sábado, 13 de enero de 2018

Motivos del Revisionismo y del Antirrevisionismo Históricos.

Por: Pedro de Paoli

Conferencia pronunciada en Mendoza el 6 junio 1959.

      Es en nuestros días que, por primera vez se plantea en nuestro país la cuestión histórica. Con anterioridad solamente se planteó la cuestión de algunos hechos históricos, pero tratados empíricamente, desde su importancia como episodios, y dentro de los  límites puramente formales y estrechos de la crónica.

      Jamás se fue al contenido de los hechos históricos, como tampoco se los trató en su conjunto como raíz de un pueblo nuevo y como causa de un acontecer que se proyectaba hacia el futuro obedeciendo al sino de un momento histórico dado, y al que ninguna fuerza era capaz de detener. Donde había una fuerza inmaterial que daba nacimiento a un nuevo acontecimiento histórico, como ocurrió con el nacimiento de Babilonia, Grecia, Roma, la Edad media, o el Renacimiento, nuestros historiadores sólo vieron tal o cual hecho, o episodio, provocado por la voluntad personal de aquel o éste personaje civil o militar. Y lejos de ser capaces de penetrar en los designios del sino histórico de los pueblos, de las razas o de las culturas, desde el punto de vista filosófico o teológico, hasta fueron incapaces de unir al estudio de esos hechos históricos, las ciencias indispensables a tales estudios: cuales son la etnografía, la economía, la filosofía la arqueología, la sociología… Y es que de todos nuestros llamados historiadores ninguno fue filósofo, ni economista, ni político. Los unos fueron periodistas y los otros militares. No se cultivaba, entonces, en nuestro país ni la ciencia histórica ni el método histórico. De ahí que quienes pretendieron ser historiadores quedaron en meros cronistas. Por eso nosotros no tenemos una Historia Argentina, sino que solamente tenemos una crónica de los hechos históricos de la Argentina.

      Sarmiento intentó en el ‘Facundo’ realizar un estudio histórico, dentro de los lineamientos y del sentido real y profundo de esta ciencia, de acuerdo con los conocimientos de su época. Su falta de cultura, de entonces, y su pasionismo, se lo impidieron. Por eso dice el Dr, Alfredo L. Palacios que “Facundo no es libro de historia, ni es tampoco un libro de sociología”, y por eso don Valentín Alsina le reprocha a Sarmiento, en las notas críticas que escribió sobre  ‘Facundo’: “Ud, es propenso a los sistemas (quiere decir con esa palabra, preconceptos, que se tiene una idea preconcebida del asunto que se va a tratar), Ud. es propenso a los sistemas, y éstos, en las ciencias sociales como en la naturales, no son el mejor medio de arribar al descubrimiento de la verdad, ni al recto examen, ni a la veraz exposición de ella. Desde que el espíritu está ocupado de una idea anterior, y se proponga hacerla triunfar en la demostración, se expone a equivocaciones notables, sin percibirlo”.

      Con ese pasionismo y esos ‘sistemas’, al decir de don Valentín Alsina, o preconceptos, nacen nuestros libros de historia argentina, en los que hemos estudiado siendo niños y jóvenes, y con los que hemos enseñado luego siendo maestros. Y así se formó nuestro concepto histórico del pasado argentino con libros escritos por cronistas cuyo interés principal fue el de defender al padre que fue actor de importancia en algunos hechos históricos, a la propia familia que se hizo de éstos o aquellos bienes; al Partido en que el historiador militó, o para defender al historiador mismo de hechos que él realizó y que necesito explicar y justificar ante sus contemporáneos y aun ante la posteridad.

      Historia escrita por los triunfadores de uno de los dos bandos en luchas, está viciada por ese ‘sistema’ que menciona don Valentín Alsina y por la falta de cultura histórica de quienes se erigieron en nuestros historiadores.

      Era, pues, natural que, con el tiempo llegase una generación que, penetrando  resueltamente por la angosta puerta de los archivos históricos, tomara de los estantes los legajos amarillentos, y pacientemente se pusiese a leer y releer documentos históricos sobre éste o aquel hecho, sobre éste o aquel personaje. Y ha ocurrido lo que era inevitable que ocurriese; Se descubrieron los ‘sistemas’ con que fue escrita nuestra pretendida historia argentina. Y esta generación, que es la actual, con los documentos en la mano, salió a la calle y comenzó a gritar la verdad de este o aquel hecho histórico, sobre este o aquel personaje de nuestra historia. Y tal hecho y tal personaje comenzaron a cambiar de fisonomía, a cambiar de alma; algunos para bien, otros para mal de ellos mismos.

      Si la historia fuese una ciencia, como lo es en realidad, como las matemáticas o la botánica, o la medicina, aceptando por un instante como ciencia el arte de curar, no hubiera ocurrido nada, nadie se hubiese alarmado, y nadie hubiera sido combatido ni perseguido por ello. Porque ¿qué importa si mañana se descubre una mejor manera de resolver un teorema, o si tal planta en lugar de ser de una especie, resulta que es de otra, o si la bronconeumonía se cura mejor con este medicamento que con aquel? Desde el punto de vista de la especulación científica, todo ello da lugar a que se aplauda, porque nadie se perjudica en sus intereses, ni morales ni materiales.

