lunes, 9 de diciembre de 2013

NUESTRA TRADICION HISTORICA

Federico Ibarguren

No es verdad que la religión sea el opio de los pueblos, como pensaban facciosamente Carlos Marx y sus epígonos propagadores del materialismo histórico. Nada de eso. Aparte de chabacano, el recordado “dogma” del comunismo ateo no responde a verdad histórica alguna.
“La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, nos enseña el egregio pensador ingles Hilaire Belloc; agregando a este respecto que: “la religión es el principal elemento determinante que actúa en la formación de toda civilización”. Profunda realidad existencial –la antedicha- que también rige, por supuesto, para nosotros los argentinos de hoy, pues aunque a primera vista no se note sus rastros en el acontecer histórico de la patria, el catolicismo fundador subyace sin embargo en subconsciente de la misma y se perpetua, interesando a fondo los modos de ser, hábitos y costumbres –y a veces, hasta no pocos prejuicios- de millones de ciudadanos nacidos y criados en esta tierra civilizada por la imperial España de hace cuatro siglos.

Cuando sistemas de ideas o creencias dogmáticas (religiosos, filosóficos o políticos), repetidos a través del tiempo, se convierten en habituales en una sociedad, modelando el pensamiento de las gentes que forman cualquier pueblo organizado hasta convertirlos en normas de vida –a saber: en régimen de convivencia pacíficamente obedecido- entonces –y solo entonces- podemos afirmar con certeza que existe una Tradición, la cual rechaza de suyo toda moda pasajera, toda composición de lugar frívola.
Las tradiciones en la historia siempre son impuestas, al comienzo, por minorías dirigentes –religiosas, filosóficas o políticas- mediante el sistema durable de la enseñanza pública. Eso mismo aconteció entre nosotros con el catolicismo español en los primeros tiempos fundacionales; y se repetirá el procedimiento mas tarde, aunque bajo otro signo en Hispanoamérica, durante los siglos XVIII y XIX: producida la decadencia de España y el auge protestante, laicista, que engendró la masonería liberal en toda Europa.

En lo que respecta a nuestra Argentina concreta –que no nació precisamente en 1810- se han ido sucediendo, desde hace por lo menos 300 años, corrientes culturales diversas en su existencia como pueblo; las cuales corrientes, a través de la enseñanza oficial, fueron asentándose en tradiciones contradictorias entre si. A saber: 1) La hispano-católica fundadora, que es –como semilla de nuestra civilización- la mas importante, en los siglos XVI y XVII, correspondiente al llamado Siglo de Oro español; 2) La racionalista afrancesada que se concretó en despotismo ilustrado en el siglo XVIII y que niega rotundamente la primera tradición, considerándola “oscurantista”, como lo hicieron Moreno y Rivadavia en su momento; y 3) la liberal-capitalista manchesteriana, propagada entre nosotros con ahínco por la generación que combatió a Rosas en 1838 –en cierto modo continuadora de la anterior-, que se perpetua hasta la primera mitad del siglo XX, por intermedio, sobretodo, de Alberdi y de Sarmiento, a través de los hombres del 80 y su escuela, quedando consolidada en la ciudadanía por la ley de educación laica de 1884, que aun persiste y cuyo espíritu antitradicionalista se extendió, también, a la enseñanza secundaria y universitaria oficial. ¡Helas!.
Al negar nuestra tradición primigenia, la hispano-católica, estas dos corrientes últimas en la Argentina se convierten en verdaderas contra-tradiciones que conducen en definitiva al nihilismo actual.

Y bien: la identidad histórica de la patria esta constituida así, objetivamente, por aquella vieja tradición madre y las dos contra-tradiciones nombradas que luchan con la cultura antigua católica. La fundacional –“democracia frailuna” la llamaba Menedez y Pelayo- es de contenido jerárquico-comunitario y su filosofo mas difundido de la época fue el egregio jesuita granadino Francisco Suárez. Las restantes, de esencia moderna y laica, responden a las corrientes racionalistas anglo-francesas (Hobbes, Descartes, Rousseau) que desembocan en la masónica democracia liberal que conocemos y configuran, también, su reacciones negadoras posteriores –“socialistas” con reminiscencias hegelianas- de este tiempo: con Marx, Hengels, Freud y Marcuse como profetas contemporáneos.
De la vieja tradición católica-comunitaria suareciana deriva nuestro mentado federalismo rioplatense y sus diversas versiones históricas luego de la caída de Rosas. En la posterior tradición racionalistas-liberal foránea, se apoyan, en cambio, los primeros unitarios, con Rivadavia y Monteagudo, y sus discípulos políticos criollos de esta centuria seguidores de Alberdi y de Sarmiento: “numenes” –ambos déspotas ilustrados lugareños- de las grandes figuras laicistas de 1880; los cuales discípulos promovieron a todo vapor el capitalismo anglosajón en el país, y lo siguen promoviendo hasta ahora, aunque bajo cuerda. Hoy, contra ellos, los iconoclastas de izquierda, idiotas útiles del comunismo, parecen estar ganando por desgracia la batalla decisiva, infiltrados –como lo están- en la Iglesia Católica, en el Estado Nacional y en los gobiernos provinciales argentinos. ¡Cuidado!
Aquí puede repetirse aquello que cuenta la tan conocida parábola cristiana del trigo y la cizaña: “Mas cuando dormían sus hombres vino el enemigo y sobresembró cizaña en el trigo. Y desapareció. Y cuando vino el brote y la hoja, apareció la cizaña en medio del trigo…”. Pues sucede que el bien –como la belleza y la virtud, el sol y su sombra- nunca se da totalmente separado del mal en la vida humana. Ambos, por el contrario están entremezclados, condenados por Dios a crecer siempre juntos guerreando entre si hasta el fin de los tiempos. Es lo que ocurre a la vista entre nosotros. Hic et nunc.


Ibarguren, Federico. Nuestra tradición histórica. Ed Dictio. Bs As. 1978. Pag.11.  Aparecido también con el titulo "Trigo y cizaña en nuestra historia" en la revista Cabildo N° 5, año I, septiembre de 1975 (primera epoca)  

miércoles, 30 de octubre de 2013

ESOTERISMO, ESPIONAJE, TRAICIÓN (El extraño caso de William Pius White)

