viernes, 27 de diciembre de 2024

Disputas sobre la independencia

 


Por: Agustín de Beitia

Cada año, el 9 de julio asistimos a la equívoca celebración oficial de nuestro proceso de independencia como un grito de libertad. Como si hubiésemos vivido hasta entonces bajo un yugo. El espíritu que anima esa clase de festejo es el mismo que subraya el carácter revolucionario del 25 de Mayo, entendido en clave liberal e ilustrada. Es la emancipación como alegre ruptura con España y, en sentido amplio, con la tradición. El mismo himno nacional canta a la "nueva y gloriosa nación" que se levanta a la faz de la tierra y que tiene "a su planta rendido un León", en alusión a la Madre Patria. El problema con este tipo de exaltación es que poco tiene que ver con lo que se decidió en aquellas fechas.

A quienes cubren de gloria inmarcesible aquel proceso, pero también a quienes desde España rebajan nuestra independencia a una mera traición que habría causado la ruptura del Imperio Hispano Católico, viene a corregir el doctor Antonio Caponnetto en su nuevo libro, Respuestas sobre la Independencia (Bella Vista Ediciones), una obra indispensable, que tiene la inusual pretensión de examinar el pasado a la luz de lo sobrenatural. Un ensayo que invita a abandonar simplismos y a adentrarse en las aguas profundas de la historia, la filosofía y la teología.

Enfrentado a los liberales, que creen que la patria nació hace 200 años, y sobre todo a los tradicionalistas españoles, que toman la fecha de la independencia como su fecha de defunción, Caponnetto avanza "entre estos dos fuegos" la tesis de que el proceso de autonomía sin desarraigo, que fue un programa y un curso de acción explicitado, fue doloroso pero legítimo, aunque se haya echado a perder por obra de los ideólogos del liberalismo y la masonería, bajo la tutela británica.

Las reflexiones aquí contenidas son el fruto de una larga meditación sobre el tema, a tal punto que no parece desproporcionado decir que es toda una vida intelectual la que fecunda este trabajo. El autor, que es doctor en Filosofía y profesor de Historia, presenta estas reflexiones como "una prolongación natural" de un volumen suyo anterior, Independencia y Nacionalismo (Katejon, 2016), publicado con ocasión del bicentenario de nuestra independencia. Y a ambos títulos, como una derivación de Los críticos del revisionismo histórico. Tanto es así que en este tercer volumen admite que quiso "levantar" todas las objeciones que la historiografía españolista plantea a esa escuela de la revisión histórica.

El libro tiene una forma dialogal, idea que le inspiró la muy buena entrevista que le realizara el periodista español Javier Navascués tras la aparición de Independencia y Nacionalismo. Una entrevista pensada para el mundo digital y que fue publicada en forma parcial en el sitio Adelante la Fe.
Las preguntas incisivas le hicieron ver a Caponnetto, según confiesa, que muchas objeciones y cuestiones disputadas quedaban aún sin respuesta. Pero también lo llevaron a pensar que el método socrático permitiría adentrarse mejor en el tema, ampliando el panorama conforme se avanzaba con las inquietudes.

TRES PARTES

Tres partes componen la obra. Una primera, donde se transcribe esa breve entrevista de Navascués y que aborda la cuestión de la independencia. Una segunda, más extensa, con las preguntas autoformuladas, y una tercera dedicada a la cuestión del católico y la patria, que como bien anticipa el autor se va asomando de a poco desde el mismo comienzo. De lo que esta tercera parte trata es de la "compatibilidad entre catolicismo y patriotismo", entre nacionalidad o atadura a la propia tierra y la cosmovisión espiritual del cristiano, entre nacionalismo y práctica de la fe.

Este último aspecto va asomando de a poco porque la cuestión de fondo con que lidia Caponnetto es de raíz teológica: no ya la impugnación del independentismo, sino del derecho a la existencia de las naciones hispanoamericanas, de la idea misma de patria, del concepto de nación. Una impugnación hecha en nombre del catolicismo y de sus fuentes más tradicionales. Esta objeción, de procedencia carlista, pretende según el autor alcanzar a todo aquel que ose, sino reivindicar el proceso autonomizante, al menos cohonestar sus causas.

Caponnetto deja clara su postura: no comparte la alegría de quienes celebran la independencia porque disfrutan la desmembración del Imperio Hispano Católico, ni comparte las acusaciones de traición que lanzan ciertos católicos españoles. Frente al error de unos y la injusticia interpretativa de los otros, recuerda que realistas eran todos, incluso los masones perseguidores de los católicos como Rivadavia. Y expone luego los ejemplos de fidelismo, de arraigo, de conservación del patrimonio cristiano y español heredado que demostraron "los mejores de los nuestros", que ocuparon puestos destacados en la lucha, entre los que menciona a San Martín, Saavedra, Sarratea y otros.

Ejemplos de celo católico como para castigar la blasfemia (San Martín), enarbolar divisas de "Religión o muerte" (Quiroga) o practicar actos públicos de piedad religiosa (Belgrano), que cuesta encontrar en el bando opuesto.

El meollo de la controversia, y en ella se entra rápido, es que hubo en estas costas un deseo de un gobierno propio, una emancipación efectiva y guerras que se libraron para sostenerla. Eso es lo que quiere dejar en evidencia la impugnación carlista, que dicha rápidamente podría resumirse en que "somos hijos de la Revolución". Una observación mortificante para quienes son católicos en estas tierras. Pero una mortificación que, a juzgar por los resultados, pareciera tener un fundamento.

Para levantar esa objeción, Caponnetto propone un hilo de razonamiento que sigue un mismo método: abrir la lente para abarcar un cuadro mayor, iluminando lo que antes quedaba en la sombra. Y el resultado no solo es esclarecedor, sino que hasta por momentos cambian las tornas.

DOBLE DERROTA

Lo primero que queda expuesto es que no es lo mismo la independencia que pretendían los ideólogos iluministas como Moreno, Castelli y Paso, que la autonomía gubernativa de quienes querían conservar no solo las formas monárquicas sino también la prosapia cultural hispana. Es decir, que no se debe confundir el anhelo de emancipación (iluminista) con el de una autodeterminación que era fruto del ius resistendi frente a una monarquía devenida en tiranía, invadida por una potencia extranjera.

Que los ideólogos del "descastamiento" hayan terminado por imponerse es otra cuestión, que el propio Caponnetto admite y deplora. Con la salvedad de que esas ideas representaban solo a un grupo, y no precisamente el más numeroso, pero que se vio favorecido por la ceguera y el iluminismo furioso de un Fernando VII que al volver del exilio se volcó a una violencia rencorosa que ahogó la unidad del imperio en la sangre de una inmensa guerra civil. El autor, de hecho, habla de una doble derrota en el proceso autonomista, política e historiográfica, razón por la cual hoy se nos imponen efemérides laicas y masonas. Pero para ver eso insiste en que hay que ir bastante más lejos que 1810-1816, hasta la derrota nacional de Caseros.

Aunque Caponnetto dice que nunca considerará "auspicioso" el inicio del camino independentista, porque no se engaña sobre sus fogoneros e instigadores, sí cree que la autonomía resultó "legítima" y "dolorosa". Legítima porque revistió las formas de una clásica resistencia contra una tiranía que ponía en riesgo la existencia misma de la sociedad política. Dolorosa, porque nunca es grato tener que llegar al límite de poner en práctica el ius resistendi.

Mucho más contundente es que, por el procedimiento de contemplar lo sucedido con una lente más abierta, el autor desvela que había partidarios del "descastamiento" en el mal llamado bando realista. Pone así sobre la mesa los intentos de ruptura del Imperio Hispano Católico procedentes de la propia península, que son -en sus palabras- muy anteriores a 1810 y más graves.

Por eso la acusación de perjurio la toma como indignante. Porque ve en ella la intención de convertir a la víctima en victimario. En este sentido, recuerda lo que venía sucediendo en España, y cómo en la sucesión dinástica entre Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, el iluminismo no había dejado ruindad sin cometer. Como sucedió en 1807, cuando la soberanía española quedó ultrajada por franceses e ingleses con la anuencia de la corona española, se inauguraron las persecuciones a la Iglesia y el Estado regalista reemplazó la noción de Cristiandad por el Equilibrio Europeo.

PARADOJAS

Para ilustrar su argumento, Caponnetto recorre las paradojas y contradicciones que se esconden en esta historia, desvela las tergiversaciones y ocultamientos que hicieron escarnio de unos y enalteceron a otros. Así expone la falacia de la presunta anglofilia de San Martín y la confronta con el muy real y documentado, pero también ocultado, ejercicio de la corona española de promocionar a los ingleses.

De ese breve estudio biográfico de San Martín y su época, extrae la evidencia de que el Imperio Español había prácticamente desaparecido para 1808, y no sólo el Imperio, sino la mera soberanía de la Metrópoli, tironeada por franceses e ingleses que se repartían el dominio como dos cuervos un cadavérico botín, algo que amenazaba con arrastrar a América.

Aclarada, por estas razones, su adhesión a la patria independiente, que considera una reacción ante Napoleón Bonaparte y sus aliados, explica por qué esta postura no es contradictoria con manifestarse fiel a España. Y para eso señala que, en la cosmovisión católica, la patria es un don de Dios y su primer bien es el patrimonio recibido en herencia. Un patrimonio que no es un gobierno ni un costumbrismo, sino un espíritu, un alma, que es eso que llamamos Hispanidad.

De allí que la pregunta por la patria, su origen y su nombre, va cobrando una creciente significación. El autor, que prefiere referirse al "drama independentista", dice que ese drama no puede entenderse sin categorías teológicas.

Con una sutileza exquisita, aclara entonces que hay un modo sacramental de entender el pasado. Por eso sostiene que la fecha inaugural de nuestra patria no es la independencia sino el bautismo que recibimos el 12 de octubre de 1492, y más específicamente el 1 de abril de 1520, fecha de la primera celebración eucarística en el territorio argentino.

No, viene a decirnos Caponnetto. La Argentina no nació del cañón de La Bastilla. Nació de la Cruz y de la Espada portadas por el Conquistador y el Misionero, según célebre metáfora de Vicente Sierra. Y para demostrar que su origen se sitúa en los albores del siglo XVI, recorre la bibliografía histórica y nos lleva de la mano por registros de cartógrafos, poetas y cronistas.

El último capítulo, titulado El católico y la patria, depara páginas muy provechosas. Frente a quienes sostienen que en la Tradición de la Iglesia el concepto de patria no resulta valorado, ofrece un esclarecedor itinerario por el pensamiento de los Padres de la Iglesia, en el que encadena una reflexión sobre si está o no en los planes de Dios la existencia de las patrias y las naciones, y la relación entre la patria terrena y la celestial.

Como hizo antes contra los simplismos hermenéuticos e inequidades, contra los maníacos obsesivos de la injerencia británica, contra el insano complejo de culpa y de inferioridad por ser argentinos, contra la tesis carnalista de Federico Rivanera Carlés, pero también contra "los Felipe Pigna y sus traspolaciones presentistas y ucrónicas" o las "naderías" de Loris Zanatta, Caponnetto sigue el mismo procedimiento de abrir la lente, señalar inconsistencias y preguntar a los críticos si a La Argentina, hija legítima y orgullosa de la España Imperial, la están descubriendo, amando y sirviendo tal como fue y queremos que sea.