      Si la historia, incluso la argentina, fuese tratada como debiera tratarse, esto es, puramente como una ciencia, cuando se llegara a transformar un concepto dándole una forma o un sentido diferente a los que tenía anteriormente, nadie se alarmaría,  nadie se  violentaría,  y nadie sería combatido ni perseguido, ni calumniado por eso. Más aun, cuando vemos de pronto que personajes de la historia de otro país, como Catilina, por ejemplo, que siempre fue tenido por un corrompido y mal ciudadano, resulta que no es así; cuando a un hombre como Junio Bruto, a quien se tuvo por el repúblico puro por excelencia, y se descubre luego, que era un tartufo oligarcón y que la muerte de Julio César, de la que fue responsable en primer término, fue un crimen de lesa patria; cuando se sostiene y se prueba que Cicerón, el gran Cicerón con su verba incomparable, más que de patriota tenía de demagogo y simulador; nadie, absolutamente nadie, se enoja, ni se llena de odio, y a quienes sostienen tal transformación de conceptos históricos, no se los persigue ni aquí, ni en ninguna parte. Pero en cambio, ¡guay! de quien aquí, entre nosotros, sale un día a la calle con un documento insospechado e irrefutable en la mano, y dice: tal hecho que se creía que era así, es de esta otra manera, o tal personaje que se ha sostenido siempre que era tal, resulta ahora que es cual. ¡Guay! de él.

      ¿Cuál es el motivo? ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué a nosotros que sostenemos lo que se ha dado en llamar el ‘revisionismo histórico’ se nos combate tanto, y se nos persigue sin tregua? En otras palabras: ¿por qué está condenado a muerte el ‘revisionismo histórico’?

      ¿Cuáles son los motivos del ‘revisionismo y del antirrevisionismo históricos? He aquí la cuestión.

      La historia y sus hechos están íntimamente ligados a la política del pueblo respectivo. No hay hecho histórico sin intereses, causas y motivos políticos. No hay motivos políticos sin intereses económicos. La política y la economía son partes integrantes de la Historia. Los intereses de una clase social, de un grupo, y hasta de un individuo o de una familia, están íntimamente ligados a la política del  país. Escribir la historia de un país es escribir los hechos políticos de ese país, o dicho más concretamente, no se puede escribir la historia de un país, sin exponer como fue la política de ese país en ese mismo período histórico. Y exponer en una historia como fue la política de ese país, en tal tiempo o época, es describir como se defendieron los intereses de las diferentes clases sociales, familias, castas, instituciones o individuos. De cómo se escriba la historia resultan patriotas o antipatriotas, morales o inmorales, santos o protervos, próceres o delincuentes, ésta o aquella clase social, este o aquel partido político, esta o aquella institución, estas o aquellas familias, este o aquel personaje.

      Si la historia de Florencia del 1200 al 1300 la escriben los güelfos, ¡Dios guarde a los gibelinos de cómo salen de ella!, y si la escriben los gibelinos ¡Dios guarde como salen los güelfos! Se voltean unas estatuas y se levantan otras; se cambian los nombres de las calles, las plazas se denominan de otra manera y Dante es o no desterrado.

      Nuestra historia fue escrita ayer nomás, por hombres de un mismo partido político y miembros de una misma sociedad internacional secreta. Eran hombres que, aunque pudieran tener esporádicamente algunas divergencias políticas, defendían los mismos intereses morales y materiales, y pertenecían a una misma corriente ideológica. Ellos, con sus historiadores, dieron certificado de buena conducta y patente de próceres a hombres y partidos, y marcaron de antipatriotas y bandidos a otros hombres y partidos. Cambiar los conceptos históricos por ellos establecidos, es cambiar las calificaciones que ellos hicieron, y los afectados en sus intereses morales o materiales, o en su partido político, en su sociedad secreta, o en sus nombres, salen en defensa de lo suyo armados de cualquier arma, con tal que sea ofensiva.

      Al cambiar los conceptos históricos que figuran en los libros que se estudian en escuelas y universidades, surgen a la superficie los intereses materiales que fueron los motores de la política movida por los próceres de nuestra pretendida historia. Y este es el punto gordiano de la cuestión. Señalar como se urdieron y quienes se beneficiaron con esa política es dar nacimiento a lo que se ha dado en llamar “revisionismo histórico”;  mantener como verdad inconcusa, eterna e inconmovible, los conceptos establecidos por nuestros historiadores clásicos, es colocarse dentro del “antirrevisionismo histórico”.

      ¿Cuáles eran los intereses que con tanto afán ponen los enemigos del “revisionismo histórico” en que no se hurguen? ¿De qué clase eran tales intereses? ¿Qué relación tenían con el destino de la patria, con la libertad absoluta de la patria, con la grandeza de la patria, esos intereses que el “revisionismo histórico “quiere exponer a la luz del día?

