jueves, 6 de agosto de 2020

ALBERTO EZCURRA URIBURU: UN PATRIOTA DE LA TIERRA Y DEL CIELO*

Por: Fernando Romero Moreno 

Es un gran honor para mí poder participar en estas Jornadas de Homenaje al Padre Alberto Ezcurra, en los paisajes mendocinos donde pasó los últimos años de su vida en la tierra. Han transcurrido alrededor de 30 años desde que oí hablar por primera vez de él. Recuerdo que la figura del Padre Alberto era traída a colación casi con aires de leyenda en casa de mis padres – esto sería por los años 82 u 83 -, un poco tal vez por su militancia en Tacuara y otro tanto por lo que entonces representaba él en el Seminario de Paraná. Nada indicaba que yo fuera a conocerlo pocos años más tarde en Bella Vista y hacerme muy amigo de sus sobrinos. Ni menos que me casaría con una de sus sobrinas… Lo cierto es que conocí a Ezcurra el 6 de julio de 1985, con ocasión de una disertación suya sobre “El Santo. Arquetipo del Cristiano” que dictara dentro de un ciclo de conferencias en el Colegio Don Jaime, donde yo estudiaba. Juanchi Ezcurra, uno de mis actuales cuñados, me invitó a su casa para conocerlo. No pude aceptar la invitación aquella noche, pero sí lo hice al día siguiente, en el cual participé de la Santa Misa  que celebró  en el Colegio de los Redentoristas. Luego estuve en el almuerzo familiar, sentado a su lado. Lo que voy a contar no es muy “espiritual” pero si pinta de cuerpo entero a Ezcurra. Recuerdo poco lo que se habló en aquel almuerzo, pero no me olvido del elogio que “Pichi” – como lo llamaban en su casa - hiciera de los asados entrerrianos y más específicamente de los asados “con cuero”...Es sabido que él era un excelente asador…También retengo en mi memoria que estuvo casi todo el tiempo pendiente de su madre. Muchos habrán oído hablar del buen humor de Ezcurra, pero no sé si todos saben que con ese espíritu de niño que tenía y a pesar del cuerpo nada pequeño con que Dios lo había dotado, solía en broma sentarse en las faldas de su mamá, siendo que - por contraste- ella era de estatura y cotextura pequeñas…No lo hizo aquel día, pero sí en otras ocasiones, según suele contar mi mujer…Pues bien,  aunque al Padre Ezcurra no volví a verlo, sí tuve el privilegio de tratar mucho a sus parientes próximos – que con los años fueron los míos –y, entre ellos, precisamente, a su madre. Solía conversar mucho con ella cuando iba de visita a lo de Ezcurra en Bella Vista y de sus labios pude escuchar, entre otras cosas,  anécdotas sobre su primo, el Gral. Uriburu, opiniones de Julio Irazusta acerca de la obra historiográfica de su marido, y también críticas, por ej. hacia la figura de José María Rosa…Gracias a ella – a “Mamay” como le decían sus nietos – pude acceder además, por vez primera, al archivo histórico de Ezcurra Medrano. Lo cierto es que, más allá de estos recuerdos personales, Alberto Ezcurra era ya, por esos años y como dije, una leyenda en vida. O tal vez, toda su vida era la que ya tenía algo de legendario, por aquello de “vivir peligrosamente” y, como quería Pieper, heroicamente…Es que una de las tantas cosas que hay para destacar en la vida de Ezcurra es eso que podríamos denominar  “continuidad biográfica”, una total ausencia de “quiebres” vitales significativos, la fidelidad hasta la muerte a unos ideales asumidos como propios desde la adolescencia.  Por eso es que hoy, gracias a ese ejemplo de vida, a sus enseñanzas, a la enorme cantidad de amigos y conocidos suyos repartidos en distintos rincones de la Argentina y del mundo, al buen número de sacerdotes que lo tienen como modelo y como intercesor, el Padre Ezcurra sigue dando batalla – como el Cid después de muerto– por esos mismos principios y por esos mismos valores. Aquellos de los que bien decía Hugo Wast que dan sentido a la vida cuando se vive por ellos y que dan sentido a la muerte cuando se muere por ellos: Dios, la Patria y la Familia. Alberto Ezcurra vivió y murió por esos bienes supremos, no sin errores, pero sí con lealtad, con un caballeresco y criollo sentido del honor y, vale la pena remarcarlo, también con un saludable y chestertoniano sentido del humor. Es por eso que tienen sentido los versos de Marechal que están en su tumba, que se han repetido tantas veces en estos años al evocar su figura y que hemos elegido para esta conferencia: “yo siempre fui un patriota de la tierra y un patriota del cielo”.

      Alberto Ezcurra Uriburu nació en Buenos Aires el 30 de julio de 1937, primogénito del matrimonio de Alberto Ezcurra Medrano y  María Rosa Uriburu Peró. Fue el mayor de siete hermanos, todos varones, y su crianza, la propia de una familia católica y patricia, aunque de fortuna modesta, típica de los años 30. Su padre, uno de los fundadores tanto del nacionalismo como del revisionismo histórico católicos, escribió al nacer Alberto, aquellos versos por muchos conocidos, que resultaron proféticos:
Prolongación de mi vida
y de mis antepasados
Esencia de mi ser mismo
Eso es Alberto Ignacio.
Lleva sangre noble y fuerte
de la tierra de los vascos
transplantada a la Argentina
hace muchos, muchos años.
Y tiene el blasón hermoso
que le forman, combinados,
el roble y lobo de Ezcurra
y de Uriburu el palacio
……………………
Cuando el agua del bautismo
borre de la culpa el rastro
estará Dios en su alma
y a Sí lo habrá incorporado
¡Que esa unión dure por siempre!
¡Que jamás lo venza el diablo!
Protegedlo, san Alberto.
Amparadlo, san Ignacio.

