domingo, 27 de diciembre de 2015

DOS ARGENTINAS IRRECONCILIABLES*

Por: Federico Ibarguren

La Argentina, cabeza del ex Virreynato del Rio de La Plata, estuvo siempre virtualmente dividida en lo interno. Por desgracia. Históricamente dividida, mucho antes de la llamada revolución de Mayo de 1810, según es fácil comprobarlo. Desde el comienzo de nuestra historia como pueblo civilizado nos aqueja esa lucha entre dos tendencias antagónicas.

En efecto: en el periodo anterior a la independencia, esa pugna incruenta se concreta muchas veces a raíz de dos factores que configuran una verdadera constante histórica nacional. O sea el factor ideológico (o cultural controvertido) y el factor económico (o de intereses regionales encontrados). Ambos aparecen chocando casi incompatibles ya en las jornadas anteriores a 1810 entre porteños y provincianos: los primeros con ideas absorbentes en lo político (despotismo ilustrado, desde Buenos Aires con respecto a los pueblos del interior); y los segundos, apegados a sus viejos Cabildos y resistiendo esa presión totalitaria, fieles durante mucho tiempo a su católica formación cultural jesuítica. Los porteños: fisiócratas en economía (Quesnay y Adan Smith fueron sus mentores teóricos); y los provincianos: proteccionistas a muerte, defendiendo (a lo Hernandarias) su antiguo sistema de vida en cada una de sus localidades de tierra adentro.

Y bien, después de 1810, la tensión entre porteños y provincianos -morenistas y saavedristas se les llamaba entonces- se complica en el litoral rioplatense con la llegada del ultimo virrey, don Francisco de Elio, en 1811, sucesor fallido de Baltasar Hidalgo de Cisneros. Ello provoca en la provincia Oriental del Uruguay el levantamiento en masa de las campañas en defensa de su tierra invadida por los ejércitos portugueses, aliados del Virrey Elio (con el aval de Inglaterra) y previa resignación –después de la derrota de Huaqui- del Primer Triunvirato porteño, rendido al enemigo.

Aparece entonces como caudillo máximo, el coronel de Blandengues, José Gervasio Artigas, quien sería honrado con el título de “Protector de los Pueblos Libres”, en 1815. Otro genio militar, José de San Martin, llegado de Europa en 1812, se define –contrariando nada menos que a Lord Strangford- al derribar con sus granaderos a las contemporizadoras autoridades de nuestro Primer Triunvirato, cuyo principal secretario antinacional fue Bernardino Rivadavia (el 8 de octubre de 1812). El mismo Rivadavia que posteriormente, en 1822, siendo ministro de Martin Rodriguez, intentó nacionalizar masónicamente a la Iglesia Católica en Buenos Aires, complaciendo así al capitalismo inglés. Pero el país continuaría cada vez más dividido por dentro. Revolucionariamente dividido entre cipayos liberales y católicos leales.

A partir de 1814, luego de la vuelta al trono en España de Fernando VII, el bando patriota, irreconciliablemente partido en dos, fractúrase en monarquistas y republicanos (en Directoriales, a la europea, y Federales rosistas, por la otra).

En la conocida carta de San Martin a O´Higgins del año 1829, le declara el Libertador a su amigo chileno las siguientes verdades políticas de aquella época (que hoy se repiten aquí, casi con la tremenda violencia de ayer): “Las agitaciones consecuentes a diecinueve años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido, y más que todo, la difícil posición en que se halla en el día Buenos Aires, hacen clamar a lo general de los hombres, que ven sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por un cambio en los principios que nos rigen, sino por un gobierno riguroso, en una palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra. Igualmente, convienen en esto ambos partidos, que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al efecto se trata de buscar un salvador que reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias, y más que todo un brazo vigoroso, salve a la Patria de los males que la amenazan. La opinión, o mejor dicho, la necesidad, presenta este candidato: él es el general San Martín… (propuesta, como se sabe, del general unitario Lavalle después de haber derrocado al gobernador Dorrego el 1° de diciembre de 1829) …Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes, (se refiere aquí San Martín al fusilamiento de Dorrego que acaba de producirse en Buenos Aires)  ¿me sería permitido, por el que quedase vencedor,  una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consulten otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario que le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público; este último partido es el que yo adopto.”

Y así comenzó necesariamente (según lo vio el propio San Martín) la Dictadura Restauradora Tradicionalista de Juan Manuel de Rosas.


