lunes, 20 de octubre de 2025

Reflexiones en torno a la conquista de América*


 Por: Edgardo Atilio Moreno

En una conferencia titulada “Mitos y verdades sobre la conquista de América”, el historiador Marcelo Gullo planteo este polémico tema utilizando el método socrático denominado mayéutica, es decir a partiendo de una serie de preguntas que permiten al destinatario llegar a la verdad.

Queremos aquí, sin ningún afán de originalidad, tomar esas preguntas y reflexiones que formula Gullo, y agregarle otras más, para entender lo que realmente fue la gesta de España en América. 

Se dice que España vino a América a robar y saquear, y que con ese afán esclavizó a los aborígenes y perpetró un genocidio. Pero nadie se hace las siguientes preguntas:

¿Si España a vino a robar y a matar, por qué sembró América de hospitales? Si alguien viene a robar y a matar, que necesidad tiene de crear hospitales. Sin embargo, España no bien llegó a América fundó numerosos hospitales. Así, por ejemplo, el hospital más antiguo de América está en Mexico y fue fundado por el propio Hernán Cortez. Otro tanto pasó en el Perú. Allí el hospital de Lima que fundaron los españoles tenía más camas disponibles por cantidad de habitantes que todos los hospitales actuales.

Así mismo, ¿Si España vino a robar y a matar, con qué necesidad se tomó el trabajo de fundar un rosario de colegios y universidades en América?, No es lógico hacer algo así.  Sin embargo, en 1551 Carlos V ordenó la fundación de universidades en México y Perú, para españoles y para los naturales de América.  La universidad de San Marcos en Guayaquil, por ejemplo, se fundó cien años antes que Harvard; y cuando el colegio San Pablo en Lima tenía 45 mil libros, en Harvard apenas tenían 4.500.

Tal vez los detractores de España puedan replicar diciendo que en esas universidades se adoctrinaba a la gente para mantenerla sojuzgadas.  Pues bien, lo asombroso es que en las universidades españolas en América no se estudiaban las teorías del absolutismo monárquico, en boga en Inglaterra y Francia, sino la teoría de Francisco de Vitoria, y de Suarez, de que el poder viene de Dios, pero que Dios lo deposita no directamente en el rey sino en el pueblo; y el pueblo lo delega en el rey para que este gobierne como un padre, y si no lo hace existe el derecho a la resistencia a la opresión, incluso al tiranicidio. Es decir, se estudiaba lo que luego será el fundamento filosófico y político de nuestros primeros gobiernos patrios.

Como dice Gullo, si Maquiavelo se hubiera enterado de esto diría que España estaba loca. ¡Cómo le va a enseñar a la gente a la que vino a explotar que tenía el derecho a rebelarse! La explicación para esto es que España no consideraba a América una colonia sino un reino más del imperio, y a sus habitantes vasallos libres, como todos los del imperio.

Sigamos con las preguntas... ¿Qué hace una potencia imperialista cuando va a un lugar a dominar a un pueblo? Bueno, lo primero que hace es borrarle su lengua. Eso es lo que hicieron los norteamericanos en Filipinas, allí fusilaban a todo mayor de 11 años que era encontrado hablando español. Así borraron el español de Filipinas.

Pues bien, ¿Porque entonces los españoles, que según la leyenda negra vinieron a destruir la cultura de los aborígenes, les enseñaron a estos a escribir en sus propias lenguas? Si España quería borrar todo vestigio de las culturas aborígenes ¿Por qué mucho antes de que existiera una gramática en inglés o en alemán, los españoles hicieron una gramática en nahual, en quichua y en guaraní, para que los aborígenes pudieran escribir en su lengua y conservar su memoria histórica, y su cultura, en todo aquello que no fuera en contra del orden natural, como los sacrificios humanos?

Y eso nos lleva a otra pregunta fundamental. ¿Cómo puede ser que Cortez con 400 hombres derrotara a un ejército azteca de 200 mil guerreros feroces? ¿Cómo lograron tal hazaña? Lo lograron porque tenían arcabuces, dicen algunos, otros dicen porque los indios les tenían miedo a los caballos. Pues bien, está comprobado que hasta que se recarga un arcabuz, al español lo podían matar 40 veces. Y respecto al caballo, es obvio que después de matar al primero, los indios ya no les tuvieron más miedo.

Lo que realmente explica la conquista, no es la superioridad técnica, sino que los españoles contaron con la masiva ayuda de los indios que se rebelaron contra el imperialismo antropófago de los aztecas.

En efecto, los aztecas no eran un pueblo originario de la zona, sino uno que había bajado del norte y había sometido a los pueblos que estaban allí de antes, como los tlascaltecas o los toltecas. Pero además de someter y explotar a los vencidos, los aztecas les exigían un tributo de sangre. Es decir, les pedían a estos pueblos que entregasen sus mujeres e hijos para ser llevados a un altar para que les arranquen el corazón y los tirasen desde la pirámide para que se lo comieran.

El historiador norteamericano pro azteca William Prescott admite que los aztecas sacrificaban 20 mil personas por año. Aunque también dice que no se atreve a afirmar que la cifra de 150 mil, dada por otros, sea falsa. O sea, los aztecas estaban cometiendo un verdadero genocidio cuando llegaron los españoles. Un genocidio que se negó durante años, pero cada vez que se excava se encuentran más pruebas de él; como paredes enteras hechas con calaveras, o murales pintados con sangre, y dibujos representativos.

Y en América del sur, con los incas, paso algo similar. Si bien estos aborígenes no eran antropófagos, ni hacían sacrificios humanos masivos y en forma habitual como los aztecas, sin embargo, ejercían un imperialismo feroz y totalitario que oprimían a otros pueblos, como a los Guancas o a los chachapollas; los cuales se unieron a Pizarro para terminar con sus opresores.

