miércoles, 12 de octubre de 2011

LA HISPANIDAD, UNA MISION INCONCLUSA ( 3º parte)

LA CONQUISTA COMO CRISTIANDAD
En segundo lugar España llevó a América la Cristiandad, la hizo incorporarse a la Cristiandad.

Después de la ruptura de la Reforma, la hispanidad de los Reyes Católicos, del Cardenal Cisneros y de los grandes Austrias, incluida Iberoamérica, constituía una cristiandad. Toda la sociedad hispanoamericana estaba impregnada del espíritu y la doctrina de la Iglesia y se expresaba en sus leyes, como puede verse por el admirable monumento de las Leyes de Indias, así como en sus instituciones tanto peninsulares como americanas.-, vividos por todas las capas de la sociedad.

Gonzague de Reynold habla de cinco etapas de la Cristiandad. Primero hubo una protocristiandad (SS. I-III), Papas misioneros, catacumbas, Padres apostólicos. Luego la primera etapa (preparación) con Constantino, Teodosio y Justiniano. La segunda etapa (base) con Carlomagno. La tercera etapa (SS. X-XI) con Oton I. La cuarta etapa (s. XII) con el sacro imperio. La quinta etapa (S. XIII) con San Luís. Para Cauterio habría también una sexta etapa de la cristiandad.


El imperio medieval, apresado entre las garras del nominalismo filosófico, del voluntarismo teológico, del creciente naturalismo político, agoniza sin remedio, sin embargo, al mismo tiempo, en el extremo occidental de Europa, los cinco reinos ibéricos ("las Españas") se encaminan hacia su unidad al cabo de una guerra de ocho siglos. Tras los Reyes Católicos, Carlos V nos aparece como un discípulo de las ideas de su abuelo Fernando y como heredero de los profundos sentimientos de Universalidad cristiana que latían en el corazón de Isabel, escribe Menendez Pidal, de Carlos hubo de aprender a su manera Felipe II, de quien cuenta Gracián que decía reverentemente ante el retablo de Fernando: A éste le debemos todo... En España cuaja la antigua noción romana del Imperio que consiste en considerar a todos los hombres como una gran familia. La cristiandad iberoamericana alcanzó su plenitud bajo el reinado de Felipe II.

Refiriéndose el descubrimiento de América y el propósito evangelizador, dijo el Papa actual: " Era el prorrumpir vigoroso de la universalidad querida por Cristo, como se lee en San Mateo, para su mensaje. Este, tras el concilio de Jerusalén, penetra en la Ecumene helenística del Imperio Romano, se confirma en la evangelización de los pueblos germánicos y eslavos (ahí marcan su influjo Agustín, Benito, Cirilo y Metodio) y halla su nueva plenitud en el alumbramiento de la cristiandad, el Nuevo Mundo".

Decíamos que Cristiandad era la impregnación del entero orden temporal, la cultura, la política, la economía. Veamos.


La cultura
Desde el comienzo se advierte el anhelo de "crear cultura", inseparable de la evangelización. En 1544, el obispo Zumárraga, refiriéndose a la conveniencia de imprimir la doctrina, aludía al número de indios capaces de aprovecharse de la misma "pues hay tantos de ellos que saben leer", lo que demuestra se habia cumplido la Real Cédula de Fernando, de 1513, por la que se ordenaba que "todos los hijos de los caciques se entregaran a la edad de 13 años a los frailes franciscanos, los cuales les enseñaran a leer, escribir y la doctrina". Treinta años después haría necesaria la instalación de una imprenta, destinada a publicar libros para estos nuevos lectores. En 1552 un Concilio de Lima ordenaba a los clérigos tuvieran "por muy encomendadas las escuelas de los muchachos... y en ellas se enseñe a leer, y a escribir, y lo demás''.

La labor de enseñar a leer y escribir a los indios fue verdaderamente ardua. Primero los misioneros debieron aprender la lengua de los naturales, para poder elaborar vocabularios y gramáticas que hicieran posible dicha docencia. Las gramáticas, sermonarios y prácticas de confesionario que en los idiomas indígenas escribieron los religiosos son tan numerosos e importantes que bastan para constituir un monumento filológico sin par. La lingüística adquirió así una función netamente evangelizadora.

El lenguaje temporal expresaba el estadio propio de la conciencia indígena y en él habia de "encarnarse" el Verbo, "habitar" y hacerse indio. Solamente así había de desmitificar su mundo y, asumiéndolo, transfigurarlo en su nuevo ser cristiano. El misionero, que se expresaba en un lenguaje temporal alfabético desde hacía milenios, tenía ente sí un doble cometido: debía aprender el lenguaje prealfabético del indio y, el mismo tiempo, con el propósito de fijar la doctrina, debía "encarnar", vertir, traducir el mensaje en la propia lengua indígena. Sobre todo este último propósito produjo un fenómeno extraordinario e irreversible sobre el cual no se ha llamado suficientemente la atención, como lo señala Caturelli: hizo ingresar casi de golpe la lengua indígena al estadio alfabético, dando origen así al fonetismo completo de las milenarias escrituras precolombinas. Un verdadero mestizaje cultural.

Los primeros encuentros fueron con gestos, mímica, ademanes, señas. Así se entendió Colón con algunos caciques. Pero el problema era insuperable mientras no se aprendiera la lengua, cuando lo que se quería transmitir era nada menos que las verdades elementales de la Revelación cristiana. Al principio, como los indígenas los veían gesticular así, tenían a los misioneros por enfermos o por locos. Ello demuestra la heroica urgencia por la evangelización de los primeros misioneros atacados por la "locura de Cristo". Sin embargo, era menester buscar medios más eficaces para la ''encarnación" de la Palabra. Sí la fe entra por el oído, y el oído debe escuchar la palabra de la predicación, era necesario aprender la lengua.

Entre nosotros es el P.Guillermo Furlong quien mejor ha estudiado la obra educadora de España en América, ampliamente diversificada. Había primero, dice, una instrucción hogareña, en las casas de las familias pudientes, de los encomenderos; luego una instrucción conventual, ya que casi todos los conventos tenían escuela anexa; instrucción parroquial; instrucción particular, en colegios especiales; instrucción misionera, como en las reducciones de indígenas.

En lo que respecta a la enseñanza superior, la Corona de España así dictaminaba: " Para servir a Dios nuestro Señor y bien público de nuestro Reinos, conviene que nuestros vasallos súbditos y naturales, tengan en ellos Universidades y estudios Generales donde sean instruidos y graduados en todas las ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias, y desterrar de ellas lee tinieblas de la ignorancia criamos, fundamos y constituimos en la ciudad de Lima de los Reinos del Perú y en la ciudad de Méjico de la Nueva España, Universidades, y estudios generales, y tenemos por bien y concedemos a todas las personas que en las dichas Universidades fueran graduadas, que gocen en nuestras Indias, Islas y Tierras Firmes del Océano, de las libertades y franquicia,- de que gozan en estos Reinos los que se gradúan en la Universidad y estudios de Salamanca".

