miércoles, 27 de febrero de 2013

EL JUICIO HISTORICO SOBRE ROSAS


Por: Alberto Ezcurra Medrano


Lenta, pero firmemente, la verdad sobre Rosas se abre camino.
La causa de esa lentitud se explica. A Rosas le tocó actuar en pleno auge del romanticismo y del liberalismo. Sus enemigos, libres de la pesada tarea de gobernar, empuñaron la pluma e “inundaron el mundo -como dice Ernesto Quesada- con un maëlstrom de libros, folletos, opúsculos, hojas sueltas, periódicos, diarios y cuantas formas de publicidad existen.”  Supieron explotar la sensiblería romántica dando a ciertas ejecuciones y asesinatos una importancia que no les corresponde dentro del cuadro histórico de la época.  Los famosos degüellos de octubre del año 40 y abril del 42 pasaron a la historia hipertrofiados, como si los 20 años de gobierno de Rosas se hubiesen reducido a esos dos meses  y como si su acción gubernativa no hubiese sido otra que ordenar o tolerar degüellos. Rosas, para ellos, fué un monstruo, y desde este punto de vista, que no permiten discutir, juzgan su época, sus hechos y sus intenciones. Si Rosas fusiló, no fue porque lo creyó necesario, sino para satisfacer su sed de sangre.  Si luchó -aunque sea con el extranjero-, no fue por patriotismo, sino por ambición personal, o para distraer la atención del pueblo y mantenerse en el poder. Si expedicionó al desierto, fue para formarse un ejército. Si efectuó un censo, fue para catalogar unitarios y perseguirlos. Si ordenó una matanza de perros, que se habían multiplicado terriblemente en la ciudad, lo hizo para instigar una matanza de unitarios. Y así, mil cosas más.  Naturalmente, de todo esto resultó un Rosas gigantesco por su maldad, “un Calígula del siglo XIX”, es decir, el Rosas terrible que necesitaban los unitarios para justificar sus derrotas y sus traiciones.
Como la historia la escribieron los emigrados que regresaron después de Caseros, ese Rosas pasó a la posteridad, y desde entonces todas las generaciones han aprendido a odiarlo desde la escuela. Sólo así se explica que aun perdure en el pueblo el prejuicio fruto del manual de Grosso y de las horripilantes escenas de la Mazorca conocidas a través de Amalia o de alguna recopilación de “diabluras del Tirano.”

Afortunadamente, en la pequeña minoría que estudia la historia se evidencia una reacción. Los libros nuevos que tratan seriamente el debatido tema lo hacen con un criterio cada vez más imparcial. Tal es el caso de las interesantes obras publicadas en 1930 por Carlos Ibarguren y Alfredo Fernández García.
“Donde hay un hombre, hay una luz y una sombra”, se ha dicho. Rosas, como hombre que fue, cometió errores, pero no crímenes, porque “el delito -como él mismo escribió en su juventud- lo constituye la voluntad de delinquir”,  y es absolutamente infundada la afirmación de que él la tuvo. Cuando se habla de su reivindicación, no se trata de presentarlo sin mancha a los ojos de la posteridad, como han querido presentarse sus enemigos, ni tampoco de “disculparlo”, como dicen algunos con cierto retintín cada vez que oyen hablar de cualquiera de sus innegables aciertos. El perdón supone el crimen, y la facultad de concederlo no pertenece a la historia, sino a Dios. De lo que se trata es, simplemente, de presentarlo tal cual fué, con sus errores y con sus aciertos, ya que los primeros no tienen la propiedad  de borrar los segundos, tal como los numerosos fusilamientos ordenados por Lavalle y Lamadrid en sus campañas no extinguen ni una partícula de la gloria que les corresponde por el valor legendario de que dieron pruebas en la guerra de la independencia. La vida pública de esos hombres no es un todo indivisible que se pueda condenar o glorificar en globo. Por eso es absurda en nuestros días esa fobia oficial antirrosista que, haciéndose cómplice de lo que podríamos llamar conspiración del olvido, excluye sistemáticamente el nombre de Rosas de las calles y paseos públicos mientras se le concede ese honor a una porción de personajes anodinos, cuando no traidores o enemigos de la patria. (*)
La “tiranía” no fue un hombre sino una época en que todos emplearon cuando pudieron los mismos métodos. Rosas no “abrió el torrente de la demagogia popular”, como se ha dicho con más literatura que acierto. Lo tomó desbordado como estaba, tal como   no  quisieron   tomarlo  ni  San   Martín  ni  otros  hombres de  valer; lo  encauzó dirigiéndolo hacia un buen fin, lo siguió una veces y otras lo contuvo con su acostumbrada energía.
Es muy cómodo, pero muy injusto, cargar sobre Rosas toda la responsabilidad de una época semejante.
Cuando se habla del terror, de los abusos, de los crímenes, es preciso averiguar, no sólo lo que hizo Rosas, sino también lo que hicieron sus enemigos, algo de lo cual hemos de bosquejar en el presente ensayo. Dentro de lo hecho en el campo federal, hay que delimitar bien lo que ordenó Rosas, lo que se hizo con su tolerancia y lo que se hizo contra su voluntad. Y finalmente, dentro de lo que ordenó  Rosas, es preciso establecer cuándo hubo abuso, cuándo obró justamente -porque al fin y al cabo, era  autoridad legal (**)- y cuándo obró de manera que sería condenable en circunstancias normales, pero que en las suyas era una legítima defensa contra iguales métodos de sus contrarios. Sólo así tendremos la base sobre la cual se ha de asentar el juicio definitivo. Con repetir a priori que Rosas fué el “principal responsable”, nos habremos ahorrado ese trabajo previo, pero no probaremos nada.
Además, por encima de esa investigación imparcial, es necesario que varíe el criterio con que se juzga esa época. Antes se la juzgaba con criterio romántico y liberal. Hoy, que el romanticismo está en decadencia, priva  un  criterio  objetivo,  pero  aún  no despojado de la influencia liberal. Por eso, al juzgar a Rosas, muchos creen condenarlo, y en realidad condenan, no al hombre, sino al sistema: la dictadura. No se contentan con juzgar lo que hizo Rosas, sino que le señalan también lo que debió hacer, y como tienen prejuicios liberales, concluyen: Rosas debió dar al país una constitución liberal y democrática. Pudo hacerlo y no lo hizo. Luego: su gobierno fué estéril.
Tal razonamiento es muy discutible. Sería preciso averiguar si Rosas realmente hubiera podido constituir al país. Y suponiendo que hubiera podido, aún quedaría por averiguar si hubiese debido hacerlo. Para los liberales, eso no admite dudas. Para los que creen que era preciso consumar previamente la unidad política y geográfica del país y dejar luego que la tradición presidiese su constitución natural, la cuestión varía de aspecto.
No condenemos, pues, a Rosas por haber omitido hacer lo que el liberalismo juzga que debió haber hecho. Juzguémoslo a través de lo que hizo: consolidar la unión nacional y mantener la integridad del territorio, preparándolo para la organización definitiva. Ésa es su gloria. Cuando se lo juzgue con simple buen sentido y, por consiguiente, sin prejuicios liberales, le será reconocida.


