sábado, 24 de septiembre de 2011

LUIS ALEN LASCANO, MAESTRO DEL REVISIONISMO SANTIAGUEÑO

El 25 de septiembre de 2010 los santiagueños perdimos a uno de los máximos exponentes de nuestra cultura. En ese triste día se nos fue don Luís Alen Lascano.

Para quienes no lo conocieron, digámoslo de entrada nomás, cosa que no quede ninguna duda; el maestro Luís Alen fue un eminente historiador identificado con el revisionismo histórico; hispanista y católico declarado; investigador, maestro, y divulgador de los hechos de nuestra historia, enfocados desde una óptica nacional.  

Había nacido en Santiago del Estero, un 10 de octubre de 1930. Ejerció la docencia en varios colegios de nuestro medio y fue profesor por concurso en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Santiago del Estero.

Siendo muy joven se unió al Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Mas adelante, su solvencia intelectual le permitió formar parte de la Academia Nacional de Historia, así como de diversas instituciones prestigiosas, entre ellas la Academia Sanmartiniana.

En lo político Lascano provenía del radicalismo irigoyenista y como tal adscribió al pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y Homero Manzi. Fue candidato a diputado por el radicalismo en 1954 y 1958, y diputado nacional constituyente en 1957. Se desempeñó como diputado provincial en 1963-1966.

Su obra historiográfica abrevó en autores de la talla de Adolfo Saldias, Vicente Sierra, Manuel Galvez, José Maria Rosa y Ernesto Palacio. Escribió numerosos libros, opúsculos y artículos, así como una gran cantidad de  prólogos a libros ajenos.

De su producción podemos destacar “Ibarra y el federalismo del norte”, libro en el que reivindica la figura del caudillo santiagueño, y que fuera premiado por la Comisión Nacional de Cultura del Ministerio de Educación Nacional en 1970.

Igual mención, en esta apretada nota, merece su obra “Rosas, el gran americano” escrita en 1975. En ella Luís Alen Lascano traza una excelente síntesis de la vida de don Juan Manuel de Rosas, resaltando el enfrentamiento del Restaurador tanto con la oligarquía portuaria como con la clase terrateniente durante el bloqueo imperialista.

Su obra monumental, sin lugar a dudas, fue la “Historia de Santiago del Estero”; punto de referencia obligado de todo aquel que quiera estudiar el pasado santiagueño. Su importancia es tal que, como dijo el Dr. Raúl Lima, “en ella abrevaron legiones de alumnos del profesorado de historia, y todos nuestros profesores y licenciados de historia”[1].

Algún día se deberá hacer una adecuada reseña de su ingente producción, así como un concienzudo análisis de sus aportes. 

Digamos finalmente, y ya en el plano humano, que Luís Alen Lascano no solo fue un brillante historiador sino que también fue un distinguido caballero, amable y servicial con todos los que requerían de sus servicios. Justamente por ello fue director de numeroso tesistas, a quienes les brindo generosamente su apoyo y su biblioteca. Lamentablemente muchos de sus antiguos discípulos se olvidaron del gigante sobre el cual se montaron oportunamente y hoy alejados de su magisterio caminan henchidos de orgullo a pocos metros del terrenal suelo.

Vaya entonces de nuestra parte el agradecido reconocimiento, y el justísimo homenaje, para aquel que providencialmente nos develó la verdad de nuestro pretérito y nos brindó la calidez de su persona.


                                                                     Dr. Edgardo Atilio Moreno


[1] Revista La Columna. Sgo del Estero. Abril 2011

sábado, 17 de septiembre de 2011

LAS DE SARMIENTO

Domingo Faustino Sarmiento es uno de los principales beneficiados de la falsificación histórica que lo ha colocado en un sitial de gloria que no le corresponde, primero, porque no es cierto, y segundo, que es todo lo contrario, es decir, está lejos de ser un ejemplo de virtudes cívicas y patrióticas como debe ser un prócer. 

Esta versión malsana de nuestra historia afirma que Sarmiento fomentó la educación al punto de calificar a esa tarea de fundacional, lo que no es una verdad revelada, ya que dicho mérito le corresponde a Nicolás Avellaneda, ministro de educación durante la presidencia de Sarmiento (1868—1874), que fue su sucesor en la presidencia. Tras esa máscara de “prócer” se esconde un mentiroso y un criminal que detestaba a su propio país.