       La infancia de Alberto Ezcurra transcurrió en el seno de esa familia cristiana que se fue agrandando hasta llegar al número ya mencionado de siete varones, tres de los cuales serían sacerdotes y uno diácono permanente. Estudió en el Colegio Champagnat, de los Hermanos Maristas, en el que destacó por su aplicación al estudio, salvo del idioma inglés, debido a una suerte de “rebeldía patriótica juvenil”, aunque de algún modo se las ingenió para que el profesor de esa materia lo aprobara. Y que por cierto no fue obstáculo para que luego aprendiera otros idiomas, como el alemán, el francés o el latín, además del mismo inglés, cuya lectura al menos no parecía serle de especial dificultad. Durante los meses escolares, la familia vivía en un antiguo caserón de la calle French 2640, de la Capital Federal, y los veranos los pasaban en la Chacra “Santa Rosa” de González Catán, que según cuenta el Padre Álvaro fue para ellos lo que para su padre y para su abuelo, había sido la Estancia El Pino. A propósito de estos recuerdos de su familia, vale la pena detenerse en algo que ha sido poco destacado al escribir o al hablar del Padre Ezcurra. Me refiero a la fidelidad mayoritaria, sino total, de sus antepasados directos por la rama de los Ezcurra a la Fe Católica y a la Argentina Tradicional. El fundador de la familia en el Río de la Plata fue Don Juan Ignacio de Ezcurra, quién arribó a Buenos Aires aproximadamente en 1770. Había nacido en Pamplona,  y tenía alrededor de 20 años cuando pasó a tierras americanas. Aunque dedicado al comercio, era miembro de una familia noble que en la Península, como destaca un historiador vasco, había servido a cinco reyes: Don Sancho el Sabio de Navarra y luego de la unión de este Reino al de Aragón y Castilla, a Carlos V (I de España), Felipe II, Felipe III y Felipe IV.  Ya instalado en Buenos Aires y probada su limpieza de sangre según legislación y costumbres de la época, Ezcurra contrajo matrimonio con Doña Teodora de Arguibel y López de Cossio, merced al cual su apellido entroncó con fundadores de linajes tradicionales del Tucumán y del Río de la Plata, y con quien tuvo 9 hijos, entre ellos María de la Encarnación, casada con Don Juan Manuel de Rosas y José María, tatarabuelo del Padre Alberto. En mayor o menor medida, todos los descendientes del primer Ezcurra rioplatense  y que son antepasados directos del Padre Alberto, fueron católicos practicantes y patriotas fervorosos. Nos referimos a José María Ezcurra, Lorenzo Ezcurra, Alberto Ezcurra Jolly y su padre, Alberto Ezcurra Medrano. Veamos sólo dos de esos casos. Lorenzo Dámaso, bisabuelo del Padre Ezcurra, fue un hombre muy apreciado por personas de su misma condición social como por el campesinado criollo, al estilo de los viejos patriarcas. Vivió en la segunda mitad del siglo XIX. Así lo describía su hijo:“…yo no me canso de recordar el carácter de mi padre, el hombre culto por excelencia. Honrado y caballero por nacimiento. Elevado de ideas y de miras. De carácter amplio, sin esas puerilidades y miserias que plagan a la inmensa mayoría de los hombres. Enemigo irreconciliable de la ostentación, de la jactancia y de toda vanidad, ni le preocupaban ni buscaba a los grandes, a quienes más bien evitaba. De inteligencia clara y extraordinariamente penetrante, sin haber danzado en él, conocía perfectamente el mundo y el corazón humano, y nadie lo engañaba (…). Profundamente religioso, era un cumplidor intachable de su deber. Era un modelo de hombre, de esposo, de padre. Era un alma grande como hay pocas”[1]. Por si estos juicios pudieran tenerse como exagerados, dada la piedad filial, vale la pena transcribir lo que de él se escribiera en el Diario La Prensa, de Buenos Aires: “Lorenzo (de Ezcurra), honorable caballero de vastísima cultura que después de varios viajes a Europa para realizar estudios agrarios, dedicóse a saturar de progreso al viejo y alegre pago de La Matanza (…) falleció el 30 de septiembre de 1907 y su sepelio en San Justo fue una inmensa demostración de pesar. Centenares de campesinos a caballo concurrieron a dar el adiós al venerado vecino, pero el sentimiento desbordó cuando dos paisanos muy ancianos, Eugenio Peralta y Nicolás Coria, depositaron emocionados sendas coronas en la tumba del gran señor desaparecido”. Una cristiana y cordial caridad con los pobres, un desprecio por la vida mundana y una vasta cultura, que veremos reaparecer entre las virtudes más sobresalientes del Padre Alberto.

       Y el otro ejemplo es el Alberto Ezcurra Medrano, progenitor del Padre Alberto, de quien mucho se podría escribir y que de hecho merece un libro aparte. Pero no es ocioso resaltar, al menos, su preocupación por darle una orientación católica y ortodoxa, tanto al nacionalismo como al revisionismo históricos, y su Fe intrépida, que se advierte en el modo de educar a sus hijos, en sus clases y en sus escritos, en la disposición para defender al precio de su libertad física los derechos de Dios y de la Iglesia (como ocurrió cuando pagó con la cárcel su participación en la custodia de la Catedral de Buenos Aires, durante la persecución peronista de 1955), hasta su cristiana muerte en 1981, ante cuya cercanía no dudó en afirmar: “No me arrepiento de haber sido católico, nacionalista y rosista”.

