lunes, 8 de junio de 2020

EL GOBIERNO DE LA JUNTA GRANDE

Joaquin Campana
Por: Edgardo Atilio Moreno*

Para fines de 1810, el poderoso Secretario de la Primera Junta de gobierno, Mariano Moreno, se había tornado cada vez más impopular. Los únicos respaldos con los que contaba eran el regimiento la Estrella, comandado por su amigo Domingo French, y el pequeño “Club” que reunía a los jóvenes jacobinos, admiradores de la Revolución Francesa, que actuaron en Mayo.

Su intento por desplazar a Cornelio Saavedra, aprovechando el episodio ocurrido en el cuartel de los Patricios, en donde un sargento ebrio ofreció un brindis por el futuro monarca de América, aludiendo a Saavedra, había fracasado.

El decreto de supresión de honores, que dictó a raíz de ello “no solamente agredía a Saavedra, cuyo prestigio se mantenía en el pueblo y los militares, sino que insultaba al pueblo considerándolo desprovisto de luces y lo llamaba vulgo, y descartaba a las señoras de las prerrogativas de sus maridos. Ponerse en contra a los militares, al pueblo y a las señoras de Buenos Aires no lo podía resistir Moreno ni nadie.” (1)

Para el colmo de sus males habían llegado ya a Buenos Aires los diputados de las ciudades del interior, convocados por el Reglamento del 25 de mayo para formar un Congreso General; los cuales, conforme lo disponía la Circular del 27 de mayo, debían incorporarse a la Junta a medida que llegaban, hasta tanto se celebre ese Congreso.

Moreno se opuso a esto, pues los provincianos llegaban dispuestos a poner coto al centralismo porteño y al extremismo revolucionario. La cuestión entonces se sometió a votación. Viéndose superado por la opinión favorable a la incorporación de los diputados del interior, tuvo que ceder, quedando constituida así la Junta Grande.

Amargado por perder su poder, el fogoso secretario  presentó su renuncia y le pidió a Saavedra que lo mandasen como representante a Londres. Lo que fue aceptado.

El día 24 de enero de 1811 partió hacia su destino a bordo una nave inglesa. Nunca llegó. Enfermó durante el viaje y el capitán del buque le suministró un purgante que le provocó -según cuenta su hermano Manuel- una terrible convulsión y la muerte. Envuelto en una bandera inglesa su cuerpo fue arrojado al mar. Algunos dirán después que había sido envenenado, no obstante, como afirma el eminente historiador José María Rosa, “la terrible convulsión que siguió al purgante, los dolores y la muerte son el cuadro son el cuadro de una peritonitis. La leyenda de un envenenamiento no tiene asidero”. (2)

Si bien su muerte no significó la desaparición inmediata del morenismo, la Junta Grande trató de dejar de lado la política extremista, liberal y probritánica del difunto líder. “Las nuevas autoridades se atenían al criterio prudente inicial de la Junta de Mayo: la conservación de los derechos de Fernando VII. En consonancia derogaron el decreto promovido por Moreno, destinado a excluir a los españoles peninsulares del acceso a los empleos públicos”. (3) Así mismo –como dice Federico Ibarguren- “El Contrato Social, edición traducida con prólogo de Mariano Moreno, fue retirado de la circulación publica por el Cabildo ( 5 de febrero de 1811) considerándosele pernicioso a las conciencias y perturbador de la paz pública; se impusieron fuertes restricciones proteccionistas a la introducción de mercaderías tierra adentro por extranjeros (10 de febrero de 1811); mantuvose la censura de prensa sobre temas religiosos (20 de agosto de 1811) y fue organizada la primera expedición armada a Montevideo”. (4)

Estas medidas si bien marcaban el predominio saavedrista en el nuevo gobierno, fortalecido con los diputados del interior encabezados por el dean Gregorio Funes, de todos modos no significaban que el mismo tuviera asegurada su estabilidad. La situación era bastante complicada. En efecto, por entonces llegó a Montevideo Francisco Xavier de Elio, designado Virrey por el Concejo de Regencia y dispuesto a imponer su autoridad a toda costa.  Contaba para ello con el apoyo y la colaboración de Inglaterra que trataba de desalentar cualquier intento independentista en América que distrajera a España de su lucha contra Napoleón. Al respecto afirma José María Rosa que Elio “llegaba con el apoyo del gabinete de Wellesley, pues las exterioridades republicanas y jacobinas de la revolución habían empezado a chocar al gobierno de Londres”. (5)