Desde su exilio (voluntario) en Chile comenzaría su labor artera y traidora, a través de su periódico “El Progreso”, fomentando con entusiasmo y dedicación la ocupación, por parte del Gobierno de ese país, del Estrecho de Magallanes y la Patagonia; la toma de posesión del primero se concretó el 21 de septiembre de 1843. También desde esas mismas páginas el 28 de noviembre de 1842 manifestaba: “La Inglaterra se estaciona en las Malvinas. Seamos francos: esta invasión es útil a la civilización y el progreso”; es curioso que nuestros héroes que defendieron NUESTRAS Islas Malvinas de la agresión colonialista de Gran Bretaña (y de su alcohólica Primer Ministro, Margaret Thatcher) fueron “ilustrados” en las “hazañas” del “padre del aula” durante su infancia, a la par que incoherentemente también les enseñaban que las Malvinas son argentinas. 

De las provincias opinaba: “Son pobres satélites que esperan saber quien ha triunfado para aplaudir. La Rioja, Santiago del Estero y San Luis son piltrafas políticas, provincias que no tienen ni ciudad, ni hombres, ni cosa que valga. Son las entidades más pobres que existen en la tierra”. ("El Nacional", 9/10/1857). Y muchas otras expresiones análogas contra nosotros, los argentinos, Hispanoamérica, etc. 

Sarmiento, como muchos otros, se encuentra en el grupo de miserables que auspiciaban todo tipo de perjuicios a la Argentina por el sólo hecho de no encontrarse ellos (los unitarios) en el gobierno, como si el desastre y los asesinatos del Gral. Lavalle no hubieran sido suficientes, “lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer...” (Carta del Gral. San Martín al Restaurador Gral. Juan Manuel de Rosas –10 de junio de 1839), tal era el juicio del Libertador hacia quienes fomentaban la agresión militar contra la Argentina.

A Sarmiento se lo explica también a través de su mas estrecho aliado en la destrucción de la Argentina, Bartolomé Mitre, quien lo designó por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 28 de marzo de 1863 Director de la guerra y Comandante General de las fuerzas de línea y milicias de San Juan, Mendoza y San Luis. Es interesante destacar que durante el período junio de 1862 e igual mes de 1868, hubo en las provincias 117 revoluciones y 91 combates; dato “curioso” puesto que estos dos personajes se encontraban en la cima del poder nacional, promediaba la “organización nacional” y la Argentina era un desastre en todo sentido. Lo que convierte a Sarmiento en uno de los máximos responsables de la anarquía de esos años.

A pesar de todo ello, la exaltación que recibió de la historiografía oficial traspasa los límites, no sólo de lo creíble, sino del sentido común, como el mito incomprobable que “nunca había faltado a la escuela”, y muchas otras mentiras mas, para convertir a este resentido social y egoísta en un “prócer”.

Debe un pueblo valiente y saludable tener un conocimiento cabal y completo de su historia, pues ésta será el cimiento de grandeza que con paciencia y sabiduría labrarán sus generaciones. La versión “oficial”, afortunadamente ha tenido la inevitable confrontación con la realidad, y que, como era esperado, se desmoronó sin siquiera crujir. Pero no ha sido completo, pues ¿de que puede servir que conozcamos con veracidad nuestra historia, si todavía cohonestamos y somos cómplices de la inveterada mentira? Ello sólo demuestra que en realidad no comprendimos el trascendente rol que desempeña la historia en la vida de una nación, ya que aquella le señalará el rumbo, le trazará un itinerario de victoria o de derrota. 

La obra debe ser completada, ya no hay razón ni justificación para que permanezcan monumentos y calles con los nombres de Rivadavia, Alvear, Mitre, Sarmiento y Urquiza, ya éstos son los mojones de la decadencia que nos llevaron a la derrota nacional, torciendo NUESTRO DESTINO, el destino de la Patria, destino americanista y federal, de tacuara y rojo punzó. El principal fundamento por el cual se los debe dejar de considerarlos próceres, es porque ellos implica que sean un ejemplo a seguir, y ése es el problema, puesto que emularlos nos ha llevado a sangrientos enfrentamientos entre hermanos, a sucesivos fracasos políticos y económicos, como bien sabemos los argentinos, tales como devaluación, inflación, tiranía, demagogia, degradación social, etc. Todos ellos se han enfrentado directamente o indirectamente con el Gral. José de San Martín, el Gral. Manuel Belgrano y el Restaurador Gral. Juan Manuel de Rosas, ya sea combatiéndolos personalmente o enfrentando sus ideas.