En nota anterior sobre este mismo tema, hicimos referencia al 250º aniversario de las primeras invasiones inglesas y su total fracaso ante la Colonia del Sacramento.
Para quien esto escribe fue una especie de introito ya que Albión, que no deja cuentas sin cobrar, volvió por sus objetivos cuando las circunstancias internacionales le fueron propicias. Ellas se concretaron en dos hechos de armas: Trafalgar (1804) y Austerlitz (1805). Estas dos grandes batallas cumplieron su cometido como torres de babel en el ajedrez mundial británico.
Mediante la primera, Inglaterra quedó dueña de los mares. Con la segunda, Bonaparte concretaba, su predominio total en Europa. “Las Españas donde no se ponía el Sol” con sus Reinos de América unidos a una Francia Jacobina, iniciaba un largo via crucis por la torpe política externa del ambicioso, sin ética, Manuel Godoy, que ocupaba el poder ministerial a través del favoritismo del matrimonio real español. La hegemonía continental napoleónica y la talasocracia imperial británica se enfrentaban. Esta última tenía sus ojos puestos en los Reinos Americanos como futuras y jugosas presas. Y lo consiguieron. Cuando entraba la tercera década del siglo XIX los ricos territorios, infiltrados por los “Hijos de Hiram”, consiguieron ser convertidos en satélites de la City londinense. La excepción fue la Argentina de Rosas y la República Oriental de Manuel Oribe, que resistieron al cañón de Gran Bretaña y Francia.
Llegando a esta parte de nuestra investigación tropezamos con el nombre de William Pius White, parido en Massachusets (Boston, 1770), tierra herética que no habla español y que fue piráticamente engrandecida en setenta años (1778-1848) del océano Atlántico al océano Pacífico con guerras provocadas o maniobras indecentes y matanzas de indios, o recluyendo a los sobrevivientes en brutales campos de concentración como harían sus hijos con los holandeses boers al final de ese siglo.
Decía Aristóteles, que el saber avanza gracias a las sorpresas. Cuando investigábamos, para estudiar las agresiones de la infame Albión tuvimos un encontronazo con el personaje, arriba citado, al cual habíamos visto pasar, pero esta vez pretendimos observarlo de cerca. En 1803 el fariseísmo inglés tenía numerosos espías confidentes y traidores en Buenos Aires, entre ellos al precitado White, norteamericano que con 33 años ya era un poderoso comerciante en contrabandos y tráficos de esclavos. Sus relaciones lo llevaron a intercambiar cartas  con su amigo el Comodoro “Sir” Home Popham un jefe de la Armada británica que había ocupado el cargo de Edecán del Virrey en la India, Conde de Wellesley. Éste, para más datos era hermano del Duque de Wellington, futuro vencedor de Bonaparte en Waterloo. Pero, digresiones de lado, prosigamos con nuestro tema de esoterismo y traición.
El complot que llevaría a Popham a ocupar la capital de nuestro Virreinato tenía data de años jugando siempre importante papel Mr. White. Sus amistades fueron claves. Según Florencio Varela, White “tuvo negocios poco honrosos” durante su permanencia en la India. Varios de ellos con el apoyo del Comodoro “Sir” Popham. En esos tiempos conoció y trabó amistad con Esteban Perichon y su esposa Juana Vandeuil. Una hija de éstos, la joven Ana, casó con un contrabandista irlandés de nombre Thomas O’Gorman. Ya residentes en Buenos Aires, en 1804, don Thomas vuelve de Europa acompañado del capitán irlandés James Burke quien revistaba como prusiano pero en realidad venía con mandato del Duque de York para contactar una posible intervención británica. Burke con el apoyo del círculo O’Gorman and White, fundó centros de captación y espionaje en su casa y en la de O’Gorman. En la “Posada de los Tres Reyes” se fundó la primera logia. Allí se reunían diferentes personajes entre los que se destacaban los miembros de la Sociedad Literaria y Patriótica como Juan José Castelli y Miguel de Azcuénaga. Ana Perichon Vandeuil de O’Gorman resultó un fuerte atractivo para conseguir información. La más importante noticia que obtuvo para White fue la llegada de una importante cantidad de oro y plata desde Potosí y Perú.
Lo subrayable, considerado en las mesas de la logia, era que las ciudades de las zonas, aparte del amurallado Real de San Felipe y Santiago de Montevideo, base también de la Real Marina, no tenían defensas. Rápido como ave de rapiña con hambre, White escribió a su amigo Popham, a quien sabía ocupando el Cabo de Buena Esperanza (ex holandés), informándole la llegada del Tesoro. Esas importantes cantidades de metal precioso —seguramente le decía— proporcionarán al Comodoro Sir Popham, al Gral. Bair al igual que a su colega Beresford lo mismo que a quien ese papel firmaba (“Mr. White”) obtendrían muy buenos beneficios. La Batalla de Austerlitz fue para el Comodoro Popham la oportunidad deseada para ser el primero en ocupar y/o demoler el Imperio Sacro Romano Hispánico.
En esos momentos (1806) fracasaba frente a Venezuela el masón, y vocacional traidor Francisco Miranda quien, financiado por Estados Unidos y Gran Bretaña, intentaba desembarcar para concretar el aberrante plan urdido en las Hermandades Esotéricas.  La decisión de Popham fue rápida.  Incluso desconociendo las jerarquías no pidió la venia del Foreign Office ni la del Ministerio de Guerra y puso proa hacia Buenos Aires.  Su decisión reflotaba un plan de White que con su amigo el capitán negrero Murphy habían presentado al Premier Mr. Pitt, por el cual, con el apoyo de tropas británicas, se declararía la “independencia” de las inexistentes colonias, pero sí Reynos.
El Plan rechazado por el Premier Pitt quien no creyó que era el momento oportuno volvió a la vida en esos meses. Estaba poco más o menos en la línea propuesta, por lo que el masón y anglófilo Carlos María de Alvear propondría en 1815 al Ministro inglés en Río para escarnio eterno de su memoria. La llegada y el desembarco de las fuerzas inglesas (1806) marcaron intensa actividad para White.
Éste actuó de intérprete y como “Comisario de Presas” nombrado por Beresford, enviando doscientos hombres para retirar el Tesoro ubicado en Luján.  Realizados los descuentos para los “libertadores”, el Tesoro de 1.500.000 en monedas de plata fue enviado a Londres donde sería paseado en ocho grandes carruajes engalanados con las Banderas de la Marina española, la Roja y Gualda y la Blanca con la Cruz de San Andrés que luego harían guardia en el tesoro del Bank Of London junto a lo robado en el Río de la Plata.
Liberado Buenos Aires, White fue detenido y considerado por la Fiscalía un “extranjero corrompido”, pero delictivamente sólo un “infidente para facilitar la invasión”. El cargo era muy liviano por lo que fue enviado a la Guardia del Salto (hoy en la de Provincia de Buenos Aires) donde se comentaba que la justicia aplicaría la pena de muerte por traición y saqueo. Pero no fue así. En semanas a White se le permitió llegar a Luján donde estaba alojado el general Beresford junto con otros prisioneros como el perjuro coronel Pack y el Mayor Tolley del Regimiento 71 ubicado cómodamente en San Antonio de Areco. Estos “señores” entretenían sus ocios jugando al golf y al cricket. Entre partido y partido se comunicaban con vecinos y “Hermanos”… de Buenos Aires partidarios de una “independencia” a la malvinense por lo que Beresford dispuso los planes para una segunda invasión.
En Buenos Aires los agentes de la red Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Aniceto Padilla (estos sujetos recibirían una renta de por vida para premiar los servicios prestados) iniciaron los contactos con partidarios de una independencia (SIC) con Inglaterra. El 10 de febrero de 1807 el Cabildo presionó a la Real Audiencia para que destituyese al Virrey Marqués de Sobremonte. Una semana después Rodríguez Peña y Padilla consiguieron la entrega de Beresford quien pasaría al Real de Montevideo (ocupado por Auchmuty), junto con White. En Montevideo nuestro “ilustre” biografiado ocupó cargos muy cercanos al jefe británico general Whitelocke. Beresford informó por entonces al Ministro Castlereag que White había prestado importantes servicios la causa británica.
“Business are business”, dogma para White que en esos meses importó a Montevideo grandes cantidades de telas desde Londres. Cientos de esos paquetes llegaron a manos de Liniers que los necesitaba para uniformar a sus tropas. No de balde los ingleses dejaron para la posteridad este concepto de su fiel amigo: “Es un hombre inteligente, bien informado, y que conoce la región”.
Cuando Whitelocke fue obligado a dejar el Real de San Felipe y Santiago de Montevideo, el Gobernador Elío puso en prisión a White y consideró la posibilidad de ajusticiarlo por traición. Años después cuando la Provincia Oriental había sido entregada por el Director Pueyrredon a un Portugal tan satelizado que el Comandante Supremo de sus Fuerzas Armadas lo era el General Beresford, White estaba detenido en Montevideo, no precisamente por ser honesto en sus negocios. El invasor ocupante, el general Carlos Federico Lecor, recibió de William Carr Beresford, la orden de dejarlo en libertad de inmediato.
Pero veamos un pantallazo del White durante la Revolución de Mayo a la que se vinculó con negocios de armas y barcos hasta la caída del “Hermano” Alvear, en 1815. Luego de ese espacio de tiempo aparece de tanto en tanto, en dificultosa situación pero siempre con la protección del delegado de Gran Bretaña en Portugal: Guillermo Carr Beresford. Estallado el movimiento de Mayo de 1810, White, arregló su chaqueta y se incorporó al Juntismo. Fletó entonces barcos para la causa, pero el negocio le produjo déficit. Ello lo hizo reaccionar reclamando al gobierno por sus gastos. Así le contestó el ministro Larrea: “Usted ha sufrido grandes desembolsos, todo será reparado por un gobierno que no puede desconocer justas reclamaciones”. Veamos como rehízo sus “ahorrillos” dando noticias de nuestras fuentes.
Hace pocos meses en Montevideo, se publicó con el Sello de “Editorial Banda Oriental” un muy buen trabajo del Oriental doctor Luciano Alvarez titulado “Intrigantes, Valientes y Traidores”.
En el capítulo que disecciona al “patriota”, el autor dice lo siguiente: “Especuló con los salarios de la tropa. Argumentando la falta de efectivo pagaba con mercadería de sus almacenes al precio que el mismo fijaba. Los soldados debían venderla para hacerse dinero y sus testaferros la recompraban a vil precio. Para cerrar el negocio, White reclamaba al gobierno los sueldos supuestamente adelantados de su peculio”. Ésta fue sólo una perla del “honestior”. Lo cierto es que su periplo fue un misterio hasta su regreso a Buenos Aires, en 1835. Dicen que murió pobre el 3 de enero de 1842. Pero sus descendientes tuvieron acceso a una importante fortuna. Los protegió un “caballero muy querido” por paraguayos y orientales dado que fue su “libertador”. Esa persona se llamó Bartolomé Mitre y es el mismo que el gran historiador mexicano Carlos Pereyra llamó “mediocridad engreída”. El “buen” señor firmó un acuerdo con Estados Unidos aprobado por ley del 3 de octubre de 1863 mediante el cual se pagaría a los herederos de White 350.000 pesos plata amonedada, expidiéndose en su favor títulos de fondos públicos al 6 por ciento anual y uno de fondo de amortización acumulativa. Desde 1893 su nombre lo detenta una calle en la porteña Villa Luro. La vía nace en Rivadavia 9202 y termina en Echeandía 4401.  Esta es una forma subliminal de escribir “historia” para “La Pobre Gente”, como tituló uno de sus dramas, el Oriental Florencio Sánchez.
 

