lunes, 13 de julio de 2015

EL VIZCONDE DE ABRANTES Y EL DOCTOR FLORENCIO VARELA*

Batalla de Ituzaingo
Por: Ricardo Font Ezcurra

“Francia y Gran Bretaña consumían en balde en el estuario del Plata el combustible de sus fragatas mientras intentaban engañarse mutuamente e intimidar al hombre de Palermo, que se burlaba de ambas. El fracaso de la presión internacional contra Buenos Aires aumentó el prestigio y adornó de leyenda y popularidad al rostro sombrío de don Juan Manuel de Rosas. Por el error extranjero se convirtió en el mayor criollo americano. Para él toda la América del Sud volvería su mirada conmovida cuando se anunció la inaudita y desesperada iniciativa española de ataque a las antiguas colonias para instalar aquí príncipes de la casa de Borbón. Si necesitaran una espada para combatir al intruso lo convocarían a él, el caballero de la pampa. La estatura titánica del dictador proyectaba una sombra extensa en el continente: tras los navíos de bloqueo tremolaba en el aire su poncho punzó. Crecía en el peligro. Desafiaba a las potestades del mundo.”

Así describe don Alberto Calmon, en un interesante artículo, no exento de belleza primitiva, la situación política sudamericana creada por la intervención europea en el Rio de la Plata(1).

El Brasil temía y respetaba a Rosas. “Su máximo propósito, en 1843 –dice Calmon- era impedir que el gobernador de Buenos Aires con su triunfante política federalista, absorbiera por una parte a Montevideo, con la victoria de Oribe sobre Rivera, y por la otra cumpliera el remoto propósito de Belgrano, incorporando el país guaraní que Francia le había sustraído al antiguo virreinato”(2).

De ser exacto que Rosas pretendía reincorporar a la Confederación Argentina las provincias del Paraguay y Uruguay, no pueden atribuírsele los propósitos imperialistas que dejan entrever los historiadores al usar impropiamente en sus exposiciones y relatos el vocablo “anexar”. La anexión supone el acrecentamiento del acervo patrio con un territorio ajeno. La desmembración es la separación a perdida de una parte del territorio propio. Este no es el caso del Paraguay y el Uruguay. Rosas no pudo pretender “anexar” estas provincias a la Confederación Argentina puesto que pertenecían a ella. Trató simplemente de impedir su desmembración definitiva.

Es posible que fuera mucho más cómodo y desde luego exento de complicaciones el “desentenderse de ellas oficialmente”, como hiciera Rivadavia, cuyo Sillón, “como los pozos, se agrandaba a medida que le quitaban tierra”.

“La revolución de Mayo confirmó esa unidad múltiple o complexa de nuestro gobierno argentino por el voto de mantener la integridad del Virreinato y por la convocatoria dirigida a las demás provincias para crear un Gobierno de todo el Virreinato.” (Juan B. Alberdi, Bases.)

Este pensamiento contrariaba rotundamente los puntos de vista del Brasil, en cuyo interés estaba el impedir la formación de un estado poderoso que pudiera equilibrar el poder del Imperio y obstaculizarlo en la realización de sus propósitos imperialistas. Portugal primero y luego el Brasil habían perseguido tenaz e infructuosamente un propósito: poner sus fronteras en el Rio de la Plata y sus afluentes (3). Dominando los ríos podía comunicarse fácilmente con sus provincias situadas en la parte superior de ellos y adquiría una preponderancia indiscutible sobre la Republica Argentina. Tenía, pues, interés vital en la cuestión;  por eso trató de usurpar a España los territorios que esta poseía en el margen norte del Rio de la Plata, y de anexar a su soberanía los ríos Parana y Uruguay.

Esta pretensión explica fácilmente la injerencia del Brasil en la política del Rio de la Plata y es la causa de numerosos conflictos provocados por él, cuyas insospechadas derivaciones habrían de gravitar profundamente en nuestra historia (4).

“Así lo vemos aprovechar la revolución de la independencia e introducir en 1812 un ejército de cuatro mil hombres en el territorio de Montevideo para apoderarse de la provincia. Lo vemos retroceder cuando Buenos Aires manda un ejército a sostener la causa de la independencia; lo vemos mantener un ejército en la frontera como espiando la ocasión de volver a asaltar su presa codiciada; y por fin aprovechar el conflicto del año 1816 y ocupar provisoriamente en 1817 a Montevideo”(5).

