LA CONQUISTA COMO CRISTIANDAD
En segundo lugar España llevó a América la Cristiandad, la hizo
incorporarse a la
Cristiandad.
Después de la ruptura de la Reforma, la hispanidad de
los Reyes Católicos, del Cardenal Cisneros y de los grandes Austrias, incluida
Iberoamérica, constituía una cristiandad. Toda la sociedad hispanoamericana
estaba impregnada del espíritu y la doctrina de la Iglesia y se expresaba en
sus leyes, como puede verse por el admirable monumento de las Leyes de Indias,
así como en sus instituciones tanto peninsulares como americanas.-, vividos por
todas las capas de la sociedad.
Gonzague de Reynold habla de cinco etapas de la Cristiandad. Primero
hubo una protocristiandad (SS. I-III), Papas misioneros, catacumbas, Padres
apostólicos. Luego la primera etapa (preparación) con Constantino, Teodosio y
Justiniano. La segunda etapa (base) con Carlomagno. La tercera etapa (SS. X-XI)
con Oton I. La cuarta etapa (s. XII) con el sacro imperio. La quinta etapa (S.
XIII) con San Luís. Para Cauterio habría también una sexta etapa de la
cristiandad.
El imperio medieval, apresado entre las garras del nominalismo filosófico, del
voluntarismo teológico, del creciente naturalismo político, agoniza sin
remedio, sin embargo, al mismo tiempo, en el extremo occidental de Europa, los
cinco reinos ibéricos ("las Españas") se encaminan hacia su unidad al
cabo de una guerra de ocho siglos. Tras los Reyes Católicos, Carlos V nos
aparece como un discípulo de las ideas de su abuelo Fernando y como heredero de
los profundos sentimientos de Universalidad cristiana que latían en el corazón
de Isabel, escribe Menendez Pidal, de Carlos hubo de aprender a su manera
Felipe II, de quien cuenta Gracián que decía reverentemente ante el retablo de
Fernando: A éste le debemos todo... En España cuaja la antigua noción romana
del Imperio que consiste en considerar a todos los hombres como una gran
familia. La cristiandad iberoamericana alcanzó su plenitud bajo el reinado de
Felipe II.
Refiriéndose el descubrimiento de América y el propósito evangelizador, dijo el
Papa actual: " Era el prorrumpir vigoroso de la universalidad querida por
Cristo, como se lee en San Mateo, para su mensaje. Este, tras el concilio de
Jerusalén, penetra en la
Ecumene helenística del Imperio Romano, se confirma en la
evangelización de los pueblos germánicos y eslavos (ahí marcan su influjo
Agustín, Benito, Cirilo y Metodio) y halla su nueva plenitud en el alumbramiento
de la cristiandad, el Nuevo Mundo".
Decíamos que Cristiandad era la impregnación del entero orden temporal, la
cultura, la política, la economía. Veamos.
La cultura
Desde el comienzo se advierte el anhelo de
"crear cultura", inseparable de la evangelización. En 1544, el obispo
Zumárraga, refiriéndose a la conveniencia de imprimir la doctrina, aludía al
número de indios capaces de aprovecharse de la misma "pues hay tantos de
ellos que saben leer", lo que demuestra se habia cumplido la Real Cédula de
Fernando, de 1513, por la que se ordenaba que "todos los hijos de los
caciques se entregaran a la edad de 13 años a los frailes franciscanos, los
cuales les enseñaran a leer, escribir y la doctrina". Treinta años después
haría necesaria la instalación de una imprenta, destinada a publicar libros
para estos nuevos lectores. En 1552 un Concilio de Lima ordenaba a los clérigos
tuvieran "por muy encomendadas las escuelas de los muchachos... y en ellas
se enseñe a leer, y a escribir, y lo demás''.
La labor de enseñar a leer y escribir a los indios fue verdaderamente ardua.
Primero los misioneros debieron aprender la lengua de los naturales, para poder
elaborar vocabularios y gramáticas que hicieran posible dicha docencia. Las gramáticas,
sermonarios y prácticas de confesionario que en los idiomas indígenas
escribieron los religiosos son tan numerosos e importantes que bastan para
constituir un monumento filológico sin par. La lingüística adquirió así una
función netamente evangelizadora.
El lenguaje temporal expresaba el estadio propio de la conciencia indígena y en
él habia de "encarnarse" el Verbo, "habitar" y hacerse
indio. Solamente así había de desmitificar su mundo y, asumiéndolo,
transfigurarlo en su nuevo ser cristiano. El misionero, que se expresaba en un
lenguaje temporal alfabético desde hacía milenios, tenía ente sí un doble
cometido: debía aprender el lenguaje prealfabético del indio y, el mismo
tiempo, con el propósito de fijar la doctrina, debía "encarnar",
vertir, traducir el mensaje en la propia lengua indígena. Sobre todo este
último propósito produjo un fenómeno extraordinario e irreversible sobre el
cual no se ha llamado suficientemente la atención, como lo señala Caturelli:
hizo ingresar casi de golpe la lengua indígena al estadio alfabético, dando
origen así al fonetismo completo de las milenarias escrituras precolombinas. Un
verdadero mestizaje cultural.
