Las interpretaciones acerca de lo que Rosas y su época significaron para la historia argentina y americana son numerosas, algunas de ellas ocasión de legítimas polémicas entre “tradicionalistas” y “nacionalistas”. Otras adolecen, en cambio, de serios errores, aunque tengan el buen propósito de refutar las “mentiras a designio” de la falsificación liberal de nuestra historia. Es lo que sucede con la hermenéutica populista y/o clasista del llamado “revisionismo de izquierda”. Sea lo que fuere de todas estas cuestiones- cuyo análisis ha realizado con erudición y rigor científico el Prof. Antonio Caponnetto en su “Los críticos del revisionismo histórico” – hay un modo de entender el “rosismo” que es de sumo interés para todos aquellos que de un modo u otro simpatizamos con el tradicionalismo hispánico y sobre todo con el carlismo, siendo argentinos. Máxime si se considera que el mismo proviene de uno de los primeros historiadores revisionistas, que intentó darle al nacionalismo fundacional un carácter explícitamente católico y contrarrevolucionario. Nos referimos a Don Alberto Ezcurra Medrano. En un artículo de juventud (“La época de Rosas”), escrito en 1929, (cuando el revisionismo no era todavía “elemento común” de las incipientes corrientes nacionalistas), Ezcurra Medrano realizó una interpretación “tradicionalista” sobre Rosas, cuyos aspectos fundamentales continuó en un trabajo posterior (“El sentido histórico de la época de Rosas”), del año 1940, En ambos casos, se apoyó en ciertos juicios de José Ingenieros acerca del llamado “federalismo apostólico”, pero con una valoración opuesta, como veremos a continuación. Vale la pena citar en primer lugar los textos de Ingenieros, antes de remitirnos a los del propio Ezcurra:
“Los iniciadores de nuestra historia – afirmaba Ingenieros - rara vez tuvieron tiempo y ocasión de remontar sus miradas al mundo europeo, de que las nacionalidades americanas se desprendieron; mirando la pieza sin ver el mosaico, no han podido abarcar en una visión sintética el significado real de la Restauración contrarrevolucionaria, personificada al fin en Juan Manuel de Rosas (…) La época de Rosas, contemplada en el cuadro general de la Restauración, es un episodio de un vasto movimiento internacional (…) Todos los países del mundo que hicieron coro a la Revolución Francesa han tenido su Vandea (sic), grande o pequeña (…) En las regiones rurales y serranas de Europa tenía más hondo arraigo la mentalidad feudal, cuyas características eran precisas: el espíritu localista, la superstición religiosa y un odio a la cultura de las ciudades (…) No sorprende, por consiguiente, que las más terribles insurrecciones contrarrevolucionarias de Francia ocurriesen en la Vandea (…). Los sacerdotes que no aceptaron la nacionalización de la Iglesia – los ‘refractarios’ – se lanzaron a predicar la sublevación contra el Estado, formando los ejércitos de la fe, inmensas partidas de ‘montoneros’ que en 1793 pusieron en jaque al gobierno (…). Por eso se llamaron apostólicos, nombre que predominó en España cuando se desenvolvió allí un proceso político semejante (…) En el virreinato del Río de la Plata se repitieron, estrictamente, esos alzamientos religiosos contra la Revolución, coincidiendo, con ligero retraso, con los de España. El primero ocurrió en el Alto Perú, contra la expedición revolucionaria de Castelli (…) El segundo alzamiento religioso hubo de ser general en todo el país, manejado desde Buenos Aires por el partido apostólico, en momentos de emprender Rivadavia la reforma eclesiástica. En la capital se tradujo por la conspiración Tagle (1822) y por el motín de los apostólicos (1823); tuvo