Luis Alfredo Andregnette Capurro

lunes, 14 de octubre de 2013

TODO UN PUEBLO EN MISION*

Ramiro de Maeztu

Toda España es misionera en el siglo XVI. Toda ella parece llena del espíritu que expresa Santiago el Menor cuando dice al final de su epístola, que: "El que hiciera a un pecador convertirse del error de su camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados". (V, 20.) Lo mismo los reyes, que los prelados, que los soldados, todos los españoles del siglo XVI parecen misioneros. En cambio, durante el siglo XVI y XVII no hay misioneros protestantes. Y es que no podía haberlos. Si uno cree que la Justificación se debe únicamente a los méritos de Nuestro Señor, ya poco o nada es lo que tiene que hacer el misionero; su sacrificio carece de eficacia.

La España del siglo XVI, al contrario, concibe la religión como un combate, en que la victoria depende de su esfuerzo. Santa Teresa habla como un soldado. Se imagina la religión como una fortaleza en que los teólogos y los sacerdotes son los capitanes, mientras que ella y sus monjitas de San José les ayudan con sus oraciones; y escribe versos como estos:

"Todos los que militáis
debajo de esta bandera,
ya no durmáis, ya no durmáis,
que no hay paz sobre la tierra."

Parece como que un ímpetu militar sacude a nuestra monjita de la cabeza a los pies.

La Compañía de Jesús, como las demás Ordenes, se había fundado para la mayor gloria de Dios y también para el perfeccionamiento individual. Pues, sin embargo, el paje de la Compañía, Rivadeneyra, se olvida al definir su objeto del perfeccionamiento y de todo lo demás. De lo que no se olvida es de la obra misionera, y así dice: "Supuesto que el fin de nuestra Compañía principal es reducir a los herejes y convertir a los gentiles a nuestra santísima fe". El discurso de Laínez fue pronunciado en 1546; pues ya hacía seis años, desde primeros de 1540, que San Ignacio había enviado a San Francisco a las Indias, cuando todavía no había recibido sino verbalmente la aprobación del Papa para su Compañía.

Ha de advertirse que, como dice el P. Astrain, los miembros de la Compañía de Jesús colocan a San Francisco Javier al mismo nivel que a San Ignacio, "como ponemos a San Pablo junto a San Pedro al frente de la Iglesia universal". Quiere decir con ello que lo que daba San Ignacio al enviar a San Francisco a Indias era casi su propio yo; si no iba él era porque como general de la Compañía tenía que quedar en Roma, en la sede central; pero al hombre que más quería y respetaba, le mandaba a la misionera de las Indias. ¡Tan esencial era la obra misionera para los españoles!

El propio P. Vitoria, dominico español, el maestro, directa o indirectamente, de los teólogos españoles de Trento, enemigo de la guerra como era y tan amigo de los indios, que de ninguna manera admitía que se les pudiese conquistar para obligarles a aceptar la fe, dice que en caso de permitir los indios a los españoles predicar el Evangelio libremente, no había derecho a hacerles la guerra bajo ningún concepto, "tanto si reciben como si no reciben la fe"; ahora que, en caso de impedir los indios a los españoles la predicación del Evangelio, "los españoles, después de razonarlo bien, para evitar el escándalo y la brega, pueden predicarlo a pesar de los mismos, y ponerse a la obra de conversión de dicha gente, y si para esta obra es indispensable comenzar a aceptar la guerra, podrán hacerla, en lo que sea necesario, para oportunidad y seguridad en la predicación del Evangelio". Es decir, el hombre más pacífico que ha producido el mundo, el creador del derecho internacional, máximo iniciador, en último término, de todas las reformas favorables a los aborígenes que honran nuestras Leyes de Indias, legítima la misma guerra cuando no hay otro medio de abrir camino a la verdad.

Por eso puede decirse que toda España es misionera en sus dos grandes siglos, hasta con perjuicio del propio perfeccionamiento. Este descuido quizá fue nocivo; acaso hubiera convenido dedicar una parte de la energía misionera a armarnos espiritualmente, de tal suerte que pudiéramos resistir, en siglos sucesivos, la fascinación que ejercieron sobre nosotros las civilizaciones extranjeras. Pero cada día tiene su afán. Era la época en que se había comprobado la unidad física del mundo, al descubrirse las rutas marítimas de Oriente y Occidente; en Trento se había confirmado nuestra creencia en la unidad moral del género humano; todos los hombres podían salvarse, esta era la íntima convicción que nos llenaba el alma. No era la hora de pensar en nuestro propio perfeccionamiento ni en nosotros mismos; había que llevar la buena nueva a todos los rincones de la tierra.

Tomado de: Defensa de la hispanidad

viernes, 13 de septiembre de 2013

CASEROS: LA TRAGEDIA DE LA PATRIA

Más de un siglo y medio atrás, se derrumbaba el ideal de una Patria Grande y Libre cimentada en la espléndida realidad metafísica y geopolítica del Virreinato del Río de la Plata.

El episodio bélico culminado en la tarde del 3 de febrero de 1852 en los campos de Caseros marcó un “Nuevo Orden” en nuestra región. Cambiaba entonces no sólo la situación existente sino hasta las posibilidades de restauración de la nación que venía siendo despedazada. Aciaga tarde para las armas nacionales. Ya no podría ser la “unidad de destino en lo universal” forjada en sus inicios por caudillos como Irala, Garay, Hernandarias y por obispos como Trejo y Sanabria quienes en el buen combate hicieron posible la concreción en 1776 de la estrategia de Don Carlos III. El reino del Plata surgía entonces para la defensa del Imperio Hispánico. Pero las horas trágicas llegaron y el espacio legítimo se fue achicando. Primero, la separación de la Provincia del Paraguay férreamente controlada por el Dr. Francia. Luego, el Alto Perú, cuando los Rivadavianos del Congreso Constituyente de 1824 autorizaron a esa región a “disponer de su suerte”. Después y al estallar la guerra con el Imperio del Brasil, Gran Bretaña maniobra diplomática y financieramente hasta llegar al 27 de agosto de 1828. Ese día se firma la Convención Preliminar de Paz con la que el “mediador” Mr. Ponsomby secciona con certero tajo nuestra Provincia Oriental.


El interés político y comercial de Gran Bretaña pesaba más que el destino de un territorio, especie de Prusia, por ser marca entre los imperios y unido a las demás provincias “por los lazos más sagrados que el mundo conoce”. Así lo que José Artigas planteara en 1813 por escrito y a viva voz: “ni por asomo la separación nacional”. El mismo destino que marcara Juan A. Lavalleja en encendida proclama donde con real sentido integrador habla a los “argentinos orientales”. Conmovedora vocación de unidad nacional en la que se insistió tanto en la Asamblea provincial de 1825 reunida en la Florida, como en el Congreso Constituyente cuando se trató la ley de Reincorporación.

Para la Patria amputada no hubo fronteras. Ellas no podían separar las raíces y los problemas. La tierra y los muertos eran los mismos, así como los agresores. Por eso una línea imperturbable sin ceder nada fue la característica de la ecumenidad platense. Incluso en la defensa de la golpeada integridad. Claro lo acontecido en la Batalla de Arroyo Grande, donde el General Manuel Oribe regresado de combatir logistas y metecos, hiere de muerte el proyecto balcanizador ideado por Berón de Astrada con Fructuoso Rivera y que se dio en llamar Federación del Paraná.

A partir de 1847-48 hay un “vacío de Poder” en el Plata. La presencia de las potencias interventoras europeas es mucho más débil dada la agitación promovida en el hemisferio norte por el revolucionarismo utópico expandido por las logias masónico-carbonarias. Sucede que, desde 1789, Europa vive la convulsión provocada por las concepciones culturales de una burguesía escéptica y materialista que maneja el poder del dinero.

El Imperio del Brasil apareció entonces en nuestro espacio haciendo su viejo juego conocido como la“ilussao do Prata”. El choque con la Confederación Argentina se hizo inevitable. Ni corto ni perezoso el gabinete de Londres vio la posibilidad que con la caída de Rosas se entronizara un dominio Braganza como sub-imperio dependiente de los financieros de la City. La Banca Rothschild entró en escena jugando fuerte. Lord Palmerston apoyó y resolvió que “el Brasil está en su perfecto derecho de que cese el gobierno del General Rosas…” (Herrera y Obes a Eugenio Garzón, 28 de agosto de 1851). Justo José de Urquiza, que “manejaba todas las monedas menos la de la lealtad” fue tentado y se integró a la conspiración. Millones en subsidios para el judas mesopotámico, libre navegación de los ríos interiores y su correlato “la apertura económica para los especuladores capitalistas”.

En tanto, el Estado Oriental quedaba enfeudado por los empréstitos, perdiendo decenas de miles de kilómetros cuadrados cedidos al Imperio. Era el regreso a la vieja Provincia Cisplatina, de Juan VI y Pedro I. El General Oribe fue neutralizado mediante el soborno traidor de sus jefes y oficiales. El mismo trabajo de zapa se realizó hasta en “Santos Lugares” con allegados al Restaurador. La Libertad y la Constitución estaban en los bolsillos de los prostituidos. “Nihil novus sub sole”.

