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viernes, 25 de septiembre de 2015

ORIGEN DE NUESTRO FEDERALISMO*

Por Ricardo Font Ezcurra

El  brindis de Duarte no fue sólo  efecto del alcohol, ni el diplomático alejamiento de Moreno, en su doble significado, fruto de superficiales disidencias. La necesidad de crear un gobierno que indispensablemente debía sustituir al destituido, dividía a los integrantes de la Junta de Mayo en dos tendencias irreductibles y antagónicas: monárquica una y republicana la otra, dentro ambas del más riguroso centralismo.

La transición pacífica y substancial de súbditos de la monarquía española a ciudadanos independientes del ex monarca, realizada jurídicamente en cuatro días y sin que ningún acontecimiento cruento o espectacular sirviera de rotunda solución de continuidad, fue fundamental  pero poco perceptible.

Por eso se continuó sin violencia la tradición colonial, al hacerse extensiva a todo el virreinato la nueva autoridad que en Buenos Aires había sustituido al Virrey. En algunos decretos de la Junta se lee: “Y en consecuencia ha expedido por reglas generales de invariable observancia de todas las provincias las siguientes declaratorias...”. Y la expedición "que debía auxiliar a las provincias interiores” y la de Belgrano al Paraguay, Corrientes y Banda Oriental, tuvieron como principal y casi única finalidad, someter a los remisos en prestarle acatamiento.

Ese unitarismo o centralización, contra el que chocó desde el primer momento la extensión y configuración geográfica del inmenso virreinato, contó con el asentimiento general de los hombres de Buenos Aires, concretándose su disidencia a la opción entre la monarquía y la república.
La Junta Grande reducida al Triunvirato y concretado éste en el Directorio, y el Estatuto Provisional sancionado en reemplazo del Reglamento Provisorio realizaban esta aspiración unitaria y centralista.  (1)

Y esta forma unitaria de los gobiernos iniciales se hubiera perpetuado, y tal vez impuesto en definitiva – sobre todo de adoptarse el régimen monárquico virtualmente  aceptado en el Congreso de Tucumán –, a no haber hecho su aparición un elemento nuevo, auténtico producto de nuestra nacionalidad en potencia que, encarnando el ideal republicano, habría de gravitar profundamente en nuestra estructuración institucional.

Este elemento nuevo que aparece a partir de 1810 es el núcleo-provincia, esas numerosas entidades autónomas que se formaran en las distintas comarcas teniendo como centro las ciudades, y en que se fragmentará el Virreinato del Río de la Plata, sin que autoridad alguna les hubiera determinado sus límites territoriales ni sus derechos políticos, y cuya resistencia a Buenos Aires haría fracasar las reiteradas tentativas de dar forma constitucional a ese régimen unitario de la primera hora.

¿Cuál es la causa de la aparición de estos entes autónomos? ¿Qué origen tuvo el núcleo-provincia? ¿De dónde procedían sus elementos integrantes y cuáles fueron las causas que presidieron a su desarrollo, que, juntamente con el prestigio de sus gobernadores o caudillos, debía darles esa consistencia autonómica definitiva que alteraría profundamente la fisonomía política del antiguo virreinato?

La cédula ereccional de 1776 que elevó la Gobernación de Buenos Aires a Virreinato del Río de la Plata, integró territorialmente a éste con las siguientes ciudades y regiones: GOBERNACIONES: Buenos Aires, que comprendía el Uruguay, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, La Patagonia, y parte del Chaco; Asunción y la Provincia de Guayra; Córdoba del Tucumán, constituida por Salta, Tucumán, La Rioja, Catamarca, Córdoba y parte del Chaco. Y las PROVINCIAS: del Alto Perú (Cochabamba, Potosí, La Paz y Chuquisaca) y de Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis).

Todas estas ciudades y pueblos diseminados en dilatadas comarcas y distantes entre sí, fueron puestos por Real Cédula, bajo el gobierno inmediato del virrey, gobernador y capitán general y supremo presidente de la Real Audiencia, con residencia en Buenos Aires. Carecían de derechos políticos o de representación ante éste y sólo existía en ellas un cuerpo colegiado para su administración edilicia y judicial: el Cabildo. El virreinato español es la concepción más rigurosa de centralismo o unitarismo. La autoridad del Virrey no reconocía más limitación que la del Rey.

Durante sus treinta y cuatro años escasos de vida, la autoridad virreinal se hizo efectiva en toda esa enorme extensión. Ocurrida la caducidad de ésta y reemplazado el Virrey por la Junta de Mayo, ese territorio que el dominio español había mantenido unido y sometido fue disgregándose paulatinamente y desconociendo cada vez más, la autoridad de Buenos Aires.

