miércoles, 25 de febrero de 2015

San Martín y Bolívar: su política religiosa (2° parte). El Libertador San Martín

Por: Enrique Diaz Araujo

Existen numerosos y serios estudios que analizan la posición religiosa de San Martín (para mencionar sólo algunos: José Luis Trenti Rocamora, Guillermo Furlong, Héctor Juan Piccinali, Ricardo Piccirilli, Horacio Juan Cuccorese, Vicente Sierra, Armando Tonelli, Cayetano Bruno, etc.). Por eso, no es del caso, ponernos acá a repetirlos. Quizás con la trascripción de una página de un autor que no es especialmente considerado como católico, baste para esclarecer el punto. En ese sentido, dice al respecto Rodolfo Terragno:

“Credenciales católicas:

Los antecedentes demuestran que San Martín no tiene un rapto de fe utilitaria:

Conoció a su futura esposa durante una misa de Gloria, en el templo San Miguel Arcángel.
Al contraer nupcias, comulgó durante la misa de Velación.
Tras el combate de San Lorenzo, ordenó celebrar un oficio y colocó cruces en las tumbas de los muertos.
Como Gobernador de Cuyo, fundó el Colegio de la Santísima Trinidad, y mandó que junto a las “ciencias profanas” se enseñaran allí “los deberes del católico”.
El “Código de Deberes Militares” que redactó para el Ejército de los Andes dice en su primer artículo: “Todo el que blasfemare el santo nombre de Dios o de su adorable madre e insultare la religión por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza por el término de ocho días; y por segunda vez será atravesada su lengua por un hierro candente y arrojado del cuerpo de Granaderos”.
Ese ejército fue puesto por él bajo la advocación de la Virgen del Carmen.
Celebró los aniversarios de sus batallas con función de Iglesia.
Juró por Dios y la Patria la Independencia nacional, hace cuatro años.
Donó al convento franciscano su bastón de General.
Sus tropas usaban el Santo Rosario al cuello y lo rezaban a orden del sargento de semana.
El Estatuto que hizo sancionar en Perú dice, en su Sección Primera, que “la Religión Católica, Apostólica y Romana es la religión del Estado; el gobierno reconoce como uno de sus deberes el mantenerla y conservarla, por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana”.
El Estatuto reserva los puestos públicos a quienes profesen la Religión del Estado y reserva “severos castigos” para quienes ataquen “en público o privadamente”, “sus dogmas y principios”. La libertad de cultos es “únicamente para las confesiones cristianas, previa consulta al Consejo de Estado”- [1]-.

También la sociedad político-militar secreta (que algunos denominan “Logia Lautaro”, o también “Caballeros Racionales”) de la que San Martín participaba, compartía esa actitud ante la Religión. En la Circular del 21 de diciembre de 1816, le ordenaba al Jefe del Ejército de los Andes:

“No atacar ni directa ni indirectamente los usos, costumbres y religión. La religión dominante será un sagrado de que no se permitirá hablar sino en su elogio, y cualquier infractor de este precepto será castigado como promotor de la discordia en un país religioso”.

Otro dato que abona nuestra tesis es el siguiente, consignado por el historiador Otto Carlos Stoetzer, y que reza de esta suerte:

“En el Perú, el pueblo abrió las puertas de Lima a San Martín ( 6 de agosto de 1821) debido principalmente a la influencia que la Iglesia (en su mayoría franciscanos) ejerció a favor de la ruptura con la España liberal. Los miembros de las órdenes mendicantes temían, según noticias que circulaban, que el gobierno español confiscara la mayoría de sus monasterios. Al respecto hay que tomar en consideración que San Martín, como Bolívar, Iturbide y otros jefes patriotas, capitalizó sobre la persecución de las Iglesia por los liberales españoles durante el período 1820-1823, con el objeto de conseguir el apoyo de los profundamente religiosos españoles americanos” [2].

El historiador liberal inglés John Lynch corrobora y valora esa posición en un capítulo que titula “Un general cristiano”, donde afirma que:

“el historial del Protectorado era por completo ortodoxo, y el periódico patriótico “El Consolador” se hizo eco de las propias palabras de San Martín al ensalzar el carácter providencial de la independencia: “Soy un instrumento de que se ha valido el Dios de los Ejércitos para llevar a cabo los altos planes de su adorable providencia”. El Estatuto provisional del 8 de octubre de 1821…,no permitía duda alguna de que la religión oficial era exclusiva y ortodoxa…El compromiso de San Martín con la religión establecida del Protectorado se prolongó durante toda su administración. En las semanas que precedieron a su partida del país en agosto de 1822, estipuló la celebración de misas y ceremonias públicas en honor de santa Rosa de Lima y el aniversario de la independencia chilena, así como una misa del Espíritu Santo para señalar la inauguración del Congreso…San Martín respetaba a la Iglesia y su función social, y en el Perú fomentó la observancia religiosa en su ejército, participando en la liturgia en ocasiones militares como era de esperar en un oficial de su rango…Las victorias de San Martín en Chile y Perú abrieron una nueva oportunidad para la Iglesia…En el Perú liberado, había dejado a la Iglesia independiente, libre de predicar su fe y moral tradicionales” [3].