Pero de estas cosas no se habla. De lo que se habla hasta el hartazgo es del supuesto genocidio que cometieron los españoles.

Se acusa así a España de haber matado 40 millones de indígenas. Una cifra absolutamente irreal y fantasiosa, imposible de sostener teniendo en cuenta que el estudio más serio sobre cuantos habitantes tenia América Central lo hace Ángel Rosemblat (que no era católico ni le tenía simpatía a España) y dice que no había más de 4 millones; y que en todo el continente no había más de 12 o 14 millones.

Pero sigamos con las preguntas, ¿Porque si España vino a matar a los aborígenes, porque la corona promovió el casamiento de los españoles con estos?… “casensen españoles con indias”, ordenó la reina Isabel, y el resultado fue el mestizaje.

Se objetará que hubo violaciones de indias. Si, seguramente hubo violaciones, porque esas cosas terribles pasan en toda conquista; pero son incontables los casos de casamientos y de personas que nacieron fruto del amor, un caso famoso fue el inca Garcilazo, un gran escritor que estudio en España y pidió ser enterrado allá. Por otro lado, en la segunda guerra mundial los norteamericanos reconocen oficialmente haber violado 14 mil mujeres alemanas, mientras que los rusos violaron 400 mil al menos, siguiendo expresas directivas oficiales, y nadie por ello lamenta la caída del régimen nazi.

Otra pregunta que podemos formular es ¿porque si a España solo le interesaba el oro de América, porque siguió con la conquista cuando recién 50 años después del descubrimiento se encontraron las minas de oro más importantes? Y así mismo ¿porque se asentaron en regiones en donde no lo había? Como Santiago del Estero.

Y una pregunta más para ir terminando: ¿porque si España oprimió a los aborígenes estos no se rebelaron contra ella cuando el imperio se encontraba en crisis, absolutamente debilitado, en 1700, durante la guerra de la secesión, con los ejércitos extranjeros, franceses ingleses austriacos en España? Eran el momento ideal para hacerlo pues en América no había ejércitos españoles, solo milicias populares de indios y criollos. Entonces ¿no era que los americanos estaban oprimidos? ¿Porque no se rebelaron en esa oportunidad?

Bueno se dirá que cien años después, si lo hicieron. Está bien pero cuando eso sucedió: ¿de qué lado estuvieron la mayoría de los indios? Estuvieron del lado de España.  Porque la guerra no fue entre americanos y españoles, no, fue una guerra civil entre americanos, en la cual la mayoría de los indios se puso de lado de los que querían seguir unidos a España. Los ejércitos españoles llegaron después de 1814.

El general Belgrano, por ejemplo, combatió contra el general Pio Tristan que también era un americano, nacido en Arequipa, Perú. ¿y quiénes eran los soldados de Pio Tristan?  ¿eran españoles? No, eran peruanos y en su mayoría indios.

Es cierto que en el Rio de la Plata la independencia si fue una causa popular que apoyaron los aborígenes, pero lo hicieron porque estos estaban muy resentidos con los borbones que habían expulsado a los jesuitas, que los habían protegido de los portugueses que los cazaban para llevarlos como esclavos a las plantaciones y a las minas de oro de Minas Gerais, y cuando los jesuitas se van los aborígenes quedan a merced de los esclavistas portugueses.

Pero a los portugueses esclavistas nadie los critica, no hay leyenda negra de la conquista portuguesa, porque Portugal era aliando de Inglaterra, y ahí comenzamos a ver quién invento la leyenda negra.

En efecto, si bien la leyenda negra fue inventada en Alemania y Holanda, fue en Inglaterra en donde se convirtió en política de Estado, para dividir el imperio español y apoderarse de América.

Hoy la difunden los izquierdistas, pero la leyenda negra nace en la derecha, y la toman las oligarquías portuarias para justificar su alianza con Inglaterra, no nace en la izquierda. Recién en 1930 la izquierda toma la leyenda negra. En un congreso de partidos comunista reunido en Buenos Aires en ese año, se decide adherir a ella para desestabilizar a los EE.UU., creando republicas indígenas en su patio trasero, en América hispana. Y obviamente para ello antes tenían que difundir el odio a España, y enfrentar a los indígenas con los hombres blancos.

Sin embargo, lejos de desestabilizar a los norteamericanos, el indigenismo solo sirve para dividirnos, por eso Marcelo Gullo dice que el indigenismo es la etapa superior del imperialismo inglés. Y por eso hoy los izquierdistas indigenistas (quieran o no) son la mano de obra barata del imperialismo anglosajón y de la oligarquía financiera mundial, para dividirnos nuevamente.

Por eso es importante conocer la historia, para entender hacia a dónde vamos. Si el indigenismo, que tiene una concepción del Estado étnica, racial, al igual que los nazis, triunfa, vamos a la fragmentación territorial.

Y esto justo en el momento en que el mundo marcha hacia la formación de grandes unidades políticas territoriales. A los grandes bloques de poder político y económico, que se repartirán el mundo. Y nosotros los hispanoamericanos, que somos un solo pueblo, quedaremos al margen, mas divididos y sojuzgados que nunca.

En conclusión: a España no se la debe juzgar por los crímenes y abusos que cometieron algunos -o muchos- de sus hombres, sino por su política hacia América. Por su política que buscó en primer lugar transmitir valores espirituales (la Fe), y proteger a los aborígenes.

Que ello fue así lo prueba el hecho de que España, luego de conquistar un inmenso territorio se planteó la legitimidad de su conquista, llegando a suspender la empresa hasta resolver la cuestión. Solo España subordinó los legítimos fines económicos a los fines espirituales. Solo España les dio a los aborígenes americanos la condición de súbditos libres; solo España promovió el casamiento interracial en América; solo España legisló sobre los derechos de aborígenes y procuró la vigencia de los mismos. No se vio en la historia de la humanidad un imperio que haya hecho todo esto.