Puede decirse que al movimiento emancipador de Mayo siguieron numerosos movimientos emancipadores locales. Estos que no fueron de resistencia a la revolución, sino a la hegemonía de la Junta (2), se acentuaron luego a raíz de la expulsión de los diputados del interior que habían concurrido a la capital en virtud de la circular del 27 de mayo de 1810, y que dejaba a las ciudades que ellos representaban, sin participación alguna en el gobierno revolucionario.

Rechazado el Reglamento Provisorio y triunfante el golpe de estado del Triunvirato que decretó la disolución  de la Junta Conservadora, los diputados del interior, que pasaron a integrarla al disolverse la Junta Grande, fueron compelidos con palabras injuriosas y en término perentorio a dejar Buenos Aires y regresaron a sus respectivas ciudades, llevando a ellas la señal de alarma contra las ilegítimas aspiraciones de dominación porteña.

Las ciudades del interior reaccionaron contra esa usurpación y esta resistencia, que fue el toque de dispersión, es el hito auténtico que marca el punto inicial de nuestro federalismo.

El origen de nuestro federalismo, inorgánico y revolucionario, reside exclusivamente en el levantamiento de las ciudades del interior contra Buenos Aires, en su reacción disociante e igual y contraria a la centralizante, contra el absolutismo porteño.

No es exacto que su punto de partida sea la creación de las Juntas Provinciales, dejada luego sin efecto, que, al establecer diferencias jerárquicas entre ciudades principales y subalternas, provocó el levantamiento de unas contra otras. Las Juntas Provinciales creadas por la Orden Superior de 10 de febrero de 1811 se constituyeron hacia la mitad de dicho año y los diputados fueron expulsados el 7 de diciembre. En los pocos meses que mediaron entre uno y otro hecho, no se produjeron en el país “levantamientos” de ninguna ciudad contra otra y que pudieran influir o trascender en nuestra organización futura.

Por lo demás, el art. 2°. de la extensa “Orden Superior” que las creaba, establecía lo siguiente:
“Que en la Junta residirá in solidum toda la autoridad del gobierno de la Provincia, siendo de su conocimiento todos los asuntos que por las leyes y ordenanzas pertenecen al Presidente, o al Gobernador Intendente; pero con entera subordinación a esta Junta Superior”

Esta “entera subordinación” de las Juntas Provinciales a la de Buenos Aires, aleja toda idea federal.

Algunos autores por equivocada inferencia analógica pretenden que nuestro federalismo tiene su origen remoto en las autonomías regionales españolas, lo que es absurdo. Nada tiene que ver el fuero  de Aragón o el estatuto vascongado, con nuestras  ciudades cuya legislación  y ancestralismo étnico era uniforme.

Creen varios que su causa reside en la acción de los Cabildos. Sin considerar imposible que éstos hayan asumido en el primer momento la dirección de la resistencia a Buenos Aires, lo cierto es que nuestro federalismo se consolidó después de su abolición.

Otros admiten y sostienen una extraña semejanza con los Estados Unidos de Norte América. Nuestro origen federal difiere profundamente  del norteamericano. En el nuestro, un todo grande el Virreinato, se dividió en numerosas partes pequeñas, algunas de las cuales por virtud de un Pacto Federal, el del 4 de enero de 1831, se unieron luego, formando la actual Confederación Argentina.

Es decir que primero hubo disociación total y luego asociación parcial. En Norteamérica, numerosos estados pequeños y algunas provincias quitadas a los estados vecinos formaron un todo grande.

La ilusoria aspiración bonaerense de gobernar por sí sola todas las demás ciudades unida al acentuado carácter monárquico de sus directivas que equivocadamente la ”minoría ilustrada” le había impreso, acrecentaron, principalmente en el litoral, esos focos de franca y abierta resistencia a Buenos Aires que fueron creando alrededor de las ciudades núcleos comarcanos con fisonomía propia que adquirían día a día una autonomía proporcionada a sus posibilidades económicas y que, la impotencia o incapacidad de la autoridad nacional para mantener el orden general y jerárquico y la necesaria cooperación entre capital y provincias y frenar las ambiciones separatistas de éstas, consolidaría definitivamente.

En los primeros años de su aparición en nuestra historia, las palabras unidad y federación no tenían la acepción que se les atribuye actualmente y que adquirirían mucho después.  La primera era sinónimo de monarquía y la segunda de república.

El lema o divisa  de los caudillos provinciales “Viva la Federación”  no significaba otra cosa  que “Viva la República”, porque era expresión de esa resistencia democrática de las ciudades del interior a la política absorbente y monarquizante de Buenos Aires.

