viernes, 27 de enero de 2012

ROSISMO, TRADICIONALISMO Y CARLISMO

Las interpretaciones acerca de lo que Rosas y su época significaron para la historia argentina y americana son numerosas, algunas de ellas ocasión de legítimas polémicas entre “tradicionalistas” y “nacionalistas”. Otras adolecen, en cambio, de serios errores, aunque tengan el buen propósito de refutar las “mentiras a designio” de la falsificación liberal de nuestra historia. Es lo que sucede con la hermenéutica populista y/o clasista del llamado “revisionismo de izquierda”. Sea lo que fuere de todas estas cuestiones- cuyo análisis ha realizado con erudición y rigor científico el Prof. Antonio Caponnetto en su “Los críticos del revisionismo histórico” – hay un modo de entender el “rosismo” que es de sumo interés para todos aquellos que de un modo u otro simpatizamos con el tradicionalismo hispánico y sobre todo con el carlismo, siendo argentinos. Máxime si se considera que el mismo proviene de uno de los primeros historiadores revisionistas, que intentó darle al nacionalismo fundacional un carácter explícitamente católico y contrarrevolucionario. Nos referimos a Don Alberto Ezcurra Medrano. En un artículo de juventud (“La época de Rosas”), escrito en 1929, (cuando el revisionismo no era todavía “elemento común” de las incipientes corrientes nacionalistas), Ezcurra Medrano realizó una interpretación “tradicionalista” sobre Rosas, cuyos aspectos fundamentales continuó en un trabajo posterior (“El sentido histórico de la época de Rosas”), del año 1940, En ambos casos, se apoyó en ciertos juicios de José Ingenieros acerca del llamado “federalismo apostólico”, pero con una valoración opuesta, como veremos a continuación. Vale la pena citar en primer lugar los textos de Ingenieros, antes de remitirnos a los del propio Ezcurra:

“Los iniciadores de nuestra historia – afirmaba Ingenieros - rara vez tuvieron tiempo y ocasión de remontar sus miradas al mundo europeo, de que las nacionalidades americanas se desprendieron; mirando la pieza sin ver el mosaico, no han podido abarcar en una visión sintética el significado real de la Restauración contrarrevolucionaria, personificada al fin en Juan Manuel de Rosas (…) La época de Rosas, contemplada en el cuadro general de la Restauración, es un episodio de un vasto movimiento internacional (…) Todos los países del mundo que hicieron coro a la Revolución Francesa han tenido su Vandea (sic), grande o pequeña (…) En las regiones rurales y serranas de Europa tenía más hondo arraigo la mentalidad feudal, cuyas características eran precisas: el espíritu localista, la superstición religiosa y un odio a la cultura de las ciudades (…) No sorprende, por consiguiente, que las más terribles insurrecciones contrarrevolucionarias de Francia ocurriesen en la Vandea (…). Los sacerdotes que no aceptaron la nacionalización de la Iglesia – los ‘refractarios’ – se lanzaron a predicar la sublevación contra el Estado, formando los ejércitos de la fe, inmensas partidas de ‘montoneros’ que en 1793 pusieron en jaque al gobierno (…). Por eso se llamaron apostólicos, nombre que predominó en España cuando se desenvolvió allí un proceso político semejante (…) En el virreinato del Río de la Plata se repitieron, estrictamente, esos alzamientos religiosos contra la Revolución, coincidiendo, con ligero retraso, con los de España. El primero ocurrió en el Alto Perú, contra la expedición revolucionaria de Castelli (…) El segundo alzamiento religioso hubo de ser general en todo el país, manejado desde Buenos Aires por el partido apostólico, en momentos de emprender Rivadavia la reforma eclesiástica. En la capital se tradujo por la conspiración Tagle (1822) y por el motín de los apostólicos (1823); tuvo expresiones simultáneas y semejantes en Santa Fe, Córdoba y San Juan, bajo la instigación de sacerdotes nativos que defendían los intereses de la Santa Sede contra los del estado argentino. Pero en ninguna parte la cruzada religiosa alcanzó un éxito comparable al que logró un célebre señor feudal de La Rioja, inspirado por el sacerdote papista Pedro Ignacio de Castro Barros, su cómplice y comprovinciano. Antes de reconstruir los sucesos, recordemos que corresponde al General Paz el mérito de haber denominado Vandea pequeña a la zona en que Quiroga paseó sus estandartes con la divisa ¡Religión o muerte! (…) ¿Qué significaba la restauración para los señores feudales? Simplemente: reasumir cada vecindario la autonomía que creía disminuida por la existencia de un gobierno nacional. En España los señores feudales eran condes u obispos; en América eran Comandantes de campaña como Quiroga e Ibarra, o religiosos de aldea, como Castro Barros (…). El sentido feudal de estos alzamientos (…) aparece más claro comparando el proceso de la Restauración en España y en la Argentina. El mismo partido apostólico que en la península enciende las campañas al grito de ¡religión o muerte!; sostiene los fueros locales contra la unidad nacional” y “rechaza cualquier Constitución que preceptúe idénticos derechos y deberes para españoles de todas las regiones (…). En la evolución ulterior del partido restaurador español, los absolutistas se pliegan a Don Carlos (apoyado por los gobiernos de Austria, Rusia y Prusia), que proclamó abiertamente el doble principio de los fueros localistas y de la intolerancia religiosa; la reina Cristina concentró, en cambio, los elementos liberales y nacionalistas (apoyada por Francia e Inglaterra). La conjunción de sentimientos teológicos- feudales era aquí igualmente explicable; la vieja sociedad colonial, se resistía legítimamente a compartir el liberalismo de la Revolución Argentina (…) Aquí, como en España, se llamó entonces apostólico al partido cuyo programa era combatir las innovaciones políticas y religiosas. El nombre fue de uso corriente, y, sin duda, se introdujo de la península (…) En ese momento los restauradores toman contacto y acaban por fundar una sociedad con dos caras visibles. Los hacendados y comerciantes ricos componen la ‘Sociedad Popular Restauradora’; los matarifes y mulatos, al servicio de los primeros, se agrupan en ‘La Mazorca’ (…) El modelo para la sociedad lo dio España; el mecanismo fue montado por hombres que habían trabajado ya en la península, como agentes de ‘El Angel Exterminador’. El famosísimo Andrés Parra, Ochoteco, Santa Coloma, venidos de ultramar fueron los primeros instrumentos que Doña Encarnación, Anchorena, Medrano, Tagle, pusieron en juego, junto con los capataces de los mataderos y los curas párrocos. Lo ocurrido en Buenos Aires es una copia fiel de lo ya conocido en Madrid”

