domingo, 28 de octubre de 2012

Epistolario

CANTONI Y COOKE

Con motivo de un homenaje que le prodigara a John W. Cooke —uno de los ideólogos peronistas de la guerra revolucionaria marxista— el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas recibió el formal pedido de renuncia del destacado historiador Jorge C. Bohdziewicz. Siguiendo su hidalgo gesto, otros miembros del susodicho Instituto Rosas presentaron también sus respectivas renuncias.
Enterado del hecho, el señor Cantoni, miembro también él de la precitada institución, dio a conocer una penosa misiva, que retrata tanto su confusión mental como su incapacidad argumentativa, amén del prolijo pago de tributo a las categorías de la contracultura dominante, que ofrendan estos neo y pseudo revisionistas.
Reproducimos a continuación la epístola de Cantoni, y la condigna réplica del Profesor Jorge C. Bohdziewicz.

LA CONDIGNA RESPUESTA
  
Sr. Presidente del
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas
“Juan Manuel de Rosas”,
Dr. Alberto González Arzac
De mi consideración:
He recibido copia de la nota que el profesor Juan Carlos Cantoni elevó al Cuerpo Académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” en relación con la renuncia que presenté el 19 del mes de septiembre. En ella, a modo de anticipación y para que no queden dudas, el firmante sostiene que adhiere y celebra el homenaje a William Cooke. Digo en respuesta que tiene todo el derecho de hacerlo y en los términos que mejor le parezcan. También puede disimular la contradicción que supone su admiración por un personaje que, según afirma, se comprometió con las luchas contra las dictaduras pero no tuvo escrúpulos en adherir a la de Fidel Castro, la más sangrienta y despiadada que se conoce. Lo que no debe, aprovechando la ingenuidad de los académicos, es estampar ligerezas sobre el Instituto que presido en el resto de su nota, fruto, sin duda, de una sorprendente ignorancia.
Para comenzar, le diré que la foto de José María Rosa presentando a Cooke no sólo no prueba que el homenajeado haya sido “revisionista”, título que suele adjudicarse con evidente abuso, sino que, en todo caso, confirma la desviación y complacencia de Rosa hacia el marxismo a la vez que prueba el prematuro ejercicio del “entrismo” en el Instituto Juan Manuel de Rosas, tolerado culposamente por muchos en una entidad que supo congregar alguna vez a los mejores estudiosos de la historia patria, verdaderos señores, ellos sí indiscutiblemente revisionistas. Nada sorprendente, al fin y al cabo, en quien concluyó su parábola defendiendo los inte-reses chilenos en la disputa del Beagle, cuyo desenlace significó una nueva amputación territorial. Supongo -sólo supongo- que esa foto y algunos párrafos de ocasión son para Cantoni testimonio ilevantable del revisionismo de Cooke, cuya nulidad de antecedentes académicos asombra más cuando es una institución académica la que lo homenajea.
Cantoni no desmiente los reparos que le presenté al Brigadier Carlos French cuando se empeñó en nacionalizar el Instituto. En más de una ocasión le señalé los riesgos de que se convirtiera en una suerte de apéndice del poder político y sujeto a sus vaivenes, toda vez que su funcionamiento en lo sucesivo dependería de la voluntad e intereses de lo funcionarios de la cartera a la que estaría adscripta. Pero Cantoni quiere demostrar que no es así y hace para ello una apretadísima y desafortunada síntesis, con ánimo comparativo, de la trayectoria del Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny”. Dice bien que fue fundado en 1972 y en 1977 obtuvo personería jurídica, pecado este último, al parecer, por haber sucedido en “plena época de la dictadura genocida”. De otra manera no habría mencionado esa circunstancia. ¿Y? Recuerdo que yo personalmente realicé el fastidioso trámite burocrático de rutina para alcanzarla. Recuerdo también que en “plena época de la dictadura genocida” fui al cine alguna vez, leí libros, trabajé en el archivo, visité amigos, dí clases en un colegio, disfruté viendo  algún partido de fútbol y, como la inmensa mayoría de los argentinos, hice muchas otras cosas propias de un individuo del común. Casi se me olvidaba decir que Julio Irazusta, la máxima figura intelectual del revisionismo histórico, presidió el Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny”, en “plena época de la dictadura genocida”.
¿Qué pretende Cantilo con esa tosca alusión? ¿Asociarnos acaso al gobierno del denominado Proceso de Reorganización Nacional a partir de la obtención de la personería jurídica en aquella época? Me niego a razonar sobre semejante estupidez. Pero hay algo más. No podía faltar la mención a nuestra relación con el CONICET. Cantoni dice que el Instituto no perdió su “independencia ni corrió el riesgo de convertirse en instrumento de las veleidades ideológicas de los superiores jerárquicos durante los gobiernos dictatoriales, ni democráticos”. Razonamiento bastante pobre y carente de matices sobre el que podría escribir muchas páginas. Pero seré breve.
