miércoles, 30 de octubre de 2013

ESOTERISMO, ESPIONAJE, TRAICIÓN (El extraño caso de William Pius White)

En nota anterior sobre este mismo tema, hicimos referencia al 250º aniversario de las primeras invasiones inglesas y su total fracaso ante la Colonia del Sacramento.
Para quien esto escribe fue una especie de introito ya que Albión, que no deja cuentas sin cobrar, volvió por sus objetivos cuando las circunstancias internacionales le fueron propicias. Ellas se concretaron en dos hechos de armas: Trafalgar (1804) y Austerlitz (1805). Estas dos grandes batallas cumplieron su cometido como torres de babel en el ajedrez mundial británico.
Mediante la primera, Inglaterra quedó dueña de los mares. Con la segunda, Bonaparte concretaba, su predominio total en Europa. “Las Españas donde no se ponía el Sol” con sus Reinos de América unidos a una Francia Jacobina, iniciaba un largo via crucis por la torpe política externa del ambicioso, sin ética, Manuel Godoy, que ocupaba el poder ministerial a través del favoritismo del matrimonio real español. La hegemonía continental napoleónica y la talasocracia imperial británica se enfrentaban. Esta última tenía sus ojos puestos en los Reinos Americanos como futuras y jugosas presas. Y lo consiguieron. Cuando entraba la tercera década del siglo XIX los ricos territorios, infiltrados por los “Hijos de Hiram”, consiguieron ser convertidos en satélites de la City londinense. La excepción fue la Argentina de Rosas y la República Oriental de Manuel Oribe, que resistieron al cañón de Gran Bretaña y Francia.
Llegando a esta parte de nuestra investigación tropezamos con el nombre de William Pius White, parido en Massachusets (Boston, 1770), tierra herética que no habla español y que fue piráticamente engrandecida en setenta años (1778-1848) del océano Atlántico al océano Pacífico con guerras provocadas o maniobras indecentes y matanzas de indios, o recluyendo a los sobrevivientes en brutales campos de concentración como harían sus hijos con los holandeses boers al final de ese siglo.
Decía Aristóteles, que el saber avanza gracias a las sorpresas. Cuando investigábamos, para estudiar las agresiones de la infame Albión tuvimos un encontronazo con el personaje, arriba citado, al cual habíamos visto pasar, pero esta vez pretendimos observarlo de cerca. En 1803 el fariseísmo inglés tenía numerosos espías confidentes y traidores en Buenos Aires, entre ellos al precitado White, norteamericano que con 33 años ya era un poderoso comerciante en contrabandos y tráficos de esclavos. Sus relaciones lo llevaron a intercambiar cartas  con su amigo el Comodoro “Sir” Home Popham un jefe de la Armada británica que había ocupado el cargo de Edecán del Virrey en la India, Conde de Wellesley. Éste, para más datos era hermano del Duque de Wellington, futuro vencedor de Bonaparte en Waterloo. Pero, digresiones de lado, prosigamos con nuestro tema de esoterismo y traición.
El complot que llevaría a Popham a ocupar la capital de nuestro Virreinato tenía data de años jugando siempre importante papel Mr. White. Sus amistades fueron claves. Según Florencio Varela, White “tuvo negocios poco honrosos” durante su permanencia en la India. Varios de ellos con el apoyo del Comodoro “Sir” Popham. En esos tiempos conoció y trabó amistad con Esteban Perichon y su esposa Juana Vandeuil. Una hija de éstos, la joven Ana, casó con un contrabandista irlandés de nombre Thomas O’Gorman. Ya residentes en Buenos Aires, en 1804, don Thomas vuelve de Europa acompañado del capitán irlandés James Burke quien revistaba como prusiano pero en realidad venía con mandato del Duque de York para contactar una posible intervención británica. Burke con el apoyo del círculo O’Gorman and White, fundó centros de captación y espionaje en su casa y en la de O’Gorman. En la “Posada de los Tres Reyes” se fundó la primera logia. Allí se reunían diferentes personajes entre los que se destacaban los miembros de la Sociedad Literaria y Patriótica como Juan José Castelli y Miguel de Azcuénaga. Ana Perichon Vandeuil de O’Gorman resultó un fuerte atractivo para conseguir información. La más importante noticia que obtuvo para White fue la llegada de una importante cantidad de oro y plata desde Potosí y Perú.