*Conferencia dada en el Profesorado de Historia del Instituto de formación  docente La Sagrada  Familia, de Santiago del Estero


viernes, 26 de septiembre de 2025

Ituzaingó: la victoria argentino-oriental desaprovechada por Rivadavia para concluir la guerra con Brasil

Por: Pablo Yurman

El nombre de esta batalla evoca los particulares acordes de la famosa Marcha de Ituzaingó, originada en una partitura musical de autor anónimo hallada por nuestras tropas al requisar el cuartel general del Ejército imperial del Brasil, tras ser derrotado el 20 de febrero de 1827 y retirarse del campo de combate. Dicha misteriosa partitura -cuya composición siempre se atribuyó al mismísimo Pedro I, Emperador del Brasil- pensada para ser tocada por los brasileños en su desfile triunfal por las calles de Buenos Aires, pasó en cambio a incorporarse al repertorio musical del Ejército Argentino y es actualmente la marcha presidencial, es decir, la que se ejecutaba a la llegada del Presidente de la Nación a un acto oficial... cuando nuestro país cuidaba las formas republicanas. 

El comandante en jefe del llamado “Ejército Republicano”, integrado por oficialidad y tropas argentinas y orientales, era nada menos que Carlos María de Alvear. Entre sus oficiales destacaban José María Paz, Juan Lavalle, Ángel Pacheco y Federico Brandsen. Al acercarse el centenario de la batalla, se impulsó la construcción de un monumento ecuestre en honor a Alvear, el que se concretó en su actual emplazamiento en la Recoleta. Pero fue en torno a su figura y su rol en Ituzaingó que se alzaron voces que cuestionaban sus méritos. Y podríamos añadir que no sólo existen dudas acerca de sus aptitudes castrenses sino, sobre todo, respecto de sus intenciones políticas. 

Para entender la guerra contra el Imperio del Brasil entre 1825 y 1828 hay que remontarse a un hecho muy concreto en la historia compartida por argentinos y orientales. Ocupada la Banda Oriental desde varios años antes por portugueses (y tras la independencia del Brasil, por brasileños), un nutrido grupo de orientales refugiados en Buenos Aires emprendieron una campaña para recuperar el control político sobre su territorio. Fueron los famosos “33 Orientales”, quienes liderados por Antonio de Lavalleja y tras desembarcar en la playa de la Agraciada reunieron el Congreso de la Florida que el 25 de agosto de 1825 declaró la independencia de la Banda Oriental respecto del Brasil y su reincorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata. El Congreso Nacional aceptó el pedido de reincorporación, lo que desencadenó que el Brasil declarara formalmente la guerra. 

En febrero de 1826, justo en momentos tan trascendentes, el Congreso reunido en Buenos Aires desde meses antes para la sanción de una constitución eligió, por una maniobra de la bancada unitaria, a Bernardino Rivadavia como Presidente. Es un detalle no menor para comprender el cuadro. La guerra contra el Brasil era popular en todas las provincias porque los pueblos entendían que era una deuda de honor la defensa de los orientales injustamente invadidos, primero por portugueses y luego por brasileños. Pero la facción unitaria, de la cual Rivadavia era una suerte de gurú, vio todo con sus anteojeras ideologizadas, de parcialidad portuaria y mercantil, de fuertes lazos con Inglaterra. 

Volvamos a Alvear. Era un militar que había incursionado en política. Presidió la recordada Asamblea del Año XIII, y entre enero y abril de 1815 fue nada menos que Director Supremo del Estado. Su corto mandato fue suficiente para conocerlo de modo cabal: censuró los medios opositores, se enfrentó a las provincias y como moño envió una carta al primer ministro británico, Lord Castlereagh, ofreciéndonos como “protectorado” inglés. Es decir, entendía que la solución pasaba en volver a ser una colonia, pero con distinto amo. El ministro de relaciones exteriores de Alvear no era otro que Manuel José García que, de tan criollo que se sentía, de lo único que se ufanaba era de una tabaquera que le habría obsequiado Jorge III, rey de Inglaterra. Ambos reaparecerán en el escenario rioplatense en 1827.

Respecto de la batalla en sí, toda la oficialidad de Alvear se expresó críticamente sobre su mala conducción e ineptitud en el campo de batalla. Brandsen, oficial francés formado en la escuela napoleónica y que morirá a raíz de una carga suicida ordenada por Alvear, dejó asentado en su diario que éste no sabía ni hacer marchar al ejército, ni acampar, ni cuidar las caballadas, etc. En igual sentido se expresaron Lavalle y Paz, y oficiales orientales que también participaron como Antonio de Lavalleja, Manuel Oribe y Eugenio Garzón. De lo que se deduce que Ituzaingó fue una victoria patriota no gracias a Alvear, sino pese a él. 

Cecilia González Espul destaca que uno de los historiadores que se opuso a que se levantara un monumento para homenajear a Alvear fue Clemente Fregeiro, que en su obra La Batalla de Ituzaingó sostuvo “que el mérito de la victoria no corresponde a Alvear sino a sus oficiales”. “Fregeiro utilizó como fuentes, entre otras, las Memorias Inéditas de la Guerra del Brasil del general Paz. Éste último sostuvo: ‘El éxito final de Ituzaingó fue debido más a las inspiraciones individuales del momento para sacar provecho de los descuidos del enemigo que a las disposiciones tácticas del general Alvear, que no tuvo ninguna’.”, dice González Espul en Guerras de América del Sur en la formación de los Estados Nacionales”.