expresiones simultáneas y semejantes en Santa Fe, Córdoba y San Juan, bajo la instigación de sacerdotes nativos que defendían los intereses de la Santa Sede contra los del estado argentino. Pero en ninguna parte la cruzada religiosa alcanzó un éxito comparable al que logró un célebre señor feudal de La Rioja, inspirado por el sacerdote papista Pedro Ignacio de Castro Barros, su cómplice y comprovinciano. Antes de reconstruir los sucesos, recordemos que corresponde al General Paz el mérito de haber denominado Vandea pequeña a la zona en que Quiroga paseó sus estandartes con la divisa ¡Religión o muerte! (…) ¿Qué significaba la restauración para los señores feudales? Simplemente: reasumir cada vecindario la autonomía que creía disminuida por la existencia de un gobierno nacional. En España los señores feudales eran condes u obispos; en América eran Comandantes de campaña como Quiroga e Ibarra, o religiosos de aldea, como Castro Barros (…). El sentido feudal de estos alzamientos (…) aparece más claro comparando el proceso de la Restauración en España y en la Argentina. El mismo partido apostólico que en la península enciende las campañas al grito de ¡religión o muerte!; sostiene los fueros locales contra la unidad nacional” y “rechaza cualquier Constitución que preceptúe idénticos derechos y deberes para españoles de todas las regiones (…). En la evolución ulterior del partido restaurador español, los absolutistas se pliegan a Don Carlos (apoyado por los gobiernos de Austria, Rusia y Prusia), que proclamó abiertamente el doble principio de los fueros localistas y de la intolerancia religiosa; la reina Cristina concentró, en cambio, los elementos liberales y nacionalistas (apoyada por Francia e Inglaterra). La conjunción de sentimientos teológicos- feudales era aquí igualmente explicable; la vieja sociedad colonial, se resistía legítimamente a compartir el liberalismo de la Revolución Argentina (…) Aquí, como en España, se llamó entonces apostólico al partido cuyo programa era combatir las innovaciones políticas y religiosas. El nombre fue de uso corriente, y, sin duda, se introdujo de la península (…) En ese momento los restauradores toman contacto y acaban por fundar una sociedad con dos caras visibles. Los hacendados y comerciantes ricos componen la ‘Sociedad Popular Restauradora’; los matarifes y mulatos, al servicio de los primeros, se agrupan en ‘La Mazorca’ (…) El modelo para la sociedad lo dio España; el mecanismo fue montado por hombres que habían trabajado ya en la península, como agentes de ‘El Angel Exterminador’. El famosísimo Andrés Parra, Ochoteco, Santa Coloma, venidos de ultramar fueron los primeros instrumentos que Doña Encarnación, Anchorena, Medrano, Tagle, pusieron en juego, junto con los capataces de los mataderos y los curas párrocos. Lo ocurrido en Buenos Aires es una copia fiel de lo ya conocido en Madrid”
Ezcurra Medrano citaba, de este libro de Ingenieros otro párrafo elocuente:
“La Restauración fue un proceso internacional contrarrevolucionario, extendido a todos los países cuyas instituciones habían sido subvertidas por la Revolución…La restauración argentina fue un caso particular de este vasto movimiento reaccionario, poniendo en pugna las dos civilizaciones que coexistían dentro de la nacionalidad en formación; su resultado fue el predominio de los intereses coloniales sobre los ideales del núcleo penante que efectuó la Revolución”
Y aclaraba:
“Ingenieros, imbuido de prejuicios liberales, confunde Revolución de Mayo y liberalismo. Así pues, donde dice ‘intereses coloniales’, léase ‘tradición’, y donde dice ‘los ideales del núcleo pensante…’ léase ‘liberalismo’ ”.
