viernes, 24 de junio de 2011

Las ideas políticas del General San Martín en Cuyo (1814-1816)

A juzgar por lo que nos dice la historiografía liberal argentina y nuestras maestras, la vida, obra y pensamiento del Capitán General José Francisco de San Martín son tan simples como absurdas. Recorrió medio mundo a los sablazos, expuso su tranquilidad material y espiritual por su tierra natal, cuando en realidad vivía en ella. Es más, cuando anduvo por América no visitó nunca su entrañable Yapeyú, actitud propia de esas tiernas almas románticas que pueblan el mundo, a excepción de los ejércitos y sus cuerpos de oficiales, lugares por donde transitó su existencia.

San Martín no es un tema fácil históricamente hablando, y esta es nuestra primera afirmación. En él concurren los más altos intereses políticos de nuestra nacionalidad y por ello, históricos culturales, sometiéndolo a un forcejeo que no hubiese tolerado en vida. El material existente sobre su persona es casi infinito, hay de todos los tamaños y pelajes, radicando allí una importante dificultad. Se comienza a leer, consultar e investigar y en vez de ingresar en un recto y caudaloso río, lo hacemos a un delta de innumerables cursos, para desembocar finalmente en un inmenso océano, donde desaparece a primera vista cualquier posibilidad de síntesis. Fundamentalmente se transforma en costosa empresa dar una conclusión categórica para un trabajo como el presente, donde la extensión debe compatibilizarse con el interés de una lectura numerosa.

Como inicio, establezcamos los límites del trabajo: este se focaliza en los años en que San Martín fue Gobernador Intendente de Cuyo (1814-1816); basándose en los escritos autógrafos y éditos que se hallan en la colección DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE SAN MARTIN, Tomo V, Comisión Nacional del Centenario, 1910, Buenos Aires, existente en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, en los cuales hace mención de su pensamiento político en dicha oportunidad y circunstancia.

Desde el primer momento debemos sostener que lo aquí expresado se halla sujeto a revisión. Pues, habiendo sido realizado el presente con la mayor de las seriedades, conciencia y aplicación, es honesto, intelectualmente, confesar que el campo abierto supera el punto de vista actual del autor. Creemos profundamente, que se trata de un vacío historiográfico nacional la cuestión San Martín, no solo de quien suscribe, aunque parezca un contrasentido frente a la cantidad.

Cuando un grande en todos los campos (menos en lo militar), como lo fue el General Bartolomé Mitre, hace y escribe historia transfiere, haciendo extensiva su grandeza a ella, así falte a la verdad intencionalmente o solo se equivoque de modo involuntario. Bartolomé Mitre dejó un San Martín que se ha transmitido escolar y masivamente a todos los argentinos. Desde su manejo directo y exclusivo en primer momento de los archivos del personaje, contra la voluntad del propio prócer, ordenados por este con esmero e intencionalidad, como la desaparición de las memorias que afirmaba haber escrito, prometiéndoselas a su escudero amigo Tomás Guido, el Divus Bartolus construyó un San Martín de muy fácil comercialización y muy difícil desguace.

Sesudos autores de nuestra historiografía han trabajado sobre él, pero no se han visto coronado por el éxito como el General que escribía historia y no ganaba ninguna batalla. Una cantidad de puntos oscuros rodea al Gran Capitán de Los Andes, aún frente a los ríos de tinta que su figura ha producido y produce. La primer pregunta sobre San Martín desata el problema prematuramente: ¿Por qué vino a América?. Raúl Roque Aragón, al igual que el Dr. Enrique Díaz Araujo dicen que lo hizo para salvar la tradición hispana, la religión católica y su cosmovisión y con esa precisa afirmación, Bartolomé Mitre, casi saliendo de su tumba, no pararía de gritar ¡Blasfemia! San Martín vino a realizar una revolución republicana, liberal y democrática. A.J. Pérez Amuchástegui sostiene que llegó para alcanzar la independencia y unidad de un país poderoso, rico y prometedor, como era la América española, cuyas relaciones comerciales interesaban positivamente a la Gran Bretaña, tarea común de los cofrades de la Gran Reunión Americana. El Dr. Rodolfo Terragno, por su parte, sumará a este último el plan continental (fraude heurístico de Fidel López) diseñado por Maitland en 1800. Así como estos, podríamos citar tantos otros autores y sus respuestas, únicamente para la primer pregunta, que el mismo protagonista cuando tuvo que satisfacerla dijo: “Con destino a Lima, a arreglar mis intereses”. Es decir, si en la más elemental de las preguntas el bulto le gana a la claridad, imaginemos el resto, como el tema de la masonería, sus medios y modos de vida en Europa, etc.

