NUESTRO DESGAJE DE ESPAÑA
¿Cómo puede ser entendido nuestro desgaje del
tronco hispánico, nuestra separación política de España? Es que la España del siglo XIX ya no
era la de los Reyes Católicos, ni la de Carlos V o Felipe II. Como bien dice de
Maeztu, "de las incertidumbres hispanoamericanas del siglo XIX tiene la
culpa el escepticismo español del S.XVIII ".
La España a de aquel siglo conoció una gran decadencia. Ante todo en la
monarquía. Ya desde la introducción de la casa de Borbón, a comienzos del siglo
XVIII, comenzó un Proceso de ablandamiento que se ahondaría trágicamente en el
siglo siguiente.
Decadencia asimismo en la aristocracia. El hidalgo de los siglos XVI y XVII
recibía una educación severa y disciplinada de modo que el pueblo recibía de
buena gana su superioridad, pero cuando dicha educación se hizo notoriamente
muelle, y al espíritu de servicio sucedió el de privilegio, como dice de
Maeztu, los caballeros se convirtieron señores primeros, y en señoritos
después, no es extraño que el pueblo les perdiera el respeto. En la segunda
mitad del siglo XVIII gobernaron aristócratas masones, cuyo propósito último
era dejar a España sin religión. Por supuesto que la impiedad no entró en
España blandiendo ostensiblemente sus principios, sino en secreto. Durante
muchas décadas los nobles siguieron rezando su rosario. Pero empezaron por
envidiar el fasto y la pujanza de las naciones extranjeras, principalmente si
eran protestantes: de la flota y el comercio de Holanda e Inglaterra, de los
encajes y lujos de Versalles. Después se asomaron en actitud acoquinada a los
autores extranjeros, comenzando por el antihispanista Montesquieu, hasta llegar
a experimentar vergüenza por la gesta evangelizadora de los Habsburgos.
España siempre se había caracterizado por exaltar el auténtico humanismo;
cuando en 1509, Alonso de Ojeda desembarcó en las Antillas, no les dijo a los
indios que los hidalgos leoneses eran de una raza superior, sino esto:
"Dios nuestro Señor, que es único y eterno, creó el cielo la tierra un
hombre y, una mujer, de los cueles vosotros, yo y todos los hombres que han
sido y serán en el mundo, descendemos". A los ojos del español antiguo,
todo hombre, cualquiera que fuese su posición social, su carácter o nación, era
siempre un hombre. Este humanismo clásico era de origen religioso, es la
doctrina del hombre que enseña la
Iglesia pero penetró tan profundamente en las conciencias de
los españoles, que todos lo aceptaron como alto obvio. En cambio ahora se iba
introduciendo el nuevo humanismo, el del Renacimiento que resucitaba el viejo
criterio de Protagoras según el cual el hombre es la medida de todas las cosas.
Bueno es lo que al hombre la perece bueno; verdadero, lo que cree verdadero lo
que le satisface. La verdad y el bien perdieron su condición de trascendentales
para troncarse en relatividades, solo existentes en relación al hombre. Y el
español es siempre tajante: o cree en valores absolutos o deja de creer
totalmente, como si para él hubiese sido hecho el lema de Dostoiewski: o el
valor absoluto o la nada absoluta. Cortase así la tradición ibérica, en pro del
inmanentismo iluminista del Siglo XVIIII, que corrompió el alma de España,
disolviéndose la visión de la temporalidad histórica cristiana en la del
temporalismo secularizante propia del liberalismo iluminista. Al absolutizar
los valores seculares, la nación misionera acabó por negarse a sí misma, el
Imperio se trocó en metrópoli de colonias.
Quizás uno de los hechos más trágicos grávidos de consecuencias del siglo XVIII
fue la expulsión de la
Compañía de Jesús de todas las naciones de Europa. Intereses
bastardos, como la avaricia del marqués de Pombal, que quería explotar, en
sociedad con los ingleses, las misiones Guaraníticas de la orilla izquierda del
río Uruguay , y al amor propio de la marquesa de Pompadur, que no podía
perdonar a los Jesuitas se negasen a reconocerle en la corte una posición
oficial, cual querida de Luis XV , fueron los métodos que utilizaron los
jansenistas y los filósofos para atacar a la Compañía. El conde de
Aranda los ayudó desde España. "Hay que empezar por los jesuitas como los
más valientes", escribía D'Alembert a Chatolai. Y Voltaire a Helvecio, en
1761 "Destruidos los jesuitas, venceremos a la infame". La infame,
para él, era la Iglesia.
El hecho es que la expulsión de los jesuitas de todas las
tierras dependientes de la corona Española produjo en numerosas familias
criollas sin sentimiento de profunda aversión para con la Madre Patria.