(*) No sólo se excluye el nombre de Rosas, sino que se procura excluir el de todo personaje rosista o hecho de armas favorable a Rosas. Para citar un ejemplo, ninguna calle de Buenos Aires lleva el nombre de Costa Brava, combate en que se cubrió de gloria la armada argentina derrotando a la oriental, que mandaba José Garibaldi. Sin embargo, este aventurero, saqueador e incendiario tiene hoy varias calles y monumentos, y -parece increíble- lleva su nombre un guardacostas de esa armada nacional contra la cual luchó pérfida y deslealmente.  A ese extremo ha llegado la pasión antirrosista.



(**) Esta circunstancia parece haber sido olvidada  por los severos  juzgadores de la “tiranía” Una cosa es el fusilamiento ordenado por quien ha sido investido por la ley con la suma del poder público y desempeña el gobierno cumpliendo la misión que se le encomendó, y otra es el fusilamiento por orden de un general levantado en armas contra la autoridad legítima.
      Cuando Rosas, los gobernadores de provincias o los generales gubernistas en campaña daban muerte a los unitarios sublevados, no hacían más que aplicar  los artículos de las ordenanzas españolas, que establecían lo siguiente:
      “Art.26- Los que emprendieren cualquier sedición, conspiración o motín, o indujeron a cometer estos delitos contra mi real servicio,  seguridad  de las plazas y países de mis dominios, contra la tropa, su comandante u oficiales, serán  ahorcados, en cualquier número que sean.” (Colón reformado, tomo III, pág. 278)
      “Art.168.- Los que induciendo y determinando a los rebeldes hubieren promovido o sostuvieren la rebelión, y los caudillos principales de ésta, serán castigados con la pena de muerte.”  (Colón reformado, tomo III, pág. 43.)
        Igual pena establecían las ordenanzas para los desertores.
        Esas eran las leyes penales que regían entonces. Y Rosas -autoridad legal con la suma del poder público- las aplicaba.  Pero sus detractores parecen creer que en esos tiempos estaba en vigencia el Código Penal de 1921.

