

“La sociedad rioplatense —dice Jordán B. Genta— era una unidad de orden… y el pueblo actuó jerárquicamente por medio de sus jefes naturales no elegidos por la multitud sino acatados por ella…” Los caminos imperiales de América y España se bifurcaron cuando las liberales Cortes de Cádiz y más tarde Fernando VII, pretendieron desconocer los reinos diferenciados establecidos por el César Carlos V. Entre 1811 y 1815, Artigas definió su pensamiento político y económico entroncado en las bases del doctrinarismo español. Dos fueron los puntos claves expuestos por el Caudillo: Independencia y Federalismo. La primera era exigida dado el desconocimiento, en septiembre de 1810, del federalismo natural que había caracterizado la Unión de los Reinos de España y América, para establecer el masónico Estado Centralizado.

Por el segundo se planteaba un gobierno nacional y gobiernos provinciales, es decir, un federalismo encontrado en el fondo de los antiguos Cabildos nacidos en la Hispania Romana y fortalecidos en la Edad Media. Estos fueron los municipios trasplantados a nuestra América que encarnaban el espíritu local y estaban constituidos por los jefes de familia. Era la Provincia, formada por los “Pueblos Libres” en el sentido de ciudades con Cabildo junto a sus respectivas jurisdicciones. En lo económico su política de tierras se inspiró en la Legislación de Indias y mantuvo la Propiedad Privada fuera del planteo liberal.

Artigas devino en arquetipo de la Tradición, por lo que los logistas, con la baja traición del Pilar, lo eliminaron de la argentinidad. Cayó con su Provincia Oriental y el “Sistema Americano”. Nunca más pudo volver del ostracismo paraguayo, pero su espíritu reapareció en la Cruzada Lavallejista de 1825. En ella —hay que recordarlo siempre— tuvo especial protagonismo don Juan Manuel de Rosas, quien en pocos años sería el continuador del Caudillo. Tanto fue así, que en 1843, el Exiliado, contestó negativamente al ofrecimiento de encabezar las fuerzas preparadas contra el Restaurador. El Viejo Guerrero veía de lejos las intenciones de la siniestra alianza antiamericana. Por ello, sigue siendo Centinela, Muralla y Bastión de una historia que nos quieren falsificar. Junto con don Juan Manuel, es espíritu de nuestra Unidad de Destino.
Luis Alfredo Andregnette Capurro 

Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com/

jueves, 18 de agosto de 2011

San Martin, su lado desconocido. Un enigma siempre pendiente a descifrar

por Prof. Jorge E. Camacho Ruiz

Breve reflexión como aporte para el desarrollo de una actualizada biografía por ahora desconocida o escondida

Al conmemorarse en este  17 de agosto de 2011, el 161 aniversario del paso a la inmortalidad, del Gral. Don José de San Martín, es de importancia vital una breve reflexión con el objetivo de que en algún momento debamos desarrollar una biografía más plena sobre los aspectos desconocidos o a ex profeso ocultados sobre la vida de nuestro héroe máximo; para que las próximas generaciones puedan contar con una interpretación más cabal, ajustada a los hechos históricos y vislumbrar mejor su tamaña personalidad.

Mucho se ha escrito y se ha hablado de la personalidad arquetípica de Don José de San Martín, del Adalid, del Héroe, del Prócer, del Patricio, del Libertador de Naciones hermanas, del Militar Ejemplar, del Estadista, del Padre Educador, Moralista, Religioso, indiscutiblemente Católico, y hasta tenemos a un San Martín, enfermo y solitario; y sin embargo poco se ha dicho de su angustiado ostracismo, de sus perseguidores políticos, de su doloroso destierro, de sus ideales Hispanoamericanos, de su monarquismo americanista, de la retirada de Guayaquil, no tanto por la ambición de Bolivar, como por el boicot del centralismo rivadaviano y la conspiración de las sociedades secretas.

Por otro lado existe un manto de olvido y silencio acerca de los conflictos que tuvo el guerrero inmortal, con los liberales unitarios como Rivadavia. Tampoco se nos informa que Don José, tenía el proyecto, de que una ves conquistada la Independencia, debía buscar la paz con España mediante tratados comerciales para evitar la preponderancia Británica, y que esto le valiera la fobia masónica y condena de Mister Mackinnon, podríamos sugerir a los historiadores inconformes con su actual biografía que allí deberían buscar las causas de su vertiginoso ocaso y ostracismo.

Poco y nada se nos dice de la imposibilidad de llegar a tiempo a ver a su mujer que estaba enferma y se moría, porque una partida de sicario lo esperaban para asesinarle, del riesgo no sólo de su propia vida, sino la de su hija, si permanecía más tiempo en el país, de la campaña de injurias de la prensa porteña en el momento de su retorno a Buenos Aires, del reto a duelo por el honor ultrajado a que lo desafiara San Martín a Rivadavia y que éste no acepto, ocurriendo este hecho cuando Bernardino visitaba Europa en los años de exilio del gran Capitán, de las admoniciones a los unitarios y traidores que luchando contra Rosas, se aliaban al extranjero para humillar a su Patria, y arrancarle jirones de ella  - esto lo veía muy claro el General, y debe haber realizado una evaluación certera para que decidiese legar su sable a El Restaurador,  -   todo esto y otras desavenencias más, ha sido muchas veces ocultado o falsificado por la historiografía oficial.

