Por: Sebastian Sanchez
Enseña Chesterton que existen
tres modos de escribir historia. El primero, "que solíamos encontrar en
los libros de nuestra infancia, era pintoresco y en extremo falso. Otro,
adoptado por los académicos, es el de pensar que se puede seguir siendo falso,
siempre que se evite ser pintoresco". Para estos eruditos -dice
Chesterton- "es suficiente que una mentira sea oscura para que se la crea
verdadera". (¡Ay! ¡cuantos cultores de lo abstruso y apócrifo abundan por
estos pagos!).
Pero para el genial Gordo existe
aún un tercer modo de escribir historia, aquél "que utiliza lo pintoresco
de tal forma que parezca un símbolo de la verdad en lugar de un símbolo de la
mentira". Así, de esa original manera, que consiste en hacer evidente la
verdad sin mengua de la belleza, supo escribir Vicente Sierra, nuestro gran
historiador.
No abundaremos demasiado en su
ilustre biografía salvo para decir que nació en Buenos Aires en 1893 y que allí
murió en 1982, a poco de terminar la Guerra de Malvinas. Asimismo, no es ocioso
recordar que fue esencialmente autodidacta por lo que no deja de asombrar la vastedad
y profundidad de su sapiencia. Durante muchos años ejerció el noble oficio de
profesor de secundaria (solía decir que "lo que en la escuela argentina se
enseña no es Historia; apenas si es un no siempre atractivo anecdotario... y
muchas veces falso") y más tarde, ya maduro, enseñó en la Universidad de
Buenos Aires y en la del Salvador. Por otro lado, no puede obviarse su paso por
la función pública -siempre bajo los gobiernos peronistas a los que adhirió,
aunque no sin reservas- y el hecho de que en 1973 sucediera a Jorge Luis Borges
en la dirección de la Biblioteca Nacional.
Vicente Sierra le obsequió a la
Argentina un conjunto extraordinario de libros, entre los que mencionamos sólo
algunos: Los jesuitas germanos en la conquista espiritual de Hispanoamérica
(1944); Historia de las ideas políticas en la Argentina (1950); Así se hizo
América (1952); Los Reyes Católicos. En torno a las Bulas Alejandrinas de 1493
(1953) y El hombre argentino y su historia (1966). Sin embargo, más allá de lo
hasta aquí indicado, importa dejar anotado lo que a nuestro entender representa
las columnas fundamentales, los ejes vertebrales de su obra histórica.
LOS PUNTALES
Lo primero es su cabal
comprensión de que el origen y el ser de la Argentina no se inteligen sin la Cristiandad
hispana o la Hispanidad cristiana, que lo mismo da. De Castilla y de la Iglesia
venimos -por ellas "somos"- y esa certeza recorre todas sus páginas.
El segundo gran puntal de su
trayectoria intelectual es su incondicional amor por la Argentina. Fue el suyo
-¿cómo no?- un amor doliente pero no desesperanzado. Nuestro autor no peroró
sobre la "inviabilidad" de la Argentina sino que, por el contrario,
procuró contribuir en las vías de su salvación. Cierto es que, como muchos,
creyó honestamente que el peronismo era el camino, pero no seremos nosotros
quienes apuntemos el índice acusador por ese yerro.
La tercera y fundamental columna
de su tarea historiológica es el entendimiento del carácter Cristocéntrico de
la historia. Nadie más lejos del historicismo que Vicente Sierra pues entendió
la historia a la luz de la irrupción del Verbo en ella. Ni quiso ni pudo
estudiar el pasado de un modo distinto -por no decir prosaico- que el otorgado
por el sentido de lo Eterno, sub specie aeternitatis.
En ese aspecto, es posible que su
libro más señalado sea el excepcional El sentido misional en la Conquista de
América (1942), obra de abundante trabajo archivístico y hermenéutico y a la
vez pletórica de originales reflexiones sazonadas con poético talante. En ese
libro esencial Sierra explica la forja de la Cristiandad indiana que,
proviniendo de la Iglesia y de Castilla, se resolvió finalmente en nuestras
patrias autónomas.
Y lo propio se vislumbra en su
agotadísima e inhallable Historia de la Argentina -cuyos 10 tomos escribió
entre 1956 y 1972- en la que el sentido providencial de la historia palpita
detrás del factum, de cada hecho descripto y explicado, lo mismo si se trata de
un tratado que de un negociado económico, de una batalla heroica, una misión religiosa
o un acuerdo constitucional. Por esas páginas despunta siempre la feliz
asociación entre labor científica y atención a lo Alto, sin que nunca quede
desmentida la distinción entre lo natural y lo sobrenatural.
EL MODO CATOLICO
Vicente Sierra fue un científico
-conoció y enseñó por las causas- pero se engañará quien busque en sus libros
las estrecheces mentales del positivista o el reduccionismo petulante del
materialista. El hizo ciencia histórica al modo católico, con el esencial
auxilio de la poesía y la metafísica.
Por eso, con toda justicia puede
considerársele un historiador "liturgo" -siguiendo el acertado y
singular descubrimiento de Antonio Caponnetto- pues escribió historia
reconociendo el plan de la Providencia, entendiendo el pasado de modo
sacramental, recorriéndolo con la certeza de la fe y la guía de la teología.
Vicente Sierra, ajeno al
"pensamiento enjaulado" de las ideologías, carente de taras
historiográficas, dejó a los argentinos una obra superlativa, hoy casi
olvidada. Entendemos su ausencia del panteón de los "taitas
oficiales" de la historia, como ocurrente y certeramente enseñó
Castellani, pero no nos resignamos a su ingrato olvido.
Haga la prueba, amable lector, y
procure conseguir algún libro de este noble historiador. Será tarea inútil. Hoy
lo importante es ser amigo de las novedades, obnubilarse con la
"bibliografía actualizada" -por falsa que sea- y desechar la antigua,
por buena, bella y verdadera que sea. Quizás -¿quién lo sabe?- esta página
sirva para que algún buen librero, de esos que nos consta aún subsisten, se
proponga la reedición de los libros de este liturgo de la historia argentina.
Dios lo permita.
Tomado de http://www.laprensa.com.ar/476044-Vicente-Sierra-liturgo-de-la-historia-argentina.note.aspx
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