Del Libro "Las otras Tablas de Sangre". Ed. Haz. Septiembre de 1952

miércoles, 20 de febrero de 2013

BICENTENARIO LIBERAL

Por Enrique Díaz Araujo

La afamada “Asamblea del Año Trece”, es la diadema de la corona histórica del liberalismo argentino.
Comencemos por recordar el antecedente obligado de la Asamblea local: las Cortes de Cádiz. Ellas sancionaron la Constitución de 1812, apodada “La Pepa”, declarada “sagrada” por el liberalismo hispano, y copiada de la Constitución revolucionaria francesa de 1793. Dicha carta fue tildada de “monstruosa” por Simón Bolívar, y suprimida por San Martín en el Perú. Tras un examen prolijo, sostiene Federico Suárez Verdeguer que fue:

“La Constitución de 1812, copia servil y no pocas veces literal de la francesa” -[1]-.
Pues, diversos decretos de esas fementidas Cortes gaditanas fueron copiados a la letra por los asambleístas liberales de 1813. El escritor socialista Julio V. González ha cotejado en detalle la copia -[2]-. Por lo cual, también asevera que esta Asamblea General fue:
“El fruto ópimo del cultivo que en el terreno de las ideas habían realizado el jansenismo, el episcopalismo, el regalismo, el filosofismo, el economismo y el liberalismo. Estudiar todas esas escuelas filosóficas o económicas y tendencias, es ahondar en las causas de la revolución española y, con ella, de la revolución argentina” -[3]-.

Coincidentemente, sobre este magno Congreso escribió el socorrido marxista José Ingenieros:
“Una cosa es segura: el pensamiento revolucionario fue totalmente conducido a término por la Asamblea del Año XIII. Ningún otro cuerpo de representantes, en toda América, tuvo de él una noción más clara. Los jacobinos de Buenos Aires la dirigieron sin reservas… No declaró la independencia por creerlo superfluo…
La obra legislativa de nuestra Asamblea -lo mismo que las Cortes de Cádiz-, en cuanto a los principios fundamentales, se ajusta fielmente a lo legislado en París… Desde la libertad de vientres hasta la constitución civil del clero, todo tiene allí su fuente inspiradora. No es necesario agregar más, fue ésta la Asamblea magna de la Revolución, tal como la anhelaba Moreno… Resultó una digna evocación del modelo francés” -[4]-.

En la muy liberal Historia de la Nación Argentina, de la Academia Nacional de la Historia, que dirigiera don Ricardo Levene, el serio investigador Juan Canter definió el carácter y el estilo de esa Asamblea, con estas palabras:
“La nueva política, preconizando liberalismo y reforma, a pesar de su presuntuosidad, careció de fórmulas originales. Calcó disposiciones y en toda su tarea civilista adoptó un aire de suficiencia, pareja con su postura prepotente…
Era una ideología extraña y una rara política que proclamaba los modelos ingleses y franceses, remedando al propio tiempo, a los españoles sin aludirlos…
La Asamblea… castigaba todo desaire y desestimación… presumía de un liberalismo aparentemente nivelatorio; pero, en realidad se hallaba formada por un conjunto egregio y calificado que no toleraba discrepancias, dispuesto a estrangular cualquier rebeldía” -[5]-.

O sea, aquello de Gaspar Núñez de Arce: “El libre pensamiento proclamo en alta voz, / y muera quien no piense como yo”…
Asamblea que se declaró “Constituyente”, pero que no constituyó nada (los proyectos constitucionales fueron archivados), por la muy buena razón de que antes no declaró la Independencia (pese al reclamo de los artiguistas y sanmartinianos).

Bien; trazado el cuadro general, pasaremos a analizar las medidas en detalle. A tal efecto, enumeraremos algunas de las célebres “reformas”. Advirtamos desde ya que esas normas las introdujo la mayoría liberal alvearista, contra la opinión de los diputados que respondían a San Martín -[6]-. Asimismo, fijaremos la distancia entre los dichos y los hechos. Decimos esto último porque hay historiadores que se limitan a citar las leyes promulgadas por la Asamblea, como un catálogo jurídico, sin mención de su fuente y sin estudiar su concreción.

Ante todo, convengamos con José María Rosa que:
“La obra de la Asamblea fue para la propaganda interior. Dio, como si fueran de su inspiración, leyes sancionadas por los constituyentes de Cádiz…Habló mucho de libertad y dictó leyes liberales que nunca se aplicaron” -[7]-.
Pues, las tales reformas fueron:

1).- Eclesiásticas:
En el orden religioso, conforme lo asentara Pedro Agrelo, uno de los miembros liberales más radicalizados, “se puso la primera base de una iglesia independiente y nacional” -[8]-.
O sea: cismática.
a.- Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición:
Se suprimió, siguiendo las decisiones tomadas por las Cortes de Cádiz, del 22 de abril de 1811 y el 22 de febrero de 1813 -[9]-; anulando los “instrumentos de tortura” que aplicaría ese Tribunal. Sin entrar en la consideración de cuanta difamación han esparcido los liberales contra la Inquisición -[10]-, como mínimo cabe apuntar que en Buenos Aires no funcionaba ese Tribunal, estando su sede en Lima (en donde, como queda dicho, lo habían abolido las Cortes gaditanas) - [11] -.
En cuanto a sus “instrumentos de tortura”, supuestamente empleados por la Inquisición y otros tribunales civiles, se pasó de la estupidez a la payasada. Existía una mitología liberal sobre esos tormentos. Pero lo cierto es que, antes que otros tribunales, la Inquisición hacía un siglo que los había suprimido -[12]-. En Buenos Aires, el asunto tuvo ribetes sainetescos, pues para quemar dichos instrumentos, hubo que empezar por fabricarlos -[13]- . El único consuelo fue que en España, años después, durante el “Trienio Constitucional”, se repitió la barrabasada -[14]-.