      Largo, larguísimo sería exponer el tema en toda su integridad. Habría que arrancar desde antes de mayo de 1810. Habría que introducirse por la maraña de los acontecimientos antes del alborear histórico; de los que ocurrieron cuando la patria advino; cuando ocurrieron los de la época de Rivadavia, de los caudillos, de Rosas. Pero como nuestra historia fue escrita  después de la caída del gobierno de Rosas, arrancaré desde entonces, haciendo una leve referencia a los acontecimientos anteriores de esa época: Rosas cae ante el embate de un ejército internacional formado por tropas argentinas, uruguayas y brasileñas. Los emigrados, a cuyo frente están Mitre, Alsina, Mármol, Sarmiento, los Varela… días antes de la batalla de Pavón, en la logia de Rosario, como he expuesto en mi libro: “Los motivos del Martín Fierro en la vida de José Hernandez”, eliminan a Urquiza, Buenos Aires sienta su hegemonía, y militares uruguayos al servicio de Mitre, aplastan a sangre y fuego todas resistencia sed las provincias. Es la época en que ocurre el asesinato alevoso de ‘El Chacho’. Y sometido, desarmado y vencido, el país queda a merced del grupo dirigente del Partido Unitario, llamado ahora el Partido de la Ilustración, el Partido Liberal.

      Tendido de norte a sur está el suelo patrio cuajado de riquezas sin explotar. Campos ubérrimos, riquísimos; llanuras inmensas y fértiles; bosque tupidos de maderas industriales; ríos, cascadas, montañas, rodeos de vacas y de yeguarizo de miles de cabezas que no tienen dueño; minas de mineral riquísimo, todo, todo está allí, al alcance de la mano, esperando la mano del hombre, que, empuñando la herramienta de trabajo, abra los cauces de esa riqueza y prodúzcale asombro del mundo. Y todo es nuestro; la previsión maravillosa de España inmortal hizo que ni nación extranjera, ni persona extranjera, ni compañía extranjera se apoderada de nada de esta tierra. Más aún, casi todo eso, casi toda esa riqueza, más que nuestra es fiscal, es del gobierno, y éste puede, con tanto prodigio hacer la grandeza patria y la felicidad y bienestar de sus hijos.  Ya lo dice entonces Sarmiento al leer su mensaje presidencial al Congreso el año 1869: “Tierra de sobra e inmigración abundante tenemos nosotros, y sólo inteligencia, previsión, virtudes nos faltarán, si iguales causas no produjesen, en este extremo sur, iguales efectos que en el norte” (Estados Unidos).

      Evidentemente la política argentina de entonces no produjo aquí los resultados que allá produjo la política de Washington, Franklin, Lincoln, etc. Ateniéndonos a las palabras mismas de Sarmiento, tanto a éste como a los otros gobernantes de su tiempo les faltó inteligencia, previsión y virtudes.

      De los dos partidos en lucha, el Federal y el Unitario, uno miraba hacia adentro del país; el otro hacia fuera. El uno, el Federal, sentía la madre tierra, vivía con el espíritu tradicional de la Madre España, alimentaba su alma con la fe en la religión católica apostólica romana, y fincaba el porvenir de la patria, en la inteligencia, laboriosidad y virtudes de sus hijos y en los frutos que dieran las riquezas naturales del país, dirigidas por los mismos argentinos: por eso, cuando el gobernador de Buenos Aires, doctor Dardo Rocha comisiona al senador provincial don José Hernández, autor del Martín Fierra, que era federal, a que viaje a Europa y Australia para que aprenda allá los métodos de cultivo agrícola y de explotación ganadera para aplicarlos luego en la Argentina, Hernandez se niega a ir porque sostiene, que la tierra argentina y la ganadería argentina necesitan métodos argentinos y que éstos, que ya existían, eran para nosotros superiores a los de Australia y de Europa. En el Partido Federal, en los hombres Federales, había un sentir tradicional y católico en lo que a la moral y las costumbres se refiere, y en lo que atañe a la patria y a la política, había un sentido nacionalista, en el buen sentido de la palabra.

      El Partido Federal no era retrógrado ni reaccionario, ni obscurantista. Por el contrario, era progresista, pero así como combatía la política centralizadora de la hegemonía de Buenos Aires contra las Provincias, sostenía que nuestro país no debía convertirse en colonia inglesa ni norteamericana, y que el progreso del país, el resurgimiento de sus industrias y de adelantos, debía ser obra de los argentinos mismos, y que el país tenía elementos necesarios: riquezas naturales y hombres para ello. Y de que en caso de necesitar hombres con conocimientos técnicos, porque aquí faltasen, más que traerlos de Europa y hacerlos dueños de nuestras riquezas, convenía enviar argentinos a estudiar en Europa para que allá adquiriesen esos conocimientos técnicos. En una palabra: no entregar las fuentes de nuestras riquezas naturales, porque eso era entregar la patria misma al dominio extranjero que siempre es un dominio imperialista, y convierte a los países dominados por él, en colonias. Era hacer, en parte, lo que estaba haciendo en el Paraguay, esa gran figura americana tan calumniada, la figura del Mariscal Francisco Solano López, quien enviaba jóvenes estudiantes paraguayos a las universidades de Europa, costeados todos los gastos por cuenta del gobierno paraguayo, para que el Paraguay tuviese en manos paraguayas todas las riquezas naturales, sin desdeñar, como Solano López no desdeñaba, la colaboración de técnicos extranjeros, pero no como dueños, no como directores de empresas imperialistas extranjeras, sino como simples empleados a sueldo del gobierno paraguayo. Por eso el gran Paraguay de Solano López, creo no equivocarme al decir que tuvo ferrocarriles antes que nosotros, altos hornos antes que nosotros, telégrafos antes que nosotros, y marina propia que surcaba todos los mares del mundo con la bandera nacional al tope, cien años antes  que nosotros. Era el fruto, no de una política dictatorial, como se ha pretendido sostener, sino de una sana y patriótica política nacionalista que a nosotros siempre nos faltó.

