lunes, 28 de abril de 2014

LA OLIGARQUIA CONSERVADORA*

Por: Vicente Sierra

Asegurados los elementos de dominio entra a regir el país el general Julio A. Roca. Hijo de su época, inicia la era mas nefasta de la oligarquía, porque animado por ideas liberales de espíritu burgués, huérfano de heroísmo, y sin otros ideales que los de absorbente predominio, encabeza una clase que solo percibe el lado práctico de las concepciones rivadavianas; aquellas que conducen a la riqueza personal, convencidos de que con ella hacen el país. Esa oligarquía preside una era de progreso material que le cuesta a la Argentina la casi pérdida de todos los elementos que constituyen su posibilidad de ser una nación. Hace el progreso de un país, pero en cambio de su independencia económica y de la bastardía de su cultura; construye una Argentina de contramano, aparentemente fuerte, pero de base endeble, supeditada en sus aspectos esenciales al plagio o las determinaciones políticas de los imperialismos, o financieras de los grandes consorcios bancarios. En 1894 decía Agustín Álvarez que Argentina era ‘un país nuevo, que está saliendo rápidamente de la barbarie, que cambia cada cinco años por la inmigración, las escuelas y los ferrocarriles, de tal modo que, como a los niños, el que no lo ve crecer lo desconoce’. La frase revela la inconmensurable vaciedad del pensamiento liberal, que no comprende que un niño crece sin perder, por ello, las determinaciones de sus elementos heredados, mientras que el país era CAMBIADO en su crecimiento, haciendo de él una cosa cada día mas difícil de reconocer. Es la era en la que se denomina al país "pueblo nuevo", confundiendo a la nación con el estado. Nuevo podría ser el estado, no era la nación, ni podía serlo, porque no hay posibilidad humana de crear una nación con la técnica que se arma un automóvil. Aquella Argentina que crecía, pero, cada cinco años, era desconocida, era una obra lenta de destrucción de la nación, y de una destrucción que no tenía más ideal que el muy menguado de imitar formas extrañas. Nada más ilustrativo sobre ese período, el más nefasto de la historia argentina, aunque en el que se instalaron todos los instrumentos del progreso, que los debates del Congreso Nacional. Los legisladores se desviven por presentar proyectos de leyes a fin de apresurar el progreso de la república, pero todas son versiones apenas retocadas de las que existen en otras partes del globo; hay diputados que gastan sesiones en explicar las ventajas de una ley en virtud de su vigencia en Australia o Nueva Zelanda; lo que no se encuentra es quien proponga leyes inspiradas en la observación directa de fenómenos nacionales. Ni siquiera se muestran capaces, dentro de su ideología, de realizar un progreso dirigido, orientado hacia determinadas finalidades de orden nacional. Se admite que un ferrocarril es una obra de progreso, pero nadie se preocupa de su trazado, como no sean los influyentes capataces de ciertas picardías para que el riel valorice determinados campos.

Al subir a la presidencia, en 1880, Roca señaló lo que la unidad nacional debía al ferrocarril y al telégrafo -¡Disparate solemne este de que un ferrocarril cree una unidad nacional-¡ diciendo que’"con estos agentes poderosos de la civilización se ha afianzado la unidad nacional (sic), se ha vencido y exterminado el espíritu de montonera y se ha hecho posible la solución de problemas irresolubles, por lo menos al presente’. El ’espíritu de montonera’ era la forma de expresión de la democracia argentina, entonces apabullada porque el caudillismo había sido substituido por el caciquismo político.

El argentino comenzó a ser extraño en su propia tierra. El inmigrante creaba una economía que rompía con el ideal de vida del criollo, que se sentía desplazado de ella, a la par que el fraude lo separaba de toda influencia política. La oligarquía hablaba de democracia pero mantiene a las masas alejadas de los comicios; a veces se las deja votar, nunca elegir. Presidente de la Nación hubo cuya candidatura fue proclamada en alguna Cámara de Comercio extranjera antes que en los comités. Los partidos políticos sirven para que el pueblo no advierta hasta que punto se ha producido la más grosera substitución de soberanías. Más, a pesar de todo, el pueblo no deja de ver la verdad, como lo demuestra el hecho que, desde 1880 hasta nuestros días, el país sufre seis revoluciones o conatos de tales. Si no las hubo mas abundantes se debe a la acción negativa de la población extranjera, a la que no interesa la política sino la paz, a los fines de hacer a su amparo alguna rápida fortuna con la cual elevarse socialmente o volver a la patria de origen, pues es extraña a los problemas culturales de la nación.