b.- Normas eclesiales:
Se procedió a establecer:
- el número de monjas por convento,
- fijar en treinta años la edad para ingresar a las órdenes regulares (19 de mayo),
- el comisario general de regulares (28 de junio),
- la secularización de los hospitales de las comunidades religiosas (13 de julio),
- y sobre todo, el 4 de agosto, se dispuso que el bautismo no se administrara antes de los nueve días desde el nacimiento y se efectuara con agua templada “para evitar los espasmos” -[15]- . Ley tan importante que el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas, se encargó de aclarar que:
“Se reencarga muy particularmente al Supremo Poder Ejecutivo la vigilancia” de esa norma -[16]-.
No se sabe si se llegó a disponer la colocación de un policía junto a cada pila bautismal, para controlar el cumplimiento de esa regla principal.
Si, en cambio, se conoce que el autor de esas iniciativas fue Carlos de Alvear, quien impulsó a la Asamblea a sancionar “reformas tan trascendentales”, como señala el historiador oficioso de la Masonería Argentina -[17]-.
Es importante recordar que las Cortes de Cádiz, modelo de nuestra Asamblea, habían resuelto la supresión de las colegiatas, la reforma del canto eclesiástico y la mudanza de la hora de los maitines -[18]-.
Para mejor valuar estas medidas, debe tenerse presente que estábamos en plena guerra con el Consejo de Regencia. Era algo así como si durante la “bliztkrieg” de la Lutwaffe sobre Londres de 1941, la Cámara de los Lores hubiera resuelto pasarse al sistema métrico decimal o revalorizar la poesía de P.B. Shelley.

2).- Leyes igualitarias:
a) Se suprimieron los títulos de nobleza (21 de mayo de 1813).
Medida calcada de la Constitución Doceañista de Cádiz y de la francesa de 1793. Acto que provoca en el Dr. Francisco José Quagliani el siguiente comentario:
“Imagino el odio despertado en aquellos que dejan de ser condes o marqueses, que deben bajar su escudo de la puerta de su casa”-[19]-.
Portentosa imaginación democrático-novelesca, realmente. Porque el único noble nativo que había en el antiguo virreinato del Río de la Plata era el marqués de Yavi, Juan José Fernández Campero, en Jujuy (marqués del Valle de Tojo). Lamentablemente para la fantasía de Quagliani, no se le pudo aplicar la medida anti-aristocrática, porque dirigía tropas autonomistas en Tarija, en la lucha del Alto Perú, y amenazó con desertar si se insistía en desconocerle su título de nobleza. (Títulos de otro origen eran el germano del teniente de la Guardia Valona Eduard Kailitz, barón de Holmberg, que había viajado con los americanos en la “George Canning” en 1812, y el irlandés del cordobés Miguel del Mármol, conde de Lúcar y Quilmaró).

Anota Héctor B. Petrocelli:
“Parece que los únicos perjudicados por la abolición de los títulos de nobleza fueron el marqués de Yavi y el barón de Holmberg, que curiosamente militaban en las filas patriotas” -[20]-.

b).- Se abolieron los mayorazgos y vinculados.
Las Cortes de Cádiz suprimieron los “privilegios señoriales”, el 6 de agosto de 1811. Por eso, acá el 13 de agosto de 1813, a petición de Alvear, se derogaron los “mayorazgos” y “vinculados” (bienes de familia, que restituyó el Código Civil).
En realidad, en América no había mayorazgos (derecho del primogénito sobre el patrimonio familiar heredado). En el Río de la Plata, había uno, el de San Sebastián de Sañogasta, de la familia Brizuela y Doria, de La Rioja, que no fue afectado, pues duró hasta el siglo XX -[21]-.

c).- Beneficios:
Se suprimieron. Pero:
“Tampoco abundaban los beneficios de órdenes nobiliarias. En Buenos Aires sólo dos personas poseían la Orden de Carlos III”-[22]-.

d).- Tributos sobre los indios:
Referente a la mita, el yanaconazgo y el servicio personal de los aborígenes, debe recordarse que ya habían sido abolidos en 1612.
No obstante, pensando, tal vez, que lo que abunda no daña, el Consejo de Regencia, ordenó el fin de las prestaciones personales de los indígenas, el 26 de mayo de 1810. Las Cortes de Cádiz lo convirtieron en ley, el 13 de marzo de 1811. La Junta Grande, en Buenos Aires, copió esas normas, el 1 de setiembre de 1811.
Con alguna demora, y para no ser menos, la Asamblea dispuso volver a abolir la mita, encomienda y yanaconazgo, que habían tributado los indígenas en otra época. Claro que “en el dominio de la Asamblea no existían indios en estas condiciones; algo, muy poco, quedaba en el Alto Perú, región que estaba ocupada por el enemigo”-[23]-.