*Publicado en Patria Argentina N° 10, Agosto de 1987.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

LOS ENEMIGOS DE LA "NACIÓN CATÓLICA": SANATEANDO

Enrique Díaz Araujo dedica un trabajo a David Rock, a quien describe como enemigo de su objeto de estudio, esto es del Nacionalismo Argentino. Creo que la calificación es perfectamente aplicable al personaje del que me quiero ocupar en esta ocasión: Loris Zanatta, que también tiene una serie de obras destinadas al nacionalismo argentino, y en particular al objetivo central del mismo que es restaurar la Patria en Cristo . Don Zanatta viene a advertirnos que todo eso de creer que la Argentina es de Cristo no es más que un mito, y que encima es la causa principal de todos los males que nos han agobiado a lo largo del siglo XX. Frente a tan gran mal, Loris nos ofrece crear una República secular, pluralista y democrática. O sea, el gran proyecto alfoncínico. Y todos felices.

A propósito de la elección del Papa argentino don Loris volvió a las andadas. Esto es a las sanatas. Y ha publicado un libro que ha denominado “La larga agonía de la Nación católica. Iglesia y dictadura en la Argentina”. Y vuelve sobre el argumento remanido: la Argentina en el siglo XX, en particular desde los años 30, ha sido víctima de un “Mito” que le ha costado ríos de sangre. De este mito, que se expresó a partir de los orígenes del nacionalismo, todos se han querido apropiar. En los 40, el Peronismo. En el 55, quienes derrocaron al Peronismo. Ya en los 60, y principios de los 70, los grupos insurgentes hicieron su apropiación del mito, refundándolo en los principios del tercermundismo. Con el Peronismo nuevamente en el poder, los dos bandos del Movimiento se enfrentaban como intérpretes de esa “visión totalitaria” de la “Nación católica”, la cual no daba margen para la pluralidad y la secularidad. Afianzada el ala “derecha” del Movimiento, los violentos sectores de esa línea recibieron un fuerte influjo del Nacionalismo. Pero el colmo de los males, no podía ser de otro modo, llegó cuando las FFAA se hicieron con el poder imponiendo el terror desde el Estado. La “mayor masacre” del siglo XX fue perpetrada en nombre del “Mito de la Nación Católica” .

Intentemos a continuación responder escuetamente a algunas de las mentiras contenidas en la obra en cuestión. En primer lugar, que la Argentina es católica no es un mito. Aquello que fue afirmado por los obispos argentinos en el año 1959 –“Católico es el origen, la raíz y la esencia del ser argentino” -, fue mostrado con abundancia de documentación en obras como la del eminente Vicente Sierra “Así se hizo América”, y en la del erudito y ejemplar sacerdote Cayetano Bruno “La Argentina nació católica”, por citar sólo dos obras relevantes; y expuesto con profundidad metafísica por el mártir Jordán Bruno Genta en “Guerra Contrarrevolucionaria”. En realidad podríamos citar a la mayoría de los grandes maestros del auténtico Revisionismo argentino. Pero como esto se trata de un artículo, para muestra basta un botón.

La segunda mentira comprendida en la obra “sanatiana”, es que la lucha por la ciudad católica ha sido la causa de la sangre que corrió en Argentina. Si hubiera continuado el proyecto liberal, secular y pluralista anterior a los años 30 nos habríamos ahorrado multitud de males, nos dice don Zanatta. La verdad es muy opuesta a esto que plantea Loris. La violencia la impuso la generación liberal que arrasó a sangre y fuego con la Argentina criolla, después de1852 primero; y, en particular, a partir de 1862. También fue violencia, sobre todo de tipo espiritual, la que ejerció la generación “ochentosa” cuando impuso el laicismo en la escuela y en la familia, desvirtuando por la fuerza dos pilares fundamentales de la catolicidad argentina. Y nuevamente fueron los liberales los que usaron de la violencia en 1956 procurando afianzar crudelísimamente la “libertad” conquistada un año antes. Y los responsables de la sangre derramada en los 60 y 70 no fueron nacionalistas católicos –que fueron sus víctimas -, sino la izquierda marxista, es cierto que infiltrada en algunos sectores católicos, pero fue en nombre de la “Patria Socialista” que mataron, y no de la Patria Católica. A partir de1976 –en realidad desde un poco antes-, el Proceso militar aplicó una metodología de guerra antisubversiva cuestionada desde el principio por el Nacionalismo.

Zanatta, por favor déjese de sanatear. Los males de la Argentina, y de la Civilización Occidental en general, no vienen de la adhesión a Cristo, sino de la apostasía.