Respuestas sobre la independencia es un precioso libro. De lectura ágil, pero meditación lenta. Polémico y controversial, como es Caponnetto, pero también honesto hasta el dolor, como es también este profesor al que dice gustarle "el sol dando de pleno en la cara".

Un libro que no duda en rescatar con brío la figura de Saavedra, pero reconocer que en un momento se hizo un flan. Un libro que llama a no caer tampoco en el simplismo de considerar que la Revolución fue católica porque en el Cabildo o la Casa de Tucumán merodearan sacerdotes y sotanas, cuando en muchos casos se trataba de un clero liberal y confundido. Un libro, en fin, con categorías disonantes para los oídos vulgares.

No extraña en absoluto que sea ignorado por el periodismo, que no es muy afecto a las sutilezas. Menos aun cuando esas sutilezas vienen a aguar la fiesta de los "descastados".

El mayor dolor que expresan estas páginas es ver cómo nos han inventado una patria en la cual ya no queda lo esencial de la "terra patrum", que es la Hispanidad. El esfuerzo por la hispanofiliación es claro en la prédica de Caponnetto y en esta obra en particular.

Un esfuerzo que quiere revertir muchos males que hoy padecemos y que son en parte, como dice el autor, la consecuencia directa de que prevaleciera aquella emancipación kantiana, rousseauniana, iluminista, masónica. Admite, con acierto, que otros males son pura responsabilidad nuestra. Y de hecho el vaciamiento espiritual de ayer continúa hoy y no parece tener fin.

Pero el autor señala que el estado de descomposición de la actual España no permite tampoco abrigar muchas esperanzas de que nuestra suerte hubiera sido mucho mejor sin la independencia. Porque, en definitiva, es la civilización cristiana toda la que está amenazada de muerte. Y en esto no hay lado del Atlántico que se salve.

 

Tomado de: https://www.laprensa.com.ar/Disputas-sobre-la-independencia-503651.note.aspx


lunes, 2 de diciembre de 2024

Vuelta de Obligado: la incredulidad en los parlamentos de Inglaterra y Francia frente a la resistencia de Rosas

 


Por: Pablo Yurman

La guerra que sostuvo nuestro país, por espacio de cinco años, contra la armada anglo-francesa en la década de 1840, y que tuvo como fecha icónica el 20 de noviembre de 1845, día del Combate de la Vuelta de Obligado sobre el río Paraná, fue cubierta con marcado interés por la prensa internacional y, además, constituyó tema de permanente debate en los parlamentos tanto de Inglaterra como de Francia.

Para comprender los motivos por los que ambas potencias decidieron financiar una armada que superaba el centenar de buques, en su mayoría mercantes, escoltados por una veintena de naves de guerra, debe tenerse en cuenta el contexto internacional de mediados del siglo XIX.

Eran años en los que en varias partes del mundo se asistía a una expansión del colonialismo británico, y también francés, que por la vía diplomática o por el uso de la fuerza -recordemos que se trataba de las principales potencias militares y económicas de la época- obtenían en todos lados las más variadas concesiones de diversos pueblos sometidos. Por ejemplo, el primer ministro Lord Robert Peel logró la firma del Tratado de Nankín con China en 1842 por el cual se puso fin a la primera guerra del opio, y le permitió a Inglaterra apoderarse de la célebre isla de Hong Kong (cuyo control retuvo hasta su cesión en 1997) y la apertura económica de China a sus productos industriales. Era una época en la que la diplomacia británica no aceptaba de buen grado una negativa a sus demandas por parte de otros países.

Los franceses no se quedaban muy atrás. Y en tren de reivindicaciones territoriales sostenían un vasto imperio colonial en todos los continentes. Al tiempo que inventaban el término “Latinoamérica” (jamás usado en los siglos precedentes), no se privaron ni de bombardear el puerto mexicano de Veracruz (1838) ni de instalar a un emperador dócil a la sugerencia de establecer un tutelaje galo sobre México, como fue el caso del desdichado Maximiliano (1864-1867).

Era, por tanto, cuestión de esgrimir una buena excusa para iniciar formalmente hostilidades contra una nación que, como la Argentina, controlaba la comercialmente estratégica boca del estuario del río de la Plata, la que a su vez constituía el paso previo para la navegación por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, que eran la llave de ingreso al interior del continente.

Máxime cuando había un punto débil para la Argentina de aquellos años que será astutamente aprovechado por las potencias invasoras: nuestra guerra civil entre unitarios y federales que había provocado el exilio de muchos de los primeros en Montevideo, desde donde prestarían su ayuda a los enemigos externos del país.

Francia usó como excusa el reclamo al gobierno presidido por Juan Manuel de Rosas de que a sus ciudadanos se les diera el mismo trato privilegiado que ya tenían los residentes británicos en nuestro país (concesión que venía de tiempos de Bernardino Rivadavia). Por su parte Inglaterra reclamaba que los ríos internos en territorio argentino fuesen de libre navegación internacional, es decir, que naves de bandera británica circularan por ellos sin necesidad de autorización del gobierno argentino.

Años antes habíamos mantenido un conflicto militar similar con Francia, entre 1838 y 1840, que se concluyó con la firma del Tratado Arana-Mackau. Al respecto señala Edmundo Heredia (en Un conflicto regional e internacional en el Plata. La vuelta de Obligado) que “la prepotencia francesa desnudó su imperialismo al mezclar sus pretensiones comerciales con su apoyo a los unitarios proscriptos, entrometiéndose así en una cuestión interna de los rioplatenses. Las concretas intervenciones de fuerzas navales francesas acompañadas de declaraciones y otras actitudes nada amistosas del gobierno de Francia, eran una demostración ostensible de su decisión de mantener siempre una presencia activa en el continente”.

La negativa argentina, expresada en un incesante intercambio de notas diplomáticas entre nuestro canciller, Felipe Arana, y los funcionarios europeos, se mantuvo incólume, lo que derivó en el inicio de hostilidades. La resistencia militar argentina en la Vuelta de Obligado fue saludada por los pueblos americanos que la reivindicaron al nivel de una segunda guerra por nuestra independencia. Resultó que nuevamente ingleses y franceses deberían lidiar con uno de los pocos pueblos del planeta dispuesto a hacerles frente.

Dice Vicente Sierra en su Historia de la Argentina que “ya en enero de 1846 en el Parlamento inglés se hizo escuchar la voz de la oposición liberal ante un desarrollo de los hechos del Plata que no se ajustaba a lo que la mayoría había supuesto.” (tomo IX, pág. 275). Y agrega respecto de las bases para una salida negociada a la crisis, propuesta formulada por Rosas a través del representante argentino en Londres, Manuel Moreno, que “Lord Aberdeen dijo ante la Cámara de los Lores, el 19 de febrero de 1846, que si bien se trataba de proposiciones inadmisibles, ‘podían muy prontamente conducir a un arreglo amistoso de toda la cuestión”.

El 23 de marzo de 1846 Lord Peel fue interpelado en el parlamento, sitio en el que tuvo que responder las preguntas del vocero de la oposición, Lord Aberdeen (tiempo después pasará de la oposición al gobierno). A las preguntas relacionadas con el estado de la cuestión del Plata, a saber: si existía un estado de guerra entre Gran Bretaña y la Confederación Argentina, y fundamentalmente, sobre las perspectivas que razonablemente tendría el asunto, Peel respondió diciendo: ¿Estamos en guerra con Buenos Aires? No ha habido declaración de guerra. Hay un bloqueo de ciertos puertos del Río de la Plata pertenecientes a Buenos Aires; pero no entiendo que el establecimiento de un bloqueo importe necesariamente un estado de guerra. La segunda pregunta del noble Lord es si las operaciones de carácter más hostil en las márgenes del río Paraná tenían la sanción previa del Gobierno. Dije ya que no había dado instrucciones ningunas al representante del gobierno o al comandante de las fuerzas navales además de las que fueron comunicadas a la Cámara, y aunque parezca singular hasta hoy no se ha recibido aún una explicación amplia o satisfactoria de los motivos que hubo para la expedición del Paraná…” (citado por Vicente Sierra en Historia de la Argentina).

Sostiene Heredia que “las razones por las cuales, entre otras alternativas, la flota conjunta decidió forzar el paso fluvial en lugar de atacar un puerto o llevar a cabo alguna otra medida de fuerza, o hasta declarar la guerra, son por ahora objeto de conjeturas. Resulta extraña la pretensión de colocar mercaderías contenidas en casi una centena de barcos, en un mercado incierto y de escasa población; es poco creíble que comerciantes y fuerzas armadas creyeran realizar un buen negocio, en términos estrictamente comerciales. La hipótesis que parece más plausible, que puede inferirse por los hechos ocurridos, es que la opción procuraba movilizar en contra de Rosas a las provincias situadas al Norte (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes) y al Paraguay; es decir, producir un hecho detonante que provocara una reacción generalizada contra Rosas”.

En efecto, varios documentos y testimonios de la época dan cuenta del interés por parte del Brasil de sacar ventajas de la intervención europea en perjuicio de la Argentina, procurando su debilitamiento en combinación con el Paraguay. Llegó a manejarse la posibilidad de crear una artificial República de la Mesopotamia, es decir, el desmembramiento del territorio argentino.

Las tensiones parlamentarias en Francia estaban a la orden del día a raíz de los sucesos en Sudamérica. François Guizot era el ministro de relaciones exteriores francés y será poco tiempo después primer ministro coincidiendo con el reinado de Luis Felipe. Al comparecer a la Asamblea Nacional fue duramente interpelado por un viejo adversario, Adolfo Thiers, en línea similar a la de los parlamentarios ingleses.

Al respecto expresa Sierra que “Guizot no podía defenderse muy eficazmente, pues su política rioplatense distaba de ser coherente, revelaba contradicciones, de manera que se limitó a exponer que no se podía aún hablar de que la intervención hubiera fracasado. La verdad era, en cambio, que ni Guizot ni Aberdeen lograban explicarse cómo no habían triunfado.”

Constituye un lugar común en ciertos sectores de nuestra historiografía, guiados más por prejuicios que por rigor y exhaustividad histórica, considerar a la actitud argentina de resistir las demandas extranjeras como un capricho de Rosas. Además de omitir decir que ese conflicto culminó con una victoria diplomática de nuestro país, olvidan que al tiempo que fue una guerra internacional, también lo fue regional, en la que por una suma de intereses y circunstancias se jugaba nuestro destino: o salvaguardar nuestra integridad y dignidad, o atomizarnos en un mosaico de pequeños estados irrelevantes en el tablero internacional.

miércoles, 30 de octubre de 2024

SEMBLANZA DE SAN MARTÍN

 

Por Mario Meneghini


I. Dudas y leyendas

Es importante procurar aclarar las dudas y leyendas que circulan con respecto a la figura de San Martín, pues la historia no puede limitarse al relato de los hechos pasados, sino que debe investigar la causa de los hechos, y esclarecer, en la medida de lo posible, los acontecimientos que se prestan a la confusión. 

1) ¿Cómo puede considerarse a San Martín “padre de la Patria”, si vivió la mayor parte de su vida fuera de la patria? 