En definitiva, el General San Martín era un hombre austero, sencillo y honesto, pero es difícil para la historia porque en ella aparece enigmático, reservado y como remate cúlmine de una construcción por él forjada y conducida. Reiteremos que la documentación original, tal cual la había ordenado y prometido, nos llegó tras la intervención o filtrado indebida de Mitre, de cuyos intereses políticos muchos desconfían pero nadie duda.

Para el presente trabajo, como se tiene dicho, trabajaremos a partir de las expresiones documentadas, manifestadas durante la Gobernación Intendencia de Cuyo. Recurriremos a otras, para auxiliar las referidas a los años 1814-1816, realizadas anterior o posteriormente que son las más al respecto, solo cuando sea estrictamente necesario.

Empecemos por la llegada a Cuyo, más precisamente a la ciudad de Mendoza. Gracias al gran embuste de Fidel López, acerca de la apócrifa carta de San Martín a Rodríguez Peña en la cual le transmite confidencialmente “su secreto”, se ha generalizado la creencia que vino a ejecutar su premeditado (o plagiado a Mr. Maitland, según Terragno) Plan Continental. Luego de los debates entre Mitre y López e incorporado a la obra liminar de la historiografía argentina, sino fuese por el trabajo esclarecedor de Pérez Amuchástegui, continuaríamos creyendo en dicha carta.

A juzgar por los hechos, la documentación y la bibliografía más reciente, San Martín luego de organizar defensivamente el territorio norteño, Salta, Jujuy y Tucumán, con el Ejército del Norte y los gauchos de Güemes, se retiró a Córdoba a restablecer su quebrantada salud, porque los generales a veces también se enferman. Según algunos autores sus dolencias, hemorragias incluidas, derivaban de la herida recibida en Cádiz cuando el atentado al general Solano. Como fuere que haya sido, se trasladó a Córdoba en busqueda de descanso y recuperación, que le brindaría el clima serrano. Su estadía en el territorio cordobés fue escasa y partió para Cuyo, gracias al nombramiento de Gobernador Intendente fechado el 10 de agosto de 1814. Recapitulemos entonces, a fines de enero de 1814 fue nombrado Jefe del Ejército del Norte, el 25 de abril del mismo año sufre sus primeras indisposiciones graves y el 29 de mayo iba llegando a los límites de Córdoba, buscando altura y menor humedad ambiente. El 10 de agosto del mismo 1814 se lo nombró Gobernador Intendente de Cuyo “... a solicitud suya con el doble objeto de continuar los distinguidos servicios que tiene hechos al país y el de lograr la reparación de su quebrantada salud en aquella deliciosa temperatura.” Es decir, si el plan continental de F. López no existe documentalmente, si se retiró por enfermedad y buscaba altura y sequedad, podemos decir, que a Mendoza llego buscando salud. No existía todavía el afamado Plan Continental. Se lo nombró Gobernador Intendente para que siguiese aportando a la revolución, para no marginarlo, pues, el ascenso alvearista se consignaba a pasos agigantados y podía mal interpretarse, provocando reacciones o desequilibrios en el seno de la Logia y por ende, en el gobierno, mientras que el lugar asignado le permitía un protagonismo público distendido (Cuyo contaba con 40.000 almas apenas, según Mitre) junto a las menores preocupaciones, mayor altura y sequedad. San Martín se reponía, sin perderse, en la “ínsula Cuyana”.

Con la caída de la revolución en Chile y la llegada masiva de emigrados transandinos, los rumores y temores de invasión ultramontana, San Martín se vio obligado, como Gobernador Intendente y soldado a prever y organizar la defensa de Cuyo, primero, y la de la sobreviviente revolución platense, frente a la caída del resto y el amago fernandino. En ese momento comenzó la organización militar, pero más defensiva que ofensiva. Debió llegar el año 1816 para encontrar una carta que tenga origen en “Campo de instrucción en Mendoza. 19 de enero de 1816”, frente al resto de las enviadas que encabeza con “Mendoza” y diga que retornó la actividad en El Plumerillo. A la vez que solicita esfuerzos a Pueyrredón y su autorización para la invasión a Chile y luego, unidos los americanos de ambos lados de la cordillera, al Perú.