A continuación copiamos la glosa que Ezcurra Medrano hizo, desde la Fe y la Tradición, del texto de Ingenieros:
“Rosas fue la encarnación de ese movimiento reaccionario. La tradición argentina era católica y enemiga del exótico liberalismo rivadaviano. Pues bien: Rosas, apenas subido al gobierno, ordenó restablecer comunicaciones con la Silla Apostólica y reconoció en el carácter de Vicario al obispo designado por el delegado del Sumo Pontífice, decretando también que se le guardasen los mismos honores, distinciones y prerrogativas que le acordaban las leyes de Indias. En su segundo gobierno permitió restablecer la Compañía de Jesús, expulsada desde la época de Carlos III, mandándole entregar la Iglesia y el colegio, y autorizándola para desarrollar la enseñanza universitaria. Son numerosos los documentos y leyes que prueban el respeto de Rosas hacia la tradición católica, no siendo suficiente para demostrar lo contrario las cuestiones con los jesuitas y con el Vaticano, cuestiones de orden político y diplomático que no tuvieron por causa la ideología liberal que inspiró a otros gobiernos (…)
La opinión, en ese tiempo, era también republicana. Diez años de complicaciones, diligencias y fracasos ante las cortes europeas (…) terminaron por desprestigiar la idea monárquica, que había contado entre sus adeptos a San Martín, Belgrano, Pueyrredón, Rivadavia, Alvear, Sarratea, Posadas, García, Gómez y la mayor parte de los congresales de Tucumán. Rosas, personalmente, no fue monárquico ni republicano (…) ‘Siempre he creído – dijo – que las formas de gobierno son un asunto relativo, pues monarquía o república pueden ser igualmente excelentes o perniciosas según el estado del país respectivo’. En esto (…) se contentó con respetar la tradición republicana que se iba formando y rechazó las tentativas de los que, como Roxas y Patrón, le propusieron el establecimiento de un régimen hereditario (…).
Finalmente, la tradición argentina era federal. El Federalismo tradicional no tenía nada que ver con el federalismo norteamericano de Dorrego”.
En el artículo de 1940 ampliaría este análisis:
“Perteneciente a una familia rural de rancio abolengo, (Rosas) supo captar como nadie la realidad de la tierra. Se vio rodeado a la vez de la vieja aristocracia española y de todo el pueblo de la ciudad y campaña de Buenos Aires (…) Bajo cualquier aspecto que se examine la obra de Rosas, vemos aparecer en ella el sello tradicional. En el orden espiritual, por ejemplo, la Restauración es netamente católica: la obligación especialmente establecida de conservar, defender y proteger al catolicismo (…), la enseñanza obligatoria de la doctrina cristiana, la censura religiosa de la instrucción (…), la prohibición de libros y pinturas que ofendiesen la religión, la moral y las buenas costumbres (…), la fundación de iglesias, son medidas que caracterizan suficientemente el espíritu católico de la Restauración (…)
En lo referente a la política interna, la época de Rosas no es otra cosa que una larga lucha por la restauración de la autoridad y de la unidad que caracterizaron al Virreinato, y que habían sido desquiciadas por los errores de federales y unitarios. Rosas, respetando (…) el régimen de confederación existente, realizó de facto, con el pueblo y en el sentido tradicional, lo que otros pretendieron realizar de jure, contra el pueblo y en el sentido liberal (…) Y toda esa obra verdaderamente organizadora – mucho más que las constituciones impresas en papel – se iba haciendo sobre la base de la legislación tradicional, sin improvisaciones constitucionalistas ni codificadoras.
Hay, hasta en los detalles, un sabor tan tradicional en esa restauración de la autoridad ‘al modo hispánico’, que Ernesto Quesada ha podido hacer un paralelo exacto entre Rosas y Felipe II. Más aún, hay en ella (…) una acentuada repugnancia por el sufragio universal (…). Rosas que instintivamente desconfiaba de él, quería experimentarlo en cabeza ajena y se hacía informar por su ministro Alvear acerca de cómo funcionaba en los Estados Unidos, donde dejaba ‘muy mucho que desear’, según sus propias palabras (…)
