lunes, 25 de mayo de 2015

LOS DOS MAYOS*

Por Leonardo Castellani

Hay mas cosas en “la penumbra de la historia argentina” de las que enseña la escuela laica.

Y esas cosas que no se enseñan son muy interesantes.

Por ellas nuestra pequeña historia se vuelve grande, pues se conecta de golpe con la ecumenicidad de la Historia con mayúscula; y se empuberece para la reflexión filosófica; y aun teológica.

Federico Ibarguren en su reciente libro Así fue Mayo explica con claridad, vigor y amenidad una de esas cosas incontables o incontadas, en una coyuntura que hasta ahora no había sido tratada monográficamente; pues son tres las coyunturas de nuestra breve historia ocultas con el velo poco espeso de un misterio fabricado, a saber: la Colonia, la “Revolución” de Mayo, y Rosas; y esta ultima es la que hasta ahora ha sido mas trabajada por los que empezaron a ver a través del velo.

Con el libro de Ibarguren sabemos por fin a punto fijo lo que fue el cisnerismo, el morenismo y el saavedrismo; y que la “revolución” de Mayo no fue una cosa monódica, como nos contaban, sino dual. Estas tres facciones o movimientos eran enteramente e históricamente lógicos: por un lado los que querían mantener a toda costa la colonia española, por otro, los que no; estos a su vez se dividieron (encarnizadamente) entre los que querían mantener el modo tradicional de vida, cortándose de España si acaso, y otros que querían aquí un cambio de vida, a saber, el advenimiento de la revolución mundial inaugurada en Europa en el siglo XVI, o sea, lo que podemos denominar el “progresismo”. Por esta segunda división, el fenómeno histórico supera lo meramente político y penetra en lo teológico.

Ya el viejo Aristóteles notó que todas las guerras tienen dos raíces: una económica (causa material) y otra religiosa (ideológica decimos hoy) que es su causa formal. El antiguo piensa en la guerra de Troya, de la cual el rapto de Elena sabe bien que no fue sino la ocasión. Ese puerto mercantil de Troya hacia desde mucho atrás opresión económica a las nacientes comunidades helénicas, y su religión asiática opuesta a la griega; por lo cual Homero en su poema divide a los dioses entre los dos contendientes poniendo a Venus, Mercurio y Neptuno de parte del emporio comerciante y navegante; y de parte de los griegos a Atenea (diosa del saber), a Febo (de la poesía) y a Ares (del valor militar).

No escapa a esta ley la revolución de Mayo; el mito infantil de la “fiera opresión” de España, y la prócer, pura y profiláctica rebelión de los criollos contra la “tiranía”, es un cuento chino que ya no pasaría ni en la China. Los dos factores constantes de todas las guerras están presentes ya en la Colonia, con la presencia de la política inglesa, ganosa de ganancias comerciales; y del galicanismo y liberalismo “afrancesado” de los Borbones y sus ministros volterianos, autor de medidas antirreligiosas en nombre de la Corona, que culminaron en el despojo, expulsión y supresión de los Jesuitas. Los dos factores se pusieron bruscamente en claro con la invasión napoleonica en la Madre Patria; amalgamados causaron la emancipación de las Colonias Hispanas.

José Maria Rosa (h) en su monografía Defensa y perdida de nuestra independencia economica ha dilucidado definitivamente el factor material que juega sin cesar en la historia argentina. Ibarguren en este escueto y nutrido librito dilucida además el factor ideológico o teológico. Hubo “realistas” leales al rey Fernando, que fueron dominados en la lucha armada, y hubo americanistas que se dividieron al instante en (digamos) jacobinos y girondinos. Me atrevo a decir que ya al pisar los españoles el Nuevo Mundo bajaron de las carabelas los dos tipos de hombres; simbolizados en el misionero y el encomendero. Ibarguren ha tenido la coquetería y se ha dado el lujo de avalar sus asertos con referencias numerosas de los historiadores argentinos “no revisionistas”.