Fue durante su estancia en Cuyo, producto de la caída del Director Supremo Carlos María de Alvear y su círculo, junto a la influyente presión sanmartiniana, cuando se convocó a Congreso en Tucumán, tan nombrado como inexactamente conocido e intencionalmente deformado. Reunido el Congreso, este elige como Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón, diputado a la sazón por la ciudad de San Luis, por lo tanto representante de Cuyo y a Narciso Laprida como presidente del propio Congreso, casualmente diputado por la ciudad de San Juan, también componente de la misma gobernación de intendencia. O sea, la casualidad obraba a favor de San Martín o este trabajaba con eficacia a partir de la nueva situación política en el único reducto revolucionario que todavía sobrevivía. Para militar sin aspiraciones políticas, como lo tipifica Mitre, le salía todo al revés. El Gobernador Intendente de Cuyo también se daba tiempo por esta época para mantener una profusa y clarificadora correspondencia con estos afortunados de la política, donde poco es azar, para expresarles sus ideas políticas del momento. Quizá, como muchas otras personas en todo tiempo y lugar, las haya mudado luego o tal vez poseía otras anteriormente, pero lo cierto es que las cartas remitidas desde Cuyo en general, ocasionalmente desde Córdoba, entre los años 1814 a 1816, y especialmente durante 1816, año en que ya sesiona el congreso, manifestaban la sistemática pretensión de declaración de la independencia sudamericana y la preferencia por el sistema monárquico de gobierno.

Sobre la necesidada de declarar la independencia se lo hacía conocer así al Dr. Tomás Godoy Cruz, su vocero en el congreso:
“¡Hasta cuando esperamos declarar nuestra independencia! No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos. ¿Qué nos falta para decirlo? ... Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos... Veamos claro, mi amigo, si no hace el congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo este la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito.” 
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Mendoza, 12 de abril de 1816.)..

“Ha dado el congreso el golpe magistral con la declaración de la Independencia...” 
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Córdoba, 16 de julio de 1816.). 

Con respecto al sistema de gobierno más apropiado para las circunstancias bélicas, culturales y fundamentalmente políticas de la América española, no dudará un momento en sostener el gobierno monárquico, o de uno como regente hasta se materializan los proyectos en danza para coronar algún príncipe americano o europeo: 
“Ya digo a Laprida lo admirable que me parece el plan de un inca a la cabeza, las ventajas son geométricas, pero por la patria les suplico no nos metan en una regencia de personas; en el momento que pase de una todo se paraliza y nos lleva el diablo; al efecto, no hay más que variar de nombre a nuestro director y queda un regente: esto es lo seguro para que salgamos a puerto de salvación” 
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Córdoba, 22 de julio de 1816.) 

A título de excepción, solo cabría destacar la epístola del 24 de mayo de 1816, que dice:
“... un americano republicano por principios e inclinación, pero que sacrifica estas mismas por el bien de su suelo...” “1º Los americanos de las Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su revolución que la emancipación del mando del fierro español y pertenecer a una nación.” “2º ¿Podremos constituirnos República sin una oposición formal del Brasil (pues a la verdad no es muy buena vecina para un país monárquico) sin artes, ciencias, agricultura, población y con una extensión de tierra que con más propiedad puede llamarse desierto?” “3º ... gobierno puramente popular,... tiene este una tendencia a destruir nuestra religión...” 
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Mendoza, 24 de mayo de 1816.) 

