miércoles, 1 de enero de 2025

El armisticio del 20 de octubre de 1811

 

Por: Edgardo Atilio Moreno

El tratado de paz que el Primer Triunvirato firmó con el virrey Elio es un hecho poco tenido en cuenta en nuestra historiografía, sin embargo su relevancia es de tal magnitud que el historiador José María Rosa, dice que con su firma “había concluido la Revolución empezada en Mayo de 1810”.[1]

En efecto, la Revolución de Mayo se había hecho con el propósito de dar a los americanos un gobierno propio; autónomo, fiel al monarca ausente, pero no sujeto al ilegitimo Consejo de Regencia que armaron los ingleses en Cádiz. Sin embargo, este tratado vino a reconocer la autoridad de dicho virrey, concediéndole por ende legitimidad al Consejo peninsular que lo había designado.

Antecedentes, el Convenio preliminar de la Junta Grande.

Este armisticio, firmado el 20 de octubre de 1811, no  es un hecho completamente insólito y disruptivo, sino que reconoce un antecedente directo e inmediato en el Convenio  Preliminar de similar tenor, que el gobierno anterior, de la Junta Grande, firmó tan solo un mes antes.

Cabe recordar que dicha Junta, que se había formado con la incorporación de los diputados de las provincias y contaba con el apoyo de los saavedristas, llegó al gobierno resuelta a poner coto al absorbente centralismo de Buenos Aires y a las practicas jacobinas del morenismo; pero manteniendo por supuesto el fidelismo a Fernando VII. Sin embargo, el bloqueo al puerto de Buenos Aires, ordenado por Elio, y el temor a una invasión de los partidarios del Consejo de la Regencia, llevó a la Junta Grande a dictar un decreto por el cual se expulsaba de la ciudad a todos los españoles solteros.

Esta drástica medida –como dice Ernesto Palacio- causó gran conmoción en la población de Buenos Aires; por lo que el Cabildo “se vio obligado a solicitar su revocación[2]. Incluso los morenistas, que en el pasado impulsaron medidas más crueles, maquiavélicamente, se sumaron a las protestas.

La marcha atrás dada por la Junta (que revocó el decreto) cayó mal a los saavedristas, quienes organizaron una poblada encabezada por el alcalde de barrio Tomas Grigera (conocida como la grigerada o la revolución de los orilleros), durante los días 5 y 6 de abril, la cual logró la incorporación del Dr Joaquin Campana a la Junta Grande; aunque su propósito de colocar a Saavedra en el gobierno se vio frustrado por que este no aceptó el mando.

No obstante ello, la crisis no se resolvió. El día 20 de julio llegó la noticia de la derrota de Huaqui, y el gobierno entró en pánico.

En agosto llegó de Rio de Janeiro Sarratea con la recomendación de Lord Strangford de arreglar con Elio, reconocer su jurisdicción en la Banda Oriental  y enviar diputados a las Cortes de Cádiz. Campana quiso oponerse a ello pero el Cabildo presionó a favor del acuerdo; y el 1 de septiembre se firmó un tratado preliminar de paz, en esos términos, el cual no fue ratificado pues los portugueses (que habían sido llamados en ayuda por Elio) continuaron con su avance en la Banda Oriental y Artigas continuo con el sitio a Montevideo.  

Toda esta situación desprestigió completamente a la Junta Grande y provocó su caída y la conformación del Primer Triunvirato, conformado por Chiclana, Paso y Sarratea; con Rivadavia como secretario.

El Primer Triunvirato

Ernesto Palacio dice que el primer Triunvirato no fue una reacción liberal contra la política conservadora de la Junta Grande, sino que fue simplemente la reacción del localismo porteño contra el predominio provinciano en la Junta, y que por ende continuo con la línea de “timidez y vacilaciones” de sus antecesores. Es decir, no tenía intención alguna de forzar una declaración de independencia.

Asi mismo, José María Rosa, afirma que este órgano triparto se creó simplemente para terminar con las contemplaciones con Artigas y arreglar de una buena vez con Elio.

De ahí entonces que una de sus primeras medidas fue la de seguir adelante con las tratativas iniciadas por la Junta Grande con los regencistas. Para ello se le ordenó a Rondeau levantar el sitio a Montevideo. Cumplido esto quedó expedito el camino para firmar el Armisticio, cosa que se hizo el día 20 de octubre de 1811.  

Lo novedoso (y que causó malestar) de este tratado no fueron las habituales declaraciones de reconocimiento y fidelidad a Fernando VII, las cuales eran de rigor en todos los documentos oficiales emanados desde la Revolución de Mayo, tanto en los de la Primera Junta como en los de la Junta Grande y del Triunvirato; sino el reconocimiento que se hacía a Elio y a las ilegitimas autoridades del Consejo de Regencia.