Los “historiadores” liberales adaptaron las tres coyunturas de la historia argentina a sus esquemas ideológicos “progresistas”; es decir, al único esquema sumamente simple de que el genero humano progresa de continuo (saltando gallardamente los obstáculos que son las tiranías, las dictaduras, los totalitarismos, el oscurantismo y la superstición) en la línea recta que lleva a la realización suprema de la Libertad y la Democracia; que son lo que ustedes saben. De manera que: la Colonia fue una “fiera opresión” de España a estas tierras, ruin, violenta y cruenta; para cuya descripción fantasiosa los historiógrafos protestantes les suministraron los materiales de su “leyenda negra”. La independencia fue el heroico avance a la Libertad conforme a los módulos e ideales de la Revolución Francesa. Rosas fue otro tirano horroroso, peor que Cisneros y Hernandarias, que resultó, en cuanto a tiranía, mas español que todos los españoles juntos. Es natural pues que por esta coyuntura la mas próxima y dolorosa comenzará la reconsideración histórica. Por otra parte, la Colonia ha sido vindicada por Vicente D. Sierra, entre otros. Mayo debe ser objeto del mismo estudio completo; y entonces la historia argentina se convertirá en un tema digno de ser enseñado en las escuelas; y los pobres chicos no sufrirán una especie de embotamiento mental, que los expone al morbo del “macaneo”, desde los siete años.

La gente se admira de la cantidad extraordinaria de poetas (malos) y de historiadores (malos y buenos) que pululan en estos reinos; y la escasez de teólogos, moralistas, filósofos, humanistas, publicistas, críticos, etc. La abundancia de poetastros explicaremos otro día; pero la de historiadores es obvia: es que entre nosotros la historia es teología; queremos decir, que por medio de ella se debaten aquí los problemas supriores (incluso antes de resolver los inferiores, que son los estrictamente históricos), comenzando por los políticos y acabando por los teológicos, conforme a la idiosincrasia hispana, que es teológica. La teología se hace aquí en forma implícita; los artículos de la Revista de Teología acerca de la Transubstanciación, el Paráclito y el Sursum Corda, no son teología propiamente, sino remasco; la teología mas real se haya implícito en otras partes, incluso en algunos novelistas; lo cual es propio de una cultura por una parte muy adelantada (problemas teologicos), que por otra parte ha sufrido una interrupción y regresión al embrión total, a la manera de la famosa Ascidia Clavellina de Hans Driesch Ph. D.

Así que hay dos Mayos, hay dos tendencias implícitas inconciliables ya el 25 de Mayo de 1810, helas. “Aquí el fiero opresor de la Patria / su cerviz orgullosa dobló…” no existía entonces sino en aspiración la Patria. Se ha dicho con bastante razón que la Independencia no fue sino “una guerra civil entre españoles”; pero detrás de esa guerra local existía un fermento internacional. “El fiero opresor de la Patria”… mas bien que los modestos funcionarios locales de Carlos III y Fernando VII (si bien bastantes abusadores en ese entonces) eran en realidad españoles y criollos afrancesados y anglicados del “iluminismo” (que Menendez y Pelayo llama con ferocidad “viles ministros de la impiedad francesa”), mucho mas distantes del genuino ser nacional que los otros; lo cual explica la actitud defensiva instintiva del clero católico de ese tiempo… y del actual.

San Martín alcanzó la victoria para la naciente patria en la “guerra civil”; y Rosas fue el victorioso de la guerra extranjera que la siguió, de la cual habla una copla salteña contemporánea: “Nuestra vida y nuestros bienes / No los contamos seguros / Por que en trabajos y apuros / A cada instante nos tienen / Las comisiones que vienen / Todas con crueldad nos tratan / Vaca, caballos y plata / Todo nos quieren quitar / No nos dejan trabajar / Y vienen gritando: ¡Patria!”… (1811).

De hecho. Rosas fue vencedor en una pequeña guerra internacional, y fue vencido en otra: intervenciones externas injertas en la guerra ideológica que desde mayo hasta nuestros días no ha cesado.

Por eso el libro de Ibarguren, que muestra con gran nitidez las causales de la “Revolución” de Mayo, y con ellas las líneas de fuerza de toda la historia argentina, es de gran actualidad; causales que los actuales momentos han hecho aflorar con gran fuerza y claridad, como vemos, deploramos y… celebramos. La Argentina no esta aislada en el mundo, no lo estuvo nunca ni puede estarlo; y el proceso secular de la Revolución Anti-tradición que comenzó en Europa con el estallido de la Reforma Protestante, así se manifestó entre nosotros, en forma de “Progresismo” versus españolismo (y criollismo); y así continuo hasta hoy trabajando nuestra historia paralelamente a la de Europa.