Hay cosas sobre las que Cantoni no tiene la menor idea y en vez de callar y averiguar como historiador, en el supuesto que lo sea, escribe. Es evidente que en tanto asociación civil con personería jurídica y sujeto de derecho privado, el Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny” no podía perder su independencia porque de nadie dependía, ni bajo gobiernos dictatoriales, ni bajo gobiernos democráticos, sino de sus propias capacidades y limitaciones. Sólo este gobierno parece romper la regla y quitar personerías. Nadie jamás lo presionó ni se vio amenazado en el ejercicio de su libertad académica. Nuestro único cometido era investigar el pasado con probidad y jamás le hicimos morisquetas al poder de turno. Como Programa del CONICET la situación fue distinta aunque nuestra conducta la misma. Con el advenimiento de la “democracia” el Instituto fue violentamente suprimido por resolución del Directorio luego de una evaluación obscena por su arbitrariedad y sectarismo, bien documentada y que no viene al caso detallar. Es que el CONICET había caído bajo el dominio de ideólogos y viejos militantes de la subversión marxista y nuestra calidad de revisionistas, nacionalistas y católicos resultaba intolerable para ellos.
Fue bajo la gestión del doctor Raúl Matera en la Secretaría de Ciencia y Tecnología que se rehabilitó al Instituto salvándolo de su marasmo. Pudo así reiniciar sus actividades y reincorporar a investigadores y técnicos cesanteados. Y fue nuevamente bajo la gestión marxistoide de Juan Carlos Del Bello y sucesores en esa cartera que el Instituto volvió a ser objeto de presiones y acosos diversos. Sin embargo tampoco en ese ámbito perdimos nuestra independencia porque nos obstinamos celosamente en no perderla, aun pagando un alto costo que no viene al caso precisar y queda ya enunciado. Las situaciones de ambos Institutos son, por estas y otras razones, distintas e incomparables.
A Cantoni le parece inaceptable que yo diga que se incorporaron al Instituto al que renuncié -que se llama de “investigaciones”, conviene recordarlo- personas “ajenas” a la “investigación histórica”, como si ello fuera un insulto y no simplemente una realidad que consta y que sólo requiere para darle fe posar la vista sobre el listado de sus miembros. Dicho esto no en desmedro de los divulgadores, algunos egregios, pero cada cosa en su lugar.
Si a Cantoni le molesta que utilice la referencia a la “partidocracia” y cree que con ello pretendo descalificar a la “democracia”, lo siento mucho. Pero se me hace imposible desligar una y otra de la profunda decadencia en todos los órdenes de su existencia que vive nuestra Patria, sin que ello signifique adhesión a las formas anteriores. Y siento también decirle que las Dictaduras constituyen una legítima respuesta al caos y la anarquía, como en la Roma republicana, sobre todo cuando el poder dictatorial está asumido por un virtuoso por su moral y su saber. No hace falta que le diga que Rosas era un Dictador de esa clase y menos que le asegure que “salvó” a la Patria de su disolución. Después, si quiere, hablaremos de “democracia”, siempre que admita, como yo, que es el mejor sistema político porque otro peor no se pudo concebir.
Más me parece que no nos pondremos de acuerdo. Cantoni, que se muestra como un admirador del Cooke, me endilga gratuitamente la condición de “posible admirador de la doctrina de seguridad nacional” y parece dispuesto a negar o ignorar que el susodicho personaje contribuyó a formar los cuadros ideológicos del terrorismo maxista, el mismo que desencadenó una guerra homicida contra la Patria, como dije en mi renuncia. Pero en vez de predicar la violencia, la lucha de clases y recibir entrenamiento en Cuba, parecería que Cooke se dedicó a predicar la paz, el diálogo y la unidad. Si así fuera, reconozco que me he equivocado redondamente.
En medio de sus desaciertos, Cantoni dice algo con lo cual tengo plena coincidencia. Pide que sea aceptada mi renuncia “sin más”. Así también lo pido yo, y agrego mi deseo de que sea lo más rápido posible. De este modo no perderé tiempo en respuestas como estas, pues me esperan buenos libros para leer y amigos para conversar. Y Cantoni podrá dedicarse a descubrir placas y debatir sesudamente sobre “la relación del cuerpo con toda concepción propia de la dictadura genocida”. En alguna peña…
Por último, Señor Presidente, le pido que divulgue esta nota entre los Miembros del Cuerpo Académico, como lo hizo con la del profesor Cantoni. Creo que corresponde en justicia. De paso le aclaro que no me siento agraviado por los términos de la nota del profesor. El único agravio es a la verdad y al buen gusto.
Atentamente
Jorge C. Bohdziewicz

Tomado del Blog de Cabildo

domingo, 21 de octubre de 2012

DESARROLLO DE LA MASONERIA EN ESPAÑA*



Por el R. P. Aníbal Atilio Rottjer. 