En efecto, en las clausulas 4 y 5 se establecía que Buenos Aires mandaría delegados a Cádiz para explicar las causas que han obligado a suspender el envió de sus diputados. Asi mismo por las clausulas 6 y 7, se disponía que “las tropas de Buenos Aires desocuparan la Banda Oriental del Rio de la Plata hasta el Uruguay, sin que en toda ella se reconozca otra autoridad que la del Excelentisimo señor Virrey”.

Por su parte Elio se comprometía a cesar con el bloqueo y a gestionar el retiro a sus fronteras de las tropas portuguesas que él mismo imprudentemente había convocado, alimentando las ansias expansionistas de estos.

José María Rosa explica que este tratado disgustó a casi todos especialmente “al gobierno de Rio de Janeiro porque Elio, después de haber llamado en su auxilio al ejercito de Souza, no había consultado con este los términos de su paz”, y por supuesto a Artigas, que acaudillaba a los orientales. Solo plació –continua Pepe Rosa- “a Strangford, a Elio y a la gente principal de Buenos Aires[3].

La reacción de Artigas ante el arreglo fue contundente. Acusó a Buenos Aires de abandonar a la Banda Oriental a su opresor antiguo y consideró que el tratado era una capitulación deshonrosa. En una clara desobediencia a lo acordado y dispuesto a continuar la lucha, dirigió una emigración masiva de orientales, que se dio a llamar “la redota”, hasta Concordia, Entre Ríos.

De todos modos, el acuerdo con los regencistas duro poco. Las tropas portuguesas no solo no se retiraron de la Banda Oriental, sino que además hostigaron a los hombres de Artigas en su éxodo. El Triunvirato se quejó de esto ante Vigodet (que había reemplazado a Elio) pero este hizo oídos sordos y reanudó las hostilidades atacando con sus barcos por el rio Paraná.

El gobierno ordenó entonces a Belgrano fortalecer la ribera del rio en Rosario. Allí instaló dos baterías y le propuso al Triunvirato la adopción de una escarapela celeste y blanca que sus soldados usarían en el uniforme. La propuesta fue aceptada, lo cual entusiasmo a Belgrano quien pensó que este gesto era un paso a una declaración de independencia; por lo que inmediatamente, el día 27 de febrero de 1812, enarboló por primera vez una bandera nacional con los mismos colores. El gobierno desaprobó lo hecho; le ordenó guardar la bandera y le mandó la roja y gualda.

De lo rápidamente relatado hasta aquí podemos concluir que este Armisticio manifiesta la existencia –aun en 1811- de una fuerza o tendencia moderada entre los patriotas, dispuesta a aceptar en cierta medida el orden anterior a la Revolución –como dice Federico Ibarguren- y a conciliar con los antiguos beneficiarios de él. Tendencia que, ante las múltiples dificultades atravesadas (a lo que se le debe sumar la presión de Inglaterra), llegó al extremo indecoroso de ceder en los ideales autonomistas de Mayo, aceptando a unas autoridades que antes -con todo derecho- se impugnaban.

Por otro lado también es evidente que la  imprudencia, la soberbia y la belicosidad de los funcionarios regencistas, que malograron este acuerdo y que buscaron la guerra a toda costa, hizo que muchos patriotas comenzaran a pensar en la posibilidad de la independencia (entre ellos algunos como  Belgrano) que hasta poco antes se habían manifestado fieles partidarios del monarca ausente[4].

Por ello, no es casualidad que justamente por ese entonces, en la segunda mitad de 1811, recién se puedan encontrar los primeros documentos privados (cartas) en los que algunos patriotas mencionan la palabra o la idea de independencia; como lo afirma Enrique Diaz Araujo en su monumental obra Mayo revisado.

A todo esto, aún quedarían por delante cinco años más de penosa guerra civil para que finalmente este rincón sureño del ya extinto imperio hispano católico se declarara independiente.

 

                                                                                                    

Bibliografia:

Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina. Ed Abeledo Perrot. Bs As 1999.

Rosa, José María. Historia Argentina. T.2. Ed. Juan Granda. Bs As 1967.

Diaz Araujo, Enrique. Mayo revisado, tomo 1. Editorial Ucalp. 2010.

Ibarguren, Federico. Así fue Mayo. Ed. Theoria. Bs As. 1998

 



[1] Rosa, José María. Historia Argentina, Ed. Juan Granda. Bs As 1967, tomo 2, pag. 339

[2] Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina, Ed Abeledo Perrot. Bs As 1999; pag 172.

[3] Rosa, Jose Maria. Ob. cit., pag. 341.

[4] En su campaña al Paraguay, Belgrano arengaba a sus hombres a luchar por el Rey;  y en marzo de 1811, en la batalla de Tacuary, rodeado por fuerzas superiores, e intimado a rendirse, contestó desafiante: “Las armas del Rey no se rinden, venga Vuestra Merced, a tomarlas”.


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