Si los principios e inclinación republicanas eran reales, como afirma en esta, los sacrifica por la independencia, que suplica se declare y por el orden, que añora para las Provincias Unidas y mantiene en Cuyo. Por el contexto de la carta, por lo inmediatamente anterior y posterior, aparentemente fue una concesión discursiva efectista, destinada a realzar su opinión con un renunciamiento íntimo y principista. Pero aún cuando fuese verídico, hizo renuncia al republicanismo “por el bien de su suelo”

En síntesis y a modo de conclusión, digamos que el padre de la Independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, tal como se declaró solemnemente aquel 9 de julio de 1816, por lo menos mientras fue Gobernador Intendente de Cuyo se confesó independentista y monárquico. En cuanto al gobierno de la jurisdicción a su cargo, siguiendo lo dicho por el General Bartolomé Mitre, no alteró el sistema de Gobernación de Intendencia, con injerencia en las cuatro causas, heredada de la tradición virreinal y monarquista por concepción filosófica. A excepción del duro esfuerzo al que sometió al pueblo cuyano y a la fisonomía cuartelera que adquirió Mendoza cuando la expedición libertadora de Chile se confirmó, el resto parece encuadrarse dentro de la tradición hispana de las Gobernaciones de Intendencias. Posiblemente con mayor dinámica que otras gobernaciones cuyanas anteriores, pero sin alteración de la estructura vertical jerárquica del gobierno. San Martín era un político y un militar de profesión, no un ideólogo. Vino a Cuyo a reponerse sin ausentarse de escena y aquí, al compás de las necesidades, de su objetivo que era la independencia y de los hechos, gobernaba, dando nacimiento a un plan político militar, que pasó de lo defensivo a lo ofensivo. 

Si con anterioridad, el Libertador apreció cualidades más propicias en otra forma de gobierno o si más tarde desistió de la monarquía excede a los límites de este trabajo, aunque no al interés de quien suscribe. 

Prof. Lic. Alejandro Darío Sanfilippo 

BIBLIOGRAFIA DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE SAN MARTIN, Tomo V: Comisión Nacional del Centenario. 1910. B.Aires. 
RAMOS PEREZ, DEMETRIO: “España en la independencia de América”. Ed. MAPFRE. Madrid. 1996. ARAGON, RAUL ROQUE: “La política de San Martín”. Universidad Nacional de Entre Ríos. 1982. 
PEREZ AMUCHATEGUI, A.J.: “Ideología y acción de San Martín”. Abaco. 3º edición. B.Aires. 1979. STEFFENS SOLER, Carlos: “San Martín en su conflicto con los liberales”. Huemul. B.Aires. 1983. CONTE, Margarita Beatriz: “Ideario político de San Martín”. Archivo Histórico de Mendoza. Mendoza. 1997.
TERRAGNO, Rodolfo H.: “Maitland & San Martín”. Universidad Nacional de Quilmes. 2º edición. Bernal. 1999.
MITRE, Bartolomé: “Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana”. Peuser. B.Aires. 1952.

domingo, 12 de junio de 2011

LA BANDERA DE FACUNDO

Juan Facundo Quiroga es uno de esos hombres que sólo pueden evocarse épicamente. Tal vez fuera necesario escribir cabalgando, o cabalgar las letras hasta domar con ellas su figura. Porque todo en él fue combate: todo ruido de espuelas y de cascos; todo ir y venir marcialmente desde su alma hacia el mundo. 

Su lanza en ristre —siempre dispuesta a clavarse en el ofensor de Dios y de la Patria— fue el signo de una vida hecha milicia, como enseña la Biblia: por eso, no pudieron historiarlo los liberales, y lo redujeron a una leyenda oscura de bárbaro sanguinario. Pero otra cosa es la realidad. 

Hay en Facundo una ascendencia noble, un lejano presagio de la sangre: la estirpe de Recaredo que convirtió a su pueblo y fue por eso llamado El Católico. Señor de la tierra, con ese señorío natural y heredado, la aristocracia era su rasgo definitorio. Cuesta decirlo a quienes han desfigurado las palabras y los hechos; pero eso era Quiroga: un aristócrata, que es decir un virtuoso, un enamorado del honor y de la hazaña. 

“Sé que es Usted un buen patriota y un hombre de coraje —escribíale San Martín, de quien fuera destacado granadero—; …he apreciado y aprecio a Usted por su patriotismo y buen modo de conducirse”.(1) Y el mismo Sarmiento sostendrá de su admirado enemigo: “…ha pasado a la historia, y reviste las formas esculturales de los héroes primitivos, de Ayax y de Aquiles”.(2) Es que había en Facundo algo de mágico, que fascinaba aun al adversario. Una fuerza exuberante que sujetaba y arrollaba al mismo tiempo; una virilidad incontenible —desbordante en cien marchas y contramarchas, en arengas a los llanistas, en entreveros imprevistos— y ante la cual, hasta los mismo oficiales de Paz —lo reconoce éste en sus “Memorias”— no podían evitar palidecer. “El que habla —le escribe a Vélez Sarsfield— no conoce peligros que le arredren, y se halla muy distante de rendirse…”(3) Es el orgullo legítimo del guerrero, del Jefe que es capaz de plantearle a sus hombres esta opción de hierro: “¡Soldados!: no hay otro punto de reunión que el campo de batalla. Allí nos debemos encontrar todos, ¡todos!, de pie o caídos, ¡vencedores o muertos!”(4) 