Es cierto que San Martín vivió en tierra americana sólo 18 años en total, de sus 72 años de vida; 6 años en la niñez, y 12 años en su campaña libertadora. Lo que ocurre es que hasta 1816 no existía la Argentina, y aún hasta 1852 no existió, estrictamente, el Estado Argentino unificado, y recordemos que San Martín fallece en 1850. 

San Martín nació en el Virreinato del Río de la Plata, que era una provincia perteneciente a la Corona de Castilla, a su vez, integrante del Imperio Español. Por lo tanto, la patria originaria de San Martín era el Imperio Español, que luego se desagrega en varios Estados independientes, uno de los cuales fue el de las Provincias Unidas del Río de la Plata. 

Por otra parte, queda constancia escrita de que el deseo de nuestro héroe, al finalizar su vida pública, era vivir en la chacra que había adquirido en Mendoza. Se vio obligado a viajar a Europa por la situación política imperante en 1824, en que el gobierno porteño, dirigido por Rivadavia, lo consideraba un elemento peligroso, y hasta corría peligro su vida. Tal como luego le ocurriría a otros patriotas, debió vivir sus últimos años en el exilio.

 

2) ¿Por qué volvió San Martín al Río de la Plata, en 1812? 

Sobre este punto, se han emitido varias opiniones que debemos analizar, sucesivamente:

2.1. Porque era un agente inglés

Quien primero lanzó esta tesis fue nada menos que Alberdi, en su libro “El crimen de la guerra” 

“En 1812, dos años después que estalló la revolución de Mayo de 1810, en el Río de la Plata, San Martín siguió la idea que le inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud-américa para las necesidades del comercio británico” (p. 213). 

Afirmación gravísima, de la que no ofrece ninguna prueba. 

Hace pocos años, un libro de Sejean “San Martín y la tercera invasión inglesa”, afirma: 

“...hubo una tercera invasión inglesa y que triunfó. Y que triunfó de la mano de San Martín”. Tampoco en este caso se ofrecen pruebas, sino una serie de datos inconexos sin rigor académico.

En cierto modo, esta tesis se deriva de la leyenda, iniciada por Mitre, de la salida furtiva de San Martín desde España. La verdad, es que el propio Consejo de Regencia, el 5-9-1811, le concedió el retiro del servicio, que había solicitado, conservando el fuero militar y derecho al uso de uniforme. 

Es cierto que utilizó para salir de España una visa inglesa; eso se explica pues Cádiz era un istmo, cercado en tierra por el Ejército napoleónico, y bloqueado en el mar por la escuadra inglesa. La única vía de salida era la visa del consulado inglés en Cádiz; su amigo Duff le consiguió pasaje en un bergantín inglés, hasta Lisboa, pero no le aceptó el dinero que le ofreció para no quedar obligado.

Si no bastaran estas precisiones, recordemos que Manuel Castilla, que era el agente inglés en Buenos Aires, le escribió al Cónsul Staples, el 13-8-1812, con motivo del arribo de la fragata Canning, en la que viajó San Martín desde Londres: 

“Esta también un coronel San Martín...de quien... no tengo la menor duda está al servicio pago de Francia y es un enemigo de los intereses británicos”. 

No resulta creíble que, si era el Libertador un agente inglés, no se le hubiese comunicado tal situación al representante en Buenos Aires. 

2.2. Por sentir nostalgia o el llamado de la tierra. 

Esto lo dice Mitre: “se decidió a regresar a la lejana patria a la que siempre amó como a la verdadera madre, para ofrecerle su espada y consagrarle la vida”. 

El argumento es poco serio, si recordamos que sólo había vivido 6 años en estas tierras (5 en Yapeyú y 1 en Buenos Aires). Toda su formación, escolar y militar, la recibió en España, donde había vivido hasta entonces 28 años. Varias veces mencionó con orgullo los veinte años de honrados servicios que cumplió en el ejército español; sería insólito que recién a los 34 años de edad sintiera ese llamado de la tierra.

2.3. Porque era un mestizo 

Una nueva interpretación del llamado de la tierra -ésta más creíble, si fuese cierta- la difundió García Hamilton, apoyando lo afirmado por Chumbita en “El secreto de Yapeyú”, que considera que hay otra explicación para este enigma. San Martín sería mestizo “y sufría en carne propia la injusticia del sistema colonial. Se alzó, desafiando al mundo de su padre. Transformó su humillación en rebeldía política” (Clarín, 16-7-01).

La tesis de Chumbita, que fue rechazada por un Congreso Sanmartiniano, en Agosto de 2000, sostiene que San Martín fue hijo de don Diego de Alvear -padre de Carlos de Alvear- y de Rosa Guarú, una india guaraní. El Capitán Juan de San Martín, para evitar el escándalo de su camarada, habría anotado como hijo suyo a José.

Es cierto que don Diego de Alvear anduvo por Yapeyú, en su condición de marino, integrando una comisión de límites, que debía demarcar las posesiones portuguesas y españolas. Sin embargo, en la Historia de don Diego de Alvear, escrita por su hija Sabina, consta que don Diego estuvo en Yapeyú en 1783, cuando José tenía ya 5 años.

2.4. Cumpliendo un mandato masónico. 

Mitre y Sarmiento, además de haber ocupado la Presidencia de la Nación, fueron ambos grado 33 de la Masonería argentina, y desempeñaron el cargo de Gran Maestre (máxima autoridad). Pues bien, ambos sostuvieron que la Logia Lautaro no integró la masonería, sino que era una logia política. 

Como la cuestión es importante, le dedicamos un desarrollo especial, basado en documentos de la propia masonería.

2.5. Por motivos ideológicos. 

Se sostiene que San Martín habría querido ayudar a aplicar en América sus ideas políticas liberales, que no podían aplicarse en España, donde, en caso de rechazarse la invasión napoleónica, quedaría restaurada la monarquía absoluta de Fernando VII. 

Es cierto que San Martín, al igual que otros patriotas, adhería a las ideas que, en forma genérica, se llamaban liberales, entendidas como lo contrario a la opresión de la monarquía absoluta. Pero nunca manifestó adhesión a la ideología liberal, fundamentada en las teorías de Locke, Rousseau, y otros, que estaba ya condenada por la Iglesia desde 1791 (Carta Quod Aliquantum, de Pío VI).

Podemos citar la carta al Cabildo de Mendoza, de 1815: “no cesan los enemigos de nuestro liberal sistema, constantes en sostener el de opresión y tiranía...”. 

En otra carta, al Gral. Guido (1-2-1834), expresa: Ya es tiempo de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades. Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos”.

Con respecto al sistema de gobierno, tuvo una posición pragmática, no tenía predilección por ningún sistema teórico. En ocasión del Congreso de Tucumán, dijo que sea cualquiera con tal que no vaya contra la religión, es decir que no sea malo en sí mismo. 

Tuvo en una primera etapa simpatía por la república, dada la experiencia de la corte española, pero en América, siempre postuló la monarquía, desde que llegó hasta que se fue. También lo hizo en Chile y en Perú. Creía que era necesaria para asegurar la independencia.

3) Verdadero motivo de su regreso. 

Los reyes borbónicos se habían apartado de la tradición hispánica; influidos por el racionalismo, aplicaban el llamado despotismo ilustrado. Desde el Pacto de Familia de 1761, España dejó de interesarse en América. Además, Napoleón quiebra la unidad imperial, y los americanos temían ser negociados por la Junta Central. 

San Martín peleó contra el invasor francés, pero no se ilusionaba con la victoria de Bailen. Napoleón entró con 250.000 hombres y repuso en el trono a su hermano José. Suponiendo que triunfara España con ayuda de Inglaterra, sería la victoria de unos reyes ineptos. 

Por eso, decidió combatir por la independencia y salvar la verdadera España, en América.

No fue una decisión personal, sino compartida por muchos nativos de este continente que vivían en España. Por ejemplo, Guido expresa en una carta: “Esclavizada la península desde 1808, y abrumada toda ella por el inmenso poder del emperador Napoleón, alejábase toda esperanza de su independencia...”. 

Coincide con el comentario que hace San Martín: “En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar” (carta a Castilla, 11-9-1848).

 

4) ¿San Martín aplicó el plan de un general extranjero? 

El Dr. Terragno, en su libro “Maitland y San Martín”, sugiere que el plan continental que aplicó San Martín, fue elaborado por un general escocés, Maitland. Se trata de un escrito que el autor citado encontró en el Archivo de Escocia. En realidad, no es un documento, pues carece de fecha, de firma y de destinatario. 

De todos modos, el contenido es sólo un esbozo, con ideas comunes en la época, y no un plan detallado y fundamentado, como el que propuso el Gral. Guido en 1816, confeccionado –aparentemente- en forma conjunta con el Libertador.

 

5) ¿Tuvo San Martín un romance en Perú con Rosa Campusano? 

Aunque sea un aspecto frívolo, no se debe eludir, pues de ser cierta la leyenda, la conducta de San Martín sería reprochable, al mantener una relación adúltera que trasciende al público. 

La verdad es que la leyenda tiene como origen un comentario de Ricardo Palma en su obra “Tradiciones peruanas”, donde no aporta ninguna evidencia comprobable de lo que afirma. Según el historiador peruano Cesar Macera, Rosa Campusano fue una de las veinte mujeres que recibieron la Orden del Sol, creada por San Martín, como distinción a quienes habían estado detenidas y torturadas, durante el Virreinato. En la fiesta que se celebró con ese motivo, San Martín bailó con todas, sin haber ninguna constancia de que haya mantenido una relación con la mujer mencionada.

 

6) ¿Por qué San Martín abandonó el mando, después de hablar con Bolívar? 

Para entender la decisión, es necesario mencionar el episodio de Rancagua de 1820, cuando San Martín entrega el mando del ejército libertador, al cuerpo de oficiales, alegando que no existía el gobierno del cual dependía. Los oficiales le ratifican su subordinación, pues la autoridad que recibió para hacer la guerra a los españoles no ha caducado ni puede caducar porque su origen, que es la salud del pueblo, es inmutable.

San Martín había rechazado la exigencia del gobierno de Buenos Aires, de disponer del Ejército de los Andes para sofocar la rebelión de los caudillos del interior, y por eso, debió viajar al Perú con la bandera de Chile. Desde entonces, su autoridad queda condicionada, y en Perú hubo varios actos de indisciplina de los oficiales. 

En la entrevista de Guayaquil, quedó en evidencia que el aporte que podía hacer para terminar con la guerra era mínimo, y su jefatura no estaba respaldada por las autoridades de su propio Estado. Por eso, y no por un gesto de humildad ofrece subordinarse a Bolívar, que este no acepta, y no le queda más opción que retirarse de la vida pública.

Las dudas y leyendas deben esclarecerse para no distorsionar la imagen del héroe máximo, que, si bien como todo mortal, tuvo defectos y pasiones, no merece ser desprestigiado por falsos historiadores. 