e).- Libertad de Vientres:
El 2 de febrero se copió una ley de las Cortes de Cádiz, del 10 de enero de 1812, declarando libres a los esclavos que se introdujeran en el territorio o que nacieran en él.
Pero, dada la masiva emigración de negros y negras brasileñas embarazadas, y a instancias de Lord Strangford, se derogó -[24]-.
Recién por el art. 15 de la Constitución Nacional de 1853 se liberó a los esclavos-[25]-.
Otra norma trascendental fue la creación de una Junta para inspeccionar los abusos de las boticas -[26]-.
Su broche de oro consistió en “extrañar” -esto es mandar castigado a San Juan- al antiguo Jefe de los Patricios y Presidente de la Primera Junta, Brigadier Cornelio Saavedra -[27]-.
Tal el majestuoso inicio de nuestro liberalismo, que con análoga dignidad, ha “ampliado esos derechos”, en las últimas décadas. Menos mal que la “Gaceta” y el “El Redactor” de la Asamblea, dejaron constancia “de la resistencia y de la oposición de los partidarios de San Martín, al nuevo orden político” -[28]-.

Con referencia a los símbolos patrios, que la Asamblea encomendó sin sancionarlos -[29]-, le escribió San Martín a Tomás Godoy Cruz, el 12 de abril de 1816:
“¿No le parece a Ud. una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en día se cree dependemos? ¡Hasta cuando esperamos para declarar nuestra independencia!” -[30]-.
Pero, claro, para el alvearismo, masón, liberal y pro-británico, la cuestión de la Independencia era, como diría José Ingenieros, un asunto “superfluo”.

Más todavía. El tío de Alvear, y militante destacado de su logia, Gervasio Antonio Posadas, nombrado Director Supremo, con poderes extraordinarios, envió dos mensajeros a España. En su mensaje, le tributaba al rey Fernando VII:
“Las más sinceras protestas de su vasallaje, felicitándolo por su ventura y deseada restitución al trono, y suplicándole humildemente el que se digne, como padre de sus pueblos, darles a entender los términos que han de reglar su gobierno y administración” -[31]-.
¡Y todavía hay ingenuos que creen que porque se sacó la imagen del Rey en los sellos de las monedas de Potosí, se había dado un paso adelante en la independencia! -[32]-.
De lo expuesto surge que la Asamblea del Año Trece fue mucho más “emancipadora” que el Congreso de Tucumán, quien se limitó a declarar la Independencia, decisión soberana que la Asamblea se había negado a tomar -[33]-.





