viernes, 6 de noviembre de 2015

APERTURA DEL PUERTO DE BUENOS AIRES*

Por: Jose Maria Rosa

Baltasar Hidalgo de Cisneros fue nombrado (11 de febrero de 1809) Virrey por la Junta de Sevilla con posterioridad al tratado que "otorgaba facilidades al comercio inglés". Días después de su llegada a Buenos Aires (30 de julio de 1809) se llena este puerto de buques ingleses, provenientes de Río de Janeiro, que enviaba el embajador inglés en el Brasil -el poderoso Lord Strangford- pues esa plaza estaba tan abastecida de toda clase de géneros, que algunos bastimentos no habían podido evacuar la menor parte de ellos; y se tuvo por positivo de que se habían abierto y franqueado, o iba a verificarse pronto al comercio inglés los puertos españoles" (21). Una razón comercial inglesa, Dillon y Thwaites, consignataria de uno de estos navíos, pide al Virrey que le permita "por esta vez" comerciar sus productos. He aquí el origen del expediente que dio lugar a la apertura del puerto de Buenos Aires.

El Virrey, marino de profesión, procede como debe hacerlo un capitán de barco en situaciones extraordinarias: llama a consejo de oficiales. Debe descartarse que él conocía los términos del tratado anglo-español, pero dicho tratado sólo establecía la promesa de una "facilidad", que aún no se había traducido en su correspondiente ley. Por eso ordena que se forme expediente: oye al Cabildo, al Consulado, al representante de los comerciantes de Cádiz, y al de los hacendados -la famosa "Representación" de Moreno- concluyendo por otorgar el permiso. Como Virrey carecía de autoridad para no hacer cumplir la ley que prohibía la libre introducción de mercaderías extranjeras: pero no obró como Virrey, sino como marino ante una situación extraordinaria. De esta manera, hallándose documentada la opinión favorable de la mayoría -y desde luego que se habían movido los resortes del Fuerte para lograr esa mayoría-, quedaba cubierto con la responsabilidad de otros, su propósito de hacer cumplir el aún ignorado oficialmente acuerdo con Inglaterra.

En dicho expediente se encuentran tres escritos importantísimos. Son los de Yáñiz, síndico de Consulado, y Agüero, apoderado de los comerciantes gaditanos: ambos favorables al antiguo sistema protector; y el de Mariano Moreno -firmado por un señor José de la Rosa- abogando por el librecambio. El profesor Molinari, en su obra citada, cree que este último no tuvo mayor trascendencia, en cuanto al acto en sí de la apertura del puerto. Desde luego que desde la primera página del expediente puede conocerse el decidido interés del Virrey en hacer lugar al petitorio de Dillon y Thwaites; y también es cierto que ninguno de los considerandos de la resolución definitiva fue tomado de la "Representación de los hacendados".

El debate sobre la conveniencia de la protección o el librecambio, tal cual surge del expediente de 1809, nos deja muchas enseñanzas. Yáñiz y Agüero defendieron con razones de experiencia y de sana lógica a la economía vernácula. Moreno, en la posición contraria, expuso su doctrina con acopio de citas y de erudición. Es la polémica entre comerciantes prácticos que han tomado de la experiencia sus enseñanzas, y un economista teórico, que busca en los libros el conocimiento de la vida. Con la diferencia, fundamental, que los defensores de la posición proteccionista argumentaban con perfecto conocimiento de las condiciones económicas producidas por el industrialismo maquinista; en cambio el liberal ignoraba este detalle, tal vez, por que sus libros de Quesnay y de Filangieri eran anteriores a la "revolución industrial".

Yañiz comprende que la libertad de comercio significaría la ruina de la industria americana, pues la técnica manufacturera no ha de poder luchar contra la mecánica: "Sería temeridad – dice - equilibrar la industria americana con la inglesa; estos audaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es un principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, estribos de palo dados vuelta a uso del país, sus lanas y algodones que a más de ser superiores a nuestros pañetes, zapallangos, bayetones y lienzos de Cochamba, los pueden dar más baratos, y por consiguiente arruinar enteramente nuestras fábricas y reducir a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se mantienen con sus hilados y tejidos". Y, agrega refutando el sofisma de la mejor conveniencia de los productos extranjeros a causa de su menor precio; "Es un error creer que la baratura sea benéfica a la Patria; no lo es efectivamente cuando procede de la ruina del comercio (industria), y la razón clara: porque cuando no florece ésta, cesan las obras, y en falta de éstas se suspenden los jornales; y por lo mismo, ¿qué se adelantará con que no cueste más que dos lo que antes valía cuatro, si no se gana más que uno?".

Agüero, a su vez, encuentra que la admisión del librecambio ha de producir la desunión del virreinato: "las artes, la industria, y aun la agricultura misma en estos dominios llegarían al último grado de desprecio y abandono; muchas de nuestras provincias se arruinarían necesariamente, resultando acaso de aquí desunión y rivalidad entre ellas". Y con visión profética se pregunta: "¿Qué será de la Provincia de Cochabamba si se abarrotan estas ciudades de toda clase de efectos ingleses?", previendo como lógica consecuencia de la libertad de comercio la segregación del Alto Perú. Y "¿qué será de Córdoba, Santiago del Estero y Salta?", dice más adelante, temiendo las luchas civiles que pudieran encenderse - y efectivamente se encendieron - entre el interior y el litoral, teniendo entre otras causas, ese primordial motivo económico (22).

