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martes, 15 de noviembre de 2022

LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY ( 1°parte)*



Por: Alberto Ezcurra Medrano

PROLOGO

Para la inmensa mayoría de los argentinos el Paraguay se independizó en 1811. No es extraño que así sea, porque eso es lo que han aprendido desde niños en los manuales de Grosso y de Levene. Y si por casualidad llegan a enterarse de que Rosas consideraba al Paraguay como una provincia argentina, atribuyen esto a una simple genialidad del "tirano", fruto de su espíritu despótico, y no se preocupan de investigar todo lo que ha sido cuidadosamente ocultado por los cómplices de esa desmembración que lejos de ser la primera, como lo cree Levene, fué la última de las grandes mutilaciones del Virreinato del Río de la Plata. Explicar cómo se produjo y qué consecuencias tuvo, es el objeto de este breve estudio.

EL AISLAMIENTO

Producida la Revolución de Mayo, el Gobernador del Paraguay, que lo era entonces don Bernardo de Velazco, reunió el 24 de julio de 1810 una Asamblea de notables, en la que se adoptaron las siguientes resoluciones:

"1- Guardar fidelidad al Consejo de Regencia establecido en España a nombre de su legítimo soberano. "

2- Conservar correspondencia y amistad fraternal con la Junta de Buenos Aires, pero sin reconocerle superioridad. "

3- Formar a la mayor brevedad una junta de guerra que adopte las medidas conducentes a la seguridad y defensa de la Provincia".

Como Velazco continuaba reconociendo al Consejo de Regencia e intrigaba al mismo tiempo en favor de la Corte de Portugal, la Junta de Buenos Aires resolvió enviar a Belgrano, al frente de un ejército de 950 hombres, con el objeto de derrocarlo. Esta expedición —como es sabido— fué vencida en los combates de Paraguarí y Tacuarí, viéndose obligado Belgrano a capitular con el jefe del ejército paraguayo, coronel Cabanas. En virtud de esa capitulación, el ejército de Buenos Aires evacuó el Paraguay.

A pesar de su triunfo sobre Buenos Aires, no duró mucho tiempo el gobierno de Velazco, que indudablemente no respondía al sentimiento paraguayo. El 14 de mayo de 1811, una conspiración dirigida por el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, el capitán Pedro Juan Caballero y los hermanos Yegros, obligó a Velazco a aceptar la coparticipación de la autoridad con Francia y con Juan Valeriano Cevallos. De inmediato Velazco entró en tratos con los españoles, lo que provocó su deposición y arresto, que se realizaron el 9 de junio. Las causas de esa destitución, fueron explicadas en un manifiesto, en el cual se expresaba, entre otras cosas, lo siguiente:

"La conclusión general de todo esto es que el empeño de don Bernardo Velazco y de los individuos del Cabildo en sostener la total división de esta Provincia, sin querer arbitrar o tentar un medio de conciliar su reunión con su libertad y sus derechos, sin querer reducirse a enviar sus diputados al Congreso General de las Provincias, con el objeto de fundar una asociación justa, racional, fundada en la equidad y en los mejores principios de derecho natural, que son comunes a todos y que no hay motivo para creerse que hayan de abandonar u olvidarse por un pueblo tan generoso e ilustrado como el de Buenos Aires; ha sido una conducta imprudente, opuesta a la prosperidad de la Provincia y común felicidad de los naturales...”

Firmaban este manifiesto los siguientes jefes militares: Pedro Juan Cevallos, Fulgencio Yegros, Antonio Tomás Yegros, Mauricio José Troche, Vicente Iturbe, Francisco Antonio González, Juan Bautista Rivarola, Manuel Iturbe, José Joaquín León, Mariano del Pilar Mallada, Blas Domingo Franco, Agustín Yegros y Pedro Alcántara Estigarribia.

Así pues, la principal causa del derrocamiento de Velazco fué su política separatista y el móvil de los distinguidos jefes y oficiales paraguayos que firmaron dicho manifiesto no fué otro que la unión con Buenos Aires.

El 17 de junio del mismo año 1811 se reunió el Congreso de la Provincia, presidido por Francia y Cevallos, y el 19 el diputado Molas propuso lo siguiente:

"1º La creación de una Junta de Gobierno, compuesta de Fulgencio Yegros, doctor Francia, Pedro Juan Caballero, doctor Francisco Javier Bogarín y Fernando de la Mora. "

2° Que no solamente el Paraguay mantenga buenas relaciones con Buenos Aires, sino que se una con ella para formar una sociedad fundada en principios de justicia, equidad e igualdad.

"3º Que a este efecto se nombre diputado al Dr. Francia para representar a la Provincia en el Congreso General anunciado por la Junta de Buenos Aires."

4- Que se suspenda toda relación con España, hasta la suprema decisión del Congreso General de Buenos Aires".

A pesar de esta resolución, que fué aprobada por aclamación, el diputado no fué enviado a Buenos Aires, debido a la oposición del mismo Francia, que para ello había sido designado. Fué remitida en cambio una nota, la famosa nota del 20 de julio, redactada en términos algo vagos. Esta nota ha sido considerada como la notificación de la independencia paraguaya. Y sin embargo, si bien se sienta en ella la doctrina de la reasunción por los pueblos de sus derechos primitivos —ya proclamada por Moreno— y se establecen las condiciones bajo las cuales el Paraguay está dispuesto a la unión con las demás provincias, de ninguna manera proclama o notifica una independencia absoluta. Por el contrario, afirma, refiriéndose a la "Provincia del Paraguay", que "su voluntad decidida es unirse con esa ciudad y demás confederadas, no sólo para conservar una recíproca amistad, buena armonía, comercio y correspondencia, sino también para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad".

En un bando del día 14 de septiembre, la Junta paraguaya declaró que "se felicitaba por el éxito de nuestra unión y negociaciones políticas con la ciudad de Buenos Aires" y porque "de un solo golpe recobramos nuestro lugar entre las provincias de la Nación, de cuyo número se nos quería borrar".

El tratado del 12 de octubre de 1811, negociado entre Francia por parte del Paraguay y Belgrano y Echevarría por parte de Buenos Aires, confirma la unión con las demás provincias argentinas. En el preámbulo establece que su objeto es "la unión y común felicidad de ambas provincias y demás confederadas". El artículo 1º acuerda las medidas de seguridad común a todas las provincias contra los enemigos interiores y exteriores de la Nación Argentina. El artículo 2º estipula para el Paraguay el cobro de derechos en la misma forma que en las demás provincias y para el fin de conservar la unión y seguridad nacional. El artículo 3º arregla el cobro del derecho de alcabala en el mismo sentido de unión nacional. El artículo 4º sujeta a la decisión del Congreso de todas las provincias la demarcación de los límites del Paraguay y Corrientes. Y el artículo 5º establece la unión federativa y alianza indisoluble del Paraguay con las demás provincias confederadas, bajo la base de la independencia de que cada una de ellas goza para su régimen interior provincial.

Todavía en nota oficial del 19 de agosto de 1812 el Gobierno del Paraguay declaraba que "no aprovechará jamás en trance alguno las ocasiones que pudieran dispensarlo de la obligación sagrada que contrajo con el pueblo de Buenos Aires, por impulso de pública utilidad y no por las miras de intereses y conveniencia temporal".

Desde 1813 se inició de hecho en el Paraguay la larga época de la dictadura del Dr. Francia y con ella una política de tendencia más que separatista, aislacionista. Si bien es cierto que el Congreso de 1813, como nuestra Asamblea del mismo año, dictó una serie de decretos qué parecían expresar voluntad de independencia, debemos hacer notar que nunca fueron comunicados en tal sentido a Buenos Aires. Y así el Archivo Americano podría decir años más tarde: "Ni renuncia ni retractación, ni reclamos, ni declaración de ningún género para anular las estipulaciones del tratado del 12 de octubre de 1811, jamás fueron hechos por el Dr. Francia ante el Gobierno Argentino"[1]. En cuanto al nombre de República del Paraguay y las armas y colores nacionales adoptados, no se trata de un caso único en nuestra historia. También hubo una República del Tucumán y una República de Entre Ríos y ni Aráoz ni Ramírez son hoy considerados como separatistas. La no concurrencia al Congreso de 1816, tampoco significa nada. Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes no estuvieron representadas y no por eso dejaron de pertenecer a la familia argentina.