Lo subrayable, considerado en las mesas de la logia, era que las ciudades de las zonas, aparte del amurallado Real de San Felipe y Santiago de Montevideo, base también de la Real Marina, no tenían defensas. Rápido como ave de rapiña con hambre, White escribió a su amigo Popham, a quien sabía ocupando el Cabo de Buena Esperanza (ex holandés), informándole la llegada del Tesoro. Esas importantes cantidades de metal precioso —seguramente le decía— proporcionarán al Comodoro Sir Popham, al Gral. Bair al igual que a su colega Beresford lo mismo que a quien ese papel firmaba (“Mr. White”) obtendrían muy buenos beneficios. La Batalla de Austerlitz fue para el Comodoro Popham la oportunidad deseada para ser el primero en ocupar y/o demoler el Imperio Sacro Romano Hispánico.
En esos momentos (1806) fracasaba frente a Venezuela el masón, y vocacional traidor Francisco Miranda quien, financiado por Estados Unidos y Gran Bretaña, intentaba desembarcar para concretar el aberrante plan urdido en las Hermandades Esotéricas.  La decisión de Popham fue rápida.  Incluso desconociendo las jerarquías no pidió la venia del Foreign Office ni la del Ministerio de Guerra y puso proa hacia Buenos Aires.  Su decisión reflotaba un plan de White que con su amigo el capitán negrero Murphy habían presentado al Premier Mr. Pitt, por el cual, con el apoyo de tropas británicas, se declararía la “independencia” de las inexistentes colonias, pero sí Reynos.
El Plan rechazado por el Premier Pitt quien no creyó que era el momento oportuno volvió a la vida en esos meses. Estaba poco más o menos en la línea propuesta, por lo que el masón y anglófilo Carlos María de Alvear propondría en 1815 al Ministro inglés en Río para escarnio eterno de su memoria. La llegada y el desembarco de las fuerzas inglesas (1806) marcaron intensa actividad para White.
Éste actuó de intérprete y como “Comisario de Presas” nombrado por Beresford, enviando doscientos hombres para retirar el Tesoro ubicado en Luján.  Realizados los descuentos para los “libertadores”, el Tesoro de 1.500.000 en monedas de plata fue enviado a Londres donde sería paseado en ocho grandes carruajes engalanados con las Banderas de la Marina española, la Roja y Gualda y la Blanca con la Cruz de San Andrés que luego harían guardia en el tesoro del Bank Of London junto a lo robado en el Río de la Plata.
Liberado Buenos Aires, White fue detenido y considerado por la Fiscalía un “extranjero corrompido”, pero delictivamente sólo un “infidente para facilitar la invasión”. El cargo era muy liviano por lo que fue enviado a la Guardia del Salto (hoy en la de Provincia de Buenos Aires) donde se comentaba que la justicia aplicaría la pena de muerte por traición y saqueo. Pero no fue así. En semanas a White se le permitió llegar a Luján donde estaba alojado el general Beresford junto con otros prisioneros como el perjuro coronel Pack y el Mayor Tolley del Regimiento 71 ubicado cómodamente en San Antonio de Areco. Estos “señores” entretenían sus ocios jugando al golf y al cricket. Entre partido y partido se comunicaban con vecinos y “Hermanos”… de Buenos Aires partidarios de una “independencia” a la malvinense por lo que Beresford dispuso los planes para una segunda invasión.