El Duque de Caxias, Justo J. de Urquiza y César Díaz con las marionetas del Pronunciamiento cumplieron su rol. Se dio la batalla y Caseros fue un acontecimiento sin retorno. El poder fuerte del sur desapareció. La hegemonía del Imperio Brasileño era un hecho. El camino para fagocitarse al Paraguay estaba abierto. Se cerraba el capítulo Juan Manuel de Rosas, el más importante y rico en la lucha por la Patria Grande de Iberoamérica. Entrábamos al mundo del capitalismo liberal con un estado cartaginés y donde “hasta la industria típicamente criolla de los saladeros, cayó en sus manos”.

Sin embargo la figura del “Caudillo fascinante” siguió siendo punto de referencia en la tradición criolla. Cuentan cronistas, como Cuningham Graham, que muchos años después de derrocado Don Juan Manuel vio algún paisano entrar a una pulpería y mirando al gringo con ojos centelleantes, clavó su facón en el mostrador, gritando fuerte: “¡Viva Rosas!” En esta apelación a la vida está el eje diamantino de nuestra lucha para vertebrar la Patria Una Grande y Libre que no podrá ser desde el materialismo ateo liberal-socialista. Nuestro destino fue mostrado por Rubén Darío:

“Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos
formen todos un haz de energía ecuménica sangre
de Hispania fecunda, sólidas ínclitas razas muestren
los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo”.
Luis A. Andregnette Capurro

viernes, 30 de agosto de 2013

Pitt el Joven, o el mejor ministro de Hacienda de la historia inglesa.

Por Julio Irazusta

El hombre que ejerció durante el periodo más largo de la historia inglesa la jefatura del gobierno imperial fue Pitt el joven. Entre las cualidades que le permitieron alcanzar ese plazo de duración, luego de un lustro de inestabilidad política, desde las postrimerías de la guerra de América hasta el advenimiento del niño prodigio que fue nuestro personaje, brillaban su impecable oratoria, su austeridad ostentosa, su insuperable capacidad de maniobra parlamentaria; pero, sobre todo, su mente matemática, que le daba neta superioridad sobre sus colegas en los debates acerca de las finanzas públicas. Indudablemente no fue un gran estratego como su padre lord Chatham, el hombre que aseguró la preponderancia de Inglaterra en Europa, expulsando a los franceses de la India y el Canadá, y echó las bases del imperio mundial que sus continuadores crearon, siguiendo sus métodos, después de la perdida de los Estados Unidos. Con razón respondió su madre sin vacilar a una pregunta sobre quién había sido más grande, si su marido o su hijo, que el primero.

Pero sobre lo que no hay duda alguna entre los historiadores es que fue el mejor ministro de Hacienda de la Gran Bretaña. Su preceptor Addington le halló condiciones para descollar en las matemáticas, y en consecuencia le hizo estudiar con ahínco los Principia de Newton. Se hizo tan diestro en el manejo de los números, que sus discípulos sobre materias financieras sobresalen en la historia parlamentaria universal por su precisión y claridad, sin otro parangón posible que los del luminoso marsellés Adolfo Thiers.

No era un creador. Amigo y admirador de Adam Smith, jamás pasó de discípulo a maestro. Con una ingenuidad en la que lo acompañaban sus rivales Fox y Burke –aunque este pasó a sus filas, por motivos ideológicos, en la época de la Revolución Francesa-, creyó en el interés acumulativo del dinero, como medio de amortizar la deuda nacional. En suma, no fue por sus conocimientos técnicos que restauró las finanzas públicas desquiciadas por guerra de América sino por su acrisolada honradez.

Como la mitad del éxito en la materia depende de la confianza de la opinión en el hombre llamado a manejar el tesoro público, y él carecía de antecedentes conocidos –a no ser la famosa austeridad de su padre lord Ghatham- por tener 23 años al asumir la jefatura del gobierno, se aplicó a merecer aquella confianza, persuadiendo con hechos intergiversables la noción de su propio desinterés y honestidad. Siendo su renta de huérfano pobre, muy pequeña para un político inglés de aquella época (300 libras al año), rechazó una prebenda de 5 mil libras anuales a que tenía derecho todo primer ministro al ocupar el cargo. Mantuvo las medidas de saneamiento financiero tomadas por sus antecesores liberales a quienes había derrotado, pese a que ellas se habían establecido contra la voluntad de Jorge III que lo había nombrado ejerciendo la prerrogativa regia contra las mayorías parlamentarias. Creó el sistema de la licitación pública para la emisión de títulos de la deuda, que antes se colocaban por medio de agentes elegidos entre los favoritos del oficialismo.

Desde su primer año de gobierno terminó el ejercicio financiero con superávit en el presupuesto. Y en el lustro largo de paz en que gobernó antes de estallar las guerras revolucionarias y napoleónicas, acumuló reservas de dinero que le permitieron sostener una década de lucha gigantesca, manteniendo la convertibilidad monetaria de papel a oro, cuando todos los otros beligerantes estaban en inflación y con monedas arruinadas por los gastos militares.

Ahora bien, este excepcional ministro de Hacienda, sin disputa el mejor de la historia británica, no sabía manejar sus propias finanzas. En las postrimerías de su administración se dejó convencer de que se su rango era incompatible con la modestia de sus recursos personales. Y a la muerte de lord North (el primer ministro famoso por haber perdido las colonias americanas, como Erastótenes por haber incendiado la Biblioteca de Alejandría) aceptó la jefatura de los Cinco Puertos de que aquél disfrutaba, y cuya remuneración era de 5 mil libras anuales. Esta canonjía significaba para Pitt la renta de una gran fortuna. Pero el descuido con que siguió manejando su casa, entregada a la dirección de una sobrina medio alocada (la lady Stanhope, que fue la amante de Miranda), llegó a los mayores extremos del primer ministro en 1806, a los 45 años de edad, lo único que dejaba como herencia eran deudas. Por 45 mil libras, que por voto unánime del Parlamento fueron pagadas por el Estado, sin olvidar a sus legítimos herederos, favorecidos con suculentas pensiones, entre las cuales la más cuantiosa se asignó a lady Stanhope.

Estos hechos plantean el problema de saber si es aconsejable que los ministros de Hacienda –que hoy se llaman de Economía- sean o no hombres de fortuna personal, de quienes los franceses dicen que tienen la bosse des affaires, o sea la circunvolución cerebral de los negocios. La experiencia histórica parece probar que el espíritu de lucro personal, desarrollado al extremo, no es muy compatible con el honrado manejo de las finanzas. Otro de los famosos ministros de Hacienda británico, Godolphin, que actuó a principio del siglo XVIII, como Pitt al final, se le asemeja en que no lucró con la función pública: teniendo una fortuna de 10 mil libras al ocupar el cargo, dejó a sus herederos una suma igual, después de diez años de administración ejemplar. Por el contrario, los hombres que llevan de frente el manejo de las finanzas públicas con la gestión de sus negocios personales suelen ser ministros prevaricadores y arruinadores de sus países.

Es muy difícil que un hombre dotado del espíritu de lucro, incluso aquel que se haya enriquecido por medio ilegítimos, tenga a la vez el absoluto desinterés indispensables para el recto y limpio del tesoro público. Puede darse el caso, pero como excepción rarísima.

Con la complicación de los negocios en las sociedades de economía compleja, altamente desarrolladas, se ha vuelto común que los gobiernos apelen a los capitanes de la industria para el Ministerio de Hacienda, como es frecuente verlo en los últimos tiempos en los Estados Unidos; presidentes y secretarios de Estado, inmensamente ricos antes de llegar a los primeros cargos de la administración, se portan correctamente. Pero allí los intereses de los plutócratas coinciden con los de la nación, y aquellos adquirieron en el largo ejercicio de la conducción nacional, en una empresa afortunada, cierto sentido aristocráticos del servicio desinteresado, como lo muestra la práctica que se ha impuesto como una consuetuda política para esos casos: los hombres de negocios, o de gran fortuna heredada, favorecidos por el honor de la función pública, liquidan sus bienes al asumir el cargo –como Kennedy o Wilson- para invertir todo lo que tienen en títulos de la deuda nacional, a correr la suerte de los administrados, según sea la tendencia favorable o adversa que ellos mismos imprimieron a la administración nacional.

La experiencia argentina no abona la conveniencia de llamar a los hombres triunfantes en los negocios privados para dirigir las finanzas públicas. No se sabe de ninguno que haya imitado el ejemplo de liquidar todos sus bienes para colocarlos en títulos de la deuda nacional. Los más de ellos salieron de ese almácigo de personeros de la finanza internacional que nos expolia por su intermedio, gobierno invisible cuya venia es lo único que entre nosotros permite acceder a la gran fortuna. O que incorporaron a esa oligarquía de servidores del interés privilegiado extranjero que hace aquí las veces de clase dirigente. Y entre todos han fabricado la crisis aparentemente insoluble –que cada uno de ellos se empeña en agravar- en la cual los conductores de la economía argentina han mostrado cómo se puede hacer de la bancarrota nacional una fuente de riqueza privada.