Tras una rigurosa enumeración de los errores cometidos por Alvear al impartir las órdenes, que al ser o bien desobedecidas o bien corregidas en su ejecución por sus oficiales garantizaron el triunfo patriota, la citada autora agrega algo particularmente trascendente: “Hay coincidencia tanto en Fregeiro, Quesada y Beverina en considerar como un grave error de Alvear el no haber efectuado una persecución inmediata y a fondo para completar la destrucción del enemigo”. 

¿Por qué Alvear no aseguró el triunfo y permitió una retirada ordenada de los brasileños, incluso llevándose buena parte de su artillería? ¿Fue un error o una decisión deliberada de su parte? Es llamativo que para la historiografía brasileña, Ituzaingó, que ellos denominan Paso del Rosario, fue una batalla de resultado “indefinido”.

La respuesta a estas preguntas se encuentra quizás en la faz diplomática del conflicto que tenía a argentinos (incluidos los orientales que entonces eran parte de las Provincias Unidas) y brasileños como contendientes, y ahora sumaba a Inglaterra como mediadora. 

Rivadavia, incómodo por presidir una Argentina en guerra por una causa que consideraba ya perdida, quería una paz a cualquier costo, máxime cuando se hallaba enfrentado con los gobernadores federales que rechazaban su política centralista. Nombra al ya citado Manuel J. García como plenipotenciario encargado de negociar la paz con el Brasil aceptando las propuestas inglesas al respecto, las que se harían a través de Lord John Ponsonby. 

Nos dice González Espul que “Ponsonby mantuvo varias entrevistas con el ministro García, a quien consideraba en ‘completa coincidencia con todas mis opiniones sobre la política que debe seguir este país, (que) lo indicaba como particularmente apropiado para ser utilizado.” 

Digámoslo claramente. El encargado de negociar la paz con el Brasil era un anglófilo declarado, y además pertenecía al grupo rivadaviano al que repugnaba la idea (¡tan federal!) de conservar la unidad territorial del viejo virreinato. 

Quien sacaría ventaja de la guerra sería precisamente Inglaterra, que para su política comercial en Sudamérica necesitaba sí o sí que la boca del estuario del Plata no estuviera en manos de un solo Estado. Si el triunfo era argentino y la Banda Oriental quedaba reincorporada, ese sería el escenario no apetecible por el comercio inglés. Pero tampoco quería Lord Ponsonby un Brasil que extendiera su territorio hasta el Plata. La solución era la creación artificial de una nueva república, sobre las bases de la Banda Oriental, y aún en contra del deseo expreso del grueso de su población. 

Pero para eso era necesario que, en el desarrollo de la guerra, ninguna de las dos partes obtuviera una victoria contundente, lo que tornaría imposible llevar a la práctica la propuesta inglesa.

Justo poco antes de Ituzaingó, Guillermo Brown destrozó a la armada brasileña en la batalla de Juncal, dejándola fuera de combate. El 20 de febrero se le propinó otra paliza al enemigo, ya en su propio territorio: la batalla de la que hoy se cumple un nuevo aniversario y que tuvo lugar en lo que hoy es el estado de Rio Grande del Sur. Algunos llegan a afirmar que, de haber dispuesto Alvear liquidar el asunto, tenía expedito el camino hasta Río de Janeiro. Pero, no obstante el triunfo argentino, tras unos días se dispuso el repliegue que permitió a Lord Ponsonby consumar su plan de creación de nuevo estado en la cuenca del Plata.

jueves, 28 de agosto de 2025

¿Fue un agente inglés el general San Martin?

 


Por: Edgardo Atilio Moreno

En estas últimas décadas, ha surgido en la Argentina cierta corriente historiográfica auto denigratoria, que se identifica como hispanista pero que en realidad le cabe mejor el mote de españolista.[1]

No se trata del hispanismo clásico de los historiadores revisionistas que reivindicaban el legado cultural de la hispanidad, sino de un españolismo que tiene por miras un proyecto político utópico que postula la resurrección del antiguo imperio español a partir de una eventual renuncia de los países hispanoamericanos a sus atributos soberanos y su sometimiento a la metrópoli española. En los hechos una ilusión que solo siembra división y parálisis política.[2]

Estos autores, por razones obvias, se han ensañado con la figura del general José de San Martin; acusándolo entre otras cosas de haber sido un agente ingles enviado a América para destruir al imperio hispano católico.

Llevando a las últimas consecuencias la interpretación liberal elaborada por Bartolomé Mitre (la cual nos legó un San Martin enemigo de la cultura hispano católica, enamorado de las ideas de la ilustración francesa y funcional a los intereses ingleses), los actuales calumniadores sostienen que todos nuestros héroes que lucharon primero por la autonomía y luego por la independencia fueron traidores a España, y por ende nuestra independencia fue un acto completamente ilegitimo.

En efecto, fueron los historiadores liberales los que dieron pie a la leyenda injuriosa de un San Martin al servicio de Inglaterra. El primero de ello fue Juan Bautista Alberdi, en su libro “El crimen de la guerra”, quien afirmó sin dar prueba alguna que: “En 1812, dos años después que estalló la revolución de mayo de 1810, en el Río de la Plata, San Martín siguió la idea que le inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud-américa para las necesidades del comercio británico”. Luego Mitre, en su notable “Historia de San Martin y la emancipación sud americana” será quien consagre canónicamente la versión de una salida furtiva de San Martin de España ayudado por los ingleses.

Sin embargo, Enrique Diaz Araujo, basándose en los datos que reveló el historiador José Torre Revello, refuta prolijamente esos dichos en su obra “Don José y los chatarreros”, explicando que San Martin no salió clandestinamente de España, sino que “En agosto de 1811 presentó ante el Consejo de Regencia su solicitud de retiro, para pasar a América (y) el 5 de septiembre, dada su intachable foja de servicios, el Consejo de Regencia le acordó lo peticionando, con fuero militar y derecho al uso del uniforme. Entonces Don José sale de España el 14 de setiembre de 1811, por la puerta amplia y sin ardides[3].

