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sábado, 28 de junio de 2025

Doctora Andrea Greco: “El Imperio español fue el único que no hizo un genocidio en la Edad Moderna”

 


Por: Javier Navascués

Andrea Carina Greco de Álvarez: Doctora en Historia y Profesora de nivel medio y superior en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo. Recibió la medalla de oro al mejor promedio en historia otorgada por la Academia Nacional de la Historia. Es mamá de ocho hijos y abuela de once nietos. Desarrolla una labor docente a la par que como investigadora. Autora de varios libros de contenido académico sobre la historia y también de libros de historia para niños.

¿Cómo decidió involucrarse en esta Diplomatura sobre Hispanidad y qué importancia tiene?

Me involucré en la Diplomatura por invitación del Coronel Mayor Gabriel Camilli y del Dr. Alberto Mansilla. No lo dudé ni un segundo porque desde hace muchos años, en rigor desde el inicio de mi carrera docente, he procurado transmitir los enormes valores de la cultura hispánica y cómo esos valores forjaron un Nuevo Mundo cuando en Europa todo lo que había significado la Cristiandad se empezaba a desmoronar y resquebrajar.

Siempre he creído que es indispensable que los pueblos nacidos del tronco español seamos conscientes de formar un bloque cultural, que ha sido una de las obras más grandiosas de la humanidad y que estemos orgullosos de pertenecer a una cultura tan grande, tan generosa, tan pródiga en obras magníficas.

¿Por qué un ideal tan grande como la Hispanidad merecía al menos Diplomatura académica?

Porque los frutos culturales de la Hispanidad deben seguir siendo estudiados y profundizados. Creo que es más lo que desconocemos que lo que conocemos. Por ejemplo, un gran músico, compositor de la música de las misiones guaraní-jesuíticas, Doménico Zipoli, fue descubierto recién a mediados del siglo XX. Zipoli, junto al historiador Pedro Lozano, los misioneros Nussdorfer, Asperger y Lizardi y los arquitectos Primoli y Bianchi, realizaron la travesía de tres meses para trabajar en las ya célebres Reducciones Jesuíticas del Paraguay. En julio de 1717 llegó a Buenos Aires y en agosto se estableció en el Convento de los Jesuitas de Córdoba donde continuó sus estudios teológicos, y compuso música que luego se enviaba por medio de emisarios, a los 30 pueblos que formaban parte de las Reducciones.

En los breves ocho años y cinco meses de actividad en las Reducciones Jesuíticas, Zipoli compuso una enorme cantidad de música, que hasta hace poco tiempo era desconocida. Recién en 1959 el musicólogo norteamericano Robert Stevenson halló, en Sucre, Bolivia copias de su Misa en Fa y sobre todo en el año 1972, el arquitecto suizo Hans Roth descubrió más de 10.000 manuscritos en la Reducción de Chiquitos, Bolivia, hallazgo considerado como el de mayor trascendencia para la musicología de Hispanoamérica, en las últimas décadas. Entre estos manuscritos se encuentran numerosas Misas, Motetes, Himnos y piezas para órgano. En el otoño de 1725 Zipoli enfermó de tuberculosis, por lo que fue trasladado a la Estancia Santa Catalina, lugar de reposo de los padres jesuitas, a 50 kilómetros de Córdoba, donde falleció el 2 de enero de 1726 a la edad de 38 años. Recibió el orden sacerdotal y fue sepultado en el cementerio de Santa Catalina. Este es solamente un pequeñísimo ejemplo de la grandeza de ese mundo hispánico en el corazón de América del Sur.

¿Puede poner algún otro ejemplo en el que se irradie esta riqueza?

Ejemplos como ese hay muchos más. En el siglo XVII en Chuquisaca existían 4 compañías teatrales que tenían la obligación de producir 4 obras teatrales por año. O sea 16 obras en esa sola ciudad. Cantidad similar a la de Toledo o Madrid para la misma época. Se entiende la grandeza de esa cultura que en el corazón, en la entraña misma de América producía mucha más cultura de lo que hoy sucede en la mayoría de las ciudades. En medio de la selva de Junín la Biblioteca del Convento de Santa Rosa de Ocopa tenía en el siglo XVIII 25000 ejemplares. Hasta el día de hoy es una de las bibliotecas más importantes del Perú, en la que uno de los libros más antiguos está fechado en 1480. Las primeras imprentas llegaron a América para producir libros que permitieran difundir y expandir la cultura. Todo esto que es enorme, grandioso y por muchos, desconocido y por eso debe ser estudiado.

¿Cómo una buena formación en Hispanidad puede servir para refutar el indigenismo y la Leyenda Negra?

Lauro Ayestarán (uno de los especialistas en el músico Doménico Zipoli) nos recuerda lo que escribía Gustave Cohen en La grande clarté du Moyen-Age: “Las tinieblas de la Edad Media no son sino las de nuestra ignorancia”… “Creo que algo parecido acontece con las tinieblas culturales de la América del sur durante la dominación hispánica” (Ayestarán, Lauro, Doménico Zipoli y el barroco musical sudamericano). O sea que si vemos el pasado hispánico como un tiempo oscuro es por la oscuridad de nuestra ignorancia y no porque realmente lo haya sido.

Pocos años antes de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América el Dr. Antonio Caponnetto (uno de los catedráticos de esta Diplomatura) escribió un enjundioso estudio que tituló Hispanidad y Leyendas Negras; La Teología de la Liberación y la Historia de América ( cuando muy pocos hablaban de este tema). En aquel trabajo se ponían al descubierto los errores históricos de la Teología de la Liberación; las Leyendas negras, así en plural pues el autor se refiere allí a las leyendas lascasiana, liberal y marxista; y las diversas falacias indigenistas. Finalmente, el profesor Caponnetto desplegaba en el último capítulo: Hispanidad sin Leyendas Negras, una genial síntesis de los mayores logros de la Hispanidad. Es que para combatir las leyendas negras no hay otro camino que no sea el de la verdad. Este es un libro imprescindible que hay que leer o releer.

La mejor manera de acabar con la leyenda negra es conocer la verdad histórica. Hace un tiempo el periodista español Eulogio López hablando del libro Nada por lo que pedir perdón del argentino Marcelo Gullo, escribía que no existe la raza anglo-india, ni la raza franco-magrebí, ni la raza flamenco-indonesia, pero sí existe la raza hispana, mezcla de unos conquistadores que tenían sobre sí a una reina católica, Isabel I de Castilla, que les exigía tratar a los indios como hijos de Dios. Nada por lo que pedir perdón habla de la acusación de genocidio contra España. Contrariamente a la difundida y bien pagada leyenda, fue el imperio español el único que no hizo genocidio en la Edad Moderna. Pareciera que los hispanos no somos conscientes de esto, a pesar de tener ante nuestros propios ojos el color de la piel que lo atestigua. Porque el imperio español fue un crisol de razas y de culturas por eso la riqueza y la diversidad hispánica es tan enorme y vale la pena conocerla.

También vale la pena conocer los intereses que se mueven detrás de la leyenda negra. Don Ignacio Tejerina Carreras, un gran hispanista argentino, cordobés, decía que América es un continente que ha nacido de la polémica, porque todo el proceso que empezó hace más de 530 años ha tenido distintas interpretaciones y se ha llegado mucho más a discutirlo que a comprenderlo. Detrás de todas esas discusiones hubo intereses muy concretos y reales que se beneficiaban del desprestigio de España y la obra de la hispanidad. Más contemporáneamente, en el siglo XX hacia los años 80 se produjo una gran resistencia cuando se formaron en los países iberoamericanos y en la propia España las comisiones nacionales de homenaje y recuerdo al V Centenario del descubrimiento de América.

Por esa época algunos dirigentes políticos o movimientos sociales se pronunciaron en contra de la celebración y tomaron como bandera de lucha todos los cuestionamientos a la implantación española en nuestro continente, planteamientos elaborados a través de los siglos en lo que se dio a llamar la Leyenda Negra. Esa tenaz campaña ha servido a muchos fines diferentes, a veces opuestos y contradictorios. Sirvió secularmente a los enemigos y competidores europeos de España como Inglaterra, Francia y Holanda entre otros, y contra muchos americanos que apoyaron indiferenciadamente propuestas indigenistas muchas de ellas grandemente justificadas y otras llenas de un larvado sentimiento antagónico y un odio hacia España y hacia lo criollo. Por eso es que todos aquellos que reflexionamos sobre la temática de la conquista y la colonización, nos preguntamos ¿qué beneficios ha aportado a la unidad, cooperación, entendimiento, estabilidad y mejoramiento de o Iberoamérica la campaña contracelebratoria del 12 de octubre? Consideramos con pruebas más que suficientes que una campaña de ese tipo no solamente no ha aportado nada, sólo ha engendrado división, lucha y marginación. Pero además esa campaña no hunde el bisturí en la realidad de lo que somos, pues a través de la asunción de nuestros padres y de nuestro origen podremos gozar de los beneficios que nos otorga la hermandad y aclaro, no hermandad en la desgracia, sino hermandad de sangre, biológica, cultural, heredada que nos viene desde hace más de 5 siglos a través de la historia común.