En Buenos Aires los agentes de la red Saturnino Rodríguez Peña, Manuel Aniceto Padilla (estos sujetos recibirían una renta de por vida para premiar los servicios prestados) iniciaron los contactos con partidarios de una independencia (SIC) con Inglaterra. El 10 de febrero de 1807 el Cabildo presionó a la Real Audiencia para que destituyese al Virrey Marqués de Sobremonte. Una semana después Rodríguez Peña y Padilla consiguieron la entrega de Beresford quien pasaría al Real de Montevideo (ocupado por Auchmuty), junto con White. En Montevideo nuestro “ilustre” biografiado ocupó cargos muy cercanos al jefe británico general Whitelocke. Beresford informó por entonces al Ministro Castlereag que White había prestado importantes servicios la causa británica.
“Business are business”, dogma para White que en esos meses importó a Montevideo grandes cantidades de telas desde Londres. Cientos de esos paquetes llegaron a manos de Liniers que los necesitaba para uniformar a sus tropas. No de balde los ingleses dejaron para la posteridad este concepto de su fiel amigo: “Es un hombre inteligente, bien informado, y que conoce la región”.
Cuando Whitelocke fue obligado a dejar el Real de San Felipe y Santiago de Montevideo, el Gobernador Elío puso en prisión a White y consideró la posibilidad de ajusticiarlo por traición. Años después cuando la Provincia Oriental había sido entregada por el Director Pueyrredon a un Portugal tan satelizado que el Comandante Supremo de sus Fuerzas Armadas lo era el General Beresford, White estaba detenido en Montevideo, no precisamente por ser honesto en sus negocios. El invasor ocupante, el general Carlos Federico Lecor, recibió de William Carr Beresford, la orden de dejarlo en libertad de inmediato.
Pero veamos un pantallazo del White durante la Revolución de Mayo a la que se vinculó con negocios de armas y barcos hasta la caída del “Hermano” Alvear, en 1815. Luego de ese espacio de tiempo aparece de tanto en tanto, en dificultosa situación pero siempre con la protección del delegado de Gran Bretaña en Portugal: Guillermo Carr Beresford. Estallado el movimiento de Mayo de 1810, White, arregló su chaqueta y se incorporó al Juntismo. Fletó entonces barcos para la causa, pero el negocio le produjo déficit. Ello lo hizo reaccionar reclamando al gobierno por sus gastos. Así le contestó el ministro Larrea: “Usted ha sufrido grandes desembolsos, todo será reparado por un gobierno que no puede desconocer justas reclamaciones”. Veamos como rehízo sus “ahorrillos” dando noticias de nuestras fuentes.
Hace pocos meses en Montevideo, se publicó con el Sello de “Editorial Banda Oriental” un muy buen trabajo del Oriental doctor Luciano Alvarez titulado “Intrigantes, Valientes y Traidores”.
En el capítulo que disecciona al “patriota”, el autor dice lo siguiente: “Especuló con los salarios de la tropa. Argumentando la falta de efectivo pagaba con mercadería de sus almacenes al precio que el mismo fijaba. Los soldados debían venderla para hacerse dinero y sus testaferros la recompraban a vil precio. Para cerrar el negocio, White reclamaba al gobierno los sueldos supuestamente adelantados de su peculio”. Ésta fue sólo una perla del “honestior”. Lo cierto es que su periplo fue un misterio hasta su regreso a Buenos Aires, en 1835. Dicen que murió pobre el 3 de enero de 1842. Pero sus descendientes tuvieron acceso a una importante fortuna. Los protegió un “caballero muy querido” por paraguayos y orientales dado que fue su “libertador”. Esa persona se llamó Bartolomé Mitre y es el mismo que el gran historiador mexicano Carlos Pereyra llamó “mediocridad engreída”. El “buen” señor firmó un acuerdo con Estados Unidos aprobado por ley del 3 de octubre de 1863 mediante el cual se pagaría a los herederos de White 350.000 pesos plata amonedada, expidiéndose en su favor títulos de fondos públicos al 6 por ciento anual y uno de fondo de amortización acumulativa. Desde 1893 su nombre lo detenta una calle en la porteña Villa Luro. La vía nace en Rivadavia 9202 y termina en Echeandía 4401.  Esta es una forma subliminal de escribir “historia” para “La Pobre Gente”, como tituló uno de sus dramas, el Oriental Florencio Sánchez.
 