Y la causa de su venida a América no es otra que la situación en la que se encontraba la península. En efecto, San Martin decidió ponerse al servicio del gobierno de Buenos Aires porque consideró perdida la guerra en España e irrecuperable a la monarquía borbónica adherida al despotismo ilustrado. Amén de que estaba siendo mal visto y perseguido por su condición de americano. Por eso volvió a su patria natal.

No obstante, los pseudo-historiadores y divulgadores españolistas insisten con la injuria, señalado que nuestro Libertador fue sacado de España por los ingleses, y trasladado a Buenos Aires en buques de ese país con el objeto de consumar la secesión del imperio hispano.

No tienen en cuenta los detractores que sí San Martin quería salir de España no tenía otra forma de hacerlo que como lo hizo; pues en ese entonces toda España, excepto el puerto de Cádiz, estaba ocupada por Napoleón; cosa que Díaz Araujo explica también con toda lógica.  Dice así: “Cádiz era un istmo cercado en su salida terrestre por el Ejército napoleónico del Mariscal Victor, y defendido y bloqueado en su faz marítima por la escuadra británica del Almirante Colingwood; quien quisiera salir del enclave gaditano tenía una opción: o pedía permiso a los franceses o se lo pedía a los ingleses. No había otra forma. Ahora bien, si el pasajero se disponía ir hacia América, la alternativa se reducía, puesto que únicamente los británicos controlaban las aguas oceánicas. En tal situación, el viajero debía obtener pasaporte o visa del Consulado ingles en Cádiz, conseguir alguna recomendación para embarcarse en algún buque de la Royal Navy, y vía Lisboa dirigirse a Inglaterra. En los puertos ingleses podía embarcarse en algún mercante (ingles por supuesto) que fuera al Rio de la Plata. Ese era el exclusivo camino de salida[4].

Así mismo, respecto a la “ayuda” que supuestamente le prestaron los ingleses, los detractores no reparan en que esta consistió simplemente en una recomendación, que era indispensable tener para poder embarcarse en un buque de guerra inglés, y que San Martin consiguió sin compromiso alguno de un amigo de esa nacionalidad; además por supuesto del correspondiente y burocrático visado del pasaporte por parte del cónsul de ese país, estampado por Sir Charles Stuart. Nada extraño o inusual dada las circunstancias.

Díaz Araujo lo dice claramente: “James Duff fue quien le consiguió el embarque. Pero San Martin no le aceptó el dinero que le ofrecía para no quedar obligado más allá de lo absolutamente imprescindible. Más adelante, el pasaje de la Canning lo solventó el rico Alvear; pero Zapiola y San Martin, en cuanto cobraron sus primeros sueldos castrenses en Buenos Aires, le reintegraron la suma desembolsada; también para no quedar atrapados por gratitudes excesivas”.[5]

Hace notar también Díaz Araujo que los detractores para dar más fuerza a su endeble argumento le suman el infundio de la supuesta masonería de San Martin; afirmando que este, cuando pasó por Inglaterra y residió en la mal llamada “Casa de Miranda”, recibió instrucciones de la masonería inglesa. En realidad –explica nuestro historiador- “San Martín no conoció a Miranda, por una sencilla razón cronológica: mientras el primero llegó a Londres a comienzo de octubre de 1811, el segundo se había marchado de esa ciudad en octubre de 1810. Ni la casa era llamada de Miranda, sino de los diputados de Caracas, Andrés Bello y Luis López Mendez. Por su amplitud y la generosidad de sus ocupantes, varios americanos paraban en ella, como fue el caso de Manuel Moreno y Tomas Guido, sin que por esa estadía nadie piense que se iniciaron en la masonería inglesa…  el principal encargado de la residencia a donde fue a parar San Martín y con quien entabló buena amistad, delegado de la Junta de Caracas, don Luis López Mendez, era un político de doctrina católica ortodoxa…[6]

Y con respecto a la supuesta pertenencia de la Logia Lautaro a la masonería, numerosas pruebas existen de que ello es absolutamente falso, basta mencionar aquí la respuesta que obtuvo el historiador Patricio Maguire de la Gran Logia de Inglaterra que le respondió que: “La logia Lautaro era una sociedad secreta política y no tenía relación alguna con la francmasonería regular… las seis personas mencionadas en su carta –entre ellos José de San Martin-, de acuerdo a nuestros archivos, nunca fueron miembros de logias bajo jurisdicción de la Gran Logia Unida de Inglaterra.” Y lo mismo le contestaron  la Gran Logia de Irlanda y la Gran Logia de Escocia.[7]

Es decir, mal podría haber recibido San Martin instrucciones de Miranda y de la Masonería, si no tuvo contacto con aquel, la casa en donde se albergó provisoriamente no era una casa de la masonería, y la Lautaro tampoco era una logia masónica. Una cuestión concluida.

Refutado este argumento, conviene aclarar cuáles eran los intereses de Inglaterra frente a España en este periodo, ya que erróneamente se sostiene que aquella tenía por objetivo hacer que los americanos se independizaran de España, y para eso envió a San Martín. Nada más falso.

En realidad, “después de 1808, los estadistas británicos vieron con malos ojos los movimientos de rebelión en América hispana. Estaban empeñados en una lucha terrible contra Napoleón y les molestaba todo disturbio que tendiera a debilitar a su aliado español… recomendaron lealtad hacia la Madre Patria a los enviados rebeldes que fueron a Londres… Conservar la integridad hispánica fue la norma básica de la diplomacia británica por esas décadas. De ahí el sentido del Tratado Apodaca-Canninng, del 14 de enero de 1809, de alianza ofensiva y defensiva con España. Convenio que fue el tiro de gracia a las esperanzas que tenía Miranda de que los ingleses lo auxiliaran en América.[8]

Por eso cuando los enviados de la Suprema Junta de Caracas les ofrecieron a los ingleses el libre comercio a cambio del reconocimiento de su independencia, estos se negaron. ¿Por qué hicieron esto si el interés comercial era su principal interés?