Hay en toda esa época un espíritu tradicional que sorprende hoy (…). Las canciones populares, de neta filiación hispánica, lo reflejaban….el restablecimiento del capilote en la Universidad…. de las corridas de toros…Son pequeños signos de algo muy grande y hermoso, de ese espíritu restaurador, tradicional, hispánico por consiguiente, que animó a Rosas y al grupo selecto de hombres que lo rodearon”
¿Fue sincero este afán restaurador de Rosas? ¿Respondía a su pensamiento íntimo o actuó así por simple cálculo político? Si tenemos en cuenta la lectura de los clásicos que fueron base de su formación política – aunque Rosas no fuera un intelectual - como Platón, Aristóteles, Cicerón, Gaspar de Real de Curban – discípulo de Bossuet -, Burke y Joseph de Maistre, si analizamos su hermenéutica tradicionalista de la Revolución de Mayo o sus opiniones en el exilio acerca de la Revolución Moderna, no caben muchas dudas acerca de la sinceridad de Rosas como de sus hondas afinidades con el tradicionalismo. Hace unos años escribimos un trabajo titulado “Ideas políticas y constitucionales de Don Juan Manuel de Rosas”. Reproducimos, con algunas correcciones, el final de ese escrito que, según nos parece, corrobora lo que decimos acerca de esta relación de semejanza entre rosismo, tradicionalismo y carlismo, y que está en la misma línea de lo que sostenía Don Alberto Ezcurra Medrano:
“En la propia Argentina tuvo que enfrentar Rosas el poder secreto de las logias y el fermento de la Revolución. Lo dijo con toda claridad: “Las logias establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América, practican teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones, asestan golpes a la República, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad del Mundo”. Espíritu revolucionario que “ha penetrado infortunadamente hasta en alguna parte del clero”. En la Argentina, “toda la República está plagada de hombres pérfidos pertenecientes a la facción unitaria, o que obran por su influencia y en el sentido de sus infames deseos, y que la empresa que se han propuesto no es sólo de lo que existen entre nosotros, sino de las logias europeas ramificadas en todos los nuevos Estados de este Continente”
Estando Rosas en el exilio, pudo contemplar el espectáculo terrible de las revoluciones liberales, socialistas y nacionalistas (del nacionalismo exagerado y jacobino, no del contrarrevolucionario) que asolaban al Viejo Continente. Su respeto a la Religión Católica, su amor al Orden y a la Tradición, su defensa de la Justicia – en especial con los pobres –, su convicción de que propiedad privada y herencia son instituciones fundamentales de la sociedad, su aborrecimiento de las logias masónicas , del socialismo y del comunismo quedan patentes en las ideas expresadas en diversas oportunidades. Transcribamos algunas como ejemplo de lo que venimos diciendo:
“Se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía a que llaman libertad , invocando los derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida (…) Si hay algo que necesita de dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a un paso”
“Conozco la lucha de los intereses materiales con el pensamiento; de la usurpación con el derecho; del despotismo con la libertad. Y están ya por darse los combates que producirán la anarquía sin término. ¿Dónde está el poder de los gobiernos para hacerse obedecer? Los adelantos y grandes descubrimientos de que estamos tan orgullosos. ¡Dios sabe solamente adonde nos llevarán! ¡Pienso que nos llevan a la anarquía, al lujo, a la pasión de oro, a la corrupción, a la mala fe, al caos!
“La plebe sigue su camino insolente. Pero es que los gravámenes continúan terribles. Los labradores y arrendatarios sin capital siguen trabajando sólo para pagar la renta y las contribuciones. Viven así pidiendo para pagar, pagando para pedir”
“La Internacional …sociedad de guerra y de odio que tiene por base el ateísmo y el comunismo, por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de los que poseen, por medio de la fuerza brutal del gran número que aplastará a todo cuanto intente resistirle. Tal es el programa que con cínica osadía han propuesto los jefes a sus adeptos, lo han enseñado públicamente en sus Congresos e insertado en sus periódicos. Sus reglas de conducta son la negación de todos los principios sobre que descansa la civilización”.
