jueves, 20 de agosto de 2015

La Eucaristia en la historia patria. Segunda parte: Hacia la independencia

Entrega del Bastón de Mando a la Virgen
Las invasiones inglesas

     Cuando en el año 1806 se produjo la Primera Invasión Inglesa, uno de los motivos que impulsaron a don Santiago de Liniers a reconquistar la Ciudad fue ver cómo disminuía el Culto Eucarístico. Cuenta el Padre Cayetano Bruno que “había decaído lastimosamente el culto religioso en el histórico templo (de Santo Domingo) por la prohibición de exponer el Santísimo durante las funciones de la Cofradía y efectuar por las calles la procesión acostumbrada con el Señor Sacramentado”; el bravo caballero “se acongojó al ver que la función de aquel día no se hacía con la solemnidad que se acostumbraba. Entonces, conmovido de su celo pasó de la iglesia a la celda prioral, y encontrándose en ella con el Reverendo Padre Maestro y Prior fray Gregorio Torres, y el Mayordomo primero, les aseguró que había hecho voto solemne a Nuestra Señora del Rosario (ofreciéndole las banderas que tomase a los enemigos) de ir a Montevideo a tratar con el Señor Gobernador sobre reconquistar esta Ciudad, firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección”[1].

    Bartolomé Mitre, por su parte, en su Historia de Belgrano, relata cómo algunos soldados británicos, de religión católica, se pasaron a las fuerzas hispanocriollas cuando percibieron el sentido de Cruzada que adquiría la gesta. Entre ellos se destaca el irlandés Miguel Skennon, quien antes de ser fusilado por su “traición” a los ingleses recibió devotamente la Sagrada Forma:
   “Instruido Beresford por sus espías de los progresos que hacía la reunión de Perdriel (grupo que conspiraba contra el poder inglés establecido en Buenos Aires), organizó una columna de 500 hombres del 71 de escoceses (...)
   A su vista, los de Perdriel enarbolaban la divisa blanca y encarnada de los conjurados de Buenos Aires, y a los gritos de ‘¡Santiago! ¡Cierra España! ¡Mueran los herejes!’ rompieron el fuego de artillería a las siete de la mañana (...)
   Beresford hizo avanzar la infantería, dejando su artillería a retaguardia. Al llegar a la tapia, encontró los cañones de los de Perdriel desamparados, manteniéndose firme al pie de uno de ellos un solo hombre. Era éste un cabo irlandés, desertor de las tropas inglesas, llamado Miguel Skennon, que combatía por su fe católica y contra los herejes ingleses ¡al lado de los argentinos! (...)
   El general inglés (...) llevando por trofeos de su victoria dos cañones pequeños (...) y siete prisioneros, entre ellos el desertor Skennon (...) Skennon fue fusilado, previo consejo de guerra, el 9 de agosto, administrándole la Eucaristía el obispo de Buenos Aires, mientras las tropas vencedoras presentaban las armas y batían marcha en honor del prelado de la Iglesia Católica”[2].
     En el momento previo al asalto final sobre la ciudad tomada por los herejes, Liniers participó con la tropa de una Misa de campaña. “El 10 de agosto, previa Misa de campaña, ocupó Liniers los Corrales de Miserere (Plaza Once) al oeste de la Ciudad. Desde allí intimó rendición a Beresford... ‘La infantería –cuenta Mitre- marchaba con el barro hasta la rodilla, a veces apoyándose en los fusiles para no caer, y la artillería era arrastrada abrazo por la multitud...’ Aquel ejército extraño en que hombres, mujeres y niños fraternizaban con la tropa para facilitar su movimiento, más parecía una cruzada medieval que un cuerpo de milicias reclutado en Indias”[3].

     Obtenida la victoria, el Padre Pantaleón Rivarola cantó el heroísmo del Caudillo -defensor del culto eucarístico-, y del pueblo que fielmente lo siguió:

“Santísima Trinidad
una, indivisible esencia,
desatad mi torpe labio
y purificad mi lengua,
para que al son de mi lira
y sus mal templadas cuerdas
el hecho más prodigioso
referir y cantar pueda
(...)
La muy noble y leal ciudad
 de Buenos Aires, ¡qué pena!
por un imprevisto acaso
o por una suerte adversa
del arrogante britano
se lloraba prisionera
(...)
¿No hay alguno que valiente
a nuestros ecos se mueva
y de nuestro cautiverio
rompa las duras cadenas?
(...)
Entonces nuestro gran Dios,
cuya omnipotente diestra
a los soberbios humilla
y a los humildes eleva,
entonces compadecido
a nuestras súplicas tiernas,
suscita un nuevo Vandoma,
un de Villars, un Turena,
que émulo del mismo Marte
sea más que Marte en la guerra.
Es Don Santiago de Liniers
y Bremont; ocioso fuera
de este ilustre caballero
decir las brillantes prendas:
su religión, su piedad,
su devoción la más tierna
al Santo Dios escondido
en su misteriosa apariencia,
en los templos humillado
lo declara y manifiesta
(...)
Siente un fuego que le abrasa
siente un ardor que le quema,
un celo que le devora
una llama que le incendia,
un furor que le transporta
por el Dios de cielo y tierra.
Los espíritus vitales
nuevo ardor dan a sus venas
y allí mismo se resuelve
a conquistar la tierra,
para que el  Dios de la gloria,
Señor de toda grandeza,
sea adorado como antes
descubierto y sin la pena
 de verle expuesto al desprecio
de gente insana y soberbia
(...)
Los valientes voluntarios
dejando sus conveniencias
con valor inimitable
se alistan para la empresa,
sin escuchar los gemidos
y lágrimas las más tiernas
de sus amadas esposas,
hijos, y otras caras prendas,
llevando solo en sus pechos
el honor que los alienta
por su Dios y por su Rey.
¡Oh! acción gloriosa, ¡oh grandeza!”
(Romance Heroico)