Conducta que se prolongó efectivamente hasta su último acto gubernamental, en setiembre de 1822. En ese momento, reunido el Congreso Constituyente, bajo su obvio influjo, maguer la oposición de algunos liberales, se estableció un “estado confesional”. Por eso, la redacción de la Constitución:

“no dejó lugar a dudas: “En el Perú la Religión es la Católica, apostólica romana, con exclusión de cualquier otra” [4].

En el Perú fue donde San Martín pudo desplegar sus dotes de estadista. Y fue allí, precisamente, donde su política religiosa fue más intransigentemente católica, hasta el punto de exigir la profesión de esa creencia para ser funcionario público- [5]-.

Ahí queda eso aclarado.


Notas

[1].- Terragno, Rodolfo, Diario íntimo de San Martín: Londres, 1824. Una misión secreta, 6ª. ed., Bs. As., Sudamericana, 2009, pp. 67-68. Dicha enumeración la coloca Terragno tras narrar el encuentro en Buenos Aires en enero de 1824, entre San Martín y el Visitador Apostólico Juan Muzi (acompañado por el canónigo Juan María Mastai Ferretti, futuro Pío IX, y el abate José Sallusti), en oposición a los desaires de Bernardino Rivadavia. Y agrega que: “Antes de ir al Perú, San Martín se detuvo en la Villa de Nuestra Señora de Luján, para hincarse ante ella y rogar su protección.- A lo largo de su aventura continental, el General llevó siempre a la Virgen sobre el pecho. La tenía hecha de plata, y guardada en un relicario, obsequio de Remedios.- El mes pasado (NA: diciembre de 1823), cuando venía para Buenos Aires, paró otra vez en la Villa y ofrendó una espada a la María del manto celeste y blanco”: op. cit., p. 66. Por cierto que la enumeración de Terragno es incompleta. A modo de ejemplo, cabría añadir que en el mismo artículo primero del Código Militar del Plumerillo, tras las graves sanciones por blasfemia, adicionaba: “El que insultare de obra a las sagradas imágenes o asaltare un lugar consagrado, escalando iglesias, monasterios u otros, será ahorcado.- El que insultare de palabra a sacerdotes sufrirá cien palos; y si hiriere levemente perderá la mano derecha; si les cortare algún miembro o le matare, será ahorcado.- Las penas aquí establecidas…serán aplicadas irremisiblemente”. Asimismo: “b) La instrucción a Tomás Godoy Cruz, del 26 de enero de 1816, acerca de la forma de gobierno que debería adoptar el Congreso de Tucumán: “sólo me preocupa que el sistema adoptado no manifieste tendencia a destruir Nuestra Religión”.- c) El Título II° del “Código Constitucional” de Chile, de agosto de 1818, dictado por Bernardo O´Higgins, bajo el influjo de San Martín, decía: “La religión Católica, Apostólica, Romana es la única y exclusiva del Estado de Chile. Su protección, conservación, pureza e inviolabilidad, será uno de los primeros deberes de los jefes de la sociedad, que no permitirán jamás otro culto público ni doctrina contraria a la de Jesucristo”: Díaz Araujo, Enrique, Don José y los chatarreros, Mdza., Dike, 2001, pp. 73-74. En un orden más íntimo deben apuntarse “las referencias de Manuel de Olazábal sobre el uso del rosario (Memorias del Coronel, Bs. As., Instituto Sanmartiniano, 1947), o de Plácido Abad sobre la asistencia a misa en Montevideo (El general San Martín en Montevideo, Montevideo, Peña Hnos., 1923)”: op. cit., p. 73.

[2].- Stoetzer, Otto Carlos, El pensamiento político en la América Española durante el período de la emancipación (1789- 1825). Las bases hispánicas y las corrientes europeas, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1966, t° I, pp.158-159. A lo que añade: “Los ejércitos españoles liberales (Canterac y La Serna) fueron vencidos aun antes de poder encontrarse con el enemigo en el campo de batalla”: ibidem.

[3].- Lynch, John, op. cit., pp. 255, 256, 260, 261.

[4].- Lynch, John, op. cit., p. 259. Indica, asimismo, que sus adversarios señalaban su celo religioso y “veneración excesiva” por Santa Rosa de Lima: op. cit., p. 260. Cfr. Martínez Riaza, Ascensión, La prensa doctrinal en la independencia del Perú 1811-1824, Madrid, 1985, pp. 212-213.


[5].- No nos extenderemos más en este punto, que ha sido perfectamente subrayado en trabajos fundamentales, como los de: Piccinali, Héctor Juan, “San Martín y el Liberalismo. Segunda Parte. San Martín contra el Liberalismo”, en: Gladius, Bs. As., n° 11, pp. 65-82; “San Martín en el Perú y el mejor régimen político”, en: Gladius, Bs. As., n° 14, pp. 95-116; y Steffens Soler, Carlos, San Martín en su conflicto con los liberales, Bs. As., Librería Huemul, 1983.

Tomado de: http://quenotelacuenten.com/page/4/

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