Azul y Blanco, Buenos Aires, 2ª. época, 22 de julio de 1966.

miércoles, 7 de agosto de 2013

La cultura durante el bloqueo francés


Por: Manuel Galvez

La Argentina de 1838 no puede soportar un largo bloqueo. El país sólo produce lo suficiente para comer. De Europa viene lo que necesitamos para vestirnos, salvo los ponchos y otros tejidos; para construir las casas y amueblarlas; para cultivar el espíritu; para curar los males del cuerpo. El gaucho puede vivir en un ranchito y alimentarse con un zoquete de carne. Pero no el hombre de las ciudades. El bloqueo puede traer la miseria, la desesperación y la muerte. Lo saben nuestros enemigos. En 1840, el ministro Thiers dirá en la Cámara de Diputados de Francia que el bloqueo “reducirá a una enojosa situación, a una situación casi desesperada, a los habitantes de Buenos Aires”.

Ha comenzado el martirio de los argentinos. Ni vendrá de Europa lo necesario para vivir, ni el Gobierno, suprimidas las entradas de aduana, podrá pagar a los empleados, ni comprar armas, municiones y caballos para el ejército que combate contra Bolivia. Habrá que alcanzar la sobriedad del gaucho. Pero la patria se mantendrá libre.  Juan Manuel de Rosas va a defenderla con uñas y dientes. Preparémonos para asistir a su obra maestra, a la mayor de sus grandezas. Sólo su poderosa energía, su patriotismo, la dureza de su mano, su genio organizador y su finísimo talento diplomático pueden realizar estos milagros: vivir sin recursos, aplastar a los traidores y a los débiles que no soportan las privaciones, y vencer a la primera nación del mundo.

¿Cómo recibe el ánimo de Rosas la noticia del bloqueo? Con indignación y con resolución de resistirlo. Se sobrepone serenamente a todos los peligros y acepta el duelo. Y como conoce, desde 1829, las maquinaciones de algunas cortes europeas contra las naciones americanas, sabe que este atropello de Francia es una agresión contra la independencia de América. La causa argentina es una causa americana.

Los unitarios –incomprensivos, como todos los fanáticos de una doctrina- imaginan que a Rosas le place el conflicto, y aun que él mismo lo ha provocado, para aumentar su poder, vengarse a gusto y ejercer a mansalva su barbarie ingénita. No piensan que para él esta lucha puede resultar una catástrofe. Su patria corre el riesgo de ser arruinada y perder su independencia; y si alguien la ama es él. Y él mismo puede perder su prestigio, el gobierno, sus bienes y su propia vida. Un cobarde o acomodaticio, sin fe en sí mismo ni en su pueblo, sin confianza en la justicia, cedería. Pero Rosas no cederá. El cree en la justicia humana y en la justicia de Dios.

Medidas drásticas

Apenas comenzado el bloqueo francés de 1838, Rosas encara, enérgica y rápidamente, el problema de la falta casi absoluta de recursos. Reduce el número de los empleados y disminuye los sueldos. El presupuesto de la Universidad, fijado en más de treinta y cinco mil pesos anuales, para 1838, baja a dos mil novecientos; el de la Inspección de Escuelas, de cuarenta mil cuatrocientos sesenta a dos mil trescientos. Economiza cuatrocientos mil en el de Gobierno. Suprime del presupuesto a la Casa de Expósitos y a los hospitales.

No las escuelas ni la Universidad, como mienten sus adversarios. Lo que desaparece es la gratuidad de la enseñanza. Cada alumno pagará una cuota proporcionada, hasta cubrir el presupuesto del establecimiento. El que no pague será despedido; y solo en caso de no reunirse la cantidad necesaria se cerrará la escuela. “¡Odio a la cultura!”, declamarán sus enemigos. No, sino necesidad de existir y de ser libres. Más importa la independencia que el saber. Más de un siglo y medio después, todos opinamos como Rosas. Pero los unitarios de su tiempo creen que la cultura es más necesaria que la independencia.

Empréstito Voluntario

Para la enseñanza como para otros renglones de la administración, Rosas cuenta con el dinero de los pudientes. Este procedimiento democrático de imponer a los ricos las grandes cargas, ya lo ha hecho otras veces, como al empezar la guerra con Bolivia. En los días anteriores a la declaración del bloqueo, ha logrado el mayor éxito: un nuevo empréstito voluntario. ¿Ha ordenado Rosas secretamente, por medio de sus adictos, que todos contribuyan a costear las escuelas y los hospitales? Sólo sabemos que se reúnen sumas considerables. Algunos entregan una cantidad por una vez. La mayoría se suscribe con cantidades mensuales, semestrales o anuales. En La Gaceta publícanse nombres y cifras. Y ningún hospital ni ninguna escuela deja de funcionar un solo día.

No se cierra sino el Colegio de Huérfanos. Los niños no son abandonados en la calle sino distribuidos entre familias de buena situación. El de Huérfanas se sostiene, desde el primer día, con el producto del trabajo de las alumnas y llegará a obtener saldos favorables. Años después, en mejores tiempos, Rosas le acordará una subvención mensual.

La Universidad sigue funcionando normalmente. Los profesores no cobran sueldo. Si se suprimen cátedras es por no haber quien las dicte. Cuando la situación mejora, la Universidad recibe cortas partidas. El número de los graduados en Medicina, que fue de treinta y dos el último año del primer gobierno de Rosas, se reduce a una cifra que varía entre seis y uno por año. En Jurisprudencia, en uno de los últimos años del gobierno de Rosas, se reciben doce. La disminución de los estudiantes se explica. En su mayoría, las familias distinguidas son unitarias o federales enemigas de Rosas, y sus hijos emigran jovencitos al Uruguay o al Brasil.

Loa unitarios y sus diversos aliados, culpables directos de que al Gobierno le falten recursos para las más exigentes necesidades, y los falsificadores de nuestra historia, pintan a Rosas como a un enemigo de la cultura, que se aprovecha del bloqueo y de las guerras para suprimir las escuelas y la Universidad y así dominar mejor al pueblo barbarizado.

FuenteGálvez, Manuel – Vida de Don Juan Manuel de Rosas. 

martes, 23 de julio de 2013

LAS DOS ARGENTINAS (ultima parte)