En España se abrió la logia filial de Inglaterra en 1728. La figura más saliente de la masonería española fue el conde de Aranda, ministro del rey Carlos III y agente principal de la expulsión de los jesuitas en combinación con el marqués de Pombal, primer ministro y Gran Maestre de la masonería en Portugal.

El masón D’Alembert había dicho: “Los jesuitas son la tropa de línea bien disciplinada que, bajo el estandarte de la “superstición”, forman la falange macedónica, cuyo exterminio importa sobremanera”. Voltaire, comentando la expulsión, escribía: “Bendigamos al conde de Aranda porque ha limado los dientes y cortado las uñas del monstruo”.

En Francia los había expulsado, en 1782, en número de 4.000, el primer ministro de Luis XV, el duque de Choiseul, venerable de la logia “Enfants de la gloire”. Pombal los había desterrado de Portugal en 1759, en número de 1.100; descuartizando, además, a cinco y dejando morir en la cárcel un centenar. Los reinos borbónicos de Nápoles, Sicilia y Parma harán otro tanto en 1768, siguiendo el ejemplo de Aranda, que había expulsado, en 1767, a 7.000 de España y América, por las burdas calumnias y ridículas fábulas que configuraron el complot urdido por el duque de Alba [52]. Sus mismos autores, antes de morir, confesaron su perfidia; y la historia se ha encargado de demostrar hasta la evidencia la falsedad de sus acusaciones.

El cerebro de esta conjura satánica era Pombal, principal “punto” del triángulo masónico: Pombal-Aranda-Choiseul. Los masones aseguran que con tal expulsión y supresión de los jesuitas ganaron la principal batalla del siglo, pues ellos eran los que más se oponían a su penetración. Los llamaban jenízaros del Papa y granaderos del fanatismo y la intolerancia. El ministro de Gracia y Justicia, Manuel de Roda, escribía a Choiseul, el 17 de diciembre de 1767: “Hemos matado al hijo; ya no nos queda más que hacer otro tanto con la madre, Nuestra Santa Iglesia Romana”.

Aranda cambió el rito inglés por el escocés filosófico-primitivo y fundó, en 1760, con el ministro Campomanes, la primera Gran Logia Española de la que fue Gran Maestre. El 24 de junio de 1780 fundó el Gran Oriente Español, que dependió de Francia. El apóstata y traidor Juan Antonio Llorente, secretario del Tribunal del Santo Oficio, se trasladó a Francia y allí escribió a pedido de la masonería, que pagó sus trabajos, la “Historia de la Inquisición”, a fin de denigrar a España y a la Iglesia. Usó, según dice él, los archivos de la institución, los cuales cuidó muy bien de hacer desaparecer para que nadie comprobara sus aseveraciones. Ese libro ha sido el tintero adonde todos los sectarios han ido a mojar su pluma para calumniar a España y a la Iglesia.

En 1809 existían en España tres grupos masónicos: el Gran Oriente Español Independiente y los dos Supremos Consejos, dependiente uno de Francia y otro de Inglaterra. El rey José Bonaparte era el Gran Maestre del Gran Oriente Español. Durante su reinado suprimió en España los institutos religiosos y declaró bienes nacionales sus propiedades, cuyas ventas decretó.

La traición del masón Godoy, ministro del reino y agente de la masonería francesa, entregó España a Napoleón. El masón Miguel de Albania, elegido por Napoleón presidente de las Cortes de Bayona, y que fue Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo de la masonería española, sancionó la entrega y redactó el proyecto de constitución, conforme a las líneas generales que le suministró el emperador [53]. Más tarde, en 1812, bajo la égida de la masonería inglesa, se dictará la constitución liberal de Cádiz, origen de un sinnúmero de motines y de revoluciones. Además se organizaron logias militares denominadas “trincheras”, cuyas actas se llamaron “salvas”. A ellas se afiliaron oficiales encumbrados del ejército español. Tales logias quebrantaron la disciplina y originaron multitud de pronunciamientos, como el de 1820 del general Rafael Riego, Gran Maestre del Oriente.