Ezcurra Medrano citaba, de este libro de Ingenieros otro párrafo elocuente:

“La Restauración fue un proceso internacional contrarrevolucionario, extendido a todos los países cuyas instituciones habían sido subvertidas por la Revolución…La restauración argentina fue un caso particular de este vasto movimiento reaccionario, poniendo en pugna las dos civilizaciones que coexistían dentro de la nacionalidad en formación; su resultado fue el predominio de los intereses coloniales sobre los ideales del núcleo penante que efectuó la Revolución”

Y aclaraba:

“Ingenieros, imbuido de prejuicios liberales, confunde Revolución de Mayo y liberalismo. Así pues, donde dice ‘intereses coloniales’, léase ‘tradición’, y donde dice ‘los ideales del núcleo pensante…’ léase ‘liberalismo’ ”.

A continuación copiamos la glosa que Ezcurra Medrano hizo, desde la Fe y la Tradición, del texto de Ingenieros:


“Rosas fue la encarnación de ese movimiento reaccionario. La tradición argentina era católica y enemiga del exótico liberalismo rivadaviano. Pues bien: Rosas, apenas subido al gobierno, ordenó restablecer comunicaciones con la Silla Apostólica y reconoció en el carácter de Vicario al obispo designado por el delegado del Sumo Pontífice, decretando también que se le guardasen los mismos honores, distinciones y prerrogativas que le acordaban las leyes de Indias. En su segundo gobierno permitió restablecer la Compañía de Jesús, expulsada desde la época de Carlos III, mandándole entregar la Iglesia y el colegio, y autorizándola para desarrollar la enseñanza universitaria. Son numerosos los documentos y leyes que prueban el respeto de Rosas hacia la tradición católica, no siendo suficiente para demostrar lo contrario las cuestiones con los jesuitas y con el Vaticano, cuestiones de orden político y diplomático que no tuvieron por causa la ideología liberal que inspiró a otros gobiernos (…) La opinión, en ese tiempo, era también republicana. Diez años de complicaciones, diligencias y fracasos ante las cortes europeas (…) terminaron por desprestigiar la idea monárquica, que había contado entre sus adeptos a San Martín, Belgrano, Pueyrredón, Rivadavia, Alvear, Sarratea, Posadas, García, Gómez y la mayor parte de los congresales de Tucumán. Rosas, personalmente, no fue monárquico ni republicano (…) ‘Siempre he creído – dijo – que las formas de gobierno son un asunto relativo, pues monarquía o república pueden ser igualmente excelentes o perniciosas según el estado del país respectivo’. En esto (…) se contentó con respetar la tradición republicana que se iba formando y rechazó las tentativas de los que, como Roxas y Patrón, le propusieron el establecimiento de un régimen hereditario (…). Finalmente, la tradición argentina era federal. El Federalismo tradicional no tenía nada que ver con el federalismo norteamericano de Dorrego”.

En el artículo de 1940 ampliaría este análisis:

“Perteneciente a una familia rural de rancio abolengo, (Rosas) supo captar como nadie la realidad de la tierra. Se vio rodeado a la vez de la vieja aristocracia española y de todo el pueblo de la ciudad y campaña de Buenos Aires (…) Bajo cualquier aspecto que se examine la obra de Rosas, vemos aparecer en ella el sello tradicional. En el orden espiritual, por ejemplo, la Restauración es netamente católica: la obligación especialmente establecida de conservar, defender y proteger al catolicismo (…), la enseñanza obligatoria de la doctrina cristiana, la censura religiosa de la instrucción (…), la prohibición de libros y pinturas que ofendiesen la religión, la moral y las buenas costumbres (…), la fundación de iglesias, son medidas que caracterizan suficientemente el espíritu católico de la Restauración (…)
En lo referente a la política interna, la época de Rosas no es otra cosa que una larga lucha por la restauración de la autoridad y de la unidad que caracterizaron al Virreinato, y que habían sido desquiciadas por los errores de federales y unitarios. Rosas, respetando (…) el régimen de confederación existente, realizó de facto, con el pueblo y en el sentido tradicional, lo que otros pretendieron realizar de jure, contra el pueblo y en el sentido liberal (…) Y toda esa obra verdaderamente organizadora – mucho más que las constituciones impresas en papel – se iba haciendo sobre la base de la legislación tradicional, sin improvisaciones constitucionalistas ni codificadoras.
Hay, hasta en los detalles, un sabor tan tradicional en esa restauración de la autoridad ‘al modo hispánico’, que Ernesto Quesada ha podido hacer un paralelo exacto entre Rosas y Felipe II. Más aún, hay en ella (…) una acentuada repugnancia por el sufragio universal (…). Rosas que instintivamente desconfiaba de él, quería experimentarlo en cabeza ajena y se hacía informar por su ministro Alvear acerca de cómo funcionaba en los Estados Unidos, donde dejaba ‘muy mucho que desear’, según sus propias palabras (…)
Hay en toda esa época un espíritu tradicional que sorprende hoy (…). Las canciones populares, de neta filiación hispánica, lo reflejaban….el restablecimiento del capilote en la Universidad…. de las corridas de toros…Son pequeños signos de algo muy grande y hermoso, de ese espíritu restaurador, tradicional, hispánico por consiguiente, que animó a Rosas y al grupo selecto de hombres que lo rodearon”