Se debe pasar de la palabra a la acción, de la proclama a la realización, esos hombres nefastos, apreciados correctamente se muestran ante la posteridad con la inefable tacha de infamia de la traición a la Patria.

http://asisluis.blogspot.com

jueves, 8 de septiembre de 2011

BELGRANO Y LA NACION ARGENTINA

Me interesa reflexionar sobre Belgrano y la Nación Argentina, debido a que se están programando actividades para celebrar en el 2010 el Bicentenario de la Argentina. En realidad, es un aniversario equívoco. Si se toma la expresión Nación Argentina como equivalente a Estado Argentino, es necesario decir que el mismo no quedó constituido el 25 de mayo de 1810, fecha en que se formó un gobierno propio, pero provisorio, hasta que el Rey Fernando VII —que estaba preso de Napoleón— reasumiera su corona. El Estado Argentino sólo surgiría seis años después, con la Declaración de Independencia.

En efecto, al asumir sus cargos los integrantes de la Junta Provisional Gubernativa, consta en el acta de acuerdos del Cabildo: “el presidente [Saavedra], hincado de rodillas y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, prestó juramento de desempeñar lealmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano Fernando VII y sus legítimos sucesores y guardar las leyes del Reino…”

Por otra parte, si se toma la expresión Nación Argentina en su sentido sociológico, como conjunto de personas que conviven en un mismo territorio y poseen características comunes: étnicas, lingüísticas, culturales, históricas y religiosas, y manifiestan el deseo de continuar viviendo juntas; la Argentina ya estaba consolidada antes del 25 de mayo. Belgrano estuvo vinculado a ambos hitos históricos, pues fue nombrado Vocal de la Primera Junta en 1810; pero antes, en 1806 —año en que quedó manifestada heroicamente la existencia de la nación— había participado activamente en la resistencia ante las invasiones inglesas.

Consideramos que en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en evidencia que la Argentina como nación estaba ya consolidada pues:

1) Existía ya en esta parte del territorio del Virreinato del Río de la Plata, mayoría de criollos, algunos de los cuales, como el mismo Belgrano, desempeñaban funciones públicas de importancia.

2) Existía, como lo afirma el sociólogo Guillermo Terrera, una cultura criolla argentina que para los años 1700/1750, tenía caracteres propios y definidos.

3) No existían en número suficiente tropas profesionales para repeler el ataque extranjero, de modo que la resistencia estuvo a cargo de milicias criollas y de los vecinos que se sumaron voluntariamente a la lucha. Sería impensable que esto ocurriera en una sociedad cuyos integrantes se conformaran con ser una colonia. Precisamente, la decisión masiva de combatir de los criollos, revela a un pueblo con identidad propia que asume la defensa de su tierra, pese a la ausencia del Virrey.

Los recuerdos de Belgrano sintetizan bien la opinión general del momento: “me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación, y sobre todo en tal estado de degradación que hubiese sido subyugada por una empresa aventurera…”

En otro pasaje de sus memorias, destaca la actitud de los soldados voluntarios en la Reconquista y posterior Defensa de 1807: “era gente paisana que nunca había vestido uniforme y que decía con mucha gracia que para defender al suelo patrio no habían necesitado aprender a hacer posturas, ni figuras en la plaza pública para diversión de las mujeres ociosas”.

Siendo Belgrano ayudante de campo del cuartel maestre general, tuvo oportunidad de hablar con los oficiales ingleses prisioneros. Al Brigadier General Craufurd, que le insinuó la conveniencia para los criollos de aceptar el protectorado inglés para lograr la independencia de España, le contestó “nosotros queremos el amo viejo o ninguno”. No hubo un doble discurso en las autoridades criollas, sino que el surgimiento de un Estado soberano en el Río de la Plata resultó de un proceso derivado de la crisis del régimen hispánico.