Viene después Tacuarembó. La independencia del Brasil, quien anexa la Banda Oriental con el apoyo militar prestado por Fructuoso Rivera. La expedición de los Treinta y Tres Orientales al mando de Lavalleja, el triunfo de Sarandí y su incorporación a la República Argentina votada el 25 de agosto de 1825 en el Congreso de la Florida. Esta incorporación, aceptada por el Congreso de las Provincias Unidas por la ley del 24 de octubre de 1825, fue contestada por el Brasil declarando la guerra a Buenos Aires. A las victorias preliminares de Camacuá, Bacacay y Ombú, sucedió luego el definitivo encuentro en Ituzaingó, mientras el almirante Brown con su minúscula flota hacia el milagro de Juncal. A la humillante gestión de Manuel J. Garcia(6), sucedieron las laboriosas tramitaciones de Guido y Balcarce, que dieron por resultado la paz con el Brasil, firmada durante el gobierno del coronel Manuel Dorrego, el 27 de agosto de 1826.

Este tratado se reduce, en lo principal, al reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental, lo que impedía al Brasil, por el momento, la realización de su proyecto fundamental, que era poner sus límites en el Rio de la Plata.

Desde esa fecha hasta el momento en que llegamos en nuestro relato, había sucedido una larga tregua, durante la cual el Brasil, lejos de abandonar sus antiguos proyectos(7), esperaba pacientemente, sin precipitar los acontecimientos, el momento propicio para extenderse hacia el sud, buscando la expansión territorial que era imprescindible para su desenvolvimiento. La ocupación del Rio de la Plata por la escuadra anglo-francesa, ocurrida durante ese interregno, fue el toque de atención.

El gobierno imperial consideró llegado, pues, el momento propicio para iniciar sus actividades que tenían el objetivo ya señalado. “Aquello que Francia y Gran Bretaña aisladas no habían conseguido, lo obtendrían con certeza, si actuaban en una triple alianza con el Brasil”(8).

Y con el fin de aprovechar esta magnífica oportunidad, envió en el año 1843, en misión especial ante los gobiernos de Francia y Gran Bretaña a don Miguel Calmon du Pin e Almeida, vizconde de Abrantes. Aunque la cancillería de Rio de Janeiro tratara de ocultar su verdadero propósito, vinculándola a pretendidos convenios comerciales, tenía en realidad tres objetivos coincidentes con la política secular luso-brasileña, en el Rio de la Plata: 1°, el reconocimiento de la independencia del Paraguay; 2°, garantía colectiva de la independencia uruguaya; y 3°, pactar una alianza ofensiva para derrocar a Rosas. El Brasil perseguía con esto la formación de pequeños Estados a su alrededor, sobre los cuales dominaría sin esfuerzo. El Imperio en el sud practicaba una política análoga a la seguida por los Estados Unidos en el norte, quien después de desmembrar a México y anexarse una gran parte de su territorio  (las provincias de Texas y California), estableció un amplio protectorado sobre las pequeñas republicas del Mar Caribe, constituyéndose en el árbitro absoluto de su política y de su comercio.

La tarea encomendada al vizconde de Abrantes era, pues, la materialización de este su antiguo pensamiento, que ahora el bloqueo del Rio de la Plata por las escuadras europeas hacían realizable sin mayores riesgos.

Había antes que nada que eliminar a don Juan Manuel de Rosas, el obstáculo insalvable contra el cual se estrellaban inútilmente sus pretensiones imperialistas. Lo demás vendría solo.