En muchas de estas logias – que eran exclusivamente de carácter político – hubo también sacerdotes que lucharon por la independencia de España en la invasión napoleónica; y patriotas criollos civiles, militares y clérigos – que bregaban por la independencia de la dominación española en la América del Sur. Terminadas las guerras de la independencia se disolvieron estas logias, quedando tan sólo las nacionales masónicas

Tomado de: Rotjer, Anibal Atilio. 'La Masonería en la Argentina y en el mundo'.

viernes, 12 de octubre de 2012

Origen del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad


En varias oportunidades y en diversas revistas he aclarado conceptos inexactos o confusamente expresados que corren por los libros y la Prensa acerca de los orígenes históricos del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad, por atribuírseme a mí equivocadamente la invención material de ese vocablo, al mismo tiempo que se pasan por alto interesantes circunstancias históricas que señalan el punto de arranque del hermoso movimiento que se distingue con dicho nombre.

Fue mi gran amigo D. Ramiro de Maeztu uno de los primeros que me atribuyeron la creación del vocablo «Hispanidad» en su libro Defensa de la Hispanidad, publicado a principios de 1934. El ejemplar que me envió a mi residencia habitual de Buenos Aires lleva esta dedicatoria autógrafa: «Al Rev. P. Zacarías de Vizcarra, creador del vocablo 'Hispanidad' con la admiración y la amistad de Ramiro de Maeztu.» Y en la página 19 de la obra se lee: «La palabra se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside, D. Zacarías de Vizcarra.»

El inolvidable Cardenal Gomá, en su famoso discurso del teatro Colón, de Buenos Aires, se refirió en términos parecidos al origen del vocablo: «Ramiro de Maeztu –dijo– acaba de publicar un libro en 'Defensa de la Hispanidad', palabra que dice haber tomado del gran patriota Sr. Vizcarra y que ha merecido el 'placet' del académico D. Julio Casares.» (Juan Gil Prieto, O. S. A., «La Sección Española del XXIII Congreso Eucarístico Internacional», Buenos Aires, 1934, pág. 425.)

En el número de febrero de 1936, la revista madrileña «Hispanidad» repetía la misma idea: «Mucho y bueno sabe D. Ramiro de Maeztu –escribía– de la fecunda labor que en la Argentina ha realizado y sigue realizando el autor de la palabra 'Hispanidad'.» Con frase más precavida, por recordar quizá alguna de mis aclaraciones anteriores, escribía así en su obra Ideas para una filosofía de la historia de España el docto catedrático D. Manuel García Morente: «¿Cómo designaremos eso que vamos a intentar definir y simbolizar?... Existe una palabra –lanzada desde hace poco a la circulación por monseñor Zacarías de Vizcarra– que, a mi parecer, designa con superlativa propiedad eso precisamente que la filosofía de la historia de España aspira a definir. La palabra aludida es 'Hispanidad'. Nuestro problema puede exactamente expresarse en los términos siguientes: ¿qué es la hispanidad?» (Signo, 23 enero de 1943).
Veremos en estas líneas cómo es más aceptable la frase del Dr. García Morente que las demás antes citadas, aunque quizá en alguna de ellas se habrá tomado «crear» en el sentido lato de «lanzar a la circulación», que admite explicación satisfactoria.

Antigüedad del vocablo material «Hispanidad» 

Basta hojear los viejos diccionarios castellanos para encontrar en ellos esta palabra, aunque con diversa significación de la que ha recibido actualmente y con la esquela mortuoria de «anticuada». Así, por ejemplo, la quinta edición del Diccionario de la Academia, publicada en 1817, dice así: «Hispanidad, s. f., ant. Lo mismo que Hispanismo.» Y a continuación define así esta otra palabra: «Hispanismo, s. m. Modo de hablar peculiar de la lengua española, que se aparta de las reglas comunes de la Gramática. Idiotismus hispanicus.»
Tan antigua es esta palabra en su sonido material, que la encontramos en el Tractado de Ortographia y accentos del bachiller Alexo Vanegas, impreso en Toledo, sin paginación, el año 1531 y conservado como preciosidad bibliográfica en la Biblioteca de la Real Academia de la Lengua. «De los oradores –dice Vanegas– M. Tull. y Quinti. son caudillos de la elocuencia, aunque no les faltó un Pollio que hallase hispanidad en Quintiliano», &c. (segunda parte, cap. V).

Más aún: es probable que los romanos del siglo primero después de Cristo empleasen la palabra «hispanitas» (hispanidad) para designar los giros hispánicos del latín de Quintiliano, en el mismo sentido que el propio Quintiliano usa la palabra «patavinitas» (paduanidad) al hablar del latín, de Tito Livio. «Pollio –dice– deprehendit in Livio patavinitatem», es decir: «Polión encontró patavinidad (paduanidad) en Livio.» (De Institutione Oratoria, libro I, cap. V).

Pero date o no date del siglo primero la materialidad de la palabra «Hispanidad» lo cierto es que no tenía la significación que luego se le ha dado, y era además inusitada hasta en su acepción gramatical.
¿Cuándo y por qué se desenterró esta [13] la palabra y se le infundió vida nueva, para encarnar dos conceptos modernísimos?