¿Fue sincero este afán restaurador de Rosas? ¿Respondía a su pensamiento íntimo o actuó así por simple cálculo político? Si tenemos en cuenta la lectura de los clásicos que fueron base de su formación política – aunque Rosas no fuera un intelectual - como Platón, Aristóteles, Cicerón, Gaspar de Real de Curban – discípulo de Bossuet -, Burke y Joseph de Maistre, si analizamos su hermenéutica tradicionalista de la Revolución de Mayo o sus opiniones en el exilio acerca de la Revolución Moderna, no caben muchas dudas acerca de la sinceridad de Rosas como de sus hondas afinidades con el tradicionalismo. Hace unos años escribimos un trabajo titulado “Ideas políticas y constitucionales de Don Juan Manuel de Rosas”. Reproducimos, con algunas correcciones, el final de ese escrito que, según nos parece, corrobora lo que decimos acerca de esta relación de semejanza entre rosismo, tradicionalismo y carlismo, y que está en la misma línea de lo que sostenía Don Alberto Ezcurra Medrano:

“En la propia Argentina tuvo que enfrentar Rosas el poder secreto de las logias y el fermento de la Revolución. Lo dijo con toda claridad: “Las logias establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América, practican teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones, asestan golpes a la República, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad del Mundo”. Espíritu revolucionario que “ha penetrado infortunadamente hasta en alguna parte del clero”. En la Argentina, “toda la República está plagada de hombres pérfidos pertenecientes a la facción unitaria, o que obran por su influencia y en el sentido de sus infames deseos, y que la empresa que se han propuesto no es sólo de lo que existen entre nosotros, sino de las logias europeas ramificadas en todos los nuevos Estados de este Continente”

Estando Rosas en el exilio, pudo contemplar el espectáculo terrible de las revoluciones liberales, socialistas y nacionalistas (del nacionalismo exagerado y jacobino, no del contrarrevolucionario) que asolaban al Viejo Continente. Su respeto a la Religión Católica, su amor al Orden y a la Tradición, su defensa de la Justicia – en especial con los pobres –, su convicción de que propiedad privada y herencia son instituciones fundamentales de la sociedad, su aborrecimiento de las logias masónicas , del socialismo y del comunismo quedan patentes en las ideas expresadas en diversas oportunidades. Transcribamos algunas como ejemplo de lo que venimos diciendo:

“Se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía a que llaman libertad , invocando los derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida (…) Si hay algo que necesita de dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a un paso”

“Conozco la lucha de los intereses materiales con el pensamiento; de la usurpación con el derecho; del despotismo con la libertad. Y están ya por darse los combates que producirán la anarquía sin término. ¿Dónde está el poder de los gobiernos para hacerse obedecer? Los adelantos y grandes descubrimientos de que estamos tan orgullosos. ¡Dios sabe solamente adonde nos llevarán! ¡Pienso que nos llevan a la anarquía, al lujo, a la pasión de oro, a la corrupción, a la mala fe, al caos!

“La plebe sigue su camino insolente. Pero es que los gravámenes continúan terribles. Los labradores y arrendatarios sin capital siguen trabajando sólo para pagar la renta y las contribuciones. Viven así pidiendo para pagar, pagando para pedir”

“La Internacional …sociedad de guerra y de odio que tiene por base el ateísmo y el comunismo, por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de los que poseen, por medio de la fuerza brutal del gran número que aplastará a todo cuanto intente resistirle. Tal es el programa que con cínica osadía han propuesto los jefes a sus adeptos, lo han enseñado públicamente en sus Congresos e insertado en sus periódicos. Sus reglas de conducta son la negación de todos los principios sobre que descansa la civilización”.

Carlos Ibarguren sintetizaba del siguiente modo estos pensamientos del Restaurador:

“La expansión de las ideas liberales y de la democracia, la inquietud del proletariado y la propaganda del socialismo; la indisciplina general, las consecuencias económicas de la gran industria mecánica, las luchas civiles en ambas Américas, las guerras europeas, la violenta acción imperialista de las poderosas monarquías, el positivismo y el materialismo que embestían contra la religión y la Iglesia, todo ese gran movimiento político, económico, científico y filosófico que fermentó después de 1850 conmoviendo a la sociedad, provocaba repulsión en el espíritu reaccionario y conservador de Rosas (...) Para conseguir la paz social y la armonía internacional, Rosas no encuentra otro remedio que `reunir un Congreso de representantes de todos los países’” y “el establecimiento de una Liga de las naciones cristianas, del tipo de la Santa Alianza y presidida por el Papa (...) Piensa que para salvar las dificultades que rodean a las monarquías se deben fortalecer los ejércitos” y para “alcanzar el mejor equilibrio social y político en Europa y sostener a la Iglesia” promover “la unión de los reyes alrededor del Sumo Pontífice y la `dictadura temporal del Papa en Roma, con el sostén y el acuerdo de los soberanos cristianos’”. Finalmente y fiel a esta mentalidad tradicionalista, combate la libertad de enseñanza tal como la entendía y la entiende el liberalismo laicista: “Por la enseñanza libre la más noble de las profesiones se convierte en arte de explotación a favor de los charlatanes, de los que profesan ideas falsas subversivas de la moral o del orden público. La enseñanza libre introduce la anarquía en la ideas de los hombres, que se forman en principios opuestos o variados al infinito. Así el amor a la patria se extinguirá, el gobierno constitucional será imposible, porque no encontrará la base sólida de una mayoría suficiente para seguir un sistema en medio de la opinión pública confundida, como los idiomas en la Torre de Babel” Y en una frase que recuerda la profecía de Donoso Cortés en su famoso Discurso sobre la Dictadura (…) decía: “Ahora mismo Francia, España y los Estados Unidos están delineando el porvenir. Las Naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”.