El aislamiento paraguayo, bajo la dictadura de Francia, es perfectamente explicable. El hecho de que no haya declarado la independencia, es indicio suficiente de que Francia no se hubiese opuesto a dejar que se operase por sí misma la reabsorción del Paraguay en el conjunto más vasto a que pertenecía. Pero en la realidad ocurre lo contrario. Las Provincias Unidas del Río de la Plata, en vez de absorber, se disuelven. En Buenos Aires el Triunvirato, bajo la influencia localista rivadaviana, en vez de procurar atraer al Paraguay, adopta medidas arbitrarias, tendientes a dejar sin aplicación el tratado de 1811. Así mientras éste abolía el estanco de tabaco, declarando libre su comercio, el reglamento dictado por el Triunvirato el 1º de septiembre de 1812 dispone en su artículo 39: "Los tabacos extranjeros o de provincias separadas de la jurisdicción de este superior gobierno pagarán a su introducción duplicados derechos que los impuestos a los nacionales". Y se crea en Corrientes una aduana como "punto de frontera". El Paraguay protesta en una nota que marca el principio del aislamiento: "Por último —dice— concluímos que con Buenos Aires nada se adelanta, y nada hay que esperar, aun tratándose de la justicia y buena fe con que deben observarse los tratados". El año 1813, en que se acentúa el aislamiento, es precisamente el mismo en que la Asamblea del Año XIII rechaza la diputación oriental por el hecho de traer un pliego de condiciones que coincidía, en lo substancial, con los derechos otorgados al Paraguay por el tratado de 1811. Al año siguiente, Artigas, amigo y aliado del Dr. Francia, es declarado infame, privado de sus empleos, fuera de la ley, enemigo de la patria y puesta su cabeza a precio. Al mismo tiempo los gobiernos porteños, sin saber qué hacer con la independencia obtenida, comienzan la búsqueda ansiosa de un amo, sea bajo la forma de una monarquía extranjera, sea bajo la de una simple sumisión a Inglaterra. Viene luego el directorio de Pueyrredón y no sólo se intensifica dicha búsqueda sino que su ministro en Río, Manuel José García, hombre de espíritu colonial, negocia la invasión portuguesa a la Banda Oriental para concluir con la "anarquía" de Artigas. La invasión del enemigo tradicional se produce y Pueyrredón y su logia la toleran. Más tarde, ya vencido Artigas, el mismo Pueyrredón azuza contra el Paraguay al caudillo Ramírez. Una conspiración de amigos de éste es descubierta y ahogada en sangre. ¿Qué otra actitud podía asumir el Dr. Francia, ante semejantes hechos, que la de aislarse para preservar al Paraguay de la guerra civil y de la dominación extranjera? No arrancaba con ello a su provincia del tronco secular. Tal vez deseaba mantenerla íntegra e incontaminada para la hora de la patria grande.

Si por parte del Paraguay no se produce ningún acto de independencia, menos aún existe alguna actitud que la autorice por parte de Buenos Aires. La ley de 9 de mayo de 1825, por la cual la Argentina se desprendió del Alto Perú o el tratado de 1828, que dió la independencia al Uruguay, no tienen su similar en la historia de la desmembración del Paraguay.

En 1815, el Director Pueyrredón pidió al Gobierno paraguayo un contingente de 4000 hombres para el ejército nacional, y el doctor Francia se manifestó dispuesto a enviarlo, siempre que el gobierno general sufragara los gastos necesarios, que la provincia no podía hacer por su sola cuenta.

Al legislar el Gobierno Argentino, por decreto de 23 de noviembre de 1816, el cabotaje y navegación de los puertos de la República y de sus ríos interiores, dispuso que se considerase como cabotaje mayor, excluyendo de él a los extranjeros, "la navegación de los Cabos de San Antonio, al interior del Río de la Plata, en todos sus canales, riachos, ensenadas y puertos del Norte y Sud, Banda Oriental y Occidental, hasta los confines de la Provincia del Paraguay".

La Ley de Aduanas del 21 de agosto de 1821 sigue concediendo al Paraguay, a pesar de su aislamiento, privilegios correspondientes a pueblos de una misma nación.

En 1824 el comisionado del Gobierno Argentino, Juan García de Cosio se dirigió, desde Corrientes, al Dr. Francia invitándolo a enviar representantes al Congreso Nacional. No habiendo tenido respuesta la primera invitación, le hizo una segunda y luego una tercera, con igual resultado. Nótese que Francia, si bien no responde a las notas, tampoco las rechaza ni niega al gobierno argentino el derecho de invitar al Paraguay a un Congreso de orden interno. Sigue firme en su aislamiento; pero nada más.

En 1825 ocurre un episodio interesante, aunque sin trascendencia, en la historia de esta desmembración. El Gobierno de Buenos Aires había enviado a Potosí dos delegados, Alvear y Díaz Vélez, para cumplimentar a Bolívar y solicitarle su auxilio en la inminente guerra con el Brasil. Bolívar opone a ello la existencia de obstáculos insalvables; pero, ofrece en cambio ocupar el Paraguay, con el fin de permitir a sus habitantes disponer de su propia suerte, o de anexarlo directamente a la Argentina. El Gobierno de Buenos Aires eludió responder a esta proposición. Los historiadores bolivarianos lo critican por ello. Blanco Fombona afirma que el  propósito de Bolívar era formar en América estados fuertes y que a la política bonaerense de la época debemos la pérdida del Paraguay. Sin embargo —y aun suponiendo que se hubiese equivocado en sus móviles el gobierno de Las Heras— creemos que estuvo acertado en el rechazo. Se trataba de un asunto doméstico que era prudente resolver entre nosotros, sin intromisiones extrañas, por bien intencionadas que se las supusiese. Este episodio sin trascendencia, demuestra por otra parte que al genio indiscutible de Bolívar no había escapado lo absurdo de la división argentino paraguaya. Ese mismo año de 1825, comienza a disgregarse el viejo Virreinato. El 10 de julio, cuatro provincias argentinas, con el consentimiento del Congreso nacional, declaran su independencia, constituyendo la República de Bolívar, hoy Bolivia. Al año siguiente se les une Tarija. Dos años después, tras una guerra militarmente ganada, perdemos la Banda Oriental por un tratado debido a la diplomacia inglesa, a la incapacidad rivadaviana, y a la acción nefasta de Manuel José García, "el más incondicional servidor que ha tenido Inglaterra entre nosotros", como tan acertadamente lo califica Scalabrini Ortiz. El espectáculo que ofrecíamos al mundo no era como para invitar al Paraguay a salir de su aislamiento protector e incorporarse a una nación que se disgregaba. Si allá en su retiro de la Asunción alguna vez el Dr. Francia soñó con la Patria grande, debió ver en esos años desvanecerse su sueño con honda melancolía. Y así, con un Paraguay separado de nosotros por casi 20 años de aislamiento, de decepción y de resentimiento, entramos en la época de Rosas.

 

*Alberto Ezcurra Medrano. La independencia del Paraguay. Ediciones católicas argentinas. Bs As. 1941



[1]  Archivo Americano. Septiembre 9 de 1848. Pág. 28.


lunes, 21 de febrero de 2022

ALBERTO EZCURRA MEDRANO: CUARENTA AÑOS EN LA GUARDIA SOBRE LOS LUCEROS (1982-2022)

 


Por: Fernando Romero Moreno

          Hace 40 años, un 19 de febrero de 1982, fallecía en Buenos Aires Don Alberto Ezcurra Medrano, uno de los fundadores del Nacionalismo Argentino y del Revisionismo Histórico de orientación católica y tradicionalista. Había nacido en 1909 y se dedicó principalmente a la investigación histórica, al periodismo y a la enseñanza. Hijo de Alberto Ezcurra Jolly y de Sara Medrano, contrajo matrimonio con María Rosa Uriburu Peró con quien tuvo siete hijos (tres de ellos sacerdotes), todos varones. Sus estudios primarios los realizó en su hogar, por motivos de salud. Cursó en cambio el Secundario en el Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas. Desde muy joven tuvo una clara inclinación política, que abordó desde una profunda Fe católica y una rica vida interior.  A principios de 1928, fundó con Francisco Bellouard Ezcurra y Eugenio Frías Bunge el Comité Monárquico Argentino, fugaz organización pero de cuyos estatutos pueden extraerse las ideas principales que defendería hasta el fin de sus días. “El fin que se propone este comité - se afirma en los Estatutos firmados el 14 de febrero de 1928 - es sembrar la idea monárquica en la conciencia de los pueblos y apoyar las tendencias de la derecha contra las ideas democráticas, comunistas y revolucionarias que hoy pervierten a la sociedad”. La preferencia monárquica la cambiaría por la de una república clásica, jerárquica, presidencialista, federal y con representación corporativa, en el marco de un régimen mixto (síntesis de los principios monárquicos, aristocráticos y democráticos) más acorde con la realidad argentina (los proyectos monárquicos habían fracasado aquí, de manera definitiva, en 1820/21) y con las tendencias más de moda en aquellos tiempos. El “empirismo organizador” de Maurras, que los hermanos Irazusta siguieron en esta materia, fue lo que iluminó a la primera generación nacionalista en relación al régimen político, de la cual formó parte Ezcurra Medrano. A su vez el tradicionalismo católico y contrarrevolucionario tendría en él a uno de sus más fieles servidores. En la primera reunión del Comité Monárquico Argentino, se decidió “contribuir con un óbolo, a la colecta organizada por el Diario ‘El Pueblo’ en favor de los católicos de México”. Y en efecto, tal como informa este Diario el 19 de Febrero de 1928, el Comité Monárquico Argentino colaboró con una suma de $30 a la gesta de los Cristeros, suma que está entre las más grandes, salvo algunas pocas de $50 realizadas por personas individuales y ciertas instituciones. La aparición del periódico La Nueva República en diciembre de 1927, de cuya existencia Ezcurra Medrano tuvo noticias a mitad de abril de 1928 supuso la disolución del Comité Monárquico Argentino y la incorporación de sus miembros al Nacionalismo Argentino, que tendría poco después una expresión más ortodoxa con la fundación de El Baluarte, publicación donde integraría el Consejo de Redacción junto a Juan Carlos Villagra y Mario Amadeo. El Nacionalismo de El Baluarte estuvo inspirado sobre todo en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, Joseph de Maistre, Louis De Bonald, Juan Donoso Cortés y Juan Vázquez de Mella. Sin embargo no dejó de colaborar con otras publicaciones como La Fronda, La Nueva República (segunda etapa), Bandera Argentina, Crisol, El Pueblo, Criterio o Sursum. Como todo el Nacionalismo Argentino apoyó la Revolución del 6 de septiembre de 1930, que tuvo en los mitines políticos de la Liga Republicana de su primo Roberto de Laferrere, una de las tantas expresiones públicas que prepararon el clima pre-revolucionario.