Lo hicieron por que los intereses económicos no eran la principal motivación de Inglaterra en ese momento. Quienes creen lo contrario se equivocan pues no contemplan que por encima del beneficio económico a Inglaterra lo que le preocupaba por entonces era su seguridad amenazada por Napoleón Bonaparte. Amén de que los comerciantes ingleses siempre se las habían ingeniado para introducir sus mercancías mediante el contrabando, a pesar de las medidas proteccionistas vigentes en América.

En ese sentido afirma Díaz Araujo que la política exterior inglesa fue oficialmente definida por Su Majestad Británica el rey Jorge III, el 13 de julio de 1810, cuando declaró que se consideraba: “la vigorosa prosecución de la contienda en la península como esencialmente relacionada con la seguridad de sus propios dominios durante la continuación de la guerra entre Su Majestad y la potencia francesa. La independencia, integridad y prosperidad de las monarquías española y portuguesa están mezclados íntimamente con la seguridad del imperio británico”.[9]

Esta declaración de la Corona británica ratifica lo que ya antes, el 20 de junio de 1808, había establecido el Primer Ministro Henry Castlereagh, al decir que: “Como, debido a la insurrección en las Asturias, se renueva la posibilidad de restaurar la monarquía española… se desea suspender cualquier medida tendiente a dividirla, y por ende a debilitarla.”[10]

En consonancia con todas estas manifestaciones, el Ministro de Guerra inglés, conde de Liverpool le informó el 16 de agosto de 1810 al Brigadier General Layard que S.M.B. se oponía a “todo procedimiento que pueda producir la menor separación de las provincias españolas de América[11].

Es decir que para Inglaterra en ese entonces era más importante terminar con el peligro napoleónico que desmembrar al Imperio español o poder introducir sus manufacturas en América mediante el libre comercio. Como dice Vicente Sierra: “La invasión de España por Bonaparte abrió a la Gran Bretaña la posibilidad de hacer pie en el continente para llevar la guerra al hombre que parecía destinado a someter a Europa, el cual había logrado limitar el comercio británico a casi los términos estrechos de sus islas. Enemiga tenaz del Imperio español, cuya fortaleza había procurado minar, Gran Bretaña se vio compelida a ser su aliado… no solo postergó su apoyo a todo intento emancipador , sino que pasó a constituirse en un celoso custodio de la integridad del imperio español.”[12]

Por eso afirma Díaz Araujo que: “tan poco deseaba Inglaterra la independencia americana que prohibió a los súbditos británicos servir en Sudamérica; impidiendo también la exportación de armas con ese destino.”[13] Sobre este último punto hace notar Héctor Piccinali que “en el puerto de Buenos Aires sólo podía comprarse alguna arma a los comerciantes ingleses en cantidades mínimas, en forma subrepticia, con altos precios usurarios en oro constante y sonante.”[14]

Otra prueba de que Inglaterra ya no deseaba fomentar la independencia de los territorios americanos pertenecientes a la Corona de Castilla, y que no estaba dispuesta a apoyar un eventual movimiento en ese sentido, son las instrucciones que se les envió a los agentes ingleses en el Rio de la Plata. Vicente Sierra menciona las que Lord Strangford remitió a Manuel Aniceto Padilla cuando fue comisionado ante la Primera Junta, que decían lo siguiente: “Le he confiado hacer presente al nuevo gobierno lo impolítico que sería por su parte ejecutar actos susceptibles de crear dificultades a la Gran Bretaña, mientras continúen sus relaciones con España, así como la necesidad de abstenerse de toda medida que indique la confianza de que su causa será sostenida después por el gobierno británico. También tiene encargo de hacerles presente, y esto de la manera más urgente, lo loco y peligroso de toda declaración de independencia prematura y de la necesidad, desde todo punto de vista de que sigan preservando el nombre de la autoridad de su legítimo soberano…[15]. En pocas palabras los ingleses les decían a los americanos que no debían declararse independientes y que si lo hacían no debían esperar nada de Inglaterra.

Esta política de no promover y por el contrario, desalentar la independencia americana adquirió nueva forma legal cuando el 5 de Julio de 1814 Inglaterra y España firmaron un nuevo tratado de amistad y alianza (similar al tratado Apodacca –Canning) por el cual Inglaterra “obtenía las ventajas comerciales que perseguía, tornando inútiles las ofertas americanas” y a cambio se obligaba  a tomar las providencias necesarias más eficaces para que sus súbditos no proporcionen armas, municiones ni otro artículo de guerra a los disidentes de América.”[16]

Eso explica y es absolutamente coherente con el consejo que Lord Strangford le dio en 1814 al Director Supremo Gervasio Posadas de “retirarse de la contienda con honra y seguridad, como ahora bien se puede[17].