Es claro que no dejaba de haber en el pensamiento de Rosas ciertas ambigüedades: invocaciones a la soberanía popular, que por aquel entonces aparecían también en tradicionalistas hispánicos como Aparisi y Guijarro; ambivalencias en torno al librecambismo y al proteccionismo económicos (como en el conservadorismo anglosajón heredero de Burke); expresiones confusas sobre la separación Iglesia – Estado (que consideraba mala por “inoportuna”) o sobre el papel del Concilio en relación al Papa ( que pueden dar pie a una interpretación ortodoxa, pero que suenan extrañas en el lenguaje de aquellos tiempos); cierta visión benévola de la Primera República Española, etc. Pero son ideas sueltas, no necesariamente constantes y que en todo caso desentonan en un cuadro general y firme, de adhesión al Papado, a la Cristiandad, y a la Tradición y que le llevaba a rezar dolorido: “¡Dios nuestro perdonadnos, e iluminad la marcha de los primeros hombres, en las Naciones de la Cristiandad!”

Por eso Don Juan Manuel, Caudillo natural del “federalismo apostólico” pudo afirmar – y esto es de vital importancia en el Bicentenario de la Revolución de Mayo – que la instalación de la Primera Junta se hizo, “no para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para preservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por el acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida España”

Carlismo y rosismo son pues y según podemos entender, dos páginas de una misma historia – una en la Península, otra en América -, de una “guerra contrarrevolucionaria” basada en los mismos principios y valores: la Cristiandad y la Hispanidad. En España bajo el lema “Dios, Patria, Fueros, Rey” y en la Argentina con la divisa de la “Santa Federación”, que suponía la defensa de la Fe católica, de la unidad argentina y americana, de las legítimas autonomías provinciales y de la cultura tradicional hispano- criolla

Fernando Romero Moreno

Bibliografía:

Corvalán Lima, Héctor, Rosas y la Formación Constitucional Argentina, Separata de Idearium, Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Mendoza, N° 2, Mendoza, 1977

Ezcurra Medrano, Alberto, La Epoca de Rosas, en El Baluarte, 1929

Ezcurra Medrano, Alberto, El sentido histórico de la época de Rosas, en Ofensiva, 12 de octubre de 1940

Ibarguren, Carlos , Juan Manuel de Rosas. Su vida, Su drama, su tiempo, Ediciones Teoría, Biblioteca de Estudios Históricos, Buenos Aires, 1962

Ingenieros, José, Obras completas revisadas y anotadas por Anibal Ponce, Volumen 15, La Evolución de las Ideas argentinas, Libro III, La Restauración

Sampay , Arturo Enrique, Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, Juarez Editor, Buenos Aires, 1972.

domingo, 22 de enero de 2012

INVASIONES INGLESAS

Todo lo que existe sólo puede comprenderse con la perspectiva que nos ofrece el pasado. Así en los hombres como en los pueblos. Ya lo decía el poeta: “sólo orillas somos y en lo hondo de nosotros corre / sangre de lo que fue / fluye hacia quienes vendrán / sangre de nuestros ancestros, llena de orgullo e inquietud…” La verdad nos dice con alta voz que “venimos del ayer”. Lo Cristiano Americano, la Patria Grande, son claros frutos de la boda de sangre entre las Españas de Yugo y Flechas con la Roma Católica.

Por ello el Misterio de Iniquidad encarnado en la pérfida Albión se lanzó a despedazarlo. Largo es el rosario de agresiones. En un principio fue Francis Drake con sus saqueos, robos y profanaciones. Luego hizo pie en el Caribe cuando ocupó Jamaica y Honduras y atacó Darien en el siglo XVII, agresión que se repitió con Walpole contra Panamá. En los siglos siguientes aceleró su acción con sectarios pertenecientes a una central ideológica esotérica y juramentos secretos e incondicionales. Las monedas de Judas hicieron el resto, y algunos de esos traidorcitos sin tener conciencia de que nuestra historia es pasión, prometieron a cambio de armas y oro incorporar el Reino de Santa Fe de Bogotá, Maracaibo, Santa Marta y Cartagena a los dominios de Su Majestad Británica.

Esos grupos de obediencias inconfesables sembraron la ideología balcanizadora de la Ecumenidad Hispánica, maniobrando para conducir totalitariamente la política con la “panacea” del constitucionalismo liberal. Para ello utilizaron instrumentos que iban desde los diplomáticos hasta los simples viajeros espías. El caso de Francisco Miranda, agente de Mr. Pitt, invadiendo Venezuela desde puertos yankees, fue sintomático. El Plan del “Precursor” estaba coordinado con una tentativa de conflagración continental preparado en Inglaterra.

El historiador Oriental Felipe Ferreiro, primero en mostrar a la posteridad la secreta conspiración, señaló el importante dato de que “todos los centros adecuados para el incendio general difundirían la versión falsa pero no increíble de que el Trono de las Españas había quedado vacante”.

Versión que podía perdurar sin rectificaciones hasta que la hoguera se extendiese en virtud del dominio de los mares detentado por la Home Flete de Jorge III. La llegada a Buenos Aires de Santiago Burke, ex oficial prusiano amigo del Premier Mr. Pitt, es ejemplo de un espía con toda la barba.