 

II. San Martín no fue masón 

En esta sección queremos difundir tres documentos, publicados en una revista especializada, cuyo director, Patricio Maguire, ha realizado un aporte extraordinario a la historia argentina, demostrando lo que afirmamos. Desde mediados del siglo pasado algunos historiadores han sostenido que el General San Martín fue masón, e incluso, interpretan su retiro del Perú como resultado de una decisión masónica disponiendo que Bolívar se hiciera cargo del mando en la gesta libertadora. 

Es importante destacar que para la opinión, ya citada, emitida por Mitre, este  consultó al General Matías Zapiola, quien había integrado la Logia. La Revista Masónica Americana, en su Nº 485 del 15 de junio de 1873, publicó la nómina de las logias que existieron en todo el mundo hasta 1872, y en ella no figura la Lautaro. 

Sobre la posición de San Martín en materia religiosa, ha investigado especialmente el P. Guillermo Furlong, quien llega a esta conclusión: “Hemos de aseverar que San Martín no sólo fue un católico práctico o militante, sin que fue además, un católico ferviente y hasta apostólico”. 

Pero hay un testimonio curioso, que viene a confirmar lo dicho, con ocasión de una misión pontificia en Buenos Aires, presidida por Mons. Muzi, en 1824, estando San Martín ya alejado de toda función oficial. En esa oportunidad, el Gobernador Rivadavia no recibió al Vicario Apostólico, y tuvo actitudes sumamente descorteses. Pues bien, el testimonio corresponde a un integrante de esta misión, el P. Mastai Ferreti; quien sería luego el Papa Pío IX, apuntó en su Diario de Viaje: “San Martín (...) recibido por el Vicario, le hizo las más cordiales manifestaciones”.

La Masonería fue condenada por el Papa Clemente XII mediante la Bula In Eminenti, del 4 de mayo de 1738, donde se prohíbe “muy expresamente (... ) a todos los fieles, sean laicos o clérigos (...) que entren por cualquier causa y bajo ningún pretexto en tales centros (...) bajo pena de excomunión...”. Esta condenación fue confirmada por el Papa Benedicto XIV en la Constitución Apostólica Providas del 15 de abril de 1751, y como consecuencia, fue también prohibida la Masonería en España, ese año, por una pragmática de Fernando VI. 

Por ello es importante esclarecer este punto, pues “el catolicismo profesado por San Martín establece una incompatibilidad con la Masonería, a menos que fuera infiel a uno o a la otra”. Consta en las Memorias de Tomás de Iriarte, que Belgrano rechazó la posibilidad de ingresar en la organización, “aduciendo precisamente, la condenación eclesiástica que pesaba sobre la secta.”

Maguire solicitó información a las centrales masónicas europeas con un cuestionario sobre: 

Logias: Lautaro, Caballeros Racionales Nº 7 y Gran Reunión Americana.  

Y sobre San Martin y otros oficiales vinculados con él.

Resumimos las respuestas que obtuvo: 

*DOCUMENTO I 

Gran Logia Unida de Inglaterra 

Londres, 21 de agosto de 1979 

Su carta del 7 de agosto de 1979, dirigida al Gran Maestre, me ha sido derivada para su contestación. 

1. La Logia Lautaro era una sociedad secreta política, fundada en Buenos Aires en 1812, y no tenía relación alguna con la Francmasonería regular. 

2. La tres Logias que Ud. menciona en su carta, jamás aparecieron anotadas en el registro o en los Archivos ni de los Antiguos ni de los Modernos ni de la Gran Logia Unida de Inglaterra: no hubieran sido reconocidas como masónicas en este país entonces o posteriormente. 

3. Las seis personas mencionadas en su carta, de acuerdo a nuestros archivos nunca fueron miembros de Logias bajo la jurisdicción de la Gran Logia Unida de Inglaterra.

James William Stubbs- Gran Secretario

 

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*DOCUMENTO II

Gran Logia de Escocia

Edimburgo, 30 de junio de 1980

Le informo que la primera Logia Escocesa no fue autorizada hasta 1867.

Gran Secretario

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*DOCUMENTO III

Gran Logia de Irlanda

Dublin, 24 de junio de 1980

La Gran Logia de Irlanda nunca estuvo activa en Sud América y no hemos tenido relación alguna con los organismos que Ud. menciona.

J.O. Harte

Gran Secretario

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La leyenda, sin embargo,  continuó y a falta de otros antecedentes, se mencionó una medalla acuñada en 1825 por la logia La perfecta amistad, de Bruselas, Bélgica. Se conserva un solo ejemplar de la medalla en bronce, en la Biblioteca Real de Bruselas, que tiene escrito, en el reverso (en francés): 

“Logia La Perfecta Amistad constituida al oriente de Bruselas el 7 de julio de 5807 (1807) al General San Martín 5825 (1825).  En el anverso, figura “General San Martín”, alrededor del retrato, y abajo “Simeon F”, indicando el nombre del grabador y su pertenencia a la masonería (F: frere, hermano).

El origen de esta medalla es la decisión del Rey de Bélgica, Guillermo I, de hacer acuñar diez medallas diseñadas por el grabador oficial del reino, Juan Henri Simeon, con la efigie de otras tantas personalidades de la época, una de los cuales era el Libertador de América, que estaba residiendo en ese país. Para esta medalla el general posó expresamente, y se logró el único retrato de perfil de nuestro héroe.

Se puede deducir que la medalla de la logia, fue confeccionada sobre el molde de la oficial, facilitado por el grabador que era masón, y no hay constancias de que San Martín la haya recibido, ni mencionó nunca esa distinción. Hay que añadir que eso ocurrió en 1825, y en los siguientes veinticinco años que vivió San Martín en el viejo continente, no se produjo ningún hecho ni documento que lo vinculara a la masonería. 

Lamentablemente, el Dr. Terragno –actual académico sanmartiniano-, en su libro Maitland & San Martín, introdujo otra duda al recordar que Bélgica fue ocupada en la 2da. Guerra Mundial, y los alemanes incautaron los archivos de la masonería; luego esos archivos quedaron en poder de la Unión Soviética, en Moscú. Por eso, Terragno alegó: “Cuando todos los materiales estén clasificados y al alcance de los investigadores, quizá surjan nuevos elementos sobre la Perfecta Amistad y los vínculos masónicos de San Martín en Bruselas”.

Pues bien, desaparecida la Unión Soviética, Bélgica recuperó esa documentación; la referida a la masonería, representaba unas 200.000 carpetas. El Dr. Guillermo Jacovella, que se desempeñó como Embajador argentino en Bruselas, entre el 2004 y el 2008, se interesó en el tema, y realizó una investigación en el Centro de Documentación Masónica de  Bruselas, donde se encuentra el archivo de la logia Perfecta Amistad, contando con la colaboración del director, Frank Langenauken. En conclusión, no se pudo encontrar ninguna mención al general San Martín o al homenaje de la referida medalla. 

Consideramos muy valiosa la información aportada por el señor Jacovella, publicada en la revista Todo es Historia, de agosto de 2009, para desmentir una falsedad histórica, y dar por terminada definitivamente esta cuestión.

En conclusión, si no existe niningún documento que contradiga el contenido de estas cartas de las propias autoridades masónicas, y, además, el análisis de su obra demuestra que el Gran Capitán “hizo lo contrario de lo que la Masonería procuraba y fue hostigado por ésta”, el veredicto no merece ninguna duda: San Martín no fue Masón.

 

III. San Martín y la tradición nacional  

Nos parece interesante reflexionar sobre la figura del libertador de Sud América, en relación a la tradición nacional.  

En realidad, el intento de desprestigiar a quienes consolidaron la nación, comienza muy atrás en el tiempo. Ya recordamos por ejemplo, lo que escribió Alberdi, en su libro “El crimen de la guerra”, pretendiendo vincular a San Martín con el gobierno inglés, por interés económico; nunca se ha exhibido algún indicio del apoyo o recompensa por parte de Inglaterra, que debería haber existido si fuese cierta la sospecha. Incluso en el exilio en Europa, durante un cuarto de siglo, muchos visitantes pudieron comprobar que vivió apenas con lo necesario, y hasta con penurias económicas, en algún momento.

En cambio, un personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján, luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes.

Por su parte, otro General argentino, Carlos de Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias Unidas, firmó dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y a Lord Castlereagh, en los que decía: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.” Estos documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente y sincera.

Los ejemplos mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado para tratar de entender el motivo de sus actitudes. Desde antes de la ruptura con España, ya habían aparecido en el Río de la Plata dos enfoques, dos modos de interpretar la realidad, diametralmente opuestos:

l) el primer enfoque, nace el 12-8-1806, con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos llamarlo federal-tradicionalista 

2) el segundo enfoque, surge en enero de 1809, con el Tratado Apodaca-Canning, celebrado entre España e Inglaterra, cuando este último país, que había sido derrotado militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque podemos llamarlo unitario-colonial.

No caben dudas de que San Martín se identifica con el enfoque tradicionalista, que se manifiesta con el rechazo de las invasiones inglesas, se afianza con la Revolución de Mayo y la guerra de la independencia y culmina en la Confederación Argentina, con el combate de la Vuelta de Obligado. 

Quienes atacaron a San Martín y trabaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se encuadran en el enfoque unitario. Son quienes consideraban más importante adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional, y por “un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la Confederación. Lo mismo hicieron en la batalla de Caseros -cuando se aliaron con el Imperio de Brasil-, donde llegaron a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó a la conclusión de que “para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca” (carta a Guido, 1829).

Uno de las vías de difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en algunos próceres. Rodríguez Peña, por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en el Río de la Plata, que se incorporaron a las dos logias masónicas instaladas durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram). Otros dos formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli (Memorias del Cap. Gillespie).

Curiosamente, se ha pretendido vincular a San Martín a la masonería, cuando, además de no existir ninguna documentación que lo fundamente, toda su actuación resulta antinómica con los principios de dicha institución, cuyos miembros lo atacaron permanentemente, en especial Rivadavia (iniciado en Londres, integró la logias Aurora y Estrella del Sur). 

El enfoque unitario-colonial, está influenciado por el iluminismo y el romanticismo, que se puede sintetizar en una frase de Sarmiento: “los pueblos deben adaptarse a la forma de gobierno y no la forma de gobierno a la aptitud de los pueblos”. Precisamente lo contrario sostenía San Martín: “a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, sino las mejores que sean apropiadas a su carácter”. 

Podemos resumir las diferencias entre ambos enfoques, en el enfrentamiento que tuvo San Martín con Rivadavia, desde que volvió a Buenos Aires, en 1812, hasta su alejamiento definitivo (1824). El mismo año de su llegada, le tocó a San Martín intervenir en el pronunciamiento militar que desalojó al Triunvirato, integrado por Rivadavia. La decisión obedeció a la incompetencia del gobierno que no acertaba a entender hasta donde se extendía la patria, y actuaba como si se limitara a la ciudad de Buenos Aires. Entre otros errores, ordenó el regreso del Ejercito del Norte que, de no haber sido desacatada por Belgrano, habría permitido que el ejército realista llegara al Paraná.

Con respecto al interior, Rivadavia, que se ufanaba de no haber pasado nunca más allá de la plaza Miserere, insistía en tratar a las provincias con altanería, considerando que la autoridad debía estar concentrada en la capital. San Martín, no solo veía al interior como una parte del país que debía complementarse con Buenos Aires, sino que ambos debían integrar una unidad superior; primero, la unión de los virreinatos de Lima y el Río de la Plata, más la Capitanía de Chile; luego, la América Española, como una nación desprendida del imperio español. 