     De este tradicional y patriótico linaje  - dejamos para otra ocasión la impronta dejada por los Uriburu o los Medrano - procedía el Padre Alberto Ezcurra, el cual nunca se dedicó a “blasonar” o a relucir su origen patricio con mentalidad de tilingo – como lo calumnió uno de los escribas del Régimen- pero del cual sí hay que decir que heredó virtudes e ideales que contribuyeron a forjar su personalidad de auténtico “patriota de la tierra y del cielo”. De allí que sus palabras sobre la institución familiar tuvieran un acento especial:“…¿qué es una familia?” – se preguntaba una vez  y respondía-:”Soy yo, son mis padres, son mis abuelos, son los hijos, son los que van a venir. Eso es una familia. La familia se prolonga en el tiempo, por eso uno lleva un mismo apellido a lo largo de las generaciones”

       Alberto Ezcurra, gracias a la educación cristiana recibida en este hogar,  sintió desde la primera juventud la llamada de Dios al sacerdocio, pero el discernimiento vocacional no fue sencillo, como se verá. En el verano de 1954 confió tal secreto íntimo a sus padres y en marzo de 1955 ingresó al Noviciado de la Compañía de Jesús, en el Colegio de la Sagrada Familia de la ciudad de Córdoba. Las cartas escritas a sus padres denotan la seriedad con la que se tomó estos años y también su preocupación por las cosas de la Patria, que lo acompañarían hasta el final de sus días en la tierra. De lo primero, tenemos una muestra en los fragmentos de sendas cartas que escribiera a su padre el 24 de agosto y  el 13 de septiembre de 1956. Dice en la primera: “Estoy leyendo las ‘Obras Completas’ de San Ignacio. Recién empiezo. Antes leí uno muy bueno (…), ‘Padres Apostólicos’, documentos cristianos de los siglos I y II (Didaché, San Clemente, Ign.de Antioquía, S. Bernabé, Pastor de Hermas, etc). Vale la pena, para ver que muchas cosas q. creemos descubrir ahora las vivió la Iglesia primitiva, fresco el recuerdo de Xto y los Apóstoles, y cuando se vivía más de veras el Evangelio”. Y en la segunda agrega:“Terminé hace dos días Ejercicios. Hice once días (2ª semana). Meditaciones del Reino y la vida de Cristo hasta la Pasión, con mucho provecho espiritual y un enfoque nuevo de la Iglesia”. De lo relativo a la situación de la Argentina no puede ocultar sus pensamientos: “Lo de la prensa, parece q. es igual q. antes del 21 de septiembre. La masonería no habrá hecho más que cambiar de táctica y figuras, y los católicos ‘menos sagaces’, aunque ahora vamos despertando. Y el triunfo habrá de ser de los que no se avergüenzan de ser católicos y argentinos y no de los cristianos (…) ‘democráticos’”. Y también se nota en este tiempo el despuntar de algo que será, con los años, una de sus pasiones dominantes: las Misiones Populares. Así, en carta del 31 de octubre cuenta: “Llegamos a Salsacate el 2, después de caminar (…) más de 60 km, y dos nos quedamos allí, para ayudar las fiestas patronales (…). La parroquia es el Dto de Pocho, con un solo cura p´6000 habit. (…) Cumple con la Iglesia como el 80 % de la gente, promedio altísimo. Llevamos el catecismo (…) y visitamos los ranchos más pobres. El 7 hablé en la procesión de la virgen a 600 o 700 personas (…). Predicamos en la novena, explicamos misa, hablamos en el colegio, visitamos las casas para consagrarlas al sgdo Corazón”.  

    Sin embargo el camino que Dios le tenía reservado no se encontraba entre los jesuitas, con quienes permaneció casi dos años. Alguien ha dicho, probablemente no sin razón, que Ezcurra no quería ajustarse a ese tipo de obediencia mecánica y desordenada que el Padre Castellani denunciara como muy extendida entre los hijos de San Ignacio en aquel tiempo. Sin embargo, el informe que el 21 de febrero de 1957 escribiera el Maestro de Novicios a su padre, matiza este juicio, por el elogio que hace del postulante y que confirma ya por entonces su probable vocación sacerdotal, aunque no la tuviera para ser jesuita. Así se expresaba el P. Cándido Gaviña S.J. a Ezcurra Medrano: “No obstante la buena voluntad que Alberto manifiesta y la generosidad con que ha correspondido a cuanto se le ha pedido, creemos que Nuestro Señor no le concede toda la serie de cualidades necesarias para la vida religiosa en la Compañía de Jesús y que por lo tanto es desaconsejable permitirle hacer los santos votos (…) Deja entre nosotros su hijo el recuerdo de una conducta en todo momento correcta y de una innegable buena voluntad (…) Alberto persevera en su deseo de ser sacerdote y quiera Dios pueda llegar un día a lograrlo”.  Terminaba así  un período importante en la vida de Ezcurra y habrá que esperar recién a 1964 para verlo otra vez en un Seminario, emprendiendo el camino definitivo que lo llevaría a las Órdenes Sagradas, con la ayuda del Padre Roque Puyelli y de Mons. Tortolo.