Ya en 1538, es decir, 46 años después del Descubrimiento, se fundaba la Universidad Real y Pontificia de Santo Domingo ;en 1551 las de Lima y Méjico, a cuyo decreto de fundación acabamos de aludir; en 1573 la de Santa Fe en Bogotá, etc. Y así, el siglo XVI, el primer siglo de la Presencia de España en América, veía la aparición de numerosas Universidades, alcanzando la vida intelectual un apogeo que luego nunca igualó. En 1613 se fundó la primera Universidad en territorio argentino, la de Córdoba.

En nuestra tierra esa educación fue profunda. Sabemos que Santa Fe contaba con escuela desde 1581, Santiago del Estero desde 1585, Corrientes desde 1602 Córdoba y Buenos Aires desde mucho antes. Asimismo poco a poco se establecieron los estudios secundarios y finalmente los universitarios. Durante XVII y XVIII las escuelas se multiplicaron en la Argentina de manera asombrosa, al punto que el analfabetismo fue escaso o nulo. Las bibliotecas particulares que han podido ser reconstruidas revelan que el grado de cultura de las clases superiores fue realmente de categoría. La decadencia comenzaría a partir de 1806, en coincidencia con el hecho de las Invasiones inglesas.

Ecos de esa cultura popular han llegado hasta nosotros gracias sobre todo al ímprobo esfuerzo de Juan Alfonso Carrizo, quien logró reunir en diversos volúmenes las viejas canciones de nuestra tierra. La poesía de nuestro pueblo fue un estupendo trasplante del cancionero español, un transplante cultural. Los hombres de la Conquista trajeron en sus labios cantares de los siglos XVI y XVII, y los volcaron acá. El natural los oyó y los canto, porque la religión y la común cultura habían logrado hacer de unos y otros un mismo pueblo. Carrizo recuerda que en 1931 oyó cantar en la Puna de Atacama, a cuatro mi metros de altura, a unos pastores que llevaban un ataúd en medio de la nieve:"¡Señor San Ignacio, - alférez mayor, - llevas la bandera - delante de Dios !". Los centenares de poemas de elevada belleza teológica que Carrizo ha recopilado, digna de los Autos sacramentales.-, nos muestra el acervo cultural con que España supo impregnar a nuestro pueblo sencillo. Se podría repetir también aquí aquello que dijera Chesterton tras visitar unos pueblitos de Castilla: "¡Dios mío, qué cultos estos analfabetos!" Las coplas son admirables: "El rico no piensa en Dios - por pensar en sus caudales; - pierde los bienes eternos - por los bienes temporales".
Era la cultura evangelizada, o lo que ahora se ha dado en llamar "la evangelización de la cultura".* 


*Continuara

viernes, 7 de octubre de 2011

LA HISPANIDAD, UNA MISION INCONCLUSA ( 2º parte)

LA CONQUISTA COMO EVANGELIZACION
No se puede volver los ojos a los orígenes de América sin tropezar con el pergamino de las Bulas Pontificias promulgadas por Alejandro VI, por las que aquel Papa donaba las tierras descubiertas y por descubrir, al tiempo que las demarcaba con precisión. Es que tras la noticia del Descubrimiento, los Reyes Católicos se habían dirigido al Papa con el objeto de plantearle sus dudas morales acerca de sus derechos para ejercer soberanía sobre las tierras recién descubiertas. En carta al Papa le habían solicitado la concesión de dicha soberanía dándole un motivo esencial que el Papa haría suyo como razón principal de dicha donación, a saber, la tarea de la evanelizaci6n de las tierras descubiertas y por descubrir.

En la "Inter Caetera", del 4 de mayo de 1493, señala el Papa que los dos caracteres propios de la gran empresa son: ante todo, la continuidad natural con la cruzada de la Reconquista española concluida con la toma de Granada y de la cual Colón había sido testigo; además el carácter misional que asume la persona del Almirante. Respecto de lo primero, dice el Papa "no dudo en concederos... aquello con lo cual podáis, con ánimo cada día más fervoroso, proseguir tal propósito... para honra del mismo Dios y extensión del imperio Cristiano". Respecto del Descubridor, "destinareis al caro hijo Cristóbal Colón varón por todos conceptos merecedor y el más recomendable y apto para tamaña empresa (para que) buscara cuidadosamente, por el mar donde hasta ahora no se había navegado, tierras firmes e islas remotas y desconocidas”. Como se ve, tanto el espíritu de la reconquista de España para Cristo como la misionalidad de Colón, conllevan el mandato de la evangelización, a la que los Reyes Católicos están obligados Precisamente en cuanto católicos; por eso les dice que "tratéis de proseguir y asumir, en todo y por todo, semejante empresa, con ánimo impulsado por la fe ortodoxa, como a que queráis y debáis conducir a los pueblos que habitan tales islas y tierras a recibir la religión cristiana". Así comprobamos que en aquel "ir hacía", donde comienza el descubrimiento Progresivo, se unen el impulso de la Reconquista, la extensión del imperio cristiano y la obligatoriedad de la evangelización.

Los Reyes Católicos se habían comprometido a la evangelización de los indios. Pero tenían plena conciencia de los obstáculos. Por eso, ocho años después de las instrucciones a Colón, y cuando éste ya habla sido despojado de todo poder de gobierno, las instrucciones al Gobernador Ovando (1501) recogen las experiencias, algunas muy amargas, y tratan de controlar el comportamiento de los españoles. Dada la necesidad de supervivencia, reconocen y permiten el trabajo obligatorio de los indios, pagando el salario justo; pero, ante todo, reafirma que " Nos deseamos que los indios se conviertan a nuestra santa fe católica y sus ánimas se salven, porque este es el mayor bien que les podemos desear, para lo Cual es menester que sean informados en las cosas de nuestra fe, para que vengan a conocimiento de ella; tendréis mucho cuidado de procurar, sin les hacer fuerza alguna, cómo los religiosos que allá están los informen y amonesten para ello con mucho amor, de manera que lo más presto que se pueda se conviertan ... "

(Tal fue la respuesta del Papa a las dudas morales que los Reyes Católicos le habían planteado acerca de sus derechos) El problema moral de "los justos títulos" siguió acuciando la delicada conciencia de los soberanos. El único título que los Reyes invocan una y otra vez ante el Papa, y el único que este acepta, es, el declarado propósito evangelizador. Para quien desconoce las bases religiosas sobre las que descansaba la conciencia social del medievo, perdurante en España, la actitud de los Reyes resulta desconcertante, si no increíble.
Por supuesto que hubo también Intenciones políticas, tanto en Fernando al pedir las Bulas, como en el Papa al concederlas, pero no se puede negar que Fernando puso lo mejor de su voluntad para cumplir el mandato evangelizado de la Conquista, y Alejandro VI, a pesar de lo turbio de su personalidad, se apasiono sinceramente por la conquista espiritual del Nuevo Mundo.