En la capital virreinal trabó contacto con corresponsales de Miranda, entre los que se contaba Saturnino Rodríguez Peña, el futuro secretario de la Infanta Carlota, doctor Presas, y Aniceto Padilla. Detrás de Herr Burke llegó Home Rigss Popham. Venía desde el Cabo de Buena Esperanza con un plan fundamentado en la creencia de “que los nativos estaban muy cerca de la rebelión… y se les podía ganar ofreciéndoles un gobierno liberal”.

Con los hombres del general William Carr Beresford se hizo dueño de Buenos Aires. El golpe asestado en junio de 1806 no fue ni el primero ni el último. El objetivo dominador lo planteó el general inglés William Miller, de gran actuación en el Perú, quien en sus “Memorias” y al referirse a las invasiones de 1806 y 1807 señaló: “Si los ingleses hubieran considerado los acontecimientos locales del país no habrían intentado ocupar Buenos Aires y limitado sus esfuerzos a la posesión de Montevideo, que es la llave del Río de la Plata. De esta plaza podrían haber hecho el Gibraltar de las costas occidentales del Imperio español”.

La pretensión de los jefes militares (Popham y Beresford) de imponer el control británico convirtió los nuevos ataques filibusteros contra Buenos Aires y Montevideo en un desastre.

En 1812, (ya iniciada la Guerra Civil que conocemos como “de la Independencia”) Lord Strangford, en un aparente cambio de la política de Londres, impuso la retirada de las fuerzas portuguesas de la Banda Oriental y envió a su instrumento, don José Rademaker a Buenos Aires para que al acordar la Paz planteara la posibilidad de la Independencia de Montevideo y su jurisdicción aunque dependiendo del gobierno de Cádiz, notorio títere de la masonería inglesa.

La propuesta no se concretó: “Inglaterra, según lo declaraba Lord Castelreaght, debía dirigir su política estableciendo gobiernos locales amigables con los cuales esas relaciones comerciales puedan subsistir, cosa que por si sola constituye nuestro interés”.

Canning y Palmerston en algunos años pondrían en práctica estos principios básicos de la maquiavélica política del Foreing Office. El control de los mares, amén de maniobras diplomáticas y logistas, hicieron imposible la reconstitución del Imperio Católico de las Españas. Acuerdos comerciales y millones de libras esterlinas en préstamos con estilo Shylok, satelizaron al continente y pagaron el reconocimiento de la dolorosa ruptura.

Al promediar la década de 1820 Canning pudo decir: “La América española es libre y si no administramos mal nuestros negocios, ella será inglesa”.

La guerra de 1826 entre Brasil y las Provincias Argentinas por la federal Banda Oriental que deseaba seguir integrando la Patria Grande, podía convertirse en un desastre inglés. Ello hizo que Londres se volcara para obligar a los contendientes a buscar una solución. Esta no fue otra que la expuesta por el “mediador” Mr. Ponsomby con su socio comercial y agente secreto el Oriental Pedro Trápani. La clave estuvo en una república independiente, verdadero Estado Tapón ubicado en la desembocadura del considerado estuario lo que convertiría a la región en un canal de entrada para la Home Fleet y los intereses británicos. Se intentaba cerrar así el camino a Francia y a la naciente presencia norteamericana con un estratégico Gibraltar en la Cuenca de la Platania.

Ni corto ni perezoso, el Coronel John Forbes, Encargado de Negocios yankee en Buenos Aires, escribía al Secretario de Estado Mr. Henry Clay “sobre el intento inglés de crear una colonia disfrazada”. Sin embargo las hábiles maniobras del Lord llegaron a buen destino en 1828. Presionando a Buenos Aires y al Janeiro se firmó la Convención Preliminar de Paz en la que Lord Ponsomby consiguió fuera aceptada la amputación de la estratégica Provincia Oriental. Se daba un nuevo paso hacia la balcanización de nuestra ecumenidad. Primero había sido el Paraguay, luego el Alto Perú, en ese agosto del desgraciado año 1828, la Provincia insignia de José Artigas. Luego se intentarían otras rupturas como las planeadas por el nefasto Florencio Varela cuando escribió: “Lo importante para Entre Ríos y Corrientes es prosperar. Para eso no interesa si son Provincias argentinas o un Estado Independiente”. El mismo “personaje” que con su hermano Juan Cruz aconsejaran el fusilamiento del Coronel Manuel Dorrego, el gobernante que resistió la “solución” Ponsomby.

Así estaban las cosas, cuando en 1832 el Almirantazgo decidió las medidas “para ejercer el derecho de soberanía de Guillermo IV en las islas Falklands”. La comisión fue cumplida por “marines” desembarcados de la Fragata “Clío”, los que izando la bandera británica comenzaron la construcción de una base militar. Era el 2 de enero de 1833. Veintiséis meses después don Juan Manuel de Rosas asumía el gobierno de Buenos Aires con la Suma del Poder Público y además como Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. De ahí en más su nombre fue símbolo hispanoamericano para “quienes querían seguir hablando español y rezando a Jesucristo”. Su “Sistema Americano” reconstructor de la Patria junto a la Ley de Aduanas de 1835 fueron las armas con las que se opuso a la dependencia económica “que implicaba el liberalismo unido a la ética utilitaria de Bentham”. El accionar armado estaba previsto en un informe del Foreing Office con fecha de 1842, el que sin pudor decía: “En lo que respecta a Gran Bretaña como sus intereses están tan mezclados con su poderío político resulta necesario apuntalar unos a los efectos de mantener lo otro”.