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[1] .- Suárez, Federico. La crisis política del antiguo régimen en España (1800-1840), 2ª ed., Madrid, Rialp, 1958, p. 31.
[2] .- González, Julio V., Filiación histórica del gobierno representativo, Bs. As., 1938, t. II, pp. 413-417.
[3] .- González, Julio V., Op. cit., t. II, p. 444.
[4] .- Ingenieros, José, La evolución de las ideas argentinas, Bs. As., El Ateneo, 1951, t. I, pp. 211, 216, 219.
[5] .- Canter, Juan, “La Asamblea General Constituyente”, en HNA, vol. VI, Primera Sección, cap. I, pp. 36-37, 72 y nota 102.
[6] .- Lafont, Julio, Historia de la Constitución Argentina, Bs. As., F.D.V., 1950, t. I, p. 369. Según Lafont, el grupo de diputados sanmartinianos estaba integrado por: Vicente López y Planes, Manuel de Luzuriaga, Eduardo Ramón Anchoris, José Ugarteche, y Agustín Donado. Agrega Juan Canter: “Las tendencias polarizadas en torno de San Martín y de Alvear, derivadas luego en facciones, se enfrentan con sus programas y finalidades en el seno de la Asamblea. Más tarde al promediar 1814 sus rivalidades desembocan en una lucha que confluye en la coalición revolucionaria de 1815… Cuando la facción alvearista, logró la regulación de la Asamblea y avasalló todo el organismo del poder, tergiversó los principios de la Logia… La declaración de la independencia quedó así postergada definitivamente por el régimen asambleísta”, op. cit., pp. 102-103 y nota 187.
[7] .- Rosa, José María, Historia Argentina, tomo III, La independencia (1812-1826), Bs. As., Juan C. Granda, 1964, p. 20.
[8] .- Canter, Juan, Op. cit., p. 177.
[9] .- Antes, y como primera medida de su reinado, José I Bonaparte, en 1808, a requerimiento masónico, había abolido la Inquisición, entregado su edificio a las logias: Lappas, Alcibíades, La Masonería Argentina a través de sus hombres, Bs. As., 1958, p. 50.
[10] .- Ver al respecto, cuanto menos, las siguientes obras: Walsh, William Thomas, Personajes de la Inquisición, Madrid, Espasa-Calpe, 1948; Llorca, Bernardino, S.J., La Inquisición en España, Barcelona, Labor, 2ª ed., 1946; De la Pinta Llorente, Miguel, O.S.A., La Inquisición Española y los problemas de la cultura y de la intolerancia, Madrid, Cultura Hispánica, 1958; Dumont, Jean, Proceso contradictorio a la Inquisición Española, Madrid, Encuentro, 2000; Abascal, Salvador, La Inquisición en Hispanoamérica, México DF, Tradición, 1998; Nickerson, Hoffman, La Inquisición, Bs. As., La Espiga de Oro, 1946; Palacio Atard, Vicente, Razón de la Inquisición, Madrid, Publicaciones Españolas, 1954; Iturralde, Cristian Rodrigo, La Inquisición, un tribunal de misericordia, Bs. As., Vórtice, 2011.
[11] .- Medina, José Toribio, La Inquisición en el Río de la Plata. El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en las Provincias del Plata, Bs. As., Huarpes, 1945, p. 277.
[12] .- Menéndez Pelayo, Marcelino, Historia de los Heterodoxos Españoles, ed. Bs. As., Perlado, 1945, t. IV, p. 135.
[13] .- “Para imitar a los españoles se ordenó la destrucción “por mano del verdugo”; pero ocurrió que en la cárcel no había esposas ni perrillos, y debió quemarse simbólicamente una silla… Como se circuló la orden a las ciudades del interior éstas contestaron que no podían destruir instrumentos de tortura porque no los había. Los “cepos” no se destruyeron, tal vez por ser modalidades americanas que pasaron inadvertidas a los constituyentes de Cádiz”. También se suprimieron los azotes a menores; pero se dejaron para los mayores: Rosa, José María, Historia Argentina, cit., t. III, p. 28. El plagio de Cádiz llegó hasta la comicidad. Como no había Inquisición, “hubo que fabricar unos bancos y maderos para quemarlos ‘públicamente’ ”: Rosa, José María, El Revisionismo Responde, Bs. As., Ed. Pampa y Cielo, 1964, p. 43. Todo fue simbólico, porque aún en 1817, el Alguacil Mayor de Buenos Aires se quejaba, pidiendo “el arreglo del potro en la cárcel por estar inutilizado el existente”: Bustos Argañaraz, Prudencio, Los verdaderos alcances de la Asamblea del Año XIII, 31-01-2013, http: // www. lavoz. com. ar /.
[14] .- El 9 de marzo de 1820, tras abolirse de nuevo el Santo Oficio, “una turba invadió el Tribunal, en demanda de potros y aparatos de tortura, parodiando la toma de la Bastilla, pero con el triste desengaño de no hallar nada de lo que buscaban”: Menéndez Pelayo, Marcelino, Historia de España, seleccionada en la obra del maestro por Jorge Vigón, 6ª ed., Madrid, Cultura Española, 1950, p. 250.
[15] .- Registro Oficial de la República Argentina, Bs. As., 1879, t. I, p. 220.
[16] .- Canter, Juan, Op. cit., p.181.
[17] .- Lappas, Alcibíades, Op. cit., p. 102.
[18] .- Menéndez Pelayo, Marcelino, Historia de los Heterodoxos españoles, t. IV, p. 150.
[19] .- Quagliani, Francisco José, Op. cit., p. 88.
[20] .- Petrocelli, Héctor B., Historia Constitucional Argentina, Rosario, UNR Editora Universidad Nacional de Rosario, 2009, t. I, p. 78. Quien había propuesto la medida era el propio Carlos de Alvear, el 21 de mayo de 1813, para “condes, marqueses y barones”, porque “un pueblo libre no puede ver delante de la virtud, brillar el vicio”. Se omitieron los duques y vizcondes, tal vez, porque no eran viciosos. Cf. Rosa, José María, Historia Argentina, cit., t. III, p. 22.
[21] .- Rosa, José María, Historia Argentina, cit., t. III, p. 22. Cf. Bustos Argañaraz, Prudencio, Op. cit.
[22] .- Floria, Carlos Alberto y García Belsunce, César A., Op. cit., t. 1, p. 371, nota 1.
[23] .- Petrocelli, Héctor B., Op. cit., t. I, p. 78.
[24] .- “Strangford, a nombre de Brasil, protestó el 27 de noviembre por esta declaración que favorecía la fuga de esclavos brasileños… El 27 de diciembre el Directorio, investido de facultades extraordinarias, “suspendió” el decreto… Inmediatamente citó a la Asamblea y ésta lo derogó”: Rosa, José María, Historia Argentina, cit., t. III, p. 21.
[25] .- Canter, Juan, Op. cit., pp. 133-137.
[26] .- Canter, Juan, Op. cit., p. 202, nota 405.
[27] .- Canter, Juan, Op. cit., p. 221. Allí fue socorrido por San Martín.
[28] .- Canter, Juan, Op. cit., p. 211.
[29] .- Rosa, José María, Historia Argentina, t. III, pp. 23-27. “El Himno no fue hecho en 1813, ni por encargo de la Asamblea”. Mientras que la bandera española continuó izada en el Fuerte hasta el 23 de enero de 1815.
[30] .- Ibarguren, Carlos, Op. cit., p. 21.
[31] .- Bustos Argañaraz, Prudencio, op. cit.
[32] .- Cuando menos, deberían tener presente que a los cinco diputados de la Banda Oriental no se los dejó ingresar a la Asamblea porque en sus poderes figuraba que debían reclamar la Independencia.
[33] .- “Cuando la facción alvearista, logró la regulación de la Asamblea y avasalló a todo el organismo del poder, tergiversó los principios de la Logia. Restaurado Fernando VII en el trono, se ciernen peligros y amenazas. Lord Strangford recomienda negociaciones y surge la misión Rivadavia y Belgrano. La declaración de la independencia quedo así postergada definitivamente por el régimen asambleísta”: Canter, Juan, op. cit., p. 197.