Colón por su parte, fue consciente del sentido religioso de su empresa. En carta a los Reyes les dice: "La Sancta Trinidad movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias y por su infinita bondad hizo a mí mensajero de ellos". Se sabia "Cristóforo", "el que lleva a Cristo". Desde el 12 de octubre siente Colón su descubrimiento como una ampliación del Occidente cristiano. Por eso a las tierras que descubre, dice, " la primera que yo falle puse nombre Sant Salvador"; y a la segunda "puse Santa María de Concepción". Estaba convencido de que "toda la cristiandad debe tomar alegría" ya que tantos pueblos rueden ser incorporados " a nuestra sancta fe".

Los Reyes Católicos, fueron fieles a su designio. "Nuestra principal intención - dejó dicho Isabel en su testamento - fue, al tiempo que le suplicamos al, Papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas, y los convertir a nuestra Santa Fe Católica, y enviar a las dichas Islas y tierras firmes, prelados y religiosos, clérigos y otras personas devotas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas a la Fe Católica y los adoctrinar y enseñar buenas costumbres...". La Reina cierra ese magnífico documento con una súplica a sus sucesores "que así lo hagan y cumplan, y sea este su principal fin". No resulta, pues, extraño, que en las primeras instrucciones dadas a Colón, antes de su segundo viaje, se lea: "Sus altezas, deseando que nuestra Santa Fe Católica sea aumentada y acrecentada, me dan y encargan al Almirante Cristóbal Colón que por todas las vías y maneras que pudiere procure e trabaje a trae a los moradores de las dichas islas y tierra firme a que se conviertan a nuestra Santa Fe Católica, y para ayuda a ello Sus Altezas envían allí el devoto padre Fray Buil juntamente con otros religioso que dicho Almirante consigo ha de llevar..." Podemos así afirmar que fue el afán de conversión el que inspiró Principalmente a la España idealista y heroica a la conquista de América, entrando en la empresa el misticismo como elemento histórico fundacional. Los Reyes que así hablaban se encuentran, para gloria nuestra, en las primeras páginas de la historia de América, suplicando a sus sucesores que cumplieran su intento como "principal fin" de la Conquista y población de nuestras tierras.

Es cierto que en América encontraron cierto eco desde el comienzo, como "semillas del Verbo" (Logos spermatikós). Cada cultura se mueve hacia Dios, en cierta manera. Y así hubo en algunos indígenas cierto conocimiento de Dios y de verdades naturales que podrían conducirlos a la salvación, esbozos de la idea de un Dios uno, de la sobrevivencia allende la muerte, Semillas de verdad. Pero al mismo tiempo, grandes obstáculos como la idolatría, el politeísmo, la magia, etc. Es preciso liberarlos de esos obstáculos mediante la evangelización. Los habitantes del Nuevo Mundo debían ser "nuevas criaturas", exorcizadas y bautizadas.

Pues bien, como ordenó Fernando en 1511: "Mandamos, y cuanto podemos encargamos a los de nuestro Consejo de Indias, que pospuesto todo otro respeto de aprovechamiento, e interese nuestro, tengan por principal cuidado las cosas de la Conversión y Doctrina ... ". El principal cuidado del descubrimiento, la exploración y la conquista, que deja en segundo plano otros fines perfectamente lícitos, siempre que no se transformen en absolutamente primeros y estén subordinados al fin principal, constituyó como el humus del cual surgieron dos tipos humanos en cierto modo irrepetibles: el conquistador y el misionero. Entre los primeros Hernán Cortes, y Pizarro, don Pedro de Mendoza en Argentina, que recibió instrucciones de Carlos V en 1534 de llevar consigo a religiosos, y de que no haya de ejecutar acción alguna de trascendencia sin la previa aprobación de los mismos. Así se pasó del logos sparmatikós (semillas del verbo) al logos pantós (la plenitud católica de la verdad)

Como resulta obvio, el propósito esencial de la Conquista no se hubiera
alcanzado sin una verdadera compenetración de los dos poderes, el temporal y el espiritual, simbiosis que no conoce mejor ejemplo en la historia. "El militar español en América - escribe Ramiro de Maeztu - tenía conciencia de que su función
esencial e importante, era primera solamente en el orden del tiempo, pero que la acción fundamental era la del misionero que catequizaba a los indios. De otra parte, el misionero sabía que el soldado y el virrey y el oidor y el alto funcionario, no perseguían otros fines que los que el mismo buscaba".

Esto diferencia sustancialmente la evangelización de América de otras evangelizaciones. Francisco Javier, por ejemplo, misionero sin duda eximio, predicó incansablemente en la India, campanilla en mano, enseñando la doctrina y los mandamientos en los idiomas indígenas, trabajosamente aprendidos. Pero a su labor misionera le faltó el apoyo de un Gobierno como el español, el apoyo del poder temporal. Resulta una constante histórica que solo en aquellas regiones donde la evangelización se realizó con la colaboración de los dos poderes, o mejor, del poder temporal y de la autoridad espiritual, sólo allí hubo cristiandades, es decir, pueblos cristianos, como en Filipinas, única nación del Oriente plenamente evangelizada. En su magnífica obra "Política Indiana", su autor, Solórzano Pereira, comienza la parte que dedica a las cosas eclesiásticas y al Patronato con esta tajante afirmación: "La conservación y el aumento de la fe es el fundamento de la monarquía. El espectáculo de una Corona al servicio de una misión tan elevada, no dejó de entusiasmar al erudito escritor: "Si, según sentencia de Aristóteles solo al hablar o descubrir algún arte, ya liberal o mecánica, o alguna piedra, planta y otra cosa, que puede ser de uso y servicio a los hombres, les debe granjear alabanza, ¿de qué gloria no serán dignos los que han descubierto un mundo en que se hallan y encierran tan innumerables grandezas? Y no es menos, estimable el beneficio de este mismo descubrimiento habido respecto al propio mundo nuevo sino antes de mucho mayores, pues además de la luz de la fe que dimos a sus habitantes, de que luego diré, les hemos puesto en vida sociable y política, desterrando su barbarismo, trocando en humana,- sus costumbre.- ferinas y comunicándoles tantas cosas tan provechosas y necesarias como se les han llevado de nuestro orbe, Y enseñándolos la verdadera cultura de la tierra, edificar casas, juntarse en pueblos, leer escribir y otras muchas artes de que entes totalmente estaban ajenos".

La España de la conquista fue un pueblo en misión. Toda España fue evangelizadora en el siglo XVI, lo mismo los reyes que los prelados y soldados, todos los Españoles del siglo XVI parecen misioneros.*


* Continuara...

lunes, 3 de octubre de 2011

LA HISPANIDAD, UNA MISION INCONCLUSA

Por Alfredo Saenz

…"El doce de octubre, mal titulado el día de la raza, deberá ser en lo sucesivo el día de la hispanidad ", escribió hace muchos años el Padre Zacarias de Vizcarra sacerdote español residente por aquel entonces en la Argentina. Es que, la hispanidad, sustancia de nuestro ser nacional, no es reductible a meros elementos etnográficos o a la sequedad de un mapa geográfico. Trataremos en esta conferencia de penetrar en nuestras raíces para desde allí para desde allí volver a proyectar nuestra unidad de destino en lo universal.