Una vez instalado el pretenso virrey, lo primero que hizo fue mandar una nota a Buenos Aires exigiendo su reconocimiento, cosa que la Junta Grande se negó hacer, desconociendo -tal como se venían haciendo hasta entonces- toda autoridad  al ilegitimo e ilegal Concejo de Regencia que lo había designado. La respuesta de Elio fue la declaración formal de guerra y el bloqueo a Buenos Aires.

Ante esta nueva escalada del conflicto la Junta recurrió a Lord Strangford, buscando su mediación para que los regentistas levanten el bloqueo. Se daba por sentado que Inglaterra no veía con buenos ojos una medida que perjudicaba su comercio; lo cual no era tan así pues estos podían seguir desembarcando mercaderías en lugares alejados del puerto. De todas formas se le encomendó a Manuel de Sarratea viajar a Rio de Janeiro con ese fin.

La declaración de guerra si bien complicaba el panorama, por otro lado tuvo un efecto positivo. Sirvió como detonante para que muchos se decidieran a luchar del lado de la Junta; entre ellos dos destacados oficiales de las tropas de Elio, José Gervasio Artigas y José Rondeau, que lo abandonaron y se pusieron al servicio de la Junta. Enterados de esto los criollos orientales, el 28 de febrero en los campos de Asencio, se plegaron unánimemente a la revolución. Se daba inicio así  a la insurrección patriota de la campaña oriental, y la idea de la independencia comenzaba a rumiarse en la mente de muchos patriotas.

La revolución del 5 y 6 de Abril

Ante el temor de una invasión de Elio, el día 20 de marzo, la Junta emitió un decreto ordenando la internación en Córdoba de los españoles solteros que vivían en Buenos Aires. La medida cayó mal a la “parte principal” del vecindario, pues la mayoría de los afectados eran dueños o dependientes de las tiendas céntricas. Por lo que el Cabildo, que justamente representaba a los comerciantes y propietarios que tradicionalmente gobernaron la ciudad  y que eran poco afectos a las medidas drásticas y a los cambios revolucionarios; se opuso abiertamente a ella y buscó su anulación.

Tomas Grigera
A los miembros del Cabildo, que ya se encontraban molestos por el predominio de los provincianos en la Junta, el decreto les vino como anillo al dedo para atacar al gobierno. Para ello se aliaron –paradójicamente- con los antiguos morenistas que se congregaban  en la denominada Sociedad Patriótica bajo la dirección del masón Julián Álvarez. Ambos grupos, respaldados por el regimiento de la Estrella,  presionaron a la Junta para que dejara sin efecto la medida. La Junta no tuvo otra opción que ceder. Lo que parecía indicar que tenía sus días contados.

Las críticas a Saavedra y al Dean Funes recrudecieron. Se los acusaba de carlotinos, es decir de ser partidarios de reconocer como soberana a la princesa Carlota (la hermana de Fernando VII, casada con el príncipe Juan de Portugal), lo cual era falso. El infundio se basaba en el hecho de que en 1809 Saavedra había sido convencido por Manuel Belgrano de apoyar las pretensiones de la Carlota, tesitura en la que también estaba Funes. Sin embargo eso había quedado ya muy atrás. Hacía tiempo que todos ellos habían abandonado esa idea.

Lo del carlotismo era en realidad una excusa que esgrimían los miembros del Cabildo y de la Sociedad Patriótica para justificar su intención de desplazar a los hombres del interior y volver al centralismo vigente durante el periodo de la Primera Junta.

Sin embargo sus planes fueron abortados por una asonada popular acaudillada por el alcalde de quintas, Tomas Grigera y el Dr. Joaquin Campana, la que se llamó luego la “grigerada”, en alusión a su líder, o la revolución de los orilleros, por ser sus protagonistas vecinos de las orillas de la ciudad.