      El otro partido, el Partido Unitario, que luego se lo designó con muchos nombres: Partido Liberal, Partido de la Ilustración, de las luces, de la civilización, constitucional, autonomista, cocido, pandillero y otros más, dirigido por hombres, los más de los cuales llenan nuestras plazas con sus estatuas, las calles y los ferrocarriles con sus nombres, veían el problema del porvenir del país de manera opuesta. Para ellos la Argentina no tenía los elementos suficientes para dirigir los trabajos de resurgimiento del progreso. Más que de las virtudes y la inteligencia de los hombres argentinos, el progreso del país dependía del capital, del dinero que según ellos, en el país no existía en cantidad suficiente. El capital extranjero, la técnica extranjera y el sentir extranjero, eran los únicos elementos capaces de realizar el progreso del país.

      Viajaban frecuentemente a Europa, y algunos a Estados Unidos, aspiración suprema de todos ellos, y de allá venían imbuidos y sugestionados por el sentir europeo o norteamericano.

      Si de paso, o por casualidad, visitaban España era para proclamar luego, a los cuatro vientos, el atraso de España, el reaccionarismo de España, el obscurantismo de España, sirviendo todo ello para  lamentar en todos los tonos la desgracia que habíamos tenido, y seguíamos teniendo, de que España nos hubiese descubierto, conquistado y colonizado, haciendo recaer en ellos todos nuestros males. Y como corolario, comparar a nuestro país con Estados unidos, sacando conclusión de que Estados Unidos era progresista, nada más que porque había sido colonizada con métodos ingleses, métodos protestantes, métodos cuáqueros, puritanos. Y ya que estoy hablando de ello, permítaseme observar que ninguno de  los hombres, que tanto alabaron esos métodos y vituperaron los de España, no nos dijeron nunca en qué consistían esos métodos de colonización protestantes, cuáqueros puritanos. Y como esos métodos eran un tanto ‘originales’ y contrarios a nuestro sentir cristiano y católico, voy a referirme en un breve paréntesis a ellos: Entre las distintas obras de autores norteamericanos que tratan de los métodos de colonización que allá emplearon, tomo el libro: “El Desarrollo de las ideas en EE. Unidos” de Vernon Louis Parrington. En el tomo primero dice al respecto: “Después de los escocio-irlandeses, que en mayor parte eran labriegos libres, la clase más importante que vino a agregarse a la población norteamericana, fue la de los trabajadores escriturados, (obligados por contrato a servir a un amo, quien tenía el derecho de traspasarlos a  terceros, o sea, en realidad, a venderlos: eran de hecho esclavos). Casi todos eran ingleses, escoceses, irlandeses y alemanes, y entre ellos se contaban trabajadores de todos los oficios y de algunas profesiones. En aquellos tiempos los traficantes de gente estaban bien organizados y tenían un comercio activo, bastante provechoso, y de continuo enviaban a América multitud de trabajadores escriturados que venían a mover las ruedas de la industria colonial". En su historia de los redencionistas alemanes (emigrantes que, en pago de pasaje se obligaban a servir durante un tiempo especificado), el autor Diffenderfer, reproduce varios anuncios curiosos que arrojan luz sobre este tráfico. He aquí dos de ellos:

      Del American Weekly Mercury, del 18 de febrero de 1729: “Llegada recientemente de Londres una partida de trabajadores muy prometedores, hombres y mujeres; algunos de  los hombres son menestrales. Se venden a precios módicos y a plazos. Entenderse con Charles Read, de Filadelfia, o con el capitán John Ball a bordo de su barco, en el muelle de Anthony Millkimson”.

      Del mismo periódico, 22 de mayo de 1729, anuncios de dos barcos: “Acaba de llegar de Escocia una partida de trabajadores escoceses escogidos: sastres, tejedores, zapateros y labradores, algunos alquilados por cinco y otros por siete años. Importados por James Coults”.

      “Acaba de llegar de Londres en el barco Providence, del capitán Jonathan Clarke, una partida de trabajadores muy prometedores, casi todos menestrales, que se venden según condiciones razonables”.

