Por: Edgardo Atilio Moreno
El tratado de paz que el Primer
Triunvirato firmó con el virrey Elio es un hecho poco tenido en cuenta en
nuestra historiografía, sin embargo su relevancia es de tal magnitud que el
historiador José María Rosa, dice que con su firma “había concluido la Revolución empezada en Mayo de 1810”.[1]
En efecto, la Revolución de Mayo se
había hecho con el propósito de dar a los americanos un gobierno propio;
autónomo, fiel al monarca ausente, pero no sujeto al ilegitimo Consejo de
Regencia que armaron los ingleses en Cádiz. Sin embargo, este tratado vino a
reconocer la autoridad de dicho virrey, concediéndole por ende legitimidad al
Consejo peninsular que lo había designado.
Antecedentes, el Convenio preliminar de la Junta Grande.
Este armisticio, firmado el 20 de
octubre de 1811, no es un hecho
completamente insólito y disruptivo, sino que reconoce un antecedente directo e
inmediato en el Convenio Preliminar de
similar tenor, que el gobierno anterior, de la Junta Grande, firmó tan solo un
mes antes.
Cabe recordar que dicha Junta, que se
había formado con la incorporación de los diputados de las provincias y contaba
con el apoyo de los saavedristas, llegó al gobierno resuelta a poner coto al absorbente
centralismo de Buenos Aires y a las practicas jacobinas del morenismo; pero manteniendo
por supuesto el fidelismo a Fernando VII. Sin embargo, el bloqueo al puerto de
Buenos Aires, ordenado por Elio, y el temor a una invasión de los partidarios
del Consejo de la Regencia, llevó a la Junta Grande a dictar un decreto por el
cual se expulsaba de la ciudad a todos los españoles solteros.
Esta drástica medida –como dice
Ernesto Palacio- causó gran conmoción en la población de Buenos Aires; por lo
que el Cabildo “se vio obligado a
solicitar su revocación”[2].
Incluso los morenistas, que en el pasado impulsaron medidas más crueles, maquiavélicamente,
se sumaron a las protestas.
La marcha atrás dada por la Junta
(que revocó el decreto) cayó mal a los saavedristas, quienes organizaron una
poblada encabezada por el alcalde de barrio Tomas Grigera (conocida como la
grigerada o la revolución de los orilleros), durante los días 5 y 6 de abril, la
cual logró la incorporación del Dr Joaquin Campana a la Junta Grande; aunque su
propósito de colocar a Saavedra en el gobierno se vio frustrado por que este no
aceptó el mando.
No obstante ello, la crisis no se
resolvió. El día 20 de julio llegó la noticia de la derrota de Huaqui, y el
gobierno entró en pánico.
En agosto llegó de Rio de Janeiro Sarratea
con la recomendación de Lord Strangford de arreglar con Elio, reconocer su
jurisdicción en la Banda Oriental y
enviar diputados a las Cortes de Cádiz. Campana quiso oponerse a ello pero el
Cabildo presionó a favor del acuerdo; y el 1 de septiembre se firmó un tratado
preliminar de paz, en esos términos, el cual no fue ratificado pues los
portugueses (que habían sido llamados en ayuda por Elio) continuaron con su
avance en la Banda Oriental y Artigas continuo con el sitio a Montevideo.
Toda esta situación desprestigió
completamente a la Junta Grande y provocó su caída y la conformación del Primer
Triunvirato, conformado por Chiclana, Paso y Sarratea; con Rivadavia como
secretario.
El Primer Triunvirato
Ernesto Palacio dice que el primer
Triunvirato no fue una reacción liberal contra la política conservadora de la
Junta Grande, sino que fue simplemente la reacción del localismo porteño contra
el predominio provinciano en la Junta, y que por ende continuo con la línea de
“timidez y vacilaciones” de sus
antecesores. Es decir, no tenía intención alguna de forzar una declaración de
independencia.
Asi mismo, José María Rosa, afirma
que este órgano triparto se creó simplemente para terminar con las
contemplaciones con Artigas y arreglar de una buena vez con Elio.
De ahí entonces que una de sus
primeras medidas fue la de seguir adelante con las tratativas iniciadas por la
Junta Grande con los regencistas. Para ello se le ordenó a Rondeau levantar el
sitio a Montevideo. Cumplido esto quedó expedito el camino para firmar el
Armisticio, cosa que se hizo el día 20 de octubre de 1811.
Lo novedoso (y que causó malestar) de
este tratado no fueron las habituales declaraciones de reconocimiento y
fidelidad a Fernando VII, las cuales eran de rigor en todos los documentos
oficiales emanados desde la Revolución de Mayo, tanto en los de la Primera
Junta como en los de la Junta Grande y del Triunvirato; sino el reconocimiento que
se hacía a Elio y a las ilegitimas autoridades del Consejo de Regencia.