Poco después, en la República Oriental, el Presidente General Manuel Oribe, ponía un cinturón de hierro al Montevideo donde el Almirante Mr. Purvis defendía con sus cañones al iluminismo de ambas orillas. Ante esas murallas se enfrentaron los orientales argentinos con las legiones extranjeras, durante nueve largos años. La inevitable intervención de 1845 fue contestada por el General Rosas con digna altivez en la Vuelta de Obligado, donde se encadenaron las aguas para que siguieran siendo nativas. Rudo combate por la soberanía. Los éxitos del Opio chino no se repitieron en el Plata. Era un nuevo fracaso para las agresiones inglesas en estas latitudes. Pero sobrevino el desastre de Caseros y con él los cambios que hicieron posible la realidad de la profecía de Canning.

La afirmación se aplica a ambas márgenes del Plata, haciéndose necesaria alguna cuartilla más. Tal como decía don Julio Irazusta: “Necesario recuerdo de las circunstancias que contribuyeron a la formación de una política antinacional que corrompe a los buenos e impide la redención de los malos”.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Tomado del Blog de Cabildo

miércoles, 11 de enero de 2012

EL PSEUDO REVISIONISMO ZURDO - MITRISTA

El decreto del gobierno de la Sra. Cristina Kirchner, por el cual se creó el denominado Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, fue motivo de una sosa polémica en torno a los objetivos supuestamente revisionistas que tendría dicho organismo estatal.
         Como era de esperar, desde los ámbitos académicos dominados por los cultores de la llamada Historia Social, se reaccionó en contra de la medida. Y aunque sus expresiones en general tuvieron el tono soberbio que  los caracteriza, su vehemencia fue bastante controlada. Seguramente por el temor a que una excesiva diatriba los coloque en el incomodo lugar de opositores al gobierno.
 Según estos historiadores, el Estado, al impulsar la formación de un instituto integrado por escritores mediocres o meros divulgadores sin formación académica, menosprecia y descalifica el trabajo de los investigadores y científicos acreditados.
En ese sentido, Luís Alberto Romero refiriéndose a los miembros del Instituto de marras, afirmó que ninguno de ellos es reconocido, o simplemente conocido, en el ámbito de los historiadores profesionales. De los 33 académicos designados, hay algunos conocidos en el terreno del periodismo, la docencia o la función pública. Dos de entre ellos, Pacho O'Donnell y Felipe Pigna, son escritores famosos. En mi opinión, entre ellos hay muchos narradores de mitos y epopeyas, pero ningún historiador. Nada comparable con los fundadores del revisionismo”.
Llama la atención la última frase de Romero, quien además reconoce que en el revisionismo  “militaron historiadores y pensadores de fuste”, y cita entre ellos a Julio Irazusta, Ernesto Palacio y José Maria Rosa; este desliz –viniendo de quien viene- es un justo reconocimiento al revisionismo fundacional. Aunque a renglón seguido les señala el defecto de adherir “a la idea de la conspiración”, es decir a la creencia de que “los vencedores han mantenido oculta una historia verdadera”. Como si no fuera esto estrictamente cierto; y como si no fuera esta la razón por la cual recién ahora un mínimo y fugaz comentario laudatorio se desliza sobre ellos; al tiempo que se descalifica arteramente su enfoque hermenéutico.
En fin, volviendo a las objeciones que plantean estos profesionales de la historia; la otra cuestión que los tiene preocupados es la posibilidad de que el gobierno trate de imponer una historia oficial que no es la de ellos. En ese sentido Beatriz Sarlo denunció que estamos ante “una operación montada desde la Casa Rosada con el objeto de instaurar un pensamiento único del pasado”.
En realidad resulta inaudito que los liberales se rasguen las vestiduras por este asunto, ya que fueron ellos quienes impusieron la versión dogmática de nuestro pretérito que pergeñó Mitre y compañía; y a la cual los actuales académicos profesionales le siguen rindiendo tributo adornándola con aportes que en nada la modifican.
De todos modos, en vano se están preocupando. Sus puestos están asegurados y nada sustancial del relato oficial de nuestra historia se verá afectado.
En efecto, el peligroso “revisionismo” del Instituto Manuel Dorrego no lo es tal, es una mera impostura.
Quienes integran dicho organismo solo son un rejuntado de liberales, indigenistas, guevaristas, y neomarxistas, unidos todos por su común militancia Kirchnerista. Por lo que nada que salga de ahí tendrá relación alguna con el verdadero revisionismo.
Cualquier aficionado a la historia sabe que el Revisionismo histórico es una corriente historiográfica que se propone develar la verdad de nuestro pasado, interpretando los hechos a la luz de los intereses nacionales; y que obviamente en ese afán los revisionistas –mas allá de sus matices- confrontaron, y confrontan, con la historia oficial que impusieron los vencedores de Caseros a los efectos de justificar su traición y de legitimar un modelo de país subordinado a los intereses foráneos.
Pues bien, desde el Dorrego nada que se le parezca sucederá.
En efecto, su mismo presidente, el ex alfonsinista y ex menemista Pacho O´Donnell, se encargó de declarar en el diario La Nación que la historia oficial no será cuestionada. Sin preocuparse en ningún momento por el principio de no contradicción afirmó: “yo soy un revisionista que nunca ha hecho antimitrismo”. Y para que a los descendientes de Mitre -propietarios de dicho diario-, no les queden dudas calificó a este nefasto personaje como “maravilloso”.
En el mismo sentido que O´Donnell se pronunció Faustino Schiavoni, otro integrante de este Instituto supuestamente revisionista, quien dijo que “No se trata de demonizar a Sarmiento, por ejemplo, porque hay que contextualizar las cosas en su tiempo”. Por otro lado, en un arresto de sinceridad opinó que más que de revisionismo él prefiere hablar de una historia “nacional y popular”.
Bueno, por ahí nos vamos entendiendo mejor. Se va aclarando para que ha sido fundado este Instituto.
No hay dudas que esta iniciativa, lejos de impugnar a la historia liberal y a la historia social, lo que buscará es conciliar con ellas en un sincretismo acorde con el relato kirchnerista.
De modo entonces que la mayoría de los argentinos seguirán sin conocer la verdad integra sobre nuestro pasado, y sobretodo victimas de hermenéuticas falaces que en nada aportan a la comprensión de nuestro origen, a la formación de una conciencia nacional, y al discernimiento del destino común. Es decir presos de una historia que no sirve para nada que no sea funcional a los intereses antinacionales.
                                        