Los primeros gobiernos patrios y la guerra de la independencia

     A partir de la instalación de la Primera Junta de Gobierno en 1810, dos posturas aparecen contrapuestas: por un lado, los que entendían dar una respuesta a la crisis provocada en el Imperio Español por la invasión napoleónica[4]; por otro, aquéllos que iniciarían un proceso revolucionario de ruptura con la tradición hispánica, cuyos principales representantes fueron Moreno y Monteagudo. La guerra iniciada a partir de la instalación del Primer Gobierno Patrio llevó a los conductores de los Ejércitos a orientarse en una u otra de las direcciones arriba mencionadas. Manuel Belgrano, fiel a la tradición religiosa de sus mayores, tuvo una honda preocupación por la asistencia espiritual de sus soldados. La devoción a la Virgen ocupó un lugar central, a través de la elección de Nuestra Señora de la Merced como Generala del Ejército. Otras prácticas marianas que se destacan fueron el reparto de escapularios, y el rezo del Santo Rosario. Sin embargo, la Santa Misa era el centro de la vida religiosa de aquellas aguerridas tropas. Cuenta al respecto Tomás de Iriarte en sus Memorias que cuando se pasó a las tropas americanas y entró en contacto con el General Belgrano, la figura más cercana al mismo era su Capellán. Por su parte, el Padre Cayetano Bruno nos relata cómo antes del encuentro de Ayohúma los soldados patriotas escucharon Misa, y hasta que la misma no terminó no se aprestaron al combate:
  
  “El 13 de noviembre observaba Pezuela desde una altura las posiciones tomadas de antemano por el ejército patriota en la pampa de Ayohúma; y a las 6 de la mañana del siguiente día 14 daba orden de bajar la cuesta a vista del enemigo (…)
   No se los molestó (…) En el campo patriota se celebraba entretanto una Misa que escuchó devotamente todo el ejército”[5].

     La devoción eucarística también ocupó un lugar muy importante en la vida del General San Martín. Nos cuenta al respecto el Padre Guillermo Furlong:

     “A poco de su regreso a Buenos Aires, e 1812, contrajo matrimonio con María de los Remedios de Escalada, y los nuevos esposos, así consta en el acta, ‘recibieron las bendiciones solemnes en la Misa de velaciones, en que comulgaron’ (…) El comulgar en la Misa de esponsales no era entonces costumbre generalizada (…)
     Espejo y Hudson atestiguan que, en Mendoza, cuando el Ejército de los Andes estaba ya formado, asistía San Martín a la Misa dominical, con todo su Estado Mayor (…)
     Mientras estuvo en Santiago de Chile, hasta tuvo oratorio privado y capellán (…)
     (Luego del triunfo de San Lorenzo) mandó se rezaran varias misas por los caídos (…)
     Uno de los Capellanes del Ejército de los Andes, el franciscano Juan Antonio Bauzá, había sido Provincial de su Orden. No sólo actuó como Capellán en el Ejército de los Andes, sino que San Martín le nombró, además, su ecónomo, y quiso que en Chile viviera en su misma morada.”[6]

     Cayetano Bruno trae el testimonio de Plácido Abad en su obra El general San Martín en Montevideo, quien relata que estando el Prócer en dicha ciudad hacia el año 1829 asistía con frecuencia al Santo Sacrificio: “Era San Martín muy religioso. Lo vi varias veces en la matriz, sobre todo en las misas de los domingos, donde concurríamos infaltablemente” [7].

     También la Eucaristía estuvo presente en las gloriosas jornadas de la declaración de nuestra Independencia. Las sesiones del Congreso de Tucumán se iniciaron el 24 de marzo de 1816 con una Misa del Espíritu Santo: “Vino luego el Congreso de Tucumán, el cual eligió para instalarse el día de la Encarnación, inició sus tareas con la misa del Espíritu Santo, y sus diputados prestaron juramento de ‘defender la Religión Católica, Apostólica y Romana’. Invocando a Dios, declaró la Independencia y en la nota de materias a resolver, leída en la sesión del 9 de Julio de 1816, incluía el envío de diputados a la Corte de Roma para el arreglo de los asuntos eclesiásticos. Poco después eligió por aclamación patrona de la Independencia a Santa Rosa de Lima”[8]

La Confederacion Argentina

     La defensa de la Religión fue una preocupación de muchos caudillos federales, en particular del General riojano Facundo Quiroga, frente a las reformas heterodoxas del Unitarismo rivadaviano. Caído en desgracia dicho cenáculo, Dorrego y Rosas pusieron empeño por restaurar las prácticas religiosas en su pureza. El primero de ellos se caracteriza por las siguientes acciones:
1- Combate los impresos que ataquen a la Religión y a la Moral
2- Promueve la educación cristiana del pueblo
3- Promueve la construcción y reparación de templos
4-Como cristiano se incorporó a la Tercera Orden de la Merced
5-Derrocado por una revuelta unitaria y condenado a muerte, escribe a su mujer:
   “En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos (...) Mándame hacer funerales, y que sean sin Fausto. Otra prueba de que muero en la religión de mis padres”.
A sus hijas:
   “Sed católicas y virtuosas, que esa religión es la que me consuela en este momento”
Al gobernador de Santa Fe, Estanislao López:
   “que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre (...) En este momento la Religión Católica es mi único consuelo”.[9]
     En cuanto al Restaurador Juan Manuel de Rosas, muchos han sostenido que el período en el que nuestro país estuvo bajo su mando, representa  la reafirmación de la Tradición frente a la Revolución:

     “Ezcurra Medrano citaba, de este libro de Ingenieros otro párrafo elocuente:
‘La Restauración fue un proceso internacional contrarrevolucionario, extendido a todos los países cuyas instituciones habían sido subvertidas por la Revolución…La restauración argentina fue un caso particular de este vasto movimiento reaccionario, poniendo en pugna las dos civilizaciones que coexistían dentro de la nacionalidad en formación; su resultado fue el predominio de los intereses coloniales sobre los ideales del núcleo pensante que efectuó la Revolución’(…)
     En el artículo de 1940 ampliaría este análisis:
‘Perteneciente a una familia rural de rancio abolengo, (Rosas) supo captar como nadie la realidad de la tierra. Se vio rodeado a la vez de la vieja aristocracia española y de todo el pueblo de la ciudad y campaña de Buenos Aires (…) Bajo cualquier aspecto que se examine la obra de Rosas, vemos aparecer en ella el sello tradicional. En el orden espiritual, por ejemplo, la Restauración es netamente católica: la obligación especialmente establecida de conservar, defender y proteger al catolicismo (…), la enseñanza obligatoria de la doctrina cristiana, la censura religiosa de la instrucción (…), la prohibición de libros y pinturas que ofendiesen la religión, la moral y las buenas costumbres (…), la fundación de iglesias, son medidas que caracterizan suficientemente el espíritu católico de la Restauración.”[10]

     En la proclama al asumir su segundo mandato manifiesta:
"Compatriotas:

     Ninguno de vosotros desconoce el cúmulo de males que agobia a nuestra amada patria, y su verdadero origen. Ninguno ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad, de su avaricia, y de su infidelidad, y poniéndose en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad; ha desvirtuado las leyes, y hécholas insuficientes para nuestro bienestar; ha generalizado los crímenes y garantido su impunidad; ha devorado la hacienda pública y destruido las fortunas particulares; ha hecho desaparecer la confianza necesaria en las relaciones sociales, y obstruido los medios honestos de adquisición; en una palabra, ha disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y perfidia. La experiencia de todos los siglos nos enseña que el remedio de estos males no puede sujetarse a formas, y que su aplicación debe ser pronta y expedita y tan acomodada a las circunstancias del momento.

     Habitantes todos de la ciudad y campaña: la Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia; resolvámonos pues a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra; persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo, al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros, y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y espanto a los demás que puedan venir en adelante. No os arredre ninguna clase de peligros, ni el temor a errar en los medios que adoptemos para perseguirlos. La causa que vamos a defender es la de la Religión, la de la justicia y del orden público; es la causa recomendada por el Todopoderoso. Él dirigirá nuestros pasos y con su especial protección nuestro triunfo será seguro”.
     Durante el período de la Confederación Argentina se hicieron famosas las “Misas Rojas”. Para quienes pretendan practicar una religiosidad puramente “espiritual”, separada de todo compromiso terreno, este tipo de celebraciones les pueden resultar un tanto “escandalosas”. Sin embargo, el Misterio de la Encarnación nos enseña que toda la realidad humana fue asumida por el Verbo. También la realidad política, que juega un papel fundamental en el desarrollo virtuoso o vicioso de la vida de un pueblo. Un Gobierno fundado en el Laicismo establecerá leyes que terminarán promoviendo la irreligiosidad y la inmoralidad. Los Gobiernos de Rosas se propusieron una tarea restauradora de los principios religiosos que habían sido asediados durante el período de las reformas sectarias rivadavianas. A eso se debe el reconocimiento de la Iglesia argentina hacia el Restaurador. Nos dice al respecto el historiador revisionista Alberto Ezcurra Medrano: La acusación de idolatría (de aquellos que sostienen que la figura de Rosas era objeto de devoción en aquellas celebraciones) (…) más que a Rosas, afecta al ilustre clero argentino de esa época, presidida por el obispo Mariano Medrano, enérgico defensor de la ortodoxia católica frente a la reforma rivadaviana, y compuesta de sacerdotes de la virtud e ilustración de los canónigos Zavaleta, García, Segurola, Pereda Zavaleta, Elortondo y Palacio, Argerich y otros. Es absurdo suponer que la iglesia argentina prevaricó en masa, incurriendo en el grosero pecado de idolatría”.[11]

     Existen unas Memorias de un médico francés calvinista que critica todas esas manifestaciones externas de una religión tan ‘espiritual’ como el catolicismo. Son muy significativas estas críticas de alguien a quien molesta sobremanera la manifestación pública de reconocimiento de la Divina Soberanía del Dios del Altar:
“Es principalmente durante la semana santa cuando las procesiones se repiten y salen de todas las iglesias y conventos. Se diría que la ciudad se multiplica: en todas las esquinas aparece una procesión (...) este pueblo, este gobierno, este clero han substituido la letra la espíritu, la forma al pensamiento, la pasión a la virtud, el fanatismo a la creencia, la superstición al verdadero culto (...) De tanto en tanto, las calles están guarnecidas con altares ambulantes y con grandes imágenes de terracota que representan las escenas del Redentor de los hombres (...) es menester que os describa uno de esos altares callejeros: un Cristo de tamaño natural está sentado en el fondo, la cabeza coronada de espinas; la sangre corre sobre sus mejillas. Viste una túnica de terciopelo rojo y un manto violeta retenido por un largo cordel. Sus pies están desnudos, apoya la mano izquierda sobre su corazón mientras extiende la derecha como un sacerdote que bendice a los fieles (los absuelve). A los pies del Cristo hay un hombre de rodillas, descubierta su cabeza (actitud penitente)[12]”.