Y una constatación palmaria y notoria de que Inglaterra cumplió con esos acuerdos y compromiso asumidos con España (claro que por conveniencia y no por lealtad) fue el rechazo de la propuesta que le formuló Carlos de Alvear de asumir el protectorado de estas tierras. En efecto, Alvear, como Director Supremo de las Provincias Unidas, fue el autor firmante de dos pliegos, fechados el 23 y 25 de enero de 1815, que José Manuel García debía entregar a Lord Strangford en Rio de Janeiro, y otro dirigido a Lord Castlereagh. En el primero le decía a Strangford que: “este país no está en edad ni en estado de gobernarse por sí mismo, y necesita una mano exterior que lo dirija… En estas circunstancias solamente la generosa nación británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias que obedecerán a su Gobierno y recibirán sus leyes con el mayor placer”. En el segundo le manifestaba a Castlereagh que “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo ingles… es necesario que se aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un Jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneficio del Rey  y de la Nación, a cuyo efecto espero que V.E. me dará avisos con la reserva y  prontitud que conviene preparar oportunamente la ejecución.”[18]

Alvear, claro está era un agente ingles y además era masón. Y aunque vino junto con San Martin a América, al poco tiempo de llegar llamativamente se distanció de este y se convirtió en uno de sus más feroces enemigos. Sin embargo, los españolistas no le dan relevancia a su actuación y se dedican a denostar principalmente y en forma injusta al Libertador. ¿Qué no dirían estos de San Martin si este hubiera hecho lo que hizo Alvear? Tal vez esa benevolencia con Alvear se deba a que este, posteriormente le escribió a Fernando VII un memorial en el cual “repudiaba por completo a la Revolución del Plata” y pedía “perdón y clemencia” al rey felón.[19]

En definitiva, no hay dudas que Inglaterra en este periódico histórico no tuvo por objetivo promover la independencia de los antiguos reinos de Indias[20]. Con lo cual se cae entonces la tesis de que San Martin fue un agente ingles enviado por estos con ese propósito.

Ahora bien, ¿Qué pensaba San Martin respecto a Inglaterra? Sus detractores por supuesto sostienen una anglofilia y un afán de favorecerlos totalmente inexistente. La verdad es que San Martin, como dice Roque Raúl Aragón, “… sabía perfectamente cuál era el interés británico y procuró entretenerlos el tiempo necesario para consolidar su posición militar. De ahí la distinción que mostraba a cuanto súbdito ingles tuviera a su alcance, despertando una gran simpatía en ellos. Pero nunca comprometió nada. Los conformó con palabras amables… Ya en carta a Godoy Cruz, del 24 de mayo de 1816 expresaba acerca de Inglaterra una opinión que no quería hacer pública: no hay nada que esperar de ella, decía (lo que no obstó, una vez declarada la independencia, para que hiciera gestiones ante Bowles y Staples). Años después, en 1830, en Montevideo, antes de regresar definitivamente a Europa, le dijo al general Iriarte, que lo había acompañado hasta la rada, que cuando cayera Lavalle, él y los otros emigrados (federales) no debían perder tiempo en regresar a Buenos Aires a fin de tomar parte activa en los negocios y perseguir con tesón al círculo británico hasta anularlo (Tomas Iriarte, Memoria, t°  IV, pag.157).” [21]

Es por esto que los ingleses más advertidos fueron sus enemigos, entre ellos Lord Strangford. Otros incluso lo creyeron un agente francés, como el espía al servicio de Inglaterra, Manuel Castilla, quien el 13 de agosto de 1812 le escribió al cónsul Robert Staples diciéndole que los pasajeros llegados a Buenos Aires en la George Canning “fueron enviados y provistos de dinero por el gobierno francés” y que el coronel San Martin “no tengo la menor duda está al servicio pago de Francia y es un enemigo de los intereses británico”.[22] Llama la atención que si el Libertador era un agente inglés no se le hubiera informado de ello a un espía acreditado en Buenos Aires. 

Pero hay un hecho que muestra a las claras que efectivamente el Libertador no dudó en afectar los intereses económicos de los ingleses, que gozaban del libre comercio con Lima, en pos de concluir su epopeya. Esta es la cuestión del empréstito de 1818, que Díaz Araujo explica sintéticamente del siguiente modo: “Para pasar la Expedición Libertadora para el Perú se requería de una escuadra. Ni Chile ni la Argentina la tenían…  Había que comprar buques de guerra en los países que los armaban y vendían. Se envió a Manuel Aguirre a Estados Unidos con ese fin. Este consiguió un barco. Se comisiono a José Alvarez Condarco y Antonio Alvarez Jonte al Reino Unido. Ellos tuvieron éxito en cuanto a que se compró un gran buque. El único problema (aparte de burlar las prohibiciones de las alianzas anglo – hispanas) es que había que pagarlos. Chile iba a poner 200.000 pesos fuertes. A las Provincias Unidas le correspondían 500.000 pesos fuertes. Por descontado que en el erario de estos países no había un peso disponible. San Martín le dicta a Juan Martín de Pueyrredón la solución: levantar un empréstito forzoso en el comercio inglés de Buenos Aires. El ingenuo Director Supremo cree en la palabra del cónsul Staples de que él iba a persuadir a los comerciantes de su nacionalidad. Le habían prometido 141.000 pesos fuertes, y contribuyeron con 6.700…. El general sabe cómo son los juegos del comercio británico de Buenos Aires. Su agente personal el comerciante John Thwaites, le ha escrito el 16 de marzo de 1819: hasta que se ponga en Lima en un estado de bloqueo formal no este usted seguro de que no reciban los españoles auxilio de los buques ingleses y americanos del norte. Yo veo que los comerciantes (ingleses en Buenos Aires) venderán con gusto armas a los limeños… San Martin presiona mucho a Pueyrredón. Si el empréstito no se ejecuta, renunciará… Al fin Pueyrredón le remite lo recaudado. Que no es lo prometido tampoco… como suma final colecta 216.600 pesos fuertes… Fue una jugada maestra del General… les hizo pagar a los comerciantes ingleses de Buenos Aires los buques comprados en Inglaterra que destruirían el comercio ingles con Lima.[23]

Y así como San Martin afectó los intereses económicos de los ingleses también intentó contrariar los planes políticos de estos, de destruir la unidad americana.