Por: Fernando Romero Moreno

Llegamos a la Revolución Libertadora: explicable y justificable en la línea de Lonardi, aunque habría que profundizar la influencia de los británicos, de la masonería y del catolicismo liberal en su génesis. Justificable dado el carácter anticlerical del justicialismo en los años 54- 55, más la aparición, tolerada ya por el General Perón, de un nacionalismo marxista dentro del Movimiento. Lo cierto es que Lonardi quiso “destronar” a Perón pero conservando los aspectos positivos logrados durante el ciclo 1943- 1955. El proyecto (en alianza con liberales, socialistas, radicales y demás exponentes de la “vieja” política) era inviable y no duró. Un golpe palaciego del sector “democrático” (con el apoyo de partidos políticos de derecha y de izquierda) lo derrocó, acusando a Lonardi de estar rodeado de “nazis” y de ser tolerante con el régimen depuesto… Y empezó la violencia, otra vez desde los sectores “ilustrados” (como Moreno y Castelli contra Liniers, como los Unitarios contra Dorrego, como Sarmiento contra los gauchos), identificados, como ellos mismos decían, con la “línea Mayo- Caseros”. Se prohibió el partido peronista y sus símbolos partidarios, muchos profesores debieron abandonar sus cátedras (algunos de ellos, católicos que, por ej. habían sido peronistas pero apoyaron la Revolución Libertadora debido al conflicto con la Iglesia), se intervino a la CGT…y se restauró  el capitalismo prebendista, la sumisión al FMI, la entrega de la Universidad a la izquierda y de la cultura a la masonería o grupos afines a la misma. La Revolución del Gral. Valle en 1956 – contra el “liberalismo rancio y laico” como dice en su última proclama – fue una reacción nacional. Valle era católico y de simpatías nacionalistas. No era nazi ni autoritario ni comunista (a pesar de la “reivindicación” que de su figura hace siempre el peronismo de izquierda). Pero los “gorilas” quisieron dar una “lección” y lo fusilaron. Fusilaron a él y a todos los sospechosos que pudieron encontrar, tanto militares como civiles. La consecuencia lógica hubiera sido que la reivindicación de Valle y de su rebelión corriera exclusivamente a cargo del peronismo ortodoxo (no de la ortodoxia “corrupta” y criminal del lópezrreguismo, por supuesto) y eventualmente del nacionalismo, al menos el más cercano al justicialismo. Algo de eso hubo en la acción política de Marcelo Sánchez Sorondo, Mario Amadeo, Juan Carlos Goyeneche y Alberto Ezcurra Uriburu, con las diferencias entre ellos que es de rigor señalar (por caso Amadeo terminó ligado al frondicismo y Sánchez Sorondo al peronismo, a diferencia de Goyeneche y Ezcurra que siguieron fieles a la tradición nacionalista). Pero aparecieron dos fenómenos que complicaron aún más el panorama político argentino y que explican parte de la Guerra Civil que enlutara a la Argentina entre 1959 y 1979: el nacionalismo de izquierda – al calor de la Revolución Cubana – y el catolicismo tercermundista que derivó en las teologías de la liberación de inspiración marxista. Y se dio lo que hasta entonces hubiera sido inexplicable: jóvenes que, bajo los símbolos de la Cruz y la Bandera, reivindicando a Rosas y los Caudillos Federales, y pidiendo una Patria “Justa, Libre y Soberana”,  se alistaron en las filas de la Revolución Mundial. Fue la época del llamado “socialismo nacional” y del “revisionismo histórico popular”. De Hernández Arregui, Astesano, Puigróss, Abelardo Ramos y   del “coqueteo” con la izquierda de “Pepe” Rosa, Fermín Chávez y Arturo Jauretche (aunque no toda la “izquierda nacional”, a pesar de sus gravísimos errores intelectuales, se solidarizara plenamente con las organizaciones armadas…el caso del “Colorado” Ramos es un ejemplo de lo que decimos). El clima que dio origen a Montoneros, la banda terrorista que se inició “vengando” la muerte del Gral. Valle y terminó siendo parte de la estrategia cubana de infiltración en toda América Hispana. Contra lo que suele decirse hoy, los nacionalistas de extracción católica fueron, en su gran mayoría, ajenos al “giro izquierdista” de esa parte de la juventud argentina. Y sobre todo el P. Meinvielle como el Prof. Jordán B. Genta denunciaron el error que, al respecto, significaba un falso nacionalismo influenciado por el clasismo, el socialismo y el populismo. Aunque el primero – y, como él, Leonardo Castellani, Carlos A. Sacheri o Alberto Ezcurra Uriburu – no vieran como intrínsecamente mala una colaboración con el peronismo “ortodoxo”, a diferencia de Genta…. Pero lo cierto es que otra vez quedamos “atrapados”: entre los yanquis y el soviet, como dijera Ramiro de Maeztu. O entre los yanquis y Fidel Castro, para ser más precisos (ya sabemos que la Unión Soviética jugó a dos puntas, según sus conveniencias).Subversión, represión mal hecha – con asesoramiento del Primer Mundo -, deuda externa y un largo etcétera, empujaron a la Argentina al borde del abismo. El heroísmo épico de muchas víctimas del terrorismo marxista (Rucci, Larrabure, Sacheri, Genta, Amelong), de tantos combatientes de la Batalla por Malvinas (Giachino, el “Perro” Cisnero, el Tte. Roberto Estévez, pilotos de Fuerza Aérea como Falconier) o de las rebeliones “carapintadas” (sobre todo Seineldín), no lograron impedir la crisis aparentemente terminal de la Argentina….Pero no nos adelantemos…
A partir de 1976, el liberalismo extranjerizante encontró refugio, primero, en el Proceso de Reorganización Nacional (1976- 1983) y luego en el menemismo (1989- 1999). La centro- izquierda socialdemócrata, en el radicalismo de Alfonsín (1983- 1989), origen de la Revolución cultural que hoy padecemos. Y parte de la izquierda “nacional”, en síntesis con la “contracultura progre”, en el “kirchnerismo” actual (2003- 2011)… Esos hitos marcan la entrada de la Argentina en el Nuevo Orden Mundial, en sus vertientes neoconservadora (el Proceso y los 90) como progresista (“alfonsinismo” y “kirchnerismo”). ¿Habrá muerto para siempre la Argentina Tradicional? ¿Será vana la esperanza de una nación cristiana  que, “en serio”, sea políticamente soberana, económicamente independiente y socialmente justa? ¿Quedaremos a merced del imperialismo norteamericano o del Nuevo Orden Mundial de la ONU?...
La tensión entre dos polos (Tradición y Revolución) que registran la Argentina y demás naciones de Occidente desde hace siglos, parece diluirse hoy por el triunfo aparente de la Revolución y de la Modernidad laicista, a lo que debemos sumar la sumisión colonial de nuestra Patria al mundialismo masónico. Por supuesto que Tradición o Revolución, Patria o Colonia son contraposiciones que hay que entender en relación con las “Dos Ciudades” de San Agustín, no al modo del dualismo o de la dialéctica hegeliana. Nuestra Tradición hispánica, como dijimos al inicio de este escrito, ya vino bastante "contaminada" de errores “modernos” (de allí, probablemente, nuestro “catolicismo mistongo” que denunciara Castellani). A la vez, ciertos partidarios de la Revolución reclamaron, en lo accidental, algunos cambios que eran justos y atendibles: mayor atención al crecimiento económico, menos clericalismo, apertura a la ciencia y la tecnología...También sobre esto se explayó Castellani, a propósito de Sarmiento. Hablar por lo tanto de las “Dos Argentinas” no nos debe llevar a un maniqueísmo simplista y esquemático…”Todo lo nacional es nuestro” decía Maurras, y siempre que sepamos justipreciar acontecimientos o personajes históricos desde el Orden Natural y Cristiano, podremos “dar a cada uno lo suyo”, sin leer el pasado en “blanco y negro” o con “anteojeras ideológicas”……
El tiempo dirá si la restauración de la Argentina, de una Comunidad Hispánica de Naciones y de la Cristiandad son posibles. Pero a nosotros nos toca seguir combatiendo por los valores de siempre. Como decía Hugo Wast: “Nuestros ideales son aquellos que dan sentido a la vida cuando se vive por ellos y los que dan sentido a la muerte cuando se muere por ellos: Dios, Patria y Familia”.

viernes, 5 de julio de 2013

LAS DOS ARGENTINAS: UNA REFLEXIÓN EN TORNO AL BICENTENARIO (2º parte)

Por Fernando Romero Moreno

La caída de Rosas – preparada y financiada por el Brasil – significó, además de 27 años más de guerra civil (1853 – 1880) y la pérdida de las Misiones Orientales y Occidentales, el comienzo de la construcción deliberada del Estado argentino moderno, esto es, centralista, liberal, laicista y económicamente dependiente. Para eso, durante las presidencias de Mitre y de Sarmiento, se reprimió con dureza al federalismo del Interior, sobre todo las rebeliones de caudillos como el Chacho Peñaloza y Felipe Varela en La Rioja, y Ricardo López Jordán en Entre Ríos. El Martín Fierro no es, desde esta perspectiva, un poema lírico, sino una denuncia económica, social, política y religiosa…A esto es menester agregar la ignominiosa Guerra al Paraguay…
   El famoso “modelo” de la Generación del 80 fue, en consecuencia, lo siguiente: una economía ligada de modo casi unilateral al Imperio Británico, que benefició principalmente a la Pampa Húmeda y a las clases ricas, divorciadas ya, en su gran mayoría, del pueblo. Una cultura afrancesada y anglófila, contraria a todo lo que significara catolicismo, hispanidad y americanismo. Una sociedad dividida en dos grupos sociales: oligarquía burguesa (y una incipiente clase media educada en los valores “cosmopolitas y laicos”) y una masa empobrecida…y un  poco por allí, restos de la vieja aristocracia y del pueblo verdadero en el Interior, pero con poca influencia en la configuración del Estado liberal. Un régimen político basado en el fraude y el amiguismo. Y una política internacional claudicante, sobre todo frente al expansionismo de Chile, Brasil y Gran Bretaña…
   La alternativa política a tal esquema – derrotado ya el federalismo tradicional – siguió el siguiente itinerario. Primero hubo una reacción “nacional” entre los conservadores, debido a la disidencia protagonizada por Alsina y al camino emprendido por Avellaneda, a lo cual habría que agregar la empresa de los “católicos sociales” de Félix Frías y Estrada. No tenía la misma fidelidad a la Tradición que caracterizara a la mayoría del federalismo “apostólico”, pero al menos demostró un perfil más patriótico que la “oposición” mitrista y permitió que muchos federales excluidos de la política volvieran a la palestra y pudieran enfrentarse al liberalismo, después de extinguidas las últimas montoneras. Fue el primer Partido Autonomista Nacional (1874), desvirtuado más tarde por el laicismo y el “proteccionismo al extranjero”, pero en el que siempre hubo una “tendencia nacional”, frente a otra más “liberal”. Roca fue su líder histórico y en su persona convivieron de alguna manera las dos tendencias… El conservadorismo “nacional”,  presente de modo principal en la clase alta y media alta, tuvo más protagonismo en los gobiernos civiles de los dos Sáenz Peña, de José E. Uriburu, de Figueroa Alcorta y, ya en el siglo XX, en los gobiernos militares de Uriburu, Lonardi, Onganía y Levingston. En él militaron hombres como Gustavo Martínez Zuviría, Carlos Ibarguren, Federico Martínez de Hoz, Manuel Fresco, Vicente Solano Lima (hasta su triste colusión con el “camporismo”) o Ricardo A. Paz. Con concesiones al liberalismo, con desviaciones serias, pero con un talante más argentino y más cristiano que el otro sector: el liberal de Juárez Celman, Quintana, De la Plaza y, luego, de los militares Justo, Aramburu, Lanusse y Videla.
Otra facción autonomista, contraria al roquismo, es la que dio origen a la Unión Cívica Radical, que tenía muchos resabios de “rosismo” (como supo recordar y defender ese gran político radical que fuera Don Ricardo Caballero). Esto se manifestó de modo claro en el “yrigoyenismo” (que ayudó a “nacionalizar” a los inmigrantes y rescatar a los viejos criollos),  con más presencia en la clase media y en el pueblo, y que luego fuera reivindicado por el nacionalismo popular de FORJA, la agrupación política de Jauretche, Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, García Mellid… Si la heterodoxia del “conservadorismo nacional” fue su relación con la “derecha liberal”, en el caso del yrigoyenismo (como después sucedería con el peronismo), los problemas ideológicos tuvieron origen en el populismo y en la influencia de una “izquierda”, con el tiempo autodenominada “nacional”.
    Junto a la reacción parcial del “conservadorismo nacional” y del “radicalismo yrigoyenista”, hubo otra más integral en torno al año 1930: la que representaron, simultáneamente los Cursos de Cultura Católica y el Nacionalismo. Esta última corriente ahondó en las raíces de nuestra crisis y no dejó tema por estudiar: se ocupó de lo teológico, lo filosófico, lo político, lo económico, lo cultural, defendiendo valores e instituciones como la tradición hispano-católica, la soberanía política, la independencia económica, la justicia social, el federalismo de base municipal, la representación corporativa, etc… y contribuyó a una revisión integral de la historia patria. Sus hombres más relevantes, en los años 30 y 40  fueron Julio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio, César Pico, Roberto de Laferrère, Ramón Doll, Juan Carlos Goyeneche y los más ortodoxos y tradicionalistas (en general) Alberto Ezcurra Medrano, Leonardo Castellani, Jordán Bruno Genta y Julio Meinvielle.
    Las corrientes políticas “nacionales” del conservadorismo y del radicalismo, más el empuje intelectual del nacionalismo católico prepararon el “clima” para la Revolución de 1943 y para la aparición del justicialismo. Perón le agregó a eso el carisma personal, las leyes sociales, la relación con los sindicatos, etc. Todo eso hizo eclosión en el 45. Lo demás es conocido: los aciertos y los errores de Perón, la fidelidad a muchos de los valores de la Argentina Tradicional y también la claudicación, la corrupción, la demagogia y al final, la tiranía. Pero lo importante es que la mayoría del pueblo argentino comprendió el mensaje y se identificó con el proyecto de una Argentina Justa, Libre y Soberana, dentro de un Movimiento Nacional que se definía como “humanista, federal, social y cristiano”. Hasta pudo darse de nuevo la unión de las distintas clases sociales en pos del Bien Común, si las vulgaridades de Perón y las no menos injustas actitudes de la oligarquía liberal y extranjerizante, no lo hubieran impedido. Pero quedaron como aportes valiosos del peronismo histórico – aunque susceptibles de mejoras – la defensa de la cultura criolla y tradicional, la tercera posición internacional, el hispanoamericanismo, el intento de “nacionalizar” e “industrializar” la economía, el solidarismo jurídico, la protección de obreros y campesinos, entre otras cosas.