      Tales eran los métodos de colonización de los protestantes, cuáqueros, puritanos, etc., ingleses que tanto alaban los escritores unitarios. Compraban y vendían a sus propios hermanos de raza, de religión y de patria. Han sido, sin duda métodos muy eficaces para la colonización de Estados Unidos, pero a pesar de ello, nosotros seguimos prefiriendo los que aquí, en Sud América, utilizó la atrasada y reaccionaria España, a cuyo espíritu y a cuya alma católica, apostólica romana, repugnaba la compra y venta de hermanos de la propia fe, de la propia raza, y de la propia patria, aunque ello diera mucho dinero y mucho progreso.

      Imbuidos  y sugestionados por el sentir europeo, los hombres del partido liberal desecharon para el primer plano, o plano superior, todo lo autóctono, lo argentino. Desde las locomotoras hasta los zapatos y desde los cueros hasta los alimentos, todo era superior si era europeo excluido, desde luego, los español, considerada España rémora de Europa.  El hombre mismo, como ser biológico, era superior si era europeo. Para lo único que tenía capacidad el argentino, era para la política, porque era manejada por ellos mismos. Así fue creándose en nosotros el complejo de inferioridad de lo argentino frente a lo europeo o norteamericano, desde los hombres hasta las cosas.

      Así se introdujeron las teorías y las doctrinas sociales y económicas extranjeras, sin modificarse en cuanto a las características y exigencias argentinas; así se dio a empresas imperialistas extranjeras el dominio absoluto de las principales fuentes de riqueza y de servicios públicos nuestros; así se vilipendió la memoria de gobernantes, de militares, de intelectuales del bando contrario, y así se llegó a pintar al gaucho, el arquetipo de la nacionalidad, como el representante de la barbarie, sentándose como axioma  el enunciado de “civilización o barbarie”, civilización la ciudad y barbarie el campo.

      Al conjuro de su propia riqueza, el país comenzó a dar sus frutos prodigiosos apenas la técnica imperialista movió sus tornillos, que al mismo tiempo eran torniquetes para la independencia patria. Bien pronto se estuvo en presencia de un constante y maravilloso afluir de producción riquísima: cereales, carnes, maderas, minerales. Pero todo ya estaba supeditado al determinar de las empresas extranjeras. Y las órdenes para que reprodujera esto o aquello, en más o menos cantidad, no partían de argentinos ni de ninguna ciudad argentina; esas órdenes partía de Londres y las daban hombres extranjeros.

      Ante la presencia de tanta riqueza que debía explotarse activamente, la intelectualidad liberal, dueña de la Universidad, no le dio a esta ni la forma ni el contenido que esa riqueza a explotarse activamente exigía; la Universidad argentina mantuvo su estructura colonial y se dio a la exclusiva tarea de formar médicos y abogados, porque los médicos y los abogados, como profesionales, no eran ni un peligro ni una competencia frente a las compañías imperialistas extranjeras. No se formaron los técnicos que las nacientes industrias reclamaban a gritos. No, los técnicos venían de  Europa, sobre todo de Inglaterra.  La Universidad argentina no formaba  ingenieros, no formaba agrónomos, no formaban químicos industriales, en lo que se refiere a las Facultades de Ciencias Sociales y Políticas, no se hablaba de la relación estrecha que existe entre la independencia política y la independencia económica. Los más de los textos eran extranjeros, seleccionados cuidadosamente, no ser cosa que despertaran en los argentinos el espíritu de construcción de la nacionalidad.

      Si, la Universidad estuvo durante un siglo en retardo con respecto a las necesidades y exigencias de la explotación de las riquezas naturales del país, base indispensable de su independencia económica y política. Y era que la Universidad, como todo el país, estaba en manos de esos hombres intelectuales que tenían la mirada fija en Europa, hombres enemigos del Partido que miraba hacia la tierra argentina, que sentía la tierra argentina y que tenía fe en la tierra argentina, y en el patriotismo, las virtudes y la inteligencia de los hombres argentinos para realizar el progreso de la nación argentina.

      La Universidad estuvo en retardo con respecto a las  exigencias y necesidades  del progreso y la liberación económica y política argentina: había que abrir caminos, que construir puentes, que hacer diques, que instalar ferrocarriles, que construir barcos,  que explotar la agricultura y la ganadería. Para ello era indispensable técnicos argentinos. No los hizo la Universidad argentina en su hora; recién ahora, bajo el signo de nuestra Revolución del 4 de junio, a la que pertenecemos de alma desde la primera hora, la Universidad argentina se está ajustando al reclamo imperioso de la patria.

      Cuando nosotros, “revisionistas de la historia”, queremos hurgar, queremos rastrear, queremos indagar que ha ocurrido con todo esto, es cuando los antirrevisionistas de la historia  claman desesperadamente que la historias Argentina es una cosa inmutable, intocable, irrevisable, y que sus hombres y sus hechos ya han sido definitivamente  juzgados. Entonces viene, no el embate de las ideas, las luchas de la inteligencia, que son tan subyugantes y tan hermosas, sino la persecución, la calumnia, y el reducir al revisionista de la historia por hambre, privándolo del empleo público. Eso hace un siglo que ocurre, en contra del derecho de la libertad de la investigación histórica.

