viernes, 5 de julio de 2013

LAS DOS ARGENTINAS: UNA REFLEXIÓN EN TORNO AL BICENTENARIO (2º parte)

Por Fernando Romero Moreno

La caída de Rosas – preparada y financiada por el Brasil – significó, además de 27 años más de guerra civil (1853 – 1880) y la pérdida de las Misiones Orientales y Occidentales, el comienzo de la construcción deliberada del Estado argentino moderno, esto es, centralista, liberal, laicista y económicamente dependiente. Para eso, durante las presidencias de Mitre y de Sarmiento, se reprimió con dureza al federalismo del Interior, sobre todo las rebeliones de caudillos como el Chacho Peñaloza y Felipe Varela en La Rioja, y Ricardo López Jordán en Entre Ríos. El Martín Fierro no es, desde esta perspectiva, un poema lírico, sino una denuncia económica, social, política y religiosa…A esto es menester agregar la ignominiosa Guerra al Paraguay…
   El famoso “modelo” de la Generación del 80 fue, en consecuencia, lo siguiente: una economía ligada de modo casi unilateral al Imperio Británico, que benefició principalmente a la Pampa Húmeda y a las clases ricas, divorciadas ya, en su gran mayoría, del pueblo. Una cultura afrancesada y anglófila, contraria a todo lo que significara catolicismo, hispanidad y americanismo. Una sociedad dividida en dos grupos sociales: oligarquía burguesa (y una incipiente clase media educada en los valores “cosmopolitas y laicos”) y una masa empobrecida…y un  poco por allí, restos de la vieja aristocracia y del pueblo verdadero en el Interior, pero con poca influencia en la configuración del Estado liberal. Un régimen político basado en el fraude y el amiguismo. Y una política internacional claudicante, sobre todo frente al expansionismo de Chile, Brasil y Gran Bretaña…
   La alternativa política a tal esquema – derrotado ya el federalismo tradicional – siguió el siguiente itinerario. Primero hubo una reacción “nacional” entre los conservadores, debido a la disidencia protagonizada por Alsina y al camino emprendido por Avellaneda, a lo cual habría que agregar la empresa de los “católicos sociales” de Félix Frías y Estrada. No tenía la misma fidelidad a la Tradición que caracterizara a la mayoría del federalismo “apostólico”, pero al menos demostró un perfil más patriótico que la “oposición” mitrista y permitió que muchos federales excluidos de la política volvieran a la palestra y pudieran enfrentarse al liberalismo, después de extinguidas las últimas montoneras. Fue el primer Partido Autonomista Nacional (1874), desvirtuado más tarde por el laicismo y el “proteccionismo al extranjero”, pero en el que siempre hubo una “tendencia nacional”, frente a otra más “liberal”. Roca fue su líder histórico y en su persona convivieron de alguna manera las dos tendencias… El conservadorismo “nacional”,  presente de modo principal en la clase alta y media alta, tuvo más protagonismo en los gobiernos civiles de los dos Sáenz Peña, de José E. Uriburu, de Figueroa Alcorta y, ya en el siglo XX, en los gobiernos militares de Uriburu, Lonardi, Onganía y Levingston. En él militaron hombres como Gustavo Martínez Zuviría, Carlos Ibarguren, Federico Martínez de Hoz, Manuel Fresco, Vicente Solano Lima (hasta su triste colusión con el “camporismo”) o Ricardo A. Paz. Con concesiones al liberalismo, con desviaciones serias, pero con un talante más argentino y más cristiano que el otro sector: el liberal de Juárez Celman, Quintana, De la Plaza y, luego, de los militares Justo, Aramburu, Lanusse y Videla.
Otra facción autonomista, contraria al roquismo, es la que dio origen a la Unión Cívica Radical, que tenía muchos resabios de “rosismo” (como supo recordar y defender ese gran político radical que fuera Don Ricardo Caballero). Esto se manifestó de modo claro en el “yrigoyenismo” (que ayudó a “nacionalizar” a los inmigrantes y rescatar a los viejos criollos),  con más presencia en la clase media y en el pueblo, y que luego fuera reivindicado por el nacionalismo popular de FORJA, la agrupación política de Jauretche, Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, García Mellid… Si la heterodoxia del “conservadorismo nacional” fue su relación con la “derecha liberal”, en el caso del yrigoyenismo (como después sucedería con el peronismo), los problemas ideológicos tuvieron origen en el populismo y en la influencia de una “izquierda”, con el tiempo autodenominada “nacional”.
    Junto a la reacción parcial del “conservadorismo nacional” y del “radicalismo yrigoyenista”, hubo otra más integral en torno al año 1930: la que representaron, simultáneamente los Cursos de Cultura Católica y el Nacionalismo. Esta última corriente ahondó en las raíces de nuestra crisis y no dejó tema por estudiar: se ocupó de lo teológico, lo filosófico, lo político, lo económico, lo cultural, defendiendo valores e instituciones como la tradición hispano-católica, la soberanía política, la independencia económica, la justicia social, el federalismo de base municipal, la representación corporativa, etc… y contribuyó a una revisión integral de la historia patria. Sus hombres más relevantes, en los años 30 y 40  fueron Julio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio, César Pico, Roberto de Laferrère, Ramón Doll, Juan Carlos Goyeneche y los más ortodoxos y tradicionalistas (en general) Alberto Ezcurra Medrano, Leonardo Castellani, Jordán Bruno Genta y Julio Meinvielle.
    Las corrientes políticas “nacionales” del conservadorismo y del radicalismo, más el empuje intelectual del nacionalismo católico prepararon el “clima” para la Revolución de 1943 y para la aparición del justicialismo. Perón le agregó a eso el carisma personal, las leyes sociales, la relación con los sindicatos, etc. Todo eso hizo eclosión en el 45. Lo demás es conocido: los aciertos y los errores de Perón, la fidelidad a muchos de los valores de la Argentina Tradicional y también la claudicación, la corrupción, la demagogia y al final, la tiranía. Pero lo importante es que la mayoría del pueblo argentino comprendió el mensaje y se identificó con el proyecto de una Argentina Justa, Libre y Soberana, dentro de un Movimiento Nacional que se definía como “humanista, federal, social y cristiano”. Hasta pudo darse de nuevo la unión de las distintas clases sociales en pos del Bien Común, si las vulgaridades de Perón y las no menos injustas actitudes de la oligarquía liberal y extranjerizante, no lo hubieran impedido. Pero quedaron como aportes valiosos del peronismo histórico – aunque susceptibles de mejoras – la defensa de la cultura criolla y tradicional, la tercera posición internacional, el hispanoamericanismo, el intento de “nacionalizar” e “industrializar” la economía, el solidarismo jurídico, la protección de obreros y campesinos, entre otras cosas.

Continuara...

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