 La España de la conquista
Resulta imprescindible considerar ante todo cuál era el estado político y religioso de la España que se aprestaba a encarar la empresa ciclópea de la conquista. 

Situación espiritual de España
El descubrimiento de América ocurre en un momento de verdadera encrucijada histórica. Comienza la Conquista al culminar el siglo XV y se desarrolla en el siglo XVI, es decir, cuando en el resto de Europa la Edad Media ya no era casi sino un recuerdo del pasado, en medio de una terrible crisis, en camino de una desintegración progresiva. El edificio de la cristiandad estaba profundamente conmovido. Las actividades humanas como el arte, la cultura, la economía etc., que antes se desarrollaban en jerarquía y gozosa subordinación a la teología, ahora buscaban ¨liberarse¨ en sus principios rectores. Sobre este edificio ya averiado la reforma cayó como un rayo.

España trato de preservar contra viento y marea, la fe de sus padres. Para ello debió sacudir el poder de la Media Luna. Recordemos que la conquista de Granada acaeció precisamente en 1492, tras siete siglos de incesante lucha. Asimismo decretaban la expulsión de los judíos no bautizados, medida dictada no por consideraciones racistas, como aseguran los redactores de panfletos, sino por motivos religiosos exclusivamente para preservar la fe del pueblo español, y ello a pesar de que los reyes católicos no ignoraban el enorme quebranto económico que dicha medida iba necesariamente a ocasionar. Doce años antes los Reyes Católicos habían solicitado del Papa la institución en España del tribunal de la Santa Inquisición.

Con estas medidas España quedo exenta de la invasión protestantizante que conmovió el resto de Europa. O mejor, la supo enfrentar e incluso anticipar en su propio terreno, con una reforma verdaderamente Católica. Ya en 1473, la decadencia espiritual del clero español había sido considerada en los sínodos locales. La voluntad de autocorregirse fue por cierto eficaz. Al diagnostico certero siguieron los remedios adecuados. Pensemos que el que por aquel entonces ocupaba la sede pontificia fue Alejandro VI, de quien dice Pastor que " la iglesia antigua no hubiera admitido a los grados inferiores del clero, a causa de su vida, desarreglada" Así que España mal podía buscar respaldo para su proyecto de autorreforma en la Santa Sede, demasiado atareada en preocupaciones mundanas y renacentistas.

Fueron pues los Reyes Católicos quienes, ayudados por eclesiasticos lúcidos y llenos de coraje, debieron asumir la responsabilidad de la reforma de las instituciones eclesiásticas. Lo hicieron con la ayuda del Cardenal Mendoza primero, y del gran Cardenal Cisneros después. Ante todo, lograron del Papa el nombramiento de un grupo de excelentes Obispos. Cisneros se abocó principalmente a la restauración de los monasterios, realizando una reforma que habría de figurar entre las más impresionantes de la historia eclesiástica. Por otro lado, y gracias a la inspiración divina, también en aquellas décadas brotaron del suelo español nuevas congregaciones y ordenes religiosas, especialmente la militante compañía de Jesús, con cuya ayuda España se pondría a la cabeza del movimiento de la contrareforma, llegando a ser el alma del concilio de Trento.

Los hombres del siglo XVI no eran, por cierto, muy distintos a los españoles de nuestro tiempo. Y por eso cabe preguntarse cómo una España menos poblada menos rica, pudo conocer un siglo de oro tan esplendoroso, engendrando tantos sabios de renombre universal, tantos poetas, tantos héroes, tantos Santos. Los hombres eran como los de ahora, pero la sociedad estaba organizada de cara a Dios, conspirando hacia un mismo fin la Iglesia y el Estado, la Universidad y el teatro, las leyes y las costumbres. Si bien los hombres del siglo XVI no fueron distintos a los de hoy, el ambiente era otro. Se los inducía a vivir y a morir para la mayor gloria de Dios.

Y así España conservó en su seno todo el ímpetu de la Edad Media, ya en disolución en el resto de Europa, se autopreservó de la corrupción protestante - cosa que nunca le sería perdonada -, y de la corriente renacentista que provenía de Roma, realizando un renacimiento propio, de cuño español cuya concreción arquitectónica sería el Escorial; al tiempo que liberaba al testamento clerical de la tentación temporalista, neutralizaba el influjo de los espíritus intermedios y conciliantes al estilo de Erasmo , y propiciaba el cultivo intenso de los estudios teológicos. Así se puso en condiciones de afrontar el desafío de la conquista. 


EL SENTIDO IMPERIAL
Si bien aún no se había proclamado el impero, la España del descubrimiento y de la conquista estaba signada por la vocación imperial. Para que el Rey llegase a ser Emperador, para que aquella vocación se concretase, era menester que una sola mano reuniese la totalidad, era preciso que España se hiciese universal. La idea tradicional del imperio exigía que sus miembros constituyesen una sola familia, unidos por el culto a un mismo Dios, la misma cultura, la misma sangre, el mismo comercio. No de otro modo había sido el Imperio Romano de los primeros siglos, así como el que patrocinara Orosio y San Agustín; así lo fue desde Augusto hasta Justiniano; después, aunque en un grado menor, el imperio Carolingio de los siglos IX y X, y luego, si bien más restringido todavía, el Sacro Imperio Romano-Germánico. La España sojuzgada por el Islam durante ocho siglos, hizo surgir de sus entrañas liberadas el proyecto de un gran destino universal que, en lo político no necesitaba sino asumir las propias raíces romanas para transformarse en vocación imperial. La savia católica, por otra parte, ya había impregnado la sociedad con su espíritu de aventura, la tendencia a intentar lo imposible, el menosprecio de los bienes materiales, el sentido de la hidalguía, elementos constitutivos del espíritu caballeresco, un estilo tan propio de la hispanidad.

Carlos, nieto de los Reyes Católicos, solo hablaba francés y flamenco, ignorando la lengua española, estaba rodeado por una camarilla de holandeses sin el menor sentido imperial. Sin embargo y a pesar de todo, no fue otro sino él quien tomó de España la antigua noción de Imperio, y sobre esta base, se dedico a construirlo. Cuando estaba a punto de salir de España para dirigirse a Alemania y ser allí coronado, hizo ya su primera declaración imperial. Fue en las cortes, precisamente de la Coruña, localidad de donde siglos atrás había salido Adriano, el gran conductor español del Imperio Romano. Refiriéndose a dicha declaración, comento el P. Mota allí presente que Carlos no era un rey como los demás sino "rey de reyes ", pues su imperio constituía la continuación del Romano-Germánico, y así como ayer España había exportado emperadores a Roma, " ahora viene el imperio a buscar (otra vez) el emperador a España, y nuestro rey de España es hecho, por la gracia de Dios, rey de los romanos y emperador del mundo”. Menéndez y Pidal sintetizó así el discurso de Mota: "Este imperio no lo acepta Carlos para ganar nuevos reinos, pues le sobran los heredados que son más y mejores que los de ningún rey; aceptó el Imperio para cumplir las muy trabajosas obligaciones que implica, para desviar los grandes males que amenazan la religión cristiana y acometer la empresa contra los infieles enemigos de la Santa Fe Católica, en la cual entiende, con la ayuda de Dios, emplear su real persona”. España sería el corazón de dicho imperio, su fundamento, su tesoro, su espada.