Algunos años más tarde, don Juan Manuel de Rosas, con su clara perspicacia política, puntualizaría en carta a Fecundo Quiroga esa divergencia encuadrándola en esas dos palabras antagónicas:
“Por este respecto, que creo la más fuerte razón de convencimiento soy yo Federal, y lo soy con tanta más razón cuanto de que estoy persuadido que la Federación es la forma de gobierno más conforme con los principios democráticos con que fuimos educados en el estado colonial, sin ser conocidos los vínculos y los títulos de Aristocracia, como en Chile,  Lima, etc., en cuyos Estados los Marqueses, los Condes y los Mayorazgos constituían una jerarquía, que se acomoda más a las máximas  del régimen de unidad y la sostienen”.

En la sesión celebrada  el 19 de julio de 1816 en el Congreso Nacional reunido en Tucumán, se trató la forma de gobierno que debía adoptar la nueva nación, cuya independencia se había proclamado diez días antes. El diputado Serrano se opone al sistema federal (pag. 237, Tomo I, A.C.A.) y convencido de la necesidad del orden y la unión propone la monarquía temperada. La mayoría de los diputados  se inclina hacia la monarquía y el restablecimiento de la Casa de los Incas (Azevedo, Castro, Thames, Ribera, Pacheco, Loria, etc.)

En la sesión del 6 de agosto de 1816 (pág. 242) se renovó la discusión sobre la forma de gobierno y el diputado por Buenos Aires doctor Tomás Manuel de Anchorena pronunció un discurso político exponiendo los inconvenientes del sistema monárquico y señaló como el único medio de conciliar todas las dificultades, “en su concepto”  la federación de provincias.

En el Congreso de Tucumán ningún diputado habla de República. Los que no eran monárquicos dicen: Federación.

“En abril de 1836 -dice Pradere” (“Iconografía de Rosas” pág. 33)- se izó en el Fuerte una bandera con las inscripciones siguientes: “Federación o Muerte”, “Vivan los Federales”, “Mueran los Unitarios”, y adornada con los gorros de la Libertad”. Estos en realidad no eran otra cosa que los gorros frigios que simbolizan la República.

La decidida resistencia de las ciudades del interior revela a la “minoría selecta” su impotencia para imponer su premeditada dominación, impotencia que hacen extensiva a todo el país. Y en la infundada creencia de que el pueblo  argentino no contaba con elementos suficientes para organizar un gobierno propio que pudiera sostener y consolidar la independencia y dominar eso que ellos llaman “anarquía”, intentaron traer ese gobierno “de afuera”. (3)

Y como no era posible importar un Director o un Presidente extranjero, pensaron, con toda lógica dentro de ese orden de ideas, en el protectorado y  la monarquía.   

Primero fue la misión de Rivadavia y Belgrano a Europa en procura de un rey.

Luego la de Manuel José García a Río de Janeiro a mendigar el protectorado inglés. “En 1815 el Director, General Carlos M. de Alvear le escribía al ministro inglés en Río de Janeiro: La experiencia de cinco años había hecho ver de un modo indudable a todos los hombres de juicio y de opinión que este país no estaba ni en edad ni en estado de gobernarse por sí mismo” y concluía diciéndole: “que se necesitaba de una mano exterior que lo dirigiese y contuviese en la esfera del orden. Fundado en estas consideraciones y en el odio que todos manifestaban por la dominación española, proponía convertir a las Provincias Unidas en Colonia autonómica de la Inglaterra, si ésta se dignaba recibirlas como tales”. (4)

Y más tarde las gestiones de Valentín Gómez en Francia en busca de un príncipe coronable en estas provincias.

En la orientación dada a la política nacional por medio de estas misiones originadas en el presunto complejo de inferioridad argentino y en la correlativa necesidad de traer el gobierno “de afuera” se prescindió invariablemente de las demás provincias. La presuntuosa minoría unitaria-monárquica, la oligarquía directorial bonaerense, decidía por sí y ante sí de la suerte futura de la independencia de la nueva nación que ella era incapaz de defender, llegando en su medrosa incomprensión hasta considerar posible, no ya el humillante protectorado, sino también la incorporación de las Provincias del Río de la Plata  a la monarquía del Imperio del Brasil.

Así lo demuestran las “Instrucciones Reservadísimas” votadas por el Congreso, trasladado de Tucumán a Buenos Aires, el 4 de septiembre de 1816, a los dos meses  de haberse declarado la independencia:
“Si se le exigiese al Comisionado que estas Provincias se incorporen a las del Brasil se opondrá abiertamente manifestando que sus instrucciones  no se extiende a este caso, y exponiendo cuantas razones se presenten para demostrar la imposibilidad de esta idea, y de los males que ella produciría al Brasil. (Pero si después de apurados todos los recursos de la política y del convencimiento insistiesen en el empeño, les indicará [como una cosa que sale de él, y que es lo más tal vez a que podrán prestarse estas provincias] que formando un estado distinto  del Brasil, reconocerán por su monarca al de aquél  mientras mantenga  su corte en este continente, pero bajo una Constitución que les presentará el Congreso; y en apoyo de esta idea esforzará las razones que se han apuntado en las instrucciones que se le dan por separado de éstas y demás que puedan tenerse en consideración). Mas cualquiera que sea el resultado de esta discusión lo comunicará inmediatamente al Congreso por conducto del Supremo Director”. (5)

Este hecho demuestra que la minoría unitaria de Buenos Aires consideraba que el país carecía de los medios necesarios para realizar el pensamiento de Mayo, y explica su impresionante impasibilidad ante la desmembración territorial.