La oligarquía conservadora ofrece características contradictorias: fomenta la inmigración y cierra sus filas para evitar que los hijos de los inmigrantes penetren en ellas; creyendo representar al país mejor que estos descendientes de la inmigración, nada hace para que su asimilación sea integral. La verdad es que nada puede hacer porque ella misma se ha desprendido de todo lo tradicional, al punto que la escuela, controlada por el Estado, pierde poder catalizador porque ha sido creado en base a la imitación de modelos foráneos, alejada en sus orientaciones a los elementos fundamentales del ser nacional. Como su conservadorismo es puramente político, eso oligarquía, procurando contentar a los extranjeros que acuden en oleadas, adopta las peores expresiones del liberalismo y da al país una legislación antitradicionalista que, en materia religiosa, se distingue por sus tendencias laicistas; sin advertir que la inmigración que llega no es anglosajona, sino italiana y española, es decir, inmigración católica.

No responde esa legislación a ninguna necesidad nacional. La ley de educación laica no fue sino una consecuencia de uno de los tantos fenómenos de imitación. Cuando en 1882 se discutía en el país la ley de educación, llegaron los ecos de la laicización de las escuelas de Bélgica y de los debates promovidos por Jules Ferry, en Francia. La moda pedagógica del momento, dirigida en parte por el protestantismo – que mantiene la enseñanza religiosa en las escuelas de Inglaterra o Estados Unidos- combatiendo la enseñanza religiosa en las escuelas de los países… católicos-, basta para influir sobre nuestros hombres que, en materia de modas, en 1882, se visten en Londres y en París. Y es así como a pesar de la violenta reacción de los elementos católicos, sobre todo desde el diario ’LA UNION’, cuyos principales redactores eran José Manuel de Estrada, Pedro Goyena, Miguel Navarro Viola, Tristán Achával Rodríguez, Emilio Lamarca y Santiago Estrada, el país tuvo enseñanza laica. Poco antes, por la ley 934, reglamentaria de la ley de enseñanza, se terminó con esa libertad, pues su objetivo fue estatizar la escuela en todas sus etapas. En aquellos años la boga consistía en denominarse "librepensador", y solía ser considerado como una gran hazaña no bautizar a un hijo o, después de la ley de matrimonio civil, no casarse por Iglesia; aunque muchas veces ambos sacramentos no se cumplían públicamente, y si en privado. Navarro Viola, en "La Unión", decía que en la Argentina no había auténticos liberales. ‘Hay LIBREPENSADORES, decía, del tipo conocido, tan LIBRES que no saben ni pueden elegir lo que les conviene"."Los hombres considerados en este país como pensadores distinguidos, agregaba, se han declarado siempre fieles a la Iglesia y no han hecho materia de estudio las cuestiones religiosas o filosóficas. Se han dedicado a problemas políticos relacionados con las dos carreras que cultivan tradicionalmente en la república: la abogacía y la medicina’.

‘Sus discursos y escritos – proseguía Navarro Viola- no versan sobre temas de religión ni de filosofía. No hay, pues, LIBERALISMO DOCTRINARIO; no hay escuela filosófica Argentina. EL LIBERAL que se conoce por estas tierras es por lo común un individuo sin cultura fundamental que no ha meditado sobre las graves cuestiones de la sociedad y de la ciencia, y solo ha leído algunas páginas declamatorias contra los frailes. Cuanto mas, es suscriptor de algún periódico irreligioso, que se publica en Europa y del cual extrae el suficiente lote de bagatelas, que a la primera pregunta a fondo que se les hace sobre cuestiones de verdadero conocimiento, caen en un mar de confusiones y terminan por confesar que no han meditado suficiente sobre el punto’.

La inmigración italiana, que vivía aun los días de la toma de Roma y formación de su unidad nacional, fue introductora de ese LIBREPENSAMIENTO, que consistía en leer ’L´Asino’, un periódico de caricaturas contra los frailes y, cuando se instalaba algún negocio, cantina o almacén, denominarlo ‘Epur si muov’" o ‘Galileo’, títulos que, al parecer, tenían una enorme fuerza contra la Iglesia, contra esa Iglesia en la que todos ellos bautizaban a sus hijos.

* Tomado de "Historia de las ideas politicas en Argentina", cap XI