                                                                         Lic. Javier Ruffino





[1] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala.
[2] Mitre, B. Historia de Belgrano y de la Independencia argentina

[3] Bruno, Cayetano. Op. Cit.
[4] La Revolución de Mayo no innovó nada (...) Nacida bajo la influencia del clero, fue tan católica como el antiguo régimen. Los primeros gobiernos patrios disponen la celebración de misas de acción de gracias, nombran sacerdotes para la dirección  de las escuelas de primeras letras, los consultan en las cuestiones religiosas, recuerdan la prohibición de los duelos, entre otras razones, por ser condenados por ‘nuestra santa religión’, y si establecen la libertad de prensa, mantienen la previa censura eclesiástica para los escritos religiosos. Además, hay en ellos participación activa del clero.” (Ezcurra Medrano, Alberto. Catolicismo y Nacionalismo)

[5] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala.
[6] Furlong, Guillermo. El General San Martín, ¿masón-católico-deísta?
[7] Bruno, Cayetano. Historia de la Iglesia en Argentina.
[8] Ezcurra Medrano, Alberto. Catolicismo y Nacionalismo

[9] Todos estos datos se pueden encontrar en la obra de Cayetano Bruno Creo en la Vida Etena.
[10] Moreno, Fernando. Rosismo, Tradicionalismo y Carlismo.
[11] Ezcurra Medrano, Alberto. Rosas en los altares.
[12] Esta imagen se encuentra en la Santa Casa de Ejercicios de la calle Independencia.

viernes, 14 de agosto de 2015

La Eucaristía en la historia patria (Primera parte)

“Cuando no hay una comunidad de hombres asociados por la adopción en común acuerdo de un derecho y una comunión de intereses, ciertamente no existe un pueblo...Pueblo es el conjunto multitudinario de seres racionales asociados en virtud de una participación, concordes en unos intereses comunes.” (San Agustín, De Civitate Dei, L. XIX, cap. 24) 
  
     El texto de San Agustín nos pone en contacto con una verdad fundamental: pueblo es un conjunto de seres racionales asociados en virtud de una participación. En primer lugar, hablamos de seres racionales. En la clásica definición de Aristóteles se define al hombre como animal racional, y además político. Racional por su capacidad de definir lo que las cosas son(1). En segundo lugar, este animal racional, capaz de definiciones, se une con otros para comunicarse el saber y las normas de conductas que deben ser acordes con ese saber. Esa unión supone un orden, por tanto debe haber jefatura y mando de un lado, y obediencia del otro, para que la convivencia pueda ser armónica. Convivencia fundada en aquella Verdad y en aquellas Normas, definidas por los que saben –en el sentido de conocimiento del SER de las cosas, y en el sentido de saborear esa realidad profunda que las cosas son y el Orden que esas cosas manifiestan(2) . La racionalidad del hombre, abierta a la Verdad de las cosas, lleva por tanto a su politicidad, ya que necesita asociarse con otros en un todo ordenado, para comunicarse los bienes de la cultura. Esa convivencia supone la participación de los bienes culturales y espirituales que esa comunidad descubre y produce. En una sociedad marcada por la presencia de la Fe Católica, también son comunicados los Bienes espirituales que elevan el Orden Natural al Orden Sobrenatural. El principal Bien que la Iglesia Católica comunica es al mismo Jesucristo, presente en la Eucaristía(3). Por lo tanto, una comunidad cristiana crece en torno a la participación en el Banquete Eucarístico. Si indagamos en profundidad, y con verdad, la historia patria, encontraremos el lugar central que la Eucaristía ocupó en nuestro devenir nacional, y el rol fundamental que jugó en los grandes momentos de nuestra Historia. A continuación pasaremos a analizar y demostrar dicha afirmación.
    
PRIMERA PARTE: PERÍODO HISPANO

     El 1° de abril de 1520 se celebró la primera Misa en nuestro territorio. Ésta se llevó a cabo en el puerto San Julián, por orden de Hernando de Magallanes. Con motivo de celebrarse el 450 aniversario de dicho acontecimiento, el entonces Papa Pablo VI Paulo VI remitió una Carta, fechada el 19 de marzo de 1970, en la que, entre otras cosas, expresaba: “Esa efemérides, evocadora de tantas memorias en la historia religiosa, congregará (…) a numerosos hijos de la Patria y de la Iglesia en torno a un mismo Altar eucarístico. A él nos acercamos también nosotros para adorar a Cristo y agradecerle los dones que, con su presencia real y sustancial, ha ido derramando sobre la amadísima Argentina; nos acercamos con un deseo y una plegaria: que la Eucaristía, perpetuación de la Ultima Cena y del Sacrificio del Gólgota, sea siempre y efectivamente, en la trayectoria de la comunidad católica nacional y en la vida de cada uno de sus miembros, un sacramento de piedad que los mantenga fuertes y fieles en su conducta cristiana haciéndoles saborear el gozo de sentirse Hijos de Dios”.

      A partir de los asentamientos españoles que se fueron estableciendo a lo largo de nuestro territorio durante el siglo XVI, las capillas e iglesias en las cuales se celebraba el Santo Sacrificio, se multiplicaron, convirtiéndose en centros “irradiadores” de la Gracia, en el ámbito nuestro espacio nacional.