                                                                                   Lic. Javier Ruffino

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Alberto Ezcurra Medrano: notas de un verdadero revisionista

Ante la insoportable vigencia de esa adulteración del verdadero revisionismo histórico, que con justicia llamamos pseudorevisionismo, no está de más recordar, de tanto en tanto, a los auténticos representantes de aquella notable corriente historiográfica.

Uno de ellos –como es sabido- fue don Alberto Ezcurra Medrano; historiador que marcó el rumbo y el perfil del verdadero revisionismo.

Mucho es lo que se podría decir de él. Por lo pronto, en una breve y acotada semblanza, digamos que fue uno de los precursores de esta escuela de pensamiento que se propuso rescatar nuestra identidad hispano-católica, refutando los mitos más difundidos de la historia oficial y sacando a la luz aquello que los historiadores liberales habían ocultado de nuestro pretérito patrio.

En efecto, Ezcurra Medrano inició su labor allá por 1929, en las páginas de los periódicos El Baluarte y La Nueva República, cuando tenía tan solo unos 20 años de edad. Posteriormente colaboró en numerosas publicaciones nacionalistas, como ser las revista Crisol y Nueva Política; pero sobretodo se destacó por sus extraordinarios artículos publicados en la revista del Instituto de Investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas, entre los años 1939 y 1961, es decir en lo que fue el primer periodo, y el mejor, de este notable instituto que nucleó a los más granado del revisionismo argentino.

De esa etapa son artículos memorables como “Rosas en los altares”, “La convención Mackau-Arana”, “Como se escribió la historia”, y “La vuelta de Obligado”; en todos ellos se encuentran bien claras las características que lo distinguen como historiador revisionista.

También en esta época escribió sus obras históricas de mayor envergadura, “Las otras tablas de sangre” (de 1934) y “Sarmiento masón” (de 1952), libros que se convirtieron en verdaderos clásicos de nuestra historiografía.

A modo de ejemplo de la valía de los trabajos que publicó en la revista del Instituto podemos tomar un artículo que vio la luz en enero de 1939, en el N° 1 de la mencionada publicación y que lleva por título “El centenario del asesinato del general Alejandro Heredia”.

Este ensayo es claramente demostrativos de la seriedad y sencillez con la que Ezcurra Medrano enfocaba y presentaba al público sus aportes. Sin alardes cientificistas o de erudición, ni pretensiones académicas; pero innegablemente científicos y con una clara comprensión del presente y del pasado del país.

Las notas que lo pintan por entero, las principales características que definen a don Alberto Ezcurra Medrano como historiador, están presente aquí.

A modo meramente enunciativo podemos enumera algunas: en primer lugar nuestro autor es un desmistificador de los dogmas supuestamente indiscutibles de la historia oficial; en segundo lugar, es un develador de aquellos hechos que han sido soslayados o tergiversados por los historiadores liberales; y en tercer lugar es un hermeneuta justiciero pero humilde pues no pretende imponer su interpretación como si fuera una verdad inconcusa al modo de los escribas de la historia oficial.

En efecto, atento a que la historia oficial no solo montó una leyenda negra respecto a épocas y personajes históricos, sino que en contrapartida edificó un panteón de héroes y mártires inmaculados; nuestro autor –al igual que todos los revisionistas- se vio en la obligación de mostrar a los supuestos héroes de la historia oficial, tal como en realidad fueron.

Y así, en el artículo que rápidamente revisamos nos encontramos con la figura de Marcos Avellaneda a quien el liberalismo nos presentó como un arquetipo de patriota, injusta y cruelmente asesinado. Frente a esto Ezcurra Medrano pone en el tapete documentos irrefutables que destruyen esa imagen sin macula alguna y que aportan indicios vehemente de su participación en la conjura para asesinar al gobernador legítimo de Tucumán, el noble y valiente caudillo federal Alejandro Heredia. He ahí entonces nuestro historiador en su papel de desmitificador y develador de la verdad oculta.

La tercera virtud encontrada en el artículo que analizamos, la del hermeneuta sencillo y humilde, se hace patente cuando, luego de presentar los hechos, invita al lector a sacar sus propias conclusiones sin exigir que las suyas se erijan un “veredicto inapelable de la historia”, tal como lo hacían los liberales con las suyas.

Finalmente demás está decir que estas características que aquí hemos enunciado de don Alberto Ezcurra Medrano tienen su hontanar, su origen y su explicación en una virtud de este autor, que es común a todos los verdaderos revisionistas, cual es la de profesar un cristiano e insobornable amor a la Patria, unido a un afán por conocer la verdad histórica más allá de toda ideología.

                                                                                         Edgardo Atilio Moreno