Con respecto al exterior, Rivadavia aspiraba a mejorar nuestra vida pública hasta ponerla en línea con los modelos europeos. Pretendía captar el apoyo de Inglaterra y Francia, con el ofrecimiento de buenas ganancias, y la disposición a acatar sus directivas. Veía el futuro argentino en el presente de Europa.

San Martín, por el contrario, creía que Europa estaba en el pasado, la España perdida se reencontraba en América, la Europa caduca rescataba aquí su juventud. Procuró, sí, que alguna potencia extranjera jugara a favor nuestro, para lo cual definía previamente un objetivo, al que debían supeditarse las negociaciones posibles. 

La cultura de un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces. La nación es una comunidad unificada por la cultura, que nos da una misma concepción del mundo, la misma escala de valores. 

Con respecto a las instituciones, el embrionario Estado argentino adoptó el federalismo, que respetaba la autonomía de las provincias históricas. De allí que la Constitución de 1819, de cuño liberal, provocó resistencia en el interior. Las autoridades porteñas ordenan al Ejército del Norte y al de San Martín que interrumpan las acciones militares contra los realistas, para enfrentar a los caudillos. San Martín desobedece pues era evidente la prioridad de continuar la campaña libertadora. Belgrano renuncia al mando; y uno de los jefes de su ejército, el Cnel. Juan Bautista Bustos subleva a las tropas en la posta de Arequito, comenzando un largo período de luchas civiles. 

Recién con la Constitución de 1853, se pudo afianzar la organización institucional, pues en su texto se logró un equilibrio entre el interior y Buenos Aires, al respetarse los pactos preexistentes, que menciona el Preámbulo, en especial el Pacto Federal de 1831, ratificado por el Acuerdo de San Nicolás (1852), en que las provincias resolvieron organizarse bajo el sistema federal de Estado.

La emancipación de los países americanos coincide con el surgimiento del constitucionalismo escrito, y por lo tanto es lógico que quienes conducían los nuevos Estados buscaran afirmar su independencia a través de un instrumento jurídico. En el caso de San Martín, recordemos que, siendo teniente coronel del ejército español, cumplió funciones en Cádiz, donde fue testigo del debate por la sanción de la Constitución, que sería promulgada en 1812. 

Al volver ese año al Río de la Plata, San Martín comprendió la inconveniencia de seguir utilizando la máscara de Fernando VII, uno de los motivos del derrocamiento del ler. Triunvirato, que se negaba a declarar la independencia. El segundo Triunvirato (Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Álvarez Jonte) convocó a la Asamblea General Constituyente de 1813, que sin embargo no proclamó la independencia, ni aprobó una constitución.

Cuando se reunió, 3 años más tarde, el Congreso de Tucumán, continuaba esta cuestión sin resolverse, y San Martín siguió insistiendo en la independencia que fue proclamada el 9 de julio, pero con respecto a Fernando VII, sus sucesores y metrópolis. San Martín, advertido de gestiones que procuraban la incorporación de nuestro territorio a Inglaterra o Portugal, exigió que se incorporara al acta un agregado que dice: “y de toda otra dominación extranjera”, propuesto por el diputado Medrano en sesión secreta.

 

IV. San Martín y Rosas   

Los antecedentes que hoy se conocen, demuestran que hubo una relación de admiración mutua entre estos próceres, de los cuales es posible advertir una suerte de vidas paralelas. San Martín, llevando la libertad a tres pueblos. Rosas, consolidando la obra del Libertador.  

El mayor gesto de aprecio y admiración de San Martín hacia Rosas, se evidencia en haberle legado su sable, en el párrafo tercero de su testamento ológrafo, firmado el 23-1-1844 y depositado -como era costumbre de la época- en la Legación Argentina en París: 

“El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.

En aquellos años vivían aún figuras prominentes, con sobrados méritos para hacerse acreedores de esa distinción. Pero San Martín, distinguió a quien se acercaba más a sus propios valores. Esta decisión ha sido motivo de comentarios y de dudas.

Algunos sostuvieron que hubo un testamento posterior en el cual San Martín corrige las disposiciones del firmado en 1844. Por su parte, el Dr. Villegas Basavilbaso, Presidente de la Corte Suprema de Justicia, al entregarle el 17-8-1960, al entonces Presidente de la Nación Dr. Frondizi, el testamento original rescatado de Francia, incluye en su discurso una interpretación de la cláusula tercera del testamento. Afirma que San Martín le lega su sable a Rosas, porque era en ese momento el Jefe del Estado, y no por sus merecimientos. Deducción pueril que no resiste el menor análisis.

Otra interpretación, que ha sido compartida por muchos, la hace uno de los biógrafos más conocidos de San Martín, don Ricardo Rojas, que en artículos periodísticos en 1950, expresó que San Martín le hizo el legado a Rosas únicamente por su política exterior. 

Pero no es posible separar los dos aspectos de la política, porque son partes de una misma gestión pública. Lo que ocurre, es que se insiste en presentar a San Martín, sin debilidades ni pasiones, como a un Santo de la Espada, al que no se puede involucrar en definiciones políticas. Esto es imposible en los dirigentes que quieren a su patria y, si bien es cierto que el Libertador no quiso participar en las luchas fratricidas, nunca ocultó su opinión y la manifestó con franqueza.

Surge de la lectura de las siete cartas personales que le escribió a Rosas, en doce años de intercambio epistolar recíproco, así como en la correspondencia a Guido y a otras personas, que San Martín nunca permaneció neutral ni indiferente ante las situaciones que vivía el país.

Aunque resulte curioso, San Martín y Rosas nunca se conocieron personalmente; y la relación a distancia, se inicia con motivo de la intervención armada que el reino de Francia inicia en el Río de la Plata, en 1838, cuando el Libertador llevaba ya quince años en el exterior. 

Fue en ese momento que San Martín se dirige al gobernador de Buenos Aires, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación, dando comienzo a la relación entre ambos. La carta está fechada en Gran Bourg, el 3-8-1838, y en ella se expresa: 

“...ignoro los resultados de esta medida; sin son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano...esperar...sus órdenes si me cree de alguna utilidad... inmediatamente de haberlas recibido, me pondré en marcha para servir a mi Patriaen la guerra contra Francia en cualquier clase que se me destine.”

 

V. La salud de San Martín y el problema del opio  

En la vida del General San Martín, se advierte una extraña paradoja: condiciones intelectuales superlativas para la conducción militar, acompañadas por un físico delicado, recurrentemente enfermo. Advierte el Dr. Anguera una contradicción entre la estructura somática del General y su reacción funcional, lo que conduce a un “conflicto entre sus querencias y sus dolencias; las querencias corresponden a un hombre de acción, y las dolencias lo obligaban a veces a la inacción.”

Me ha parecido conveniente, entonces, analizar este tema, con vistas a desentrañar una leyenda negra sobre la terapéutica que adoptó nuestro héroe. Mitre comenta que abusaba del opio; Vicuña Mackenna afirma que el Dr. Zapata lo envenenaba casi cotidianamente con opio, en lo que coincide con Guido, que manifiesta que dicho médico lo inducía a un uso desmedido del opio. Últimamente se ha difundido esta cuestión, de un modo que hace sospechar la mala fe; baste citar un ejemplo:

En un reportaje al Dr. García Hamilton, publicado por Página12, la periodista pregunta: “¿San Martín consumía opio por prescripción médica o era adicto?”. El escritor responde: “Las dos cosas. A él se lo recomendó un médico por sus dolores de estómago, causados probablemente por una úlcera. Pero después padeció una adicción.” 

Puede sostenerse que San Martín sufría de un asma aguda, úlcera gástrica,  y fue afectado crónicamente por la gota, que a veces le impedía montar a caballo. Los doctores Colisberry y Zapata, para aliviar los dolores del general, le preparaban una poción, que el identificaba como su pomito, a base de láudano de Syndenham y yerbas medicinales.

Las afecciones de San Martín le producían periódicos dolores, de los que se queja en muchas ocasiones. El dolor crónico es consecuencia de un proceso patológico crónico; los pacientes que sufren dolor crónico manifiestan cambios de personalidad, debido a las alteraciones progresivas en el estilo de vida y en su capacidad funcional. Sobre esto, sostiene Mitre que San Martín en Chacabuco ya no era el sableador de Arjonilla o Baylen y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada, fijando el día y el sitio preciso. Por su parte, Ludwig, biógrafo de Bolívar considera que los padecimientos físicos de San Martín lo llevaron a preferir la táctica al combate, adaptando su carácter a los inconvenientes de una salud precaria.

Los relatos de contemporáneos y la documentación histórica, demuestran que San Martín actuó siempre con mesura y que su conducta no fue afectada por impulsos de euforia o de depresión. Se mostró siempre parco, sereno y equilibrado, advirtiéndose las características del tipo atlético, que tienden a un raciocinio reflexivo. Destacó nuestro héroe como modelo de orden y disciplina, dando el ejemplo con un modo de trabajo perseverante. 

San Martín se adaptó a sus sufrimientos, superando sus achaques físicos con una voluntad excepcional, que le permitió el dominio de su persona, pese a todos los contratiempos, y aún alcanzar la longevidad, duplicando el promedio de vida de su época.

Mitre dejó escrito que: “Los héroes necesitan tener salud robusta, para sobrellevar las fatigas y dar a sus soldados el ejemplo de la fortaleza en medio del peligro; pero hay héroes que con cuatro miembros menos, sujetos a enfermedades continuas, o con un físico endeble, se han sobrepuesto a sus miserias por la energía de su espíritu. A esa raza de los inválidos heroicos pertenecía San Martín.”

Con respecto al  opio, pertenece a la clase de los depresores, llamados así pues deprimen el sistema nervioso. Aún en pequeñas dosis, hacen más lento el ritmo cardíaco y la respiración, disminuyendo la coordinación muscular y la energía, y embotando los sentidos. 

Thomas Syndenham, uno de los padres de la medicina inglesa, recomendaba el opio para el tratamiento del dolor y para ayudar a los pacientes a descansar y a dormir. Esta droga fue para la Inglaterra del siglo dieciocho la que al Valium para el siglo veinte, a tal punto que Syndenham llegó a decir que si el opio no existiera él no sería médico. Es claro que no se conocían entonces sus efectos negativos. Ahora bien, los especialistas en toxicomanía sostienen que el empleo continuo de narcóticos lleva a la adicción, y ésta conduce a un deterioro generalizado del organismo.

Entonces, si como afirman sus biógrafos, San Martín consumió opio desde los 34 años hasta su muerte, es necesario indagar por qué no se convirtió en adicto y pudo conservar su lucidez hasta los 72 años. Tengamos en cuenta que la palabra adicto, proviene de esclavo; toda persona dominada por la droga está enajenada y no es capaz de actuar libremente.

El Dr. Dreyer afirma que el prócer era escéptico con la medicina de su época, la cual sólo le ofrecía opio para el asma, opio para la gota, opio para la úlcera. Y ocurre que en los tres casos, el opio está contraindicado.  