En efecto, en 1820, estando el Libertador en el Perú, le transmitió al Virrey Pezuela en la reunión de Miraflores, una propuesta para terminar con la guerra en base al reconocimiento de la independencia de lass Provincias Unidas de Sudamérica, y la coronación en estas tierras de un príncipe “de la Casa reinante en España”. El plan fracasó a causa de un motín de los militares masones del ejército español que depuso a Pezuela, que fue reemplazado por el general José de la Serna. No obstante, al año siguiente, San Martin volvió a insistir. Esta vez, según dice Díaz Araujo, contaba con el apoyo del Comisionado Real llegado al Perú, don Manuel Abreu, quien en su diario cuenta la conversación que tuvo con San Martin antes de llegar a Lima. Dice Abreu que este le manifestó que “había convenido con los de su ejército en coronar a un príncipe español, medio único capaz de ahogar las opiniones de enemistad, reunirse de nuevo las familias y los intereses; y que por honor y obsequio de la Península se harían tratados de comercio con las ventajas que se estipulasen, y que, en cuanto a Buenos Aires, se emplearía las bayonetas para compelerlos a esta idea si no se prestasen[24].

La propuesta en un principio convenció al Virrey La Serna, quien según relata Abreu opinó que “el plan de San Martin era admirable, que lo creía de buena fe”. Sin embargo, según cuenta el General Tomas Guido, “apenas se impuso de lo sucedido el general Valdes, cuyo carácter impetuoso y osado se sobreponía a los demás, se resistió decisivamente a la realización del plan y amenazó a La Serna con la oposición del ejercito… y muy pronto reducidos los resortes del poder de La Serna, descendió a la humillación de suscribir a las ideas de Valdes.”[25]

Augusto Barcia Trelles, gran maestre de la masonería española dirá que: “Dándose el caso de que La Serna y Valdes, dos notorios y notables francmasones, que traían organizada su logia… se transformaban en los más decisivos opositores del movimiento de liberación en el Perú[26].

Y Díaz Araujo comenta que “se trataba de la Logia Central de la Paz Americana del Sud, dependiente de la Logia de Inglaterra, y cuyo Venerable era el general Jerónimo Valdes (tal como lo documentó el general Tomas de Iriarte). Lo de la <Paz> era un contrasentido, pues ellos lo que querían era <Guerra y Balcanización> para América según los intereses del Imperio Británico.[27]

En definitiva, la propuesta de San Martin en Punchauca también fracasó por la injerencia de la masonería española, dependiente de Inglaterra. 

Con lo dicho hasta aquí, queda claro que nuestro Libertador no solo luchó por la independencia americana ante la tiranía de Fernando VII, sino que hizo todo lo que estaba a su alcance para conservar la unidad de estas tierras, contrariando así los planes de Inglaterra. Que al final esta se impuso no fue culpa de San Martin, sino justamente de sus enemigos.

 



Notas

[1] La Hispanidad es una cosmovisión, una cultura, un espíritu. El españolismo "carnaliza" la hispanidad, la confunde con la reivindicación de la España país, geografía y estado. El españolismo historiográfico menosprecia la argentinidad y considera que la independencia de nuestra patria fue ilegitima, por ende, no hay un pasado glorioso ni héroes de los cuales enorgullecerse.  

[2] En el caso de los españolistas neo carlistas ese retorno a la unidad imperial está unido a la -a todas luces imposible- instalación en el trono español de un eventual heredero del príncipe Carlos Maria de Borbón (hermano de Fernando VII), a quien consideraban el legítimo monarca de España.

[3] Díaz Araujo, Enrique. Don José y los chatarreros. Ediciones Dike. Mendoza, Argentina, año 2001. Pag 79.

[4] Díaz Araujo, Enrique, ob cit., pag 79 y 80.

[5] Ibidem, pag 81.

[6] Ibidem pag 83.

[7] Ibidem pag. 85

[8] Ibidem. Pag 88

[9] Ib. Pag 88, 89

[10] Lynch, Johnn. Gran Bretaña, San Martin y la independencia Latinoamericana; citado por Diaz Araujo, ob cit. Pag 91.

[11] Díaz Araujo, Enrique. Ob. cit. Pag 89.

[12] Sierra, Vicente. Historia de la Argentina 1810-1813. Ed. Científica Argentina. Pag 131

[13] Díaz Araujo, Enrique. Ob cit., pag 91

[14] Piccinalli, Hector Juan; San Martin y el Liberalismo, en Gladius N° II; citado por Diaz Araujo, ob cit. Pag 97.

[15] Sierra, Vicente. Historia de la Argentina 1810-1813, pgs 156, 157.

[16] Diaz Araujo, Enrique. Ob cit., pag 90.

[17] Ibidem. Pag 91.

[18] Rosa, José Maria. La misión Garcia ante Lord Strangford, citado por Diaz Araujo, ob cit., pag 105.

[19] Díaz Araujo, Enrique. Ob cit., pag 106.

[20] Inglaterra recién cambiaría su política después de la victoria patriota en Ayacucho, en 1824, cuando la independencia era ya un hecho consumado

[21] Aragón, Roque Raul. La política de San Martin. Cdba. Universidad Nacional de Entre Rios. 1982. Citado por Diaz Araujo en ob. cit., pag 95.

[22] Piccirilli, Ricardo. San Martin y el gobierno de los pueblos. Citado por Diaz Araujo en ob cit.,pag 97.

[23] Díaz Araujo, Enrique. Ob cit. Pags 98 a 101

[24] De la Puente Candamo, Agustín. San Martin y el Peru, citado por Diaz Araujo, ob cit., pag 177.

[25] Steffens Soler, Carlos. San Martin en su conflicto con los liberales, citado por Diaz Araujo, ob cit., pag 179 y 180.

[26] Barcia Trelles, Augusto. San Martin en América, citado por Diaz Araujo, ob cit., pag 180

[27] Díaz Araujo, Enrique. Ob cit. Pag 180.