        1957 fue el año de fundación del Movimiento Nacionalista Tacuara, una transformación de la Unión Nacionalistas de Estudiantes Secundarios (UNES) realizada por jóvenes que ya carecían de la edad necesaria como para figurar en una entidad de alumnos de enseñanza media. Y cuya existencia, luego de la intervención y deformación de Alianza por Kelly y sus secuaces, carecía de identidad y rumbo claro. Tacuara ya fue otra cosa, tanto por la doctrina como por el estilo. Desde ese año fundacional hasta 1963, Alberto se dedicó, por un lado a trabajar y por el otro, a la militancia política, como Jefe Nacional de dicha organización nacionalista. No podemos explayarnos ahora de modo exhaustivo sobre este tema. Sólo algunas consideraciones. Tacuara fue tal vez entre fines de los años 50 y principios de los 60, como lo había sido Alianza de la Juventud Nacionalista en décadas anteriores, la organización más dinámica y de lejos la de mayor impacto entre la juventud, dentro del nacionalismo. No fue, hablando stricto sensu, un Movimiento ortodoxo del nacionalismo católico, pues tuvo serios errores teóricos y prácticos, algunos de los cuales el mismo Ezcurra supo reconocer mas tarde. Su defensa de la Cristiandad, de la Patria y de la Familia se manifestó en términos y objetivos que no dudamos en calificar de tradicionales, pero la mayor influencia del falangismo español (admirable por muchas razones) en detrimento del pensamiento contrarrevolucionario, fue causa de confusiones, sobre todo en temas económico- sociales. De cualquier manera, esto no alcanza para explicar la desviación posterior de un sector hacia la izquierda, pues este giro obedeció a un abandono de principios cristianos substanciales y a una explícita adscripción de algunos sedicentes tacuaristas al marxismo, decisión a todas luces incompatible con los ideales y el estilo fundacionales. Además, este problema de la Tacuara original, no es óbice para ocultar sus méritos indudables, como el de haber ganado la calle en defensa de la Tradición, la Independencia o la Justicia Social, enfrentando a comunistas, socialistas, masones o sionistas, con una eficacia y un estilo cuya fama trascendió las fronteras nacionales, y cuyo peligro para el Régimen obligó a que fuera declarada como organización ilegal bajo el gobierno de Illia. La misión y el estilo propios de la Tacuara legítima, se encuentran sintetizados en el Juramento que debían hacer sus integrantes: “Juro con el corazón y el brazo señalando el testimonio de Dios, defender con mi vida y con mi muerte los valores permanentes de la Cristiandad y de la Patria”. No fue una agrupación antisemita, como se suele afirmar, aunque sí opositora al accionar del sionismo. Tampoco una organización terrorista, pues la violencia practicada era, en general, la de los puños y las cachiporras. Los pocos actos criminales que se le atribuyen, o son calumnias, o no lo tuvieron a Ezcurra como partícipe. Un aspecto distintivo y ortodoxo en su esencia, aunque tal vez no en ciertas propuestas prudenciales, se advierte en un saludable escrito, en polémica con los que luego fundarían la TFP argentina. El artículo se titula Cristianismo y Orden Burgués, y tiene afirmaciones claras como la siguiente: La Iglesia, Sociedad Divina, tiene valores y verdades permanentes que defender, los cuales no son susceptibles de envejecimiento, cambio ni reforma o adaptación alguna, al contrario, conservan el primitivo valor (…) que tenían al salir de los labios  del Maestro de Nazareth. La Iglesia, sociedad humanacontinúa Ezcurra-  tiene formas que varían y se adecuan  a la necesidad de los tiempos, y vive en una sociedad cuyos esquemas políticos, sociales, culturales y económicos varían, a veces con ritmo vertiginoso. El error consiste en dar a estas formas accidentales, para defenderlas o condenarlas, un valor dogmático y unir a su suerte la de las verdades divinas que forman el patrimonio permanente de la Iglesia. Algunos dan este valor dogmático a formas políticas, otros a corrientes culturales, a estructuras sociales o económicas. Este es el error de los jóvenes de “CRUZADA”, para quienes la propiedad privada, las formas burguesas, el capitalismo y la “cultura occidental” fueron establecidos por Jesucristo casi con carácter sacramental, sin advertir que caen ( en otro campo)  en el mismo error de quienes dogmatizan la democracia , por ejemplo, a quienes tanto ellos como nosotros combatimos”. En cuanto a los errores que llevaron tanto a la desnaturalización de la Tacuara original como a la desviación por izquierda, hay un reconocimiento tácito de Ezcurra, en una conferencia que diera sobre su admirado líder Cornelio Codreanu. En aquella ocasión afirmó: “El nacionalista que ve sólo la realidad de la patria y que olvida la realidad del espíritu tiene abierto el camino para cualquier desviación, puede terminar su camino en el marxismo o en la delincuencia común: tenemos muchos ejemplos”.

       En 1964, como hemos adelantado, Alberto Ezcurra entró como seminarista, por un tiempo en Tucumán, luego en Paraná y finalmente en Roma. El Padre Puyelli lo ayudó, primero a terminar de ver mejor su posible vocación sacerdotal,  y luego a conseguir un Obispo que lo aceptara, pues dada su relevancia pública y la militancia en una organización tan controvertida como Tacuara, no era fácil encontrar alguno dispuesto a hacerlo. Pero el Padre Puyelli habló con Mons. Tortolo, quien dijo: “No puedo negarme a una vocación”.