San Martín no era una especie única de ser humano, a la que el opio le resultara un bálsamo suavizante de sus mucosas y sus bronquios. La lógica nos lleva a pensar que, si bien usó el opio, no era el único ni principal remedio que utilizaba, sino que empleaba otra terapéutica que le permitía resistir sus dolencias, y evitar la dependencia de esa droga. 

Pues, en realidad, el panorama queda despejado teniendo en cuenta una evidencia tangible: en el Museo Gral. San Martín, de Mendoza, se conserva un botiquín homeopático que perteneció al Libertador, y que había recibido de su amigo Ángel Correa, quien lo había traído al país desde Europa, poco antes. El donante le enseñó cómo utilizar los remedios de esta nueva especialidad médica. 

Debe señalarse que dicha terapéutica fue practicada por Mitre, quien tuvo un botiquín homeopático durante la guerra del Paraguay, que se conserva en el Museo Mitre de la ciudad de Buenos Aires; Sarmiento y Alsina, también usaron la homeopatía. Se puede deducir, entonces, que fue con la ayuda de esta terapéutica que San Martín pudo cumplir con su misión.

No podemos negar que haya empleado dicho narcótico, pero, si no cayó en la dependencia, es lícito deducir que habitualmente utilizaba el opio, sí, pero preparado homeopáticamente, lo que lo transforma en opium, un remedio que se puede usar permanentemente sin peligro de adicción, ni efectos secundarios, al punto de que puede ser usado incluso en niños. 

La deducción que efectuamos tiene su fundamento, en que este remedio es útil para el asma, en la artritis, en úlceras y sus consecuencias.

Cabe agregar que los remedios homeopáticos se seleccionan no sólo por la enfermedad que afecta al paciente, sino por la personalidad del mismo, para la que existe un medicamento básico (su simillimun). Precisamente, la personalidad del general hace que el opium sea aconsejable como simillimun. 

Esta interpretación permite explicar el misterio de su resistencia a las dolencias físicas, y que no haya caído en el vicio de la drogadicción como sostienen sus detractores. 

Habiendo realizado un análisis panorámico de la vida y obra de nuestro héroe, para intentar conocerlo mejor, nos gustaría terminar recordando una frase del Presidente Avellaneda:

“los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir.”

 

(*) Exposición realizada en la Segunda División de Ejército, Córdoba, el 16 de agosto de 2019.

Tomada de: http://civilitas-europa.blogspot.com/2019/08/semblanza-de-san-martin-por-mario.html


jueves, 5 de septiembre de 2024

Mayo, visto por Federico Ibarguren

 

Por: Edgardo Atilio Moreno

Federico Ibarguren, en su clásico “Asi fue mayo”, sostiene que en toda revolución se dan tres fuerzas. Una, la de aquellos que quieren mantener el status quo, es decir que se resiste al cambio. La segunda, la de aquellos que no solo buscan el cambio, si no que lo quieren “a marcha forzada”, y hacen todo lo posible para “encaramarse en su cresta”, sea para satisfacer deseos de venganza o para ensayar planteos ideológicos, sin tener en cuenta la realidad ambiente.

Sin embargo –dice Ibarguren- “para evitar que la sociedad sucumba, entre la ceguera aferrada a un pasado muerto y la demagogia de los ideólogos forjadores de utopías, se hace preciso que una tercera fuerza surja, armonizando la tradición viva con la necesaria doctrina reformadora de lo caduco y petrificado que ha perdido vigencia. Pero esa tercera fuerza solo podrá tener estado político una vez eliminadas las dos tendencias extremas.”

Teniendo en cuenta esta especie de “ley de las revoluciones”, nuestro autor encuentra que en Mayo de 1810, las dos fuerzas que se enfrentaron y encendieron la chispa de la revolución fueron el Cisnerismo y el Morenismo; mientras que la tercera fuerza de equilibrio fue el Saavedrismo.

La primera fuerza –afirma Ibarguren- realizó una hábil maniobra para abortar la revolución en ciernes. Esta maniobra fue explicitada por el fiscal Villota, cuando en el Cabildo abierto del 22 de Mayo, se pronunció por el mantenimiento del Virrey Cisneros hasta tanto “los pueblos todos del Virreinato concurran con sus representantes a la capital”  para que una vez reunidos en un congreso recién entonces “resolver lo que corresponda”.

Esta propuesta tenía por miras neutralizar a quienes pedían la inmediata renuncia del Virrey, confrontándolos con los representantes de las ciudades del interior, los cuales “tenían agravios pendientes con Buenos Aires” ya que el puerto “había empobrecido a las industria vernáculas por obra del régimen de franquicias fiscales iniciado con el Bando de libre internación dado por el Virrey Ceballos en el año 1777.”

En efecto, dicha medida terminó con la Aduana Seca de Córdoba, creada para impedir que los productos que los ingleses y holandeses introducían por Buenos Aires arruinaran la industria artesanal del norte; y para impedir, asi mismo, que los metales del Alto Perú, el oro, la plata, etc, se drenara por el puerto.

La intentona, aunque inteligente, de los Cisneristas no dio efecto, pues los autonomistas eludieron la trampa invocando la teoría de la representación provisoria del interior dada la urgencia, y conformaron el primer gobierno patrio en nombre del rey Fernando VII, desconociendo la legitimidad del Concejo de Regencia peninsular, conformado sin la consulta a los americanos y por indicación de los ingleses en Cádiz.

La consigna aventurada el día 22 de Mayo y adoptada al fin el 25 fue –dice Ibarguren- contra Napoleón, con o sin el rey, pero sin el Consejo de Regencia…” y el fundamento jurídico de ella fue que “América debía obediencia solamente al monarca y a sus herederos legítimos, por lo que caducando cualquiera de ellos, correspondía al pueblo velar por su propia seguridad, como descendiente que era de los primeros conquistadores”.

Constituida la Primera Junta, pronto uno de sus secretarios, el abogado Mariano Moreno, se convirtió en el hombre fuerte de este organismo gubernativo; no obstante su nula participación en los movimientos previos al 25 de mayo.

La razón de su inclusión en la Junta –sospecha Ibarguren- se debió muy probablemente al hecho de que este se desempeñaba como abogado de los comerciante ingleses en Buenos Aires, una corporación que presidia Mr Mackinnon; y asi mismo a que Moreno tenía como antecedente haber elaborado el documento conocido como la Representación de los Hacendados, en el cual defendió la libertad de comercio y propuso la derogación del proteccionismo comercial que impedía el libre ingreso de las mercaderías extranjeras por el puerto de Buenos Aires. Con lo cual se podía presumir que se trataba de un hombre favorable a los intereses económicos británicos en el Rio de la Plata.

No bien instalada la Junta –continua nuestro autor- “la guerra preparada por el Cisnerismo iba a estallar enseguida, entre el interior del Virreinato y su capital, con motivo del reconocimiento al Consejo de Regencia exigido por la Audiencia”. Ante esto Mariano Moreno “preparose para librar la batalla –en nombre de Fernando VII- en contra del Consejo de Regencia, y solicitó a cualquier costo, mediante promesas y concesiones leoninas, una alianza efectiva –económica y lo posible militar- con la Gran Bretaña.”

De modo tal que el conflicto no se planteó –como dice la historiografía oficial, ad usum scholarum- entre realistas y patriotas, pues ambos bandos reconocían al rey, sino entre quienes adherían al Consejo de Regencia y quienes se negaban a reconocer su legalidad. Y ante ese conflicto, ocasionado por el cisnerismo, Moreno creyó indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña. “De marcada formación utilitaria, el que fuera personero de Mr. Mackinnon en 1809, sin fe en la suficiencia criolla, creiase derrotado si no lograba de antemano el apoyo político –o la media palabra al menos- de Lord Strangford, con quien comenzó a cartearse a tales fines”; dice Ibarguren.

Sin embargo “desde la insurrección popular contra Napoleón en la península ibérica, Inglaterra era aliada de España… en esas condiciones no podía ayudarnos, como no nos ayudó, efectivamente. En los momentos difíciles no nos dio oficialmente ni un barco, ni un arma, ni un subsidio, ni un hombre”, sentencia nuestro autor.

El terror morenista

Si fue responsabilidad del cisnerismo dar inicio a una guerra civil fratricida en lo que fue el Virreinato, pesa sobre el morenismo el baldón de haber respondido con una política de terrorismo al estilo de los jacobinos franceses.

En efecto, sostiene Ibarguren, que la Audiencia al requerir de la Junta Provisoria el acatamiento al Consejo de Regencia, el día 10 de junio de 1810, comenzó con las hostilidades, y a partir de ahí “los acontecimientos pronto adquirieron un ritmo tremendo y verdaderamente revolucionario; el cisnerismo daría en Córdoba la cara contra la Junta. El 20 de junio su Cabildo prestó juramento de fidelidad al Consejo de Regencia en Cádiz, instado por la Audiencia de la capital. Lo propio acaeció en la ciudad de Montevideo y en la intendencia del Paraguay.”

Frente a esto –prosigue nuestro autor- “la reacción morenista no se hará esperar”. Cisneros y los miembros de la Audiencia fueron inmediatamente expulsados de Buenos Aires, con lo que “el españolismo quedo decapitado y definida la lucha en la capital”.

Acto seguido, el 27 del mismo mes, Moreno redactó de su puño y letra la implacable sentencia de muerte a los cabecillas de la reacción regentista en Cordoba, Don Santiago de Liniers, Don Juan Gutierrez de la Concha, el obispo Victorino Rodriguez, el coronel Allende y el oficial real Joaquin Moreno; “en el momento en que todos o cada uno de ellos sean pillados”.

Por lo que, en cumplimiento de lo dispuesto y una vez desbaratadas las fuerzas organizadas por los cisneristas para marchar sobre Buenos Aires, Castelli procedió a ejecutar a los sentenciados (excepto al obispo) al frente de un pelotón de 50 ingleses que se habían quedado en el país luego de las invasiones.

En su Autobiografía, dirá Domingo Matheu que la terrible pena se aplicó pues los reaccionarios se habían propuesto “cortarles la cabeza”, a los miembros de la Junta si los vencían. Asi mismo, el morenista Rodriguez Peña, justificará lo hecho diciendo que actuaron asi “porque asi estábamos comprometidos a obrar todos… que fuimos crueles ¡vaya con el cargo! Mientras tanto ahí tiene uds una patria que no está ya en el compromiso de serlo. ¿Hubo otros medios? Asi será, nosotros no los vimos, ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Arrójenos la culpa al rostro y gocen los resultados… nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres”.

Federico Ibarguren, historiador católico que no puede avalar el divorcio de la política y la moral, dice al respecto: “El maquiavelismo y la inescrupulosidad política, campean en cada uno de los párrafos del documento…” Y sostiene sin duda alguna que este proceder, para enfrentar al cisnerismo, surge del famoso Plan de Operaciones, redactado por Moreno. Afirma que: “la fiera garra del secretario de la Junta –jacobino por espíritu de conservación y anglófilo por utilitarismo- aparece condensada con toda claridad en los terribles párrafos de su Plan de Operaciones”.