Los orilleros –según Vicente López- eran pequeños propietarios que tenían caballo, hogar, y medios de subsistencia a las orillas, en los barrios embrionarios de la ciudad, que poseían un amor exagerado a su tierra, a su libertad, y eran poco simpáticos a las clases dirigentes que habitaban en el centro urbano. (6)

Estos hombres, en la noche del 5 de abril marcharon ordenada y silenciosamente desde las afueras hasta la plaza de la Victoria para exigir la disolución de la Junta y la entrega del gobierno a Saavedra. El petitorio, que se hizo ante el Cabildo, también fue respaldado por los jefes militares de la ciudad, Martin Rodríguez, Ramón Balcarce y otros, con excepción del morenista French.

A pesar del éxito del movimiento, el Jefe de los Patricios se desentendió del mismo, negando tener participación alguna en los hechos y rechazando terminantemente el pedido de los orilleros. Su actitud posibilitó que la Junta se mantuviera en el gobierno y que además se lograra la exclusión de su seno de los morenistas Vieytes, Rodriguez Peña, Azcuenaga y Larrea, los que fueron reemplazados por Campana y otros afines al movimiento del 5 de abril.

Ya con Campana gravitando en la Junta se tomaron algunas medidas para prevenir nuevos ataques: se creó un Tribunal de Seguridad Publica, se disolvió el regimiento la Estrella, y se ordenó el confinamiento de French y de Beruti.

La mediación inglesa

Con su nueva conformación la Junta también endureció su postura frente a los ingleses. Campana, que había luchado contra estos durante las invasiones inglesas no les tenía ninguna confianza ni simpatía.

Cuando volvió Manuel de Sarratea de su misión en Rio de Janeiro con la propuesta de paz pergeñada por Inglaterra para que España pudiera concentrarse en la lucha contra Napoleón, esta fue rotundamente rechazada dado que el Concejo de Regencia insistía en que los americanos debían obedecerles. El documento redactado por Campana en respuesta, de fecha 18 de mayo, decía claramente que “ni la Península tiene derecho al gobierno de América, ni esta de aquella”. Tesis absolutamente correcta pues los Reinos de Indias pertenecían a la Corona de Castilla y a sus sucesores, y no al estado español ni a la nación española; y por ende nadie salvo el Rey podía mandar en América.

La respuesta fastidió a los ingleses y Sarratea fue llamado a concurrir de nuevo a la embajada en Rio de Janeiro. Una vez allí lord Strangford le ordenó que vuelva a Buenos Aires y que procure modificar el criterio de la Junta o bien su composición. (7)

El inglés insistía pues el objetivo principal de su país era derrotar a Napoleón, y a ese objetivo político supeditaban todo, incluso el mantenimiento del libre comercio con América, que por otro lado ya había quedado prácticamente asegurado con la firma del tratado Apodaca – Canning, de 1809. De ahí entonces su afán por lograr un arreglo entre los americanos y el Concejo de Regencia.

Por otro lado, en ese momento la situación de los regentistas en la Banda Oriental era comprometida. Las tropas orientales que fervorosas seguían a Artigas estaban imponiéndose en toda la campaña. Esto llevó a Elio a tomar la funesta decisión de pedirles ayuda a los portugueses, enemigos históricos de los pueblos hispanoamericanos, autorizándolos a ingresar a la Banda Oriental, a sabiendas que estos buscaban adueñarse de ella. El obcecado virrey prefería poner en riesgo la integridad de estos territorios en lugar de buscar un acuerdo razonable con los americanos. Se consumaba así una nueva y flagrante violación al Pacto de Vasallaje  que regía las relaciones entre la Corona y los Reinos de India; y por el cual aquella estaba obligada a conservar la intangibilidad de estos.

El 18 de mayo de 1811 el ejército patriota, al mando de Artigas, infringió a las tropas de Elio una inapelable derrota en Las Piedras; poniendo a partir de allí sitió a la ciudad de Montevideo. El optimismo por la victoria duro poco. Elio, como represalia ordenó a su escuadra bombardear Buenos Aires y unos días después, el 24 de julio, respondiendo a sus pedidos de auxilio, los portugueses cruzaron la frontera invadiendo la Banda Oriental. La semilla de la secesión de ese territorio del virreinato rioplatense se había plantado.