   Los años de Tucumán y Paraná fueron un tiempo especial de estudio y oración, de una gran importancia no sólo para su vida personal, sino para estar “vacunado” frente al clima de euforia progresista que ya se vivía, sobre el final del Concilio Vaticano II y en el inmediato posconcilio. Años en los que Ezcurra, como se desprende de las cartas escritas a su padre, además del estudio de materias como latín, griego, castellano y las propias de la filosofía, se dedicó a la lectura de libros de pensadores como León Bloy, Castellani, San Agustín, Jean Ousset, Jesús Urteaga, García Vieyra, Maritain, Julio Meinvielle o Benson; a la de de teólogos modernos ya por entonces  críticos de lo que hoy llamaríamos una hermenéutica de la ruptura, como Danielou o Journet; y a la de publicaciones como “La Tradición”, “Cruzado Español”, “Verbo”(Argentina) y “Combate”. En todo el epistolario de esta época, la preocupación por el auge del progresismo es constante, como lo será aún más en sus “años romanos”. Y probablemente por influencia de Castellani, asoma ya en aquel tiempo, una convicción de que estamos ante tiempos parusíacos, aunque siempre con prudencia y sin ceder a la aceptación acrítica de supuestas apariciones, salvo las aprobadas por la Iglesia y algunas muy de moda a mediados de los años 60, como las de Garabandal. En realidad, su concepción en este asunto tenía otras fuentes, de mayor rigor teológico. Por eso pudo afirmar, en una carta escrita desde Paraná el 8 de mayo de 1965, “tal vez me equivoque (…) pero Jesús dice ‘Vengo pronto’ y en el Evangelio llama a estar vigilantes, aunque hoy lo interpreten de cualquier modo”.

    En septiembre de 1967 viajó a la Ciudad Eterna, para cursar allí durante cuatro años las materias de Teología, en el Colegio Pío Latinoamericano, licenciándose en Teología Moral en la Universidad Gregoriana. Fueron años fecundos, en los que el historiador no puede menos que regocijarse – aunque el tema de suyo no sea motivo de alegría - por la cantidad de referencias que hay en sus cartas a la crisis posconciliar, con juicios muy atinados y prudentes, algunos que conservan gran actualidad y muestran cómo el enemigo – esto es importante sobre todo para los más jóvenes – no ha cambiado demasiado de táctica. Así, compárese lo que dice del Pablo VI posterior a la “Humanae Vitae” y al “Credo del Pueblo de Dios”, en carta fechada en Roma el 30 de septiembre de 1968 con lo que sucedió desde su elección en 2005 con respecto a Benedicto XVI: “El Papa se ha ganado la enemistad de los progres y de fuerzas e intereses poderosos que manejan la opinión y la prensa. Como decía Fulton Sheen, ‘Pablo ha osado oponerse al Mundo, y, como XTO, será crucificado por el Mundo” (…) ¿Qué harán ahora los diarios? Desprestigiar al Papa, criticar al Papa (no directamente, sino publicando ‘críticas al Papa’, incluso de curas) (…) y sobre todo  VOLVERLO ANTIPÁTICO, pues hay que ver que la mayoría de la gente no se guía por ideas o razones sino por sentimientos (…). El segundo paso es que a un papa malo y antipático no hay que darle bola sino cuando habla ‘ex cathedra’ (o sea una vez cada cien años), porque todas las demás veces se equivoca infaliblemente. El tercero será preparar la desobediencia abierta y la campaña para la renuncia del Papa (…) Tenderán a lograr un Cónclave presionado por la ‘opinión pública’, que elija otro Papa ‘bueno’ o provoque el cisma si la mayoría quiere aún más papas ‘malos’ (…) Creo que la situación es así. Ojalá me equivoque, pero creo que no. Ya ni los más optimistas dicen que esto es una simple ‘crisis de crecimiento’. Todos ven que la cosa es seria”. En todas las cartas hay, no obstante, llamados a la virtud teologal de la Esperanza, toques de buen humor y una fidelidad sin fisuras al Romano Pontífice en todo lo que tiene derecho a enseñar y mandar. Así, en esta misma carta que acabamos de citar, no duda en decir: “Hay que estar con el Papa, hablar, escribir, y sobre todo, rezar por el Papa y por la Iglesia, pues esta lucha no es una lucha común de partidos, sino en el plano de la Fe”. Recuérdese que el Papa era Pablo VI, sospechoso para muchos por su pasado “progresista”. Sin embargo en eso, la sintonía de Ezcurra con otros argentinos de similar formación y visión, como Castellani, Meinvielle, Genta o Sacheri, fue casi absoluta, a pesar de la distancia física y de ciertos cambios circunstanciales de opinión que pudo haber en uno u otro a lo largo de esos turbulentos años. No era ingenuo pero enjuiciaba todo con prudencia sobrenatural. Sobre la medicina del “buen humor”, cuenta el P. Álvaro Ezcurra que fue la que lo salvó, humanamente hablado, ante el panorama desolador que se vivía por entonces. Buen humor que tuvo hasta el fin de sus días, pero que se nota por ej. en sus homilías de años posteriores. Como cuando predicaba: “nos salvamos en la Iglesia, nos salvamos en el Cuerpo Místico de Cristo” pero “otra cosa es cómo la entienden algunos que nos salvamos en grupo, digamos en masa, en rebaño. Como si uno pudiera llegar a las puertas del cielo y, cuando San Pedro abre las puertas, le dice; ‘Acá vengo con todos los muchachos’, como si uno pudiera entrar de colado”. O refiriéndose al falso ecumenismo: “¡Qué miedo le tenemos a las palabras! No hay ciegos, hay no videntes; no hay leprosos, hay enfermos del mal de Hansen (…), no hay herejes, hay hermanos separados (…) Como decía uno, que no hay que decirle al diablo, diablo, porque es una falta de caridad, hermano ángel separado”…Como puede apreciarse, había aprendido a decir la Verdad con caridad, con buen humor y sin celo amargo, tal como pidiera en el inicio de su Pontificado, el Papa San Pío X: : “Es un error esperar atraer a las almas a Dios con un celo amargo- sostenía - : es más, increpar con acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso que útil. Ciertamente el Apóstol exhortaba a Timoteo: Arguye, exige, increpa, pero añadía, con toda paciencia”. Ese fue el estilo que Ezcurra vivió y transmitió.