En 1937 apareció Restauración, la expresión más pura del Nacionalismo Argentino según Ezcurra Medrano, donde escribió junto a otros destacados nacionalistas como Héctor Bernardo, Héctor Llambías y Alfredo Villegas Oromí. Como afirmara años más tarde, Restauración, “abandonando el nacionalismo empírico o con ribetes ‘Maurrasianos’ o ‘nazis’, fue profundamente católica, hispánica y rosista. Fue, inconfundiblemente, nuestro nacionalismo, o sea la doctrina que quiso que nuestra política fuese expresión de nuestro ser nacional y tradicional, y no de doctrinas artificiales o exóticas. Hoy que miro ‘El Baluarte’ con una perspectiva de más de 30 años, me doy cuenta hasta qué punto sigo siendo en 1960 el mismo ‘baluartista’ de 1929. Mi nacionalismo es esencialmente católico y tradicionalista. Fue una reacción de mi patriotismo contra el internacionalismo marxista y el desprecio por la patria de los liberales”. Fue precisamente en El Baluarte donde aclaró, en un artículo de mayo de 1930, que el Nacionalismo Argentino nada tenía que ver con el principio de las nacionalidades (por no aplicarse a la realidad hispanoamericana), el estatismo condenado por Pío XI en el Syllabus, ciertos errores del Fascismo italiano y la Acción Francesa, el chauvinismo y el nacionalismo continentalista antiyanqui de corte populista y/o izquierdista. Además de estas publicaciones y a lo largo de su vida, escribió en otras como Nueva Política, Choque, Combate, Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Nuevo Orden, Ofensiva, Sí sí -No no, El Pampero, Cabildo (Diario), El Federal, Nuestro Tiempo, El Debate, Balcón, Presencia, Boletín del Instituto Rosista de Investigaciones Históricas (La Plata), Sexto Continente, Revisión de la Historia, Genealogía, Esquiú, Jauja, Roma y Cabildo (revista). De sus libros sobre política e historia editados vale mencionar Las otras tablas de sangre (1934), Catolicismo y Nacionalismo (1936), La Independencia del Paraguay (1941), Sarmiento Masón (1952) y la Historia del Anticristo (edición póstuma de 1990). De los aún no editados, San Martín, Protector del Perú (1950) y Memorias (1956, con un Apéndice de 1960).  Además de haber frecuentado los Cursos de Cultura Católica en los años 30, fue miembro de instituciones como la Liga Universitaria de Afirmación Católica, la Junta Americana de Homenaje y Repatriación de los restos del Brigadier General Juan Manuel de Rosas, la Comisión de Homenaje al Combate de la Vuelta de Obligado, el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, la Junta de Recuperación de las Islas Malvinas, la Comisión Honoraria del Plebiscito de la Paz, la Junta Organizadora del Congreso de Recuperación Nacional, el Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, la Comisión de Homenaje a la Revolución del 6 de septiembre de 1930, el Instituto Hugo Wast y la Comisión de Homenaje al Gral. Ángel Pacheco. Como dijimos ut supra, también dedicó su vida profesional a la docencia. Gracias a su producción historiográfica obtuvo la habilitación oficial para desempeñarse como Profesor de Religión y de Historia. Dictó cátedra en el Colegio Nacional Sarmiento y Anexo a la Escuela Normal Mariano Acosta, en el Colegio Nacional de Buenos Aires, en la Escuela de Comercio N° 9 y en el Colegio Nacional Reconquista. También participó como miembro del Jurado en los Concursos para la selección de docentes de Historia en el Instituto Nacional de Profesorado de la ciudad de Paraná y cumplió funciones en el Consejo Nacional de Educación. Al igual que Don Julio Irazusta, murió hace 40 años, en 1982, meses antes de la recuperación provisoria de nuestras Islas Malvinas, Causa por la que había trabajado con empeño, como muchos otros argentinos. Poco antes de entregar su alma al Creador dijo unas palabras que coronaron toda una vida puesta al servicio de Dios y de la Patria: “No me arrepiento de haber sido católico, nacionalista y rosista”. A 40 años de su partida y próximos a celebrar el primer centenario del Nacionalismo Argentino, no dejemos que se pierda ese legado y transmitámoslo purificado y enriquecido a las nuevas generaciones. Como escribió su hijo primogénito, el Padre Alberto Ezcurra Uriburu en el prólogo a la reedición del libro Catolicismo y Nacionalismo: “Hoy el mundo parece encaminarse hacia un ‘Nuevo Orden Internacional’, bajo el dominio de un solo centro de poder (…), vigilante universal encargado de velar por el mismo e imponer a los díscolos (…) el cumplimiento de las más arbitrarias resoluciones de las Naciones Unidas (…). En este ambiente sufren los creyentes la tentación de confundir el espíritu universal del catolicismo, que respeta y asume todo lo bueno y positivo de las culturas nacionales, con el internacionalismo nivelador y masificante. Corren el riesgo de pensar que todo nacionalismo es aislamiento, egoísmo, cerrazón y xenofobia, de perder hasta el sentido mismo de la Patria y de convertirse, en el espíritu de la ‘Nueva Era’, a la religión de la humanidad. Por eso el tiempo presente nos exige no sólo orientar al nacionalismo en el sentido de la Verdad católica, mostrar la coherencia entre catolicismo y nacionalismo, sino también y ante todo justificar la existencia misma de la Nación como algo que deriva del Orden Natural, es decir querido por Dios e irreemplazable”. Palabras escritas en 1991 y que tienen absoluta actualidad ante la embestida globalista, supracapitalista y progresista que estamos padeciendo

                                                                                           

BIBLIOGRAFIA

Archivo Histórico de la Familia Ezcurra Uriburu (Bella Vista)

Cabildo (Revista), 2a época, Año VI, N° 51, Marzo de 1982, Alberto Ezcurra Medrano (nota necrológica).

Cloppet, Ignacio Martín, Semblanzas biográficas publicadas como epílogos a la edición póstuma de la Historia del Anticristo (1990) y a la tercera edición (1991) de Catolicismo y Nacionalismo.

Ezcurra, Alberto Ignacio, Prólogo a la tercera edición de Catolicismo y Nacionalismo, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1991.


lunes, 9 de agosto de 2021

Reflexiones sobre Rosas


 

Por: Alberto Ezcurra Medrano

 

Creo que Rosas fue el prócer más grande de la Argentina. Y digo esto sin desmedro de San Martín, que fue, junto con Bolívar uno de los grandes próceres de América. Pero creo que Rosas fue más netamente un prócer argentino. Es un error suponer que cuando Rosas asumió el gobierno existía una República Argentina, al menos tal como la conocemos ahora. Ya se había desmembrado bastante el  Antiguo Virreynato. Y en lo que quedaba no había unión. Las ‘Provincias Unidas de Sud América’ estaban en realidad profundamente desunidas. Tal es así que en el Congreso que declaró su independencia faltaron cuatro de ellas. 

 

Los Caudillos, con sentimientos más localistas que nacionales, lucharon entre sí. Y no faltaron más adelante quienes quisieron  que San Juan y Mendoza se incorporaran a Chile; Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca a Bolivia; y que Entre Ríos, y Corrientes, junto con el Uruguay, formaran una república independiente. Esa era la realidad. El Poder Ejecutivo de Rivadavia no fue más que una ficción. Rivadavia sólo gobernó en Buenos Aires, donde pretendió implantar la civilización europea, y desconoció en absoluto la realidad del interior, que naturalmente lo rechazó.

 

En tales condiciones Rosas recibió el gobierno. Sobre la base del Pacto Federal de 1831 y la delegación del manejo de las relaciones exteriores que le hicieron las provincias, organizó la Confederación Argentina. Rechazando la obsesión constitucionalista de los teorizadores se tuvo a la realidad y emprendió una larga lucha por la ‘restauración’ de la unidad y de la autoridad. “No se sabe bien –dice Julio Irazusta- hasta que punto esa maniobra es admirable en su mezcla  de inteligencia, fuerza y derecho”. La reconoce el propio Sarmiento cuando dice, en carta íntima al doctor García, que Rosas ‘reincorporó la Nación’. Cuando cayó el país estaba naturalmente constituido y por eso fue posible darle una constitución escrita, y quizás porque se la dio demasiado pronto y no del todo adecuada  a su constitución natural, hubo de soportar aun varios años de división y de guerra civil.

 

Pero no sólo logro Rosas la unión y la autoridad. Un país en plena disolución como era el que recibió al asumir el gobierno, no podía dejar de tentar a las grandes potencias imperialistas de Europa, entonces en pleno tren de expansión. A esto se debieron los conflictos con Francia primero y luego con Francia e Inglaterra. La forma admirable –extraordinaria combinación de diplomacia y de fuerza con que Rosas supo defender  y hacer triunfar la soberanía nacional, quizás aun no ha sido suficientemente valorada en todo su alcance, como no lo fue en su tiempo, aun para muchos de sus amigos y partidarios.

 

Naturalmente Rosas, para consumar tan titanica obra no pudo usar siempre guantes blancos, como no lo hizo ningún forjador de naciones. Hubo rebeldes, y muchos de ellos fueron además traidores a la patria naciente. No hay porqué hacer de Rosas el ‘chivo emisario’ de una época en que todos empleaban los mismos métodos, salvo la traición a la patria, que fue obra exclusiva de sus adversarios. San Martín, con profética  clarividencia preció y justificó a Rosas, aun antes de que este asumiera su segundo gobierno. En carta a Tomás Guido, de fecha 1º de febrero 1834, cuyos subrayados son del propio San Martín, expresa lo siguiente:

 

“Maldita sea la tal libertad, no será hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta que no sea establecido un gobierno que los demagogo llaman tirano y que me proteja contra los bienes que brinda la actual libertad… el hombre que establezca el orden en nuestra patria, sean cuales sean los métodos que para ello emplea, es él sólo que merecerá el noble título de Libertador”.