Pero también es cierto por ello mismo, que en la vida de nuestro General, existe como una especie de misterio de su personalidad, un enigma pendiente a descifrar, por un lado tenemos un San Martín con ideales de un Orden Jerárquico Católico, simpatizante de los gobiernos de orden como lo fue el de Don Juan Manuel de Rosas, y por otro un San Martín vinculado con logias masónicas y con los difusores de las Nuevas Ideas, no sabemos si se debió esto último a razones militares-estratégicas, o si tenía pleno convencimiento de aquellas Ideas, probablemente haya existido influencias heterodoxas era frecuente en los hombres de su tiempo, y en el caso de San Martín, se debía a que desde niño había recibido una formación severamente espartana, probado en batallas desde temprana edad y por ende se encontraba dotado de una educación jerárquica, aristocratizante, esto entendido en el sentido guerrero de la superación permanente, de privilegiar el esfuerzo, lo mejor, lo superior; pero también como tantos jóvenes de su época se dejaron sugestionar por la educación de la ilustración: del racionalismo, de igualdad y libertad de su tiempo en la cual había caído gran parte de Europa, y España no era ajeno a ello, como consecuencia de la decadente y afrancesada monarquía Borbónica; y las logias masónicas que pululaban como una moda de época, hacían su agosto entre una juventud apasionada por el novedoso saber y deseosa de ser protagonista o servidora de nobles causas, a tal punto que estuvo adherido a algunas de ellas. Así podemos entender que el joven San Martín, fue un prisionero de su época, pero ya maduro en el Alto Perú, tuvo tiempo para contemplar con sus propios ojos las maquinaciones siniestras de las logias y sus miembros, que concientes o inconcientemente servían a la construcción de un nuevo imperio invisible que emanaba desde Londres, y al parecer él lo intuía más nefasto que el que se estaba derrumbando. Allí Don José, comenzó a desvincularse de las logias, y sospechamos que esas fueron las razones de su condenación y persecución política.

Basta con leer la obra de Carlos Steffen Soler: “San Martín, en su Conflicto con los Liberales” Ed. Librería Huemul, Buenos Aires 1983, para comprender, porque El Libertador en el Perú, decidió rápidamente su regreso. Tengamos presente que desde Buenos Aires, no sólo se había suspendido el apoyo logístico, sino que su plan era boicoteado permanentemente. Además San Martín contaba con información confiable que le brindaba su hermano desde la cancillería de Fernando VII, quien le advertía sobre algunas maquinaciones y de cómo operaban las logias desde el bando realista. Seguramente San Martín habrá comprendido la real dimensión de la conspiración e intuido el peligro de la fragmentación, y temió por el futuro de la Libertad y la Unidad de la Gran Patria Hispanoamericana, luego que fuera barrido el poder español en América. ¿Esto le provoco alguna frustración a nuestro General que motivo su pronto retorno?

Por otra parte también se debe contemplar que en muchas oportunidades Don José supo guardar en el silencio acético los dolores y penas que lo embargaban con una franca flagelación piadosa y esto se debe a su formación y conciencia Cristiana que siempre apechugó el sufrimiento y a su educación de soldado con temple espartana, que se dispone al sacrificio más extremo, sin esquivo ni rezongo, por una Empresa grande, por una causa noble, justa como lo es la de Dios y de la Patria.

Cuando se tiene conciencia de que “la vida no tiene sentido si no es para quemarla en una empresa grande” como la Libertad y Salvación de la Patria; no queda otro camino más que el heroísmo y el martirio, como lo eligió nuestro héroe máximo. Siendo fiel a sus máximas: “Serás lo que debes ser o sino no serás nada” y “Cuando la Patria está en peligro todo es válido menos dejarla perecer”.
Podrán decir algunos espíritus pragmáticos-utilitarios ¿y que ganó si tuvo que ir al destierro, sin éxito?; precisamente los hombres trascendentes, no encuentran éxito, sino Glorias. Porque, ¿Qué gano Nuestro Señor Jesucristo, si tuvo que morir en una Cruz, despreciado, por la mayoría del mundo? Respondemos:

Primero: Las minorías hacen la historia, para conducir a las mayorías.

Segundo: Cristo nos enseña con su ejemplo que Él nos Amó por eso sacrifico su vida y es por esto que sin sacrificio, ni derramamiento de sangre, no hay Redención ni Esperanza.

Y Tercero: Que sin Amor, sin ese Gran Amor, no hay Servicio y sin servicio no hay Salvación.

Por eso le decimos a Don José de San Martín, en versos de Alberto Eliseo Seiorra:

El Adalid Eterno

Aunque cesó la lucha de tu espartana “y cristiana vida” el día inolvidable que tu alma diste a Dios.
La antorcha de tu credo mantíenese encendida
Y todo un continente va de ensueño en pos.