Desde entonces Carlos se comportó con el gran estilo de un emperador. Incluso su enfrentamiento con Lutero no careció de ribetes imperiales. Al día siguiente de la Dieta de Worms , Carlos V les dijo a los príncipes allí reunidos que les daría su opinión al respecto. Fue su primera declaración en un trascendente asunto político, completamente suya, así relatada por el cronista: "Como descendiente de los cristianísimos Emperadores de la noble nación alemana, de los Reyes Católicos de España, de los archiduques de Austria y de los duques de Borgoña, se declaró resuelto a administrar su cargo de defensor de la iglesia Católica, de la fe Católica, y de los sagrados usos ordenamientos y costumbres, y a proceder contra Lutero por manifiesto hereje". Ello significaba la pena para Lutero. Los príncipes le respondieron que acaso sería mejor tratar de convertirlo. Carlos accedió a discutir, lo cual no opto a que al mismo tiempo publicase el edicto de Worms, y se transformase en el paladín del concilio, buscando el medio de recuperar a los disidentes merced a auténticas reformas eclesiásticas. Al tiempo que luchaba en defensa de la ortodoxia, anhelaba que desapareciesen las manchas de la iglesia, y que en todas las naciones se llevase a cabo la reforma que ya se había realizado en España. Y así fue como a pesar de las reticencias de la curia de Roma, el Papa se resolvió a convocar el concilio. Trento es obra netamente española. Más allá de su contenido estrictamente religioso, fue una obra imperial española. Lo fue no solo en su aspecto espiritual, sino incluso en sus aspiraciones políticas de unir a todos los pueblos de Europa bajo el mismo signo imperial.

Esta es la España que descubre América. Bien ha escrito Caturelli que no se trató de un mero "hallazgo". Hallar es, simplemente, dar con algo, chocar o topar con una cosa. Por tanto hallar no significa, necesariamente, descubrir, aunque descubrir debe siempre suponer hallar. El mero hallar no descubre no devela, quedando lo hallado encerrado en su ser que permanece velado. De ahí que si fuera comprobado alguna vez que los vikingos llegaron a Groenlandia hacia el 982 y alcanzaron la bahía de Hudson y El Labrador, lo único que se probaría es que solamente "hallaron", toparon con algo sin hacerse cargo de su ser y su sentido, manteniéndolo en su ahistoricidad.

Dos cosas nos trajo España a los del nuevo mundo: el Cristianismo y la Cristiandad. 

...


Continuara

sábado, 24 de septiembre de 2011

LUIS ALEN LASCANO, MAESTRO DEL REVISIONISMO SANTIAGUEÑO

El 25 de septiembre de 2010 los santiagueños perdimos a uno de los máximos exponentes de nuestra cultura. En ese triste día se nos fue don Luís Alen Lascano.

Para quienes no lo conocieron, digámoslo de entrada nomás, cosa que no quede ninguna duda; el maestro Luís Alen fue un eminente historiador identificado con el revisionismo histórico; hispanista y católico declarado; investigador, maestro, y divulgador de los hechos de nuestra historia, enfocados desde una óptica nacional.  

Había nacido en Santiago del Estero, un 10 de octubre de 1930. Ejerció la docencia en varios colegios de nuestro medio y fue profesor por concurso en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Santiago del Estero.

Siendo muy joven se unió al Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Mas adelante, su solvencia intelectual le permitió formar parte de la Academia Nacional de Historia, así como de diversas instituciones prestigiosas, entre ellas la Academia Sanmartiniana.

En lo político Lascano provenía del radicalismo irigoyenista y como tal adscribió al pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y Homero Manzi. Fue candidato a diputado por el radicalismo en 1954 y 1958, y diputado nacional constituyente en 1957. Se desempeñó como diputado provincial en 1963-1966.

Su obra historiográfica abrevó en autores de la talla de Adolfo Saldias, Vicente Sierra, Manuel Galvez, José Maria Rosa y Ernesto Palacio. Escribió numerosos libros, opúsculos y artículos, así como una gran cantidad de  prólogos a libros ajenos.

De su producción podemos destacar “Ibarra y el federalismo del norte”, libro en el que reivindica la figura del caudillo santiagueño, y que fuera premiado por la Comisión Nacional de Cultura del Ministerio de Educación Nacional en 1970.

Igual mención, en esta apretada nota, merece su obra “Rosas, el gran americano” escrita en 1975. En ella Luís Alen Lascano traza una excelente síntesis de la vida de don Juan Manuel de Rosas, resaltando el enfrentamiento del Restaurador tanto con la oligarquía portuaria como con la clase terrateniente durante el bloqueo imperialista.

Su obra monumental, sin lugar a dudas, fue la “Historia de Santiago del Estero”; punto de referencia obligado de todo aquel que quiera estudiar el pasado santiagueño. Su importancia es tal que, como dijo el Dr. Raúl Lima, “en ella abrevaron legiones de alumnos del profesorado de historia, y todos nuestros profesores y licenciados de historia”[1].

Algún día se deberá hacer una adecuada reseña de su ingente producción, así como un concienzudo análisis de sus aportes. 

Digamos finalmente, y ya en el plano humano, que Luís Alen Lascano no solo fue un brillante historiador sino que también fue un distinguido caballero, amable y servicial con todos los que requerían de sus servicios. Justamente por ello fue director de numeroso tesistas, a quienes les brindo generosamente su apoyo y su biblioteca. Lamentablemente muchos de sus antiguos discípulos se olvidaron del gigante sobre el cual se montaron oportunamente y hoy alejados de su magisterio caminan henchidos de orgullo a pocos metros del terrenal suelo.

Vaya entonces de nuestra parte el agradecido reconocimiento, y el justísimo homenaje, para aquel que providencialmente nos develó la verdad de nuestro pretérito y nos brindó la calidez de su persona.


                                                                     Dr. Edgardo Atilio Moreno


[1] Revista La Columna. Sgo del Estero. Abril 2011

sábado, 17 de septiembre de 2011

LAS DE SARMIENTO

Domingo Faustino Sarmiento es uno de los principales beneficiados de la falsificación histórica que lo ha colocado en un sitial de gloria que no le corresponde, primero, porque no es cierto, y segundo, que es todo lo contrario, es decir, está lejos de ser un ejemplo de virtudes cívicas y patrióticas como debe ser un prócer. 

Esta versión malsana de nuestra historia afirma que Sarmiento fomentó la educación al punto de calificar a esa tarea de fundacional, lo que no es una verdad revelada, ya que dicho mérito le corresponde a Nicolás Avellaneda, ministro de educación durante la presidencia de Sarmiento (1868—1874), que fue su sucesor en la presidencia. Tras esa máscara de “prócer” se esconde un mentiroso y un criminal que detestaba a su propio país.

