Por Walter Beveraggi Allende*
La alternativa “Argentina país” o “Argentina colonia”, económicamente hablando, es la gran disyuntiva a la que hacemos frente los argentinos desde antes de nuestra emancipación política de la Madre Patria. Pues los comerciantes de Buenos Aires, respaldados por algunos teóricos liberales, abogaban –desde antes de 1810- por la libertad de comercio. Esta libertad, que desde luego favorecía a sus intereses particulares, resultaba plenamente coincidente con los intereses de los fabricantes ingleses que querían colocar en nuestro extenso mercado virreinal sus productos manufacturados a menor costo, en desmedro de infinidad de industrias y artesanías locales que aún no habían incorporado las innovaciones de la revolución industrial en marcha en esos momentos en el continente europeo.
Tales intereses fabriles y comerciales anglo-porteños coincidían también con los intereses de algunos productores y exportadores rioplatenses, quienes vislumbraban una mejor perspectiva para la colocaciones en Europa de sus cueros, carnes saladas y lanas, si es que nuestro virreinato –y luego nuestro incipiente país- facilitaban en esta la colocación de los productos extranjeros.
En síntesis, un sector minoritario de la producción nacional (entonces virreinal) pugnaba –conjuntamente con los comerciantes porteños y los fabricantes europeos- por afirmar una libertad de comercio que habría de franquear la entrada de los productos extranjeros, en desmedro del sector ampliamente mayoritario de la producción argentina. Vale decir, el interés extranjero, aliado con una ínfima minoría local (nada respetuosa de los intereses de la patria, en sentido amplio) en nombre de la libertad de comercio interpretada en su provecho, desconocía tajantemente –y menospreciaba- el bienestar de la inmensa mayoría de sus compatriotas.
Ese fue el cuadro conflictivo desde antes de 1810. Los ingleses, en aras exclusivamente del interés británico, bregaron por imponer una libertad económica y comercial que solo a ellos les favorecía (y en escala menor, infinitamente menor, al puñado de comerciantes y productores rioplatenses aliados a sus intereses).
Para ello iniciaron en sus logias masónicas libertarias a muchos próceres de nuestra independencia, cubriendo las sucias ambiciones comerciales y económicas con el paño de las “libertades individuales” y de la libertad de Hispanoamerica.
Por la misma causa, intentaron dominarnos militarmente a través de las invasiones armadas de 1806 y 1807, lo cual terminó en una rotunda y humillante derrota para los ingleses.
Y muchos de nuestros auténticos patriotas, que legítimamente pretendían la libertad política y la autodeterminación para la “nación virreinal”, fueron atrapados en la sórdida dialéctica de la libertad económica y comercial propugnada por los anglosajones y que, a la postre conduciría –en 1852- luego de cuarenta años de guerras civiles en que la antinomia “país o colonia” estuvo directa o indirectamente en juego; a la libertad mencionada, que solo favoreció a los imperialistas ingleses, y a una libertad política de utilería, ya que nuestros gobernantes resultaban elegidos, en última instancia, por la Cámara de Comercio Británica y mas concretamente aun, por la masonería anglo-argentina.
Libertad de comercio o proteccionismo. La disyuntiva que configuraría la sumisión colonial o la independencia, respectivamente.
La libertad de comercio fue el emblema liberal que sirvió para encubrir la gran traición a nuestro país, y por consiguiente, la entrega muy concreta de nuestra economía (y encubiertamente de nuestra política) a los interese británicos.
Cuando los Estados Unidos de Norteamérica culminaron en 1776 su segregación política de Gran Bretaña, el curso que adoptaron, en materia económica y comercial, fue netamente proteccionista. Vale decir, que protegieron su incipiente desarrollo económico, su naciente industria, con toda clase de barreras comerciales, impuestos, aranceles y prohibiciones a la importación que fueron, en definitiva, la base del formidable crecimiento y diversificación económica que ha caracterizado a ese país hasta el presente.
Hacia 1810, el Virreinato del Rio de la Plata, con más de seis millones de kilómetros cuadrados de superficie, era un área vastamente superior, con una economía más desarrollada y diversificada que la de los Estados Unidos de Norteamérica. Sobre esto no existe hoy la menor duda.
Sin embargo, el proteccionismo y nacionalismo de los conductores políticos norteamericanos, orientado por Hamilton, Jefferson y Carey, fue capaz de hacer de las ex colonias británicas la primera potencia mundial, en un lapso de 150 años. Mientras que el liberalismo económico y comercial de los gobernantes cipayos del Rio de la Plata, orientados y regenteados por los estrategas ingleses, consiguió llevarnos a resignar más de la mitad del territorio originario del Virreinato y convertir aquella prospera y diversificada economía de la colonia hispánica en una modesta granja agropecuaria, esencialmente al servicio de los intereses ingleses.
A tal punto llego el cipayismo y la obsecuencia de nuestros gobernantes liberales, después de 1852, que un autor argentino, Felix Weil, afirma con razón que se aplicaba sin ningún disimulo el “proteccionismo a la inversa”; vale decir, el proteccionismo arancelario, por ejemplo, en favor de los productos manufacturados ingleses, como en el caso en que se gravaba con un impuesto aduanero mayor a los hilados que pretendían importarse a nuestro país para aquí con ellos fabricar las telas, que a las telas que venían ya fabricadas con dichos hilados…
*1982. Epitafio para la viveza argentina.
por eso estamos como estamos.¡Pobre Patria mia"
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