 

He aquí como San Martín previó a Rosas, supo que le llamarían tirano, le cedió en cuanto a la Argentina respecta su título de Libertador, y lo confirmó más tarde con el legado de su sable. ¡Qué admirable lección para los antirrosistas de todos los tiempos!+

 

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miércoles, 22 de julio de 2020

El móvil de Francia en el bloqueo de 1838 *

Por: Alberto Ezcurra Medrano

    El 30 de noviembre de 1837 –según nos dice la historia– el vicecónsul de Francia en Buenos Aires, Aimé Roger, envió una insolente nota al gobierno de D. Juan Manuel de Rosas.

     Por ley del 1° de abril de 1821 se había extendido «la obligación de enrolamiento y servicio en la guardia nacional a los extranjeros propietarios de bienes raíces, dueños de tienda de menudeo o por mayor, que ejercieren arte mecánica o profesión liberal, y en general a todos los que hubiesen residido más de dos años consecutivos en la provincia de Buenos Aires».

   Esta ley era perfectamente equitativa, pues concedía a los extranjeros ciertos derechos que por entonces eran privilegio exclusivo de los ciudadanos y en compensación les exigía su contribución al mantenimiento del orden público, en el cual ellos también estaban interesados. De acuerdo con ella servían en la guardia nacional los franceses Martín Larre y Jourdan Pons. Este fue el motivo de la protesta del vicecónsul, motivo al cual se añadió la reclamación de libertad para Becle y Lavié, presos por conspirador y por ladrón, respectivamente, y la de Blas Despouy por la clausura de un establecimiento industrial que ya le había sido indemnizado. La nota de Roger decía –entre otras cosas– que «el gobierno francés se consideraba con títulos para reclamar para sus nacionales los mismos privilegios que los ingleses habían obtenido por un tratado». (¡)

    En nota de fecha 12 de diciembre el ministro Arana expresó que examinaría los antecedentes relativos a los casos enunciados en la reclamación, nota que fue contestada por Roger con su acostumbrada altanería exigiendo que el gobierno de Buenos Aires «suspendiera desde luego la aplicación de sus pretensiones» y diera cumplimiento a todo cuanto se le pedía. Una nueva nota circunspecta y comedida del ministro Arana fue seguida de una nueva insolencia del vicecónsul francés, quien solicitaba el inmediato cumplimiento de sus demandas, o sus pasaportes. Arana el 13 de mayo de 1838, le remitió sus pasaportes.

    Pero Roger no obraba por cuenta propia. Era movido por el cónsul Baradère, y tras éste estaba Francia. Por otra parte, mientras se cambiaban estas notas el contraalmirante Leblanc se hallaba en Montevideo al frente de varios buques de la escuadra francesa. De Roger el asunto pasó a Leblanc. Una nota de éste repitiendo y ampliando las exigencias anteriores, fue dignamente contestada por el ministro argentino y Leblanc replicó declarando «el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina, en estado de riguroso bloqueo por las fuerzas navales francesas, esperando las medidas ulteriores que juzgase conveniente tomar».

    ¿Cuál era el móvil de Francia? Los unitarios, que fueron sus aliados, han sido los principales interesados en ocultarlo. La historia escrita por ellos resume ese conflicto de un modo muy sencillo. El «tirano», para distraer la atención del pueblo, «emprendió –dice Rivera Indarte– una lucha injustificada con los agentes de Francia. Desde 1839, perseguidor declarado de la civilización europea, no contento con combatirla por medios indirectos, trató de disminuirla haciendo sufrir a los europeos, y especialmente a los franceses, vejámenes de todo género, para aburrirlos, alejarlos y poner dique a la emigración extranjera». Entonces Francia intervino en defensa de la civilización escarnecida por un déspota. «Por otra parte –comenta otro cabecilla unitario– las dos intervenciones europeas no trajeron ninguna amenaza para la integridad territorial del país. Lo comprueban las protestas constantes de los agentes, de esas intervenciones y sus empeños por atraer a Rosas a razonables transacciones».

    Sin embargo la realidad es otra. Lo prueba no sólo el espíritu de los discursos de Thiers y de los artículos de la prensa francesa, sino la documentación oficial de la época.

   Ya en 1830 M. Cavaillon, vicecónsul francés en Montevideo, envía al Ministerio de Negocios Extranjeros de Francia, un detallado informe en el cual aconseja la conquista del Uruguay, con el objeto de proclamar en él una monarquía bajo el protectorado de Francia. «El soberano del Uruguay –dice el informe– sería francés y traería consigo el número de colonos que creyese conveniente. Sería necesaria la aprobación de don Pedro, y si su hija dejase de ser reina de Portugal, podría volverse reina del Uruguay. Sin gran esfuerzo y con un poco de tacto, las provincias de Entre Ríos y Corrientes, de igual fertilidad que la Banda Oriental, romperían los lazos que las unen débilmente a la República Argentina y entrarían a formar parte del nuevo estado». Cavaillon afirmaba mantener relaciones estrechas con un personaje de Montevideo, y añadía: «Atrayéndose a dos o tres generales conocidos y a tres o cuatro hombres entre los más influyentes, el resto sería cosa fácil». Años más tarde se vería que el gobierno francés no echaba en saco roto estas insinuaciones. El general conocido sería Fructuoso Rivera y entre los hombres influyentes se contarían algunos argentinos, inclusive Florencio Varela.

    En 1835 el cónsul Baradère, –el mismo bajo cuya inspiración actuó tres años después Aimé Roger– remitió al ministerio francés otro interesantísimo informe, en el cual le decía, después de largas consideraciones: «No hay, pues, otro porvenir para estas bellas comarcas, que el que surgirá de un cambio de sistema. Sólo el protectorado de una potencia extranjera o el régimen monárquico pueden imponer en ellas el orden y asegurar su tranquilidad» (Archivo del Ministerio de Negocios Extranjeros de Francia).

    Ya iniciado el bloqueo de 1838, la documentación referente a ese asunto trasluce con igual claridad las mismas intenciones. Así, el almirante Leblanc, jefe de la escuadra bloqueadora, dice en una de sus notas: «Es posible y probable que con los aliados que los agentes franceses se han procurado y los recursos puestos a su disposición, triunfaremos sobre Rosas; pero sería más seguro, más digno de la Francia, enviar fuerzas de tierra que unidas a las de don Frutos y Lavalle concluirán pronto con el monstruo y establecerán de una manera permanente en el Río de la Plata la influencia de la Francia». Y cuando «Don Frutos» gestiona ante los agentes franceses la alianza contra Rosas, los cónsules de Francia y el ya citado Leblanc, de común acuerdo, resuelven «no dejar escapar esta ocasión favorable para someter a Rosas y establecer la influencia de Francia a la vez en Buenos Aires y en Montevideo» (Archivo del contraalmirante Leblanc).

    Naturalmente, la historia subjetiva de los liberales y de los que aun creen a pie juntillas la tradición unitaria, niega hasta lo evidente. Todavía en 1926 se ha escrito esto: «¡Cómo pensar que Francia venía aquí en tren de conquista, sobre todo después de 1806! ¡Cómo no pensar que venía a servir a la civilización y a la libertad, a la población y al comercio!» A esos ciegos, incurables porque no quieren ver, los apostrofa Carlos Pereyra en su magnífico «Rosas y Thiers»:

    «¿Os halaga –les dice– que vuestra patria sea honrada con bombardeos para derrocar despotismos, y esperáis que caído cada tirano se os dejará en pleno goce de vuestra independencia?

    »Estáis en lo justo, hay que reconocerlo. Todas las guerras y todos los tratados que ha hecho Europa en Asia tuvieron por objeto reconocer y consagrar soberanías...

    »¿Por qué? Porque garantizar la independencia de una patria –no digo Corea, sino Portugal o Grecia– es tenerla en un puño.

    »Sólo a las naciones libres así garantizadas se les quita Hong Kong, o se les lleva un ferrocarril a Puerto Arturo, o se les limpian los cofres y vitrinas de los palacios imperiales».

    Por lo demás, no debemos mirar el hecho aislado de la intervención en el Río de la Plata, sino relacionarlo con la política internacional de Francia en aquella época. «¿Cómo es que ninguna República del Pacífico ha sido jamás bloqueada por la Europa?» se preguntaba un eminente escritor unitario, y replicaba: «Porque en ninguna de ellas se ha entronizado un poder reaccionario y perseguidor del influjo europeo, cual es el de Rosas». Ahora bien: tal raciocinio partía de una base absolutamente falsa. Mientras el contraalmirante Leblanc bloqueaba el Río de la Plata, otra escuadra francesa hacía lo mismo con el puerto de Guayaquil, en el Ecuador. Simultáneamente Francia se ponía al habla con el dictador de Bolivia, Andrés Santa Cruz, para bloquear los puertos de Chile. Y en Méjico se iniciaba la injusta «guerra de los pasteles» y el vicealmirante Baudin bombardeaba el viejo castillo de San Juan de Ulúa.

    Se trataba, pues, de una acción conjunta, que tenía por fin construir un nuevo imperio colonial en reemplazo del antiguo deshecho por Inglaterra. A los dominios que le quedaban en América, Martinica, Guadalupe, San Pedro, Miquelon y la Guayana, Francia añadiría el Río de la Plata. No era precisamente una conquista a sangre y fuego. Primero vendría la influencia francesa, el protectorado. Lo demás, sería obra del tiempo y de esa hábil política colonial que constituye la especialidad de ciertas cancillerías europeas.

