Por Fernando
Romero Moreno
El famoso “modelo” de la Generación del 80 fue,
en consecuencia, lo siguiente: una economía ligada de modo casi unilateral al
Imperio Británico, que benefició principalmente a la Pampa Húmeda y a las
clases ricas, divorciadas ya, en su gran mayoría, del pueblo. Una cultura
afrancesada y anglófila, contraria a todo lo que significara catolicismo,
hispanidad y americanismo. Una sociedad dividida en dos grupos sociales:
oligarquía burguesa (y una incipiente clase media educada en los valores
“cosmopolitas y laicos”) y una masa empobrecida…y un poco por allí,
restos de la vieja aristocracia y del pueblo verdadero en el Interior, pero con
poca influencia en la configuración del Estado liberal. Un régimen político
basado en el fraude y el amiguismo. Y una política internacional claudicante,
sobre todo frente al expansionismo de Chile, Brasil y Gran Bretaña…
La alternativa política a tal esquema –
derrotado ya el federalismo tradicional – siguió el siguiente itinerario.
Primero hubo una reacción “nacional” entre los conservadores, debido a la
disidencia protagonizada por Alsina y al camino emprendido por Avellaneda, a lo
cual habría que agregar la empresa de los “católicos sociales” de Félix Frías y
Estrada. No tenía la misma fidelidad a la Tradición que caracterizara a la mayoría del
federalismo “apostólico”, pero al menos demostró un perfil más patriótico que
la “oposición” mitrista y permitió que muchos federales excluidos de la
política volvieran a la palestra y pudieran enfrentarse al liberalismo, después
de extinguidas las últimas montoneras. Fue el primer Partido Autonomista
Nacional (1874), desvirtuado más tarde por el laicismo y el “proteccionismo al extranjero”,
pero en el que siempre hubo una “tendencia nacional”, frente a otra más
“liberal”. Roca fue su líder histórico y en su persona convivieron de alguna
manera las dos tendencias… El conservadorismo “nacional”, presente
de modo principal en la clase alta y media alta, tuvo más protagonismo en los
gobiernos civiles de los dos Sáenz Peña, de José E. Uriburu, de Figueroa
Alcorta y, ya en el siglo XX, en los gobiernos militares de Uriburu, Lonardi,
Onganía y Levingston. En él militaron hombres como Gustavo Martínez Zuviría,
Carlos Ibarguren, Federico Martínez de Hoz, Manuel Fresco, Vicente Solano Lima
(hasta su triste colusión con el “camporismo”) o Ricardo A. Paz. Con
concesiones al liberalismo, con desviaciones serias, pero con un talante más
argentino y más cristiano que el otro sector: el liberal de Juárez Celman,
Quintana, De la Plaza
y, luego, de los militares Justo, Aramburu, Lanusse y Videla.
Otra facción autonomista, contraria al roquismo, es la
que dio origen a la Unión
Cívica Radical, que tenía muchos resabios de “rosismo” (como
supo recordar y defender ese gran político radical que fuera Don Ricardo
Caballero). Esto se manifestó de modo claro en el “yrigoyenismo” (que ayudó a
“nacionalizar” a los inmigrantes y rescatar a los viejos criollos), con
más presencia en la clase media y en el pueblo, y que luego fuera reivindicado
por el nacionalismo popular de FORJA, la agrupación política de Jauretche,
Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, García Mellid… Si la heterodoxia del
“conservadorismo nacional” fue su relación con la “derecha liberal”, en el caso
del yrigoyenismo (como después sucedería con el peronismo), los problemas
ideológicos tuvieron origen en el populismo y en la influencia de una
“izquierda”, con el tiempo autodenominada “nacional”.
Junto a la reacción parcial del
“conservadorismo nacional” y del “radicalismo yrigoyenista”, hubo otra más
integral en torno al año 1930: la que representaron, simultáneamente los Cursos
de Cultura Católica y el Nacionalismo. Esta última corriente ahondó en las
raíces de nuestra crisis y no dejó tema por estudiar: se ocupó de lo teológico,
lo filosófico, lo político, lo económico, lo cultural, defendiendo valores e
instituciones como la tradición hispano-católica, la soberanía política, la
independencia económica, la justicia social, el federalismo de base municipal,
la representación corporativa, etc… y contribuyó a una revisión integral de la
historia patria. Sus hombres más relevantes, en los años 30 y
40 fueron Julio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio, César Pico,
Roberto de Laferrère, Ramón Doll, Juan Carlos Goyeneche y los más ortodoxos y
tradicionalistas (en general) Alberto Ezcurra Medrano, Leonardo Castellani,
Jordán Bruno Genta y Julio Meinvielle.
Las corrientes políticas
“nacionales” del conservadorismo y del radicalismo, más el empuje intelectual
del nacionalismo católico prepararon el “clima” para la Revolución de 1943 y
para la aparición del justicialismo. Perón le agregó a eso el carisma personal,
las leyes sociales, la relación con los sindicatos, etc. Todo eso hizo eclosión
en el 45. Lo demás es conocido: los aciertos y los errores de Perón, la
fidelidad a muchos de los valores de la Argentina Tradicional
y también la claudicación, la corrupción, la demagogia y al final, la tiranía.
Pero lo importante es que la mayoría del pueblo argentino comprendió el mensaje
y se identificó con el proyecto de una Argentina Justa, Libre y Soberana,
dentro de un Movimiento Nacional que se definía como “humanista, federal,
social y cristiano”. Hasta pudo darse de nuevo la unión de las distintas clases
sociales en pos del Bien Común, si las vulgaridades de Perón y las no menos
injustas actitudes de la oligarquía liberal y extranjerizante, no lo hubieran
impedido. Pero quedaron como aportes valiosos del peronismo histórico – aunque
susceptibles de mejoras – la defensa de la cultura criolla y tradicional, la
tercera posición internacional, el hispanoamericanismo, el intento de
“nacionalizar” e “industrializar” la economía, el solidarismo jurídico, la
protección de obreros y campesinos, entre otras cosas.
Continuara...
Continuara...
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