Nos culpan de que “introducimos división entre los argentinos” por el hecho de que PERCIBIMOS que hay división entre los argentinos (cosa que quien HOY no perciba es mas legañoso que el viejo Cintes) a la manera de un enfermo que culpase al microscopio de que “introduce” en sus esputos el bacilo de Koch. Nosotros introducimos lo único que es capaz de vencer la secular división de los argentinos; que no es sino el odio a la mentira y a la mistificación, modestamente hablando, el amor a la verdad.

YO NO SOY de Caseros, aunque viva en esa calle; pero confieso que SOY de Mayo. Ahora bien, ¿de qué Mayo?


Prologo a “Así fue Mayo” de Federico Ibarguren.

martes, 19 de mayo de 2015

EL GENERAL SAN MARTÍN Y LAS DOS ARGENTINAS

Por: Fernando Romero Moreno

Los ideales, las aspiraciones y los valores de una época suelen encarnarse en personalidades eminentes, en varones y mujeres paradigmáticos, en síntesis, en arquetipos. También en falsos arquetipos, si esos ideales no lo son cabalmente y representan en realidad una contracultura.

Pues bien: lo mismo sucede con las naciones. Hay hombres ejemplares en los que se cifran las mejores virtudes de la raza. Y hay hombres pequeños – por usar un adjetivo benévolo – que suelen ir a contracorriente de la grandeza de su patria. La Argentina, o mejor dicho, las “Dos Argentinas”, tienen representadas en sus héroes auténticos y en sus “falsas superioridades”, esas dos tendencias. Hay una Argentina tradicional, hispano- criolla y latina, mestiza y americana, de raíces católicas y greco- romanas – con todos los defectos innegables que haya que reconocer – pero que ha existido y tal vez todavía exista. Es la Argentina que valora la dignidad de la persona humana con sus derechos y deberes, acordes a la ley natural; la familia como célula básica de la sociedad, la justicia como la virtud de dar a cada uno lo suyo, según méritos, capacidades y necesidades; la libertad responsable como preferencia reflexiva de lo mejor; el patriotismo y la tradición; la cultura del trabajo y del esfuerzo; el desarrollo económico con equidad social; el culto de los antepasados y de Dios. Y hay otra Argentina anclada en la Ilustración o en lo que hoy llaman la posmodernidad que quiere una autonomía absoluta para el hombre y una sociedad laicista, cosmopolita y europeizante, no en el sentido genuino de reconocernos parte de la cultura occidental, sino en el de copiar, de modo artificial, instituciones y modelos ajenos a nuestra realidad. San Martín recomendaba, según contaba su amigo Gerard, “el respeto de las tradiciones y de las costumbres” y consideraba “muy culpables las impaciencias de los reformadores que, con el pretexto de corregir abusos, trastornan en un día el estado político y religioso de sus países”. No se oponía al progreso ni a las legítimas libertades, basta verlo en su lucha por la Independencia o en la abolición progresiva de la esclavitud que propició en el Perú. Pero sabía que las verdaderas reformas arraigan cuando se hacen costumbre y son fruto, no de una revolución violenta, sino de la educación y del respeto a las sanas tradiciones heredadas. Rivadavia, en cambio - por poner un ejemplo de esos reformadores iluministas que tanto hemos tenido y tenemos - mereció estos conceptos del Libertador: “Sería de no acabar si se enumeraran las locuras de aquel visionario (…) creyendo improvisar en Buenos Aires la civilización europea” Como decía Arturo Jauretche: “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quién abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América, trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser un obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa, y no según América” Las Dos Argentinas, como escribimos en otra oportunidad, tienen sus gestas, sus próceres, sus pensadores y hasta sus poetas. En ciertos aspectos pueden ser complementarias y no se excluyen. No se trata de contemplar la historia nacional en “blanco” y “negro”, de no advertir los “grises”, de razonar de modo maniqueo y clausurar la posibilidad de acuerdos allí donde podemos unirnos en pos de objetivos comunes. Pero en otros asuntos, las diferencias son de fondo, y eso explica buena parte de nuestra crisis.