Esto es lo que tratan de aclarar las presentes líneas.

Orígenes del «Día de la Raza» 

El poeta y periodista argentino Ernesto Mario Barreda, en un largo artículo publicado en La Nación de Buenos Aires el 12 de octubre de 1935, narra sus visitas al puerta de Palos y al convento de La Rábida en 1908, la entrega que hizo de un álbum que la Sociedad Colombina dedicó al presidente de la nación argentina, la fundación de la Casa Argentina de Palos, llevada a cabo por el cónsul de aquella república en Málaga, el entusiasta hispanófilo D. Enrique Martínez Ituño, y la celebrada el día 12 de octubre de 1915 por primera vez con el nombre de Día de la Raza en dicha Casa Argentina.

El documento impreso que cita está encabezado así: «Casa Argentina. –Calle de las Naciones de Indias Occidentales. –Carretera de Palos a La Rábida. –Club Palósfilo. –Hijas de Isabel. –Día de la Raza, 12 de octubre de 1915.» Luego se copian unos versos del mismo poeta Barreda alusivos a las carabelas de Colón y se exponen las razones de la nueva festividad, epilogadas con este apóstrofe a España: «Reunidos en la Casa Argentina los Palósfilos y las Hijas de Isabel en este Día de la Raza, hacemos votos para que con tus hijas las Repúblicas del Nuevo Mundo formes una inteligencia cordial. Y un abrazo fraterno sea el lazo de unión de los defensores de la Ciencia, el Derecho y la Paz.»

Esta iniciativa encontró eco en América, y sobre todo en Buenos Aires, aunque no todos los que allí aplaudíamos la sustancia de la fiesta estábamos de acuerdo con el nombre con que se la designaba.
Con fecha 4 de octubre de 1917, el Gobierno de la nación argentina, con la firma del presidente y de todos los ministros, declaró fiesta nacional el 12 de octubre, dando estado oficial a la afortunada iniciativa particular nacida dos años antes en una Casa Argentina.

Aunque en el texto del famoso y magnífico Decreto del Gobierno nacional no se habla de Día de la Raza ni se menciona siquiera la palabra «raza», sin embargo, la mayor parte de la Prensa se sirvió de aquella denominación, y se tituló «Himno a la Raza» el que compuso para el 12 de octubre del mismo año el patriota español don Félix Ortiz y San Pelayo, y fue cantado solemnemente en el teatro Colón por cinco masas corales reunidas.

Por las razones que luego indicaré no me satisfacía el nombre de Día de la Raza, que iba adquiriendo cada vez mayor difusión. Era necesario encontrar otro nombre que pudiera reemplazarlo con ventaja. Y no hallé otro mejor que el de «Hispanidad», prescindiendo de su anticuada significación gramatical y remozándola con dos acepciones nuevas, que describía yo así en una revista de Buenos Aires que no tengo a mano ahora en Madrid, pero que encuentro citada en la mencionada revista Hispanidad de Madrid, en el número de 1 de febrero de 1936: «Estoy convencido –decía en ella– de que no existe palabra que pueda sustituir a 'Hispanidad'... para denominar con un solo vocablo a todos los pueblos de origen hispano y a las cualidades que los distinguen de los demás. Encuentro perfecta analogía entre la palabra 'Hispanidad' y otras dos voces que usamos corrientemente: 'Humanidad' y 'Cristiandad'. Llamamos 'Humanidad' al conjunto de todos los hombres, y 'humanidad' (con minúscula) a la suma de las cualidades propias del hombre. Así decimos, por ejemplo, que toda la Humanidad mira con horror a los que obran sin humanidad. Asimismo llamamos 'Cristiandad' al conjunto de todos los pueblos cristianos y damos también el nombre de 'cristiandad' (con minúscula) a la suma de las cualidades que debe reunir un cristiano. Esto supuesto, nada más fácil que definir las dos acepciones análogas de la palabra 'Hispanidad': significa, en primer, lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánico diseminados por Europa, América, África y Oceanía; expresa, en segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica.»

Estas dos acepciones nuevas de la palabra «Hispanidad» nos podían permitir reemplazar ventajosamente el vocablo «raza» que, como escribía yo en la mima revista, me parecía «poco feliz y algo impropio»; pero no figuraban todavía en los diccionarios. Por eso, en un escrito que publiqué en Buenos Aires en 1926 bajo el título «La Hispanidad y su verbo», y obtuvo amplia difusión en los ambientes hispanistas, elevaba a la Real Academia de la Lengua esta modesta súplica: «Si tuviéramos personalidad para ello, pediríamos a la Real Academia que adoptara estas dos acepciones de la palabra 'Hispanidad' que no figuran en su Diccionario.»
En efecto: en la decimaquinta edición del Diccionario de la Academia, publicada en 1925, seguía presentando la palabra «Hispanidad» como anticuada, con el sentido gramatical de siempre, en esta forma: «Hispanidad, f., ant. Hispanismo.»