Desde su exilio (voluntario) en Chile comenzaría su labor artera y traidora, a través de su periódico “El Progreso”, fomentando con entusiasmo y dedicación la ocupación, por parte del Gobierno de ese país, del Estrecho de Magallanes y la Patagonia; la toma de posesión del primero se concretó el 21 de septiembre de 1843. También desde esas mismas páginas el 28 de noviembre de 1842 manifestaba: “La Inglaterra se estaciona en las Malvinas. Seamos francos: esta invasión es útil a la civilización y el progreso”; es curioso que nuestros héroes que defendieron NUESTRAS Islas Malvinas de la agresión colonialista de Gran Bretaña (y de su alcohólica Primer Ministro, Margaret Thatcher) fueron “ilustrados” en las “hazañas” del “padre del aula” durante su infancia, a la par que incoherentemente también les enseñaban que las Malvinas son argentinas. 

De las provincias opinaba: “Son pobres satélites que esperan saber quien ha triunfado para aplaudir. La Rioja, Santiago del Estero y San Luis son piltrafas políticas, provincias que no tienen ni ciudad, ni hombres, ni cosa que valga. Son las entidades más pobres que existen en la tierra”. ("El Nacional", 9/10/1857). Y muchas otras expresiones análogas contra nosotros, los argentinos, Hispanoamérica, etc. 

Sarmiento, como muchos otros, se encuentra en el grupo de miserables que auspiciaban todo tipo de perjuicios a la Argentina por el sólo hecho de no encontrarse ellos (los unitarios) en el gobierno, como si el desastre y los asesinatos del Gral. Lavalle no hubieran sido suficientes, “lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer...” (Carta del Gral. San Martín al Restaurador Gral. Juan Manuel de Rosas –10 de junio de 1839), tal era el juicio del Libertador hacia quienes fomentaban la agresión militar contra la Argentina.

A Sarmiento se lo explica también a través de su mas estrecho aliado en la destrucción de la Argentina, Bartolomé Mitre, quien lo designó por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 28 de marzo de 1863 Director de la guerra y Comandante General de las fuerzas de línea y milicias de San Juan, Mendoza y San Luis. Es interesante destacar que durante el período junio de 1862 e igual mes de 1868, hubo en las provincias 117 revoluciones y 91 combates; dato “curioso” puesto que estos dos personajes se encontraban en la cima del poder nacional, promediaba la “organización nacional” y la Argentina era un desastre en todo sentido. Lo que convierte a Sarmiento en uno de los máximos responsables de la anarquía de esos años.

A pesar de todo ello, la exaltación que recibió de la historiografía oficial traspasa los límites, no sólo de lo creíble, sino del sentido común, como el mito incomprobable que “nunca había faltado a la escuela”, y muchas otras mentiras mas, para convertir a este resentido social y egoísta en un “prócer”.

Debe un pueblo valiente y saludable tener un conocimiento cabal y completo de su historia, pues ésta será el cimiento de grandeza que con paciencia y sabiduría labrarán sus generaciones. La versión “oficial”, afortunadamente ha tenido la inevitable confrontación con la realidad, y que, como era esperado, se desmoronó sin siquiera crujir. Pero no ha sido completo, pues ¿de que puede servir que conozcamos con veracidad nuestra historia, si todavía cohonestamos y somos cómplices de la inveterada mentira? Ello sólo demuestra que en realidad no comprendimos el trascendente rol que desempeña la historia en la vida de una nación, ya que aquella le señalará el rumbo, le trazará un itinerario de victoria o de derrota. 

La obra debe ser completada, ya no hay razón ni justificación para que permanezcan monumentos y calles con los nombres de Rivadavia, Alvear, Mitre, Sarmiento y Urquiza, ya éstos son los mojones de la decadencia que nos llevaron a la derrota nacional, torciendo NUESTRO DESTINO, el destino de la Patria, destino americanista y federal, de tacuara y rojo punzó. El principal fundamento por el cual se los debe dejar de considerarlos próceres, es porque ellos implica que sean un ejemplo a seguir, y ése es el problema, puesto que emularlos nos ha llevado a sangrientos enfrentamientos entre hermanos, a sucesivos fracasos políticos y económicos, como bien sabemos los argentinos, tales como devaluación, inflación, tiranía, demagogia, degradación social, etc. Todos ellos se han enfrentado directamente o indirectamente con el Gral. José de San Martín, el Gral. Manuel Belgrano y el Restaurador Gral. Juan Manuel de Rosas, ya sea combatiéndolos personalmente o enfrentando sus ideas.

Se debe pasar de la palabra a la acción, de la proclama a la realización, esos hombres nefastos, apreciados correctamente se muestran ante la posteridad con la inefable tacha de infamia de la traición a la Patria.

http://asisluis.blogspot.com

jueves, 8 de septiembre de 2011

BELGRANO Y LA NACION ARGENTINA

Me interesa reflexionar sobre Belgrano y la Nación Argentina, debido a que se están programando actividades para celebrar en el 2010 el Bicentenario de la Argentina. En realidad, es un aniversario equívoco. Si se toma la expresión Nación Argentina como equivalente a Estado Argentino, es necesario decir que el mismo no quedó constituido el 25 de mayo de 1810, fecha en que se formó un gobierno propio, pero provisorio, hasta que el Rey Fernando VII —que estaba preso de Napoleón— reasumiera su corona. El Estado Argentino sólo surgiría seis años después, con la Declaración de Independencia.

En efecto, al asumir sus cargos los integrantes de la Junta Provisional Gubernativa, consta en el acta de acuerdos del Cabildo: “el presidente [Saavedra], hincado de rodillas y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, prestó juramento de desempeñar lealmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano Fernando VII y sus legítimos sucesores y guardar las leyes del Reino…”

Por otra parte, si se toma la expresión Nación Argentina en su sentido sociológico, como conjunto de personas que conviven en un mismo territorio y poseen características comunes: étnicas, lingüísticas, culturales, históricas y religiosas, y manifiestan el deseo de continuar viviendo juntas; la Argentina ya estaba consolidada antes del 25 de mayo. Belgrano estuvo vinculado a ambos hitos históricos, pues fue nombrado Vocal de la Primera Junta en 1810; pero antes, en 1806 —año en que quedó manifestada heroicamente la existencia de la nación— había participado activamente en la resistencia ante las invasiones inglesas.

Consideramos que en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en evidencia que la Argentina como nación estaba ya consolidada pues:

1) Existía ya en esta parte del territorio del Virreinato del Río de la Plata, mayoría de criollos, algunos de los cuales, como el mismo Belgrano, desempeñaban funciones públicas de importancia.

2) Existía, como lo afirma el sociólogo Guillermo Terrera, una cultura criolla argentina que para los años 1700/1750, tenía caracteres propios y definidos.