En efecto, en las clausulas 4 y 5 se establecía
que Buenos Aires mandaría delegados a Cádiz para explicar las causas que han
obligado a suspender el envió de sus diputados. Asi mismo por las clausulas 6 y
7, se disponía que “las tropas de Buenos
Aires desocuparan la Banda Oriental del Rio de la Plata hasta el Uruguay, sin
que en toda ella se reconozca otra autoridad que la del Excelentisimo señor
Virrey”.
Por su parte Elio se comprometía a
cesar con el bloqueo y a gestionar el retiro a sus fronteras de las tropas
portuguesas que él mismo imprudentemente había convocado, alimentando las
ansias expansionistas de estos.
José María Rosa explica que este
tratado disgustó a casi todos especialmente “al gobierno de Rio de Janeiro porque Elio, después de haber llamado en
su auxilio al ejercito de Souza, no había consultado con este los términos de
su paz”, y por supuesto a Artigas, que acaudillaba a los orientales. Solo
plació –continua Pepe Rosa- “a
Strangford, a Elio y a la gente principal de Buenos Aires”[3].
La reacción de Artigas ante el
arreglo fue contundente. Acusó a Buenos Aires de abandonar a la Banda Oriental
a su opresor antiguo y consideró que el tratado era una capitulación
deshonrosa. En una clara desobediencia a lo acordado y dispuesto a continuar la
lucha, dirigió una emigración masiva de orientales, que se dio a llamar “la redota”, hasta Concordia, Entre Ríos.
De todos modos, el acuerdo con los
regencistas duro poco. Las tropas portuguesas no solo no se retiraron de la
Banda Oriental, sino que además hostigaron a los hombres de Artigas en su
éxodo. El Triunvirato se quejó de esto ante Vigodet (que había reemplazado a
Elio) pero este hizo oídos sordos y reanudó las hostilidades atacando con sus
barcos por el rio Paraná.
El gobierno ordenó entonces a
Belgrano fortalecer la ribera del rio en Rosario. Allí instaló dos baterías y
le propuso al Triunvirato la adopción de una escarapela celeste y blanca que
sus soldados usarían en el uniforme. La propuesta fue aceptada, lo cual
entusiasmo a Belgrano quien pensó que este gesto era un paso a una declaración
de independencia; por lo que inmediatamente, el día 27 de febrero de 1812,
enarboló por primera vez una bandera nacional con los mismos colores. El
gobierno desaprobó lo hecho; le ordenó guardar la bandera y le mandó la roja y
gualda.
De lo rápidamente relatado hasta aquí
podemos concluir que este Armisticio manifiesta la existencia –aun en 1811- de
una fuerza o tendencia moderada entre los patriotas, dispuesta a aceptar en
cierta medida el orden anterior a la Revolución –como dice Federico Ibarguren- y
a conciliar con los antiguos beneficiarios de él. Tendencia que, ante las múltiples
dificultades atravesadas (a lo que se le debe sumar la presión de Inglaterra), llegó
al extremo indecoroso de ceder en los ideales autonomistas de Mayo, aceptando a
unas autoridades que antes -con todo derecho- se impugnaban.
Por otro lado también es evidente que
la imprudencia, la soberbia y la
belicosidad de los funcionarios regencistas, que malograron este acuerdo y que
buscaron la guerra a toda costa, hizo que muchos patriotas comenzaran a pensar
en la posibilidad de la independencia (entre ellos algunos como Belgrano) que hasta poco antes se habían
manifestado fieles partidarios del monarca ausente[4].
Por ello, no es casualidad que
justamente por ese entonces, en la segunda mitad de 1811, recién se puedan
encontrar los primeros documentos privados (cartas) en los que algunos
patriotas mencionan la palabra o la idea de independencia; como lo afirma
Enrique Diaz Araujo en su monumental obra Mayo revisado.
A todo esto, aún quedarían por
delante cinco años más de penosa guerra civil para que finalmente este rincón
sureño del ya extinto imperio hispano católico se declarara independiente.
Bibliografia:
Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina. Ed Abeledo Perrot.
Bs As 1999.
Rosa, José María. Historia Argentina. T.2. Ed. Juan Granda.
Bs As 1967.
Diaz Araujo, Enrique. Mayo revisado, tomo 1. Editorial Ucalp.
2010.
Ibarguren, Federico. Así fue Mayo. Ed. Theoria. Bs As. 1998
[1]
Rosa, José María. Historia Argentina, Ed. Juan Granda. Bs As 1967, tomo 2, pag.
339
[2]
Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina, Ed Abeledo Perrot. Bs As 1999; pag
172.
[3]
Rosa, Jose Maria. Ob. cit., pag. 341.
[4] En
su campaña al Paraguay, Belgrano arengaba a sus hombres a luchar por el Rey; y en marzo de 1811, en la batalla de Tacuary,
rodeado por fuerzas superiores, e intimado a rendirse, contestó desafiante:
“Las armas del Rey no se rinden, venga Vuestra Merced, a tomarlas”.