    Se trataba, por consiguiente, de una guerra, pese a la farsa de la intervención civilizadora y del bloqueo pacífico. Guerra antiargentina y antiamericana, pese a los liberales argentinos que defendieron y defienden los «derechos» de Francia. Así lo entendió, por regla general, la prensa extranjera. «El Noticiario de Ambos Mundos» de Nueva York, decía: «Hemos visto al gobierno de Montevideo dar favor y ayuda a los injustos agresores, lo mismo que a los descontentos de Buenos Aires refugiados allí... En medio de esto un héroe vemos brillar: este héroe es el Presidente de Buenos Aires, es el general Rosas. Llámenle enhorabuena tirano sus enemigos; llámenle déspota, nada nos importa todo esto; él es patriota, tiene firmeza, tiene valor, tiene energía, tiene carácter y no sufre la humillación de su patria». En análogos conceptos abundaban otros periódicos de Inglaterra, España, Portugal, Brasil, Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, que cita Adolfo Saldías en su Historia de la Confederación. Además, los presidentes de Chile y Perú envían sendas felicitaciones al jefe de la Confederación Argentina y en el Parlamento brasileño el diputado Montezuma se expresa en términos elogiosísimos para el mismo.

    Las intenciones de Francia no se convirtieron en realidad. El imperio colonial francés fue reconstruido, pero no en América. Lo fue en África y Asia con Argelia, Marruecos, Túnez, Senegal, Costa de Marfil, Guinea, Somalía, Cochinchina, Cambodge y otros pequeños países que fueron cayendo poco a poco bajo el dominio o el protectorado francés. En el Río de la Plata, Francia no consiguió nada, ni lo conseguiría más adelante en unión con Inglaterra, porque lo impidió Rosas, y más que Rosas el auténtico pueblo argentino que se supo solidarizar con él en aquella terrible hora de prueba.



* En Revista «Baluarte», Buenos Aires, junio de 1933, n° 13.



domingo, 10 de mayo de 2015

Las otras tablas de sangre (capitulo 2)

Por: Alberto Ezcurra Medrano

            En 1826 se designó presidente a Rivadavia, se decretó el cese de la provincia de Buenos Aires y se sancionó la constitución unitaria. El triunfo rivadaviano fué amplio, pero breve, y su juicio lo hace acertadamente González Calderón en los siguientes términos:

            “Hay que decir, respecto de la actuación del señor Rivadavia y del Congreso Constituyente de 1826, que arrastraron a la nación a la más espantosa guerra civil, cuya consecuencia fue la dictadura sangrienta. ¿Que se equivocaron de buena fe? ¿Que el país no estaba preparado para practicar las instituciones teóricamente buenas que pretendieron establecer? No se trata de eso cuando hay que discernir la responsabilidad de nuestros antepasados por los acontecimientos o por los hechos que su conducta ocasionó si se equivocaron; debe pensarse, lógicamente, que carecieron de la visión genial del verdadero estadista; si concibieron instituciones inadaptables a la idiosincrasia del país, debe creerse, con fundamente que no tuvieron conciencia de lo que sus deberes les exigían.  Faltáronles a Rivadavia y al lucido círculo que lo rodeaba esa visión nítida y exacta que caracteriza a los grandes  hombres de Estado y también el necesario dominio de las condiciones en que debían legislar. Cuando desaparecieron de las elevadas esferas oficiales, todo el edificio que se propusieron construir se deshizo estrepitosamente, porque sus cimientos sólo se habían apoyado en el terreno peligroso de las utopías políticas.” (17)

            Antes de dictar la constitución de 1826, los unitarios trataron de preparar el terreno para su aceptación unitarizando por la fuerza  algunas provincias. Tal fue la misión de Lamadrid, “gobernador intruso” de Tucumán, como lo reconoce Zinny, y agente político de la mayoría del Congreso, como dice González Calderón. Para cumplir el fin que se había propuesto, Lamadrid inició una sangrienta campaña, teniendo por aliados a Arenales en Salta y a Gutiérrez en  Catamarca. Utilizó en ella un grupo de desertores del ejército de Sucre, conocidos entonces bajo el epíteto de “colombianos”, que a las órdenes del coronel Domingo López Matute se habían puesto a su servicio. La  actuación de estos hombres en la batalla de Rincón fué cruel y sanguinaria, y después de la derrota invadieron a Santiago del Estero cometiendo allí una larga serie de incendios, degüellos y atrocidades de toda índole. (18) “La bandera -comenta Bernardo Frías- cargó con el fruto de la máquina de que se servía, y, ya en aquel año tan atrasado a Rosas, hemos leído en papeles de la fecha, salidos del rincón lejano de Catamarca, aquello de salvajes unitarios.” (19)

            Terminada la guerra con el Brasil, los unitarios, que no habían aprendido nada con el fracaso de su tentativa de 1826, procuraron imponerse por la fuerza y volvieron a encender la guerra civil. Lavalle asumió la dictadura y fusiló a Dorrego y a todos los oficiales tomados prisioneros en Navarro y Las Palmitas. (20) Paul Groussac, historiador netamente antirrosista, comenta así este gobierno: “A la víctima ilustre de Navarro siguieron muchas otras, y la sentencia que precedió a las ejecuciones de Mesa, Manrique, Cano y otros prisioneros de guerra no borra su iniquidad. Mientras los diarios de Lavalle pisoteaban el cadáver de Dorrego y ultrajaban odiosamente a sus amigos, los  redactores de La Gaceta Mercantil eran llevados a un pontón, por un acróstico . Se deportaba a los generales Balcarce, Martínez, Iriarte; a los ciudadanos Anchorena, Aguirre, García Zúñiga, Wright, etcétera, por delitos de opinión. El Pampero denunciaba al gobierno y, en su defecto, a los furores de la plebe del arrabal, las propiedades de Rosas y demás . Y luego añade Groussac el siguiente resumen y comentario: “Delaciones, adulaciones, destierros, fusilamientos de adversarios, conato de despojo, distribución de los dineros públicos entre los amigos de la causa; se ve que Lavalle en materia de abusos -y aparte de su número y tamaño-, poco dejaba que innovar al sucesor. Sin comparar, pues, la inconsciencia del uno a la perversidad del otro, ni una dictadura de seis meses a una tiranía de veinte años, queda explicado el doble fenómeno del despotismo creciente, por desarrollo natural, al par que el de su impresión decreciente en las almas pasivas, de muy antes desmoralizadas por la semejanza de los actos, fuera cual fuera la diferencia de las personas.” (21)

            Dejando a un lado las sutiles diferenciaciones entre inconsciencia y  perversidad, dictadura y tiranía, según se trate de Lavalle o de Rosas, nos parece ridículo pretender que en veinte años se hubiesen cometido menos atrocidades que en seis meses. Sería preciso ver lo que habría hechos Lavalle si hubiera tenido que gobernar veinte años en las circunstancias en que  gobernó Rosas. Y si nos atenemos estrictamente a comparar los seis meses que gobernó Lavalle con seis meses tomados al azar en el gobierno de Rosas, no creemos que el primero salga muy favorecido.

            “El año de gobierno de los unitarios militares -dice Eliseo F. Lestrade- se caracteriza, para la demografía, como el año aciago, pues no se vuelve a producir en lo sucesivo el hecho de morir mayor número que el de nacidos.” En efecto, en 1829 mueren en la ciudad de Buenos Aires 883 personas más de las que nacen; mientras que en 1840 y 1842, los años trágicos de la dictadura rosista, el aumento vegetativo de la población es de 1.180 y 730 almas, respectivamente.  (22)

            Si esto ocurría en la ciudad, la campaña bonaerense  no era más favorecida. El coronel Estomba, hombre cuya exaltación concluyó en locura, y que había sido enviado por Lavalle para unitarizar la provincia, la recorría fusilando federales. Acerca de sus procedimientos nos ilustra Manuel Bilbao cuando dice que dicho coronel “recorría la campaña dominado de un furor tal que las ejecuciones las ordenaba a cañón, poniendo a las víctimas en la boca de las piezas y disparando con ellas.” (23) Así murió Segura, mayordomo de la estancia “Las Víboras”, de los Anchorena, “por el delito de ignorar la situación de cierta partida federal.” (24) A otros ciudadanos, por el mismo delito, los mata a hachazos por sus propias manos. (25)

                 El fusilamiento a cañón, por otra parte, no era procedimiento exclusivo de Estomba. He ahí el caso, referido por Arnold y otros, y citado por Gálvez, del coronel Juan Apóstol Martínez, quien “hace atar a la boca de un cañón a un paisano, que muere hecho pedazos, y cavar sus propias fosas a varios prisioneros.” (26)

            “Las tropas mandadas por Rauch -dice más adelante Gálvez- matan a los hombres que encuentran en las calles de los pueblitos. Calcúlese que más de mil hombres aparecen asesinados. Sólo en el caserío llamado dejan siete fusilados. En la ciudad, en una tienda de la Recova, un oficial unitario desenvuelve un papel y, sacando una oreja humana, dice que es del manco Castro, y que tendrán igual suerte las de otros federales. A una criatura de siete años la matan porque lleva una divisa” (27).

            Y a todo esto, el “sanguinario” Rosas aun no gobernaba.