      Los motivos del revisionismo y del antirrevisionismo histórico no fincan, pues, exclusivamente en tal o cual hecho aislado de nuestra historia. Al hablar de revisionismo y antirrevisionismo históricos, no se trata de sostener o negar si el fusilamiento de la pobre Camila O`Gorman fue o no un crimen (que lo fue sin duda alguna), que si el apuñalamiento y mutilación de ‘El  Chacho’ fue o no un crimen horrendo (que también lo fue sin ninguna clase de dudas). El revisionismo histórico no tiene como fin exclusivo ni ha nacido expresamente para reivindicar a Rosas, como parecen entenderlo no pocas personas, ni para arrojar alquitrán a las estatuas de Sarmiento, como el antirrevisionismo histórico no ha nacido exclusivamente para gritar que Rosas era un tirano, que Sarmiento era el hombre más veraz y  más civilizador del país, que ‘El Chacho’ era un bandido y que si San Martín donó su sable a Rosas, fue simplemente para hacer una gracia o por error. No, el revisionismo histórico y el antirrevisionismo histórico tienen otros motivos: el uno lucha por quitar de nuestra patria  hasta el último vestigio de colonia de éste o de aquel imperialismo; por quebrar el complejo de inferioridad de lo argentino frente a lo foráneo, por ser fiel a las fuerzas telúricas que nos dictan su afinidad  con la tierra madre; por ser fieles a nuestra tradición criolla y a nuestra religión católica, apostólica, romana, por realizar la independencia económica y política integralmente, por revisar la historia argentina a la luz de una documentación insospechable, llevando a hombres y a hechos a su verdadero lugar, por seguir, de acuerdo con nuestra tradición, proclamando la soberanía de lo espiritual frente a lo material…

      El antirrevisionismo histórico parte de otros principios, tiene otras concepciones filosóficas, políticas e históricas. A partir de la Reforma –de Alemania- dos corrientes se abren paso en el mundo trabadas en lucha tenaz y a muerte. Son leves transformaciones de las dos mismas fuerzas que luchan desde los tiempos bíblicos; la carne y el espíritu; la materia y el espíritu; el cuerpo y el alma; la vida corporal como simple tránsito por la tierra, y la vida como principio y fin; la idea de una sola vida, la de la tierra; el principio de que todos somos hermanos por el vínculo divino, y que por lo tanto, nos debemos ayuda mutua, y el principio de que somos simples hijos de la materia y por lo tanto somos entes materiales sin vinculación de unos con otros, y como lógica consecuencia, con libertad de que un hombre pueda explotar a otro hombre, sancionando con fuerza legal y moral, el enunciado de que el hombre es el lobo del hombre.

      Esas dos fuerzas que vienen luchando desde los albores mismos de la Humanidad, y que en el transcurso del tiempo han adoptado diferentes nombres, que se han ramificado en distintas corrientes, que han adquirido diferentes formas son las que animan la una, el revisionismo histórico; la otra, al antirrevisionismo histórico.

      De las formas simplemente espirituales, que en algunas etapas distinguen a esas corrientes, en  el Renacimiento llegan a saturar el intelecto y a plasmarse en el arte. Manifestaciones de esas dos corrientes son las maravillosas creaciones artísticas de Leonardo, Miguel Ángel, de Rafael. Ellas son exclusivamente fuerzas del espíritu que se manifiestan a la faz del mundo como una réplica a la Reforma, y como una continuación de la exaltación del espíritu, que las catedrales góticas de la Edad Media representan con caracteres eternos. En la infraestructura del Renacimiento, explotan las expresiones de la Reforma, que durante un siglo habían estado acumulando potencialidad. Y esas explosiones, como la Reforma misma, no son expresiones puramente teológicas, ni tampoco se trata de una simple interpretación libre de los versículos bíblicos desde el punto de vista religioso, sino que es toda una concepción de un  mundo distinto al que imperaba y se sentía  hasta entonces.

      Esas dos corrientes, la una espiritual y tradicional; la otra reformista y materialista, se abren cauce a través del tiempo, y mientras la una predicando el vínculo divino del hombre con Dios y de la prolongación de la vida mediante la inmortalidad del alma, la otra llenando de orgullo el corazón del hombre, da nacimiento a una filosofía negadora y pesimista que va demoliendo las fuerzas espirituales del hombre, destruyendo la poesía encantadora de la Creación y reduce al ser a un simple animal con un poco más de raciocinio que una simple bestia.

      De esta lucha cruenta, de esas teorías negadoras, nació la burguesía del siglo XIX, que muy pronto sentó la hegemonía de la máquina frente al hombre, y redujo a éste aun simple engranaje. Necesidad imperiosa de esa concepción burguesa y maquinista, comercial y fabril, fue su expansión más allá de las fronteras nacionales.  Esa expansión necesitó la protección de su respectivo gobierno, de sus leyes,  su diplomacia y sus fuerzas armadas. Esa expansión es la que conocemos con el nombre de Imperialismo, origen, causa y motivos de los mayores males que viene sufriendo la Humanidad desde hace siglos.