Hubo que esperar a la decimasexta edición, divulgada oficialmente en 1939, para encontrar una nueva definición oficial de esta palabra que supone un progreso en la materia, aunque no nos parece todavía suficiente clara ni completa. Dice así: «Hispanidad, f. Carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura española. 2. ant. Hispanismo.»

Esperamos que el progreso iniciado se completará en sucesivas ediciones del Diccionario oficial.
Impropiedad e inconvenientes de la denominación «Día de la Raza»

Absolutamente hablando, puede darse explicación satisfactoria a la denominación Día de la Raza tomando esta palabra en un sentido metafórico, equivalente a «tipo moral» cualquiera que sea la raza fisiológica a que pertenezcan los que lo comparten.

Pero como no se puede andar explicando continuamente a todo el mundo la significación impropia y translaticia del vocablo, asociamos instintivamente a la palabra su sentido fisiológico, y nos suena como cosa absurda hablar de «nuestra raza» a un conglomerado de pueblos integrados por individuos de muy diversas razas, desde las blancas de los europeos y criollos hasta las negras puras, pasando por los amarillos de Filipinas y los mestizos de todas las naciones hispánicas. En realidad, ni siquiera los habitantes de la Península Ibérica pertenecen a una sola raza. Desde los tiempos prehistóricos viven en España pueblos dolicocéfalos, braquicéfalos y mesocéfalos de las más diversas procedencias, que los historiadores no han sido capaces de fijar. A la variedad de las razas prehistóricas se añadió luego la mezcla de fenicios, cartagineses, griegos, romanos, godos, suevos, árabes, &c., &c... que ha hecho cada vez más absurda la pretensión de catalogar racialmente a los mismos españoles peninsulares. Son, pues, inevitables las sonrisas cuando se habla de «nuestra raza» ante un auditorio de blancos, negros y amarillos y aceitunados, sobre todo si no es blanco el orador.

Por otra parte, tiene algo de matiz peyorativo para las demás razas del mundo el que nuestra supuesta «raza» no se llame «esta» o «aquella» raza determinada, sino precisamente LA RAZA por antonomasia.
No es necesario insistir más para ver las razones que me movieron a escribir que me parecía «poco feliz y algo impropio» el nombre puesto originariamente al Día de la Raza. Lo he podido comprobar experimentalmente en varias partes de América durante mi estadía de veinticinco años en ella.
Ventajas de la denominación «Fiesta de la Hispanidad»

El concepto de la «Hispanidad» no incluye ninguna nota racial que pueda señalar diferencias poco agradables entre los diversos elementos que integran a las naciones hispánicas. Es un nombre de «familia», de una gran familia de veinte naciones hermanas, que constituyen una «unidad» superior a la sangre, al color y a la raza de la misma manera que la 'Cristiandad' expresa la unidad de la familia cristiana, formada por hombres y naciones de todas las razas, y la 'Humanidad' abarca sin distinción a todos los hombres de todas las razas, como miembros de una sola familia humana. Es una denominación que a todos honra y a nadie humilla.

Todas las naciones hispánicas han heredado un patrimonio común, transmitido por antepasados comunes, aunque luego cada una de ellas haya aumentado su herencia con nuevos bienes y nuevas glorias, que constituyen el patrimonio intangible y soberano de cada una de ellas. Pero así como en las varias familias procedentes de un tronco ilustre la existencia de distintos patrimonios privados no impide el amor y culto de las glorias que abrillantan la común prosapia, así también en las naciones, sin menoscabo de las glorias privativas de cada una, cabe el amor y culto del patrimonio común, sobre todo cuando es necesaria la colaboración de todos los herederos para conservarlo y defenderlo.

La denominación «Fiesta de la Hispanidad» presenta a todos los pueblos hispánicos este aspecto agradable y simpático de nuestra gran familia de naciones y constituye una invitación para el estudio y cultivo del patrimonio común, que a todos enorgullece y a todos aprovecha.

Cómo sienten la «Hispanidad» aun aquellos que no sienten la «Raza»
 
El día 13 de octubre de 1935 se inauguró en Buenos Aires la estatua del Cid Campeador, levantada en el centro geográfico de la ciudad, en presencia del señor Presidente de la Nación, del señor embajador de España y de otras altas representaciones. Pronunciaron los obligados discursos oficiales dos oradores que no llevaban apellidos de origen español ni podían sentir el ideal de la Raza, pero que supieron sentir y proclamar el ideal de la Hispanidad.