¿Qué supone para usted ser la directora académica de la diplomatura junto con el Dr. Alberto Pascual Mansilla?

Por un lado, es un honor, un desafío y una gran alegría. Es un honor porque entre tantas personas posibles, entre tantos catedráticos me lo propusieran a mí es algo que me honra y que agradezco. Es un desafío porque supone poder transmitir todos estos valores y conocimientos de un modo profundo, efectivo y convincente. Y también una alegría porque hace muchos años, creo que por el año 2012 o 2013 yo convoqué a Alberto Mansilla a dar clases en un profesorado en Historia que yo dirigía en aquel momento en una pequeña ciudad de la provincia de Mendoza en la Argentina, San Rafael, ciudad en la que vivo. Con generosidad Alberto aceptó y me acompañó en la empresa aunque había que resolver los problemas de la distancia, del tiempo, de los pasajes y demás. No era aún tan sencillo, como lo es hoy, poder comunicarse de manera virtual, sin embargo, pudimos solucionarlo y llevarlo a cabo. Hoy que es mucho más sencillo para docentes y alumnos que nos interesa el tema poder reunirnos es realmente una alegría poder hacerlo.

¿Cómo fue el proceso de selección de los diferentes módulos?

Primero se seleccionaron los profesores y catedráticos coordinadores de cada módulo y luego a partir de las propuestas de los que se iban sumando al cuerpo docente se fueron convocando a otros catedráticos que podían hacer grandes aportes a la temática desde los diferentes campos que abarca. Desde lo histórico, lo político, lo cultural, lo geográfico, lo económico y lo tecnológico. Consideramos que por ello ha resultado una propuesta amplia que puede ser de provecho para personas con diferentes oficios, profesiones o intereses diversos. La idea de terminar la Diplomatura con una propuesta de acción comunitaria o de investigación socio-cultural significa que los módulos y los docentes irán colaborando en la tarea de darle a los cursantes los insumos necesarios para que, cada uno desde sus propios intereses, puedan elaborar proyectos de intervención que fomenten la integración, promuevan la cultura iberoamericana, difundan el orgullo y/o reconozcan y valoren la herencia común.

¿Estudian implementar nuevos módulos en el futuro?

Por supuesto, la herencia y las obras de la hispanidad son tan grandes que sería necesario dedicar un módulo a la música, otro a la arquitectura, la escultura y la pintura, a las danzas y costumbres tradicionales, a la literatura de cada uno de los países de Iberoamérica, y un enorme etcétera. Varios de estos temas podrán ir siendo abordados desde Conferencias complementarias o en las Jornadas de la Hispanidad. Pero claramente, no se descarta en el futuro, la posibilidad de incorporar nuevos módulos.

¿Qué nos puede decir del elenco de profesores seleccionado?

Los docentes (desde diversos lugares de la Hispanidad) son todos profesionales con importantes trayectorias en Universidades públicas y privadas de distintos países de España e Iberoamérica. Tenemos un elenco docente encabezado por doctores, ingenieros licenciados y profesores de gran prestigio con largas trayectorias docentes. Los nombres del Cnel.Mayor Gabriel Camilli, Rafael Breide Obeid, Antonio Caponnetto, Sergio Castaño, Sebastián Sánchez, Elena Calderón de Cuervo, Mariana Calderón de Puelles, Liliana Pinciroli de Caratti, José Luis Orella, Alberto Mansilla, Paulo La Roca, Enrique Ravello Barber, Sergio Tapia, Lorenzo Carrasco, Guillermo Rocafort, Luis Roldán, Facundo Casasola, Daniel Acuña, Mariano Villegas, Diana Ceballos, Héctor Giuliano y Román Fellippelli, nos remiten a los trabajos e investigaciones que cada uno de ellos ha desarrollado en temáticas vinculadas a la Hispanidad. Todos los profesores que integran el cuerpo docente de la carrera se inscriben en corrientes de pensamiento que valoran la tradición hispánica y su legado en América. Sus obras (libros, artículos, conferencias) abordan temas como la identidad hispanoamericana, la historia de la Iglesia en América, la filosofía política hispánica y la relación entre España y América.

¿Qué importancia tienen para la Hispanidad el pensamiento de Zacarías de Vizcarra, Ramiro de Maeztu y Leopoldo Lugones?

El Padre Zacarías de Vizcarra (1879-1963) es un adalid de la Hispanidad. Fue un sacerdote vasco que vivió durante varios años en la Argentina. Fue él quien acuñó el término en 1926, en el artículo «La Hispanidad y su verbo» publicado en Buenos Aires cuando estaba al frente de la Basílica del Sagrado Corazón. Monseñor Vizcarra (ya que luego fue Obispo de Ereso) Hispanidad, continuaba el obispo, «significa, en primer, lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánico diseminados por Europa, América, África y Oceanía» y «expresa, en segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica». En un libro llamado Vocación de América, por ejemplo, tiene un capítulo dedicado a Santiago Apóstol, el Padre y Fundador de la Iglesia que se extendió por todo el Nuevo Mundo, por corresponder a su herencia espiritual las frondosas ramas del árbol plantado por el apóstol en la Península Ibérica.

Santiago es el Padre en la fe de la Iglesia ibérica por eso América es una parte integrante de la gran rama de la Iglesia Católica que es la Iglesia Jacobea (hija de la predicación de Santiago) extendida por todo el hemisferio occidental. Santiago predicó la fe en España y luego de su temprana muerte, continuó creciendo la semilla que él había plantado allí y él continuó asistiendo e inspirando a sus sucesores en cada época de la historia, adoptando para ello los medios que reclamaban las circunstancias. Los cronistas de América dan cuenta con pruebas patentes de la devoción que profesaban hacia el Apóstol Santiago los pobladores del nuevo mundo, tanto los blancos como los indígenas. Consta en esas historias la solemnidad, pompa y regocijos populares con los que se celebraba su fiesta en América. El P. Zacarías Vizcarra nos dice que hoy nos queda como prueba de la amplitud y arraigo de esta devoción la larga lista de poblaciones, ríos y montes que llevan su nombre. El sacerdote español menciona, en un rápido repaso, más de 150 lugares entre los que figuran los nombres de ciudades tan conocidas e importantes como Santiago de Chile, Santiago de Cuba, Santiago del Estero, Santiago de Caracas…

Ramiro de Maeztu (1874-1936) fue un destacado ensayista, novelista, poeta, crítico literario, teórico político español y diplomático español. Llegó a la Argentina como embajador de España en 1928 y aunque sólo permaneció aquí dos años, hasta 1930 fue en esa época en la que producto del encuentro con Zacarías de Vizcarra, que significó un punto de inflexión en su vida, y la convergencia con los discípulos de Leopoldo Lugones contribuyeron a la evolución de su pensamiento a lo largo de su vida. Inicialmente, había mostrado afinidad por el pensamiento de Nietzsche y el darwinismo social. Pero más tarde, se convirtió en un defensor de la tradición católica y de la Hispanidad, que promovía la valoración del legado cultural y espiritual de España en América Latina. Como miembro de la Generación del 98, participó de las reflexiones sobre la identidad de España tras la pérdida de sus últimos dominios de ultramar en 1898 (Cuba y Filipinas).

El argentino cordobés Leopoldo Lugones (1874-1938), fue una figura central de la literatura argentina, que también participó en los debates sobre la hispanidad, aunque su enfoque y evolución fueron particulares. Lugones experimentó una notable transformación ideológica a lo largo de su vida. Comenzó con ideas socialistas y evolucionó hacia posturas nacionalistas y conservadoras. Esta evolución lo llevó a valorar cada vez más la herencia hispánica en América. En su etapa final, Lugones defendió los valores tradicionales y la importancia del legado español en la cultura argentina.