3) No existían en número suficiente tropas profesionales para repeler el ataque extranjero, de modo que la resistencia estuvo a cargo de milicias criollas y de los vecinos que se sumaron voluntariamente a la lucha. Sería impensable que esto ocurriera en una sociedad cuyos integrantes se conformaran con ser una colonia. Precisamente, la decisión masiva de combatir de los criollos, revela a un pueblo con identidad propia que asume la defensa de su tierra, pese a la ausencia del Virrey.

Los recuerdos de Belgrano sintetizan bien la opinión general del momento: “me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación, y sobre todo en tal estado de degradación que hubiese sido subyugada por una empresa aventurera…”

En otro pasaje de sus memorias, destaca la actitud de los soldados voluntarios en la Reconquista y posterior Defensa de 1807: “era gente paisana que nunca había vestido uniforme y que decía con mucha gracia que para defender al suelo patrio no habían necesitado aprender a hacer posturas, ni figuras en la plaza pública para diversión de las mujeres ociosas”.

Siendo Belgrano ayudante de campo del cuartel maestre general, tuvo oportunidad de hablar con los oficiales ingleses prisioneros. Al Brigadier General Craufurd, que le insinuó la conveniencia para los criollos de aceptar el protectorado inglés para lograr la independencia de España, le contestó “nosotros queremos el amo viejo o ninguno”. No hubo un doble discurso en las autoridades criollas, sino que el surgimiento de un Estado soberano en el Río de la Plata resultó de un proceso derivado de la crisis del régimen hispánico.

Así lo explica nuestro héroe en sus memorias: “de allí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos”.

Dos años después, llegó a Buenos Aires la noticia de la entrada de los franceses en Andalucía y la disolución de la Junta Central, lo que impulsó a un grupo de patriotas, liderado por el Coronel Saavedra a intervenir para “quitar las autoridades, que no sólo habían caducado con los sucesos de Bayona, sino que ahora caducaban, puesto que aún nuestro reconocimiento a la Junta Central cesaba con su disolución”.

La conclusión de este recuerdo del prócer, en momentos en que la nación argentina se está desdibujando, por la pérdida de la concordia cívica, y el intento de suplantar nuestra tradición cultural por ideas de cuño gramsciano, es que sólo seremos dignos herederos del general Belgrano si situamos el verdadero Bicentenario de la Nación en la emulación del espíritu de la Reconquista, y convocamos a los patriotas dispersos, a modo de retreta del desierto, para los arduos combates que nos esperan si queremos restaurar la Argentina.
Mario Meneghini

Tomado de: http://bitacorapi.blogia.com/

jueves, 1 de septiembre de 2011

LAS FALACIAS DE ROBERTO AZARETTO SOBRE LA VUELTA DE OBLIGADO

En el Nº 45 de la revista “La Fundación Cultural”, se publicó un articulo titulado “La batalla de la Vuelta de Obligado y la supremacía porteña”. Su autor, el recientemente incorporado a la Academia Argentina de Historia, Roberto Azaretto, tiene editados varios libros; entre los cuales se destacan “Historia de las fuerzas conservadoras”; “Ni década, ni infame” y  “Federico Pinedo, político y economista”. Obras estas que, por sus títulos nomás, nos dan una idea del pensamiento político de dicho escritor y de la escuela historiográfica a la que adhiere. 

En efecto, Azaretto es un historiador tributario de la llamada Historia Oficial. Aunque a decir verdad trata de disimular su filiación siguiendo la línea inaugurada por Emilio Ravigniani con su Nueva Escuela Histórica. Es decir,  toma distancia de los liberales mas extremos y de la historiografía canónica que nos legara Mitre, Levene y compañía, sin dejar de lado su ideología y su aversión por el revisionismo.

Esta estrategia, que le permite a los autores liberales pretender ser mas ecuánimes, honestos y abiertos, los habilita también para abordar temas que hoy por hoy resultan imposible seguir ocultando. La trampa esta en que al hacerlo conservan intacto el mismo enfoque antinacional de siempre; por lo que en definitiva la postura es la misma, solo que matizada y camuflada.

Ciertamente, en estos relatos ya no campean las mentiras más groseras de antaño, ni el odio desembozado a la figura de Rosas; no obstante ello la historia que se nos cuenta sigue estando al servicio de intereses foráneos y partidarios ajenos al bien de la Nación.

Y es que el eje de esta historiografía se ha desplazado. Ya no descansa tanto sobre el ocultamiento o falseamiento de los hechos, sino más bien sobre los sofismas y los razonamientos falaces. Es decir –y hablando más “científicamente”- las falencias más notorias que ahora exhiben son más de índole hermenéutico que heurístico.

Conforme a ello, el autor que comentamos, puesto en el brete de hablar sobre un tema que es “caballito de batalla” del Revisionismo Histórico, recurre al ardid de minimizar su importancia y hacer una interpretación falaz que no resiste el menor análisis lógico ni  historiográfico.

Así entonces, en el articulo de marras, Azaretto nos advierte que “comparar, como lo hace Pacho O Donnell, los sucesos de 1845 con la gesta de San Martín y el cruce de los Andes es ridículo”. Es mas,  considera que la decisión de Rosas de hacer frente a las incursiones extranjeras fue un “disparate”, y que el general Mansilla solo aceptó ponerse al mando de las tropas de la Confederación por “el gran amor a su esposa”; Agustina Rosas, la hermana menor del Restaurador.

Para mayores antecedentes agrega que Rosas ya había demostrado su “ineptitud” militar cuando hizo la campaña al desierto, pues en la misma “solo se cumplió la parte que le interesó a su provincia, dejando a las provincias cuyanas y a Córdoba con la indiada amenazando las estancias y poblados como antes.”

Luego -y dejando de lado estos detalles menores-, Azaretto pasa a lo que más les importa a los liberales, es decir, a cuestionar la política económica que llevó adelante don Juan Manuel.

Así sostiene que Rosas “montó un aparato militar para someter a los pueblos del interior a la hegemonía porteña, financiado con las rentas del monopolio portuario porteño”, y que  “La famosa Ley de Aduana no tuvo efectos en el interior y los aportes a las provincias fueron mezquinos…”
Fundamentando su concepción económica afirma que el progreso requiere la apertura de los mercados y la incorporación del mundo a la producción”; y se pregunta si ¿es nacional prohibirle a las provincias que utilicen sus puertos para exportar e importar sus productos?

Finalmente, y para rematar su crítica afirma maliciosamente que los intereses del Restaurador “están vinculados a los ingleses” y que “en su momento negoció el pago de la deuda por territorio, ofreciendo el reconocimiento de la soberanía inglesa en las Malvinas a cambio de la cancelación del empréstito contraído con Barings Brothers”.