Tu espada en San Lorenzo templóse de optimismo,
Logrando en Chacabuco triunfal consagración;
Y en Maipú ante estupendo derroche de heroísmo
El Ande gigantesco pasmóse de emoción.

En Bronce es cincelada tu efigie inconfundible
Y exalta el orbe eterno tu personalidad,
Tu genio de estratego, de gloria inmarcesible,
Impuso en la hora augusta su ideal de libertad.

Cuando la tarde muere, altivos y cuadrados,
Al imponer ¡Silencio! El toque del clarín,
En nombre de la Patria corean tus soldados:
Presente está y por siempre, José de San Martín.

domingo, 7 de agosto de 2011

AIRES DE RECONQUISTA

Fue exactamente el 12 de agosto de 1806, aunque el hecho central que esa fecha memora —la rendición britana— está precedido y continuado por otros que conforman una totalidad más sustanciosa aún.

La educación primaria o media ha vulgarizado esta magnífica hazaña, reduciéndola a una efemérides menor en el calendario escolar. No se quiere advertir que en esta contienda justísima se aúnan providencialmente nuestras tradiciones hispánicas y criollas, así como se abrazan lo teológico con lo épico, la Fe con la milicia, la genuina política con la verdadera Religión. No se quiere ni se sabe advertir que se trató de la primera y grande epopeya del siglo XIX, ejecutada explícitamente en honor de la Cristiandad. Las Dos Ciudades se enfrentaron, y no era sólo Londres la una y Buenos Aires la otra, sino la Ciudad de los Hombres y la Ciudad de Dios.

Si la Argentina volviera alguna vez a valorar sus gestos fundacionales y soberanos, tendría aquí, en la Reconquista, uno de sus más claros motivos de legítimo orgullo. Lo mismo se diga para nuestra entrañable España, cuya abdicación de hoy la ciega completamente para justipreciar un episodio heroico que, al fin de cuentas, se llevó a cabo para custodiar este entonces reino suyo, tenido por lejano y desdeñable para algunos.

A doscientos cuatro años de la Reconquista, tanto tememos lo que pueda omitirse como lo que pueda afirmarse. Si lo primero, porque callar ante la auténtica grandeza es ruindad manifiesta e impiedad grave. Si lo segundo, porque las voces oficiales, cuando se expidan, tergiversarán el sentido real de la historia, trágica especialidad que ya vienen ejecutando impunemente.

De allí esta sencilla iniciativa. Cantar las proezas tales como fueron. Exaltar a los paradigmas que las protagonizaron, rescatar el sentido esencial de los acontecimientos, suscitar la emulación de los ejemplos nobles.

Importa aclarar al respecto que todos los personajes, los nombres y los hechos que aquí se retratan, gozan de documentada veracidad (…) Pero existieron —y esto es lo que queremos enfatizar— esos personajes que hoy, ganados por el prosaísmo y el espíritu de cálculo, más nos parecen salidos de la leyenda que de la historia.  Existió una mesonera que increpó la pusilanimidad de quienes entregaron la plaza invadida, una esposa tucumana que recogió el fusil del esposo muerto, un fraile que se negó a cohonestar la ubicuidad del obispo, un soldado alemán muerto en combate, que por católico se pasó a las filas gauchas, desertando de las inglesas, un librero fogoso que abandonó los anaqueles y espada e mano murió en la liza. Existió el “ejército invisible” de los conjurados patriotas reconquistadores, y el manco francés que estuvo en la primera línea de fuego, o el incontenible catalán a quien no podían frenar los piquetes herejes. Existió el pueblo, que en nada se parece a lo que hoy demagógicamente así se llama; y existió el Caudillo, su paladín y su norte.

Existió Buenos Aires.  A mí no se me hace cuento, como en el famoso poema borgiano. Se me hace lágrima y herida y esperanza.

Llanto por el bien perdido y nostálgicamente añorado. Ese “¡ay de ti!” que dijera Anzoátegui, con licencia garcilasiana para utilizar el ubi sunt. Herida porque la cicatriz me dura, del dolor patrio abierto en el costado, que diagnosticaron los versos marechalianos. Pero también y siempre, empecinadamente, la esperanza. Porque Buenos Aires se llama Ciudad de la Santísima Trinidad, y donde está Dios en su inefable triplicidad y unicidad, no puede sino caber la esperanza.

A veces, es cierto, recorriendo sus calles en el trajín de los días y ante la pringue intolerable que ha ganado a sus habitantes y a su paisaje todo, parecería que se desvanece completamente cualquier expectativa o promisoria espera. Sin embargo, sea por una sobreviviente esquina sin ochava, por un campanario cuya visión no empaña cablerío alguno, por un portón macizo con herrajes negros, un muro de ladrillos enormes, o un indeclinable altar vuelto al Señor, jerárquicamente, algo me hace presentir que, desde alguna azotea o desde alguna plaza, se gritará de nuevo y para siempre la voz de Reconquista.

Antonio Caponnetto 

Tomado del Blog de Cabildo