Tomado de: http://foroazulyblanco.blogspot.com.ar/2013/02/bicentenario-liberal.html

miércoles, 13 de febrero de 2013

LA CRUZ, LA ESPADA Y EL IMPERIO



Nuestra Patria fue construida por el esfuerzo de los bravos capitanes españoles que fundaron las ciudades en torno a las cuales luego fueron surgiendo nuestras provincias. Junto al esfuerzo de aquellos intrépidos varones se debe destacar la acción misionera de los frailes de las distintas Órdenes que llegaban a estas tierras. Y ambos, capitanes y frailes, estaban al servicio del Rey del Cielo –Cristo, Nuestro Señor-, y del Rey de la Tierra, procurando la extensión del Imperio Cristiano –“el barro y el hierro”, al decir de Rubén Calderón Bouchet-. 

     Cuando, en tiempos de los Borbones, la Corona española abandonó el ideal imperial y evangelizador, y fue presa de los poderes mundano desatados por la Revolución, aquí en estas tierras nuevamente fueron los grandes capitanes quienes lucharon por construir una Patria independiente fiel  al espíritu fundacional: la obra de Belgrano y San Martín son una muestra de ello. Y junto a los grandes generales iban los frailes que daban asistencia espiritual a la tropa, y le infundían el espíritu de devoción mariana inculcado por los ilustres Jefes. Nuevamente la Cruz y la Espada procuraban establecer el señorío –el “Imperio”- sobre estas tierras.


     Pero los sectores iluministas, continuadores del Despotismo Ilustrado de los Borbones, procuraron por medio del “Unitarismo”, infundir en estas tierras el espíritu de la “Revolución” y del “Capital”; las nuevas corrientes filosóficas, políticas, económicas, culturales, nacidas en la Francia de la Revolución y en la Inglaterra protestante fueron sus modelos. Con eso se abandonaba también el ideal del “Imperio”, y se procuraba crear una “Patria chica”, adaptada al “espíritu de la Modernidad”.


     Frente a esta situación se levantaron los caudillos, bravos capitanes, herederos del espíritu de los Capitanes de la Fundación, quienes defendieron el ideal de la Patria Grande, y la herencia de Fe de los primeros misioneros. Allí estaba don Facundo Quiroga levantando en La Rioja su bandera que rezaba “Religión o Muerte”, frente al reformismo rivadaviano. El gran heredero de esta tradición fue Juan Manuel de Rosas, quien supo devolver el Orden a la nueva Patria Independiente, mantener bien alto el ideal “imperial” –defendiendo la herencia virreinal y plantándose frente a los poderosos de ese momento-, y sosteniendo la Religión frente a los logistas y liberales. Nuevamente se daban la mano la Cruz, la Espada y el Imperio.


                                                                                  Prof. Javier Ruffino

miércoles, 6 de febrero de 2013

MISMA FECHA, DISTINTO SIGNIFICADO

3 DE FEBRERO DE 1813
                 Vs.
3 DE FEBRERO DE 1852


Un 3 de febrero de 1813 el Regimiento de Granaderos a Caballo (Fundado el 16 de marzo de 1812), creado y organizado por el General San Martín, tuvo su bautismo de fuego derrotando en forma aplastante a una escuadra realista en San Lorenzo, provincia de Santa Fe. El objetivo de la flota española era remontar el río Paraná hasta el Paraguay. Las orillas del Paraná serían testigo 32 años después de otros actos heroicos con el mismo objetivo: LA DEFENSA DE LA PATRIA, así con el mismo espíritu se combatiría en 1845 a la flota Anglo-francesa en Vuelta de Obligado, Tonelero, Quebracho, Acevedo y también San Lorenzo. En ambas ocasiones triunfó la PATRIA VERDADERA, la que no se somete, la que responde con orgullo, coraje y vigor a la prepotencia imperialista.

