jueves, 20 de agosto de 2015

La Eucaristia en la historia patria. Segunda parte: Hacia la independencia

Entrega del Bastón de Mando a la Virgen
Las invasiones inglesas

     Cuando en el año 1806 se produjo la Primera Invasión Inglesa, uno de los motivos que impulsaron a don Santiago de Liniers a reconquistar la Ciudad fue ver cómo disminuía el Culto Eucarístico. Cuenta el Padre Cayetano Bruno que “había decaído lastimosamente el culto religioso en el histórico templo (de Santo Domingo) por la prohibición de exponer el Santísimo durante las funciones de la Cofradía y efectuar por las calles la procesión acostumbrada con el Señor Sacramentado”; el bravo caballero “se acongojó al ver que la función de aquel día no se hacía con la solemnidad que se acostumbraba. Entonces, conmovido de su celo pasó de la iglesia a la celda prioral, y encontrándose en ella con el Reverendo Padre Maestro y Prior fray Gregorio Torres, y el Mayordomo primero, les aseguró que había hecho voto solemne a Nuestra Señora del Rosario (ofreciéndole las banderas que tomase a los enemigos) de ir a Montevideo a tratar con el Señor Gobernador sobre reconquistar esta Ciudad, firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección”[1].

    Bartolomé Mitre, por su parte, en su Historia de Belgrano, relata cómo algunos soldados británicos, de religión católica, se pasaron a las fuerzas hispanocriollas cuando percibieron el sentido de Cruzada que adquiría la gesta. Entre ellos se destaca el irlandés Miguel Skennon, quien antes de ser fusilado por su “traición” a los ingleses recibió devotamente la Sagrada Forma:
   “Instruido Beresford por sus espías de los progresos que hacía la reunión de Perdriel (grupo que conspiraba contra el poder inglés establecido en Buenos Aires), organizó una columna de 500 hombres del 71 de escoceses (...)
   A su vista, los de Perdriel enarbolaban la divisa blanca y encarnada de los conjurados de Buenos Aires, y a los gritos de ‘¡Santiago! ¡Cierra España! ¡Mueran los herejes!’ rompieron el fuego de artillería a las siete de la mañana (...)
   Beresford hizo avanzar la infantería, dejando su artillería a retaguardia. Al llegar a la tapia, encontró los cañones de los de Perdriel desamparados, manteniéndose firme al pie de uno de ellos un solo hombre. Era éste un cabo irlandés, desertor de las tropas inglesas, llamado Miguel Skennon, que combatía por su fe católica y contra los herejes ingleses ¡al lado de los argentinos! (...)
   El general inglés (...) llevando por trofeos de su victoria dos cañones pequeños (...) y siete prisioneros, entre ellos el desertor Skennon (...) Skennon fue fusilado, previo consejo de guerra, el 9 de agosto, administrándole la Eucaristía el obispo de Buenos Aires, mientras las tropas vencedoras presentaban las armas y batían marcha en honor del prelado de la Iglesia Católica”[2].
     En el momento previo al asalto final sobre la ciudad tomada por los herejes, Liniers participó con la tropa de una Misa de campaña. “El 10 de agosto, previa Misa de campaña, ocupó Liniers los Corrales de Miserere (Plaza Once) al oeste de la Ciudad. Desde allí intimó rendición a Beresford... ‘La infantería –cuenta Mitre- marchaba con el barro hasta la rodilla, a veces apoyándose en los fusiles para no caer, y la artillería era arrastrada abrazo por la multitud...’ Aquel ejército extraño en que hombres, mujeres y niños fraternizaban con la tropa para facilitar su movimiento, más parecía una cruzada medieval que un cuerpo de milicias reclutado en Indias”[3].

     Obtenida la victoria, el Padre Pantaleón Rivarola cantó el heroísmo del Caudillo -defensor del culto eucarístico-, y del pueblo que fielmente lo siguió:

“Santísima Trinidad
una, indivisible esencia,
desatad mi torpe labio
y purificad mi lengua,
para que al son de mi lira
y sus mal templadas cuerdas
el hecho más prodigioso
referir y cantar pueda
(...)
La muy noble y leal ciudad
 de Buenos Aires, ¡qué pena!
por un imprevisto acaso
o por una suerte adversa
del arrogante britano
se lloraba prisionera
(...)
¿No hay alguno que valiente
a nuestros ecos se mueva
y de nuestro cautiverio
rompa las duras cadenas?
(...)
Entonces nuestro gran Dios,
cuya omnipotente diestra
a los soberbios humilla
y a los humildes eleva,
entonces compadecido
a nuestras súplicas tiernas,
suscita un nuevo Vandoma,
un de Villars, un Turena,
que émulo del mismo Marte
sea más que Marte en la guerra.
Es Don Santiago de Liniers
y Bremont; ocioso fuera
de este ilustre caballero
decir las brillantes prendas:
su religión, su piedad,
su devoción la más tierna
al Santo Dios escondido
en su misteriosa apariencia,
en los templos humillado
lo declara y manifiesta
(...)
Siente un fuego que le abrasa
siente un ardor que le quema,
un celo que le devora
una llama que le incendia,
un furor que le transporta
por el Dios de cielo y tierra.
Los espíritus vitales
nuevo ardor dan a sus venas
y allí mismo se resuelve
a conquistar la tierra,
para que el  Dios de la gloria,
Señor de toda grandeza,
sea adorado como antes
descubierto y sin la pena
 de verle expuesto al desprecio
de gente insana y soberbia
(...)
Los valientes voluntarios
dejando sus conveniencias
con valor inimitable
se alistan para la empresa,
sin escuchar los gemidos
y lágrimas las más tiernas
de sus amadas esposas,
hijos, y otras caras prendas,
llevando solo en sus pechos
el honor que los alienta
por su Dios y por su Rey.
¡Oh! acción gloriosa, ¡oh grandeza!”
(Romance Heroico)

Los primeros gobiernos patrios y la guerra de la independencia

     A partir de la instalación de la Primera Junta de Gobierno en 1810, dos posturas aparecen contrapuestas: por un lado, los que entendían dar una respuesta a la crisis provocada en el Imperio Español por la invasión napoleónica[4]; por otro, aquéllos que iniciarían un proceso revolucionario de ruptura con la tradición hispánica, cuyos principales representantes fueron Moreno y Monteagudo. La guerra iniciada a partir de la instalación del Primer Gobierno Patrio llevó a los conductores de los Ejércitos a orientarse en una u otra de las direcciones arriba mencionadas. Manuel Belgrano, fiel a la tradición religiosa de sus mayores, tuvo una honda preocupación por la asistencia espiritual de sus soldados. La devoción a la Virgen ocupó un lugar central, a través de la elección de Nuestra Señora de la Merced como Generala del Ejército. Otras prácticas marianas que se destacan fueron el reparto de escapularios, y el rezo del Santo Rosario. Sin embargo, la Santa Misa era el centro de la vida religiosa de aquellas aguerridas tropas. Cuenta al respecto Tomás de Iriarte en sus Memorias que cuando se pasó a las tropas americanas y entró en contacto con el General Belgrano, la figura más cercana al mismo era su Capellán. Por su parte, el Padre Cayetano Bruno nos relata cómo antes del encuentro de Ayohúma los soldados patriotas escucharon Misa, y hasta que la misma no terminó no se aprestaron al combate:
  
  “El 13 de noviembre observaba Pezuela desde una altura las posiciones tomadas de antemano por el ejército patriota en la pampa de Ayohúma; y a las 6 de la mañana del siguiente día 14 daba orden de bajar la cuesta a vista del enemigo (…)
   No se los molestó (…) En el campo patriota se celebraba entretanto una Misa que escuchó devotamente todo el ejército”[5].

     La devoción eucarística también ocupó un lugar muy importante en la vida del General San Martín. Nos cuenta al respecto el Padre Guillermo Furlong:

     “A poco de su regreso a Buenos Aires, e 1812, contrajo matrimonio con María de los Remedios de Escalada, y los nuevos esposos, así consta en el acta, ‘recibieron las bendiciones solemnes en la Misa de velaciones, en que comulgaron’ (…) El comulgar en la Misa de esponsales no era entonces costumbre generalizada (…)
     Espejo y Hudson atestiguan que, en Mendoza, cuando el Ejército de los Andes estaba ya formado, asistía San Martín a la Misa dominical, con todo su Estado Mayor (…)
     Mientras estuvo en Santiago de Chile, hasta tuvo oratorio privado y capellán (…)
     (Luego del triunfo de San Lorenzo) mandó se rezaran varias misas por los caídos (…)
     Uno de los Capellanes del Ejército de los Andes, el franciscano Juan Antonio Bauzá, había sido Provincial de su Orden. No sólo actuó como Capellán en el Ejército de los Andes, sino que San Martín le nombró, además, su ecónomo, y quiso que en Chile viviera en su misma morada.”[6]

     Cayetano Bruno trae el testimonio de Plácido Abad en su obra El general San Martín en Montevideo, quien relata que estando el Prócer en dicha ciudad hacia el año 1829 asistía con frecuencia al Santo Sacrificio: “Era San Martín muy religioso. Lo vi varias veces en la matriz, sobre todo en las misas de los domingos, donde concurríamos infaltablemente” [7].