El historiador argentino Dr. Ricardo Levene, al explicar la significación de la presencia del Cid en América la encontró en el concepto espiritual de la «hispanidad», que es común a todos los hispánicos, aunque no hayan heredado sangre española. «El pueblo del Cid –dijo–, como entidad ética, fue el creador de una actitud acerca de la fidelidad, acerca de la defensa del desvalido, la dignidad del caballero y el honor del hombre; no sólo el honor exterior, diré así, que nace obligadamente en las relaciones con los demás, sino el honor íntimo o profundo, que tiene por juez supremo a la conciencia individual. Del Cid en adelante, los héroes españoles e hispanoamericanos son de su noble linaje. Es que en América transvasó la desbordante vitalidad de la Edad Medía española, corriéndose impetuosamente por el tronco y las ramas la savia de la raíz histórica... La hispanidad no fue nunca la concepción de la raza única e invariable, ni en la Península ni en América, sino, por el contrario, la mezcla de razas de los pueblos diversos que golpeaban en oleadas sobre el depósito subhistórico. La hispanidad ha dejado de ser el mito del imperio geográfico... La hispanidad no es forma que cambia, ni materia que muere, sino espíritu que renace, y es valor de eternidad: mundo moral que aumenta de volumen y se extiende con las edades, sector del universo en que sus hombres se sienten unidos por el lado del idioma y de la historia, que es el pasado. Y aspiran a ser solidarios en los ideales comunes a realizar, que es el porvenir.» (El Diario Español, Buenos Aires, 14 de octubre de 1935, pág 2.)

Después de este discurso, que tuve el gusto de escuchar al pie de la estatua del Cid, fue recibida ésta oficialmente, en nombre del Municipio de Buenos Aires, por el doctor Amílcar Razori, que con breves y sentidas palabras entregó «para la contemplación artística y enseñanza moral de los habitantes la figura legendaria del Cid Campeador, hijo de nuestra dilecta España, duro, recio e indómito como las llanuras de Castilla que le vieron nacer, bravío guerrero de las gestas más mentadas al través de los siglos en los campos de batalla y docto en las Cortes ciudadanas, defensor del débil, paladín de la honra, libertador de pueblos, sostén del derecho y de la justicia, paradigma y síntesis, en fin, de las nobles, de las grandes, de las profundamente humanas virtudes españolas.» (El Diario Español, página citada).

Misión ecuménica de la Hispanidad en todas las razas del mundo futuro
 
Este mundo nuestro que se derrumba, víctima de luchas raciales y apetitos materialistas, buscará un refugio de paz y fraternidad en las veinte naciones católicas de la Hispanidad, salvadas casi íntegramente del incendio de la guerra y relativamente inmunizadas contra las más peligrosas reacciones de la posguerra.
La Hispanidad Católica tiene que prepararse para su futura misión de abnegada nodriza y caritativa samaritana de los infelices de todas las razas que se arrojarán a sus brazos generosos. La Providencia le depara a corto plazo enormes posibilidades para extender en gran escala su acción evangelizadora a todos los pueblos del orbe, poniendo una vez más a prueba su vocación católica y su misión histórica de brazo derecho de la Cristiandad.

Por eso es necesario estrechar cada vez más los lazos de hermandad y colaboración entre los grupos más selectos de la Hispanidad Católica, prescindiendo de razas y colores mudables, para afianzar más las esencias inmutables del espíritu hispánico.

Conclusión 

Creemos que estas líneas contribuirán a esclarecer más el origen del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad, y a justificar el empleo cada vez más universal de la denominación «Fiesta de la Hispanidad» en sustitución de la anterior, menos expresiva y simpática, de «Día de la Raza».




sábado, 6 de octubre de 2012

SOBRE "ROSAS EN LOS ALTARES"



Por: ALBERTO EZCURRA MEDRANO


Hace un cuarto de siglo era un lugar común la afirmación de que en la época de Rosas, el retrato del Restaurador había sido colocado en los altares. Después de un detenido estudio del asunto, basado en la tradición, gravado y crónicas de la época, publiqué en "Crisol" el 1° de enero de 1935 un artículo titulado "Rosas en los altares", donde documentaba concluyentemente lo contrario. En ese artículo, reproducido en el número 4 de la Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas, llegaba a la conclusión de que "el retrato de Rosas no se colocaba en el altar, sino, por lo general, en un asiento, en el prebisterio, cerca del altar, del lado del Evangelio", y que ello "no constituyó profanación ni sacrilegio".

El impacto fue tan profundo que el antirrevisionismo ha tardado 25 años en reaccionar. Y lo ha hecho en "La Prensa" del 1° de noviembre del corriente año, mediante el artículo de Enrique J. Fitte titulado "Acotaciones sobre la efigie de Rosas en las funciones religiosas".