Los primeros encuentros fueron con gestos, mímica, ademanes, señas. Así se
entendió Colón con algunos caciques. Pero el problema era insuperable mientras
no se aprendiera la lengua, cuando lo que se quería transmitir era nada menos
que las verdades elementales de la Revelación cristiana. Al principio, como los
indígenas los veían gesticular así, tenían a los misioneros por enfermos o por
locos. Ello demuestra la heroica urgencia por la evangelización de los primeros
misioneros atacados por la "locura de Cristo". Sin embargo, era
menester buscar medios más eficaces para la ''encarnación" de la Palabra. Sí la fe
entra por el oído, y el oído debe escuchar la palabra de la predicación, era
necesario aprender la lengua.
Entre nosotros es el P.Guillermo Furlong quien mejor ha estudiado la obra
educadora de España en América, ampliamente diversificada. Había primero, dice,
una instrucción hogareña, en las casas de las familias pudientes, de los
encomenderos; luego una instrucción conventual, ya que casi todos los conventos
tenían escuela anexa; instrucción parroquial; instrucción particular, en
colegios especiales; instrucción misionera, como en las reducciones de
indígenas.
En lo que respecta a la enseñanza superior, la Corona de España así dictaminaba:
" Para servir a Dios nuestro Señor y bien público de nuestro Reinos,
conviene que nuestros vasallos súbditos y naturales, tengan en ellos
Universidades y estudios Generales donde sean instruidos y graduados en todas
las ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar
y favorecer a los de nuestras Indias, y desterrar de ellas lee tinieblas de la
ignorancia criamos, fundamos y constituimos en la ciudad de Lima de los Reinos
del Perú y en la ciudad de Méjico de la Nueva España, Universidades, y estudios
generales, y tenemos por bien y concedemos a todas las personas que en las
dichas Universidades fueran graduadas, que gocen en nuestras Indias, Islas y
Tierras Firmes del Océano, de las libertades y franquicia,- de que gozan en
estos Reinos los que se gradúan en la Universidad y estudios de Salamanca".
Ya en 1538, es decir, 46 años después del Descubrimiento, se fundaba la Universidad Real
y Pontificia de Santo Domingo ;en 1551 las de Lima y Méjico, a cuyo decreto de
fundación acabamos de aludir; en 1573 la de Santa Fe en Bogotá, etc. Y así, el
siglo XVI, el primer siglo de la
Presencia de España en América, veía la aparición de
numerosas Universidades, alcanzando la vida intelectual un apogeo que luego
nunca igualó. En 1613 se fundó la primera Universidad en territorio argentino,
la de Córdoba.
En nuestra tierra esa educación fue profunda. Sabemos que Santa Fe contaba con
escuela desde 1581, Santiago del Estero desde 1585, Corrientes desde 1602
Córdoba y Buenos Aires desde mucho antes. Asimismo poco a poco se establecieron
los estudios secundarios y finalmente los universitarios. Durante XVII y XVIII
las escuelas se multiplicaron en la Argentina de manera asombrosa, al punto que el
analfabetismo fue escaso o nulo. Las bibliotecas particulares que han podido
ser reconstruidas revelan que el grado de cultura de las clases superiores fue
realmente de categoría. La decadencia comenzaría a partir de 1806, en
coincidencia con el hecho de las Invasiones inglesas.
Ecos de esa cultura popular han llegado hasta nosotros gracias sobre todo al
ímprobo esfuerzo de Juan Alfonso Carrizo, quien logró reunir en diversos
volúmenes las viejas canciones de nuestra tierra. La poesía de nuestro pueblo
fue un estupendo trasplante del cancionero español, un transplante cultural.
Los hombres de la Conquista
trajeron en sus labios cantares de los siglos XVI y XVII, y los volcaron acá.
El natural los oyó y los canto, porque la religión y la común cultura habían logrado
hacer de unos y otros un mismo pueblo. Carrizo recuerda que en 1931 oyó cantar
en la Puna de
Atacama, a cuatro mi metros de altura, a unos pastores que llevaban un ataúd en
medio de la nieve:"¡Señor San Ignacio, - alférez mayor, - llevas la
bandera - delante de Dios !". Los centenares de poemas de elevada belleza
teológica que Carrizo ha recopilado, digna de los Autos sacramentales.-, nos
muestra el acervo cultural con que España supo impregnar a nuestro pueblo
sencillo. Se podría repetir también aquí aquello que dijera Chesterton tras
visitar unos pueblitos de Castilla: "¡Dios mío, qué cultos estos
analfabetos!" Las coplas son admirables: "El rico no piensa en Dios -
por pensar en sus caudales; - pierde los bienes eternos - por los bienes
temporales".
Era la cultura evangelizada, o lo que ahora se ha dado en llamar "la
evangelización de la cultura".*
*Continuara
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