Notas:
17    JUAN A. GONZALEZ CALDERON,  Derecho Constitucional Argentino, t.I, pág. 129. A quien quiera conocer otros aspectos menos “ideológicos” de la “aventura presidencial”  rivadaviana remitimos a la Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, de JOSE MARIA ROSA.
18    CARLOS M.URIEN, Quiroga, págs. 62 y 65.
19    BERNARDO FRIAS,  Tradiciones históricas, cuarta tradición, pág. 7.
20    RICARDO FONT EZCURRA,   “En homenaje a la verdad histórica” en  Revista del Instituto de Investigaciones  Históricas Juan Manuel de Rosas, N° 2/3, pág.13.                          
21    PAUL GROUSSAC, Estudios de Historia Argentina, pág. 204.
22   ELISEO  F. LESTRADE, “Rosas. Estudio sobre la demografía de su época”, La Prensa, , 15 de  noviembre de 1919. “No se conoce   - añade Lestrade -  el número de argentinos que emigraron a   Montevideo huyendo de las persecuciones, pero ese año de gobierno fué sangriento. “En los hechos militares de las elecciones del 26 de julio de 1829 se produjeron 76 víctimas, entre los muertos y heridos; las ejecuciones fueron numerosas, y, sobre todo ese cuadro de dolor, una epidemia de viruela azotó a la población urbana”
23   MANUEL BILBAO,  Vindicación y memorias de Antonino Reyes, pág. 65
24   MANUEL GALVEZ, Vida de don Juan Manuel de Rosas, pág. 94
25   Ibídem, pág. 94 y DERMIDIO T. GONZALEZ, El Hombre pág. 199
26   MANUEL GALVEZ, ob. cit. pág. 94 
27   ibídem, pag. 95

jueves, 30 de abril de 2015

Las Otras Tablas de Sangre (capitulo I)

Por: Alberto Ezcurra Medrano

El régimen del terror tiene en nuestra historia antecedentes muy anteriores a la época de Rosas.

Desde la independencia argentina, fué aplicado por casi todos los gobiernos. La Junta de 1810 ya había formado su doctrina en el Plan de las operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia, atribuido a Mariano Moreno. En este célebre documento se sostiene que con los enemigos declarados: “...debe observar el gobierno una conducta, las más cruel y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada. La menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter....” Y luego añadía: “No debe escandalizar el sentido de mis voces; de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa...Y si no, ¿porqué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal?. Porque ningún Estado envejecido o provincias pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos sin verter arroyos de sangre.”(1)

El plan revolucionario no quedó en el papel. En su cumplimiento cayeron en Córdoba, el 26 de agosto de 1810, Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende, Rodríguez y Moreno, en virtud del siguiente decreto de la Junta, obra del mismo autor del Plan:

“Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la justicia. Y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conquistadores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La Junta manda que sean arcabuceados don Santiago de Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba, don Victoriano Rodríguez, el coronel Allende y el oficial real Juan Moreno. En el momento en que todos o cada uno de ellos sea pillado, sean cuales fueren las circunstancias, se efectuará esta resolución, sin dar lugar a minutos que proporcionen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y honor de V.S. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema y una lección para los jefes del Perú, que se abandonan a mil excesos por la esperanza de la impunidad, y es, al mismo tiempo, la prueba fundamental de la utilidad y energía con que llena esa expedición los importantes objetos a que se destina.”(2)

Vencidos los realistas en Suipacha, la tragedia de Córdoba se repitió en el Alto Perú. El 15 de diciembre del mismo año cayeron, en la Plaza Mayor de Potosí, el mariscal Vicente Nieto, el capitán de navío y brigadier José de Córdoba y Rojas y el gobernador intendente Francisco de Paula Sanz, fusilados por orden del representante de la Junta, Juan José Castelli.(3)  Mientras tanto, en Buenos Aires, era ejecutado don Basilio Viola, sin formación de causa, por creérsele en correspondencia con los españoles de Montevideo.(4)

Pero no es sólo en virtud del Plan de Moreno que se fusila, ni son sólo españoles los que caen. En 1811 se produce una sublevación del regimiento criollo de Patricios. La causa remota fué el descontento producido por el alejamiento de Saavedra; la próxima, la orden de suprimir las trenzas. Como consecuencia del motín fueron condenados a muerte cuatro sargentos, tres cabos y cuatro soldados, y sus cuerpos se exhibieron al vecindario colgados en horcas en la Plaza de la Victoria. Esta represión fué obra de Bernardino Rivadavia, alma del primer Triunvirato. (5)

Al año siguiente, 1812, se produce la conspiración de Alzaga, y también es ahogada en sangre por Rivadavia. Después del fusilamiento del jefe y los principales cabecillas, se realiza una matanza popular de españoles.

“Las partidas -dice Corbiere- buscaban a los españoles prestigiosos y sospechados de monárquicos, en sus casas, para matarlos, sin que autoridad alguna les detuviera la mano. Bastaba ser godo, apodo dado a los peninsulares, para que el populacho, formado de gauchos, mulatos, negros, indios y mestizos, capitaneado por caudillos del momento, se arrojase sobre la víctima y la ultimase a golpes, siendo arrastrado el cadáver hasta la Plaza de la Victoria, donde quedaba colgado de la horca; exactamente como habían procedido, en situación semejante, los populachos de Quito y Bogotá, tres años antes. Durante varios días se practicó <la caza de españoles> y la fobia de los cazadores siguió celebrándose con explosión patriótica justificada por el crimen que significaba la  fracasada conspiración...Un mes duró el terror. La Plaza de la Victoria mostró más de cuarenta víctimas del fanatismo popular, que los victimarios miraron con la satisfacción del deber cumplido.”  (6)

Puso fin a este mes trágico un decreto-proclama del Triunvirato, cuyo texto comenzaba así: “¡Ciudadanos, basta de sangre! perecieron ya los principales autores de la conspiración y es necesario que la clemencia substituya a la justicia.” Y terminaba en la siguiente forma: “El gobierno se halla altamente satisfecho de vuestra conducta y la patria fija sus esperanzas sobre  vuestras virtudes sin ejemplo. Buenos Aires, 24 de julio de 1812.- Feliciano Antonio Chiclana, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia. Nicolás de Herrera, secretario.”  (7)

Cuando en octubre de 1840 se repitieron escenas semejantes, no constituyeron, pues, una novedad para Buenos Aires. Ni siquiera el decreto del 31 de octubre, con que Rosas puso fin a las mazorcadas, pudo sorprender a nadie. Rosas no innovaba. Seguía el ejemplo de su antecesor Bernardino Rivadavia. (8)

No terminó con el primer Triunvirato el régimen del terror. Un decreto del 23 de diciembre del mismo año ordena lo siguiente:  “1° Ninguna reunión de españoles europeos pasará de tres, y en caso de contravención serán sorteados y pasados por las armas irremisiblemente, y si ésta fuese de muchas personas sospechosas a la causa de la patria, nocturna, o en parajes excusados, los que la compongan serán castigados con pena de muerte. 2° No podrá español alguno montar a caballo, ni en la Capital ni en su recinto, si no tuviere expresa licencia del Intendente de Policía, bajo las penas pecuniarias u otras que se consideren justas, según la calidad de las personas en caso de contravención. 3° Será ejecutado incontinenti con pena capital el que se aprehenda en un transfugato con dirección a Montevideo, ese otro punto de los enemigos del país, y el que supiere que alguno lo intenta y no lo delatare, probado que sea será castigado con la misma pena.” Este decreto lleva las firmas de Juan José Passo, Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Alvarez de Jonte y José Ramón de Basavilbaso.” (9)

Los gobiernos revolucionarios posteriores no se mostraron más suaves en la represión de las actividades subversivas. Alvear, el 28 de marzo de 1815, dicta un decreto terrorista en que se pena con la muerte a los españoles y americanos que de palabra o por escrito ataquen el sistema de libertad e independencia; (10) a los que divulguen especies alarmantes de las cuales acaezca alteración del orden público; a los que intenten seducir soldados o promuevan su deserción, y reputa como cómplices a quienes, teniendo conocimiento de una conspiración contra la autoridad no la denuncien. Diez días después de este decreto, el 7 de abril, domingo de Pascuas, amanecía colgado frente a la Catedral el cadáver del capitán Marcos Ubeda. Acusado de conspirar, había sido juzgado en cinco horas y fusilado dos horas después. Las familias porteñas que concurrían a misa pudieron presenciar el espectáculo, y ello influyó no poco en la estrepitosa caída de Alvear, que se produjo a los ocho días de la terrorífica exhibición. Pero el método ya había sido introducido en la vida política argentina y era imposible detenerlo. Actos como éste traían otros, a título de represalia. Caído Alvear, le sucede Alvarez Thomas, quien designa una comisión militar y otra civil para juzgar los delitos cometidos bajo el breve período que en documentos públicos -15 años antes de Rosas- se llamó la “tiranía” de Alvear. La comisión militar, presidida por el general Soler, procesó al coronel Enrique Payllardel por haber presidido el consejo de guerra que condenó a Ubeda. Payllardel fué también condenado a muerte, ejecutándose la sentencia.  (11)

Transcurren los primeros años de la independencia y se sigue derramando sangre. En 1817 son fusilados Juan Francisco Borges y algunos compañeros, por orden de Belgrano. (12) En 1819, a raíz de una sublevación de prisioneros españoles en San Luis, son degollados el brigadier Ordóñez, los coroneles Primo de Rivera y Morgado y todos los jefes y oficiales. (13) En 1820, Martín Rodríguez ordena el fusilamiento de dos cabecillas del motín del 5 de octubre del mismo año. (14)