     También la Eucaristía estuvo presente en las gloriosas jornadas de la declaración de nuestra Independencia. Las sesiones del Congreso de Tucumán se iniciaron el 24 de marzo de 1816 con una Misa del Espíritu Santo: “Vino luego el Congreso de Tucumán, el cual eligió para instalarse el día de la Encarnación, inició sus tareas con la misa del Espíritu Santo, y sus diputados prestaron juramento de ‘defender la Religión Católica, Apostólica y Romana’. Invocando a Dios, declaró la Independencia y en la nota de materias a resolver, leída en la sesión del 9 de Julio de 1816, incluía el envío de diputados a la Corte de Roma para el arreglo de los asuntos eclesiásticos. Poco después eligió por aclamación patrona de la Independencia a Santa Rosa de Lima”[8]

La Confederacion Argentina

     La defensa de la Religión fue una preocupación de muchos caudillos federales, en particular del General riojano Facundo Quiroga, frente a las reformas heterodoxas del Unitarismo rivadaviano. Caído en desgracia dicho cenáculo, Dorrego y Rosas pusieron empeño por restaurar las prácticas religiosas en su pureza. El primero de ellos se caracteriza por las siguientes acciones:
1- Combate los impresos que ataquen a la Religión y a la Moral
2- Promueve la educación cristiana del pueblo
3- Promueve la construcción y reparación de templos
4-Como cristiano se incorporó a la Tercera Orden de la Merced
5-Derrocado por una revuelta unitaria y condenado a muerte, escribe a su mujer:
   “En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos (...) Mándame hacer funerales, y que sean sin Fausto. Otra prueba de que muero en la religión de mis padres”.
A sus hijas:
   “Sed católicas y virtuosas, que esa religión es la que me consuela en este momento”
Al gobernador de Santa Fe, Estanislao López:
   “que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre (...) En este momento la Religión Católica es mi único consuelo”.[9]
     En cuanto al Restaurador Juan Manuel de Rosas, muchos han sostenido que el período en el que nuestro país estuvo bajo su mando, representa  la reafirmación de la Tradición frente a la Revolución:

     “Ezcurra Medrano citaba, de este libro de Ingenieros otro párrafo elocuente:
‘La Restauración fue un proceso internacional contrarrevolucionario, extendido a todos los países cuyas instituciones habían sido subvertidas por la Revolución…La restauración argentina fue un caso particular de este vasto movimiento reaccionario, poniendo en pugna las dos civilizaciones que coexistían dentro de la nacionalidad en formación; su resultado fue el predominio de los intereses coloniales sobre los ideales del núcleo pensante que efectuó la Revolución’(…)
     En el artículo de 1940 ampliaría este análisis:
‘Perteneciente a una familia rural de rancio abolengo, (Rosas) supo captar como nadie la realidad de la tierra. Se vio rodeado a la vez de la vieja aristocracia española y de todo el pueblo de la ciudad y campaña de Buenos Aires (…) Bajo cualquier aspecto que se examine la obra de Rosas, vemos aparecer en ella el sello tradicional. En el orden espiritual, por ejemplo, la Restauración es netamente católica: la obligación especialmente establecida de conservar, defender y proteger al catolicismo (…), la enseñanza obligatoria de la doctrina cristiana, la censura religiosa de la instrucción (…), la prohibición de libros y pinturas que ofendiesen la religión, la moral y las buenas costumbres (…), la fundación de iglesias, son medidas que caracterizan suficientemente el espíritu católico de la Restauración.”[10]

     En la proclama al asumir su segundo mandato manifiesta:
"Compatriotas:

     Ninguno de vosotros desconoce el cúmulo de males que agobia a nuestra amada patria, y su verdadero origen. Ninguno ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad, de su avaricia, y de su infidelidad, y poniéndose en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad; ha desvirtuado las leyes, y hécholas insuficientes para nuestro bienestar; ha generalizado los crímenes y garantido su impunidad; ha devorado la hacienda pública y destruido las fortunas particulares; ha hecho desaparecer la confianza necesaria en las relaciones sociales, y obstruido los medios honestos de adquisición; en una palabra, ha disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y perfidia. La experiencia de todos los siglos nos enseña que el remedio de estos males no puede sujetarse a formas, y que su aplicación debe ser pronta y expedita y tan acomodada a las circunstancias del momento.