Carlos Ibarguren sintetizaba del siguiente modo estos pensamientos del Restaurador:
“La expansión de las ideas liberales y de la democracia, la inquietud del proletariado y la propaganda del socialismo; la indisciplina general, las consecuencias económicas de la gran industria mecánica, las luchas civiles en ambas Américas, las guerras europeas, la violenta acción imperialista de las poderosas monarquías, el positivismo y el materialismo que embestían contra la religión y la Iglesia, todo ese gran movimiento político, económico, científico y filosófico que fermentó después de 1850 conmoviendo a la sociedad, provocaba repulsión en el espíritu reaccionario y conservador de Rosas (...) Para conseguir la paz social y la armonía internacional, Rosas no encuentra otro remedio que `reunir un Congreso de representantes de todos los países’” y “el establecimiento de una Liga de las naciones cristianas, del tipo de la Santa Alianza y presidida por el Papa (...) Piensa que para salvar las dificultades que rodean a las monarquías se deben fortalecer los ejércitos” y para “alcanzar el mejor equilibrio social y político en Europa y sostener a la Iglesia” promover “la unión de los reyes alrededor del Sumo Pontífice y la `dictadura temporal del Papa en Roma, con el sostén y el acuerdo de los soberanos cristianos’”. Finalmente y fiel a esta mentalidad tradicionalista, combate la libertad de enseñanza tal como la entendía y la entiende el liberalismo laicista: “Por la enseñanza libre la más noble de las profesiones se convierte en arte de explotación a favor de los charlatanes, de los que profesan ideas falsas subversivas de la moral o del orden público. La enseñanza libre introduce la anarquía en la ideas de los hombres, que se forman en principios opuestos o variados al infinito. Así el amor a la patria se extinguirá, el gobierno constitucional será imposible, porque no encontrará la base sólida de una mayoría suficiente para seguir un sistema en medio de la opinión pública confundida, como los idiomas en la Torre de Babel” Y en una frase que recuerda la profecía de Donoso Cortés en su famoso Discurso sobre la Dictadura (…) decía: “Ahora mismo Francia, España y los Estados Unidos están delineando el porvenir. Las Naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”.
Es claro que no dejaba de haber en el pensamiento de Rosas ciertas ambigüedades: invocaciones a la soberanía popular, que por aquel entonces aparecían también en tradicionalistas hispánicos como Aparisi y Guijarro; ambivalencias en torno al librecambismo y al proteccionismo económicos (como en el conservadorismo anglosajón heredero de Burke); expresiones confusas sobre la separación Iglesia – Estado (que consideraba mala por “inoportuna”) o sobre el papel del Concilio en relación al Papa ( que pueden dar pie a una interpretación ortodoxa, pero que suenan extrañas en el lenguaje de aquellos tiempos); cierta visión benévola de la Primera República Española, etc. Pero son ideas sueltas, no necesariamente constantes y que en todo caso desentonan en un cuadro general y firme, de adhesión al Papado, a la Cristiandad, y a la Tradición y que le llevaba a rezar dolorido: “¡Dios nuestro perdonadnos, e iluminad la marcha de los primeros hombres, en las Naciones de la Cristiandad!”
Por eso Don Juan Manuel, Caudillo natural del “federalismo apostólico” pudo afirmar – y esto es de vital importancia en el Bicentenario de la Revolución de Mayo – que la instalación de la Primera Junta se hizo, “no para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para preservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por el acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida España”
Carlismo y rosismo son pues y según podemos entender, dos páginas de una misma historia – una en la Península, otra en América -, de una “guerra contrarrevolucionaria” basada en los mismos principios y valores: la Cristiandad y la Hispanidad. En España bajo el lema “Dios, Patria, Fueros, Rey” y en la Argentina con la divisa de la “Santa Federación”, que suponía la defensa de la Fe católica, de la unidad argentina y americana, de las legítimas autonomías provinciales y de la cultura tradicional hispano- criolla
Fernando Romero Moreno
Bibliografía:
Corvalán Lima, Héctor, Rosas y la Formación Constitucional Argentina, Separata de Idearium, Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Mendoza, N° 2, Mendoza, 1977
Ezcurra Medrano, Alberto, La Epoca de Rosas, en El Baluarte, 1929
Ezcurra Medrano, Alberto, El sentido histórico de la época de Rosas, en Ofensiva, 12 de octubre de 1940
Ibarguren, Carlos , Juan Manuel de Rosas. Su vida, Su drama, su tiempo, Ediciones Teoría, Biblioteca de Estudios Históricos, Buenos Aires, 1962
Ingenieros, José, Obras completas revisadas y anotadas por Anibal Ponce, Volumen 15, La Evolución de las Ideas argentinas, Libro III, La Restauración
Sampay , Arturo Enrique, Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, Juarez Editor, Buenos Aires, 1972.
Excelente artículo. Muy profundo e iluminador.
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