Así lo explica nuestro héroe en sus memorias: “de allí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos”.

Dos años después, llegó a Buenos Aires la noticia de la entrada de los franceses en Andalucía y la disolución de la Junta Central, lo que impulsó a un grupo de patriotas, liderado por el Coronel Saavedra a intervenir para “quitar las autoridades, que no sólo habían caducado con los sucesos de Bayona, sino que ahora caducaban, puesto que aún nuestro reconocimiento a la Junta Central cesaba con su disolución”.

La conclusión de este recuerdo del prócer, en momentos en que la nación argentina se está desdibujando, por la pérdida de la concordia cívica, y el intento de suplantar nuestra tradición cultural por ideas de cuño gramsciano, es que sólo seremos dignos herederos del general Belgrano si situamos el verdadero Bicentenario de la Nación en la emulación del espíritu de la Reconquista, y convocamos a los patriotas dispersos, a modo de retreta del desierto, para los arduos combates que nos esperan si queremos restaurar la Argentina.
Mario Meneghini

Tomado de: http://bitacorapi.blogia.com/

jueves, 1 de septiembre de 2011

LAS FALACIAS DE ROBERTO AZARETTO SOBRE LA VUELTA DE OBLIGADO

En el Nº 45 de la revista “La Fundación Cultural”, se publicó un articulo titulado “La batalla de la Vuelta de Obligado y la supremacía porteña”. Su autor, el recientemente incorporado a la Academia Argentina de Historia, Roberto Azaretto, tiene editados varios libros; entre los cuales se destacan “Historia de las fuerzas conservadoras”; “Ni década, ni infame” y  “Federico Pinedo, político y economista”. Obras estas que, por sus títulos nomás, nos dan una idea del pensamiento político de dicho escritor y de la escuela historiográfica a la que adhiere. 

En efecto, Azaretto es un historiador tributario de la llamada Historia Oficial. Aunque a decir verdad trata de disimular su filiación siguiendo la línea inaugurada por Emilio Ravigniani con su Nueva Escuela Histórica. Es decir,  toma distancia de los liberales mas extremos y de la historiografía canónica que nos legara Mitre, Levene y compañía, sin dejar de lado su ideología y su aversión por el revisionismo.

Esta estrategia, que le permite a los autores liberales pretender ser mas ecuánimes, honestos y abiertos, los habilita también para abordar temas que hoy por hoy resultan imposible seguir ocultando. La trampa esta en que al hacerlo conservan intacto el mismo enfoque antinacional de siempre; por lo que en definitiva la postura es la misma, solo que matizada y camuflada.

Ciertamente, en estos relatos ya no campean las mentiras más groseras de antaño, ni el odio desembozado a la figura de Rosas; no obstante ello la historia que se nos cuenta sigue estando al servicio de intereses foráneos y partidarios ajenos al bien de la Nación.

Y es que el eje de esta historiografía se ha desplazado. Ya no descansa tanto sobre el ocultamiento o falseamiento de los hechos, sino más bien sobre los sofismas y los razonamientos falaces. Es decir –y hablando más “científicamente”- las falencias más notorias que ahora exhiben son más de índole hermenéutico que heurístico.

Conforme a ello, el autor que comentamos, puesto en el brete de hablar sobre un tema que es “caballito de batalla” del Revisionismo Histórico, recurre al ardid de minimizar su importancia y hacer una interpretación falaz que no resiste el menor análisis lógico ni  historiográfico.

Así entonces, en el articulo de marras, Azaretto nos advierte que “comparar, como lo hace Pacho O Donnell, los sucesos de 1845 con la gesta de San Martín y el cruce de los Andes es ridículo”. Es mas,  considera que la decisión de Rosas de hacer frente a las incursiones extranjeras fue un “disparate”, y que el general Mansilla solo aceptó ponerse al mando de las tropas de la Confederación por “el gran amor a su esposa”; Agustina Rosas, la hermana menor del Restaurador.

Para mayores antecedentes agrega que Rosas ya había demostrado su “ineptitud” militar cuando hizo la campaña al desierto, pues en la misma “solo se cumplió la parte que le interesó a su provincia, dejando a las provincias cuyanas y a Córdoba con la indiada amenazando las estancias y poblados como antes.”