    En otro orden de cosas, las referencias a su vida en Italia, están salpicadas en las cartas que venimos citando, de comentarios sobre el arte y la arquitectura de la ciudad, referencias a pueblos que pudo visitar y, ¡como no!, más de un comentario sobre obras del Duce. Esto no deben escandalizar a quien sepa que la condena pontifica al fascismo fue sólo parcial, sin prohibir la militancia de los católicos en el partido, y que el Caudillo italiano fue transitando por una paulatina pero firme conversión espiritual, que dio lugar a una total reconciliación con Dios y con la Iglesia, como cuenta con lujo de detalles el Padre Ennio Inoccenti, en su libro “La conversión religiosa de Benito Mussolini”. Ezcurra no se privó, por su parte, de mantener contacto en esos años, con organizaciones nacionalistas como la española Fuerza Nueva o la rumana Legión de San Miguel Arcángel, de la que llegó a ser miembro de honor, como está documentado por un carnet que lleva la firma nada menos que de Horia Sima. Su fama llegó incluso a los requetés carlistas, aunque él simpatizara más con Falange y con la figura de José Antonio.

      Ezcurra permaneció en Europa hasta 1971, siendo ordenado diácono ese año en la parroquia de San Apolinario (Obermaubach, Alemania), nación que frecuentó durante todos esos años, y en la que trabajó para poder pagar sus estudios, pues el dinero que recibía de su familia – todo el que podían enviarle- no era suficiente. La ordenación fue celebrada por Mons. Joseph Buchkremer. El lema sacerdotal que eligió, como es conocido, fue “Militia est vita hominis super terram” (Job, 7, 1), Milicia es la vida del hombre sobre la tierra. Milicia de la Patria y del Cielo, unidas en su persona por una especial vocación de servicio a Cristo Rey y a la Argentina, como sacerdote. Alguno podrá pensar que ese carácter militante, en lo que a la Iglesia se refiere, estaba ya pasado de moda, no respondía a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y que no tiene vigencia en la actualidad. No puede estar pasado de moda algo tan esencial a la vida cristiana, bien explicado por San Pablo, San Bernardo de Claraval o Iñigo de Loyola. Pero por hubiera alguna duda, lo ha recordado hace poco Benedicto XVI al enseñar: “Hoy la palabra Ecclesia militans está algo pasada de moda; pero en realidad podemos entender cada vez mejor que es verdadera, contiene verdad. Vemos cómo el mal quiere dominar en el mundo y es necesario entrar en lucha contra el mal. Vemos como lo hace de tantos modos, cruentos, con las distintas formas de violencia, pero también disfrazado de bien y precisamente así destruyendo los fundamentos de la sociedad. San Agustín dijo que toda la historia es una lucha entre dos amores (…) Nosotros estamos en esa lucha (…) El Señor dijo: ‘Ánimo, yo he vencido al mundo’”. Por ese combate, patriota de la tierra y patriota del cielo, vivió y murió el Padre Ezcurra.

    Vuelto a la Patria, el 8 de diciembre de 1971, fue ordenado sacerdote, en la capilla del seminario de Paraná, por monseñor Adolfo Tortolo. Con este paso decisivo de su vida, llegaba a la plenitud de sus anhelos más íntimos. Y de los anhelos de Dios para con él. En una de sus homilías más célebres, en 1992, dijo algo que bien podría aplicarse a su persona: “…el Sacerdocio, de alguna manera, es un misterio. Y a veces, precisamente porque ignoran la característica de misterio que tiene el sacerdocio, es que los hombres no pueden comprender al sacerdote. Tratan de entenderlo con categorías humanas, con categorías sociológicas, con categorías históricas; como si el sacerdote fuera…¡qué se yo!, un consejero sentimental, in psicólogo, un sociólogo, un político, un agitador o alguien que está ahí no se sabe para qué, como si la Iglesia fuera un factor de poder y el sacerdote un empleado de la Iglesia o del gobierno. Los que van por ese camino son totalmente ciegos para entender el misterio del Sacerdocio. El misterio de Dios y de la Eucaristía de alguna manera se reflejan en el Sacerdocio (…) El Sacerdocio es un misterio ligado con la Eucaristía”. Ezcurra fue viviendo  todo esto, día tras día, a partir de su ordenación, hasta llegar – patriota del cielo – a valorar y saborear todo el esplendor de esa “patria” que es la liturgia tradicional, al decir de Klaus Gamber…Volveremos un poco más adelante sobre este asunto…