HÉROES Y SANTOS:

     La acción civilizadora y evangelizadora de América fue obra fundamentalmente de santos y de héroes(4). La Eucaristía era el alimento que nutría el alma de éstos, y en torno a la misa se crearon las comunidades cristianas americanas. El Tercer Concilio de Lima convocado por el Arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, mandaba “que la liturgia se celebre con gran esplendor y ceremonia, ‘pues esta nación de indios se atraen y provocan sobremanera al conocimiento y veneración del Sumo Dios con las ceremonias y aparato del culto divino’. Por tanto, en todo esto ha de ponerse gran cuidado, y procurar que haya ‘escuela y capilla de cantores y juntamente música de flautas y chirimías y otros instrumentos acomodados en las iglesias’. De hecho, en cumplimiento de estas normas, vienen a lograrse, por ejemplo, en las Reducciones del Paraguay, cultos a grandes coros y a toda orquesta, realmente impresionantes(5)

LOS JESUITAS

     La acción evangelizadora que llevaron adelante las distintas Órdenes religiosas se propuso introducir a los nativos de estas tierras en la Comunidad Cristiana a través del Bautismo y de la participación en el Banquete Eucarístico. Una mención particular merece la acción de la Compañía de Jesús a través de las Reducciones Guaraníticas, auténticos baluartes de la Cristiandad Hispana en la América del Sur. Lucía Gálvez nos relata el estilo de vida de esos pueblos, poniendo de manifiesto el valor que tenía la liturgia, la belleza que se procuraba darle -por lo que significa en sí misma como Acción de Cristo y por el valor pedagógico que tiene una celebración bien realizada-.  Hace referencia, además, a los actos que se realizaban en torno a la Misa –aunque no específicamente dentro del Sacrificio,  dado que Éste tiene un Valor Infinito por sí mismo-:

   “Los domingos descansaban, así como también los numerosos días de fiesta. Por la mañana, cada escuadra partía cantando para el trabajo, precedida por una imagen sagrada. Por la tarde volvían cantando el catecismo o rezando el rosario, cuando no lo hacían en la iglesia. El domingo, después de la misa solemne, con profusión de cantos y música instrumental, se distraían con el tiro al blanco, las carreras de caballos, los juegos de pelota y los conciertos. En las fiestas de la Virgen y los santos patronos, y sobre todo en la festividad de Corpus y la de San Ignacio, se representaban obras de teatro y ‘misterios’ o autos sacramentales, la mayoría compuestos por los mismos misioneros”.(6)

     En otra de sus obras, Lucía Gálvez cita la obra “La República de Platón y los guaraníes”, de José Manuel Peramás: “En los templos guaraníes el interés máximo se concentraba en Dios y en las cosas de Dios. El templo era magnífico, con sus tres naves y otras tantas puertas que daban a la plaza. Todo en él era eximio y difícilmente, aun en las grandes ciudades, se celebrarían las funciones litúrgicas con  y más pompa y esplendor. Artesonados, cúpula, columnas, altares, todo se hallaba revestido de oro y de pinturas. Los candelabros, los vasos y demás objetos de culto eran de plata. Los ornamentos sacerdotales de damasco, de tisú de oro, o bordados en oro”.(7)

    En su visita a nuestra  Patria el entonces Cardenal Pacelli –futuro Pío XII- también se refirió a la devoción eucarística que floreció en aquellas Reducciones. Dijo acerca de la religiosidad de los argentinos:

     “Vosotros no sois un pueblo neófito, habéis vivido cuatro siglos de cristianismo, y esos siglos están repletos de hazañas eucarísticas.
     Todos hemos leído entre dulces lágrimas de emoción, las narraciones de aquellas sencillas fiestas eucarísticas, sobre todo de las fiestas del Corpus, que se celebraban en las antiguas reducciones.
     Cantan y bailan los naturales de ellas con inocencia de paraíso y con ritmo bíblico en torno al arca de la Nueva Ley; los bosques dan sus ramas y sus pájaros, la tierra sus flores y sus frutos; hasta los ríos dan sus peces para simbolizar de un modo a la vez primitivo y sublime que es del Señor la tierra y su plenitud; Jesús, desde la Hostia Santa se siente rodeado de corazones coronados con macisas virtudes evangélicas, como si hubiera bajado a su huerto y le acariciara el perfume de las más bellas flores. Allí se veía realizada, como quizá no se ha realizado jamás en la historia, la idea central del presente congreso, el Reinado de Jesucristo en lo que tiene de íntimo para el alma y en lo que tiene de majestuoso para los pueblos. Ni una sola alma, ni una sola institución, podían esquivar los rayos del sol de la Eucaristía”.(8)

     Cuando en 1767 fueron expulsados los jesuitas una mujer, la “beata” María Antonia de Paz y Figueroa, más conocida como “Mamá Antula” fue la encargada de continuar la labor dejada trunca por aquéllos; sobre todo en lo que respecta al trabajo pastoral entre la población blanca, en particular a través de los Ejercicios de San Ignacio. María Antonia fue una infatigable promotora de dichos Ejercicios, reuniendo ejercitantes, buscando predicadores, y hasta poniendo los medios para que se comience a construir una Casa para Ejercicios en Buenos Aires. El ambiente de silencio y de meditación de estas prácticas religiosas, está embebido de piedad eucarística.

                                                        Continua...