Esa evolución tenía muchos puntos de contacto con la del propio Ramiro de Maeztu, lo que probablemente hizo que se influyeran mutuamente. Lugones llegó entonces a considerar que la herencia hispánica era un elemento fundamental de la identidad nacional. La Argentina de principios del siglo XX era un crisol de culturas, con una fuerte inmigración europea. En este contexto, la cuestión de la identidad nacional y la relación con España eran temas de debate. Lugones, como muchos intelectuales de la época, buscó definir la identidad argentina en relación con su pasado hispánico. De igual modo que los hombres de la generación del 98 buscaron respuestas al problema de la identidad también Lugones y todo su entorno intelectual buscaban las raíces de la identidad. En esa búsqueda ambos grupos confluyeron en la valoración de la Hispanidad. Por eso creemos que es un buen fundamento comenzar por aquella búsqueda y el subsiguiente hallazgo.

¿Qué supone para usted poder profundizar en estos autores?

Para mí, para el resto de los docentes como para los cursantes creo que el reencuentro con estos autores es el magnánimo ejercicio de recordar, o sea volver a pasar por el corazón esos textos y el pensamiento de los autores. Porque se trata de conceptos y conocimientos que son al mismo tiempo verdades entrañables, porque pertenecen a nuestra identidad, a lo que somos. Podemos acercarnos a ellas con una simple y sincera curiosidad intelectual pero difícilmente podamos permanecer en una actitud tan distante cuando todo lo que somos en el mundo, nuestro talante se encuentra impregnado de estas ideas y de este modo de ser.

¿Dónde pueden inscribirse y obtener información los interesados?

Para obtener información deben dirigirse a elevanargentina@gmail.com.

Es importante inscribirse para poder reservar la vacante. Desde la secretaría de ELEVAN responderán a todas las inquietudes y solucionaremos los inconvenientes planteados.

Por Javier Navascués

 

Tomado de: https://www.infocatolica.com/blog/caballeropilar.php/2503180447-andrea-greco-el-imperio-espan

 


lunes, 10 de julio de 2023

Las verdaderas causas de la Independencia de 1816

 

Por Andrea Greco

Quiero dejar sentadas aquí algunas ideas que no son nuevas, pero sí indispensables como presupuestos básicos para entender el proceso de independencia.

La patria no nació en 1810 ni en 1816

La Patria Argentina nació, y por eso está hermanada con el resto de las naciones americanas, en el seno del Imperio Español que nos dio un idioma, una cultura y una fe común lo que sumado al sustrato cultural indígena hizo de América una nación nueva y diferente tanto de España como de lo pre-hispánico.

Las razones de la independencia no fueron ideológicas sino histórico-políticas

La historiografía liberal ha insistido tanto en las causas ideológicas de Mayo (que la revolución francesa, que el anti-españolismo, que el liberalismo y la democracia, que el grito sagrado, que las rotas cadenas…) toda esa cháchara liberal con la que los masones, liberales y anti-españoles, que los hubo, se quisieron robar la revolución, tal como lo ha estudiado en detalle Enrique Díaz Araujo en Mayo Revisado.

De ese falso origen de Mayo se deduciría una independencia motivada por esas mismas razones y por lo tanto opuesta a España, de contenido liberal y sentido democrático. Esto es falso y antihistórico como lo demuestran los documentos.

Cornelio Saavedra, presidente de la Junta nacida en 1810, dice en su Memoria autógrafa: “A la ambición de Napoleón y a la de los ingleses de querer ser señores de esta América, se debe atribuir, la Revolución de Mayo de 1810″.

¿Y qué pasó después de ese primer momento de autonomía? Pasó lo que explica en carta del 4 de abril de 1818 al ministro francés Armando Manuel Du Plessis, el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, representante de San Luis en el Congreso de la Independencia: “Antes de restituido el Sr. Don Fernando VII al Trono no hicimos otra cosa, que substraernos a las autoridades tumultuarias de la Península que usurparon su nombre y representación […] posteriormente este acto de suma lealtad ha sido considerado como un crimen, y no nos ha quedado otro refugio para escapar de una injusta venganza que el de no ponernos en las manos de los que han jurado nuestro exterminio”.

También lo explica así Tomás de Anchorena, congresal por Buenos Aires, en carta a Juan Manuel de Rosas del 28 de mayo de 1846 (citada por Julio Irazusta, en Tomás M. de Anchorena o la emancipación americana a la luz de la circunstancia histórica, 1949), al pedirle que no permita la impresión del sermón dado en el Te Deum del 25 de mayo por considerar que: “No es más que un amontonamiento de mentiras y barbaridades contra el Gobierno español y los soberanos de España a quienes protestamos solemnemente obediencia y sumisión con la más firme lealtad en mayo del año diez […] el único modo de hablar con dignidad, decencia y honor del 25 de mayo de 1810, es hablar como habló Ud. en su última arenga y no fingir ni suponer crueldades, despotismo y arbitrariedades que no hemos experimentado”.

En una carta posterior, de 1847, decía también Anchorena: “El 25 de mayo de 1810, o por mejor decir el 24, se estableció por nosotros el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII (…) para preservarnos de que los españoles apurados por Napoleón, negociasen con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos pavo de la boda”.

El discurso de Rosas al que se refiere Anchorena es el pronunciado ante el cuerpo diplomático reunido en el fuerte del 25 de Mayo de 1836: “¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. (…) No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella, y no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida España (…). ¡Quien lo hubiera creído!… Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo (…) fue interpretado en nosotros malignamente como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente. Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues que ofendidos con tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español (…) tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”.

Estas son pues las verdaderas causas de la independencia. El discurso de Rosas contiene una notable hermenéutica de la revolución argentina: enlaza los destinos del país independiente con las tradiciones del pasado hispánico. Al regresar Fernando VII al trono se envió una misión a Europa. El fracaso de la Misión Belgrano – Rivadavia – Sarratea ante los Reyes de España no dejó otra alternativa. Es un tema largo intentar comprender las razones de ese fracaso, sólo mencionemos aquí que los enviados procuraban la instalación de una monarquía parte del Imperio. Al respecto escribe Anchorena: “Se dijo públicamente que habían ido a tratar con los reyes padres, es decir Carlos IV y su esposa María Luisa, sobre la coronación en estos países de uno de los príncipes de la familia bajo la forma constitucional” (carta de Anchorena de 1847). Como ha explicado Díaz Araujo, se convocó a teólogos que analizaron la cuestión y concluyeron en la ruptura del Pacto de Vasallaje ante el desconocimiento de los súbditos por parte del rey.

Así se explica el hecho de la Independencia con la lealtad imperial y monárquica de nuestro primer gobierno autónomo.

La búsqueda de una Gran Nación Americana

El Acta de la Independencia Argentina dice: “Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América”. No se habla de Provincias Unidas de Río de la Plata, ni de la Argentina, ni otra denominación, sino Provincias Unidas en Sud América. Esta es la idea de la Gran Nación Americana que compartían los tres “Libertadores” de América: Agustín de Iturbide, Simón Bolívar y José de San Martín. Idea que significaba valorar la herencia hispánica y construir la Nación Americana sobre la hermandad entre españoles y americanos. Así lo declara Iturbide en el Plan de Iguala en México el 24 de febrero de 1821: Trescientos años hace que la América Septentrional está bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. (…) Americanos, ¿quién de vosotros puede decir que no desciende de español? Ved la cadena dulcísima que nos une. (…) Es llegado el momento en que manifestéis la conformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños”.

Hispanoamérica fue el escenario de uno de los más tempranos, exitosos y masivos procesos de construcción de naciones que se conocen. En apenas 20 años, los que van de la independencia de Paraguay, en 1811, a la disgregación de la Gran Colombia, en 1830, ven la luz un total de quince nuevos Estados, cuya tarea más urgente va a ser la de construir las correspondientes naciones, objetivo al que van a dedicar, con bastante éxito, lo mejor de sus esfuerzos. Sin embargo, la literatura internacional sobre naciones y nacionalismo ha prestado una relativa escasa atención al ámbito hispanoamericano.

En La construcción de las naciones como problema historiográfico: el caso del mundo hispánico”, Tomás Pérez Vejo escribió: “El mito de unas guerras de independencia —y no deja de ser significativo que éste sea el nombre finalmente asumido por la historiografía a pesar del componente de guerra civil o conflictos sociales que tuvieron— en el que unas naciones preexistentes se liberaron del dominio de una también preexistente nación española, sigue vigente”.