La Argentina tradicional ha sobrevivido socialmente, aunque con graves deterioros, en el pobrerío mestizo (aunque cada día más masificado y manipulado), en los sectores “acriollados” de la clase media y en esa noble porción del viejo patriciado que no ha cedido a las tentaciones extranjerizantes. La otra se ha hecho “carne” en el conjunto mayoritario de un pueblo y de una clase dirigente, cuyas aspiraciones máximas parecen encontrarse en el dinero, en una libertad divorciada de la verdad y en una república sin ley natural, sin tradición y sin la religión de nuestros mayores. Este análisis, que puede parecer “duro” y demasiado “categórico”, lo realizó el propio General San Martín luego del poco tiempo que pasara en tierras americanas. Don Vicente López y Planes le escribía el 4 de enero de 1830 que en la Gesta de Mayo se había consagrado “el principio patriotismo sobre todo”; mientras que, a partir de 1821, con la llegada de Rivadavia y su círculo masón y pro- británico– “sin atreverse a excluir ese principio, de hecho (se) lo miró con mal ojo y (se) dijo sólo: habilidad o riqueza (…), engendrando “superioridades falsas”. San Martín contestó con una misiva fechada en Bruselas el 12 de mayo de 1830: “Son justísimas las observaciones que Ud. me hace”. Y haciendo una crítica del falso concepto de libertad copiado de la Revolución Francesa, en la célebre carta al General Guido de 1834, afirmó: “El foco de las revoluciones (…) ha salido de esa capital; en ellas se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, de los que no viven más que de los trastornos porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar en el desorden, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades, se procuran satisfacer sin reparar en los medios; ahí es donde un gran número no quiere vivir sino a costa del estado, y no trabajar (…) Ya es tiempo de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades. Los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos: ¿qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de libertad si por el contrario se me oprime?... ¡Libertad! désela usted a un niño de tres años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar, y usted me contará los resultados. ¡Libertad! Para que un hombre de honor se vea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan y si existen se hagan ilusorias. ¡Libertad! Para que si me dedico a cualquier género de la industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un par de bocados a mis hijos. ¡Libertad! Para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de la especulación, hacer una revolución y quedar impunes (…).Tal vez (…) dirá que esta carta está escrita por un humor bien soldadesco. Usted tendrá razón, pero convenga (…) que a los 53 años no puede uno admitir de buena fe el que le quieran dar gato por liebre. No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país, que no sufra una irritación”. Esa misma facción revolucionaria (que San Martín rechazaba, como se ve, por materialista, europeizante y libertina) era, a la par, la que despreciaba al pueblo sencillo, al gaucho, al indio, al negro, exaltando no la necesidad de las legítimas jerarquías sociales, sino la “aristocracia del dinero” u oligarquía, en justas palabras recriminatorias de Don Manuel Dorrego. San Martín en cambio enseñaba a su hija Merceditas “la caridad con los pobres”, la “dulzura con los criados” y el “desprecio al lujo”, apoyando a los campesinos que seguían a sus Caudillos y dando él, ejemplo personal de una vida sobria y austera. “Experimenta por el obrero una verdadera simpatía – afirmaba Alfredo Gerard -, pero desea verlo laborioso y sobrio, y nadie como él ha hecho menos concesiones a esa despreciable popularidad que se obtiene adulando los vicios del pueblo”. Es difícil que los seguidores de mentalidades aburguesadas como las que enfrentó San Martín entiendan qué cosa es esta Argentina y esta América que él defendió. Como Rivadavia, quieren una patria “gringa”, sin “negros” (como con desprecio y falta de amor cristiano, llaman a las clases bajas), sin indios, sin criollos, sin mestizos, sin bolivianos, sin paraguayos.... No importa si se presentan como liberales o en cambio, como progresistas “elegantes”. El error es el mismo y por reacción, engendran el “populismo” del que se quejan y que el Libertador también aborrecía: el de los demagogos que quieren hacer de la “anarquía social” un sistema, y enancado en él, acelerar la revolución cultural y social contra todos nuestros valores nacionales, tradicionales y cristianos. Es que el clasismo – de los de abajo o de los de arriba, del proletario o del burgués –, tanto como la injusticia social, es la muerte de la concordia que debe reinar en toda comunidad política. Porque el bien común de la Patria se forja día a día, por encima de las diferencias de clase, de partido o de sector, según palabras del recordado Padre Alberto Ezcurra. Y como San Martín – que dotó de un hondo sentido católico y mariano a la Gesta emancipadora -, se lo alcanza al buscar su plenitud en el homenaje de los gobernantes a Cristo, Rey de las naciones, y en la custodia de la religión como el más unitivo de los vínculos sociales. De allí que el Gran Capitán hiciera rezar diariamente el Rosario en el Regimiento de Granaderos a Caballo y en el Ejército de los Andes, pidiera más capellanes para sus oficiales y soldados, tuviera él Capellán y Oratorio personal, honrara a la Virgen del Carmen como Patrona y Generala, declarara al catolicismo religión oficial del Perú, fundara una Orden jerárquica (la Orden del Sol) bajo el patrocinio de Santa Rosa de Lima…y proyectara una gran monarquía católica americana e independiente que mantuviera unidos al Perú con Chile y las Provincias Unidas...