La caída de la Junta

La situación se agravó aún más al llegar desde el norte las noticias de la terrible derrota de Huaqui. El Ejercito del Norte, que había llegado imparable hasta el rio Desaguadero –al que no cruzó solo por la incomprensible orden dada por Mariano Moreno- se hallaba ahora en un total descalabro y en retirada. (8)

La razón de ello –como dice José Maria Rosa- fue “el relajamiento de la disciplina y la mojiganga antirreligiosa” que tornó impopular a la causa de Mayo en todo el norte. En efecto –continua Rosa- “la actitud antirreligiosa de Monteagudo y los jóvenes oficiales que lo seguían, contra la cual poco hizo Castelli, había dado un vuelco completo a la situación hasta entonces favorable. Día a día los altoperuanos desertaban… A eso vino a agregarse un indigenismo retorico, que no ganó a los indios y sirvió para poner la clase vecinal criolla contra la Revolución”. (9)

Enterada la Junta de lo ocurrido, inmediatamente destituyó a Castelli y a Balcarce del mando del ejército y designó en su reemplazo a Viamonte. No obstante ello, la angustia que generaba la situación en el norte, a lo que se le sumó un nuevo bombardeo de Buenos Aires por parte de Elio, hizo que Saavedra tomara la decisión de ir a ponerse personalmente al frente de los restos del ejército. Su ausencia fue aprovechada nuevamente por el Cabildo y los jóvenes de la Sociedad Patriótica, para continuar con sus ataques a los provincianos y orilleros de la Junta Grande.

Justo en ese momento regresó a Buenos Aires Sarratea con las instrucciones de Lord Strangford para convencer a la Junta de avenirse a un arreglo con Elio. Campana quiso negarse nuevamente pero, ante las presiones del Cabildo y el nuevo contexto, no tuvo otra opción que aceptar iniciar las conversaciones y firmar un acuerdo “preliminar” por el cual se aceptaba abandonar el sitio de Montevideo y enviar diputados a las Cortes de Cádiz. El acuerdo causó indignación en el ejército patriota que sitiaba Montevideo.  Artigas se comprometió a seguir la lucha aun con sus propias fuerzas. Esto impidió su ratificación pero no evitó que Campana y la Junta quedaran en jaque.

A mediados de septiembre los enemigos del gobierno generaron una serie de disturbios protestando porque Campana pretendía que la elección de los diputados de Buenos Aires que debían integrar la Junta Grande se hiciese convocando a todos los vecinos y no solamente a los “principales” como lo pretendía el Cabildo. La Junta en agonía cedió y depuso a Campana. No obstante las protestas continuaron, exigiendo ahora la formación de un nuevo gobierno.

El 23 de septiembre, los conjurados finalmente lograron su objetivo. La propia Junta tuvo que emitir un decreto que -con la excusa de “reducir el gobierno en pocas manos”- disponía la creación de un Triunvirato, integrado por Chiclana, Passo y Sarratea. Con ellos –designado como Secretario- surgía a la vida pública un personaje que en el futuro daría que hablar: Bernardino Rivadavia.

                                                                                                        

Notas:

1.- Rosa, José María. Historia Argentina. T.2. Ed. Juan Granda. Bs As 1967. Pag. 257
2. Rosa, José María. Ob cit. Pag. 262.
3.- Irazusta, Julio Breve historia de la Argentina. Ed. Huemul. Pag 60
4.- Ibarguren, Federico. Las etapas de Mayo y el verdadero Moreno. Ed. Theoria. Bs As. 1963. Pag 111.
5.- Rosa, José Maria. Ob. cit. Pag. 267
6.- Cfr. Rosa, José María. Ob cit. Pag 286
7.- Cfr. Rosa, Jose Maria. Ob cit. Pag. 279.
8.- En su articulo "Miras del Congreso" del 6 de noviembre de 1810, Moreno sostiene que "es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo Estado".
9.- Rosa, Jose Maria. Ob cit. Pag. 296.