Pero hay un 3 de febrero que es funesto y pertenece al año 1852. En la batalla de Caseros se enfrentaron el “Ejército Grande” del General Justo José de Urquiza, integrado por veinticuatro mil hombres, de los cuales 3500 eran brasileros, 1500 uruguayos, 3000 mercenarios europeos y el resto argentinos. Por su lado, el Restaurador General Juan Manuel de Rosas contaba con veintitrés mil valientes, todos argentinos.

Compleja era la situación política en esa época. El poder y prestigio de Rosas había alcanzado su cenit, vencidas Inglaterra y Francia, sólo quedaba el Imperio del Brasil. Este estaba en una severa crisis, rebeliones en los estados del Sur de negros esclavos (farrapos), que veían en la próspera Confederación Argentina una tierra de libertad e igualdad, amenazaba con crear otro “uruguay” pero en Rio Grande do Sul y haciendo tambalear el régimen despótico de los Braganza. La tensión entre Argentina y Brasil se venía incrementando por las sucesivas incursiones del Barón de Yacuhy en territorio uruguayo para saquear y robar ganado. Verdaderos piratas denominados “Californias” (por su similitud con el “rush” del oro de la costa pacífica norteamericana) sucesores de los Bandeirantes, que hacían lo mismo pero en el siglo XVII. En Montevideo la libras francesas que “mantenían” a los emigrados argentinos a cambio de su traición, comenzaban a escasear, por ende, el Imperio del Brasil veía como un hecho la caída de la capital uruguaya en manos del General Oribe (aliado de Rosas), quien sitiaba dicha ciudad en poder de Fructuoso Rivera, ocupada principalmente por franceses, ingleses, los piratas de Garibaldi y los unitarios argentinos; los orientales estaban con Oribe.

El General Urquiza se manifiesta en contra del Restaurador mediante el Pronunciamiento del 1 de mayo de 1851. En noviembre de ese año celebra un Tratado entre las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Brasil y Uruguay. En su artículo 6, se hace referencia al financiamiento de la campaña militar contra Rosas, por la cual el Emperador Pedro II concedía a título de empréstito 400.000 patacones en total; el art. 7 prescribe que dicha deuda sea asumida por el gobierno que inmediatamente suceda al del General Rosas.

La razón que esgrime Urquiza es la debilitada salud de Rosas y la organización constitucional del País; pero el verdadero propósito, era que el entrerriano estaba impedido de seguir con el contrabando a través de los puertos de Entre Ríos. Don Justo José es condecorado por el Emperador Pedro II con la Orden de Cristo y una renta de 100.000 patacones (500.000 francos), tal el “premio” por traicionar a la Patria. Años mas tarde recibiría otro “premio”: la Orden del Cruzeiro y la venta a Brasil de 30.000 caballos (unos 390.000 patacones) dejando neutralizados a los brillantes jinetes entrerrianos. Con esta “retribución” se aseguraban que Urquiza no encabezaría un levantamiento federal en contra de la guerra de la Triple Alianza y del gobierno de Mitre, desairando a caudillos como el Chacho Peñaloza y López Jordán entre otros. Traición que le valió ser asesinado en 1870.

Que diferencia con su comprovinciano, Antonio Rivero, quien con un grupo de gauchos e indios, recuperó por un breve lapso, en agosto de 1833, nuestras Malvinas de la garra pirata inglesa.

Una vez finalizada la batalla de Caseros, episodio mas político que militar, el Marqués de Caxias, Jefe de las tropas brasileras, recuerda a Urquiza: “la victoria de esta campaña es una victoria de Brasil, y la División Imperial entrará en Buenos Aires con todas las honras que le son debidas y que han sido convenidas con V.E.”. Los brasileros hicieron la entrada triunfal el 20 de febrero recién, para tomarse la revancha de Ituzaingó, donde las armas argentinas vencieron a las brasileras ese día pero en 1827.

Podemos apreciar como el mismo día (pero distintos años) son dos polos opuestos en cuanto a lo que significan. En el de 1813 triunfa el PENSAMIENTO NACIONAL y LA PATRIA GRANDE y en 1852, LA PATRIA CHICA, la anti-historia y los pérfidos traidores y vendepatrias. Actualmente tenemos otros “Caseros”; como los Tratados de Madrid y Londres firmados en 1990 (L.N. 24.184) y las continuas genuflexiones ante Roma de los fariseos que nos desgobiernan.

Nunca es tarde para un Pueblo, despertar del letargo del sometimiento y alumbrar su existencia con la luz de la Liberación.

LUIS ASIS DAMASCO
Red Patriotica La Rioja

Tomado de:  http://redpatrioticargentina.blogspot.com.ar/2013/02/misma-fecha-distinto-significado.html