Hoy como ayer los problemas no han cambiado: un Nuevo Orden Mundial, diseñado desde conocidos organismos internacionales como la ONU (entre otros), está sometiendo a un neocolonialismo al pueblo argentino: mediante el control demográfico, la ideología de género, el fomento de una nueva religión universal y sincretista, el endeudamiento externo, un falso concepto de desarrollo sustentable y salud reproductiva, la falsificación de la historia reciente, la reinterpretación de los “derechos humanos”, la alianza entre democracia y relativismo y el ataque a las instituciones fundacionales de la Argentina… todo con el apoyo de fundaciones y multinacionales de gran poder económico. Y mientras tanto, siguen ocupadas por fuerzas inglesas las Islas Malvinas (con las proyecciones que esto tiene sobre la Patagonia y la Antártida), que hoy han pasado a ser intereses de ultramar de la Unión Europea… En muchas cuestiones prudenciales y opinables, es justo un sano pluralismo. Pero cuando están en juego, frente a tales desafíos, los bienes más importantes de la Nación, no podemos desconocer o hacer “oídos sordos” a tan lúcidas enseñanzas del Padre de la Patria. Quien, sin embargo, no desconfiaba, desesperanzado, de las virtudes de nuestro pueblo, cuando lo veía viril, enérgico y bien gobernado, enfrentando en Guerras victoriosas a Francia e Inglaterra, las Grandes Potencias del momento: “los interventores habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca – decía en carta a Guido de 1846- : a un tal proceder, no nos queda otro partido que el de (…) cumplir con el deber de hombres libres”. Eran tiempos que en los valores principales que se inculcaban en la vida pública, más allá de errores y abusos, eran precisamente, la religión, la ley natural, el orden, una república anclada en las virtudes, el federalismo, la armonía entre las clases sociales y la soberanía nacional. Ni dejaba de reconocer que la Argentina podía ordenarse y salir adelante, cuando se hacían las cosas como corresponde. Y así, pudo enviar una última carta a Rosas en 1850, tres meses antes de morir, en la que afirmó que “como argentino me llena de verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina”. Que los argentinos del siglo XXI podamos hacernos acreedores de elogios como éste y que le devolvamos a la Argentina la grandeza por la que el Padre de la Patria batalló con heroísmo hasta el fin de sus días.

domingo, 10 de mayo de 2015

Las otras tablas de sangre (capitulo 2)

Por: Alberto Ezcurra Medrano

            En 1826 se designó presidente a Rivadavia, se decretó el cese de la provincia de Buenos Aires y se sancionó la constitución unitaria. El triunfo rivadaviano fué amplio, pero breve, y su juicio lo hace acertadamente González Calderón en los siguientes términos:

            “Hay que decir, respecto de la actuación del señor Rivadavia y del Congreso Constituyente de 1826, que arrastraron a la nación a la más espantosa guerra civil, cuya consecuencia fue la dictadura sangrienta. ¿Que se equivocaron de buena fe? ¿Que el país no estaba preparado para practicar las instituciones teóricamente buenas que pretendieron establecer? No se trata de eso cuando hay que discernir la responsabilidad de nuestros antepasados por los acontecimientos o por los hechos que su conducta ocasionó si se equivocaron; debe pensarse, lógicamente, que carecieron de la visión genial del verdadero estadista; si concibieron instituciones inadaptables a la idiosincrasia del país, debe creerse, con fundamente que no tuvieron conciencia de lo que sus deberes les exigían.  Faltáronles a Rivadavia y al lucido círculo que lo rodeaba esa visión nítida y exacta que caracteriza a los grandes  hombres de Estado y también el necesario dominio de las condiciones en que debían legislar. Cuando desaparecieron de las elevadas esferas oficiales, todo el edificio que se propusieron construir se deshizo estrepitosamente, porque sus cimientos sólo se habían apoyado en el terreno peligroso de las utopías políticas.” (17)

            Antes de dictar la constitución de 1826, los unitarios trataron de preparar el terreno para su aceptación unitarizando por la fuerza  algunas provincias. Tal fue la misión de Lamadrid, “gobernador intruso” de Tucumán, como lo reconoce Zinny, y agente político de la mayoría del Congreso, como dice González Calderón. Para cumplir el fin que se había propuesto, Lamadrid inició una sangrienta campaña, teniendo por aliados a Arenales en Salta y a Gutiérrez en  Catamarca. Utilizó en ella un grupo de desertores del ejército de Sucre, conocidos entonces bajo el epíteto de “colombianos”, que a las órdenes del coronel Domingo López Matute se habían puesto a su servicio. La  actuación de estos hombres en la batalla de Rincón fué cruel y sanguinaria, y después de la derrota invadieron a Santiago del Estero cometiendo allí una larga serie de incendios, degüellos y atrocidades de toda índole. (18) “La bandera -comenta Bernardo Frías- cargó con el fruto de la máquina de que se servía, y, ya en aquel año tan atrasado a Rosas, hemos leído en papeles de la fecha, salidos del rincón lejano de Catamarca, aquello de salvajes unitarios.” (19)

            Terminada la guerra con el Brasil, los unitarios, que no habían aprendido nada con el fracaso de su tentativa de 1826, procuraron imponerse por la fuerza y volvieron a encender la guerra civil. Lavalle asumió la dictadura y fusiló a Dorrego y a todos los oficiales tomados prisioneros en Navarro y Las Palmitas. (20) Paul Groussac, historiador netamente antirrosista, comenta así este gobierno: “A la víctima ilustre de Navarro siguieron muchas otras, y la sentencia que precedió a las ejecuciones de Mesa, Manrique, Cano y otros prisioneros de guerra no borra su iniquidad. Mientras los diarios de Lavalle pisoteaban el cadáver de Dorrego y ultrajaban odiosamente a sus amigos, los  redactores de La Gaceta Mercantil eran llevados a un pontón, por un acróstico . Se deportaba a los generales Balcarce, Martínez, Iriarte; a los ciudadanos Anchorena, Aguirre, García Zúñiga, Wright, etcétera, por delitos de opinión. El Pampero denunciaba al gobierno y, en su defecto, a los furores de la plebe del arrabal, las propiedades de Rosas y demás . Y luego añade Groussac el siguiente resumen y comentario: “Delaciones, adulaciones, destierros, fusilamientos de adversarios, conato de despojo, distribución de los dineros públicos entre los amigos de la causa; se ve que Lavalle en materia de abusos -y aparte de su número y tamaño-, poco dejaba que innovar al sucesor. Sin comparar, pues, la inconsciencia del uno a la perversidad del otro, ni una dictadura de seis meses a una tiranía de veinte años, queda explicado el doble fenómeno del despotismo creciente, por desarrollo natural, al par que el de su impresión decreciente en las almas pasivas, de muy antes desmoralizadas por la semejanza de los actos, fuera cual fuera la diferencia de las personas.” (21)

            Dejando a un lado las sutiles diferenciaciones entre inconsciencia y  perversidad, dictadura y tiranía, según se trate de Lavalle o de Rosas, nos parece ridículo pretender que en veinte años se hubiesen cometido menos atrocidades que en seis meses. Sería preciso ver lo que habría hechos Lavalle si hubiera tenido que gobernar veinte años en las circunstancias en que  gobernó Rosas. Y si nos atenemos estrictamente a comparar los seis meses que gobernó Lavalle con seis meses tomados al azar en el gobierno de Rosas, no creemos que el primero salga muy favorecido.