¿Qué fue entonces la independencia de 1816? Un acto doloroso y legítimo, que nos condujo a la guerra civil, primero entre fidelistas contra regentistas. Así lo explicaba en 1822 Manuel Belgrano: “Soy verdaderamente católico, apostólico, romano y también fiel vasallo de Su Majestad el señor don Fernando VII (…) Aspiro a que se conserve la monarquía española en nuestro patrio suelo si sucumbe la España, como ya lo está casi toda al poder del tirano, del usurpador más infeliz, Napoleón cuyo yugo han querido que suframos los malos Españoles-Europeos y algunos Americanos engañados que prefieren su interés particular al bien general del Estado, y a los imprescriptibles derechos de ntro. desgraciado Rey” (Documentos para la historia de Manuel Belgrano, tomo III). Más tarde, la guerra fue entre realistas y patriotas o españoles y americanos si bien conviene no perder de vista lo que escribe José María Pemán: “Es una denominación arbitraria y ligera esa de partido español y partido criollo (…) concepción demasiado simplista y fácil de este hecho, nos lo pinta como una rebeldía de los naturales frente a los españoles, cuando es lo cierto que fue una simple escisión civil de opiniones ante una innovación política” (citado por Antonio Caponnetto en Independencia y nacionalismo; 2016).

El trigo estuvo mezclado con la cizaña…

Sin embargo, reconocer las tres verdades anteriores no puede impedirnos ver cómo hubo tensiones que procuraban llevar los procesos históricos hacia otro destino: hacia el anti-hispanismo, hacia el liberalismo, hacia la anti-religión y el anti-clericalismo, hacia la tolerancia masónica etc.

Esto es lo que tempranamente denunciaba, en su periódico “El Desengañador gauchi-político”, el fraile Francisco Antonio de Paula Castañeda, testigo de aquellos años: “Nos hemos ido alejando de la verdadera virtud castellana que era nuestra virtud nacional, y formaba nuestro verdadero, apreciable y celebrado carácter: nuestra revolución fue sin duda la más sensata, la más honrada, la más noble, de cuantas revoluciones ha habido en este mundo, pues no se redujo más que a reformar nuestra administración corrompidísima, y a gobernarnos por nosotros mismos en el caso que, o Fernando volviese al trono, o no quisiese acceder a nuestras justas reclamaciones. La revolución así concebida no contenía en sus elementos el menor odio contra los españoles, ni la menor aversión contra sus costumbres, que eran las nuestras, ni contra su literatura que era la nuestra, ni contra sus virtudes que eran las nuestras, ni mucho menos contra su religión que era la nuestra. Pero los demagogos, (…) impregnándose en las máximas revolucionarias de tantos libros jacobinos, empezaron a revestir un carácter absolutamente antiespañol; ya vistiéndose de indios para no ser ni indios, ni españoles: ya aprehendiendo el francés para ser parisienses de la noche a la mañana; o el inglés para ser místeres recién desembarcaditos de Plimouth”.

El propio José de San Martín, el hombre que más instaba por medio de sus cartas a los congresales para que se atrevieran a declarar la independencia, no era sin embargo ciego a las dificultades que aparecían en el horizonte. Estas dificultades son las que confía al representante por Mendoza, Tomás Godoy Cruz, en carta del 24 de mayo de 1816: el establecimiento de “un sistema de gobierno puramente popular (…) [con] tendencia a destruir nuestra religión”; “el fermento horrendo de pasiones existentes, choque de partidos indestructibles, y mezquinas rivalidades no solamente provinciales sino de pueblo a pueblo”; “los medios violentos a que es preciso recurrir para salvarnos (…) contrastando el egoísmo de los pudientes”. Tales problemas son los que, doscientos años después, siguen aquejando a la Argentina y a las naciones americanas.

En carta a Tomás Guido en 1849, el Libertador decía: “Las consecuencias de la revolución deben hacerse sentir necesariamente por muchos años y los dos grandes partidos de orden y anarquía que se encuentran en presencia deben continuar la lucha hasta que uno de los dos decida la cuestión de manera definitiva”.

Y como testigo de los acontecimientos de 1848, escribió: “El inminente peligro que amenazaba a la Francia (en lo más vital de sus intereses) por los desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objeto de despreciar, no sólo el orden y la civilización, sino también la propiedad, religión y familia, han contribuido muy eficazmente a causar una reacción formidable a favor del orden” (Carta a Ramón Castilla, 13 de abril de 1849).

La independencia americana aún está por hacerse

Hay un texto por demás lúcido que, salido de la pluma de don Tomás Manuel de Anchorena, contiene tantas y tan jugosas apreciaciones que bastaría con estudiarlo a fondo para entender muchos aspectos de la realidad histórica americana de hace doscientos años. Es una carta escrita el 12 de abril de 1842 a su primo Juan Manuel de Rosas: “La independencia política de los americanos se ha convertido en una vergonzosa esclavitud a favor de todos los Estados de Europa y de la república norteamericana (…) mientras nosotros hemos estado ocupados en la guerra (…) los señores ingleses, norteamericanos, franceses y demás europeos, excepto los españoles nuestros padres, se han apoderado exclusivamente de todo el comercio exterior e interior del país, y de todos los ramos de industria, imponiéndonos la ley en todo, y aprovechándose de nuestros conflictos y necesidades”.

Pero Anchorena nos proporciona sus reflexiones acerca de la solución posible: “El único camino que nos queda para aliviar nuestra desgraciada situación es trabajar con el sincero esmero en restablecer la unión entre nosotros bajo unos mismos principios, un mismo dogma político y un mismo sistema, que debe ser el de la federación (…) En una palabra es preciso dictar buenas leyes, es decir justas y acomodadas a las circunstancias del país y observarlas con escrupulosidad”.

Conclusiones para el momento actual

No sería extemporáneo procurar hoy poner en práctica estos sabios consejos. Lamentablemente, los gobiernos americanos parecen estar empeñados en el camino contrario. Los buenos patriotas no podemos caer en el engaño, antes bien, al menos levantemos las banderas que indican que la forma de revertir la malograda independencia ha de ser la vuelta a la unidad, a la Verdadera Fe, a la Verdadera Iglesia, al respeto del derecho natural, a las buenas leyes y a su obediencia.

Los patriotas de 1816 seguramente tenían buenos motivos para quedarse tranquilos y dejar que a la Patria la hicieran otros. Sin embargo, optaron por el bien común, por el camino más difícil que había que sostener poniendo el cuerpo a las balas.

No olvidemos a quienes dieron su vida por la Patria, no olvidemos nuestro origen, no olvidemos que siempre es posible ayudar a otros y contribuir al bien común. Si negamos la verdad del pasado, seguiremos traicionando las obligaciones del presente, en orden al futuro, porque como dice Francisco Luis Bernárdez en sus Poemas elementales:

“La patria duerme como un niño, con la cabeza en el regazo de la historia. / Su sueño es dulce y reposado como el que sigue a la virtud y a la victoria. / La patria vive dulcemente de las raíces enterradas en el tiempo. / Somos un ser indisoluble con el pasado, como el alma con el cuerpo”

[Esta nota reproduce parcialmente el contenido de una conferencia dictada el 8/07/2023 en el Centro Revisionista Argentino]


martes, 18 de mayo de 2021

Intervención anglo-francesa en el Rio de la Plata: Motivaciones y repercusión.

 

Por: Andrea Grecco de Alvarez

De todos los conflictos externos que debió enfrentar la Confederación Argentina en la época de Rosas, probablemente los peores hayan sido el bloqueo francés del puerto de Buenos Aires de 1838-40 y el bloqueo anglo-francés de 1845-49.  

Los móviles

La penetración imperialista era parte de la política implementada por su parte, y por motivos diferentes tanto en Inglaterra como en Francia.  En Inglaterra, la antinomia entre whigs y torys había sufrido algunas transformaciones que tendrán influencia en los sucesos del Plata. Los whigs sustentaban su política en las clases financieras e industriales. Los torys habían estado tradicionalmente vinculados a los intereses de los  terratenientes, sin embargo desde 1832, y habiendo comenzado a emplear la denominación de “conservadores”, empezaron a oponer a la política whig “un entusiasmo patriótico, imperial, basado en la posición de Inglaterra como nación rectora del mundo”1. También los whigs se habían transformado, preferían llamarse “liberales” y si bien seguían apoyándose como los viejos whigs en los comerciantes e industriales, “ponían el acento en lo nacional más que en la defensa de su clase. Su imperialismo era la preeminencia de toda Inglaterra, no de una clase social inglesa”2. Sin embargo, sí había una diferencia entre el imperialismo de liberales y conservadores. El de los primeros, era un imperialismo que fincaba su importancia “en el poderío económico, asentado sobre una necesaria, pero prudente, influencia política”3. El de los segundos, era una concepción de imperialismo “más territorial […] al dominio económico o financiero lo tenía por una etapa para la posesión física de los países poco desarrollados […] que la preponderancia de la marina inglesa ponía a su alcance”4. 