      Providencialmente, por esos años, el P. Meinvielle y el P. Etcheverry Boneo habían pensado que – dado el auge del tercermundismo y del progresismo teológicos – era necesario tener un buen seminario en la Argentina, para lo cual rápidamente contaron con la ayuda del P. Alfredo Sáenz S.J.. Luego de un intento fracasado en Rosario – a pesar de la buena voluntad de Mons. Bolatti - y teniendo el total apoyo de Mons. Tortolo pudieron reorganizar el Seminario de Paraná, que tantos frutos daría para la Iglesia y para la Patria durante más de diez años. Ezcurra sería uno de sus columnas principales, siendo profesor, prefecto y vicerrector. Como recordaba su hermano, el P. Álvaro: “Alberto alternaba sus actividades en el seminario con la predicación de triduos, novenas, ejercicios espirituales y misiones populares, dictando conferencias y empleando su poco común talento oratorio, con el que iluminaba las inteligencias y enardecía los corazones de quienes lo escuchaban. Su apostolado en Entre Ríos fue muy fecundo. Para quienes compartimos con él las misiones de veranos en el monte entrerriano, será inolvidable su figura de misionero alegre y ardoroso andando por esos caminos de Dios, llevando la Palabra, los sacramentos y el testimonio personal. Un día, después de unas lluvias torrenciales que inundaron toda la comarca, Alberto llegó a un humilde rancho del monte para bendecirlo. Como era imposible llegar a destino a causa de la inundación, trepó a un alambrado y se deslizó por él varios cientos de metros. Cuando los habitantes del rancho lo vieron llegar de ese modo se conmovieron hasta las lágrimas”. La atención de los seminaristas era también algo característico, ya fuera en la dirección espiritual – caracterizada por uno exquisito respeto a la libertad de las conciencias – como en las clases y en las tertulias improvisadas que se armaban en torno a su figura, mate de por medio. La colaboración con escritos de gran lucidez – aunque fuera un poco reacio para hacerlo de modo habitual -, se tradujo en algunos célebres, como “La moda del ocultismo” publicado en Mikael o las recensiones hechas para esta revista o, años más tarde, para Gladius.  Fue por esos años, probablemente en 1974 o 1975, que escribió su estudio “De Bello Gerendo”, acerca de las condiciones de la guerra justa en relación al terrorismo marxista. Ese escrito, aprobado por Mons. Tortolo y realizado para asesorar en dicho tema a la Conferencia Episcopal Argentina, es una claro mentís para quienes suelen presentar a Ezcurra o a Mons. Tortolo como cómplices de la represión ilegal. Al contrario, si las indicaciones que allí se contienen hubieran sido aplicadas por quienes tuvieron a su cargo la conducción de la guerra, probablemente muchos de los crímenes cometidos no hubieran existido.

     Durante estos años, fue también habitual su asesoramiento doctrinal a oficiales de la Fuerza Aérea – algunos de ellos héroes que dieron su vida en la Batalla de las Malvinas – y a sindicalistas de tendencia nacional. Lo primero es lo que explica su participación en el levantamiento de Aeroparque y Morón, en diciembre de 1975. Hay una anécdota simpática de aquellos días. Mons. Tortolo- que oficiaba de mediador entre los rebeldes y el gobierno – se encontró de golpe con el Padre Alberto y le dijo: “Padre Ezcurra, ¿no le he dicho que no quiero que se meta en problemas? A lo que el cura, con el sentido del humor que lo caracterizaba, le contestó: “Pero Monseñor, no soy yo el que se mete en problemas, son los problemas los que se meten conmigo”… Al involucrarse en estos hechos, como al hacerlo luego en el conflicto con Chile, en la Batalla por Malvinas, en su relación constante con agrupaciones y publicaciones nacionalistas o del llamado peronismo ortodoxo, y en su vinculación posterior con los “carapintadas”, aunque pueda decirse no sin razón que en ocasiones invadía el campo de las opciones prudenciales y opinables que corresponden a los laicos, no actuaba Ezcurra sin más motivo que el servicio de Dios, de la Cristiandad y de la Patria. Por eso es que su actuación se limitó en general al asesoramiento doctrinal y nunca se comprometió con caminos abiertamente contrarios a la Fe y a la moral católicas. Si pecó por exceso de celo en el fervor patriótico y religioso – tema que habría que estudiar más a fondo,al menos para contextualizarlo – no son precisamente los clérigos comprometidos con las teologías de la liberación de inspiracióm marxista o con el liberalismo católico, ni quienes pecan por omisión al predicar de modo incompleto y heterodoxo la Doctrina Social de la Iglesia,  los que puede levantar el dedo acusador tildándolo de integrista o de clerical. 