Luego -y dejando de lado estos detalles menores-, Azaretto pasa a lo que más les importa a los liberales, es decir, a cuestionar la política económica que llevó adelante don Juan Manuel.

Así sostiene que Rosas “montó un aparato militar para someter a los pueblos del interior a la hegemonía porteña, financiado con las rentas del monopolio portuario porteño”, y que  “La famosa Ley de Aduana no tuvo efectos en el interior y los aportes a las provincias fueron mezquinos…”
Fundamentando su concepción económica afirma que el progreso requiere la apertura de los mercados y la incorporación del mundo a la producción”; y se pregunta si ¿es nacional prohibirle a las provincias que utilicen sus puertos para exportar e importar sus productos?

Finalmente, y para rematar su crítica afirma maliciosamente que los intereses del Restaurador “están vinculados a los ingleses” y que “en su momento negoció el pago de la deuda por territorio, ofreciendo el reconocimiento de la soberanía inglesa en las Malvinas a cambio de la cancelación del empréstito contraído con Barings Brothers”.

Con las citas hasta aquí transcriptas basta ya para mostrar que este artículo no es más que una repetición de los viejos lugares comunes del antirosismo,  y de los caducos sofismas del liberalismo; más algún otro de renovado cuño. En consecuencia todo lo dicho ya fue refutado prolijamente por los historiadores revisionistas. No obstante ello, y a riesgo de ser tediosos, digamos lo siguiente:

En primer lugar, no nos sorprende para nada que el autor, al igual que todos los adalides de la “Civilización” y el “Progreso”, insista en hacernos creer que la acción del imperialismo -que se encubre con el eufemismo de la apertura al mundo-, es en realidad una influencia benéfica para nuestra Patria; lo que si indigna es que se sugiera que la defensa de la soberanía que llevó adelante el Ilustre Restaurador fuera en realidad una impostura, atento a que este tenia negocios con las potencias en cuestión. Incalificable acusación formulada en contra un hombre que no solo no se enriqueció en la función publica sino que por el contrario se empobreció merced a ella. Ejemplos de cómo sacrificó su peculio por el Bien Común los hay a montones; aunque la mentalidad crematística y egoísta de los liberales no los comprenda.

Para colmo Azaretto -en una concesión al marxismo- pretende adscribir a Rosas a la oligarquía; entendiendo por oligarquía a la clase terrateniente; sin percibir que la oligarquía mas que una clase social, es un estado espiritual y mental producto de la adhesión a una ideología antinacional, que trae consecuencias de distinta índole.

Además no se entiende como desde el liberalismo se puede criticar las negociaciones por el pago de la deuda externa, cuando son sus representantes los principales gestores del sometimiento a la usura internacional. Por otro lado, si bien Rosas se ocupó del tema, sin embargo no pagó un solo peso a los usureros y es bien sabido que la oferta de vender las islas Malvinas era al solo efecto de que el usurpador reconociera que no era el legitimo propietario de ese territorio irredento.

La otra cuestión, es decir, la del supuesto sometimiento de las provincias al gobierno porteño, realmente es antojadiza. Rosas, a diferencia de los unitarios y los liberales, siempre respetó las autonomías provinciales y nunca impuso por la fuerza gobernadores ilegítimos que le  fueran adictos. Si así hubiera obrado, los pueblos del interior no lo habrían respaldado cuando se enfrentó a la agresión externa. Actitud esta que no solo se explica por el patriotismo de aquello hombres sino también por que la política proteccionista de Rosas con su ley de aduanas les garantizaba la prosperidad económica.

Además el Restaurador permitió a las provincias que  manejen sus propias economías, que recauden sus propios impuestos, y  que dispongan de sus propios recursos financieros; acudiendo en su ayuda cada vez que fuera menester. Todo ello en armonía con el Bien Común de la nación; al cual también se subordinaban los intereses legítimos de la provincia de Buenos Aires; no como los unitarios que aprovecharon los recursos aduaneros en exclusivo provecho propio.

Pero yendo a la hipótesis del articulo, es decir, a la peregrina idea de que la batalla de Vuelta de Obligado carece de importancia alguna; seamos honestos, no es Pacho O Donnell quien compara este hecho histórico con la gesta de San Martín; es el propio San Martín quien lo hace cuando en carta a Guido expresa que dicha contienda es “de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”, manifestando además su deseo de ponerse al servicio de la Confederación que presidía don Juan Manuel.