 Esta diferencia de concepción imperialista tuvo sus efectos cuando a partir del 30 de agosto de 1841 el primer ministro William Lamb, vizconde de Melbourne (whig), fue reemplazado en el gabinete de la reina Victoria I por el baron Robert Peel (conservador), quien permaneció en su cargo hasta el 29 de junio de 1846. Con Melbourne, Henry John Temple, vizconde de Palmerston, había ocupado la Cancillería que ahora en el Gabinete de Peel, ocuparía el conde de Aberdeen, George Hamilton-Gordon.

Fue esta dupla formada por Peel y Aberdeen la que impondría un nuevo rumbo a la Política Británica. Un claro ejemplo de los nuevos procedimientos fue la primera guerra del opio contra China, que iniciada por Palmerston con el bloqueo del puerto de Cantón, fue llevada al extremo por Peel y Aberdeen en 1841-1842. El reclamo era la “defensa de la libertad” de vender opio en China, al decir de José María Rosa. Inglaterra procedió por medio de un Bloqueo naval, ocupación de distintos puntos en la costa, el envío de una escuadra con 15 buques de guerra, 4 vapores y algunos transportes con 6000 infantes de marina, penetración por el río Kiang, ocupación de Shangai y amenaza de ataque a la ciudad de Nanking. El emperador terminó cediendo por el Tratado de Nanking del 29 de agosto de 1842, China permitió la libre venta de opio, indemnizó con seis millones de dólares de plata a los comerciantes ingleses (vendedores de opio) cuya mercadería había sido quemada por orden del emperador, pagó los gastos de guerra (12 millones), cedió la isla de HongKong a perpetuidad (aunque en 1984 se pactó que se devolvería en 1997) y factorías en Shangai, Cantón, Xiamen, Foochow, Ningbo donde podían almacenar los productos para realizar las ventas 5.  Por su parte, Francia desde la primera de las llamadas revoluciones liberales (1830) estaba bajo el reinado de Luis Felipe de Orleáns. Una monarquía constitucional, cuyo rey era un aristócrata liberal revolucionario, y en la que el poder recayó en manos de la gran burguesía de negocios. Los hombres que habían hecho la revolución querían acción, movimiento adentro y afuera. Luis Felipe, que conocía Europa, se dio cuenta del peligro que podía entrañar por una temeraria política exterior, provocar la reunión de los aliados y reavivar el Tratado de Chaumont (Austria, Rusia, Prusia y Reino Unido en la sexta coalición). Tomó el partido de la moderación. Así sería acusado de ser esclavo de los tratados de 1815 6. Los tratados de Viena habían reducido las fronteras de Francia a las de 1790, había perdido el terreno ganado por los ejércitos revolucionarios entre 1790 y 1792, se habían visto obligada a pagar 700 millones de francos en concepto de indemnizaciones y manutención de los  ejércitos aliados de ocupación de 150.000 soldados. 

Probablemente para compensar esa política conservadora y pacífica contraria a las esperanzas de los revolucionarios es que se intentara una política exterior agresiva pero lejos del centro de poder europeo, en África o en América. Fue en esa época cuando, aprovechando de Inglaterra estaba ocupada con los conflictos en los Países Bajos,  inició Francia la colonización de Argelia (hasta 1962). Sin embargo, poco le reportó a Luis Felipe esta conquista. “¡Qué pobre e irrisoria compensación parecía entonces Argelia al lado de las conquistas perdidas de la República y el Imperio!”7

 Así oprimida, “ansiosa por vengar la derrota de Waterloo, impotente para volverse contra quienes se la habían infligido, aquejada de un belicismo resumido, había resuelto desahogarse con los nacientes Estados de Hispanoamérica”8. Así, inició en México “la guerra de los pasteles”. Bajo la excusa de supuestas injusticias para con unos ciudadanos franceses establecidos en México, y en medio de una gran crisis nacional en ese país. Los franceses adoptaron una posición especialmente exigente, acumulando quejas y demandando, con prepotencia, solución a situaciones en muchos casos dramatizadas. El canciller francés Louis Mathie Molé ordenó a su ministro en México, Antoine Louis Deffaudis, presentar un ultimátum para el pago de una indemnización global de 600 mil pesos; por supuesto, esa cantidad era impensable para las arcas mexicanas y además el Gobierno se resistía a reconocer tal abuso porque no se sentía responsable  de los disturbios políticos. En febrero de 1838 cuando la amenaza se vio convertida en realidad, pues una escuadrilla francesa a las órdenes del comandante Bazoche arribó a Veracruz, apostando a conseguir con la fuerza de los cañones lo que no había logrado el poder de la palabra. Luego de dos meses, el rey Luis Felipe, decidió enviar más fuerzas navales para responder a los agravios  contra sus súbditos. Deffaudis dirigió un ultimátum al Gobierno mexicano, con lenguaje duro y altivo, ensalzando la benevolencia de Francia y echando en cara a los mexicanos el desdén con que trataban sus reclamaciones. El Gobierno del presidente Anastasio Bustamante declaró que no entraría en negociaciones formales mientras la escuadrilla francesa estuviera en Veracruz. El 16 de abril, el comandante de la escuadra francesa declaró el bloqueo de todos los puertos de la República. Posteriormente, bombardeó el Fuerte de San Juan de Ulúa. Dado que las circunstancias bélicas afectaban también otros intereses, concretamente los de los comerciantes ingleses, estos decidieron mostrar la fuerza de su flota —que ancló en Veracruz a fines de 1838 con 11 barcos dotados de 370 cañones—, con la intención de forzar a los franceses a negociar la paz. Así, con la mediación inglesa el 9 de marzo de 1939, se firmó un tratado de paz por el cual los franceses devolvían el castillo de San Juan de Ulúa; México prometía anular los préstamos forzosos y pagar 600 mil pesos de indemnización; ambos países se concedían el trato de nación más favorecida y entraban en negociaciones para firmar un tratado de comercio. 

Igualmente, Francia formuló reclamaciones en Ecuador y Chile, las que según la cancillería chilena implicaban “establecer un nuevo e inaudito derecho internacional en estas regiones”. “Y cuando vio a Rosas en 1838 rodeado de dificultades internas y externas creyó posible cosechar fáciles laureles imponiendo a la Argentina, por las buenas o por las malas, una capitulación”9  al estilo de las que habían logrado en el norte de África. 

El bloqueo decretado por el almirante Leblanc afectaba a Rosas en la base de su poder, como máximo representante de los terratenientes exportadores de frutos del país. “Pero el caudillo –observa Irazusta– ya se había elevado a la comprensión de los intereses nacionales, superiores a los de una sola clase”10. Rosas se resistió y salió airoso de la prueba con lo que consolidó la confederación empírica que estaba organizando y con ella afianzó la unidad del país.

Inglaterra, con sus afanes imperialistas de nuevo tipo que ya hemos descripto, y siempre atenta a que el Río de la Plata no quedara bajo la jurisdicción de un solo Estado hispanoamericano, vacilaba en intervenir ante la firmeza de Rosas y el exceso de  cuestiones que tenía entre manos. Extendía su penetración en India y China, trataba de evitar la absorción de Texas y Oregón por los Estados Unidos. Pero, explica Irazusta, que cuando Francia se negó a hacerle el juego en América del Norte, pero aceptó hacerlo en América del Sur y vio llegar a Londres al vizconde de Abrantes y a Florencio Varela, por los gabinetes de Río de Janeiro y Montevideo, que pedían su intervención civilizadora ya no dudó más:  

Decidióse a emprenderla con aquel gaucho ingenuo que se tomaba en serio lo de una independencia argentina cuya consolidación ella se había esmerado tanto en estorbar. Con la ayuda de Francia se propuso arrancarle a Rosas la libre navegación de los ríos interiores de la Confederación, el reconocimiento de la independencia paraguaya, la separación de Corrientes y si era posible Entre Ríos, como etapa inicial de una penetración que podía extenderse hasta donde luego lo permitieran las circunstancias11.