Por su parte, se avergonzaba más y más de sí misma. Si en el siglo pasado
Castelar pudo escribir:" No hay nada más espantoso, ni más abominable, que
aquel gran imperio español que era un sudario que se extendía sobre el
planeta", hemos de pensar que ya en el siglo XVIII los propios
funcionarios españoles, contagiados por las pasiones, de la Enciclopedia,
empezaron a propagar, tales ideas deprimentes. Y así Ramiro de Maeztu pudo
llegar a afirmar taxativamente que fue de España de donde salió la separación
de América. La crisis de la
Hispanidad se originó en España. En los camarotes de los
barcos españoles viajaban ahora los libros de la Enciclopedia
francesa. La Casa
borbónica propiciaba un nuevo proyecto basado en los negocios y la explotación
de los recursos. Las Indias dejaron de ser así el escenario donde se realizaba
un gran intento evangélico para convertirse en codiciable patrimonio.
Un erudito ingles Cecil Jane, desarrolla no hace mucho la tesis de que la
separación de América se debió a la extrañeza que a los criollos produjeron las
novedades introducidas en el gobierno de nuestros países por los virreyes y
gobernadores del siglo XVIII, destruyendo el fundamento mismo de la lealtad
americana. "Desde ese momento ganó terreno la idea de disolver la unión
con España , no porque fuese odiado el gobierno español, sino porque parecía
que el gobierno había dejado de ser español, en todo, salvo el nombre".
Algo semejante afirmó entre nosotros Juan Manuel de Rosas y su ministro
Anchorena.
La mayor responsabilidad recae pues sobre la España gobernante en general, por renegar de sí
misma, con la esperanza de agradar a las naciones enemigas y sobre todo a
Francia. Sintomático es en este sentido lo que Aranda escribía a Floridablanca
en 1776: " Rousseau me dice que, continuando España así, dará la ley a
todas las naciones, y aunque no es ningún doctor de la Iglesia, debe tenerle por
conocedor del corazón humano, y yo estimo mucho su juicio". Generaciones
sucesivas de españoles se fueron educando en la vergüenza de ser español, en la
envidia a la Francia
revolucionaria, y en la más supina ignorancia del sentido de la gesta
americana. Según el estudioso ingles antes citado, en las guerras de la
independencia los hispanoamericanos combatieron en buena parte por los
principios españoles de los siglos XVI y XVII contra las ideas de superioridad
peninsular y de explotación económica que llevaron a América los virreyes y
funcionarios de Fernando VI y Carlos III. La situación queda caracterizada en
un hecho que no deja de ser llamativo: Morillo, el general de Fernando VII, era
volteriano y Bolívar, en cambio, aunque iniciado en la masonería cuando joven,
proclamaba en Colombia en 1827: "La unión del incensario con la espada de
la ley es la verdadera arca de la alianza". Por cierto que algunos revolucionarios
de América, educados en el espíritu de la Revolución Francesa,
y que están en el origen del partido unitario, hubieran podido hacer suya
aquella frase de un francés de aquel tiempo: "Vous n'êtes pas les fils de
l'aspagne; vous êtes les fils de la Revolution française" Pero también hubiesen
podido repetirla numerosos españoles, que gozaban oyendo la Marsellesa, el primer
himno que no nombra a Dios.
EL DESTINO DE IBEROAMERICA
Hace poco se han celebrado los 500 años del
Descubrimiento de América. Muchos trataron de darle a la gesta una
interpretación torva y siniestra, mediante la exhumación de los vacuos
prejuicios empleados por la "leyenda negra". Interesante resulta
recordar a este respecto que fue el español Julián Juderias quien publicó, en
1914, la primera edición de "La Leyenda Negra", paradójicamente inspirado en
un sentimiento patriótico había llegado a la conclusión de que los prejuicios protestantes
primeros, y revolucionarios después, crearon y mantuvieron la leyenda de una
"España inquisitorial ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los
pueblos cultos", lo mismo ahora que antes; y como esas ideas ofendían su
patriotismo escribió su obra con el propósito de mostrar que los españoles sólo
habían sido intolerantes y fanáticos cuando los demás pueblos de Europa también
hallan sido tales, y que se debía estudiar a España sin fobias y prevenciones.
Frente a ello, hay que salir por los fueros de la verdad conculcada, evocando a
la reconstrucción de lo destruido. Es preciso rehacer la hispanidad. Como bien
dijo Ramiro de Maeztu, "la obra de España, lejos de ser ruinas y polvo, es
una fábrica a medio hacer, como la Sagrada Familia de Barcelona, o la Almudena, de Madrid, o si
se quiere, una flecha caída a mitad de camino, que espera el brazo que la
recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los
músicos que sepan continuarla.