                                                                       Lic. Javier Ruffino

Notas:
[1] “La definición o concepto de un ser determinado...es la afirmación de su esencia fija e inmutable; de lo que hace que sea lo que es y no otra cosa...Definir es distinguir y jerarquizar; es establecer el lugar y el rango de cada cosa en el universo. La definición es la soberanía de la mente, el señorío del hombre sobre sí mismo y sobre las cosa.” (Genta, Jordán B. Guerra contrarrevolucionaria)
2 “Platón había enseñado que los filósofos eran quienes debían gobernar. Debemos entender, en realidad, que sin filosofía, sin verdadera sabiduría humana y divina no es posible realizar el fin propio del gobierno político, no es posible realizar el Bien Común en orden al Bien Común trascendente...” (Genta, Jordan B. Testamento Político)
3 Muchos se han ocupado de estudiar la Historia del Santo Sacrificio de la Misa, de su impacto social, de la evolución en la forma de celebrar el sacrificio. El paso de los años y de los siglos, permitió a los cristianos penetrar y profundizar en las Riquezas contenidas en tan gran Acción Litúrgica. Al punto de llegar a hacer permanente la presencia del Misterio de la Cruz a través de la Reserva y la Adoración Eucarística. El cristiano puesto delante de la Eucaristía, contempla el Misterio de su Redención, obrada por Cristo Muerto y Resucitado, y presente verdaderamente en el Santísimo Sacramento. En este contexto merece una mención especial aquel infatigable apóstol de las “Sagrarios abandonados”: el Obispo español Monseñor Manuel González. En el presente artículo podremos observar tanto el impacto de la Misa como de la Adoración Eucarística en nuestra Patria.
4 España, ubicada en el extremo oeste de Europa, también debió batallar por la cultura y la religión. En esta tarea sobresalieron, también, monjes, frailes, reyes y caballeros cristianos: se unían la Cruz y la Espada. Esta gesta culminó con la obra de los Reyes Católicos: Isabel de Castilla y  Fernando de Aragón, quienes en 1492 reconquistaron el último baluarte moro en la Península Ibérica. Al mismo tiempo, apoyaron los proyectos exploradores del Almirante Colón. A la acción de éste se debe el Descubrimiento de América. El paso siguiente fue el proceso de Conquista del Nuevo Mundo, conforme a la concepción que se tenía en la época acerca del derecho de los Príncipes cristianos “a conquistar tierra de infieles”, para gloria de las naciones cristianas, justo ordenamiento político de los pueblos “bárbaros”, y evangelización de los mismos. La colonización de América fue una tarea conjunta de la Corona Española y de la Iglesia, de los capitanes y soldados y de los frailes y sacerdotes, de la Espada y de la Cruz.
     No todo fue maldad, opresión, avaricia y rapiña en la colonización y evangelización de América. Hubo gestos heroicos y de gran desprendimiento y amor por parte de sacerdotes y colonizadores. Como toda obra humana, se halla manchada por el pecado, pero al lado de éste hubo actos de heroísmo, arrojo, valor, aguante, santidad; y todo llevado adelante por amor: amor a Cristo, para quien se quería ganar almas; amor al Rey, para quien se quería ganar tierras; amor a la propia Patria, por cuya grandeza se arriesgaba la vida; amor a la justicia, cuando se luchaba contra cultos que ofrecían seres humanos en sacrificio, cuando se realizaban alianzas con pueblos “amigos” para ayudarlos contra algún enemigo “molesto” y opresor; y amor, en definitiva, a los mismos indios, para quienes se quería lo mejor: la civilización y la Fe. Es cierto que los conquistadores se llevaron el oro y la plata de América, y a costa de dura servidumbre de muchos indios –aunque existieron Leyes que regularon el trabajo de los mismos-; pero también es cierto que gran parte de aquella riqueza fue reinvertida en América: a través de la construcción de Escuelas, Colegios, Universidades, iglesias, capillas, hospitales, el sostenimiento de misioneros, etc. Por otra parte, América recibió una gran riqueza, superior a todo el oro y la plata: la lengua española, la Fe cristiana, la tradición occidental –con la profunda sabiduría de la herencia grecolatina-.
5 Iraburu, José María. Hechos de los Apóstoles de América.
6 Gálvez, Lucía. Las Mil y Una historias de América.
7 Gálvez, Lucía. Guaraníes y Jesuitas. De la Tierra sin Mal al Paraíso.
8 Cardenal Pacelli, Legado Papal, el 10 de octubre de 1934, discurso en la asamblea inaugural del Congreso Eucarístico Internacional.


jueves, 6 de agosto de 2015

EL VIZCONDE DE ABRANTES Y EL DOCTOR FLORENCIO VARELA* (2° y ultima parte)

Florencio Varela

Por: Ricardo Font Ezcurra

El general José M. Paz, ilustre táctico y jefe militar de extraordinario relieve, nos ha legado sus Memorias, que constituyen uno de los documentos más valiosos de nuestra historia, pues lo que en ellas se relatan está abonado por su doble carácter de testigo y actor principal de los acontecimientos a que se refiere. En ellas consigna algunos hechos que son absolutamente confirmatorios de las actividades y pretensiones internacionales del Brasil, a las que prestaban su más delicada colaboración y apoyo los emigrados argentinos.

“El Gobierno Imperial –dice Paz- y en general la población brasileña ha heredado de los portugueses esa insaciable sed de territorios que devoraba a sus mayores. Como si no poseyeran terrenos inmensos, que no pueden poblar ni utilizar, de que ellos mismos no saben qué hacer, conservan pretensiones territoriales en todas sus fronteras. Sus límites con la Banda Oriental y Bolivia están indefinidos, teniendo por todas partes cuestiones territoriales que ventilar. Obrando en el mismo sentido procura debilitar a sus vecinos, y como el más poderoso es la Republica Argentina es consiguiente que pretenda subdividirlo hasta el infinito. Rodeado además, el Imperio de estados pequeños, su influencia será omnipotente y vendrá a ser de hecho el regulador universal de Sudamérica. Ya vimos en años anteriores que siéndole imposible conservar su conquista en la provincia Cisplatina (Banda Oriental), se contentó con segregarla de la República Argentina haciendo que se constituyese en Estado independiente. Esto mismo explica el interés que el Brasil ha tomado en la independencia del Paraguay, sin que sea necesario suponerle otras miras que no han dejado algunos de entrever, para hallar la clave de su política. A mi objeto basta probar que ha mirado con placer el derrumbamiento de la República Argentina y que ha obrado consecuentemente. Cuando el doctor Florencio Varela partió para Montevideo a desempeñar una misión confidencial cerca del gobierno inglés el año 1843, tuvo conmigo una conferencia en que me preguntó si aprobaba el pensamiento de la separación de la provincias de Entre Ríos y Corrientes para que formasen un Estado Independiente; mi contestación fue terminantemente negativa. El señor Varela no expresó opinión alguna, lo que me hizo sospechar que fuese algo más que una idea pasajera, y que su misión tuviese relación con el pensamiento que acababa de insinuarme.”