Luis Alfredo Andregnette Capurro

lunes, 14 de octubre de 2013

TODO UN PUEBLO EN MISION*

Ramiro de Maeztu

Toda España es misionera en el siglo XVI. Toda ella parece llena del espíritu que expresa Santiago el Menor cuando dice al final de su epístola, que: "El que hiciera a un pecador convertirse del error de su camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados". (V, 20.) Lo mismo los reyes, que los prelados, que los soldados, todos los españoles del siglo XVI parecen misioneros. En cambio, durante el siglo XVI y XVII no hay misioneros protestantes. Y es que no podía haberlos. Si uno cree que la Justificación se debe únicamente a los méritos de Nuestro Señor, ya poco o nada es lo que tiene que hacer el misionero; su sacrificio carece de eficacia.

La España del siglo XVI, al contrario, concibe la religión como un combate, en que la victoria depende de su esfuerzo. Santa Teresa habla como un soldado. Se imagina la religión como una fortaleza en que los teólogos y los sacerdotes son los capitanes, mientras que ella y sus monjitas de San José les ayudan con sus oraciones; y escribe versos como estos:

"Todos los que militáis
debajo de esta bandera,
ya no durmáis, ya no durmáis,
que no hay paz sobre la tierra."

Parece como que un ímpetu militar sacude a nuestra monjita de la cabeza a los pies.

La Compañía de Jesús, como las demás Ordenes, se había fundado para la mayor gloria de Dios y también para el perfeccionamiento individual. Pues, sin embargo, el paje de la Compañía, Rivadeneyra, se olvida al definir su objeto del perfeccionamiento y de todo lo demás. De lo que no se olvida es de la obra misionera, y así dice: "Supuesto que el fin de nuestra Compañía principal es reducir a los herejes y convertir a los gentiles a nuestra santísima fe". El discurso de Laínez fue pronunciado en 1546; pues ya hacía seis años, desde primeros de 1540, que San Ignacio había enviado a San Francisco a las Indias, cuando todavía no había recibido sino verbalmente la aprobación del Papa para su Compañía.

Ha de advertirse que, como dice el P. Astrain, los miembros de la Compañía de Jesús colocan a San Francisco Javier al mismo nivel que a San Ignacio, "como ponemos a San Pablo junto a San Pedro al frente de la Iglesia universal". Quiere decir con ello que lo que daba San Ignacio al enviar a San Francisco a Indias era casi su propio yo; si no iba él era porque como general de la Compañía tenía que quedar en Roma, en la sede central; pero al hombre que más quería y respetaba, le mandaba a la misionera de las Indias. ¡Tan esencial era la obra misionera para los españoles!

El propio P. Vitoria, dominico español, el maestro, directa o indirectamente, de los teólogos españoles de Trento, enemigo de la guerra como era y tan amigo de los indios, que de ninguna manera admitía que se les pudiese conquistar para obligarles a aceptar la fe, dice que en caso de permitir los indios a los españoles predicar el Evangelio libremente, no había derecho a hacerles la guerra bajo ningún concepto, "tanto si reciben como si no reciben la fe"; ahora que, en caso de impedir los indios a los españoles la predicación del Evangelio, "los españoles, después de razonarlo bien, para evitar el escándalo y la brega, pueden predicarlo a pesar de los mismos, y ponerse a la obra de conversión de dicha gente, y si para esta obra es indispensable comenzar a aceptar la guerra, podrán hacerla, en lo que sea necesario, para oportunidad y seguridad en la predicación del Evangelio". Es decir, el hombre más pacífico que ha producido el mundo, el creador del derecho internacional, máximo iniciador, en último término, de todas las reformas favorables a los aborígenes que honran nuestras Leyes de Indias, legítima la misma guerra cuando no hay otro medio de abrir camino a la verdad.

Por eso puede decirse que toda España es misionera en sus dos grandes siglos, hasta con perjuicio del propio perfeccionamiento. Este descuido quizá fue nocivo; acaso hubiera convenido dedicar una parte de la energía misionera a armarnos espiritualmente, de tal suerte que pudiéramos resistir, en siglos sucesivos, la fascinación que ejercieron sobre nosotros las civilizaciones extranjeras. Pero cada día tiene su afán. Era la época en que se había comprobado la unidad física del mundo, al descubrirse las rutas marítimas de Oriente y Occidente; en Trento se había confirmado nuestra creencia en la unidad moral del género humano; todos los hombres podían salvarse, esta era la íntima convicción que nos llenaba el alma. No era la hora de pensar en nuestro propio perfeccionamiento ni en nosotros mismos; había que llevar la buena nueva a todos los rincones de la tierra.

Tomado de: Defensa de la hispanidad