El método de acción directa había dado excelentes resultados a la política británica en China, esto mismo es lo que intentará en el Río de la Plata. Por su parte Francia, como ya hemos dicho, encontraba obligatorio hacer algo grande en América, ya que no podía moverse en Europa, y esto era vital para reflotar la imagen alicaída de la monarquía burguesa nacida de la Revolución del ’30.

Lo que no tuvieron en cuenta las potencias interventoras es que la Confederación había alcanzado con Rosas un grado de solidez que la hacía apta para afrontar la resistencia.   

La repercusión de los acontecimientos

Hemos trabajado con los periódicos de la región cuyana y hemos visto el eco que estos conflictos tuvieron en estas tierras. En Mendoza la Ilustración Argentina en su n. 3 de agosto de 1849 escribía:

Las hostilidades que en 1838 promoviera la Francia fueron injustas por parte de aquella Potencia –Los Agentes Franceses exigieron que el Gobierno Argentino derogase una ley de la República en 1821, administración de D. Martín Rodríguez, cuyo principios calificaron de “absurdos y contrarios al derecho de gentes”12. El General Rosas rechazó esta pretensión ofensiva a la Independencia y soberanía de la Nación y sostuvo “que la república Argentina puede darse sin intervención de Francia, las reglas de conducta que los individuos de esta sociedad deben tener unos para con otros y para con toda ella y las que determinan la posición social de los Extranjeros que se establecen en su territorio”13. Los Agentes Franceses recurrieron entonces a las armas y la Confederación dignamente presidida por el General Rosas, concurrió a defender sobre el campo de batalla los derechos de Nación Independiente y libre, que ya había sostenido con ventaja en el de la discusión y del derecho14.

Más adelante refiriéndose al Bloqueo Anglo-Francés expone:

Últimamente la intervención Anglo Francesa bajo especiosos pretextos, pretendió destruir en el Plata la Independencia de las Repúblicas Americanas. Negó a estas el ejercicio del derecho de bloqueo, quiso arrebatarles por la fuerza la navegación de sus ríos interiores y sujetarlas a la prepotencia Europea. –El Ilustre General Rosas fiel a las inspiraciones del Pueblo que preside y a las exigencias del honor nacional, resistió aquellas injustas agresiones del Poder Extranjero, y entre el aplauso de los hombres libres y de las Naciones, salvó la Independencia Americana y la Soberanía de su Patria 15.

En San Juan, El Honor Cuyano, se publicaba mientras el país se encontraba inmerso en el Conflicto Anglo-francés. Desde su primer número del 12 de febrero de 1846 se ocupa del Conflicto a través de artículos o por la publicación de correspondencia o documentos públicos relativos “sobre un asunto en que estando formalmente empeñado el honor de todo americano y principalmente de los argentinos, debe ser para todos de su mayor interés”16. 

Nadie en América quiere la influencia europea: ningún bien queremos por grande que sea siempre que se nos ofrezca con condiciones tan viles y tan infames; ningún beneficio que venga por manos alevosas nos será provechoso. No queremos nada que venga de esa Europa tal cual se nos está representando: no queremos su comercio, no queremos sus artes, no queremos sus leyes, detestamos su civilización y sus progresos porque vienen sirviendo de taco a sus cañones, y porque la civilización es obra de la persuasión y del convencimiento. Las Leyes para ser estables las ha de sancionar el pueblo en el pleno goce de su libertad, y los franceses e ingleses no son pueblo en América, son invasores, conquistadores, son unos piratas sin fe y sin humanidad 17.

Dos preguntas retóricas inician un nuevo párrafo. “¿Con qué derecho quieren hacernos tantos bienes? ¿Para qué nos buscan si somos bárbaros?”. Lo que da el pie para argumentar acerca de que es preferible la barbarie a la esclavitud. La Argentina y América, afirma, harán con sus ríos lo que quieran porque tienen sobre ellos el dominio que le ha dado la naturaleza y el Creador. Son de América, están en su territorio y por lo tanto bajo el dominio de la voluntad de sus habitantes por  lo tanto “nada tiene que hacer la Europa en la propiedad ajena”18. 

En el n. 14 se transcriben las cláusulas secretas del Tratado de Verona de 1822 en que la Santa Alianza formada por Austria, Francia, Prusia y Rusia se comprometían a impedir que en cualquier país se imponga un sistema de gobierno representativo, fiel a la máxima de la soberanía popular, incompatible con los principios monárquicos y de derecho divino. En el comentario del documento, sostiene que encontramos en este documento un motivo más de la injerencia europea en el Río de la Plata. Más adelante, al pasar revista a los periódicos europeos señala que los periódicos ingleses “gritan traición y pretenden que interviniendo en el Plata, la Francia y la Inglaterra no han hecho sino ceder a las instigaciones urgentes del Gabinete de Río de Janeiro”19.

El n. 15 se inicia dando por sentado que habrá paz, que las naciones interventoras han vuelto sobre sus pasos, que se obtendrá justicia y reparación de los agravios. En la revista de periódicos americanos da a conocer un hecho lesivo de la soberanía e independencia del Perú protagonizado por el Encargado de Negocios de S.M.B. en Lima, Guillermo Pitt Adams. Se trata de una reunión en la Bolsa Extranjera presidida por el citado Encargado de Negocios bajo el título de Tribunal de Investigación. El Gobierno de Perú ha respondido con un decreto en el cual afirma los derechos y deberes de los representantes de las Naciones Extranjeras y niega rotundamente que tengan atribución alguna para instalar y/o presidir tribunales. Se publican algunas cartas sobre el tema y el citado decreto.   

En el n. 17 de El Honor Cuyano, aparecen un par de cartas del General San Martín acerca del bloqueo anglo-francés. La primera es una respuesta a un comerciante inglés. La segunda va dirigida al General Juan Manuel de Rosas. Jorge Federico Dickson, prominente comerciante inglés, conocedor de la inteligencia del Libertador, le dirige una carta requiriendo su opinión sobre la intervención. San Martín, sin pérdida de tiempo le responde el 20 de diciembre de 1845  con un brillante análisis:

Nápoles, diciembre 20 de 1845.

Mi querido Señor! He sido informado de sus deseos por tener mi opinión sobre la presente intervención de la Inglaterra y la Francia en la República Argentina y tengo por consiguiente, no solo mucho placer en dársela a Ud. sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y con la más perfecta imparcialidad, sintiendo únicamente que el mal estado de mi salud, no me permite entrar en tantos detalles como exige este negocio importante.

No considero necesario investigar la justicia o injusticia de la dicha intervención, o los resultados dañosos que tendrá para los súbditos de ambas naciones por la paralización absoluta de sus relaciones comerciales, como también por la alarma y desconfianza que la intervención de dos naciones europeas en sus contiendas domésticas, debe naturalmente haber despertado en los estados nacientes de Sud América. Me limitaré a investigar si las naciones que se interponen, conseguirán realizar, por las medidas coercitivas que hasta hoy se han adoptado el objeto que se han propuesto: la pacificación de ambas márgenes del Plata. Y yo debo manifestar a Ud. mi firme convicción de que no lo conseguirán; mas al contrario, su línea de conducta hasta el presente día, sólo tendrá el efecto de  prolongar hasta el infinito los males que proponen poner fin, y ninguna previsión humana podrá fijar el término de la pacificación que anhelan. Me explicaré más extensivamente.

La firmeza del carácter del Jefe que está actualmente a la cabeza de la República Argentina es conocida de todos, como igualmente el ascendiente que posee en las vastas llanuras de Buenos Aires y en las otras  provincias y, aunque no dudo de que en la capital podrá tener un número de enemigos personales de él, estoy persuadido de que, ya sea por orgullo nacional, o por temor, o por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, cierto es que todos se unirán y tomarán una  parte activa en la lucha. Además, es necesario recordar (como la experiencia ya ha demostrado) que la medida de bloqueo ya declarada no tiene el mismo efecto sobre los Estados de América (y menos que en ningún otro sobre el argentino) como lo tendría en Europa. Esta medida afectará únicamente a un corto número de propietarios, pero a la masa del pueblo, ignorante de las necesidades de los europeos, la continuación del bloqueo será materia de indiferencia.