*Abogado y Profesor de historia

miércoles, 3 de junio de 2020

LOS COLORES DE LA BANDERA

Por: Fernando Romero Moreno

Los colores azul y blanco de nuestra bandera poseen un rico simbolismo, arraigado en la historia más antigua de la Patria. En 1761 el rey Carlos III consagró España y las Indias a la Inmaculada, proclamando a la Virgen María Patrona de sus reinos y diez años después, en 1771, creó una Orden Real en su honor (que aún existe en España), cuyos caballeros debían portar un medallón y una cinta con los colores azul y blanco. Le correspondió luego al rey Carlos IV cambiar la banda real de la Orden, estableciendo una nueva que fuera blanca en el medio y azul en ambos costados. Es la que se ve en los cuadros de Reyes españoles de la Casa de Borbón, tanto en los de la rama isabelino-alfonsina que gobernaron de hecho, como en los de la rama carlista. Estos colores fueron también, en nuestras tierras, los del Escudo de Buenos Aires, los del Consulado porteño, los enarbolados por soldados voluntarios que participaron en la Reconquista de esta Ciudad en 1806 (como distintivo de reconocimiento a la Virgen de Luján) y por los Húsares de Pueyrredón en la Defensa, durante las jornadas de 1807. También fueron usados por algunos partidarios de la Junta de Mayo con posterioridad a su instalación (no French y Beruti, como se sigue afirmando de modo erróneo, quienes el 25 de mayo de 1810 sólo repartieron cintas blancas con la imagen de Fernando VII) y el mismo Belgrano, al disponer que azul y blanco fueran los propios de la escarapela (él dijo “celeste”, que en rigor es una tonalidad del azul, pero esto, que es importante en heráldica, no lo es en vexilología). El 27 de febrero de 1812, siendo las 18:30, a orillas del Paraná y frente a la entonces Villa del Rosario, Belgrano enarboló la bandera celeste y blanca (probablemente con solo dos franjas, blanca la superior y azul la inferior). Las baterías Libertad e Independencia, en cuya cercanía la izara, fueron bendecidas por el Padre Julian Navarro, pero la primera bendición de la bandera propiamente dicha se realizó el 25 de mayo de 1812 en la Provincia de Jujuy a cargo del canónigo Juan Ignacio Gorriti. El 13 de febrero de 1813, en el Río Pasaje (hoy Juramento), las tropas del Ejército prestaron juramento bajo bandera a las autoridades centrales y el 20 del mismo mes y año, lograron una importante victoria en la batalla de Salta, la primera de nuestra historia presidida por la Bandera creada en Rosario.

          ¿Por qué razón eligió Belgrano esos colores? Es mucho lo que se ha debatido al respecto hasta el día de hoy. El comunicado de Belgrano al Triunvirato es muy escueto al respecto: “Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, mandela hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la Escarapela Nacional”. Pero el asunto es más complejo. Lo primero que hay que entender es cómo interpretaba Belgrano la deposición del Virrey Cisneros y la instalación de la Primera Junta en 1810. Así se lo explicaba el 20 de febrero de 1811 al General Cabañas con ocasión de la Expedición al Paraguay: “Soy verdaderamente Católico, Apostólico, Romano y también fiel vasallo de Su Majestad el señor Don Fernando VII (…). Aspiro a que se conserve la Monarquía Española en nuestro patrio suelo si sucumbe la España al poder del tirano, del usurpador más infeliz, Napoleón, cuyo yugo han querido que suframos los malos españoles europeos (es decir los “afrancesados”) y algunos americanos engañados (…). Yo he traído las armas para sostener tan santa y sagrada causa como la sostendré con los míos hasta perder la última gota de nuestra sangre”. Era la misma explicación que dieran por entonces o pocos años después Cornelio Saavedra, Mariano Moreno, Domingo Matheu, el Congreso de Tucumán en su Manifiesto a las Naciones de 1817, el Padre Castañeda, Tomás Manuel de Anchorena y Juan Manuel de Rosas, entre muchos otros protagonistas o testigos de esos hechos. El testimonio de Anchorena interesa sobremanera en esta materia, pues no sólo participó de los hechos del Año X y fue miembro del Congreso de Tucumán, sino que además se desempeñó como secretario de Belgrano en el Ejército del Norte (1).