Agüero examina a conciencia los efectos que produciría el imperialismo económico inglés ante la incipiente industria criolla, una vez que ésta fuera entregada atada de pies y manos al capitalismo invasor. "No dejarán de hacer contratos de picote, bayeta, pañete y frazadas, semejantes y acaso mejores que los que se trabajan en las provincias referidas, por la cuarta parte del precio que en ellas tienen". Es el dumping, recurso conocido de la guerra económica. "Con esto – continúa - lograrán para su comercio la grande ventaja de arruinar para siempre nuestras groseras fábricas, y dar de esta suerte más extensión al consumo de sus manufacturas, que nos darán después al precio que quieran, cuando no tengamos nosotros dónde vestirnos."

Destruye también la falacia de que el libre comercio hará subir de valor la riqueza agropecuaria de Buenos Aires. Su experiencia le ha enseñado que no siempre los precios se rigen por la ley de la oferta y la demanda, y que son muchos los medios de que puede valerse una economía fuerte como lo era la inglesa, para obtener el precio que quisiera en un mercado débil como el Río de la Plata. "Al fin los ingleses nos han de poner la ley, aun en el precio de nuestros frutos. Así ha sucedido no ha muchos días con respecto al sebo, que habiendo subido con la saca que ellos mismos hacían de contrabando, se vinieron todos juntándose en la Posada de los Tres Reyes, e imponiéndose una multa considerable que debía pagar el que comprase a mayor precio del que ellos acordaron." Es el cartel de compradores, estableciendo el precio al cual han de comprar los productos.

¿Y qué contestaba a esos argumentos, Mariano Moreno, en la Representación de los hacendados?, "Los que creen la abundancia de efectos extranjeros como un mal para el país ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los Estados", contesta con la suficiencia de un hombre versado en la literatura del siglo XVIII.

Es el Moreno de entonces: hombre de biblioteca, desconocedor de la realidad. Se encastilla en su ciencia, y a las razones prácticas de Yáñiz y de Agüero, contesta con una andanada de libros: Quesnay, la "fisiocracia", Fitangieri, Jovellanos, Adam Smith. A hombres, como Agüero y Yáñiz, que basaban sus argumentos en la realidad económica inglesa, en la revolución industrial británica, en la máquina, en el dumping, el cartel, ha de contestar tan sólo que todo eso "es risible", que Filangieri nada ha dicho de eso, que es "ignorar la ciencia", que el precio, como lo dice Adam Smith, se regula exclusivamente por la ley de la oferta y la demanda, que los fisiócratas han dicho que "cuando es rico el agricultor, lo es también el artista que lo, viste, el que fabrica sus casas, construye sus muebles, etc.". E imbuido de sus conocimientos librescos, llega a decir que la introducción de mercaderías inglesas, en lugar de significar un mal para los industriales criollos, ha de reportarles un gran bien, pues les permitiría imitar la producción británica. Es decir, cree que juntamente con la entrada de los tejidos ingleses, llegarían al país las condiciones técnicas que producían esos tejidos: la máquina, el carbón, el capital, en una palabra, todo el desenvolvimiento industrial sajón. "¡Artesanos de Buenos Aires!-llega a decir- si insisten (Agüero y Yáñiz) en decir que los ingleses traerán muebles hechos, decid que los deseáis para que os sirvan de regla, y adquirir por su imitación la perfección en el arte".

Evidentemente hay demasiada puerilidad en esta falta de diferenciación entre el industrialismo inglés en la etapa de la máquina, y el americano que se desenvolvía todavía en el período del taller. Hay, en realidad, un desconocimiento evidente de todo aquello que no se encuentra en las teorías de los fisiócratas o de Adam Smith; una gran ignorancia de lo que es y cómo funciona la economía capitalista.

Tanto, que llega a afirmar que "las telas de nuestras provincias no decaerán, porque el inglés nunca las proveerá tan baratas, ni tan sólidas como ellas".

EL LIBRECAMBIO

Así, en 1809, seis meses antes del grito de Mayo, el Río de la Plata pasaba a ser virtual colonia económica inglesa.

¿Qué es una colonia económica? Es un "mercado para la venta de mercaderías industriales, que provee a su vez materias primas y víveres", dice una conocida definición. Y a ese estado se encontró reducido el Río de la Plata en 1809, por la obra coordinada de la política inglesa, la guerra de la independencia española, y, si se quiere, de la biblioteca de Mariano Moreno. Atrás de todo ello, estaba la política "imperialista" de Canning y su agente en el Río de la Plata el solícito Mr. Alex Mackinnon, presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires, y cliente del bufete profesional de Moreno.

Derrotada Inglaterra en 1806 en su política de expansión política, triunfaba tres años después en su expansión económica. Pese a Quesnay, los talleres criollos tuvieron que cerrar, pues no podían resistir la competencia británica. Y como lo había profetizado Agüero, las provincias industriales - el Alto Perú y el Paraguay - recelaron en la Ordenanza un beneficio puro y exclusivo para los extranjeros y los porteños. Tampoco las dos intendencias del Tucumán vieron con agrado una medida que arruinaba sus obrajes de tejidos e hilados y perjudicaba la floreciente industria vinícola de Cuyo.


*En: “Defensa y pérdida de nuestra independencia económica”, quinta edición, cap. 1.

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