Con las citas hasta aquí transcriptas basta ya para mostrar que este artículo no es más que una repetición de los viejos lugares comunes del antirosismo,  y de los caducos sofismas del liberalismo; más algún otro de renovado cuño. En consecuencia todo lo dicho ya fue refutado prolijamente por los historiadores revisionistas. No obstante ello, y a riesgo de ser tediosos, digamos lo siguiente:

En primer lugar, no nos sorprende para nada que el autor, al igual que todos los adalides de la “Civilización” y el “Progreso”, insista en hacernos creer que la acción del imperialismo -que se encubre con el eufemismo de la apertura al mundo-, es en realidad una influencia benéfica para nuestra Patria; lo que si indigna es que se sugiera que la defensa de la soberanía que llevó adelante el Ilustre Restaurador fuera en realidad una impostura, atento a que este tenia negocios con las potencias en cuestión. Incalificable acusación formulada en contra un hombre que no solo no se enriqueció en la función publica sino que por el contrario se empobreció merced a ella. Ejemplos de cómo sacrificó su peculio por el Bien Común los hay a montones; aunque la mentalidad crematística y egoísta de los liberales no los comprenda.

Para colmo Azaretto -en una concesión al marxismo- pretende adscribir a Rosas a la oligarquía; entendiendo por oligarquía a la clase terrateniente; sin percibir que la oligarquía mas que una clase social, es un estado espiritual y mental producto de la adhesión a una ideología antinacional, que trae consecuencias de distinta índole.

Además no se entiende como desde el liberalismo se puede criticar las negociaciones por el pago de la deuda externa, cuando son sus representantes los principales gestores del sometimiento a la usura internacional. Por otro lado, si bien Rosas se ocupó del tema, sin embargo no pagó un solo peso a los usureros y es bien sabido que la oferta de vender las islas Malvinas era al solo efecto de que el usurpador reconociera que no era el legitimo propietario de ese territorio irredento.

La otra cuestión, es decir, la del supuesto sometimiento de las provincias al gobierno porteño, realmente es antojadiza. Rosas, a diferencia de los unitarios y los liberales, siempre respetó las autonomías provinciales y nunca impuso por la fuerza gobernadores ilegítimos que le  fueran adictos. Si así hubiera obrado, los pueblos del interior no lo habrían respaldado cuando se enfrentó a la agresión externa. Actitud esta que no solo se explica por el patriotismo de aquello hombres sino también por que la política proteccionista de Rosas con su ley de aduanas les garantizaba la prosperidad económica.

Además el Restaurador permitió a las provincias que  manejen sus propias economías, que recauden sus propios impuestos, y  que dispongan de sus propios recursos financieros; acudiendo en su ayuda cada vez que fuera menester. Todo ello en armonía con el Bien Común de la nación; al cual también se subordinaban los intereses legítimos de la provincia de Buenos Aires; no como los unitarios que aprovecharon los recursos aduaneros en exclusivo provecho propio.

Pero yendo a la hipótesis del articulo, es decir, a la peregrina idea de que la batalla de Vuelta de Obligado carece de importancia alguna; seamos honestos, no es Pacho O Donnell quien compara este hecho histórico con la gesta de San Martín; es el propio San Martín quien lo hace cuando en carta a Guido expresa que dicha contienda es “de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”, manifestando además su deseo de ponerse al servicio de la Confederación que presidía don Juan Manuel.

Y esto lo sabe cualquier aficionado a la historia desde que el revisionismo difundió sus hallazgos historiográficos. Y decimos desde entonces por que no es como dice Azaretto que siempre se enseñó en las aulas la batalla de Vuelta de Obligado; eso es falso, nunca –antes del accionar revisionista- escolar alguno escuchó hablar de aquella gesta y de su valor; por el contrario solo se les inculcó dogmáticamente una retahíla de mentiras sobre aquella época gloriosa.

Sin embargo este autor, en su afán de escamotear meritos a Rosas aborda el tema obviando la postura que nuestro máximo héroe, el gral. San Martín, tenía al respecto. Es mas tiene la osadía de calificar de disparate a la decisión de hacer la guerra al invasor. Da la impresión que ignora que la política y la guerra van de la mano, parece que desconoce el viejo axioma según el cual la guerra es la continuación de la política por otros medios. Si su hermenéutica fuera correcta comprendería que la decisión guerrera del Restaurador, en el marco de su estrategia política, fue acertadísima.

Pero claro, el animus injuriandi  nubla la visión. Por eso pretende abonar su falacia trayendo a colación una supuesta ineptitud de Rosas, demostrada ya en  ocasión de organizar la Campaña al Desierto. Como si no fuera sabido que aquella empresa tan necesaria, en la que don Juan Manuel puso tanto esfuerzo, quedó incompleta no por su culpa sino por el sabotaje de sus enemigos políticos.

Y de esta crítica denigratoria no se salva ni el bravo Mansilla. Azaretto lo hace marchar a la guerra por “obediencia debida” a su esposa, cual si fuera un pobre “varón domado”. Por poco no dice que la vibrante arenga que este pronunció al comenzar la batalla se la obligaron a decir.

A estos extremos se llega en el afán de ocultar que la batalla de Obligado marca un hito en el empeño de los argentinos de ser una nación soberana.

Y aunque el resultado final de aquella gesta demuestra que el plan de Rosas fue un éxito, nuestro historiador liberal no se amedrenta y atribuye el fracaso de la expedición pirata a otras causas. Sostiene que se debió a las dificultades en la navegación del Paraná, “pues es un río sin obras de dragado ni señalización”, y a que las poblaciones tenían “poco poder de compra”. Concluyendo  que la batalla fue “un derroche de heroísmo”, es decir que se luchó al cuete, igual que en Malvinas, esa aventura absurda  hija del nacionalismo fascista, según sus palabras.

Y aquí mostró ya la hilacha Azaretto. Efectivamente, como se sabe impugnado y refutado de antemano arremete contra el revisionismo con el gastado pero siempre efectivo recurso de vincularlo al nacionalismo fascista. Y así dice que “el crimen del viejo revisionismo es que dio sustento intelectual a las corrientes antidemocraticas, pro militaristas y clericales que admiraban a países atrasados como la España y el Portugal de Franco y Salazar”.

Ya Antonio Caponnetto en su monumental obra “Los críticos del revisionismo histórico” refutó magistralmente este lugar común, así como todas las acusaciones que lanzaron los enemigos del revisionismo; y probó mas allá de toda duda que el revisionismo histórico argentino no necesariamente se identifica con el nacionalismo, y menos con el fascismo, el cual es anterior e independiente a el.

Además el nacionalismo católico jamás se manifestó contrario a la verdadera libertad, o a la forma republicana de gobierno. Nunca apostó al totalitarismo, y ni siquiera de la dictadura como forma permanente de gobierno. Todo esto debería saber Azaretto si conociera los textos de los autores revisionistas o al menos si se hubiera tomado el trabajo de leer la silenciada obra de Caponnetto.

Pero no queremos terminar estas líneas con un autor favorable sino con uno más del agrado de los liberales que sorpresivamente hecha por tierra las pretensiones escamoteadoras de la verdad histórica de la Historia Oficial, cosa que Azaretto niega. El mismo Juan Bautista Alberdi en sus “Escritos Póstumos”, dirá: “En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales, Mitre, Sarmiento o Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje”. Y ese despotismo turco en nuestra historia aun sigue vigente.

Edgardo Atilio Moreno