Lo explicaba precisamente Anchorena en carta a su primo Don Juan Manuel de Rosas con estas palabras: “Vsd. sabe que…se estableció el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII, y que bajo esta denominación, reconociendo por nuestro Rey al que lo era de España, nos poníamos sin embargo, en independencia de esta nación, que consideraba a todas las Américas como colonia suya; para preservarnos de que los españoles, apurados por Napoleón, negociasen con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos pavo de la boda. También le exigimos, a fin de aprovechar la oportunidad, de crear un nuevo título para con Fernando VII y sus sucesores, con que poder obtener nuestra emancipación de la España, y que considerándosenos una nación distinta de ésta, aunque gobernada por un mismo rey, no se sacrificasen nuestros intereses a beneficio de la Península española”. Es lo que expresaba también una Canción Patriótica de aquellos años, que decía:

“La América tiene
el mismo derecho
que tiene la España
De elegir gobierno;
Si aquella se pierde
por algún evento
No hemos de seguir
La suerte de aquellos”

         Además de ese motivo de “fidelidad fernandista”, dichos colores eran los propios del vestido y manto de la Santísima Virgen. Y la naturaleza “mariana” de nuestra bandera no era sólo un efecto traslaticio de sus orígenes borbónicos, sino que respondía a la voluntad explícita de su creador. Así lo explicaba el Padre Alberto Ezcurra, siguiendo una serie de citas documentales y bibliográficas que fueron seleccionadas en su momento por la Revista Mikael, del Seminario de Paraná: “José Lino Gamboa – afirmaba Ezcurra -, que era miembro del Cabildo de Luján junto con un hermano de Belgrano y que estaba allí cuando Belgrano pasa con sus tropas, escribe: ‘Al darle Belgrano los colores azul y blanco a la bandera de la patria había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María de quien era ardiente devoto, por haberse amparado en su Santuario de Luján’. Y el otro testimonio, que es el del Sargento Mayor Carlos Belgrano, hermano de Manuel Belgrano, desde 1812 Comandante Militar de Luján y Presidente del Cabildo de Luján. Y dice Carlos Belgrano: ´Mi hermano tomó los colores de la Bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’”. Como puede advertirse, todos estos datos y testimonios analizados conjuntamente permiten corroborar la naturaleza tanto hispánica como mariana de nuestra enseña patria, a diferencia de otro tipo de explicaciones o bien ridículas (“los colores del cielo”) o bien insuficientes (los colores de la escarapela a que alude Belgrano, que él mismo había creado). Y por lo mismo no resulta caprichosa la opinión de quienes sostienen que Belgrano también eligió los colores azul y blanco de los Borbones para poder distinguirlos de los ejércitos enemigos que usaban la bandera blanca con la Cruz de San Andrés, siendo también realistas. Esto se explica pues, hasta 1815, la guerra no había sido, en general (nos referimos al Río de la Plata) entre secesionistas y realistas sino entre realistas autonomistas y realistas centralistas. Esos colores de los Borbones le permitían a Belgrano combatir contra el Consejo de Regencia sin que eso significara una rebelión contra el Rey. Con todo, el Triunvirato vio en esto un peligro y le exigió a que no usara la nueva Bandera.