            “El año de gobierno de los unitarios militares -dice Eliseo F. Lestrade- se caracteriza, para la demografía, como el año aciago, pues no se vuelve a producir en lo sucesivo el hecho de morir mayor número que el de nacidos.” En efecto, en 1829 mueren en la ciudad de Buenos Aires 883 personas más de las que nacen; mientras que en 1840 y 1842, los años trágicos de la dictadura rosista, el aumento vegetativo de la población es de 1.180 y 730 almas, respectivamente.  (22)

            Si esto ocurría en la ciudad, la campaña bonaerense  no era más favorecida. El coronel Estomba, hombre cuya exaltación concluyó en locura, y que había sido enviado por Lavalle para unitarizar la provincia, la recorría fusilando federales. Acerca de sus procedimientos nos ilustra Manuel Bilbao cuando dice que dicho coronel “recorría la campaña dominado de un furor tal que las ejecuciones las ordenaba a cañón, poniendo a las víctimas en la boca de las piezas y disparando con ellas.” (23) Así murió Segura, mayordomo de la estancia “Las Víboras”, de los Anchorena, “por el delito de ignorar la situación de cierta partida federal.” (24) A otros ciudadanos, por el mismo delito, los mata a hachazos por sus propias manos. (25)

                 El fusilamiento a cañón, por otra parte, no era procedimiento exclusivo de Estomba. He ahí el caso, referido por Arnold y otros, y citado por Gálvez, del coronel Juan Apóstol Martínez, quien “hace atar a la boca de un cañón a un paisano, que muere hecho pedazos, y cavar sus propias fosas a varios prisioneros.” (26)

            “Las tropas mandadas por Rauch -dice más adelante Gálvez- matan a los hombres que encuentran en las calles de los pueblitos. Calcúlese que más de mil hombres aparecen asesinados. Sólo en el caserío llamado dejan siete fusilados. En la ciudad, en una tienda de la Recova, un oficial unitario desenvuelve un papel y, sacando una oreja humana, dice que es del manco Castro, y que tendrán igual suerte las de otros federales. A una criatura de siete años la matan porque lleva una divisa” (27).

            Y a todo esto, el “sanguinario” Rosas aun no gobernaba.

Notas:
17    JUAN A. GONZALEZ CALDERON,  Derecho Constitucional Argentino, t.I, pág. 129. A quien quiera conocer otros aspectos menos “ideológicos” de la “aventura presidencial”  rivadaviana remitimos a la Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, de JOSE MARIA ROSA.
18    CARLOS M.URIEN, Quiroga, págs. 62 y 65.
19    BERNARDO FRIAS,  Tradiciones históricas, cuarta tradición, pág. 7.
20    RICARDO FONT EZCURRA,   “En homenaje a la verdad histórica” en  Revista del Instituto de Investigaciones  Históricas Juan Manuel de Rosas, N° 2/3, pág.13.                          
21    PAUL GROUSSAC, Estudios de Historia Argentina, pág. 204.
22   ELISEO  F. LESTRADE, “Rosas. Estudio sobre la demografía de su época”, La Prensa, , 15 de  noviembre de 1919. “No se conoce   - añade Lestrade -  el número de argentinos que emigraron a   Montevideo huyendo de las persecuciones, pero ese año de gobierno fué sangriento. “En los hechos militares de las elecciones del 26 de julio de 1829 se produjeron 76 víctimas, entre los muertos y heridos; las ejecuciones fueron numerosas, y, sobre todo ese cuadro de dolor, una epidemia de viruela azotó a la población urbana”
23   MANUEL BILBAO,  Vindicación y memorias de Antonino Reyes, pág. 65
24   MANUEL GALVEZ, Vida de don Juan Manuel de Rosas, pág. 94
25   Ibídem, pág. 94 y DERMIDIO T. GONZALEZ, El Hombre pág. 199
26   MANUEL GALVEZ, ob. cit. pág. 94 
27   ibídem, pag. 95