En efecto, Moreno en dicho texto, no solo exigía actuar con rigor y aplicar la pena de muerte a todos los que se opusieran a la Junta, sino que además recomendaba respecto a Inglaterra, “proteger su comercio, aminorarle los derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas extorsiones; debemos hacerles toda clase de proposiciones benéficas y admitir las que nos hagan… asimismo los bienes de Inglaterra y Portugal que giran en nuestras provincias deben ser sagrados, se les debe dejar internar en lo interior de las provincias…”

Incluso en el Plan aconseja a la Junta la entrega de la isla Martin García, para establecer un puerto franco; y en último extremo, la cesión de la Banda Oriental a cambio de protección efectiva por parte de Inglaterra.

Todas estas concesiones, ciertamente tenían un antecedente en la propia España borbónica, que se había aliado a Inglaterra para enfrentar la invasión de Bonaparte. Siguiendo ese ejemplo Moreno “proclamaba una fervorosa adhesión a don Fernando VII, sin perjuicio de otorgar franquicias –en lo económico y territorial- a Gran Bretaña, a fin de lograr su apoyo… y para ponerse a cubierto de una posible restauración del cisnerismo”.

Por otro lado, los actos de terrorismo no terminaron con el fusilamiento de Liniers y sus compañeros; Moreno ordenó en Instrucciones reservadas, a Castelli que “en la primera victoria que logre dejara que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”. Instrucciones que luego ratificara el 12 de septiembre de 1810: “la Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.E. propone contra los enemigos…”.

Poco más tarde, después de la victoria de Suipacha –continua nuestro autor- “el mariscal Nieto, el general Córdoba y el intendente Francisco de Paula Sanz, eran fusilados en la plaza mayor de Potosí. Castelli cumplía así, al pie de la letra, las ordenes de su temible jefe y amigo”.

La tercera fuerza

Sostiene Federico Ibarguren que el extremismo del sector jacobino de la Junta porteña era visto con desagrado en el interior del país; y sobretodo, en Buenos Aires, por Cornelio Saavedra. El primer choque personal entre los referentes de estos dos sectores “produjose a raíz del decreto dado  el 16 de octubre por el que se ordenaba la expulsión y confinamiento de los miembros del Cabildo de la capital”. En esa ocasión Moreno había pedido la decapitación de todos ellos, a lo que Saavedra indignado se opuso diciéndole: “eche Ud y trate de derramar sangre, pero esté Ud cierto que si esto se acuerda no se hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio.” Con lo cual la propuesta de Moreno no se aprobó.

No obstante esto el morenismo contraatacó, y con el pretexto de un brindis imprudente que hizo en el cuartel de patricios el capitán Atanasio Duarte, Moreno dicto el famoso decreto del 6 de diciembre de 1810, por el cual se le quitaba a Saavedra los honores de escolta y demás prerrogativas debidas en virtud de su cargo.

Ante esto –dice Ibarguren- “…el cuerpo de Patricios, las milicias criollas y el pueblo suburbano que las formaba, juzgaron indispensable proceder en defensa propia a la separación del peligroso enemigo y de la facción de exaltados anglófilos que le hacía coro.” Para ello “aprovecharon la presencia en la capital de los diputados del interior, descontentos y recelosos de la política morenista…” y acordaron juntos su incorporación al organismo colegiado. Al respecto, trae a colación nuestro autor las cartas del Dean Funes a su hermano Ambrosio, en las que le contaba que “Moreno y los de su facción se van haciendo aborrecidos… se oye en el publico pedir que los diputados de las provincias entren al gobierno.” “Se ha aumentado mucho el clamor del pueblo porque los diputados tomen parte en el gobierno… Moreno se ha hecho muy aborrecido y Saavedra está más querido del pueblo que nunca”.

Fue asi que el día 18 de diciembre se aprobó –con la oposición de Moreno y Paso- la incorporación de los diputados de las provincias a la Junta; e inmediatamente “Moreno, acusando el golpe, presentó su renuncia… y Saaavedra lo destinó a Londres”.

En el barco ingles que lo trasladaba a su destino, Moreno enfermó y murió el 4 de marzo de 1811; “su cadáver fue entregado al mar envuelto en la bandera inglesa”.

Ibarguren concluye el relato de estos hechos diciendo: “con la muerte del lumen liberal porteño, la política revolucionaria iniciaba una nueva etapa dialéctica, de síntesis o equilibrio compensatorio, a cargo de la tercera fuerza que, respetuosa del pasado en muchos aspectos, ocupó de pronto el poder con el nombre genérico de saavedrismo”.


martes, 20 de agosto de 2024

Canto a la reconquista de Buenos Aires

 

Por: Prof. Jorge Martin Flores

Hace 218 años, en estas tierras del Plata, conducidos por el brazo férreo de un caballero cristiano; los argentinos demostramos a la primera potencia europea, que no eran invencibles, que podían saborear la derrota. Nuestro pueblo unido bajo una misma bandera, expulsó con bravura a la soberbia inglesa. Quedó boquiabierta la dueña de los mares. Los argentinos supimos reconquistar Buenos Aires. 

LA INVASIÓN INGLESA

"Santísima Trinidad una, indivisible esencia, desatad mi torpe labio y purificad mi lengua, para que al son de mi lira y sus mal templadas cuerdas el hecho más prodigioso referir y cantar pueda.[...] La muy noble y leal ciudad de Buenos Aires, ¡que pena! por un imprevisto acaso, o por una suerte adversa del arrogante britano se lloraba prisionera, sin que pudiera romper las fuertes duras cadenas que hacían toda la gloria de las lúgubres banderas.[…]”.
Así cantaba en 1807 el padre Pantaleón Rivarola en su Romancero heróico a la gesta decimonónica, actualmente olvidada y desaparecida del calendario, sin homenajes oficiales ni escolares festejos patrios: la Reconquista de Buenos Aires del 12 de agosto de 1806, victoria hispanoamericana contra el invasor inglés. 

¿PA´QUÉ VENIRSE DE TAN LEJOS?

Las causas fueron muchas pero de a poquito las explicaré, sin cansarlos con mis versos brevemente enumeraré. El conflicto comenzó en la Europa dominada por Napoleón, enemigo de Gran Bretaña, a quien la guerra declaró. La misma se encontraba en industrial revolución y vió cerrados sus puertos para su ambiciosa expansión: colocar sus productos y venderlos al mejor postor… encontrar nuevos mercados era su obligación.  Norteamérica independiente se negaba a negociar, con su antigua metrópoli las cosas quedaron mal. Sudamérica se convirtió en la opción elegida. Tal vez los comerciantes porteños las puertas les abrirían. 

El detonante tuvo lugar allí por 1805 y la ocasión era propicia para arrojarse de un brinco. Pero una alianza francoespañola los enfrentó en guerra abierta. Trafalgar fue el punto álgido con la victoria de Inglaterra. Y ahora dueña de los mares, se lanzó a la conquista de las provincias americanas de la Corona de Castilla. Fracturar el imperio católico siempre fue su ambición. Inspirados por mandinga, odiaban todo lo español. Y aprovecharon la ocasión para importar una herejía que se llama liberalismo, que niega la dependencia del hombre para con su Divino Creador y lo…propone el librecambio, la dependencia colonial, el culto al dinero y una falsa libertad. 

Sin saber que se topaban ante un pueblo con raíces, de acendrada tradición, de hidalguía y corazón; de autonomías municipales, de liderazgo y determinación; de libertad real y práctica, no ideológica ni de sillón; de mestizaje bien habido, sin racismo ni exclusión; custodios de un tesoro que no se compra monedas, su arraigado catolicismo, su lealtad al Señor y su Santísima Madre, la veneración a sus Patronos y a la Sagrada Religión. De fidelidad a la Iglesia, de amor a sus mandatos, de acatamiento a las órdenes del monarca castellano. De espíritu guerrero, de héroes y de santos; de hombres y mujeres que su vida entregaron. 

Y como decía Donoso Cortés, con preclara sabiduría, detrás de toda cuestión política anida la religión, por ello no podemos dejar de hacer mención a esta profunda y necesaria aclaración: la disputa era espiritual, se libraba una guerra santa, estaba en juego el alma, era una cruzada contra el mal. Lo que San Agustín dejó escrito y predicaba sin cesar: “Dos amores han fundado dos ciudades” es verdad: El amor a Dios hasta el desprecio del hombre, la ciudad de Dios se fundaba. Y el amor al hombre hasta el desprecio de Dios, la ciudad del hombre, por el el diablo copada. 

UN POCO DE HISTORIA

Fue en junio del año 1806 cuando barcos británicos al Río de la Plata arribaron. Sin pedir permiso, sin ser invitados y por la fuerza se adueñaron del antiguo Virreinato. Quedándose en Buenos Aires, la ciudad capital. Conquistando nuestras tierras para su ‘Graciosa Majestad’. Plantaron su bandera y prometieron el librecambio, se presentaron cuál libertadores aunque querían esclavizarnos. 

Ante la mirada atónita de Sobremonte, virrey, que marchó hacia Córdoba para una resistencia oponer. No podía caer prisionero era la imagen del rey, así lo decían las leyes que revestían su poder. Y junto con él se llevó las arcas que el virreinato había acumulado. Pero el pueblo que no entendía de protocolos, lo tildó de cobarde, de ladrón y falsario. Sin embargo una escuadrilla de ingleses pertrechados, le robaron el tesoro cuál piratas y corsarios. 40 toneladas de monedas de oro constituía el botín, que se paseó por Londres con descaro del más ruin. No quedó un solo peso en las tierras del plata que parecía ver perdidas sus más caras esperanzas. Y para mayor de las desgracias desgracia de estos sureños pagos, a los enemigos externos, los internos se sumaron: traidores acomodaticios con el invasor se codearon, les ofrecieron amistad, residencia, prestigio y hasta juraron ser fieles vasallos del rey Jorge, británico, rompiendo el juramento para con el monarca castellano. Algunos de estos traidores, fueron agentes rentados, sus nombres hay que conocerlos para no volver a imitarlos: Aniceto Padilla y Saturnino Rodriguez Peña, atrapados en los tentáculos del pulpo anglosajón, vendieron a su Patria, a su Rey y a su Dios.

“¿No hay alguno que valiente a nuestros ecos se mueva y de nuestro cautiverio rompa las duras cadenas?[…]”, Rivarola preguntaba. Y Dios de lo alto envió la respuesta ansiada. Pues la felonía no captó todos los corazones y es necesario sobre todo recordar a los valientes que no se dieron por vencidos y que arriesgaron su suerte y con bravura criolla e intrépido coraje desafiaron a la muerte. 

SE ESCRIBE LÍDER, SE PRONUNCIA SANTIAGO

“Nuestro gran Dios, cuya omnipotente diestra a los soberbios humilla y a los humildes eleva, entonces compadecido a nuestras súplicas tiernas, suscita un nuevo Vandoma, un de Villars, un Turena, que émulo del mismo Marte sea más que Marte en la guerra. Es don Santiago Liniers y Bremont: ocioso fuera de este ilustre caballero decir las brillantes prendas: su religión, su piedad, su devoción la más tierna al Santo Dios escondido en misteriosa apariencia, en los templos humillado lo declara y manifiesta. Este señor, pues, un día que el seis de Julio se cuenta del triste pasado año, admirado ve y observa que Jesús Sacramentado a un enfermo se le lleva encubierto y escondido. Temiendo la gente nueva le acompaña reverente, le adora, y en su presencia se enciende su devoción y se avivan sus potencias. Siente un fuego que le abrasa, siente un ardor que le quema, un celo que le devora, una llama que le incendia, un furor que le transporta por el Dios de cielo y tierra. Los espíritus vitales nuevo ardor dan a sus venas y allí mismo se resuelve a conquistar la tierra, para que el Dios de la gloria, Señor de toda grandeza sea adorado como antes, descubierto y sin la pena de verle expuesto al desprecio de gente tan insana y soberbia”.