Y esto lo sabe cualquier aficionado a la historia desde que el revisionismo difundió sus hallazgos historiográficos. Y decimos desde entonces por que no es como dice Azaretto que siempre se enseñó en las aulas la batalla de Vuelta de Obligado; eso es falso, nunca –antes del accionar revisionista- escolar alguno escuchó hablar de aquella gesta y de su valor; por el contrario solo se les inculcó dogmáticamente una retahíla de mentiras sobre aquella época gloriosa.

Sin embargo este autor, en su afán de escamotear meritos a Rosas aborda el tema obviando la postura que nuestro máximo héroe, el gral. San Martín, tenía al respecto. Es mas tiene la osadía de calificar de disparate a la decisión de hacer la guerra al invasor. Da la impresión que ignora que la política y la guerra van de la mano, parece que desconoce el viejo axioma según el cual la guerra es la continuación de la política por otros medios. Si su hermenéutica fuera correcta comprendería que la decisión guerrera del Restaurador, en el marco de su estrategia política, fue acertadísima.

Pero claro, el animus injuriandi  nubla la visión. Por eso pretende abonar su falacia trayendo a colación una supuesta ineptitud de Rosas, demostrada ya en  ocasión de organizar la Campaña al Desierto. Como si no fuera sabido que aquella empresa tan necesaria, en la que don Juan Manuel puso tanto esfuerzo, quedó incompleta no por su culpa sino por el sabotaje de sus enemigos políticos.

Y de esta crítica denigratoria no se salva ni el bravo Mansilla. Azaretto lo hace marchar a la guerra por “obediencia debida” a su esposa, cual si fuera un pobre “varón domado”. Por poco no dice que la vibrante arenga que este pronunció al comenzar la batalla se la obligaron a decir.

A estos extremos se llega en el afán de ocultar que la batalla de Obligado marca un hito en el empeño de los argentinos de ser una nación soberana.

Y aunque el resultado final de aquella gesta demuestra que el plan de Rosas fue un éxito, nuestro historiador liberal no se amedrenta y atribuye el fracaso de la expedición pirata a otras causas. Sostiene que se debió a las dificultades en la navegación del Paraná, “pues es un río sin obras de dragado ni señalización”, y a que las poblaciones tenían “poco poder de compra”. Concluyendo  que la batalla fue “un derroche de heroísmo”, es decir que se luchó al cuete, igual que en Malvinas, esa aventura absurda  hija del nacionalismo fascista, según sus palabras.

Y aquí mostró ya la hilacha Azaretto. Efectivamente, como se sabe impugnado y refutado de antemano arremete contra el revisionismo con el gastado pero siempre efectivo recurso de vincularlo al nacionalismo fascista. Y así dice que “el crimen del viejo revisionismo es que dio sustento intelectual a las corrientes antidemocraticas, pro militaristas y clericales que admiraban a países atrasados como la España y el Portugal de Franco y Salazar”.

Ya Antonio Caponnetto en su monumental obra “Los críticos del revisionismo histórico” refutó magistralmente este lugar común, así como todas las acusaciones que lanzaron los enemigos del revisionismo; y probó mas allá de toda duda que el revisionismo histórico argentino no necesariamente se identifica con el nacionalismo, y menos con el fascismo, el cual es anterior e independiente a el.

Además el nacionalismo católico jamás se manifestó contrario a la verdadera libertad, o a la forma republicana de gobierno. Nunca apostó al totalitarismo, y ni siquiera de la dictadura como forma permanente de gobierno. Todo esto debería saber Azaretto si conociera los textos de los autores revisionistas o al menos si se hubiera tomado el trabajo de leer la silenciada obra de Caponnetto.

Pero no queremos terminar estas líneas con un autor favorable sino con uno más del agrado de los liberales que sorpresivamente hecha por tierra las pretensiones escamoteadoras de la verdad histórica de la Historia Oficial, cosa que Azaretto niega. El mismo Juan Bautista Alberdi en sus “Escritos Póstumos”, dirá: “En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales, Mitre, Sarmiento o Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje”. Y ese despotismo turco en nuestra historia aun sigue vigente.

Edgardo Atilio Moreno