     Habitantes todos de la ciudad y campaña: la Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia; resolvámonos pues a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra; persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo, al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros, y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y espanto a los demás que puedan venir en adelante. No os arredre ninguna clase de peligros, ni el temor a errar en los medios que adoptemos para perseguirlos. La causa que vamos a defender es la de la Religión, la de la justicia y del orden público; es la causa recomendada por el Todopoderoso. Él dirigirá nuestros pasos y con su especial protección nuestro triunfo será seguro”.
     Durante el período de la Confederación Argentina se hicieron famosas las “Misas Rojas”. Para quienes pretendan practicar una religiosidad puramente “espiritual”, separada de todo compromiso terreno, este tipo de celebraciones les pueden resultar un tanto “escandalosas”. Sin embargo, el Misterio de la Encarnación nos enseña que toda la realidad humana fue asumida por el Verbo. También la realidad política, que juega un papel fundamental en el desarrollo virtuoso o vicioso de la vida de un pueblo. Un Gobierno fundado en el Laicismo establecerá leyes que terminarán promoviendo la irreligiosidad y la inmoralidad. Los Gobiernos de Rosas se propusieron una tarea restauradora de los principios religiosos que habían sido asediados durante el período de las reformas sectarias rivadavianas. A eso se debe el reconocimiento de la Iglesia argentina hacia el Restaurador. Nos dice al respecto el historiador revisionista Alberto Ezcurra Medrano: La acusación de idolatría (de aquellos que sostienen que la figura de Rosas era objeto de devoción en aquellas celebraciones) (…) más que a Rosas, afecta al ilustre clero argentino de esa época, presidida por el obispo Mariano Medrano, enérgico defensor de la ortodoxia católica frente a la reforma rivadaviana, y compuesta de sacerdotes de la virtud e ilustración de los canónigos Zavaleta, García, Segurola, Pereda Zavaleta, Elortondo y Palacio, Argerich y otros. Es absurdo suponer que la iglesia argentina prevaricó en masa, incurriendo en el grosero pecado de idolatría”.[11]

     Existen unas Memorias de un médico francés calvinista que critica todas esas manifestaciones externas de una religión tan ‘espiritual’ como el catolicismo. Son muy significativas estas críticas de alguien a quien molesta sobremanera la manifestación pública de reconocimiento de la Divina Soberanía del Dios del Altar:
“Es principalmente durante la semana santa cuando las procesiones se repiten y salen de todas las iglesias y conventos. Se diría que la ciudad se multiplica: en todas las esquinas aparece una procesión (...) este pueblo, este gobierno, este clero han substituido la letra la espíritu, la forma al pensamiento, la pasión a la virtud, el fanatismo a la creencia, la superstición al verdadero culto (...) De tanto en tanto, las calles están guarnecidas con altares ambulantes y con grandes imágenes de terracota que representan las escenas del Redentor de los hombres (...) es menester que os describa uno de esos altares callejeros: un Cristo de tamaño natural está sentado en el fondo, la cabeza coronada de espinas; la sangre corre sobre sus mejillas. Viste una túnica de terciopelo rojo y un manto violeta retenido por un largo cordel. Sus pies están desnudos, apoya la mano izquierda sobre su corazón mientras extiende la derecha como un sacerdote que bendice a los fieles (los absuelve). A los pies del Cristo hay un hombre de rodillas, descubierta su cabeza (actitud penitente)[12]”.

                                                                         Lic. Javier Ruffino





[1] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala.
[2] Mitre, B. Historia de Belgrano y de la Independencia argentina

[3] Bruno, Cayetano. Op. Cit.
[4] La Revolución de Mayo no innovó nada (...) Nacida bajo la influencia del clero, fue tan católica como el antiguo régimen. Los primeros gobiernos patrios disponen la celebración de misas de acción de gracias, nombran sacerdotes para la dirección  de las escuelas de primeras letras, los consultan en las cuestiones religiosas, recuerdan la prohibición de los duelos, entre otras razones, por ser condenados por ‘nuestra santa religión’, y si establecen la libertad de prensa, mantienen la previa censura eclesiástica para los escritos religiosos. Además, hay en ellos participación activa del clero.” (Ezcurra Medrano, Alberto. Catolicismo y Nacionalismo)

[5] Bruno, Cayetano. La Virgen Generala.
[6] Furlong, Guillermo. El General San Martín, ¿masón-católico-deísta?
[7] Bruno, Cayetano. Historia de la Iglesia en Argentina.
[8] Ezcurra Medrano, Alberto. Catolicismo y Nacionalismo

[9] Todos estos datos se pueden encontrar en la obra de Cayetano Bruno Creo en la Vida Etena.
[10] Moreno, Fernando. Rosismo, Tradicionalismo y Carlismo.
[11] Ezcurra Medrano, Alberto. Rosas en los altares.
[12] Esta imagen se encuentra en la Santa Casa de Ejercicios de la calle Independencia.

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