Los héroes y heroínas desfilaron por doquier, siguiendo al noble ejemplo de Santiago de Liniers, poniéndose al mando de la brava reconquista, prometiendo a Nuestra Señora los trofeos de la misma. Así lo ha señalado en sus Poemas para la Reconquista, Don Antonio Caponnetto con claridad plecara: “Llegó antes de la misa, como era su costumbre, se arrodilló en la nave del lateral derecho, no ve expuesto el Santísimo y se golpea el pecho; tres veces por mi culpa, clamó con pesadumbre. Dos palabras pronuncia: decadencia y frialdad para explicar los frutos de la invasión corsaria, pero entonces eleva una larga plegaria a la Virgen que sabe Señora de bondad: “Señora del Rosario, yo nací en La Vendée, donde aldeanos y nobles, despreciando el confort partían a la guerra con Grignon de Monfort, el marqués de Bonchamps o el Teniente D’Elbée. La tierra de los muertos por el escapulario, caídos en defensa de la fiel Tradición, de bravos promesantes al Sacro Corazón o guerreros cantando a los pies del Sagrario. Tú ya sabes, Señora, que te amé de pequeño en Niort, cuando a los Monjes del Oratorio iba, y que puerto tras puerto al que mi nave arriba canto el Salve Regina en Loot a tu empeño. Navegué mares bravos contra los berberiscos, yo sé de la perfidia que ronda en sus cabezas, son ovejas infieles, sin pastor, sin apriscos. En el Royal Piemont me enseñaron galopes, no temo si el terreno es llano o cumbre alta, me foguearon los hidalgos en la Orden de Malta, serví a España, Señora, mis mejores estoques. Tú que lo sabes todo, María, pon tu mano en el sable que guía este humilde vandeano. Tomaré sus banderas, rendiré la insolencia, las tendrás a tus pies, Señora de clemencia. Permíteme entregarte como prenda y testigo los trofeos ganados al hereje enemigo. Y permite a este pueblo que en tu nombre se goza ofrecerte el triunfo en batalla gloriosa”.

EL EJÉRCITO INVISIBLE

Tales atropellos exigían una respuesta, y el pueblo entero se enlistó para la contienda. Unidos y con fe se transformaron en guerreros, mostrándoles a los gringos que no venían de paseo. Un Ejército Invisible en las sombras se formaba y bajo el amparo de la Virgen, sus Rosarios desgranaban. Planificando las estrategias de expulsar a los intrusos. Volando el mismo Fuerte si lo pedían las circunstancias. 
“[...] Los valientes voluntarios dejando sus conveniencias con valor inimitable se alistan para la empresa, sin escuchar los gemidos y lágrimas las más tiernas de sus amadas esposas, hijos, y otras caras prendas, llevando sólo en sus pechos el honor que los alienta por su Dios y por su Rey. ¡Oh! ¡acción gloriosa, oh grandeza!”

Púsose Don Santiago al mando de la Reconquista, cruzó hasta Montevideo, reuniendo armas y milicias. En una oscura noche se lanzaron hacia el río, mientras la sudestada distrajo las miradas de los gringos. Y milagrosamente lo atravesaron sin ser vistos y desembarcaron en Buenos Aires, sumándose efectivos. Exclamando el General con palabras sabias: “Si llegamos a vencer [...] a los enemigos de nuestra Patria” han de tratarlos con benevolencia, no actuar con venganza. Nos mueve la justicia y la nobleza de nuestra causa. No devolvamos mal por mal. No deshonremos nuestra hazaña. “Acordaos, soldados que los vínculos de la Nación española son reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo y vencido es nuestro hermano”. No los humilleis, mostrad generosidad. Este es el espíritu que debe animar la Reconquista: ¡La Virgen nos proteja! ¡Marchad con seguridad!.

LA GESTA DE LA RECONQUISTA

Figuras egregias en la contienda destacaron, mencionaré algunos nombres, aunque sea arbitrario, para que sirvan sus ejemplos y que siempre sean honrados: Don Martín de Álzaga vasco sin vuelta de hojas, alcalde de primer voto, coordina acciones gloriosas. Reparte los fusiles para el pueblo que rebosa de amor por el suelo usurpado contra el invasor que acosa. Se adueña de las calles que por su libertad claman, demuestra su hombría conduciendo las jornadas. 

Pueyrredón desde Luján con sus Húsares al galope, revestidos del manto Inmaculado de María, colocaron cintas blancas y azul celestes en sus gorros de combate, las cintas de la Virgen los pueblerinos las llamaban. Manifestando a los herejes aunque para nada les simpatiza: dónde está Jesucristo está su Santa Madre María. Y en Perdriel libraron buen combate, sin tregua y sin cuartel, sorprendiendo en la contienda hasta al enemigo más cruel. 
Evoco a Manuela Pedraza, la tucumanesa. Altiva heroína, criolla brava. Fiel a su promesa ofrecida en matrimonio, no abandonó ni un solo paso que recorría su esposo. Rezó por los muertos, socorrió a los lisiados. Cara a cara observó el infierno que la guerra había desatado. Mas su amor venció al miedo y su espíritu se había templado. Entre humaredas y pólvora, gritos y quebrantos. Ve cómo una bala enemiga atravesó el pecho de su amado. Su marido había caído. Porfirio murió en sus brazos. Lo velaron sus lágrimas, y resolvió vengarlo. Tomó el fusil humeante de sus frías manos, y salió en búsqueda del apuntador británico. Lo encontró en una azotea y lo abatió sin espanto. Avivó a las tropas a qué continuaran luchando. 

También hubo un niño con solamente 13 años, que cargaba municiones y acompañaba a los soldados, escoltaba a los artilleros y se arrastraba por el barro, venía de la llanura pampeana y tenía alma de gaucho. De familia acomodada, con su ejemplo demostraba que el dinero no compraba el honor ni la gloria. Juan Manuel Ortiz de Rozas, su nombre se volvió presagio, para el inglés que probaría su firmeza en Obligado. Defensor de la soberanía, de la identidad patriota, de la religión heredada, de la dignidad y la honra. 

Y un bravo jinete que de Salta había arribado, con su guardamontes al aire y su poncho colorado. Recibió la orden de Santiago de hacer rendir un barco. Hacia el Río de la Plata se dirigió como un rayo. Divisó a los maulas que estaban encallados y a lo gaucho ordenó ¡A la carga!  con sus pingos y sable en mano. Era la vez primera en la historia que una carga de caballería abordaba un barco enemigo para intimarles la derrota. Hazaña nunca antes vista, fuera de toda lógica, no leída en ningún manual de británica prosa. Fue Martín Miguel de Güemes con tan solo 21 años. Escribiendo con guapeza su sello de argentino. Los ingleses asustados y demasiado sorprendidos entregaron su bandera, vencidos, rendidos. 

Y un sin fin de anónimos ese día se abrazaron a la cruz y a la espada como en haz indisoluble. Grandes y chicos, jóvenes y ancianos; mujeres: esposas, madres de soldados. Un pueblo ofrecido en sacrificio amoroso, por Dios, el Rey, la Patria y con esperanza lucharon. 

Don Santiago al mando en cuerpo y alma dió el ejemplo, siendo sus vestidos rasgados por balazos de los cuatro vientos. Pero dicen los testigos que hasta el plomo lo respetaba y daba testimonio de su protección venida del cielo. Así fue que en el Fuerte se atoraron los britanos, reducidos por un pueblo que combatió abandonado, en los brazos de la Providencia sin temer el resultado, salió victorioso de este trago tan amargo. 

Flameó el 71 en señal de alto al fuego y partió el general rendido cabeza a gacha y desolado. Mas Liniers no quería para el enemigo más humillación. Le devolvió el sable a Beresford y con respeto lo abrazó. Cual caballero noble reconocíale su honor, aunque fuese destas tierras el tirano e invasor. Así se arriaron con vergüenza las banderas de Albión y volvió a flamear con firmeza el estandarte español. Y en ceremonia solemne, Liniers su promesa cumplió: a los pies de la Virgen del Rosario los estandartes depositó. Arrodillado, se cobijó en las manos de la Divina Madre de Dios. Renovando su propósito de ser el primer servidor. Y con fe acrisolada reafirmó su misión: de líder consumado, instrumento de Dios; para defender la Patria del enemigo anglosajón y ser modelo de fidelidad al Rey y su pabellón. 

LECCIÓN DE VIDA. LECCIÓN DE HISTORIA

El pueblo en armas, un 12 de agosto venció. Unidos bajo una misma fe y un sólido amor. Comprendiendo el sentido de su sagrada misión: custodiar la Patria como un don de Dios. Poniendo de manifiesto el espíritu guerrero de nuestra estirpe católica, hispana, indomable, criolla.  Aferrado a la esperanza contra toda esperanza, reconquistando la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Luchando con honor, cual heroica cruzada, bajo el amparo de Nuestra Señora del Rosario, Reina y Madre en las batallas. Dando inicio a la primera campaña de una guerra secular, contra el enemigo histórico de nuestra amada argentinidad: la Pérfida Albión, el Reino Unido de Gran Bretaña, la seductora serpiente enemiga de la Cristiandad.
Es hora de despertar, de salir de este letargo, de tomar conciencia que divididos vamos al tacho. Llegó la hora de iluminar la noche oscura del engaño y doblegar los intereses de traidores y foráneos. Mirar hacia lo alto y reconocer nuestros errores. Como hijos de un mismo Padre, reconciliarnos como hermanos. Y abrazarnos fielmente a nuestra tradición heredada, que en Cristo Señor de la historia, sus páginas se amparan. Resistiendo cada embate sin dejar la posición, guardando cada puesto con lealtad y con honor. Sirviendo al bien común haciendo lo que es debido. Cumpliendo cada función con denuedo y sacrificio. Que cada sitio sea un destello de virtud y de gracia, que cada uno cargue con su cruz y camine con perseverancia. Que cada metro cuadrado sea una sólida trinchera de esperanza que no claudica ante la fiereza descarada de la antipatria. Que hoy más que nunca, como en esos días gloriosos, seamos eco de esa plegaria recitada un 12 de agosto: 

“Santa Clara, Santa Clara
no te olvides de tu pueblo 
que otra vez estamos faltos
de valor y de consejo.

Los que valen no despiertan 
los que mandan tienen miedo
y el hereje está llegando
y es preciso echarlo al cuerno. 

¡Que no quede desta peste
ni un resabio en este suelo
Santa Clara, Santa Clara
no te olvides de tu pueblo!”

 

Tomado de: https://www.laprensa.com.ar/Canto-a-la-reconquista-de-Buenos-Aires-548781.note.aspx