                              Edgardo Atilio Moreno

sábado, 7 de enero de 2012

El Libertador y el Restaurador

Por Mario Meneghini

Éste es un tema que pocas veces se trata. San Martín, pese a tantos libros nefastos que se han publicado en los últimos años, conserva una imagen indiscutida para la mayoría de los argentinos. No ocurre lo mismo con Rosas, que presenta una imagen polémica; no puede desconocerse que los primeros historiadores pertenecieron al sector político que se enfrentó con él. Por eso, para tratar de ser objetivos es necesario arriesgarse a una exposición árida, analizando la cuestión en base a hechos y documentos concretos.

Los antecedentes que hoy se conocen, demuestran que hubo una relación de admiración mutua entre estos próceres, de los cuales es posible advertir una suerte de vidas paralelas. San Martín, llevando la libertad a tres pueblos. Rosas, consolidando la obra del Libertador. Resulta explicable que los dos hayan experimentado esa atracción recíproca, que suele existir entre aquellos dirigentes de empresas semejantes.

Hubo actitudes de Rosas hacia el Gral. San Martín y de éste a Rosas. Podemos mencionar dos estancias en la provincia de Buenos Aires, a las que Rosas denomina con el nombre de San Martín, a una, y Chacabuco, a la otra.

En 1841, el Ayudante de Órdenes del almirante Brown, que era Álvaro Alzogaray -quien se destacaría luego en el combate de la Vuelta de Obligado- le trasmite la propuesta de bautizar al bergantín Oscar, recientemente adquirido para la flota, con el nombre de Ilustre Restaurador. Rosas se opone, y ordena que se lo bautice con el nombre de San Martín a este velero que participó en muchos combates y llegó a ser el barco insignia de la flota.

En varios de los mensajes a la Legislatura de Buenos Aires, para informar sobre la marcha del gobierno, que Rosas dirigía anualmente pese a tener Facultades Extraordinarias, menciona elogiosamente a San Martín.

Cuando muere el Libertador, la Gaceta de Buenos Aires, por orden de Rosas, publica durante diez días una biografía muy bien escrita del Padre de la Patria. La firma "un argentino", pero se sabe que el autor era el joven Bernardo de Irigoyen, que trabajaba para el Gobernador.

La misma disposición favorable, encontramos en San Martín respecto a Rosas, siendo de destacar el mayor gesto de aprecio y admiración consistente en legarle su sable, en el párrafo tercero de su testamento ológrafo, firmado el 23-1-1844 y depositado -como era costumbre de la época- en la Legación Argentina en París: "El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla". En aquellos años vivían aún figuras prominentes, con sobrados méritos para hacerse acreedores de esa distinción. Entre los militares, que compartieron acciones bélicas con San Martín, recordemos a Las Heras, Soler, Necochea, Paz, La Madrid, y Guido, su mejor amigo. Entre los colaboradores políticos de su gesta libertadora, vivía Pueyrredón. Entre los marinos vivía el prócer máximo de nuestra Armada, el Almirante Brown. De los personajes civiles, que podrán hacer recibido el legado, podríamos mencionar a Larrea, único sobreviviente de la Primera Junta, y a Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional. Pero San Martín, distinguió a quien se acercaba más a sus propios valores, y el glorioso sable fue para Rosas. Esta decisión ha sido motivo de comentarios y de dudas.

Algunos sostuvieron que hubo un testamento posterior en el cual San Martín corrige las disposiciones del firmado en 1844. Por su parte, el Dr. Villegas Basavilbaso, Presidente de la Corte Suprema de Justicia, al entregarle el 17-8-1960, al entonces Presidente de la Nación Dr. Frondizi, el testamento original rescatado de Francia, incluye en su discurso una interpretación de la cláusula tercera del testamento. Afirma que San Martín le lega su sable a Rosas, porque era en ese momento el Jefe del Estado, y no por sus merecimientos. Deducción pueril que no resiste el menor análisis.

Otra interpretación, que ha sido compartida por muchos, la hace uno de los biógrafos más conocidos de San Martín, don Ricardo Rojas, que en artículos periodísticos en 1950, expresó que San Martín le hizo el legado a Rosas únicamente por su política exterior. Resultaría, entonces, que Rosas fue un patriota cuando defendió a su país de la agresión externa, pero fue un tirano cuando combatió a los unitarios, que promovieron y cooperaron con esa misma agresión. Resulta, sin embargo, que el mismo prócer, en carta que le escribe a Rosas, el 10 de junio de 1839, le dice: "...porque lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer".

Como se advierte, no es posible separar los dos aspectos de la política, porque son partes de una misma gestión pública. Lo que ocurre, es que se insiste en presentar a San Martín, sin debilidades ni pasiones, como a un Santo de la Espada, al que no se puede involucrar en definiciones políticas. Esto es imposible en los dirigentes que quieren a su patria y, si bien es cierto que el Libertador no quiso participar en las luchas fratricidas, nunca ocultó su opinión y la manifestó con franqueza.