El monarquismo imperante en Buenos Aires desde las postrimerías del Triunvirato dista mucho de ser una exagerada leyenda, un “subterfugio diplomático” para ganar tiempo, una “simulación” para salvar la independencia, como se ha pretendido y asume formas precisas y caracteres profundos bien distintos de los que habitualmente se le atribuyen.

Belgrano de vuelta en Buenos Aires de la misión que juntamente con Rivadavia lo llevara a Europa, informa al Congreso lo siguiente:  
 “…Segundo, que había acaecido una mutación completa de las ideas en la Europa en lo respectivo a la forma de gobierno: Que como el espíritu general de las naciones en los años anteriores, era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo todo: Que la nación Inglesa con el grandor y majestad a que se ha elevado, no por las armas y riquezas, sino por una constitución de Monarquía temperada había estimulado a las demás a seguir su ejemplo: Que la Francia la había aceptado: Que el Rey de Prusia por sí mismo, y estando en el goce de un poder despótico había hecho una revolución en su reino, y sujetándose a bases constitucionales, iguales a los de la nación Inglesa; y que esto mismo habían practicado otras naciones”.
“Tercero, que conforme  a estos principios en su concepto la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de monarquía temperada“. (6)

Y en la sesión secreta del 12 de noviembre de 1819 el Congreso resolvió aceptar la forma monárquica de gobierno admitiendo como monarca de estas provincias, el príncipe adquirido en Europa por Don Valentín Gómez.

El acta respectiva dice así:
“Reunidos los señores Diputados en la Sala de Sesiones a la hora acostumbrada, los Señores Diputados encargados en comisión de formalizar el proyecto de las condiciones bajo las cuales había de admitirse la propuesta hecha por el Ministerio de Negocios Extranjeros de París para establecer en las Provincias Unidas una Monarquía constitucional cuyo punto había sido ventilado con la mayor detención en las tres sesiones anteriores, y resuelto en la última la admisión de aquél condicionalmente, hicieron presente a la Sala hallarse en estado de dar cuenta de su comisión. Leído por tres veces el proyecto que presentaron por escrito, se hicieron en general algunas observaciones y se procedió enseguida a considerar separadamente cada condición de las nueve que aquél contenía…”
“Se examinaron por su orden la tercera y cuarta condición y fueron aprobadas en los términos siguientes: 3°. “Que la Francia se obligue a prestar al Duque de Luca una asistencia entera  de cuanto se necesite para afianzar la monarquía en estas Provincias y hacerla respetable…4°. Que estas Provincias reconocerán por su monarca al Duque  de Luca bajo la constitución política que tienen jurada; a excepción de aquellos artículos que no sean adaptables a una forma de gobierno monárquico hereditaria; los cuales se reformarán del modo constitucional que ellas previenen”. (7)

La “máscara” de Fernando VII se transformaba por imposición directorial en un rey de carne y hueso.

En el libro “Rivadavia y la simulación monárquica”, editada por la Junta de Historia y Numismática Americana, su autor Don Carlos Correa Luna pretende que las gestiones de Rivadavia y Belgrano no fueron otra cosa que una “habilísima simulación” para salvar la Revolución de Mayo. Don Vicente Fidel López, por su parte, las llama “vergonzosa comedia”.

En presencia de estas actas secretas y de las instrucciones Reservadas y Reservadísimas, redactadas y votadas para los “de casa”, no es lícito hablar de simulación. Era mucho simular. Pero si Rivadavia, Belgrano y Valentín Gómez estaban realmente  representando una comedia, es de justicia reconocer que actuaron con tanta eficacia que lograron desencadenar a las Provincias contra Buenos Aires.
El mismo día, 12 de noviembre de 1819, que en Buenos Aires el Congreso Nacional daba principio de ejecución a sus proyectos monárquicos votando, como queda probado, la aceptación del Duque de Luca  para monarca de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en el otro extremo del país Don Bernabé Aráoz derrocaba al gobernador directorial y asumía el mando de su provincia que a poco convertiría en “La República Independiente de Tucumán”.
Nuestras guerras civiles se reducen en lo principal, siendo lo accesorio lo que en ellas puso la pasión o el interés local, a la lucha por imponer su predominio, entre estas dos tendencias: la unitaria-monárquica representada por los hombres de Buenos Aires y la republicana-federal que sostenían los núcleos provinciales por medio de sus gobernadores o caudillos que ellos mismos se habían dado.