                     CONTINUARA…



NOTAS
1)      Pedro Calmon. El vizconde de Abrantes y Rosas. Rio de Janeiro, 1937
2)      “Hecha la capitulación con Velazco, el primer pensamiento fue el de comunicar el suceso a Buenos Aires, o lo que es lo mismo, reconocer la superioridad de aquella Junta. Pero por fortuna sobrevino Francia, en cuyo concepto era la dependencia de Buenos Aires tan ominosa como la dominación de España”. (Blas Garay, Historia del Paraguay. Madrid 1896. 
Pedro Ferré, en sus Memorias, Buenos Aires, 1921, es de la misma opinión respecto de la provincia de Corrientes: “No quisiera recordar la abyección en que se halló mi patria (Corrientes) cuando después de sacudir el yugo del rey de España, quedó uncida al de Buenos Aires”. 
Si se tiene por lógica y conveniente la independencia de la provincia del Paraguay, no hay motivos para creer que de otro modo hubiera sido considerada la independencia de Corrientes; y la Confederación Argentina se hubiera desmembrado en esa serie de pequeñas republicas tan anhelada y fomentada por el Brasil.
3)      “Por tierra la batalla de Ituzaingo podrá haber sido de resultados indecisos, como lo afirman algunos críticos militares, pero esto no impidió que se revelara la impotencia del ejército que mandaba el marqués de Barbacena para garantizar el límite del Rio de la Plata, alcanzado a costa de tantos esfuerzos. Ituzaingo equivale pues a una derrota brasileña y así consideran esta acción de armas los argentinos” M. Oliveira Lima, Formación histórica de la nacionalidad brasileña, Madrid, 1918.
4)      “Ha sido éste el tradicional empeño del Imperio y el gran peligro que el patriotismo argentino tiene que contrarrestar y prevenir en medio de las pasiones de sus bandos que con frecuencia han recurrido a las intervenciones extranjeras para vencer a sus contrarios. De este peligro está exento Chile y por eso allí la idea de patria tiene hondísimas raíces: ante sus intereses callan los partidos internos como acaba de verse en la última guerra. Por el contario, en el Rio de la Plata, las frecuentes intervenciones extranjeras han debilitado el deber hacia el interés de la patria, que han subordinado al interés de partido.” (Vicente G. Quesada, Historia diplomática Latino-Americana. Buenos Aires, 1918-1920)
5)      Manuel Bilbao, Historia de Rosas, Buenos Aires, 1919.
6)      Lord Ponsonby, ministro de S.M.B., en Buenos Aires durante la guerra con el Imperio, había iniciado una negociación para poner fin a esta. Después de algunas conferencias les sometió un proyecto de tratado cuyo primer artículo establecía que: “La Banda Oriental se erigirá en un Estado libre e independiente”. Era la primera vez que se trataba oficialmente la separación de una parte tan considerable del territorio de la nación. Un asunto de esta importancia, debió merecer un serio y detenido estudio por parte del Gobierno encargado de su conservación y a cuyas conclusiones no podía ser ajeno el triunfo de sus armas, que no habían sufrido ningún contraste. Lógicamente debió ser rechazado con toda energía. Sin embargo, ni Rivadavia ni sus ministros hicieron objeción alguna al respecto.
7)      Pedro I, en las instrucciones dadas al marqués de Santo Amaro en 1828, le decía: “En cuanto al nuevo Estado Oriental o la provincia Cisplatina, que no hace parte del territorio argentino, que estuvo incorporado al Brasil, y que no puede existir independiente de otro Estado, V.E. tratará oportunamente y con franqueza de probar la necesidad de incorporarlo otra vez al Imperio”. (La Gazeta Mercantil, 11 de junio de 1845).
8)      Pedro Calmon, op. cit., Rio de Janeiro, 1937.


*RICARDO FONT EZCURRA. La Unidad Nacional, cap III. Cuarta edición. Editorial La Mazorca. Bs As 1944

domingo, 5 de julio de 2015

La independencia vista por dentro*

Por Julio Irazusta

   La acción de los congresales reunidos en Tucumán en julio de 1816 ofrece una lección permanente de alta política, que es, (por encima de las circunstancias económicas y de las motivaciones ideológicas que tanto prevalecen en las decisiones estatales en el mundo moderno) lo que determina el destino de los pueblos. Aquellos hombres, asediados por problemas internos y externos de abrumadora gravedad, tuvieron la osadía de proclamar la independencia de un país cuya emancipación estaba más que nunca en problema, y que aún no habían podido organizar pese a los mejores propósitos que los llevaron a convocar anteriores asambleas constituyentes. La guerra civil conmovía la mayor parte del territorio. Los ejércitos hasta entonces metropolitanos ocupaban la frontera norte; y en la del este siempre estaba latente el peligro de las usurpaciones portuguesas, concretadas una vez más  en la invasión iniciada por las tropas de Lecor al mes de la trascendente decisión del 9 de julio.

   La agónica situación no amilanó a los congresales de Tucumán, quienes desmintieron con su heroísmo el terrible dicho de un aforista francés: “los cuerpos constituidos son cobardes”. Es verdad que fueron aguijoneados, como suele ocurrir, por las inculcaciones de un gran hombre. San Martin, cuya capacidad política era apenas inferior a su genio estratégico, no cesaba de presionar al diputado por Mendoza, Godoy Cruz, con expresiones de extraordinario relieve, de las que prodigó en el curso de su actuación: “¡hasta cuando esperamos para declarar nuestra independencia! ¿No le parece una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por ultimo hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree que dependemos? ¿Qué falta más que decirlo? Por otra parte ¿Qué relaciones podremos emprender,  cuando estamos a pupilo, y los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos? Este V. seguro que nadie nos auxiliará en tal situación. Por otra parte el sistema ganaría un 50 por ciento con tal paso. ¡Animo que para los hombres de coraje se han hecho las empresas!”(Mitre, Historia de San Martin, IV, 287, 12/4/16). “Yo no he visto en todo el curso de nuestra revolución, más que esfuerzos parciales, excepto los emprendidos contra Montevideo, cuyos resultados demostraron lo que puede la resolución. Háganse simultáneos y somos libres…”  “Y ¿Quién hace los zapatos? Me dirá V. andaremos en ojotas, más vale esto que el que nos cuelguen, y peor que esto, el perder el honor nacional. Y el pan ¿Quién lo hace en Buenos Aires? Las mujeres, y si no comemos carne solamente. Amigo mío, si queremos salvarnos es preciso hacer grandes sacrificios…” “yo respondo a la nación del buen éxito de la empresa” (ibid. IV, 288, 292, 12/5/16). Como Godoy le contestara que la independencia no era soplar y hacer botellas, San Martin le contestó: “Yo respondo a V. que mil veces me parece más fácil hacer la independencia que el que haya un solo americano que haga una sola botella”. (Ibid.  IV, 293,24/V/16)