En 1823, Rivadavia, como ministro de Rodríguez, y a raíz de la intentona revolucionaria del 19 de marzo, motivada por su reforma religiosa, ordena el fusilamiento de Francisco García, Benito Peralta, José María Urien, doctor Gregorio Tagle y comandante José Hilarión Castro. García fué ejecutado el día 24, al borde del foso de la Fortaleza, Peralta y Urien lo fueron el 9 de abril. El comandante Castro logró escapar, e igualmente el doctor Tagle, a quien facilitó la fuga, en nobilísimo gesto, el coronel Dorrego. (15)

En este mismo año de 1823 gobernaba en Tucumán don Javier López, el general unitario que en 1830 solicitaría al gobierno de Buenos Aires la entrega del “famoso criminal” Juan Facundo Quiroga. El general López ejerció en Tucumán una dictadura sangrienta, de la cual Zinny hace el siguiente comentario: “Raro fué el ciudadano de Tucumán que no hubiera sido vejado y oprimido; todas las garantías públicas y privadas fueron atacadas; más de cuarenta víctimas se inmolaron al deseo obstinado de sostenerse en el mando contra la voluntad general; más de mil habitantes útiles al país desaparecieron de su suelo desde que este jefe encabezara la guerra civil. He aquí -añade Zinny- la lista de los fusilados sin formación de causa:

   “Don Pedro Juan Aráoz, comandante Fernando Gordillo, general Martín Bustos, capitán Mariano Villa, fusilados en un día, con dos horas de plazo.
   “Don Agustín Suárez, don Manuel Videla, azotados y, a las dos horas, fusilados.
   “Don Basilio Acosta.
   “Don Baltazar Pérez
   “General Bernabé Aráoz, fusilado clandestinamente en Las Trancas.
   “Don Vicente Frías.
   “Don Beledonio Méndez, descuartizado en la plaza.
   “Don N. Piquito, descuartizado en Montero.
   “Don Isidro Medrano.
   “Don Eusebio Galván, degollado por el oficial S...
   “Don Romualdo Acosta
   “Don Félix Palavecino.
   “Don Baltazar Núñez.
   “Comandante Luis Carrasco, con  sus dos asistentes, y muchos otros.” (16)

He aquí cómo, en aquel remoto año de 1823, cuando aún no se había iniciado francamente la lucha entre federales y unitarios, ya sientan el precedente sangriento nada menos que el padre del unitarismo, en Buenos Aires, y uno de sus principales  generales, en Tucumán.

Notas:

1  ERNESTO QUESADA,  La época de Rosas, págs. 145/7. Se ha discutido -a nuestro juicio, sin mayor fundamento- la autenticidad de este plan. Puede leerse al respecto el capítulo XV de la nota citada y la nota 48 de Lamadrid y la Coalición del Norte, del mismo autor.  Por otra parte, la cuestión de la autenticidad del documento pierde interés ante la realidad de los hechos.
2     EMILIO  P. CORBIERE,  El terrorismo en la Revolución de Mayo, págs. 42 y 43.
3     Ibídem, págs. 55 y sigs.
4     MANUEL BILBAO, Vindicación   y memorias de don Antonio Reyes, pág. 33. 
5     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 73 y sigs.
6     Ibídem, pág. 107.
7     Ibídem, págs. 109 y 110.
8     Debemos hacer notar aquí una diferencia, las víctimas de este último no eran argentinos unidos         al enemigo extranjero; eran españoles, fieles a su patria y a su rey. Con todo, mientras a Rivadavia se le alaba su energía,  a Rosas se le reprocha su crueldad .  Tal es la lógica sobre la cual  se pretende fundamentar el odio a Rosas, cuando ella misma está falseada por este odio.
9     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 131/3.
10   Es interesante recordar que Alvear, incurriendo en el delito que castigaba, se dirigió en ese tiempo al secretario  de  negocios extranjeros  de  S. M. británica expresando que “estas Provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña,  recibir  sus  leyes,  obedecer  su  gobierno  y  vivir  bajo  su  influjo poderoso.” (LEVENE, Lecciones de Historia Argentina. pág. 83).
11     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 135/44.
12    JULIO B. LAFONT, Historia Argentina, pág. 279.  Academia Nacional de  la Historia, Historia de la Nación, t. VI, pág. 635. DOMINGO MAIDANA, JUAN FRANCISCO BORGES, en Revista de  la  Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, Año III, N° 7-10.     
Defendiendo a Monteagudo,  de quien ha podido decirse,  con justicia,  que recorrió la historia  argentina “como un bólido la atmósfera, envuelto en rojo”, RICARDO ROJAS escribe lo siguiente:
“Los fusilamientos que se ejecutaron por orden de Belgrano en Santiago, Tucumán y Jujuy, sin  forma de proceso , y sus bandos terroristas, como el del 23 de agosto, cuando el éxodo jujeño de   1812, exceden toda la leyenda del Monteagudo sanguinario.  Pero la  historia  tiene  sus  predilectos,  y   en  ella -como en la murmuración contemporánea- se da en la bondad o en el vituperio  caprichosamente a veces. Se habla de la bondad de Belgrano, y sin duda era bueno, a pesar de esas  ejecuciones y bandos. Monteagudo hizo menos, y para él ha sido la leyenda siniestra...”
El razonamiento es exacto. Pero entiéndase también a las luchas civiles posteriores, donde los hombres han sido clasificados arbitrariamente  en ángeles y demonios.   
13     CARLOS IBARGUREN,  Juan Manuel de Rosas, pág. 58.                                                          
14     ANTONIO ZINNY, Historia de los gobernadores, t. II, p. 42.
15     ADOLFO SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, t. I, pág. 161, nota I.
16  ANTONIO ZINNY, ob. cit., t. III, págs. 265 y 266.  JUANA MANUELA GORRITI en su Biografía del General Dionisio de Puch,  refiere así  la participación de Arenales, gobernador unitario de Salta, en el fusilamiento del General Bernabé Aráoz: “ El Gobernador de la  Provincia de Tucumán, Don Bernabé Aráoz había sido expulsado del gobierno y de su patria por una revolución triunfante.                                               En su desgracia, pide a Salta un asilo. El derecho de asilo ha sido respetado en los tiempos más atrasados  y entre las naciones más bárbaras. Arenales no lo reconoció. Entregó a su  enemigo, el  huésped que se había refugiado en su hogar, y Don Bernabé Aráoz fué fusilado.” (Cit. por Mons.  JOSUE GORRITI, PACHI GORRITI, págs. 41-2.)


lunes, 26 de enero de 2015

EL CENTENARIO DEL ASESINATO DEL GRAL. ALEJANDRO HEREDIA*

Por Alberto Ezcurra Medrano

No es nuestro propósito escribir una biografía del General Alejandro Heredia. Vamos a hablar tan solo de su muerte, cuyo centenario se cumplió el 12 de noviembre del año 1938. Y lo vamos a hacer, porque este centenario, como otros recientes, no será sin duda muy recordado por el liberalismo, ya que Heredia no cayó asesinado por la “mazorca” sino por los unitarios.

Sólo diremos respecto de Alejandro Heredia, que este General teólogo[1], que fue gobernador de Tucumán, se caracterizó siempre por su gobierno paternal y progresista. De la magnanimidad de sus sentimientos dio pruebas repetidas veces. Así, cuando estalló y fue sofocada la revolución del 22 de junio de 1834, habían sido justamente condenados a muerte 25 de sus promotores, pero Heredia les conmutó la pena. Y se cuenta que la noche del perdón varios de los condenados bailaron una misma contradanza con el generoso gobernador. En cuanto al carácter progresista de su gobierno, lo reconoce el propio Zinny, a pesar de su fobia contra los hombres de lo que él llama la “seudo-federación”. “El gobernador Heredia -dice- introdujo las más importantes mejoras en la administración de la provincia, estableciendo un sistema, el más adecuado al sostén del orden y al fomento de la felicidad pública. La policía, la administración de justicia, toda la economía interior de la provincia, sintió el benéfico influjo de su gobierno, que se desvelaba por borrar las pasadas  desgracias y activar la completa organización de Tucumán”[2] 
  
Y, sin embargo, este gobernador de la Federación, a quien no puede acusarse de tirano, murió asesinado. ¿Por qué? Precisamente a causa de su misma generosidad, que lo movió a buscar una imposible conciliación de partidos y a confiar ingenuamente en hombres que sólo esperaban el momento oportuno para desembarazarse de él. Rosas lo vio claro y se lo advirtió; pero Heredia  siguió en sus trece. Por eso Rosas, en carta a Ibarra, comenta su muerte con palabras duras  y amargas, pero que revelan, una vez más, su clarividencia política.

“El general finado -dice- abrigaba muchos disparates en su cabeza, pero no era un malvado. Antes su candor y demasiada credulidad, es preciso repetirlo, lo precipitaban en juicios erróneos, lo inducían a ser indulgente con los unitarios, quienes lo hacían enredarse a cada paso con los lazos que le tendían, porque se había empeñado en esa maldita idea de la fusión de partidos, que ha puesto al país en el fatal estado en que lo vemos. Esa credulidad, no me cansaré de repetirlo, esa indulgencia excesiva con los unitarios y esa idea de fusión de partidos sobre que tanto le predicaba yo en mis cartas (y como le dije usted  en 1835, para que también lo advirtiese, “que era preciso consagrar el principio de que estaba contra nosotros el que no estaba del todo con nosotros”), han sido las verdaderas causas de su desgracia”[3]
            
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El hecho, escuetamente, se produjo en la siguiente forma:

El 12 de noviembre de 1838, mientras Heredia se dirigía en coche a su casa de campo, fue asaltado en Los Lules por una partida al mando del comandante Gabino Robles, y compuesta por Juan de Dios Paliza, Vicente Neyrot, Gregorio Uriarte y José Casas. Heredia, que en cierta ocasión había insultado de hecho a Robles, comprendió sus intenciones, y se dice que ofreció cuanto pidiese, contestándole Robles que sólo quería su vida y descerrajándole tres tiros.