El proceso de esas luchas se había mantenido latente, diferido podemos decirlo, a la necesidad de combatir unidos por la gran causa de la independencia. San Martín, con muy buen criterio, prefirió combatir a los realistas que bajar al litoral a presentar batalla a la montonera.

Y cuando la independencia se hubo consolidado por esta “desobediencia”, los federales-republicanos “invadieron la provincia de Buenos Aires para libertarla del Directorio y del Congreso  que pactaba la coronación  de un príncipe europeo  en el Río de la Plata contra la opinión de los pueblos”, y al materializar victoriosamente su oposición en la Cañada de Cepeda, su doctrina adquirió forma precisa en el Tratado de Pilar.

El motín de Arequito, primera sublevación en masa de un ejército nacional, es seguramente el hecho más importante de nuestras guerras civiles, que al restar la fuerza al Supremo Director, hizo posible el triunfo de las montoneras en Cepeda y la desaparición, para siempre, de las pretensiones unitario-monárquicas. Y no puede dudarse, de que sus funestos errores, lógico fruto de su permanente divorcio con la masa popular en la que nunca creyó y siempre despreció  sinonimándola  con la barbarie, conducían fatalmente a la disolución nacional, este hecho precipitó en forma incontenible los acontecimientos.

Su causa determinante no fue otra que la enunciada por uno de sus principales autores, el general José María Paz: “Entre tanto; ¿qué se proponía el gobierno abandonando las fronteras del Perú y renunciando a las operaciones militares, tanto allí como en los puertos del Pacífico? ¿Era para oponerla a algunos cientos de montoneros  santafecinos, o para apoyar la coronación del Príncipe de Luca?”
A raíz de la sublevación de Arequito: “Luego que en Córdoba se supo el cambio del ejército, el Gobernador Doctor Don Manuel Antonio Castro abdicó el mando y fue elegido popularmente el Coronel Don José Díaz como Gobernador provisorio. Casi al mismo tiempo, y sin que hubiera habido acuerdo ni la menor combinación, sucedía en Santiago del Estero  el movimiento que colocó en el mando  al Coronel don Felipe Ibarra, que rige hasta hoy en aquella provincia, y en San Juan se sublevaba  el batallón núm. 1 de Los Andes. El Coronel Alvarado ocurrió desde Mendoza con el Regimiento de Granaderos a Caballo, para sofocar la rebelión, pero tuvo que volverse de medio camino y ganar Chile a toda prisa, temeroso de que se comunicase el contagio. En Mendoza y demás pueblos hubo también cambios de gobierno, reemplazando a los nombrados por el Gobierno Nacional, los elegidos por el pueblo. Los pueblos subalternos imitaron a las capitales y se desligaron enseguida constituyéndose en provincias separadas. De este tiempo data la creación de las trece que forman la República, hasta que vino a aumentarse este número con la de Jujuy,  que se separó últimamente”.

A lo referido por el General Paz, quien ha escrito lo que antecede en sus MEMORIAS, hay que agregar  la “República Independiente de Tucumán” de don Bernabé Araoz, la Provincia de Santa Fe, los Litorales y la Oriental, con que el Patriarca de la Federación, el Supremo Entrerriano y el Protector de los Pueblos Libres, habían combatido exitosamente la política extranjerizante del Directorio.

Con el triunfo de las armas federal-republicanas, desapareció para siempre el gobierno nacional unitario de los primeros años, el que a pesar de sus transformaciones   sucesivas -Junta de Mayo, Junta Grande, Triunvirato y Directorio- y de estar desempeñado y asesorado por los “hombres de las luces” –Moreno, Rivadavia, Pueyrredón, etc.- no logró en el decenio de su predominio, 1810-1820, imponer ni prestigiar su autoridad, ni dar cohesión propia al inmenso territorio bajo su mando.

Tal es la causa, sin que esto importe negar la existencia de otros factores concurrentes, de la acefalía nacional y de los acontecimientos que la historia escrita por los hombres de Buenos Aires, desvirtuando intencionalmente su profundo significado, denomina erróneamente “Anarquía del Año XX”, cuya consecuencia inmediata y trascendental fue la consolidación del federalismo.

No hubo tal anarquía, a no ser que se dé este nombre al desorden y desconcierto de la minoría unitaria monárquica ante la inminencia de su derrota. En el año XX   las ciudades del interior enfrentaron decididamente a Buenos Aires y definieron a favor de los republicanos la lucha entre las dos tendencias en que se había bifurcado la Revolución de Mayo.