   Esa seguridad en sus pronósticos debíase a que San Martin fue uno de los emancipadores que tuvieron más porvenir en la cabeza, según la feliz expresión de Talleyrand sobre la profética intuición de Choiseul, ministro de Luis XV. Si pese a la falta de ayuda exterior, que sabía inalcanzable, el ánimo del Libertador no desmayaba, es porque conocía los recursos de su país, y porque sabía que, de ser bien manejados, serían suficientes para la empresa que aconsejaba. En estado de espíritu similar estaban sin duda los congresales de Tucumán, muchos de los cuales eran de los que habían participado en las invasiones inglesas, en los sucesos de 1810 que nos dieron el primer gobierno propio y en las batallas iniciales de la revolución que resultaron prolegómenos de la guerra emancipadora. Todos ellos pertenecían al régimen y no podían carecer de la conciencia de haber sido súbditos de un imperio mundial, y contemporáneos de la reforma de 1776, que transformó a la colonia más pobre en la más rica, al punto de que en 1809 el virreinato del Rio de la Plata aportaba a la corona de España más contribuciones financieras que los de Mejico y Peru.

   Cuando se pertenece a una comunidad capaz de las hazañas que estaban en la memoria de todos los rioplatenses, las peores circunstancias no son sino solo desafíos a la voluntad esclarecida, para manejarlas con  éxito. Tales crisis suelen ser el trampolín desde el que se salta a la grandeza, como pudo ocurrir si los epígonos de la empresa hubiesen sido en todo tiempo, capaces de emular a los emancipadores, según lo hizo la Confederación de Rosas ante la agresión anglo-francesa. Nadie expuso mejor el contraste entre el tamaño material y el heroísmo, que Lord Bacon, en un pasaje de sus Ensayos que he utilizado en otro de mis escritos: “La grandeza de un Estado –dice el famoso canciller inglés- en tamaño y territorio puede medirse, y la grandeza de las finanzas y las rentas computarse. La población puede aparecer en multitudes; y el número y grandeza de las villas y ciudades, en tarjetas y mapas. Pero con todo, no hay entre los asuntos civiles nada más sujeto a error, que una recta apreciación y verdadero enjuiciamiento del poder y las fuerzas de un Estado. El reino de los Cielos se compara, no a ningún gran carozo o nuez, sino a un grano de mostaza; que es uno de los granos menores, pero tiene en sí la propiedad y el hábito de crecer y expandirse con rapidez. Así hay Estados, grandes en territorio, y sin embargo, incapaces de crecer o mandar; y algunos que, pese a la pequeñez de su tallo, son sin embargo capaces de cimentar grandes monarquías. Ciudades amuralladas, arsenales repletos, buenas razas equinas, carros de combate, elefantes, ordenanzas militares, artillerías y cosas por el estilo; todo esto no es sino la oveja con piel de león, a no ser el linaje y la disposición del pueblo a ser firme y belicoso”.

   No es que a los argentinos, ya constituidos en nación independiente nos faltase espíritu bélico. En casi 100 años de guerras civiles e internacionales probó al contrario, nuestro pueblo, según lugar común que tuvo vigencia hasta principios del siglo XX, que éramos por antonomasia  la tierra del coraje. Pero esa virtud no fue manejada con la inteligencia requerida para el éxito. Y si bien ganábamos batallas, perdíamos las paces. Y luego de llevar a cabo, en la empresa de la emancipación, una epopeya sin paralelos en los anales de la humanidad, gracias a un espacio geopolítico privilegiado inicial, dejamos achicarse el territorio en un tercio, y llegamos a la triste situación en que nos hallamos. Causa primera: la ideología que prevaleció en la dirección de la empresa (salvo la única excepción de la época de Rosas), ideología que aun carcome el espíritu nacional.


* Publicado en Revista Cabildo, 2da época, año I, número 1, agosto de 1976