Surge de la lectura de las siete cartas personales que le escribió a Rosas, en doce años de intercambio epistolar recíproco, así como en la correspondencia a Guido y a otras personas, que San Martín nunca permaneció neutral ni indiferente ante las situaciones que vivía el país. San Martín sostuvo que, para cortar de raíz los males argentinos, era necesaria una mano fuerte, para establecer el orden. Y en la última carta a Rosas, del 6-5-1850, tres meses antes de su muerte, le expresa: "...como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecido en nuestra querida Patria; y todos estos progresos efectuados en circunstancias tan difíciles en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados yo felicito a Ud. sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud completa y al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento del pueblo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste su apasionado amigo y compatriota que besa su mano." José de San Martín

Se puede advertir que, de los cuatro logros alcanzados por Rosas, según San Martín, los tres primeros: prosperidad - paz interior y orden, son inherentes a la política interna; y el cuarto: honor nacional, sería un logro de la política externa. Además, San Martín hace abstracción de esa dicotomía, aplaudiendo la gestión global del Restaurador, al decir: por todos estos progresos... por tantos bienes realizados... yo felicito a Ud., etc.

Aunque resulte curioso, San Martín y Rosas nunca se conocieron personalmente; y la relación a distancia, se inicia con motivo de la intervención armada que el reino de Francia inicia en el Río de la Plata, en 1838, cuando el Libertador llevaba ya quince años en el exterior.

El conflicto surgió cuando Francia reclamó el beneficio del trato de Nación más favorecida, considerando el gobierno argentino que eso debía ser consecuencia de un tratado bilateral, y no como una concesión gratuita. El cónsul pidió los pasaportes y se trasladó a Montevideo logrando que la flota francesa realizara un bloqueo del puerto de Buenos Aires, medida que representaba iniciar hostilidades en condiciones riesgosas para nuestro país, teniendo en cuenta la disparidad de fuerzas.

Fue en ese momento que San Martín se dirige al gobernador de Buenos Aires, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación, dando comienzo a la relación entre ambos. La carta está fechada en Gran Bourg, el 3-8-1838, y en ella se expresa: "...ignoro los resultados de esta medida; sin son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano...esperar...sus órdenes si me cree de alguna utilidad...inmediatamente de haberlas recibido, me pondré en marcha para servir a mi Patria en la guerra contra Francia en cualquier clase que se me destine."

Desde su retiro, en 1823, fue ésta la primera y única vez que San Martín ofreció regresar al país y tomar las armas. El gesto del Libertador es de mayor valor, si se tiene en cuenta el análisis técnico que había hecho en carta a Guido: "...temo mucho que el gobierno pueda sostener con energía el honor nacional y se vea obligado a suscribir proposiciones vergonzosas". Es decir, que estuvo dispuesto a volver no para sumarse a una victoria segura, sino para defender la bandera aún previendo una derrota.

La habilidad diplomática de Rosas consigue capear el temporal, y se suscribe un tratado que representa un triunfo para la Argentina. Actitud opuesta a la de San Martín muestra Alberdi, quien desde Montevideo fue el mentor ideológico de la intervención extranjera en el Río de la Plata, sosteniendo: "que la razón sea de Francia o de la República Argentina no es del caso averiguar en este instante"... "la conveniencia y el honor de un pueblo están en no ser hollados por un tirano...".

En 1845, Francia inicia una segunda intervención, aliada ahora con Inglaterra. Otra vez se establece el bloqueo, por la flota anglo-francesa, y se toma la isla de Martín García. En esta ocasión, el 11-1-1846, San Martín escribe a Rosas para manifestarle que si no fuera por insuperables motivos de salud: "...me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios que aunque conozco serían inútiles demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de Inglaterra y Francia contra nuestro país, éste tiene aún un viejo defensor de su honra e independencia".

Pese a no poder trasladarse físicamente, San Martín colabora redactando un informe profesional sobre la intervención, advirtiendo que no dudaba que las potencias podrían apoderarse de Buenos Aires, pero que no podrían sostenerse mucho tiempo y esto hace técnicamente inviable la operación. El informe fue publicado en un diario londinense que destaca que el autor es el militar que logró la liberación de Buenos Aires, Chile y Perú, del yugo español.

En 1849 insiste en carta a un ministro francés que los gastos y dificultades serán inmensos, debido a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a la distancia desde Francia, y que es deber de estadistas pesar las ventajas que deben compensar los sacrificios. Esta carta contribuyó al nuevo triunfo diplomático de Rosas, pues fue leída en el Parlamento y tenida en cuenta para decidir el cese de hostilidades.

El mismo Alberdi, en su estudio titulado "La República Argentina, treinta y siete años después de la Revolución de Mayo", rectifica su opinión, criticando la colaboración de los unitarios con el extranjero invasor, y aunque sigue viendo en la mano de Rosas la vara de la dictadura, dice que ve también en su cabeza la escarapela de Belgrano.

Quiero terminar esta reflexión, recordando un editorial del diario El Tiempo de Buenos Aires, de 1897, escrito con motivo de la repatriación del sable del Libertador, por Leopoldo Lugones, en el que afirma que Rosas: "...hizo pelear a su pueblo y batiéndose -ambidiextro formidable- con un brazo contra la traición que ponía en venta la propia tierra por envidia de él, y con el otro contra la invasión que venía a saquear en tierra extraña..." "Y por segunda vez se salvó la independencia de la América...", "San Martín sintió que sus canas eran todavía pelos viriles, comprendió toda la grandeza del esfuerzo del Dictador, y dijo que en mejor mano no podía caer la prenda heroica. Redactó su testamento partiendo la herencia en dos: dejó su corazón a Buenos Aires, y su sable a Don Juan Manuel de Rosas". 

Tomado de: http://forosanmartiniano.blogspot.com/