Por lo demás, en caso de haber existido ésta realmente, una anarquía triunfante supone siempre del otro lado un gobierno impotente o desprestigiado.  La historia es la depositaria de la reputación de los hombres del pasado, no es posible entonces, lícitamente, seguir imputando la responsabilidad histórica de esta guerra civil a los “anarquistas” Artigas, Ramírez, López, Bustos, etc., que en realidad no hicieron otra cosa que acaudillar al pueblo en su legítima rebelión contra los hombres de Buenos Aires que pretendieron frustrar su destino.

Y la antigua inmensidad virreinal cuya “autoridad superior” asumiera en fecha memorable la Junta de Mayo, se desmembró exactamente  a los diez años, en numerosas “soberanías” independientes entre sí, quedando como único vestigio de la omnipotencia de Buenos Aires, una precaria y provisoria delegación para los asuntos internacionales y de Paz y Guerra.

Así nació y se desarrolló nuestro federalismo. Buenos Aires había emancipado de España el Virreinato del Río de la Plata y las comarcas que integraban a éste se independizaron, a su vez, de Buenos Aires.

Notas:
1)    Con ser aparentemente sinónimas ambas denominaciones, el Estatuto  Provisional era típicamente unitario y el Reglamento Provisorio de tendencia provincialista.
2)         Los diputados venidos a Buenos Aires en virtud de la circular citada, reclamaron su inmediata incorporación a la Junta, invocando entre otras, la siguiente razón: “La capital no tiene títulos legítimos para elegir por sí sola gobernantes que las demás ciudades deben obedecer”. Es de hacer notar que el diputado, que lo era el Deán Funes decía ciudades y no provincias. Esta palabra se usaba entonces, como sinónimo de comarca.
3)        A. Saldías, “La Evolución Republicana durante la Revolución Argentina”. Página 57. Buenos Aires 1906.
4)       Clemente L. Fregeiro, “Estudios Históricos sobre la Revolución de Mayo”. Edición de la Junta de la Historia y Numismática, Tomo VII, página 100.
5)      “Asambleas Constituyentes Argentinas”, Tomo I, pág. 500. Lo contenido entre doble paréntesis fue suprimido en sesión del 27 de octubre de 1816, Pág. 512.
6)        “Asambleas Constituyentes Argentinas”, Tomo I, página 482.
7)        “Asambleas Constituyentes Argentinas”,  Tomo I, pág. 576.


* Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas n° 6, Buenos Aires, Diciembre de 1940.

lunes, 13 de julio de 2015

EL VIZCONDE DE ABRANTES Y EL DOCTOR FLORENCIO VARELA*

Batalla de Ituzaingo
Por: Ricardo Font Ezcurra

“Francia y Gran Bretaña consumían en balde en el estuario del Plata el combustible de sus fragatas mientras intentaban engañarse mutuamente e intimidar al hombre de Palermo, que se burlaba de ambas. El fracaso de la presión internacional contra Buenos Aires aumentó el prestigio y adornó de leyenda y popularidad al rostro sombrío de don Juan Manuel de Rosas. Por el error extranjero se convirtió en el mayor criollo americano. Para él toda la América del Sud volvería su mirada conmovida cuando se anunció la inaudita y desesperada iniciativa española de ataque a las antiguas colonias para instalar aquí príncipes de la casa de Borbón. Si necesitaran una espada para combatir al intruso lo convocarían a él, el caballero de la pampa. La estatura titánica del dictador proyectaba una sombra extensa en el continente: tras los navíos de bloqueo tremolaba en el aire su poncho punzó. Crecía en el peligro. Desafiaba a las potestades del mundo.”

Así describe don Alberto Calmon, en un interesante artículo, no exento de belleza primitiva, la situación política sudamericana creada por la intervención europea en el Rio de la Plata(1).

El Brasil temía y respetaba a Rosas. “Su máximo propósito, en 1843 –dice Calmon- era impedir que el gobernador de Buenos Aires con su triunfante política federalista, absorbiera por una parte a Montevideo, con la victoria de Oribe sobre Rivera, y por la otra cumpliera el remoto propósito de Belgrano, incorporando el país guaraní que Francia le había sustraído al antiguo virreinato”(2).

De ser exacto que Rosas pretendía reincorporar a la Confederación Argentina las provincias del Paraguay y Uruguay, no pueden atribuírsele los propósitos imperialistas que dejan entrever los historiadores al usar impropiamente en sus exposiciones y relatos el vocablo “anexar”. La anexión supone el acrecentamiento del acervo patrio con un territorio ajeno. La desmembración es la separación a perdida de una parte del territorio propio. Este no es el caso del Paraguay y el Uruguay. Rosas no pudo pretender “anexar” estas provincias a la Confederación Argentina puesto que pertenecían a ella. Trató simplemente de impedir su desmembración definitiva.