          Con posterioridad a estos hechos y a la Expedición del Ejército del Norte, Belgrano viajó a España por orden del Directorio a fin de parlamentar con el Rey, toda vez que la idea de independizarnos del monarca y no sólo de la España peninsular, era sólo sostenida (en el Río de la Plata) por Artigas (debido a la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses a pedido de los realistas centralistas) y por San Martín (convencido que una independencia justificada en fundamentos concretos era la opción más prudente, pues ya no se podía lograr un acuerdo con España, aunque él insistiera entonces y después en procurar una paz honrosa tanto para la Corona como para los americanos). No parece pues que Belgrano haya creado la Bandera con la intención de tener, en ese momento, una enseña “nacional” (la Argentina como tal no existía, sino que todos se reconocían españoles americanos de distintas regiones) aunque sí pudo pensar que serviría como tal, en caso que España sucumbiera del todo ante Napoleón o Fernando VII volviera con imposiciones inaceptables (que es lo que al final sucedió). La misión de Belgrano y Rivadavia en España era felicitar a Fernando VII por su restauración en el Trono, lograr que se garantizase la autonomía al Río de la Plata (tal vez sobre nuevas bases jurídicas) de la que gozaban todos los Reinos de Indias desde 1519 por decisión de Carlos I ( V del Sacro Imperio) junto con su naturaleza de territorios inalienables e indivisibles, e impedir o dilatar la expedición punitiva decidida por el Rey contra los “realistas autonomistas” y los ya declarados “emancipadores”. Los tres derechos de los Reinos americanos (autonomía, inalienabilidad e indivisibilidad) venían siendo conculcados por los sucesivos Reyes españoles de diversos modos desde la llegada de los Borbones. Basta con mencionar el Tratado de Permuta con Portugal (1750) por el que se enajenaron las Misiones Orientales (y que ocasionó la famosa Guerra Guaranítica), el trato de “colonias” que (de hecho y verbalmente) se nos venía dando desde 1768,  la “farsa” de Bayona por la que fuimos entregados a Napoleón, la traición de los “afrancesados” sumisos a José Bonaparte y el ilegítimo Consejo de Regencia (sujeto a la doble influencia inglesa como francesa), etc. A pesar de todo esto (el Manifiesto a las Naciones del Congreso de Tucumán, publicado en 1817 lo dice con claridad), no se rompieron los vínculos de fidelidad con el Rey hasta que Fernando VII mostró con claridad su verdadero rostro, absolutista, vengativo y acomodaticio. (2)

          Belgrano y Rivadavia, en cumplimiento de la misión encargada por el Director Supremo, se dirigieron primero a Brasil, para entrevistarse con Lord Strangford y la Princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII. Algunos por ingenuidad y otros por felonía, confiaban en la mediación inglesa. La realidad es que en 1814 Gran Bretaña había renovado su alianza diplomática y militar de 1808 con España, de modo que no le interesaba alentar independencias, sino sólo garantizar el libre comercio, la libertad de cultos y, en caso de consolidarse comunidades independientes “de facto”, procurar dividirlas en la medida de lo posible (el caso de la Banda Oriental entre nosotros es emblemático). Por eso el embajador inglés animó a Belgrano y Rivadavia a viajar a Madrid para lograr un acuerdo con el Rey y evitar la expedición punitiva, revelándoles al mismo tiempo el plan “cipayo” propuesto por Carlos María de Alvear a Gran Bretaña, que tanto Rivadavia como Belgrano dejaron sin efecto. En cuanto a Carlota Joaquina y al Príncipe Regente, se negaron a recibirlos. En marzo de 1815 ya estuvo claro que las gestiones ante Madrid serían infructuosas y el 17 del mes siguiente se dejó de izar la bandera rojigualda en el Fuerte de Buenos Aires, comenzándose a usar la azul y blanca, aunque no podamos afirmar que haya una relación de causalidad entre uno y otro de los hechos. Sarratea (que ya estaba en Londres desde 1814) junto con Belgrano y Rivadavia, insistieron ante distintas personalidades con otros proyectos, pero todos fracasaron. Belgrano regresó en noviembre de 1815 a Buenos Aires y se convirtió desde entonces en uno de los más ardientes defensores de la Independencia tanto del Rey como de la España peninsular (más no de los valores religiosos y culturales de la Hispanidad) bajo un régimen monárquico limitado. No faltan quienes sostienen que, aun admitiendo la sinceridad del sector “conservador” de las Independencias americanas como los errores de la Corona Española, esos protagonistas no se dieron cuenta que estaban sirviendo sin darse cuenta al objetivo británico de destruir al Imperio Hispánico. Es curioso que varios de ellos desconozcan o no den importancia a los proyectos de mantener unidos los Virreinatos, independientes de España pero aliados de un modo u otro a la Corona de Castilla, como sucediera con la propuesta del carlotismo en el caso de Belgrano, al menos como la explica Lozier Almazán; la de Miraflores y Punchauca en el caso de San Martín, bien analizada por De la Puente Candamo, Steffens Soler o Diaz Araujo; o el Plan de Iguala de Ithurbide, figura defendida, entre otros, por el P. José Macías S.J. Todos estos  planes (pensados para los Virreinatos de Nueva España, del Perú y del Río de la Plata) fueron obstaculizados o por agentes ingleses o por la ineptitud de Fernando VII. Es probable que sí fuera distinto lo sucedido en el Virreinato de Nueva Granada, pero es un caso que debemos estudiar con más detenimiento. Si Belgrano, San Martín o Ithurbide no hubieran tenido en cuenta lo que estaba en juego a nivel internacional, jamás se habrían arriesgado a conducir planes para salvar América y el Imperio Español bajo nuevas modalidades, que les costó la falsificación de sus biografías, la difamación en vida o después de muertos, en algún caso la persecución y el exilio (como  sucediera con San Martín) y en otros la pena de muerte (como pasó con Ithurbide). Es probable que algunos vieran las cosas con más claridad que otros o que fueran descubriendo progresivamente qué papel jugaba Gran Bretaña en todo esto. Pero esos mismos críticos de las independencias americanas (Luis Corsi Otálora, Julio González, Miguel Ayuso, José Antonio Ullate Fabo, Patricio Lons, etc) , no parecen ecuánimes cuando tienen que hablar de la enorme responsabilidad que en esta tragedia tuvieron Felipe V, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, el Consejo de Regencia, las Cortes de Cádiz o figuras como Murillo, Valdez o Cevallos.