Demás está decir que el autor no refuta ni lo pretende siquiera, la afirmación de que el retrato se colocó en el prebisterio y no en el altar. Por el contrario, manifiesta no hacer cuestión de lugar, a pesar de que esta cuestión es de fundamental importancia. Sus "acotaciones" se reducen a argumentos, que creo poder sintetizar bien en la siguiente forma: 1) No fue sólo en las funciones parroquiales de 1839 cuando el retrato aparece en los templos, sino también antes y después; 2) No es valedera la explicación de la imposibilidad en que se encontraba Rosas de concurrir personalmente a todas las ceremonias, sino que había en ello un móvil político.

Respecto del primer punto debo manifestar que si me concerté especialmente a las funciones parroquiales de 1839, fue porque precisamente a ellas se refieren las acusaciones más estridentes de idolatría. No obstante mencioné también el óleo de Boneo -el mismo que reproduce el señor Fitte- aclarando que "representa una ceremonia religiosa en la iglesia de la Piedad", y sin identificarlo, por consiguiente, con las "funciones parroquiales". En realidad la fecha y la oportunidad en que aparece el retrato en el templo es de muy relativa importancia con relación al hecho en sí.

En cuanto a la explicación del hecho, me atuve a la versión tradicional, de fuente eclesiástica, a que aludí en mi artículo. Posteriormente fue rectificado por un historiador revisionista, Julio Irazusta, quien consideró una falla de mi hermenéutica al haber atribuído exclusivamente a esa causa el origen de la ceremonia, creyendo por su parte en la concurrencia de un móvil de mística política. No hay inconveniente en aceptar esa rectificación. Pero no creo que pueda rechazarse en absoluta la hipótesis de la asistencia simbólica de Rosas. No se trata de que haya mediado invitación previa ni de imposibilidad de concurrir por inconveniente de último momento, como dice el señor Fitte. Se deseaba contar con la presencia de Rosas y cada una de las ceremonias, se le representaba con el retrato. Luego esto se hizo costumbre y así se explica que haya ocurrido hasta en la misma casa de Rosas, aunque tampoco con su presencia física, según parece deducirse del relato del almirante Ferragut, ya que después de nombrar varias veces a Rosas como "el gobernador", no lo incluye entre los concurrentes.

En el mencionado relato hay algo que puede dar lugar a confusiones. Ve Ferragut "un altar para el servicio divino" y a la izquierda "otro más pequeño", destinado al retrato. Altar, para los católicos, es el "ara consagrado sobre la cual celebra el sacerdote el santo sacrificio de la misa" y por extensión, "el hogar levantado y en forma de mesa, más largo que ancho, donde se coloca dicha ara" (Espasa). Lo que al almirante pareció altar, no lo era, porque no tenía ara ni en él se celebraba misa. Por mucha forma de altar que haya tenido, si es que la tuvo, fue simplemente el asiento bajo docel preparado para el retrato.

En lo que decididamente no estoy de acuerdo con el señor Fitte es en la conclusión a que llega: "Esto es incurrir en pecado de idolatría y en delito de profanación". El privilegio de ocupar un lugar prominente en el presbiterio o sea en las proximidades del altar, había sido concedido a las autoridades seglares por la Iglesia, y en especial a los reyes de España. Que se haya colocado en su lugar un retrato, cualquiera sean los motivos de ello, podrá parecer inconveniente, de mal gusto, pero no encuadra dentro de la idolatría ni de la profanación, porque dicho retrato no estaba allí para recibir culto, sino más bien para tributarlo a Dios, custodiando su altar. Hoy, en tiempos menos personalistas, se coloca junto al altar mayor la bandera nacional y nadie ve en ello profanación ni idolatría a pesar de que desde el punto de vista estrictamente religioso, nada tiene que hacer en ese lugar.

La acusación de idolatría; por parte, más que a Rosas, afecta al ilustre clero argentino de esa época, presidida por el obispo Mariano Medrano, enérgico defensor de la ortodoxia católica frente a la reforam rivadaviana, y compuesta de sacerdotes de la virtud e ilustración de los canónigos Zavaleta, García, Segurola, Pereda Zavaleta, Elortondo y Palacio, Argerich y otros. Es absurdo suponer que la iglesia argentina prevaricó en masa, incurriendo en el grosero pecado de idolatría.

La verdad, no rebatida hasta ahora, e imposible de rebatir, porque la verdad es que el retrato de Rosas nunca se colocó en los altares y por consiguiente, jamás fue objeto de adoración ni de culto, por lo que no pudo haber profanación ni sacrilegio.

Fuente: Revista de Cultura "Revisión", Año 1, N° 4, Buenos Aires, diciembre de 1959, página 8.