Es posible que fuera mucho más cómodo y desde luego exento de complicaciones el “desentenderse de ellas oficialmente”, como hiciera Rivadavia, cuyo Sillón, “como los pozos, se agrandaba a medida que le quitaban tierra”.

“La revolución de Mayo confirmó esa unidad múltiple o complexa de nuestro gobierno argentino por el voto de mantener la integridad del Virreinato y por la convocatoria dirigida a las demás provincias para crear un Gobierno de todo el Virreinato.” (Juan B. Alberdi, Bases.)

Este pensamiento contrariaba rotundamente los puntos de vista del Brasil, en cuyo interés estaba el impedir la formación de un estado poderoso que pudiera equilibrar el poder del Imperio y obstaculizarlo en la realización de sus propósitos imperialistas. Portugal primero y luego el Brasil habían perseguido tenaz e infructuosamente un propósito: poner sus fronteras en el Rio de la Plata y sus afluentes (3). Dominando los ríos podía comunicarse fácilmente con sus provincias situadas en la parte superior de ellos y adquiría una preponderancia indiscutible sobre la Republica Argentina. Tenía, pues, interés vital en la cuestión;  por eso trató de usurpar a España los territorios que esta poseía en el margen norte del Rio de la Plata, y de anexar a su soberanía los ríos Parana y Uruguay.

Esta pretensión explica fácilmente la injerencia del Brasil en la política del Rio de la Plata y es la causa de numerosos conflictos provocados por él, cuyas insospechadas derivaciones habrían de gravitar profundamente en nuestra historia (4).

“Así lo vemos aprovechar la revolución de la independencia e introducir en 1812 un ejército de cuatro mil hombres en el territorio de Montevideo para apoderarse de la provincia. Lo vemos retroceder cuando Buenos Aires manda un ejército a sostener la causa de la independencia; lo vemos mantener un ejército en la frontera como espiando la ocasión de volver a asaltar su presa codiciada; y por fin aprovechar el conflicto del año 1816 y ocupar provisoriamente en 1817 a Montevideo”(5).

Viene después Tacuarembó. La independencia del Brasil, quien anexa la Banda Oriental con el apoyo militar prestado por Fructuoso Rivera. La expedición de los Treinta y Tres Orientales al mando de Lavalleja, el triunfo de Sarandí y su incorporación a la República Argentina votada el 25 de agosto de 1825 en el Congreso de la Florida. Esta incorporación, aceptada por el Congreso de las Provincias Unidas por la ley del 24 de octubre de 1825, fue contestada por el Brasil declarando la guerra a Buenos Aires. A las victorias preliminares de Camacuá, Bacacay y Ombú, sucedió luego el definitivo encuentro en Ituzaingó, mientras el almirante Brown con su minúscula flota hacia el milagro de Juncal. A la humillante gestión de Manuel J. Garcia(6), sucedieron las laboriosas tramitaciones de Guido y Balcarce, que dieron por resultado la paz con el Brasil, firmada durante el gobierno del coronel Manuel Dorrego, el 27 de agosto de 1826.

Este tratado se reduce, en lo principal, al reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental, lo que impedía al Brasil, por el momento, la realización de su proyecto fundamental, que era poner sus límites en el Rio de la Plata.

Desde esa fecha hasta el momento en que llegamos en nuestro relato, había sucedido una larga tregua, durante la cual el Brasil, lejos de abandonar sus antiguos proyectos(7), esperaba pacientemente, sin precipitar los acontecimientos, el momento propicio para extenderse hacia el sud, buscando la expansión territorial que era imprescindible para su desenvolvimiento. La ocupación del Rio de la Plata por la escuadra anglo-francesa, ocurrida durante ese interregno, fue el toque de atención.

El gobierno imperial consideró llegado, pues, el momento propicio para iniciar sus actividades que tenían el objetivo ya señalado. “Aquello que Francia y Gran Bretaña aisladas no habían conseguido, lo obtendrían con certeza, si actuaban en una triple alianza con el Brasil”(8).

Y con el fin de aprovechar esta magnífica oportunidad, envió en el año 1843, en misión especial ante los gobiernos de Francia y Gran Bretaña a don Miguel Calmon du Pin e Almeida, vizconde de Abrantes. Aunque la cancillería de Rio de Janeiro tratara de ocultar su verdadero propósito, vinculándola a pretendidos convenios comerciales, tenía en realidad tres objetivos coincidentes con la política secular luso-brasileña, en el Rio de la Plata: 1°, el reconocimiento de la independencia del Paraguay; 2°, garantía colectiva de la independencia uruguaya; y 3°, pactar una alianza ofensiva para derrocar a Rosas. El Brasil perseguía con esto la formación de pequeños Estados a su alrededor, sobre los cuales dominaría sin esfuerzo. El Imperio en el sud practicaba una política análoga a la seguida por los Estados Unidos en el norte, quien después de desmembrar a México y anexarse una gran parte de su territorio  (las provincias de Texas y California), estableció un amplio protectorado sobre las pequeñas republicas del Mar Caribe, constituyéndose en el árbitro absoluto de su política y de su comercio.