Si los dos poderes determinasen llevar más adelante sus hostilidades, es decir, declarar la guerra, no tengo duda que con más o menos pérdidas de hombres y dinero podrían obtener la posesión  de Buenos Aires (aunque el tomar una ciudad resuelta a defenderse, es una de las más difíciles operaciones de la guerra;) pero aún después de haber conseguido esto, estoy convencido que no podrán conservarse por ningún tiempo en la Capital. Se sabe bien, que el alimento principal, o casi podría decir  único del pueblo, es la carne; como igualmente que con la mayor facilidad, se puede retirar todo el ganado, en muy pocos días, muchas leguas al interior, como también los caballos y todos los  medios de transporte. En una palabra, que se puede formar un vasto desierto, impracticable al tránsito de un ejército Europeo, que se expondría a tanto mayor peligro cuanto más crecido fuese su número.

En cuanto a seguir la guerra con el auxilio de los mismos nativos, estoy segurísimo  que corto ciertamente será el número que se una a los extranjeros.

Finalmente con una fuerza de siete u ocho mil hombres de la caballería del país y veinticinco o treinta piezas de artillería volante, que el General Rosas mantendrá con la mayor facilidad, podrá perfectamente, no solo sostener un sitio riguroso de Buenos Aires, sino también impedir que ningún Ejército europeo de veinte mil hombres penetre más de treinta leguas de la capital sin exponerse a ruina total, por falta de recursos necesarios. Tal es mi opinión, y la experiencia probará que es bien fundada, a no ser, (como se debe esperar) que el ministerio inglés cambie sus políticas.

Me aprovecho de esta oportunidad para asegurar a Ud. que quedo etc.

[Firmado] –José de San Martín

(Del Morning Chronicle febrero 12 de 1846)20.

Esta carta de San Martín fue publicada en Europa el 12 de febrero de 1846 en el Morning Chronicle de Londres y causó gran revuelo. Luego se publicó en Paris en el La Presse, cuyo director Emilio Giradín admiraba el genio y la actuación de Rosas que se enfrentaba a las dos potencias. El General San Martín resalta las consecuencias deplorables de la intervención para las potencias agresoras, la prevención que suscitarán en el resto de los Estados Americanos y la imposibilidad de triunfo anglo-francés. Con su característico realismo para juzgar a las personas y las cosas, se explaya en la idiosincrasia de su población y las características geopolíticas de la Argentina que le aseguran el triunfo. Asimismo, remarca la firmeza del Gral. Rosas como conductor de esta situación y su popularidad, que aseguran el concurso de los ciudadanos. Finalmente, insinúa que lo más conveniente para las naciones interventoras sería rever sus políticas en la región. Estos conceptos son los que resalta el redactor en su introducción a las cartas:

El General San Martín, ajeno de pasiones de partido, retirado del teatro de la lucha y vinculado más que otro alguno a las glorias de su Nación, puede fallar con certeza en la presente materia. Conocedor del carácter intrépido y valeroso de sus compatriotas, como que los ha conducido tantas veces a los campos del honor, y no menos conocedor de las localidades y los recursos del país para poder conjeturar hasta qué punto podría subsistir un ejército extranjero en él 21.  

Se publican también las cartas de San Martín a Rosas y de este al Gral. San Martín. El redactor remarca además, el hecho de que los Parlamentos de las naciones agresoras como la prensa de ambas naciones acosan a sus Ministros por el reclamo repetido de humanidad y justicia. 

El n. 18 da un relato pormenorizado de la misión Hood para lograr el arreglo pacífico con Inglaterra y Francia. En el siguiente continúa con el relato de la misión pacificadora y los términos en que se está tratando la paz. 

 Señala más adelante, que se dice que América debe imitar el ejemplo de Inglaterra, de Francia, de Estados Unidos que han logrado un estado de desarrollo y de progreso. Debemos imitarlos, asevera, dispensando una protección benéfica y útil a nuestra naciente industria. Y entonces expone:

Esto es lo que los Estados Unidos, la Francia, la Inglaterra, Alemania y todos los pueblos del mundo hacen; y nosotros siguiendo su ejemplo y haciendo uso de nuestros derechos soberanos queremos también hacer: criar nuestra industria y riqueza preservándolas de un aniquilamiento y muerte cierta y prematura, cual sería consiguiente a esa libre navegación y comercio como lo predican los injustos enemigos de la República 22.

 Algunas reflexiones ante el Conflicto Internacional 

 Tomás de Anchorena era el Ministro de Relaciones Exteriores cuando se suscita el primer conflicto con Francia. Irazusta sostiene que Anchorena observa que los problemas que se presentan con Francia como un plan para encontrar pretextos. De ese modo, Francia se asegura entrar en conflicto con la finalidad de demostrar su superioridad naval y así subyugar a los países pequeños, como antes lo habían hecho en Europa. Que al no conseguir ese dominio, “buscan la camorra para terminarla en un convenio, que les dé por las malas lo que antes fingían buscar por las buenas”23. Que la pretensión de excluir a los franceses del servicio militar es inadmisible pues los franceses domiciliados en la Confederación deben ajustarse a las Leyes de esta. Que si se admitiese ese  derecho, “sucederá que cada cónsul extranjero será un reyezuelo en nuestro país, y nuestro gobierno su corchete o criado”24. 

 Pero lo más importante que Anchorena aconseja a su primo Rosas es que: 

cualquiera sea el medio de terminación que se estime conveniente, la república ha de quedar plenamente libre para admitir o suspender conforme crea convenir a sus intereses el convenio con Francia, admitir o no sus buques en nuestros puertos y la introducción de sus frutos y anufacturas; admitir o no a los franceses, que quieran venir a ella; permitirles o no establecerse dentro de su territorio; y dictar las condiciones con que quiera admitirlos, y permitirles su establecimiento, quedando Francia por la recíproca libertad de hacer otro tanto 25.

 O sea que la Confederación no quede en modo alguno, obligada a dispensar un tratamiento u otro. En una palabra, que se mantenga soberana, habida cuenta de que –como explica Irazusta–  la  soberanía no es una mera palabra, el sonido de una voz sino “la designación verbal de relaciones vitales, para cuyo amparo los Estados rigen a las comunidades humanas”26. 

Con la soberanía no sólo se defienden intereses materiales, sino muy especialmente intereses morales, el honor, y esto es la llave de bóveda de una comunidad que quiere vivir no de cualquier manera sino como una nación independiente. 

 En esta línea se ubica el consejo de Anchorena a Rosas y en esta también el comentario de la Ilustración Argentina cuando refiere que “la Confederación […] concurrió a defender sobre el campo de batalla los derechos de Nación Independiente y libre, que ya había sostenido con ventaja en el de la discusión y del derecho”27.

Esta custodia de los intereses morales que comporta la salvaguardia de la soberanía hace que, aún en el caso del fracaso en la defensa por las armas (tal como ocurrió en la Batalla de la Vuelta de Obligado en la posterior intervención Anglo-Francesa), la nación conserva en el hecho más de lo que se ha perdido en derecho, ya que el adversario que ha obtenido una costosa ventaja de principio, mirará dos veces antes de aprovecharla concretamente, mucho más que si la obtiene con una simple intimación. Es lo que ocurrió en dicha intervención y por esto es que, a pesar de la victoria parcial de los coaligados en el campo de Batalla, finalmente se rindieron al respeto de la  soberanía argentina. 

Esta es la razón por la que la defensa de la soberanía comporta grandes beneficios a la Nación aun cuando no pueda lograrse el éxito. Por ello, Anchorena decía a Rosas que la Argentina defendiendo todos sus derechos “hasta con el último aliento de la vida de todos y cada uno de los argentinos, jamás podrá perder tanto como perdería cediendo en lo más mínimo de nuestros principios”28.  

Julio Irazusta en disenso con las opiniones de otros historiadores considera que existió una inteligencia verdaderamente argentina que acompañó a Rosas, que formaban un equipo y que elaboró una doctrina política. Esta fue expresada en la Legislatura de Buenos Aires, en las notas oficiales y en los periódicos oficiosos. Dicha doctrina expone acerca de la amenaza imperialista y la fuerza que dispone el país para rechazarla exitosamente. Incluso, observa el autor, que todos los rasgos que el pensamiento histórico más avanzado atribuyó en sus tiempos y en los nuestros a la expansión anglo francesa en el mundo entero, fueron señalados por los argentinos más esclarecidos29. En este mismo sentido, señala Caponnetto que Rosas eligió como colaboradores “a quienes creyó capacitados para sus cargos y los hizo prestar patrióticos servicios, durante largos años, sin apartarse de sus metas ni de su tradicional jerarquía de valores. Integraron juntos un equipo de trabajo político, cuyo rumbo lo fijaba el Gobernador”30. 