Y fue este ímpetu agreste el que lo movió indignado —con una fuerza que parecía sostenida por los ángeles— a enfrentarse con los peores enemigos de la Fe, los logistas rivadavianos. 

Época difícil aquella, y similar en mucho a la nuestra; época de apostasías y claudicaciones, de deslealtades y reformas histéricas. Pero allí estaba Facundo, nunca como entonces caballero cristiano. “Sentado con honor en la balanza de la justicia —diría Marechal— …abriendo y cerrando el día con la Señal de la Cruz… así lo miro y su estatura crece. El sol está en su barba que no ha mesado nadie sino el viento…” Y se plantó seguro de sí mismo —tacuara en mano—, montó su moro legendario e hizo ondear una bandera que todavía recuerdan en Los Llanos: ¡RELIGIÓN o MUERTE! Era el grito de rabia de un pueblo sacudido por la impiedad, el grito alado de un Caudillo Católico dispuesto a no transar; era la voz de la raza que traía ecos de Lepanto contra los ruidos de la Revolución. Frente a ese pabellón irrepetible, bien podría decirse lo de Santa Teresa: 

“Todos los que militáis
debajo de esta bandera 
ya no durmáis, no durmáis 
que no hay paz sobre la tierra…”

Vencedor aun en la derrota, su destino iba a jugarse trágicamente en un recodo polvoroso de la Patria. Sabía que iba a la muerte, y no la rechazó. Cuando le avisaron que lo aguardaban partidas de salteadores para asesinarlo, respondió duramente: “A una voz mía, se pondrán a mis órdenes”. 

Y no se equivocaba totalmente… 

Porque la cabeza ensangrentada de Facundo —hoy más que nunca— sigue preguntando imperativamente: “¿¡Quién manda esta partida!?” Nosotros que lo sabemos, porque sus muertes no han cesado todavía, nos hemos encolumnado decididamente, irreversiblemente, detrás de su bandera. 

Antonio Caponnetto

Notas:
(1) San Martín, Cartas a Quiroga del 3 de mayo de 1823 y diciembre del mismo año. Citada por Peña, David, “Juan Facundo Quiroga”, Eudeba, 1971, págs. 67-68.
(2) Sarmiento, Domingo Faustino, “Obras Completas”, Tomo XLVI. Cit. por Barisani, Blas, “En torno a Sarmiento”, Ed. Reina y Madre, 1961, pág. 27.
(3) Juan Facundo Quiroga, Nota a Vélez Sarsfield, Campamento en el Posito, 22 de enero de 1827. (4) Quiroga, Juan Facundo, Arenga a sus soldados. Cit. por Peña, David, ob. cit., pág. 156.

Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com

jueves, 2 de junio de 2011

LA REVOLUCION DEL 4 DE JUNIO DE 1943

“En lo más íntimo y puro de las conciencias argentinas pesa una honda y angustiosa inquietud, ante la evidente convicción de que la corrupción moral se ha entronizado en los ámbitos del país como un sistema. El capital usurario impone sus beneficios con detrimento de los intereses financieros de la Nación, bajo el amparo de poderosas influencias de encumbrados políticos argentinos, impidiendo su resurgimiento económico. El comunismo amenaza sentar sus reales en un país pletórico de posibilidades, por ausencia de previsiones sociales. La justicia ha perdido su alta autoridad moral que debe ser inmarcesible. Las instituciones armadas están descreídas y la defensa nacional negligentemente imprevista. La educación de la niñez y la ilustración de la juventud, sin respeto a Dios ni amor a la Patria. No es concebible que el proyectado futuro gobierno de la Nación pudiera remediar tan graves males, cuando los hombres que van a actuar y colaborar en las funciones del gobierno son y serán los mismos responsables de la situación actual, atados a compromisos políticos y a intereses creados y arraigados. Para los jefes de alta graduación del Ejército y la Marina, que hoy resuelven asumir la enorme responsabilidad de constituir, en nombre de las Instituciones Armadas, un gobierno de fuerza, les resultará más cómodo una actitud de indeferencia, enmascarada en la legalidad, pero el patriotismo como en épocas pretéritas, impone en esta hora de caos internacional y de corrupción interna, salvar las instituciones del Estado y propender a la grandeza moral y material de la Nación.”
(Proclama de las Fuerzas Armadas, 4 de junio de 1943)
La Revolución del 4 de junio de 1943 se define a si misma en los objetivos trazados en su proclama (con plena vigencia en la actualidad) y por el Régimen que desplazó.
Es mas correcto hablar de “Restauración” que de “Revolución”, pues restaurar significa también restablecer, recuperar. En el orden político se restauró la moralidad y la probidad en el manejo de los asuntos públicos; en el orden social, reparó las injusticias de una sociedad cuyos cimientos eran de lodo y los lazos que unían a los hombres eran el despojo y el abuso.
Aunque el gobierno surgido de ella, es denominado “de facto”, es legítimo por su causa y por su fin. Sostiene Aristóteles en su “Política” que “el bien para cada cosa es precisamente lo que asegura su existencia”, claramente en eso ha consistido la “Restauración del 4 de junio de 1943”, ha asegurado la existencia de la Patria, ¿cuál era el bien que la aseguraba? Pues mantener sólidos y firmes los más insignes pilares de la nacionalidad: DIOS, PATRIA, HOGAR. Dios Nuestro Señor ha iluminado a esos ilustres hombres para que desterraran de la Argentina a los advenedizos y salteadores furtivos que se habían apoderado del gobierno; la Patria se ha visto robustecida en todos sus quehaceres y tonificada en su cultura; la Familia, se reconfortó en el reencauzamiento de la educación de sus hijos y en la contención al padre trabajador.
Pocos gobiernos han sido tan legítimos como el surgido el 4 de junio de 1943; siguiendo a Aristóteles, éste afirmaba que “el Bien en política es la justicia; en otros términos, la utilidad general”. El Profesor Jordán Bruno Genta nos enseña que “la justificación o legitimidad de una autoridad hay que buscarla en el cumplimiento de su misión, antes que en sus orígenes.....la legitimidad o justificación objetiva de la autoridad política no debe confundirse con el procedimiento legal que se sigue en un Estado determinado para designar al sujeto concreto de la autoridad, así como para establecer su forma política” (“Principios de la Política”, Ed. Cultura Argentina – 1978).
Fieles y Veraces fueron los hombres que asumieron el Deber de regir el destino de la Argentina en circunstancias históricas que no eran las mejores, en pleno acontecer de la segunda guerra mundial y con las presiones exteriores que arreciaban con el objetivo de inclinar a la Argentina hacia una u otra de las partes beligerantes. Se mantuvo la neutralidad al comienzo, aunque finalmente se adhirió al Acta de Chapultepec celebrada en febrero-marzo de 1945.
Se puede discrepar o no en cuanto a la política exterior que ha tenido el gobierno, pero que obedecía a las pujas internas que en el mismo había, entre los “aliadófilos” y los partidarios de las potencias del Eje. Lo que se debe reconocer es que se han tomado decisiones acertadas en el momento justo, cualidad que únicamente caracteriza a los grandes estadistas.
Pocos días después de asumido el poder, el flamante gobierno se expresaba a través de un manifiesto: “Las Fuerzas Armadas de la Nación, fieles y celosas guardianas del honor y tradiciones de la Patria (....) han venido observando silenciosa pero muy atentamente las actividades y el desempeño de las autoridades de la Nación. Ha sido ingrata y dolorosa la comprobación. Se han defraudado las esperanzas de los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción. Se ha llevado al pueblo al escepticismo y la postración moral, desvinculándolo de la cosa pública, explotada en beneficio de siniestros personajes movidos por la mas vil de las pasiones. Dichas fuerzas, conscientes de la responsabilidad que asumen ante la historia y ante su pueblo (....) deciden cumplir con el deber de esta hora, que impone actuar en defensa de los sagrados intereses de la Patria...”

Luis Asis Damasco
Tomado de: http://asisluis.blogspot.com/