Se va haciendo cada vez más apremiante volver a descubrir a América, es decir,
quitarle sus maquillajes, sus disfraces y máscaras falaces, para poder
reencontrar su verdadera esencia. Afirma de Maeztu que, por desgracia, la mayor
parte de los países de Hispanoamérica parecen tener ahora dos patrias ideales,
aparte de la suya. La una es la Rusia
soviética; la otra, los Estados Unidos. Son los dos grandes señuelos actuales.
Para las masas, los obreros, los universitarios de izquierda, la revolución
bolchevique; para los políticos y los economistas, los empréstitos
norteamericanos. O el culto de la revolución o la adoración del bienestar. Dividida
su alma por estos ideales antagónicos, ambos exóticos, extranjeros a su alma,
los pueblos hispánicos no hallaran sosiego sino cuando se reencuentren con su
vocación inicial, cuando retornen a su centro de gravedad, que es la
hispanidad. “Noli foras ire - decía Ganivet, parafraseando S.Agustín-; in
interiore Hispanae habitas veritas". ¿Porque los pueblos hispánicos
estamos tan exangües y deslucidos, pesando tan poco en el concierto universal
de las naciones? Porque hemos dado la espalda a las fuentes. Buscando ser
originales, acabamos por perder nuestra originalidad. Porque lo original ¿no es
acaso lo originario?
Habría, que actualizar lo de Maeztu. Desaparecida Unión Soviética, solo parece
quedar el Nuevo Orden Mundial. Frente a él nuestro bloque. No el Panamericanismo,
ni Latinoamericanismo, ni Indoamericanismo...
Los argentinos hemos de ser más argentinos; los colombianos más colombianos. Y
no lo lograremos sino somos a la vez más hispánicos, pues la Argentina y Colombia
son, es cierto, nuestras respectivas tierras, pero la Hispanidad es nuestra
común raíz espiritual, lo mismo que la condición de nuestra presencia peculiar
en el mundo. Debemos retomar la antorcha de nuestra misión, una misión
interrumpida por el espíritu de la Revolución moderna, de la Revolución
anticristiana, retomar las esencias de los siglos XVI y XVII: su mística, su
religión, su moral, su derecho, su política, su arte, su función civilizadora,
Para proyectarnos a la construcción de un futuro mejor. Se trata de una obra a
medio hacer, de una misión inacabada.
Los últimos Papas nos incitan a ello. Pio XII dijo a España: "España tiene
una misión altísima que cumplir. Pero solamente será digna de ella si logra
totalmente de nuevo encontrarse a ella misma en su espíritu tradicional y en
aquella unidad que solo sobre tal espíritu puede fundarse. Nos alimentamos, por
lo que se refiere a España, de un solo deseo: verla una y gloriosa, alzando en
sus mano poderosa una Cruz rodeada por todo este mundo que, gracias
principalmente a ella, piensa y reza en castellano, y proponerla después como
ejemplo del poder restaurador, vivificador y educador de una fe..."
Juan Pablo II: lo de Polonia e Iberoamérica, "continente de la
esperanza". ¿Quizas Rusia convertida y nuestros pueblos?, apunta
Caturelli. Dice el Papa: "Yo, obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde
Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte.
Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores
auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los
demás continente.-". Evidencia de esta "presencia benéfica" ha
sido la evangelización de América. Y en un discurso sobre el Vº Centenario
pronunciado en Salta: a la luz del mandato de Cristo de ir a evangelizar a
todos los pueblos, recordó el encuentro entre los primeros españoles y, el
mundo precolombino, del cual "ha nacido vuestra cultura, vivificada por la
fe católica que desde el principio arraigó tan hondamente en estas
tierras".
De Maeztu propiciaba la reaparición de "los caballeros de la Hispanidad". También
de los poetas, ya que no hay nación sin poesía: "Si la plenitud de la vida
de los españoles y de los hispánicos está en la Hispanidad, y de la Hispanidad en el
recobro de su conciencia histórica tendrán que surgir los poetas que nos
orienten con sus palabras mágicas ¿Acaso no fue un poeta quien asoció por vez
primera las tres palabras de Dios, Patria y Rey?... Nuestros guerreros de la
Edad Media crearon otra que fue talismán de
la victoria: ¡Santiago, y cierra España!. En el siglo XVI pudo crearse, como
lema del esfuerzo hispánica, la de: "La Fe y las obras..." Los caballeros de la Hispanidad tendrán que
forjarse su propia divisa. Para ello pido el auxilio de los poetas.
Iberoamérica esta en estado de vigilia ante el amanecer que llega y que en
cierto modo lleva consigo. Así parecían haberlo instituido lo compañeros de
Colón, cuando ya visible el alba, cada noche, hasta el amanecer del 12 de
octubre, rezaban presididos por el Almirante:
Bendita sea la luz
y la Santa Veracruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad.
Bendita sea el alba
Y el Señor que nos la manda.
Bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía. Amén.
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