Continuara...

miércoles, 19 de junio de 2013

LAS DOS ARGENTINAS: UNA REFLEXIÓN EN TORNO AL BICENTENARIO (1ª parte)

Por Fernando Romero Moreno
   
Desde tiempos de la Hispanidad (1492- 1816), la comunidad que luego daría lugar a la Argentina, tuvo dos proyectos políticos distintos en aspectos fundamentales.

Uno cuyo origen podemos encontrar en los Reyes Católicos y en los monarcas de la Casa de Austria (sobre todo Carlos V y Felipe II) - con todos los errores que sea necesario reconocer - pero que en resumidas cuentas suponía la unión en torno a los siguientes valores e instituciones: catolicismo, cultura clásica y americana, mestizaje étnico, armonía entre los estamentos sociales, conciencia territorial, proteccionismo económico, descentralización política e imperio de la ley divino positiva y de la ley natural. A esta herencia debemos gran parte de nuestra identidad: el idioma castellano,  las lenguas indígenas (sobre todo el quechua, el guaraní y el araucano), el arte barroco (pintura cuzqueña, arquitectura “colonial”, folklore tradicional), los fundamentos del orden social occidental (familia, municipio, corporaciones profesionales, Universidad), las raíces del federalismo, la religiosidad popular … Y un Orden Político y Jurídico acorde con nuestra cultura: Cabildos, Audiencias, Gobernadores, Virreyes, Derecho Indiano. Hay que señalar también algunos aspectos negativos heredados de España: instituciones como la esclavitud (aunque notoriamente más benigna que la existente en la América precolombina), algunas desigualdades económicas y sociales, el rigorismo penal, los errores de un sector de la Escolástica española y las tendencias voluntaristas presentes en determinada literatura espiritual pos- tridentina. Pero entendemos que en la balanza, pesa más lo positivo que lo negativo, sobre todo por la gran labor misional y civilizadora realizada por jesuitas, dominicos, franciscanos y multitud de funcionarios fieles a los mandatos de la Corona. Todo esto fue forjándose lentamente en los siglos XVI-XVII y la irrupción de los Borbones en 1713 constituyó el primer golpe mortal a la Tradición: aparecieron el laicismo estatal, el lucro como fin principal de la economía, la centralización administrativa, la transformación parcial de la aristocracia en oligarquía, las claudicaciones diplomáticas frente a Portugal y el afrancesamiento cultural... aunque el absolutismo no haya sido tan grave en América como sí lo fuera en Francia, en Austria y otras naciones europeas. Como consecuencia de este cambio dinástico e ideológico, dejamos de ser uno de los Reinos del Imperio Español para comenzar a recibir, de hecho,  el trato de meras colonias. Es de justicia reconocer que los Borbones hicieron en América varias reformas económicas, militares y geopolíticas necesarias. Pero esto no impidió la “implosión” definitiva del propio Imperio, ni la guerra de la Independencia, en la cual auténticos defensores de la Tradición se encontraron muchas veces enfrentados, por estar en uno u otro lado de la contienda (hubo tradicionalistas “patriotas” como el Padre Castañeda en Buenos Aires y tradicionalistas “realistas” como Francisco Javier de Elío en Montevideo).

   La línea de los Borbones fue continuada, luego de 1810,  por el sector iluminista de la Revolución de Mayo (Moreno, Castelli) y por la tendencia liberal del Partido Directorial (Alvear, Rivadavia), transformado más tarde en Partido Unitario. La consecuencia de este proceso fue la desintegración territorial (quedaron separadas de las Provincias Unidas, la Banda Oriental, el Alto Perú, Paraguay, las Misiones Orientales y Occidentales, y parte de la Patagonia), el desprecio por los indios y los gauchos, el ataque a la tradición católica, el librecambismo que benefició a los comerciantes de Buenos Aires y arruinó a las industrias del Interior, y  la sumisión al imperialismo inglés.

   La reacción no se hizo esperar: caudillos rurales (estancieros, militares) y un sector de la aristocracia, que se sentían identificados con su pueblo, que amaban la tierra, la cultura y la religión heredadas (no las modas de la Europa revolucionaria), se alzaron en defensa de estos principios y de las autonomías provinciales. Artigas, Güemes, Ramírez, López, Bustos, Quiroga, el “Indio” Heredia…y Don Juan Manuel de Rosas, que fue el principal de ellos. Gracias a la política del Restaurador (1829- 1852), después de una anarquía de más de diez años, logramos dos objetivos fundamentales: la restauración del Estado Central (con la consolidación de una nacionalidad propia  y la defensa de nuestra soberanía frente a Francia e Inglaterra) y la protección de la Tradición hispano- criolla y católica. El Partido Federal “apostólico” o rosista era tradicionalista en lo cultural, nacionalista en lo político, proteccionista en lo económico y sobre todo tenía una peculiaridad que después prácticamente despareció de los movimientos políticos llamados “nacionales”: representaba al pueblo (indios, negros, mulatos, mestizos), que eran despreciados por los unitarios “de frac y levita”, y representaba, simultáneamente a lo mejor del viejo patriciado: estancieros, alto clero, intelectuales. Ese federalismo “apostólico”, cuyo principal referente intelectual fue Don Tomás Manuel de Anchorena, representó en el siglo XIX, nuestra corriente política más ortodoxa, teniendo en cuenta las exigencias del Orden Natural y Cristiano y de la Tradición (por supuesto que no pretendemos identificar sin más a la religión católica con el federalismo, pues no todo los católicos fueron federales ni todos los federales, fieles a la Iglesia, pero es un hecho histórico corroborado que la tendencia mayoritaria del Partido Federal “rosista” era ortodoxa y antiiluminista en lo religioso ). Un federalismo cuyo equivalente doctrinario sería en el siglo XX el nacionalismo católico. Hubo dentro del Partido Federal otras líneas populistas y parcialmente heterodoxas, aunque innegablemente patrióticas y a su manera, católicas (Artigas, Dorrego), cuya herencia parece advertirse en el radicalismo yirigoyenista y en el peronismo histórico. El Partido Unitario, en cambio, era una facción de “ideólogos” (masones o “católicos liberales” en su gran mayoría), que quería imitar la letra de las instituciones extranjeras y gobernar con una minoría ilustrada de tipo burgués. No advertían que ese “constructivismo social” había conducido a Francia a la guerra civil y que, en cambio, el ejemplo de Estados Unidos era tal (en lo que hace a la existencia de un proyecto nacional y a la estabilidad política)  porque precisamente  se había conservado fiel a las instituciones británicas, de las que sólo hizo leves retoques. Si nuestros liberales hubieran sido realistas y no ideólogos, habrían imitado el “espíritu” de los anglosajones en lo constitucional y no la letra. Aquí había muy buenas instituciones, propias del derecho público hispano- indiano. Pero, con honrosas excepciones, sus aspectos positivos no fueron valorados como correspondía por los hombres “de las luces y de los principios”…San Martín, en cambio, que había llegado de Europa con algunas ideas liberales (liberalismo moderado, de tipo anglosajón), fue percibiendo  su error, evolucionó hacia una suerte de pensamiento conservador “patriótico” (sin llegar a ser propiamente un  tradicionalista, pues siempre conservó un resto de influencias “ilustradas”) y terminó aliado a los federales y  al Restaurador …y enemistado con Rivadavia y la mayoría del Partido Unitario….