        En 1983 soplaron vientos de cambio en torno al Seminario de Paraná, no precisamente en la visión compartida por Sáenz o por Ezcurra. La clara intención de transformar al Seminario según las ideas de cierto “progresismo políticamente correcto” en términos eclesiásticos, obligó a que Sáenz se auto-exiliara en Europa por unos años, a que varios sacerdotes y seminaristas se incardinaran en la diócesis mendocina de San Rafael y a que por fin, el propio P. Ezcurra – luego de una suerte de “negociación” con Mons. Karlic, de la que también se conserva un breve epistolario – se instalara en dicha ciudad, para participar de la fundación del Seminario Diocesano de San Rafael. Fue aquel un tiempo fecundo, tanto para la patria de la tierra como para la patria del Cielo. Por un lado, el famoso responso a Rosas, cuando se realizó la repatriación de sus restos, que Ezcurra coronó con sabias palabras. Y también un tiempo en el que, a la par de su labor como rector y profesor en el Seminario – nacido en la más absoluta pobreza -, Ezcurra profundizó en la belleza y sacralidad de la Liturgia tradicional (antes, durante y después de un importante viaje a Europa), que fue como una caricia de Dios antes de su último gran combate:  la lucha con la enfermedad que lo purificó para que poder estar con la Santísima Trinidad y multitud de camaradas en la Guardia junto a los luceros y en aquel casino de ex combatientes con el cual imaginaba disfrutar de la Gloria accidental del Cielo, recordando viejas historias de guerra. No le faltó el buen humor, tampoco en esos momentos. Como cuenta su hermano Álvaro, el Padre Alberto, una vez enterado de la enfermedad, “decía que iba a festejar navidad en agosto porque hasta diciembre no llegaba”. Y la noche antes de morir, estando otro de sus hermanos en su habitación del Hospital Español, entró una enfermera y le preguntó si quería comer algo. Ezcurra quiso saber qué había y qué podía comer. La enfermera le contestó que había sopa y el Padre Alberto, para no defraudarla - aunque ni siquiera podía tragar - le dijo que  trajera esa comida. Pero apenas ella se retiró,  miró a su hermano, probablemente con cara de complicidad y le comentó: “La verdad es que podría haberme traído un vaso de vino…”. El Padre Alberto Ezcurra murió “en la noche del 26 de mayo de 1993. Tuve el dolor pero a la vez la gracia de presenciar su muerte- cuenta su hermano Álvaro - y encomendar su alma en el instante final. Fue una muerte tranquila, serena, sin estertores. Había recibido los últimos sacramentos y estaba preparado para el cielo. Yo tenía mis manos tomando su mano derecha cuando dio su último suspiro, y en ese momento le dije en silencio: ‘Alberto: si Dios quiere, pronto nos reuniremos en el cielo”. Llevó la enfermedad con heroicidad cristiana, demostrándolo en muchos actos. Por ej. al no interrumpir la atención sacerdotal en momentos de profundos dolores físicos o no dejar de impartir una clase, porque decía: “Físicamente estoy muy mal, pero todavía me funciona el coco y quiero aprovecharlo”. Murió pues, convirtiendo su  partida definitiva en un acto se servicio. Hasta con la delicadeza y otra vez el buen humor de dejar preparado un licor, para que lo tomaran sus amigos luego del deceso. Rito que llevaron a cabo de modo escrupuloso dentro del cuarto que había sido el suyo en el Seminario. En otro contexto, como dice el P. Sáenz, esto hubiera sido una irreverencia. No lo fue para quienes de este modo cumplieron con uno de los últimos deseos de Ezcurra en relación a sus amigos más íntimos. Ezcurra se fue de un modo sencillo, tal vez con aquel martirio pequeño del cual enseñaba que es el que siempre nos pide el Señor a los cristianos. “Hay dos formas de dar la vida por Cristo – sostenía -.Uno puede dar la vida por Cristo en un momento, en un acto de heroísmo sufriendo el martirio. Eso (…) a lo mejor, a alguno (Cristo) se lo pide. Todos tendríamos que estar dispuestos, pero ciertamente el Señor nos pide dar la vida y darla de otra forma. Dar la vida en la fidelidad de cada minuto, en la fidelidad de cada día, en el cumplimiento de nuestro deber, de nuestro deber como hombres y como cristianos, en el trabajo, en la familia, en el estudio, en el deber de estado, en nuestra misión, en el apostolado, en la conquista del reino”. Ese fue el testimonio que nos dejó el Padre Ezcurra, en su vida y en su muerte ejemplar. Frente a la Revolución anticristiana, levantó su divisa: Militia est vita hominis super terram. Y fue fiel a esa divisa. Frente a las modas laicistas, progresistas y masónicas, levantó su consigna: Aunque todos sí, yo no…y fue fiel a esa consigna. Y frente a la tentación de la desesperanza, del celo amargo, de la acedia, nos dejó el ejemplo y la enseñanza de la ortodoxia del buen humor y del buen humor de la ortodoxia: “Quien combate el buen combate de la Verdadafirmaba – necesita del humor como de un ingrediente imprescindible para la salvaguarda de su equilibrio intelectual, psíquico, e incluso hepático. Porque el mal, manifestado en el error, en la mentira, en el pecado, no sólo es trágico y perverso: es cómico, es ridículo. Sería sólo trágico si el principio del mal fuera un Dios malo, como el de los maniqueos o el de los persas. Pero el diablo es una creatura a la que su absurda soberbia lleva a querer igualarse con el Creador. Es el ‘mono de Dios’ y, a la larga, su imitación deviene una parodia lamentable. La Edad Media tomaba muy en serio al Adversario. Pero también sabía burlarlo y burlarse de su jeta siniestra y deforme (…) Quien no sea capaz de comprenderlo, podrá combatir por el Bien y la Verdad, pero su combate adquirirá el tono oscuro y amargo propio del calvinismo o de los jansenistas (…) Quien lucha por la Verdad con amargura, transforma la Verdad en una cosa amarga, que repele y que repugna. No basta luchar por la Verdad: hay que amarla y hacerla amar. Porque la Verdad, que es Bien y es Belleza suprema y armonía, es en sí misma e infinitamente amable”. Por la Verdad, el Bien y la Belleza; por Dios y por la Patria, Ezcurra libró el buen combate e hizo de su vida una milicia, y todo con un gran sentido común y un contagioso sentido del humor. Socio vitalicio del Casino celestial de Ex Combatientes, alegre bebedor de los licores eternos en la Posada del Fin del Mundo, Alberto Ezcurra Uriburu, Patriota de la tierra y patriota del cielo . Nada más

Conferencia pronunciada en el V Curso de Formación, General Alvear, Mendoza, 27/4/2013. Publicada en la Revista Gladius N° 86, Pascua de 2013.