La tarea encomendada al vizconde de Abrantes era, pues, la materialización de este su antiguo pensamiento, que ahora el bloqueo del Rio de la Plata por las escuadras europeas hacían realizable sin mayores riesgos.

Había antes que nada que eliminar a don Juan Manuel de Rosas, el obstáculo insalvable contra el cual se estrellaban inútilmente sus pretensiones imperialistas. Lo demás vendría solo.

                     CONTINUARA…



NOTAS
1)      Pedro Calmon. El vizconde de Abrantes y Rosas. Rio de Janeiro, 1937
2)      “Hecha la capitulación con Velazco, el primer pensamiento fue el de comunicar el suceso a Buenos Aires, o lo que es lo mismo, reconocer la superioridad de aquella Junta. Pero por fortuna sobrevino Francia, en cuyo concepto era la dependencia de Buenos Aires tan ominosa como la dominación de España”. (Blas Garay, Historia del Paraguay. Madrid 1896. 
Pedro Ferré, en sus Memorias, Buenos Aires, 1921, es de la misma opinión respecto de la provincia de Corrientes: “No quisiera recordar la abyección en que se halló mi patria (Corrientes) cuando después de sacudir el yugo del rey de España, quedó uncida al de Buenos Aires”. 
Si se tiene por lógica y conveniente la independencia de la provincia del Paraguay, no hay motivos para creer que de otro modo hubiera sido considerada la independencia de Corrientes; y la Confederación Argentina se hubiera desmembrado en esa serie de pequeñas republicas tan anhelada y fomentada por el Brasil.
3)      “Por tierra la batalla de Ituzaingo podrá haber sido de resultados indecisos, como lo afirman algunos críticos militares, pero esto no impidió que se revelara la impotencia del ejército que mandaba el marqués de Barbacena para garantizar el límite del Rio de la Plata, alcanzado a costa de tantos esfuerzos. Ituzaingo equivale pues a una derrota brasileña y así consideran esta acción de armas los argentinos” M. Oliveira Lima, Formación histórica de la nacionalidad brasileña, Madrid, 1918.
4)      “Ha sido éste el tradicional empeño del Imperio y el gran peligro que el patriotismo argentino tiene que contrarrestar y prevenir en medio de las pasiones de sus bandos que con frecuencia han recurrido a las intervenciones extranjeras para vencer a sus contrarios. De este peligro está exento Chile y por eso allí la idea de patria tiene hondísimas raíces: ante sus intereses callan los partidos internos como acaba de verse en la última guerra. Por el contario, en el Rio de la Plata, las frecuentes intervenciones extranjeras han debilitado el deber hacia el interés de la patria, que han subordinado al interés de partido.” (Vicente G. Quesada, Historia diplomática Latino-Americana. Buenos Aires, 1918-1920)
5)      Manuel Bilbao, Historia de Rosas, Buenos Aires, 1919.
6)      Lord Ponsonby, ministro de S.M.B., en Buenos Aires durante la guerra con el Imperio, había iniciado una negociación para poner fin a esta. Después de algunas conferencias les sometió un proyecto de tratado cuyo primer artículo establecía que: “La Banda Oriental se erigirá en un Estado libre e independiente”. Era la primera vez que se trataba oficialmente la separación de una parte tan considerable del territorio de la nación. Un asunto de esta importancia, debió merecer un serio y detenido estudio por parte del Gobierno encargado de su conservación y a cuyas conclusiones no podía ser ajeno el triunfo de sus armas, que no habían sufrido ningún contraste. Lógicamente debió ser rechazado con toda energía. Sin embargo, ni Rivadavia ni sus ministros hicieron objeción alguna al respecto.
7)      Pedro I, en las instrucciones dadas al marqués de Santo Amaro en 1828, le decía: “En cuanto al nuevo Estado Oriental o la provincia Cisplatina, que no hace parte del territorio argentino, que estuvo incorporado al Brasil, y que no puede existir independiente de otro Estado, V.E. tratará oportunamente y con franqueza de probar la necesidad de incorporarlo otra vez al Imperio”. (La Gazeta Mercantil, 11 de junio de 1845).
8)      Pedro Calmon, op. cit., Rio de Janeiro, 1937.


*RICARDO FONT EZCURRA. La Unidad Nacional, cap III. Cuarta edición. Editorial La Mazorca. Bs As 1944