                                                                                                         Continuará

jueves, 6 de junio de 2013

EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA


Por: Ignacio B. Anzoátegui

La conquista de América no fue la empresa comercial de un grupo de buscadores de oro, sino la empresa de la redención espiritual de un pueblo de héroes que necesitaba de una nueva Cruzada para dar rienda suelta a su vocación de heroísmo; de un pueblo que, como ningún otro pueblo, necesitaba del azote de la guerra para librarse del azote de la paz. La paz es el receso de los héroes y es la perdición de los pueblos heroicos, porque los héroes necesitan de la gloria y los pueblos heroicos necesitan de las calamidades que acompañan a la gloria. Los pueblos necesitan de la victoria y necesitan de la derrota. Necesitan de la victoria porque la victoria es una consecuencia natural del heroísmo y necesitan de la derrota porque la derrota es una consecuencia natural de la humanidad; necesitan de la victoria porque la victoria es un premio y necesitan de la derrota porque la derrota es una lección.


El descubrimiento de América fue una empresa santa. Colón, desde la miseria de su vida, aspiraba a la reconquista del Santo Sepulcro, mientras los reyes reconquistaban España para la Cristiandad. Los conquistadores españoles, desde la miseria de su vida, aspiraban a la conquista de América para la Cristiandad. La empresa del Descubrimiento y la empresa de la Conquista eran empresas ordenadas por Dios, y el Almirante lleno de pecados y los conquistadores llenos de pecados eran los instrumentos de Dios, porque Él había juzgado que eran suficientemente hombres para llevar a Dios al conocimiento de los hombres.

La conquista de América fue la conquista de las espadas ennegrecidas en la sangre de la reconquista de España y los uniformes quemados por la sal mordiente de la travesía.

La conquista de América fue el barullo de los corazones y las espadas, cuando las espadas y los corazones se movían en las manos de los hombres y redoblaban en los pechos de los hombres. Fue la empresa de heroísmo de los tiempos en que la vida servía para la muerte. Era la empresa de los hombres que renunciaban a la vida en la demanda de una vida nueva y de una nueva muerte. Eran los navíos que cabeceaban con el vaivén pensativo y solemne que traían de los amaneceres solos y los crepúsculos tendidos. Eran los soldados de la guerra y los misioneros de la Cruz.

Venían todos los que tenían una esperanza de salvación en América. Venían a América para fundar en ella el Reinado de Cristo. Traían su vida para darla por la vida de América y traían su muerte para darla también por la vida de América, y traían su vida y su muerte para darlas en la conquista de Dios. 

Tomado de “Mendoza o el Héroe. Tres ensayos españoles”, de Ignacio B. Anzoátegui. Buenos Aires, Sol y Luna, año 1938.

martes, 28 de mayo de 2013

Cuando los escapularios vinieron a ser una divisa de guerra

Por el P. Guillermo Furlong, S J *

En la víspera de la batalla de Tucumán, acudió al pie de los altares y eligió a Nuestra Señora de las Mercedes por patrona de su ejército, pidiéndola fervorosamente que intercediera con el Dios de los ejércitos, y le gobernara en la batalla que iba a librar. Este acto público de acendrada religiosidad tuvo lugar poco antes de la batalla, y así es que pudo  escribir Belgrano, poco después de librado el combate: “La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas, el día veinte y cuatro del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos…”

La batalla de Tucumán, una de las más gloriosas y heroicas del ejército argentino, fue librada el día 24 de septiembre de 1812. Aunque la inferioridad de Belgrano era manifiesta, fue suplida a fuerza de heroísmo y de audacia. Se luchó denodadamente durante todo el día, hasta que Tristán se dio a la fuga, dejando en el campo de batalla más de cuatrocientos muertos, tres banderas, un estandarte y todos los bagajes. Parte del ejército patriota siguió en persecución de los enemigos, parte quedó en el “Campo de las Carreras” y lo restante, al mando de Belgrano, se dirigió a la ciudad, con el objeto de manifestar públicamente su agradecimiento a la Santísima Virgen.

“La división de vanguardia – escribe Mitre- llegó a Tucumán en momentos que una procesión cruzaba las calles de la ciudad, llevando en triunfo la Imagen de Nuestra Señora de Mercedes… A caballo y llena de polvo del camino se incorporó la División de vanguardia a la procesión, la que siguiendo su marcha, desembocó al campo de batalla, húmedo aún con la sangre de las víctimas. El general se coloca entonces al pie de las andas que descienden hasta su nivel, y desprendiéndose de su bastón de mando, lo coloca en las manos de la Imagen; y las andas vuelven a levantarse en procesión continúa majestuosamente su camino. Este acto tan sencillo como inesperado, produjo una impresión profunda en aquel concurso poseído de sentimientos piadosos y aun los espíritus fuertes (?) se sintieron conmovidos”.

En la “Historia de los Premios Militares”, publicada por el Ministerio de Guerra, se halla la reseña de una curiosa medalla de origen desconocido, según los compiladores de la mencionada obra, pero que el erudito Padre Antonio Larrouy atribuye al general Belgrano quien, por su cuenta, la hizo acuñar en la Casa de la Moneda. Es, escribe Larrouy, “un nuevo testimonio de su indefectible gratitud a su Protectora”.

Anverso:

Bajo la protección de
Nuestra Señora de Mercedes
Generala del Ejército
En el campo: Victoria – del 24 de
- Septiembre – de 1812

Reverso:

Tucumán – Sepulcro – de la – Tiranía
En el Canto: Viva la religión, la patria
y la unión.

En 1821, escribía, y no sin fundamento, fray Cayetano Rodríguez estas hermosas líneas:

“¿En qué país no ha resonado la fama de su piedad religiosa con que tributaba al cielo el homenaje de su gratitud, reconociéndolo en sus militares encuentros por autor único de sus triunfos, y besando la mano que lo humillaba en sus desgracias? ¿Con qué confianza, con qué ternura libraba en las manos de la Reina de los Ángeles el feliz éxito de sus empresas y cuán sensibles pruebas le dio esta Divina Madre de su protección y amparo, en los apurados lances en que se vio comprometido su honor, e indecisa la suerte de la América del Sur?”.

No se contentó el general Belgrano con proclamar a la Virgen por patrona del ejército, antes de la batalla, con entregar personalmente su bastón de mando en manos de la venerada imagen, y con hacer acuñar la hermosa medalla conmemorativa de aquel señalado triunfo. “Antes de ponerse en marcha para Jujuy –continúa el historiador Mitre- mandó hacer funerales por los muertos, a los que asistió personalmente con todo su Estado Mayor, enseñando prácticamente, que los odios no deben pasar más allá del sepulcro, a la vez que consolidaba la opinión de religiosidad que iba adquiriendo su ejército”.

Como complemento de lo que acabamos de decir, trasladaremos a continuación algunas interesantísimas noticias que consigna el general Paz en sus tan celebradas “Memorias”: “Las monjas de Buenos Aires –escribe el célebre soldado cordobés- a cuya noticia llegaron estos actos de devoción, los celebraron mucho y quisieron hacer una manifestación al ejército, mandando obsequiosamente un cargamento de cuatro mil pares de escapularios de la Merced, los que se distribuyeron en esta forma:

“Cuando se trató de mover el ejército para buscar el enemigo en Salta, se hizo por cuerpos, los que después se reunieron en tiempo y oportunidad. Luego que el batallón o regimiento salía de su cuartel, se le conducía a la calle en que está situado el templo de la Merced. En su atrio estaba ya preparada una mesa vestida, con la imagen, a cuyo frente formaba el cuerpo que iba a emprender la marcha; entonces sacaban muchos cientos de escapularios, en bandejas, que se distribuían a jefes, oficiales y tropa, los que colocaban sobre el uniforme y divisas militares”.

“Es admirable que estos escapularios se conservasen intactos, después de cien leguas de marcha, en la estación lluviosa, y nada es tan cierto, como el que en la acción de Salta, sin precedente orden y sólo por un convenio tácito y general, los escapularios vinieron a ser una divisa de guerra: si alguno los había perdido, tuvo buen cuidado de ponerse otros, porque hubiera sido peligroso andar sin ellos”.

* Furlong, Guillermo: Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma. Bs. As, Club de Lectores, 1974, pp. 38-43.