“Era muy claro que el pensamiento de separación de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, había llegado a conocimiento del Encargado de Negocios del Brasil en Montevideo, pues quiso este explorar mi opinión; mas después he sabido que un argentino notable, órgano por supuesto de la fracción de Montevideo, redactó una memoria ensalzando el proyecto y la presentó al diplomático brasileño. El mismo sujeto me lo ha referido y me ha escrito largas cartas persuadiéndome de que lo adoptase, cuando yo estaba en Corrientes. Lo particular es que para recomendarlo se proponía probar que era utilísimo a la República Argentina.”

La nítida filiación antirosista del general Paz lo pone a cubierto de cualquier juicio intencionado y valora si es posible su  opinión y su relato. Inútil es decir que el general Paz, como él mismo lo expresa, rechazó patrióticamente este singular proyecto(1). Aquel mismo año el doctor Florencio Varela, el “argentino notable” redactor de la famosa memoria, fue enviado por la Comisión Argentina y el gobierno de Fructuoso Rivera ante los gobiernos de Francia e Inglaterra con la misión a la que alude el general Paz, y para obtener el apoyo militar necesario para derrocar a Rosas.

El fracaso de la expedición Libertadora y la firma del tratado Mackau- Arana no habían llamado a la realidad a la Comisión Argentina de Montevideo, la que reincidía, con el envío de ese emisario, en su desleal conducta de incitar a potencias extranjeras a que interviniesen en su propio país, con el objeto de obtener los medios necesarios que propiciaran el éxito de sus intereses partidarios.

Pero esta vez la memorable Comisión Argentina concretaba elocuentemente la compensación que ofrecía a trueque del apoyo bélico que solicitaba: la retribución consistía, nada menos, que en la entrega de las provincias de Entre Ríos y Corrientes.
La embajada de Rio y la de la Comisión Argentina perseguían el mismo propósito fundamental: una alianza europea para eliminar a don Juan Manuel de Rosas. Pero si la misión de Abrantes, que representaba legalmente a su gobierno, se explica y se comprende, pues al lograr la caída de Rosas, el Brasil allanaba el principal obstáculo que impedía la realización de sus planes de conquista y predominio sobre su rival la Confederación Argentina; en cambio la gestión de Varela, irregular en todo concepto, representando a Fructuoso Rivera, patrocinaba ese mismo cambio de gobierno a costa de importantes concesiones territoriales que atentaban contra la soberanía e integridad de su patria, de esa soberanía e integridad que Rosas se había empecinado en defender(2).

¡Que ideas políticas tan distintas tenían Rosas y Varela y de que diferentes maneras trabajaban por la integridad territorial de su patria el Gaucho malo y el distinguido traductor de Horacio(3).

Lord Aberdeen y Guizot, estadistas eminentes y profundos ante quienes Abrantes y Varela realizaron sus gestiones, se habrán sorprendido sobremanera ante la insistencia de estos dos personajes por meterse en la boca del lobo. Y su humillante rogatoria habrá sido escuchada con despreciativa curiosidad pues llevaba implícita la confesión de incapacidad o impotencia para resolver sus propios problemas sudamericanos, derivando su solución hacia las grandes potencias europeas.

Bien informados, sobre todo, del poderío militar y del extraordinario prestigio de don Juan Manuel de Rosas y de que el mismo estaba apoyado por un partido popular poderoso, lo que predecía que la cuestión no iba a ser tan sencilla como en Argel, Nicaragua o México y trabajados además por una íntima y reciproca desconfianza, negaron el apoyo militar solicitado.

No fue ajena a esta negativa, la destacada actuación que tuvo el general San Martin en este episodio. De ella da cuenta la siguiente carta:

“Sr Federico Dickson, cónsul general de la Confederación Argentina en Londres.
Nápoles, 28 de diciembre de 1845.

Señor de todo mi aprecio:

Por conducto del caballero Yackson se me ha hecho saber los deseos de usted relativos a conocer mi opinión sobre la actual intervención de la Inglaterra y Francia en la República Argentina; no solo me presto gustoso a satisfacerlo, sino que lo hare con la franqueza de mi carácter y la más absoluta imparcialidad; sintiendo solo que el mal estado de mi salud no me permita hacerlo con la extensión que requiere este importante asunto.

No creo oportuno entrar a investigar la justicia o injusticia de la citada intervención, como tampoco los perjuicios que de ella resultaran a los súbditos de ambas naciones con la paralización de las relaciones comerciales, igualmente que de la alarma y desconfianza que naturalmente habrá producido en los Estados sudamericanos la injerencia de dos naciones europeas en sus contiendas interiores, y solo me ceñiré en demostrar si las dos naciones intervinientes conseguirán por los medios coactivos que hasta la presente han empleado el objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las dos riberas del Rio de la Plata. Según mi íntima convicción, dese ahora diré a usted no lo conseguirán; por el contrario, la marcha seguida hasta el día no hará otra cosa que prolongar por un tiempo indefinido los males que se tratan de evitar y sin que haya previsión humana capaz de fijar un término a su pacificación: me explicaré.

Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina: nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee sobretodo en la vasta campaña de Buenos Aires y resto de las demás provincias; y aunque no dudo que en la capital tenga un numero de enemigos personales, estoy convencido que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomaran parte activa en la actual contienda; por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene demostrado) que el bloqueo que se ha declarado, no tiene en las nuevas republicas de América (sobre todo en la Argentina) la misma influencia que lo seria en Europa; él solo afectará un corto número de propietarios, pero la masa del pueblo que no conoce las necesidades de estos países, le será bien indiferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra –yo no dudo un momento que podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menos perdidas de hombres y gastos, pero estoy convencido que no podrán sostenerse mucho tiempo en posesión de ella; los ganados, primer alimento, o por mejor, decir el único del pueblo, pueden ser retirados en muy pocos días a distancias de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte; los pozos de las estancias inutilizados, en fin formando un verdadero desierto de 200 leguas de llanuras sin agua ni leña, imposible de atravesarse por una fuerza europea, la que correrá tantos más peligros a proporción que esta sea más numerosa, si se trata de internarse. Sostener una guerra en América con tropas europeas, no solo es muy costoso, sino que más que dudoso su buen éxito tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto y aun creo imposible encuentre quien quiera enrolarse con el extranjero. En conclusión: con 8.000 hombres de caballería del país y 25 o 30 piezas de artillería, fuerzas que con toda facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga a treinta leguas de la capital, sin exponerse a una completa ruina por falta de todo recurso; tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministerio ingles no cambie la política seguida por el precedente.

Quedo celebrando, etc.

José de San Martin(4) 

Esta opinión, publicada en diarios ingleses, no dejó de influir poderosamente en los gabinetes de Francia e Inglaterra. Puestos los gobiernos europeos en el trance de optar entre la autorizada opinión del eminente patriota y estratega, el general San Martin, y la impresionante inconsciencia del doctor Florencio Varela, que ofrecía, en pago del envío de un ejército, las provincias de Entre Ríos y Corrientes, para modificar la situación política de su país, la elección no era dudosa, y la intervención de las fuerzas terrestres europeas, pedida con tanto entusiasmo por unitarios y brasileros, no se realizó.

La potente personalidad de don Juan Manuel de Rosas y el desinteresado patriotismo del general San Martin hicieron fracasar las misiones del vizconde de Abrantes y del doctor Florencio Varela.

Si el vizconde de Abrantes hubiera logrado su propósito, el Imperio habría anticipado la fecha de Caseros y ese acontecimiento de intenso significado histórico se hubiera visto decorado con los penachos encarnados de los fusileros de Orleans y el Brasil logrado sus aspiraciones imperialistas. El imperio había fracasado por primera vez en la guerra del año 1825, la segunda con la misión de Abrantes. Su tercera tentativa seria la vencedora.

De haber tenido éxito la gestión del doctor Florencio Varela, la República Argentina hubiera perdido las provincias de Entre Ríos y Corrientes, y desde luego, el territorio de Misiones y sufrido las terribles consecuencias de una guerra provocada por la invasión extranjera.

Pero afortunadamente, Francia e Inglaterra, hacia donde viajaron el vizconde  y el doctor en procura de soldados y cañones, no tenían prácticamente interés en acrecentar el Brasil a costa de la Argentina, pues al aumentar el poderío de aquél, podría exigir ventajas que no podrían serle acordadas sin perjuicio de las que ellas pretendían.

Su política era, después del fracaso del bloqueo y de la “expedición libertadora”, mantener revueltas las aguas del Rio de la Plata para lograr la menguada ganancia del pescador.


Notas:
1)      José María Paz, Memorias Póstumas, Buenos Aires, 1917.
2)      “El gobierno de Nicaragua, no pudiendo resistir las exigencias del gobierno inglés, cedía a sus pretensiones de extender los límites de Mosquitos hasta la boca del rio de San Juan, porque el cañón es un derecho y una razón , que decide fácilmente las cuestiones más intrincadas.
En Méjico, por una cuestión de menos importancia, el cañón de Francia, le rompía una pierna al presidente Santa Ana, atacándose el famoso Castillo de San Juan de Ulloa, obligándole a aquel mandón a hacer justicia al cónsul francés.
Pero en el Rio de la Plata, el Dictador, desde su fastuosa Quinta de Palermo, arroja del suelo argentino a los marinos de las dos poderosas potencias de Inglaterra y Francia, los declara piratas incendiarios y ordena su degüello por sus más últimos Seides, se niega a hacerles justicia en sus más legitimas pretensiones (?) y el cañón de Obligado suena para apagarse al día siguiente y no retumbar más en el Rio de la Plata, en defensa de sus propios derechos, de su dignidad, de la humanidad y de la civilización.” (JOSE LUIS BUSTAMANTE, Los cinco errores de la invasión francesa al Rio de la Plata, Montevideo, 1849)
3)      ¿Para quién traduciría el diligente unitario?:
Muéstrate en el dolor, fuerte, animoso / y cauteloso la amplia vela riza / cuando al traidor halago se hinche túrgida / de un viento favorable en demasía.

4)      San Martin, su correspondencia. Publicación del Museo Histórico Nacional.


*RICARDO FONT EZCURRA. La Unidad Nacional, cap III. Cuarta edición. Editorial La Mazorca. Bs As 1944