¿Se trataba, como se ha dicho, de una simple venganza personal, o fue un crimen político? La “vox populi” sindicó como instigador del hecho al doctor Marco Avellaneda, y esta creencia se perpetuó  en romances populares que Juan Alfonso Carrizo ha recopilado en su Cancionero de Tucumán. Dice así uno de los romances:

“Avellaneda y Lavalle
Manchados de sangre están
Estos defienden de Rosas
Las tierras de Tucumán.

Del primero se murmura
Que con su verba sin par
Convenció a Gabino Robles
Que a Heredia debía matar.

Del segundo, quién no sabe
La locura sin igual,
De hacer sin causa y proceso
A Dorrego fusilar.

Sombras de Heredia y Dorrego
Si es que ya en el cielo estáis
Os rogamos por la Patria
Que estas tierras protejáis.

A esta tierra en que con gloria
La fama de Uds. vive,
No dejéis que la profanen
Las tropas que trae Oribe.

No dejéis que en mil hogares
Se sufran negros dolores,
No dejéis que aquí la paguen
Los justos por pecadores”.

Y otro, da a entender lo mismo:

“Una tarde de noviembre
Por una boscosa senda
En su galera viajaba
El Gobernador Heredia.
No lleva escolta a su lado
Que en su vanidad ingenua
Cree que lo escolta su fama
De héroe de la independencia.
Doctorcitos unitarios
Lo mandan a matar.
Mal hicieron los doctores
Y caro la pagarán.
No era malo el indio Heredia
Que sabía perdonar.
Que lo diga sino Alberdi,
Que lo diga Marcos Paz
Y hasta el propio Avellaneda
Lo podría atestiguar”.

No obstante, la participación de Avellaneda ha sido negada por no haberse probada documentalmente y por considerársele indigna del “Mártir de Metán”. A lo primero debemos observar que la prueba documental no es en estos casos la única, y a lo segundo, que se parte de un prejuicio histórico. Avellaneda, como todos los próceres de esa tendencia -y sin que esto implique  negar su inteligencia y verdaderos méritos- ha sido previamente deshumanizado por sus admiradores incondicionales y se le ha colocado bajo ese tabú protector que ahora se ha dado en llamar “el fallo inapelable de la historia”, y cuya violación es causa de amonestaciones ministeriales. Pero el Avellaneda real no es el semidiós togado que aparece en las ilustraciones de los textos de historia “oficial”. Es un hombre, con cualidades, defectos y pasiones, como todo hombre.

La participación en el crimen de Lules no está en contradicción con otros hechos de Avellaneda, que no escatimó la violencia ni los procedimientos terroristas durante la Coalición del Norte. Los embargos, en los cuales basa su nuevo capítulo de acusación contra Rosas el señor Dellepiane, fueron aplicados por dicha Coalición dos meses antes del famoso decreto de Rosas, como lo prueba documentalmente Ernesto Quesada.[4] Las notas que el gobierno de Tucumán pasó a las provincias, horrorizaron a los mismos coaligados, provocando reacciones como ésta, del gobierno de Salta:

“La nota de ese gobierno dirigida a Ibarra es degradante a nuestra causa, y sólo puede servir  para  exaltar los ánimos y con justicia contra nosotros, en vez de darnos aliados o partidarios.  La decencia y circunspección deben presidir en todas las comunicaciones oficiales; ese lenguaje de sangre y exterminio debe proscribirse; siendo el menos a propósito para conquistar voluntades,  es también contradictorio al objeto proclamado de la organización de la República; la sangre sólo da sangre por fruto y promoviendo continuas reacciones se radica la anarquía de los rencores personales y se radica de un modo terrible y espantoso. Acusamos a Rosas por haber empapado el suelo de la patria con sangre humana. ¿Y es posible proclamar que se derramará aún más? ¿Y la sangre de los hijos y de los parientes, por delitos que nunca pudieron cometer? ¿Qué  podrán juzgar de nosotros si sentamos tales principios de pura barbarie?”...[5].

Pero las amenazas no quedaban sólo en los documentos. El terrorismo desplegado por la Coalición en Salta superó los peores excesos de la mazorca porteña y obligó a otro coaligado, el General  Dionisio Puch, a dirigir a Avellaneda una nota de la cual entresacamos los siguientes párrafos:

“Muchos son los conductos por donde el gobierno sabe los excesos de toda clase que cometen los soldados de la división que V.E ha traído de Tucumán a la Frontera. El país que han pisado ha quedado arrasado, y no es posible ya al infrascrito ser indiferente a tanto desorden, a hechos cuyas consecuencias serán funestas a su país, y más que a éste, a la causa de la libertad de la República...El robo a los amigos y enemigos; toda clase de excesos prodigados indistintamente; la compleja desolación del suelo que ocupa la división de V.E., no son el riesgo benéfico que hará florecer el árbol de la libertad, tan marchito ya en la República...¿Prevalecerá contra el verdugo de Buenos Aires la coalición, si se talan sus campos, se diezman sus habitantes y se agotan las fuentes de su riqueza y porvenir? [6]

Tal es el hombre, examinado fríamente a la luz de los documentos emanados de sus propios aliados. Tal es por lo menos bajo uno de los aspectos, porque no está en discusión ahora su inteligencia , sus cualidades oratorias o su capacidad como gobernante, sino sus métodos revolucionarios, en los cuales puso todo el fuego y toda la imprudencia de sus 26 años.

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Volviendo al caso de Heredia, existe, además, otro documento: el acta del consejo de guerra que se le formó a Avellaneda en 1841, cuando cayó prisionero de Oribe y fue condenado a muerte.
Los dos incisos referentes a su participación en el hecho dicen así:

“Preguntado: Con qué objeto le prestó su caballo rosillo al teniente Casas, asesino del finado General Heredia, el día que se perpetró el hecho dijo: que el día antes del asesinato le pidió el referido asesino Casas el mencionado caballo al que declara para ir a dar un paseo al punto de Los Tules y que en éste cometió el hecho.

“Preguntado: Con qué objeto salió el mismo día que se asesinó al General Heredia y se vio con uno de los asesinos llamado Robles en circunstancias que éstos entraban al pueblo, dijo: que su hermano político don Lucas Zabaleta lo había invitado para que lo acompañase a pasar el día en su chacra del Manantial: que en su camino a esta chacra y a muy poca distancia de la Capital, se encontró con los asesinos que tenían una partida de quince a veinte hombres: que al verlo desde alguna distancia lo mandaron hacer alto: que el declarante obedeció y que al instante se adelantaron tres o cuatro de los asesinos, entre ellos, el mencionado Robles: que éste último, ya completamente ebrio, le alargó la mano gritando “ya sucumbió el tirano”, cuyo grito fue repetido por los otros dos o tres que lo acompañaban: que el declarante atemorizado por esta escena, no atinaba con lo que significaba ella, hasta que el mismo Robles le dijo que él con sus propias manos había asesinado al gobernador Heredia: que el declarante más atemorizado entonces procuró balbucir algunas palabras aplaudiendo su conducta y concluyó pidiéndole permiso para continuar su camino. Que Robles preguntó entonces al declarante si él no era Presidente de la Honorable Cámara de Representantes:  que a la contestación afirmativa del declarante replicó Robles: “hoy no es día de pasear, sino de trabajar por la patria: vuelva usted a la ciudad y reúna la Sala de Representantes: que nosotros por nuestra parte no queremos nada”: que el declarante se separó entonces a galope largo y que, sin embargo de haber andado a éste a la ciudad, no consiguió llegar sino tres o cuatro minutos antes que ellos”[7]   
  
De esta declaración se deducen varios hechos: que Avellaneda prestó su caballo a uno de los asesinos, que se encontró con ellos después del crimen y que les aprobó su conducta. Las coincidencias y el temor con que pretende explicar esos hechos, a nuestro juicio, no resultan convincentes.

Por otra parte, sobre el asesinato de Heredia se levantó la Coalición del Norte, de la cual Avellaneda es el alma. A la semana de haber sido asesinado Heredia, fue nombrado gobernador Bernabé Piedrabuena, que se pronunció contra Rosas, y de quien fue ministro general en 1840 el propio Avellaneda, para sucederle luego en 1841.

Tales son los antecedentes y consecuencias del hecho desgraciado cuyo centenario se cumplió el 12 de noviembre de 1938. No vamos a dictar sobre él ningún “fallo inapelable de la historia”, porque no somos jueces, ni tribunal de última instancia, ni menos aún pretendemos identificamos con la historia, como hace “La Nación” cuando lanza contra Rosas sus desesperados anatemas. Hemos expuesto hechos y documentos sin otra pasión que la verdad. Cada lector sacará sus conclusiones.


* Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas n° 1, Buenos Aires, Enero 1939.

[1]    Heredia era doctor en teología.
[2]    Antonio Zinny. “Historia de los gobernadores”. Tomo III. Pág 297. Ed “Cultura Argentina”.
[3]    Ibidem  pág. 291..
[4]    Ernesto Quesada. Acba y la batalla Angaco. Pág. 35.
[5]    Op. Cit. Pág. 34.
[6]    Bernardo Frías. Tradiciones históricas. Pág.244.
[7]    Aquiles B. Oribe. Brigadier Gral. Don Manuel Oribe. Tomo I. Pág. 73.