          Nuestra Independencia se declaró finalmente el 9 de julio de 1816 en Tucumán y el Congreso que la declaró dispuso en 1818 que la enseña creada por Don Manuel Belgrano fuera la Bandera de las Provincias Unidas de Sud América, que con el tiempo darían lugar a la República Argentina. Era una Independencia pensada para conservar unidos al Bajo y Alto Perú, Chile y el Río de la Plata bajo un régimen monárquico y católico. Esa bandera enraizada en nuestra Tradición hispánica y en la devoción a la Virgen (al fracasar el proyecto unitivo surgieron otras tantas banderas como estados nuevos se fueron creando) es la que nos distingue entre los variados pueblos del orbe. Sepamos valorar y defender su simbolismo como su vera historia



Notas:
1)      No es un dato menor saber que la bandera creada e izada por primera vez en Rosario fue confeccionada (según una importante tradición oral) por Doña María Catalina Echevarría, hermana del Doctor en Leyes Don Vicente Anastasio Echevarría (rosarino, quien en el Cabildo del 22 de mayo votara por la deposición del Virrey), amigo de Belgrano y el cual, habiendo quedado huérfano, fuera criado junto con todos sus hermanos por otro vecino ilustre de la Villa del Rosario, Don Pedro Tuella y Monpesan, opuesto (a diferencia de Don Vicente Anastasio) a lo decidido en Mayo de 1810. Tuella, años antes, había compuesto un soneto contra la Revolución Francesa, donde atacaba con brío a los libertinos, jacobinos y bonapartistas, a la vez que defendía a España como madre amorosa (como puede verse, un auténtico “contrarrevolucionario católico” rosarino, de quien nos ocuparemos en otro artículo). Postura que no empaño las buenas relaciones entre Tuella y Echevarría. La bandera original (que no se conserva) fue confeccionada con telas que vendía el propio Tuella.
2)      No olvidemos sus buenas relaciones con Napoleón; su rechazo a los liberales de las Cortes de Cádiz con quienes sin embargo pactó con ocasión de la Revolución de Riego, para luego volver a traicionarlos en 1823; su apoyo a los proto-carlistas del Manifiesto de los Persas, con quienes se comprometió a restaurar la Monarquía Tradicional, para luego dejarlos de lado y reimplantar el absolutismo; y su violación de la ley de sucesión en favor de su hija Isabel, a quien rodeaban los liberales, contra los legítimos derechos de su hermano Don Carlos María Isidro, apoyado por los tradicionalistas.

Bibliografía

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