     Esa fuerza imperialista llegó a nuestras playas y ocupó la ciudad de Buenos Aires el año 1806. Rechazada, volvió a insistir, y vuelta a ser rechazada, aguardó mejor oportunidad.

      Fue con la caída del gobierno de Rosas que la oportunidad se le ofreció, pero no ya en forma de invasión armada, sino en la forma simulada del aporte de capitales para el fomento de las industrias. Esa fuerza que nos invadió después del gobierno de Rosas, fue traída de la mano de argentinos ilustres; los que sucedieron en el mando del país al general Rosas, los famosos prohombres de la oligarquía ilustrada del 60, del 70 y del 80.

      El fuerte espíritu nacionalista de las masas y de los intelectuales federales argentinos, era necesario abatirlo por medio de doctrinas contrarias, porque ese fuerte espíritu nacionalista se hubiese resistido y hubiese rechazado nuevamente la invasión extranjera (como los rechazó durante el gobierno de Rosas cuando se presentaron coaligadas las dos naciones imperialistas más fuertes del mundo: Inglaterra y Francia), no porque fuese contrario al progreso ni a los extranjeros, sino porque no hubiese admitido a éstos como patrones, como dominadores, como fuerza imperialista subyugadora y corrupta.

      Los hombres del partido liberal –durante el gobierno de Rosas- ya estaban de acuerdo con los imperialistas ingleses, y antes aún, cada vez que las fuerzas federales estaban en la inminencia de apoderarse del gobierno del país, los prohombres unitarios clamaban protección a Inglaterra o a Francia, aun entregando la nacionalidad misma, porque para ellos sus intereses  particulares o de clase, estaban por encima de la patria misma. Así lo prueba la siguiente carta, que en 1814, escribe el Director Supremo, Carlos María de Alvear al Ministro de Negocios Extranjeros de Inglaterra, y dice  así: “Estas provincias  desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la buena fe del pueblo inglés, y estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para liberarlas de los males que las afligen. Es necesario que aprovechen los momentos; que vengan tropas que impongan a los genios díscolos, y  un Jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que sean de su beneplácito, del Rey y de la Nación, a cuyos efectos espero que V.E., me dará sus avisos con la reserva y prontitud que conviene, para preparar oportunamente la ejecución”.

      Tal prueba  de la traición a la patria ante las perspectivas que las fuerzas federales se adueñaran del poder.

      Los viajes que frecuentemente se hacían a Inglaterra, no tenían otro objeto que procurarse los medios para aplastar el espíritu de nacionalidad y de federalismo argentinos. Así fueron los viajes de Valentín Alsina y así los tan mentados y prolongados de Bernardino Rivadavia, el más famoso de los cuales, fue exclusivamente para informar a la Compañía Inglesa de Minas, a la que debía entregársele las famosas minas de Famatina, en  La Rioja, Compañía de la que Rivadavia mismo era accionista y comisionista.

      Esa intentona de entregar el mineral argentino a una empresa imperialista inglesa, fue el origen y la causa de la Constitución Unitaria de 1824, y la que encendió la guerra entre federales y unitarios que duró medio siglo.

      Durante el gobierno de Rosas se perdieron las perspectivas de dominar el país, ya con fuerzas militares, ya con fuerzas imperialistas. Pero los proscriptos, en Montevideo y en Chile, por sus ligazones con el imperialismo inglés, tenían la esperanza de dominar el país apenas Rosas cayera. Los diarios que escribían entonces, los convenios de la Comisión Argentina en Montevideo, y los viajes de Florencio Varela a Inglaterra lo prueban acabadamente.

      No es pura casualidad que todos los proscriptos fuesen masones, ya que Rosas jamás entabló una lucha directa y particular contra la masonería. Es que la masonería inglesa y la francesa eran las que financiaban las campañas contra Rosas, ya con fondos propios, ya con los de esos dos gobiernos que estaban en manos de la masonería. Allí, en las logias de Santiago y de Montevideo, se establecieron los compromisos para cuando Rosas cayera.

      Así nuestro país cayó en manos de la dominación imperialista inglesa. Los historiadores unitarios que fueron los que escribieron nuestra historia, tenían que ocultar estos hechos, y escribieron una historia argentina donde todo ello está oculto.