Sobre la amenaza imperialista advirtieron: las habilidades de la diplomacia para desarmar la vigilancia de los territorios a conquistar, el arte de dividir para reinar, los móviles económicos ocultos detrás de las razones que se explicitan. En los periódicos cuyanos advertimos estos puntos de la doctrina política toda vez que señalan con insistencia la generación de conflictos diplomáticos que producen distracciones de lo verdaderamente importante; el papel que les cupo a los unitarios como agentes del poder extranjero para generar divisiones y luchas internas; los verdaderos intereses económicos y de dominio material de nuestras fuentes de riqueza disfrazados tras los argumentos del progreso y la civilización.   

“Si clarividentes para examinar el peligro, nuestros grandes espíritus no lo fueron menos para mostrar el modo de enfrentarlo”31, dice también Irazusta. 

 Así fue que cuando, al fin, Rosas logró vencer a los enemigos externos e internos consiguió detener el proceso de disgregación nacional, “en rigor, las fronteras del país que conocemos quedaron definidas en buena medida por la acción de Rosas”32. Los unitarios privilegiaron sus ideas a la cuestión territorial. Los federales dieron prioridad a la unidad territorial, que tiene el valor de lo permanente33. La Gran Argentina era posible, si esto no fue así, se debió en gran medida a la acción perseverante de los partidarios de la pequeña Argentina que para lograr sus fines, obviamente siempre encontraron aliados extranjeros a cuyos intereses convenía este cambio de destino para la Argentina.  

Fuentes Primarias

Ilustración Argentina (1849) Mendoza, 1 de agosto, n. 3, p. 88, col. 2.

El Honor Cuyano (1846) San Juan, 12 de febrero 1846, p. 8, col. 2.

El Honor Cuyano (1846) San Juan, 7 de marzo, n. 3, p. 4, col. 2.

El Honor Cuyano (1846) San Juan, 5 de setiembre, n. 14, p. 5, col. 1.

El Honor Cuyano (1846) San Juan, 30 de octubre, n. 17, p. 5, col. 2, p. 6, col. 1 y 2.

 

Bibliografía Consultada

BAINVILLE, J. (1981) Historia de Francia, Buenos Aires: Dictio.

CAPONNETTO, A. (2013),  Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires: Katejón.

DÍAZ ARAUJO, E. (2010) Argentinos en Chile (1844-1854). La Plata: Universidad Católica de la Plata.

IRAZUSTA, J. (1968) “Alberdi en 1838 – Un trascendental cambio de opción práctica” en: Ensayos históricos, Buenos Aires: EUDEBA.

IRAZUSTA, J. (1979) Tomás de Anchorena o la emancipación a la luz de la circunstancia histórica. En: De la epopeya emancipadora a la pequeña Argentina, Buenos Aires, Dictio.

MASSOT, V. (2005) La excepcionalidad argentina; Auge y ocaso de una Nación, Buenos Aires: Emecé.

ROSA, J. M. (1965) Historia Argentina, Buenos Aires: Granda.

TERNAVASIO, M. (2009) Historia de la Argentina 1806-1852, Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

 

Notas:

1  ROSA, J. M. (1965) Historia Argentina, Buenos Aires: Granda, t. V, p. 15.

2  Ibidem.

3 Ibidem, p. 16. 

4 Ibidem.

5 Ibidem, p. 17.

6 BAINVILLE, J. (1981) Historia de Francia, Buenos Aires: Dictio, p. 341

7  Ibidem.

8 IRAZUSTA, J. (1979) Tomás de Anchorena o la emancipación a la luz de la circunstancia histórica. En: De la epopeya emancipadora a la pequeña Argentina, Buenos Aires: Dictio, p. 327.

9  Ibidem.

10  Ibidem.

11  Ibidem, p. 330.

12 El artículo aclara en nota al pie que esta expresión está tomada del ultimátum del Cónsul Roger al Gobierno Argentino datado a bordo de la fragata Minerva a 13 de setiembre de 1838.

13 El redactor también aclara en nota al pie: Contestación del Gobierno Argentino al Cónsul Francés fecha 18 de octubre de 1838. 

14 Ilustración Argentina (1849) Mendoza, 1 de agosto, n. 3, p. 88, col. 2.

15 Ibidem, p. 89, col 1.

16 El Honor Cuyano (1846) San Juan, 12 de febrero 1846, p. 8, col. 2.

17 El Honor Cuyano (1846) San Juan, 7 de marzo, n. 3, p. 4, col. 2.

18  Ibidem, p. 5, col. 1.

19 El Honor Cuyano (1846) San Juan, 5 de setiembre, n. 14, p. 5, col. 1.

20  El Honor Cuyano (1846) San Juan, 30 de octubre, n. 17, p. 5, col. 2, p. 6, col. 1 y 2.

21 Ibidem, p. 4, col. 1.

22 Ibidem, p. 4, col. 2.

23 IRAZUSTA, J. (1979) Op. Cit., p. 317. Por el contrario TERNAVASIO, M. (2009) Historia de la Argentina 1806-1852, Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores; sostiene una posición más afin a la historiografía tradicional liberal en el tema de las causas de la intervención extranjera. La autora considera que el unanimismo rosista había logrado extender el orden y la paz al conjunto de la Confederación. Los conflictos y las mayores amenazas “luego de 1843 estuvieron ubicados fuera de las fronteras de la república unanimista. Montevideo fue el centro de una disputa” que involucró a los exiliados, al gobierno oriental y a las fuerzas extranjeras. El sitio de la capital oriental mantenido por las tropas de Oribe –que duró nueve años– “estuvo apoyado por la intervención de Rosas al intentar bloquearla con su escuadra”. Para la autora esta fue la causa que “desató la reacción de Francia e Inglaterra que, en esta ocasión, decidieron llevar a cabo un bloqueo conjunto para defender los intereses de los países neutrales, perjudicados en sus negocios con el puerto oriental”. Ante la negativa de Rosas de retirar su escuadra, la flota anglo-francesa bloqueó el puerto de Buenos Aires. La estrategia de resistencia volvió a dar sus “frutos a un régimen que no dejaba pasar ninguna de estas ocasiones para convertir las aparentes derrotas en victorias. Con el levantamiento del bloqueo, Rosas logró, entre otras cosas, que frente al constante reclamo de la libre navegación de los ríos, las potencias admitieran que la navegación del río Paraná era un problema interno a la Confederación”.

24  Cit. en IRAZUSTA, J. (1979), Ibidem. 

25  Ibidem.

26 IRAZUSTA, J. (1968) “Alberdi en 1838 – Un trascendental cambio de opción práctica” en: Ensayos históricos, Buenos Aires: EUDEBA, p. 151.

27  Ilustración Argentina (1849) Mendoza, 1 de agosto, n. 3, p. 88, col. 2.

28  IRAZUSTA, J. (1979), Op. cit., p. 318.

29 Ibidem, p. 331.

30 CAPONNETTO, A. (2013),  Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires: Katejón, p. 74. El autor se explaya en las páginas 74 a 77 dando respuesta a autores que juzgan revolucionario a Rosas por tener como ministros a Vicente López y Planes, Tomás Guido, Manuel Moreno, Manuel de Sarratea, Felipe Arana, listado al que podríamos agregar los nombres de Baldomero García y Carlos María de Alvear. “Cierto e innegable es que la selección de los ministros del Príncipe califica su tino y sus proposiciones. Pero no hay una regla inamovible, según la cual, subordinados ideológicamente cuestionables al servicio de una autoridad ejemplar, sigan siendo objetables; o, contrariamente, sujetos probos no puedan echarse a perder trabajando para jerarcas desquiciados. De ambos casos se nutre la historia universal y aún la argentina” (p. 74). Uno de esos ejemplos puede ser el de los liberales argentinos exiliados durante la época rosista quienes al servicio de una autoridad ordenadora trabajaron para el Gobierno chileno bajo el sino de Portales en un sentido bien distinto del que después emplearían en nuestro país. Cfr. DÍAZ ARAUJO, E. (2010) Argentinos en Chile (1844-1854). La Plata: Universidad Católica de la Plata.

31  Ibidem. 

32 MASSOT, V. (2005) La excepcionalidad argentina; Auge y ocaso de una Nación, Buenos Aires: Emecé,  p. 115.

33  Ibidem, p. 116.