jueves, 16 de agosto de 2018

LA ARGENTINIDAD ORIGINAL

San Julian, sitio de la primera misa en territorio argentino
Nosotros amamos la eterna e inconmovible metafísica de España
(José Antonio Primo de Rivera)

     Lo que afirma José Antonio sobre España lo podemos aplicar a nuestra Argentina. Nosotros no amamos a esto que hoy es Argentina, y que nos duele y desagrada; sino a la Argentina que está en el Origen, la que es guardada y custodiada por “ángeles con espadas”. Y si hablamos de Metafísica y de Origen debemos elevar nuestra inteligencia al Misterio Trinitario. Es Dios quien desde su Eternidad piensa a las Patrias, las familias y las personas que nos desenvolvemos en el tiempo.

     Dios es familia, es Misterio de Amor, es Trinidad. Y dirigió toda la historia hacia el momento culminante de la Encarnación de la Segunda Persona Divina en el seno purísimo de la Santísima Virgen, como nos lo atestigua una lectura detenida, profunda y conforme a la Tradición comunicada por los Padres de la Iglesia, del Antiguo Testamento; como así también un estudio del devenir de las grandes civilizaciones de la Antigüedad, en particular Grecia y Roma.

     “Cuando Dios se hace hombre, no interfiere en este proceso del tiempo sino que lo asume. Una encarnación que no hubiera sido una encarnación en nuestro tiempo, así como lo fue en nuestra carne, no hubiese sido una auténtica encarnación. Dios nos hace pasar por un nuevo nacimiento y por una especie de muerte nos introduce en la vida nueva. Este nuevo nacimiento es el primer estadio: el bautismo y la confirmación, por la cual el misterio de la muerte y resurrección de Cristo se apodera de nosotros.” (Alfredo Sáenz, Cristo y las figuras bíblicas, 341).

     En la Encarnación el Verbo se desposó con la Naturaleza humana, la cual fue asumida en el seno de la Virgen. En el Calvario Cristo se desposa con su Iglesia, de la que engendrará tantos hijos a través de las aguas bautismales brotadas de su costado, y a los que alimentará con la Carne inmolada en la Cruz y la Sangre que manó de su Sacratísimo Corazón. “El itinerario de Jesús a la Pasión es precisamente del Esposo para unir a Sí como Esposa, en los ritos pascuales, a la Iglesia lavada de sus pecados en la sangre del Señor. Nuestra Señora representa a la Iglesia en esta boda, prolongación de la que tiene lugar en la Encarnación” (Carlos Biestro, Jardín Cerrado. La Virgen en la Escritura y los Santos Padres, 311).

     La Iglesia pues, con su liturgia y sus sacramentos, es la continuación de Cristo en la Historia; y los cristianos conformamos el Cuerpo Místico de Cristo. Así como Cristo asumió la Naturaleza humana en la Encarnación, y la rescató y elevó al Orden de la Gracia a través de su Misterio Pascual; la acción cultual de la Iglesia que revive cíclicamente -cada día, cada semana y cada año- estos hechos, eleva a los hombres, y a todo lo que es humano, al plano sobrenatural, haciendo presente lo Eterno en el tiempo, e introduciendo lo temporal en el plano de la Eternidad. “Y del culto viene la cultura” (A. Sáenz, Cristo y..., 335).

     Efectivamente, la Iglesia una vez triunfante, salida de las catacumbas, crea, a partir del siglo IV, sobre los fundamentos grecolatinos, una cultura y una civilización cristianas. Iglesias -bizantinas, románicas, góticas, barrocas, etc-, iconos, esculturas, pinturas, teología, filosofía, obras de misericordia, congregaciones, cofradías...y un orden social cristiano sostenido por el rezo de los monjes, la espada de los caballeros, el trabajo de artesanos y campesinos, la justicia de los reyes, siendo rematado en la cima con la instauración del Sacro Romano Imperio. Una obra magistral del Padre Sáenz, La Cristiandad y su cosmovisión, nos pinta maravillosamente lo que fue aquella civilización, cuyos vestigios podemos hoy admirar visitando las magníficas y monumentales Catedrales y basílicas que en aquellos tiempos se levantaron.

    La cristiandad se prolongó, a partir del siglo XVI, en la Hispanidad. En efecto, mientras el fundamento central sobre el que se había levantado tan magno edificio, el Santo Sacrifico de la Misa, era atacado en Europa por la revolución protestante; la acción misionera de la España de Isabel y de Fernando, de Carlos y de Felipe, llenaba al Nuevo Mundo de iglesias y capillas, monasterios y conventos, donde se celebraban los sublimes misterios, y en tono a los cuales se iba desarrollando una nueva sociabilidad, cultura y civilización propias estas tierras hispanoamericanas. Si la civilización cristiana fue perfectamente descripta en la obra del P. Sáenz sobre la Cristiandad, a la que hicimos referencia más arriba; para comprender la acción de España en Indias podemos consultar, entre tantas, la obra del eminente historiador argentino Vicente Sierra, “Así se hizo América”.

     Sólo captando lo que fue la Hispanidad, continuación de la Cristiandad, fundada en el Misterio de Cristo, podemos entender la esencia de la Argentina, lo que nuestra Patria ES en el Origen. El término origen hace referencia a un tiempo, a una cronología, a un comienzo; pero debe comprenderse sobre todo en un sentido ontológico, se trata de un Origen que está más allá del tiempo. Es un Principio sobre el que se funda una esencia.

     De acuerdo con todo lo que venimos sosteniendo afirmamos que la Argentina original no es la de la Constitución alberdiana de 1853, ni la de la educación laica de 1882, ni la de la gran inmigración de finales del siglo XIX, ni la del Centenario -con sus aires de grandeza y progreso material-, ni la radical -con su instauración de la democracia-, ni siquiera la de las masas peronistas -las cuales, si bien tuvieron elementos que remitían de algún modo al origen, no tuvieron plena conciencia de lo que realmente se jugaba en los años 40 y 50, terminando dicho proyecto totalmente desviado-. Mucho menos aún, la Argentina “futbolera”.......

     Para comprender a la Argentina original debemos trasladarnos al 1 de abril de 1520. Allí, en torno a un altar, un puñado de hombres -pocos, como siempre que se hacen cosas grandes-, en el puerto de San Julián, vestidos de hierro, en medio de zozobras, hambre y peligros -padecidos por el servicio a su Rey y a su Dios- asisten a la primera Misa celebrada en estas tierras. Allí se hace presente “la hostia inaugural izada sobre territorio argento. Allí está el estreno, el albor, el umbral y el preludio de La Argentina Amada” (Antonio Caponnetto. Independencia y Nacionalismo, p. 11). Unas páginas más adelante nos dice el autor: “No creemos ni en los partos ni en las muertes de la patria (...) Creemos (...) que el oficio del historiador católico se asemeja en algo al del liturgo. Y que en esta perspectiva, tiene la patria grande un bautismo, el 12 de octubre de 1492; la patria chica una primera eucaristía, el 1 de abril de 1520.” (p. 20)

     Cuatro siglos después, en el magno Congreso Eucarístico Internacional de octubre de 1934, la Argentina se olvidó por unos días de la mentira liberal y se reencontró con su origen. En estos tiempos apocalípticos volvamos nuevamente hacia el Sol de Salvación, Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Sólo de ÉL obtendremos la Salud.

                                                                                      Lic. Javier Ruffino