      Por eso la oligarquía ilustrada que gobernó el país  desde la caída de Rosas hasta nuestra Revolución del 4 de junio (y hago caso omiso de los gobiernos radicales, porque el Partido Radical, que fue en un principio continuación directa y fiel  del Partido federal, constituido y dirigido por hijos de rosistas distinguidos, como Leandro N. Alem, Hipólito Irigoyen y Aristóbulo del Valle, cuando llegó al poder ya estaba dominado por  la oligarquía conservadora), por eso, repito, la oligarquía ilustrada que gobernó el país, desde la caída de Rosas hasta la Revolución del 4 de junio de 1943, tuvo especial  interés en dominar totalmente todo cuanto se relacionara con la cultura: las universidades, las escuelas, el periodismo y la literatura. Por eso tuvo mucho cuidado en escribir la historia argentina e imponerla dictatorialmente en universidades y escuelas. Por eso fabricó próceres caprichosamente y llenó el país con sus estatuas y las plazas y calles con sus nombres. Por eso vilipendió a otras figuras históricas, dignas y patrióticas, las  que están  proscriptas injustamente ante la consideración  pública.  Por eso procuró, y lo consiguió en gran parte, cambiar el alma nacional, borrar cuanto de España y de latinos tenemos, cuanto de espiritual sentimos, cuanto de tradición vivimos. Por eso procuró cambiar nuestro espíritu nacional por otra internacional, y por eso ha procurado apagar la llama católica de nuestra fe, por la nada fría y despiadada del incredulidad.

      Allí está el antirrevisionismo histórico, allí sus motivos y sus causas.

      Nunca como en la actualidad estas dos corrientes han estado empeñadas en una lucha decisiva. No sólo en nuestro país, sino en el mundo entero estas dos fuerzas se aperciben para una decisión que puede ser para muchos siglos. Es una lucha en un aspecto que nunca tuvo: no ya la de dominar un mercado, la de apropiarse de una provincia o región, sino la de apropiarse del hombre, del espíritu del hombre. Ya no interesan solamente los mercados, las regiones, ni aún las naciones: interesa el hombre en su espíritu.  Ahora se pretende que el hombre sea prisionero en su espíritu de la pequeña oligarquía que desde un gobierno subyugará a todo el mundo. Es una lucha total, ya que el hombre es la representación de todas las cosas y del universo mismo. Prisionero el espíritu del hombre, ¿qué queda de la vida del hombre? Establecidas, desde el gobierno las reglas y las formas del arte ¿qué queda del espíritu creador del hombre? Muchedumbre inmensa que se agita, lucha, sufre, goza, espera, canta y llora, la Humanidad, en el transcurso del tiempo, siempre oteó una meta en el remoto horizonte donde depositar su esperanza.

      En las épocas más oscuras por las que los pueblos pasaron, siempre hubo en el espíritu del hombre una llama encendida que se comunicaba con Dios, que se alimentaba de fe, que vibraba de emoción ante el encanto de la naturaleza y del universo, fulgurando en el brillo portentoso de las estrellas, y que un día, en un instante de inspiración, dio una fórmula, enunció un aforismo, concibió una ley, creó una fórmula bella, todo lo que sirvió para alumbrar a la Humanidad en el camino de la perfección.

      Esa llama es el alma de los espíritus libres, abiertos a la inspiración de Dios y a la consideración de los hombres de bien. Si las fuerzas del mal triunfan ¿Qué será del espíritu del hombre?

      Así nuestra época es decisiva, ¿qué es lo que peligra? El hombre en su espíritu ¿qué es lo que tiene mayor importancia? El espíritu del hombre. Y la lucha actual es contra el espíritu del hombre.

      Revisionismo de la historia y antirrevisionismo de la historia. Ambos conceptos no tienen un motivo simplista, no se agitan por rever un simple episodio de la historia patria. Más hacia el fondo de la cuestión, hay un motivo que es primordial: se trata de estar de parte del espíritu del hombre en amplia libertad, o de estar por el aprisionamiento del espíritu del hombre para reducirlo a la esclavitud.

      Ante ese dilema hay que tomar posición de combate. Nosotros, luchamos desde abajo, desde el llano. Se nos persigue, se nos calumnia, y se nos excluye de los cargos públicos, pero en medio de tal persecución, mejor dicho, cuando la persecución es mayor, sentimos que el espíritu es más libre, es más grande y es más luminoso. Y como creemos que nosotros no somos el cuerpo físico, sino el espíritu,  nos sentimos, en persona, más libres y más luminosos.

      Si la lucha ahora es recia, sabemos que no ha de tardar en ser más recia aún. Pero vencedores o vencidos, ningún poder humano podrá ser capaz de hacer que cese el encanto maravilloso del cosmos, que las estrellas dejen de encantarnos con su brillo portentoso, que las plantas den sus flores cuyos colores y  cuyo aroma embelezan el espíritu del mundo; que la brisa susurre entre las ramas, que los pájaros nos maravillen con sus trinos, y que el cielo sea azul., azul maravilloso como el alma del artista. Y mientras ello permanezca inmutable, el hombre ha de sugestionarse siempre con el encanto de tanta maravilla, y su espíritu lo llenará de esperanza, de fe, de luz, de divino aliento de Dios. Y seguirá siendo el hombre en espíritu, aunque prisionero, hasta el día en que alboreará de nuevo en su alma. En su aurora de liberación, la Humanidad seguirá su curso como durante el desarrollo de otras culturas, y la historia registrará un acontecimiento más.

      Mientras, nosotros que somos testigos y actores, aunque modestos, en la lucha de hoy, llenémonos de fe en el porvenir, y libres de toda traba, sugestionados por el encanto de la lucha, y algo poetas, dejemos que nuestra alma vibre, que se eleve, que espere y crea, que vuele y cante.+